Vivir las Bienaventuranzas
Se podría decir que es la asignatura pendiente, en el viejo catecismo, se mencionaban al final, sin cierto, ni concierto, algunos curas, ni hablaban de ellas, otros decían que eran para monjas y frailes, cosa rara, si las pronuncio un laico consagrado, Jesús de Nazareth
Se hablaba poco, y, mal, no se les daba importancia, sin embargo los santos las vivieron, porque no se puede ser santo, sin vivirlas, son el paso más allá del Decálogo
En la Escritura, hay dos versiones, una más asentada en la tierra, la de Lucas, y, otra más profunda, la de Mateo, las dos se complementan
La primera de Mateo
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos
Que no quiere decir, que sean bienaventurados, los apocados, los que no tienen espíritu, si no aquellos que no tienen los bienes materiales en su corazón, que no están dispuestos a todo, por el dinero, el prestigio, la fama, y, aquí entran pobres, y, ricos
Lucas, como su Comunidad era pobre, dice sencillamente, “bienaventurados los pobres”
Pero lógicamente, si el pobre lo es a la fuerza, y, está dispuesto a todo, hasta a vender su honra, su espíritu por ser rico, pues, ya no es pobre
Por eso hay ricos, que son pobres en el espíritu, y, pobres que no lo son
El mismo desarrollo, se puede hacer para las otros 7
Un abrazo
Maite
“Yo esperaba con ansia al Señor, se inclinó y escucho mi grito”
Las bienaventuranzas invitan a vivir la cruz de forma activa, no simplemente dejando que no nos afecten las contrariedades -que eso sería más bien estoicismo que fe en Cristo- sino dejando que el poder del mal en el mundo, que es mucho, nos golpee a quienes podemos conjurar ese mal en el Mal que padeció Cristo, y así corredimir vicariamente.
Ese mal que te golpea a ti ya no golpeará a otros, podemos realmente "completar en nuestra carne los sufrimientos de Cristo", no con autoflagelos, sino dejándonos afectar por los males que nos rodean, dejando que nos golpeen, no huyéndolos, como escudo humano a los más débiles.
Entiendo que eso es una parte de la paradójica inversión de valores que plantean las bienaventuranzas.
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«Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno.» (M. Eckhard)