Un mensaje de aliento lleno de referencias e indicaciones relacionadas con la situación de la Iglesia colombiana, llamada a ser motor de unidad y reconciliación en el país, huyendo de «los halagos de los poderosos de turno». El Papa Francisco habló «como hermano» a los obispos de Colombia en el palacio cardenalicio de Bogotá, pronunciando el tercer discurso de su día completamente dedicado a la capital colombiana.
«Dios nos precede, somos sarmientos y no la vid —dijo el Papa. Por tanto, no enmudezcan la voz de Aquél que los ha llamado ni se ilusionen en que sea la suma de sus pobres virtudes o los halagos de los poderosos de turno quienes aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios. Al contrario, mendiguen en la oración cuando no puedan dar ni darse, para que tengan algo que ofrecer a aquellos que se acercan constantemente a sus corazones de pastores.
Después de haberlos invitado a permanecer cerca de Jesús, como «permanente punto de partida», Francisco añadió: «No se midan con el metro de aquellos que quisieran que fueran sólo una casta de funcionarios plegados a la dictadura del presente. Tengan, en cambio, siempre fija la mirada en la eternidad de Aquél que los ha elegido, prontos a acoger el juicio decisivo de sus labios».
Bergoglio le pidió a los obispos que preserven la singularidad de la Iglesia colombiana, «la singularidad de sus diversas y legítimas fuerzas, las sensibilidades pastorales, las peculiaridades regionales, las memorias históricas, las riquezas de las propias experiencias eclesiales. Pentecostés consiente que todos escuchen en la propia lengua. Por ello, busquen con perseverancia la comunión entre ustedes. No se cansen —insistió— de construirla a través del diálogo franco y fraterno, condenando como peste las agendas encubiertas».
Después de un fuerte llamado a la unidad del episcopado, «en la disposición de comprender las razones del otro», Francisco dijo: «Déjense enriquecer de lo que el otro les puede ofrecer y construyan una Iglesia que ofrezca a este País un testimonio elocuente de cuánto se puede progresar cuando se está dispuesto a no quedarse en las manos de unos pocos». Una referencia a la necesidad de salir de lógicas oligárquicas y elitistas, en la política, en la sociedad y en la Iglesia. La invitación a los obispos a no conformarse con «un mediocre compromiso mínimo que deje a los resignados en la tranquila quietud de la propia impotencia, a la vez que domestica aquellas esperanzas que exigirían el coraje de ser encauzadas más sobre la fuerza de Dios que sobre la propia debilidad». El Papa pidió a ls pastores una «particular sensibilidad hacia las raíces afro-colombianas de su gente, que tan generosamente han contribuido a plasmar el rostro de esta tierra».
También se refirió al tema de la situación política en el país que está tratando de salir de la violencia. «Los invito —dijo—a no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su gente. Háganlo con humildad, sin la vana pretensión de protagonismo, y con el corazón indiviso, libre de compromisos o servilismos. Sólo Dios es Señor y a ninguna otra causa se debe someter nuestra alma de pastores. Colombia tiene necesidad de su mirada propia de obispos, para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz definitiva, la reconciliación, hacia la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción, la paciente y perseverante consolidación de la “res publica” que requiere la superación de la miseria y de la desigualdad».
Muchos, observó Bergoglio, «pueden contribuir al desafío de esta Nación», pero la misión de los obispos es peculiar: «no son técnicos ni políticos, son pastores. Cristo es la palabra de reconciliación escrita en sus corazones y tienen la fuerza de poder pronunciarla no solamente en los púlpitos, en los documentos eclesiales o en los artículos de periódicos, sino más bien en el corazón de las personas, en el secreto sagrario de sus conciencias». Una palabra que debe ser pronunciada «con el frágil, humilde, pero invencible recurso de la misericordia de Dios, la única capaz de derrotar la cínica soberbia de los corazones autorreferenciales». A la Iglesia, precisó Francisco, «no le interesa otra cosa que la libertad de pronunciar esta Palabra. No sirven alianzas con una parte u otra, sino la libertad de hablar a los corazones de todos. Precisamente allí tienen la autonomía para inquietar, allí tienen la posibilidad de sostener un cambio de ruta».
El Papa pidió también «tener siempre fija la mirada sobre el hombre concreto. No sirvan a un concepto de hombre, sino a la persona humana amada por Dios, hecha de carne, huesos, historia, fe, esperanza, sentimientos, desilusiones, frustraciones, dolores, heridas, y verán que esa concreción del hombre desenmascara las frías estadísticas, los cálculos manipulados, las estrategias ciegas, las falseadas informaciones».
El Papa se refirió a las familias colombianas, a la «defensa de la vida desde el seno materno hasta su fin natural», la «plaga de la violencia y del alcoholismo, no raramente extendida en los hogares, en la fragilidad del vínculo matrimonial y la ausencia de los padres de familia con sus trágicas consecuencias de inseguridad y orfandad».
Y recordó a todos los jóvenes «amenazados por el vacío del alma y arrastrados en la fuga de la droga, en el estilo de vida fácil, en la tentación subversiva». Así como a algunos sacerdotes que «continúan propagando la cómoda neutralidad de aquellos que nada eligen para quedarse con la soledad de sí mismos». Al final, también habló sobre esos fieles laicos «esparcidos en todas las Iglesias particulares, resistiendo fatigosamente para dejarse congregar por Dios que es comunión, aun cuando no pocos proclaman el nuevo dogma del egoísmo y de la muerte de toda solidaridad. Pienso en el inmenso esfuerzo de todos para profundizar la fe y hacerla luz viva para los corazones y lámpara para el primer paso». Francisco afirmó que lo que más fuerte tienen los obispos es lo que pueden ofrecer a la familia colombiana: «la fuerza humilde del Evangelio del amor generoso que une al hombre y a la mujer», las familias «tienen necesidad de saber que en Cristo pueden volverse árbol frondoso capaz de ofrecer sombra, dar fruto en todas las estaciones del año, anidar la vida en sus ramas. Son tantos hoy los que homenajean árboles sin sombra, infecundos, ramas privadas de nidos».
En cuanto a los jóvenes, el Papa pidió que les abran «espacios en la vida de sus Iglesias». «No tengan miedo —insistió— de alzar serenamente la voz para recordar a todos que una sociedad que se deja seducir por el espejismo del narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el infierno y siembra por doquier la corrupción y, al mismo tiempo, engorda los paraísos fiscales».
En relación con los curas, Francisco observó que «vivimos en la era de la informática y no nos es difícil alcanzar a nuestros sacerdotes en tiempo real mediante algún programa de mensajes. Pero el corazón de un padre, de un obispo, no puede limitarse a la precaria, impersonal y externa comunicación con su presbiterio». Los sacerdotes, «precisan, con necesidad y urgencia vital, de la cercanía física y afectiva de su obispo. Requieren sentir que tienen padre». Y ellos son a quienes la gente se acerca: «Ellos deben dar de comer a la multitud y el alimento de Dios no es nunca una propiedad de la cual se puede disponer sin más. Al contrario, proviene solamente de la indigencia puesta en contacto con la bondad divina. Despedir a la muchedumbre y alimentarse de lo poco que uno puede indebidamente apropiarse es una tentación permanente».
Y no faltó un pensamiento a los consagrados y consagradas: «No los consideren como «recursos de utilidad» para las obras apostólicas; más bien, sepan ver en ellos el grito del amor consagrado de la Esposa: “Ven Señor Jesús”». Para concluir, Francisco habló sobre los desafíos de la Iglesia en la Amazonia, que es «para todos nosotros una prueba decisiva para verificar si nuestra sociedad, casi siempre reducida al materialismo y pragmatismo, está en grado de custodiar lo que ha recibido gratuitamente, no para desvalijarlo, sino para hacerlo fecundo. Pienso, sobre todo, en la arcana sabiduría de los pueblos indígenas amazónicos y me pregunto si somos aún capaces de aprender de ellos la sacralidad de la vida, el respeto por la naturaleza, la conciencia de que no solamente la razón instrumental es suficiente para colmar la vida del hombre y responder a sus más inquietantes interrogantes». Por ello, exhortó, «los invito a no abandonar a sí misma la Iglesia en Amazonia».