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“He aquí la desviación en la que caen los críticos de Amoris laetitia”

19 de nov de 2017
El filósofo Buttiglione continúa su «amigable» discusión con quienes atacan al Papa: «La de la exhortación es una doctrina monolíticamente tradicional, existen casos en los que los divorciados que se han vuelto a casar pueden ser admitidos a los sacramentos»

«Existen algunos casos en los que divorciados que se han vuelto a casar pueden ser considerados en la gracia de Dios. Parece una novedad desconcertante, pero es una doctrina monolíticamente tradicional. En los críticos de “Amoris laetitia” surge una desviación nueva: Es el objetivismo en la ética». El filósofo Rocco Buttiglione, amigo de Juan Pablo II y autor del libro que defiende la exhortación de Francisco sobre el matrimonio y la familia, publicación que lleva un prefacio del cardenal Gerhard Luwig Müller, desde Vatican Insider continúa su discusión «amigable» con quienes critican al actual Pontífice. Identificando la «desviación» en la que corren el riesgo de caer muchos de los que se oponen a «Amoris laetitia».

El prefacio del cardenal Müller a su libro fue recibido con embarazo por parte de los críticos más encendidos contra el Papa, que después de algunos días (por ejemplo, mediante títulos forzados como «Nunca habló sobre excepciones a la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar») han tratado de disminuir lo que escribió el purpurado. Quien, por el contrario, como se puede leer en el texto, puso algunos ejemplos de posibilidades para admitirlos. ¿Qué le parece?

Creo que, gracias a mi libro y al prefacio del cardenal Müller, por primera vez los críticos se han visto obligados a responder y no pueden negar un punto: existen circunstancias atenuantes en fuerza de las cuales un pecado mortal (un pecado que de lo contrario sería mortal) se convierte en un pecado más leve, solamente venial. Existen, pues, algunos casos en los que los divorciados que se han vuelto a casar pueden (por el confesor y un adecuado discernimiento espiritual) ser considerados en la gracia de Dios y, por lo tanto, merecedores de recibir los sacramentos. Parece una novedad desconcertante, pero es una doctrina completamente, osaría decir, monolíticamente tradicional.

Algunos objetan que estos casos son pocos…

El Papa no dice que sean muchos, y probablemente serán poquísimos en ciertos contextos y más numerosos en otros. Las circunstancias atenuantes son, efectivamente, la falta de la plena advertencia y del deliberado consentimiento. En una sociedad completamente evangelizada se puede presumir que los que no tienen la plena advertencia de los rasgos propios del matrimonio cristiano son muy pocos o no existen. En una sociedad en vías de evangelización, estos casos serán más numerosos. ¿Y en una sociedad ampliamente descristianizada? No lo sabría. Aunque los casos fueran muy pocos, los pasos indicados de «Amoris laetitia» serían perfectamente ortodoxos y muy grave sería la culpa de los que han acusado de herejía al Papa: calumnia, cisma y herejía. A menos que, como espero y creo, no haya que concederles los atenuantes de la falta de plena advertencia y deliberado consentimiento.

Usted conoce a Müller desde hace tiempo: ¿cuál es el significado de las palabras que ha escrito en el prefacio a su libro?

El cardenal Müller es un gran teólogo; seguramente uno de los más grandes teólogos de la generación que no participó directamente en el Concilio Ecuménico Vaticano II. Ha vivido incomprensiones y dificultades en la relación con la Curia e incluso con el Santo Padre, que no le renovó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos disidentes esperaban convertirlo en el propio guía en el camino que lleva hacia el cisma. Con el prefacio a mi libro, el cardenal nos ofrece un parecer «pro veritate» sobre la ortodoxia de la doctrina de «Amoris laetitia». Pero también hay, evidentemente, algo más: cuando el Pontífice es atacado en el terreno de la fe y de la moral cristiana, Müller, como católico y como cardenal, se siente en el deber de intervenir para defenderlo (sean cuales sean las incomprensiones o las divergencias personales, verdaderas o presuntas). Él mismo escribió, por lo demás, una obra monumental sobre el Papa, que es también un gran testimonio de amor por el papel del Obispo de Roma en la Iglesia. Incluso si fuera verdad que el cardenal Müller no está de acuerdo con algunos aspectos de la línea pastoral del Papa, esto no le restaría nada al valor de su testimonio: se puede no estar de acuerdo y ser fiel. El desacuerdo leal es una riqueza; las acusaciones de herejía, las calumnias, los llamados al cisma, el fanatismo que erosiona la actitud fundamental de confianza y estima, debida al Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, es completamente diferente.

Usted sigue sosteniendo que «Amoris lateitia» representa un desarrollo de la «Familiaris consortio» y no una ruptura con la exhortación de Juan Pablo II. ¿Por qué?

Hay un fundamento teológico común: aceptar la distinción entre el pecado mortal y el pecado venial, el reconocimiento de que para que haya un pecado mortal es necesaria la plena advertencia y el deliberado consentimiento; el reconocimiento de que las situaciones sociales en las que una persona vive pueden obstaculizar poderosamente el reconocimiento de la verdad y provocar que se obre mal sin darse cuenta plenamente o incluso que sea coartada y comprometida la libertad de hacer el bien. Todas estas cosas se encontraban ya en «Familiaris consortio» (y en «Reconciliatio et poenitentia») antes de llegar a «Amoris laetitia». Con esta base común se toman dos decisiones disciplinarias diferentes. San Juan Pablo II, para defender en la conciencia del pueblo fiel y, sobre todo, de los más pequeños la conciencia de la indisolubilidad del matrimonio, prohíbe que los divorciados que se han vuelto a casar puedan recibir la comunión, a menos que no se preparen o no se comprometan a renunciar a las relaciones sexuales. No dice que en su caso no puede haber atenuantes subjetivas, no niega que en algunos casos pueden estar en la gracia de Dios. Dice simplemente que el escándalo objetivo que ellos provocan es demasiado grande como para que puedan ser admitidos a los sacramentos. El Papa Francisco, en cambio, dice que deben ser admitidos a la penitencia como todos los demás pecadores. Que vayan al confesor, confiesen sus pecados, expongan las circunstancias atenuantes, si las tienen, y el confesor les dará la absolución, si existen las condiciones para poderla dar. Probablemente el Papa Francisco considera que, por lo menos en algunas sociedades, la conciencia de la indisolubilidad del matrimonio ya se ha perdido en la conciencia popular, y que ya es inútil cerrar el establo, pues los bueyes ya se han escapado. Ahora, en cambio, hay que ir a buscarlos a donde se hayan perdido para volver a llevarlos a la casa del Señor. La misma teología, dos decisiones disciplinarias diferentes, pero, en realidad, una única línea pastoral.

¿También han tenido un papel los diferentes contextos en los que los dos documentos fueron escritos?

Los que critican al Papa Francisco no recuerdan cuál era el contexto en el que se inserta «Familiaris consortio». Antes de «Familiaris consortio», los divorciados que se han vuelto a casar estaban prácticamente excomulgados. Estaban excluidos de la participación en la vida de la Iglesia, solamente eran objeto de invectiva y de condena. «Familiaris consortio» (y el nuevo Código de Derecho canónico) quita la excomunión, los invita a asistir a la misa dominical, a bautizar a sus hijos y a darles una educación cristiana, a que participen en la vida de la comunidad. El famoso párrafo 84 de «Familiaris consortio» (el que contiene la prohibición de la comunión) pone un límite en este camino. «Amoris laetitia» continúa el recorrido de la re-integración de los divorciados que se han vuelto a casar en la vida de la Iglesia. Por ello decimos que, a pesar de la diversidad disciplinaria, existe una profunda unidad de la línea pastoral entre san Juan Pablo II y Francisco. ¿Esto quiere decir que ahora los divorciados que se han vuelto a casar ya no son pecadores y que el adulterio ha dejado de ser un pecado? No, simplemente ahora los divorciados que se han vuelto a casar ya no son pecadores «extraordinarios», excluidos de la confesión. Son pecadores «ordinarios» que pueden ir a confesarse, explicar sus circunstancias atenuantes (si las tienen) y, «en ciertos casos» (pocos o muchos, no lo sabemos), recibir la absolución.

¿Por qué, en su opinión, la cuestión más discutida (la de la posibilidad en ciertos casos, después de un camino penitencial y un discernimiento, de administrar los sacramentos a los divorciados que se han vuelto a casar) fue relegada a una nota en el documento de Francisco?

Creo que el motivo es que el Papa no pretendía dictar una norma general. Hoy existen en el mundo tantos contextos y tantas situaciones diferentes que no es posible dictar una norma disciplinaria que valga para todos uniformemente. El Papa quería, en mi opinión, solamente invitar a los episcopados y a los obispos a asumir las propias responsabilidades. En contextos de cristiandad compacta, probablemente tiene sentido mantener una actitud rígida, que podría parecer privada de misericordia, pero que nace de la misericordia por los pequeños, los pobres, los indefensos que podrían ser inducidos al error. En contextos «líquidos», en los cuales los límites de las viejas estructuras se encuentran rotos, una defensa rígida no tiene sentido; hay que ir a buscar a la gente a donde se encuentre, dentro de su condición existencial. A los bautizados no evangelizados habrá que, antes que nada, proponerles el amor de Cristo. Ya llegará el tiempo para aclarar y resolver las situaciones matrimoniales. El riesgo del escándalo será mínimo, porque la sensibilidad al valor se ha perdido y debe ser reconstituida.

¿Por qué «Amoris laetitia» es acusada de acercarse a la ética situacional?

La ética de la situación dice que ningún comportamiento es bueno o malo por completo. Para ella cualquier comportamiento es bueno o malo según las circunstancias; la conciencia del sujeto su intención determinan el valor moral del acto. San Juan Pablo II, retomando una larga tradición que existe por lo menos desde santo Tomás de Aquino, dijo que existen actos que son intrínsecamente malvados, sea la que sea la intención del sujeto agente. Existe una intención que es necesariamente inmanente en el acto y que es diferente de la intención del sujeto agente. En conclusión: la intención subjetiva no hace bueno o malo un acto.

Sin embargo, ni santo Tomás ni san Juan Pablo II pretendieron negar que el lado subjetivo de la acción (la conciencia y la libertad que confluyen en la intención del sujeto) determine el nivel de responsabilidad del sujeto por su acto. Un gran amigo de Juan Pablo II (y mío) Tadeusz Styczeń decía «innocens sed nocens»: uno puede ser subjetivamente inocente pero hacer objetivamente algo equivocado y, por lo tanto, dañarse a sí mismo y a los demás. Por esto don Giussani solía decir no tengan miedo de juzgar las acciones ni de decir qué es bueno y malo; nunca se atrevan a juzgar a las personas, porque solamente Dios conoce el corazón del hombre y puede medir su nivel de responsabilidad (Dios y, tentativamente, el sujeto mismo y el confesor al que se encomienda).

Los críticos más acérrimos contra el actual Pontífice lo acusan de favorecer el subjetivismo…

A mí me parece que en los críticos de «Amoris laetitia» en realidad surge de una desviación nueva, paralela y opuesta a la ética de la situación y al subjetivismo en la ética. Esta nueva desviación es el objetivismo en la ética. Como el subjetivismo (la ética de la situación) ve solo el lado subjetivo de la acción, es decir la intención del sujeto, de la misma manera el objetivismo ve solamente el lado objetivo de la acción, es decir la materia más o menos grave. La ética católica es realista. El realismo ve tanto el lado subjetivo que el lado objetivo de la acción, y evalúa, entonces, tanto la materia grave como la plena advertencia y el deliberado consentimiento. Como enseña Dante Alighieri, lo contrario de un error no es la vedad, sino el error de signo contrario. La verdad es el sendero estrecho entre dos errores de signo contrario.

¿Por qué eligió para su libro el título «Respuestas amigables a los críticos de “Amoris laetitia”»? ¿Qué quiere decir, en este caso, «amigables»?

Muchos de los críticos son amigos míos. Josef Seifert es amigo de toda la vida, con el que he compartido muchas batallas y un gran trabajo en el campo de la filosofía, en el que ha ofrecido contribuciones de gran relevancia. A Roberto de Mattei lo conozco desde hace cuarenta años, cuando estábamos juntos en el Instituto de Historia y Política de la Universidad de Roma, él como asistente de Saitta y yo de Del Noce. Lo defendí cuando, como presidente del CNR, fue atacado por sus posturas en materia de evolución. Traté de mantener la polémica dentro de los límites del respeto, del reconocimiento recíproco de la buena fe, del espíritu de búsqueda de la verdad y les agradezco porque trataron de seguir la misma regla.

De Mattei sostiene que usted introdujo, con sus escritos sobre «Amoris laetitia», una distinción tripartita de los pecados: veniales, graves y mortales. ¿Qué responde?

Yo explico en mi libro que no todos los pecados graves en cuanto a su materia son mortales. Si, de hecho faltan la plena advertencia y el deliberado consentimiento, pueden ser «degradados» a pecados veniales. De Mattei argumenta un texto de «Reconciliatio et paenitentia» que rechaza la tripartición, propuesta por algunos, entre pecados veniales, graves y mortales. He aquí las palabras de san Juan Pablo II: «Esta triple distinción podría poner de relieve el hecho de que existe una gradación en los pecados graves. Pero queda siempre firme el principio de que la distinción esencial y decisiva está entre el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural; entre la vida y la muerte no existe una vía intermedia […] por esto, el pecado grave se identifica prácticamente, en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal» («Reconciliatio et paenitentia», n. 17). La dificultad es resuelta de inmediato. Yo no propongo incluir una tercera categoría además de las de pecado mortal y venial. Todos los pecados son veniales o mortales, como justamente dice Juan Pablo II. Yo, simplemente, dijo que pecados graves en cuanto a la materia se pueden volver veniales cuando falta la plena advertencia y el deliberado consentimiento. Ningún contraste con la «Reconciliatio et paenitentia».

Profesor, ¿por qué usted, desde hace muchos años comprometido en otros campos, ha vuelto a ocuparse de la filosofía y de la teología?

Cuando comenzó el ataque en contra del Papa Francisco algunos trataron de oponerlo a san Juan Pablo II. Los que lo han atacado han tratado de presentarse como defensores de la herencia espiritual de Karol Wojtyla. Entonces me pregunté: ¿qué diría san Juan Pablo II si estuviera entre nosotros? Y me respondí: diría «sigan al Papa». En realidad, la gran mayoría de los que ahora atacan al Papa Francisco también estuvieron en contra de Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI, Juan XXIII (y lo siguen estando). Es el Concilio el que se cuestiona. Tratan de representar a Juan Pablo II como si fuera el Papa de una reacción conservadora anti-conciliar. Tratan de apropiarse de su memoria. Yo estuve cerca de él, fue el gran amigo de mi vida, creo poder y deber ofrecer un testimonio verídico: Juan Pablo II fue el gran Papa del Concilio y de su realización. También en relación con el llamado cambio antropológico en la teología moral, él no la rechazó, sino que más bien la interpretó reconduciéndola dentro de la gran tradición de la Iglesia que es, precisamente, la tradición del realismo. Ese realismo que sabe tomar en cuenta equilibradamente todos los factores de la vida, tanto el lado objetivo como el lado subjetivo de la acción. He vuelto a ocuparme de estas cosas para defender la memoria de mi amigo, para devolverle un poco de lo mucho que —como todos— recibí de él.

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