Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.»
Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo:
«A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»
También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían:
«Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
Había encima de él una inscripción:
«Este es el Rey de los judíos.» (Lc 23,33-38)
¡Padre celestial, mira aquí abajo desde tu Trono eterno!
¡Padre de amor, mira cómo tu Hijo Unigénito ruega por los pecadores, por tus criaturas!
¡Escucha la súplica de tu Hijo!
¡Ah, en qué abismo hemos caído, cuál es la dureza de nuestros pecados!
¡No obstante, por nuestra salvación, para la salvación de todos nosotros se derrama la Sangre de tu Hijo!
¡Sangre del Cordero que no pide venganza, sino que lava nuestros pecados!
Padre de amor,
haznos encontrar la gracia,
¡escucha la súplica de tu Hijo!