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La gran pregunta

2 de enero de 2017

Con el título de este apartado -«La gran pregunta»- no quiero decir que esta sea la pregunta más importante que se haga la exégesis, pero sí que creo que es una pregunta que surge espontáneamente y como una prioridad en el lector común que quiere adentrarse en lo que están estudiando los exégetas, sea que lea obras académicas o de buena divulgación, y que no se encuentra respondida de manera del todo directa, ni en esas obras, ni en el magisterio, pero que hasta que no es respondida es difícil que el espíritu adquiera la serenidad necesaria para estudiar con provecho la Biblia, y en especial los evangelios.

¿Cuál es esa pregunta? En realidad es un derivado de los dos últimos temas que he desarrollado; la podríamos formular así: ¿puede ser que los evangelios cuenten como dichas por Jesús cosas que él no haya dicho de la manera en que los evangelios lo cuentan, o puede que le atribuyan hechos que él no haya realizado? ¿puede ser que algunas cosas las hayan modificado, consciente o inconscientemente? ¿puede ser que haya enseñanzas "de Jesús" que sean "creación" de los evangelistas, o al menos tan sustancialmente modificadas que no se pueda sostener que él las haya enseñado así históricamente?

Pues, puestos contra la espada y la pared a responder en pocas palabras y taxativamente, la respuesta es: sí, puede, y no solo puede, sino que de hecho es así. Los evangelios no son ni la grabación ni la filmación de lo que Jesús dijo e hizo, y por tanto no necesariamente cada palabra que los evangelios ponen en boca de Jesús la pronunció históricamente, cada hecho que los evangelios atribuyen a Jesús no necesariamente lo realizó, o lo realizó de la manera en que se cuenta, ni cada milagro que se relata tuvo por qué haber ocurrido de la manera en que se cuenta.

Entiendo que esta formulación del asunto es muy negativa y puede chocar, pero no otra cosa es lo que enseña el Magisterio sobre la Biblia, y en especial sobre los evangelios, pero lo dicen en un lenguaje tan indirecto, que quizás el lector corriente pasa de largo por sobre las consecuencias prácticas de esto. 

Veamos cómo lo dice la instrucción Sancta Mater Ecclesia, de 1964, acerca de la verdad histórica de los evangelios:

«No se puede negar, sin embargo, que los apóstoles presentaron a sus oyentes los auténticos dichos de Cristo y los acontecimientos de su vida con aquella más plena inteligencia que gozaron a continuación de los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la iluminación del Espíritu de verdad. De aquí se deduce que, como el mismo Cristo después de su resurrección les interpretaba tanto las palabras del Antiguo Testamento como las suyas propias, de esta forma ellos explicaron sus hechos y palabras de acuerdo con las exigencias de sus oyentes. «Asiduos en el ministerio de la palabra», predicaron con formas de expresión adaptadas a su fin específico y a la mentalidad de sus oyentes, pues eran «deudores de griegos y bárbaros, sabios e ignorantes».[...] Esta instrucción primitiva, hecha primero oralmente y luego puesta por escrito—de hecho, muchos se dedicaron a «ordenar la narración de los hechos» que se referían a Jesús—, los autores sagrados la consignaron en los cuatro evangelios para bien de la Iglesia, con un método correspondiente al fin que cada uno se proponía. Escogieron algunas cosas; otras las sintetizaron; desarrollaron algunos elementos mirando la situación de cada una de las iglesias, buscando por todos los medios que los lectores conocieran el fundamento de cuanto se les enseñaba. Verdaderamente, de todo el material que disponían los hagiógrafos escogieron particularmente lo que era adaptado a las diversas condiciones de los fieles y al fin que se proponían, narrándolo para salir al paso de aquellas condiciones y de aquel fin. Pero, dependiendo el sentido de un enunciado del contexto, cuando los evangelistas al referir los dichos y hechos del Salvador presentan contextos diversos, hay que pensar que lo hicieron por utilidad de sus lectores. Por ello el exegeta debe investigar cuál fue la intención del evangelista al exponer un dicho o un hecho en una forma determinada y en un determinado contexto. Verdaderamente no va contra la verdad de la narración el hecho de que los evangelistas refieran los dichos y hechos del Señor en orden diverso y expresen sus dichos no a la letra, sino con una cierta diversidad, conservando su sentido.»

Por mi parte no puedo sino lamentar que los documentos oficiales no expliquen esta cuestión con toda claridad, por temor a que los creyentes se escandalicen, cuando en realidad es mucho peor dejar que la gente crea que el mismo Magisterio piensa sobre la Biblia una cosa, cuando en realidad piensa otra.

Sin embargo, la relación de la Biblia en general -y de los evangelios en particular- con la cuestión del género histórico es bastante más compleja de lo que parece. Por un lado, si negáramos a la Biblia toda relación con los hechos históricamente ocurridos, no sólo estaríamos falseando lo que conocemos por el estudio mismo de la historia -que a grandes rasgos armoniza con los datos bíblicos-, sino que estaríamos negando una verdad fundamental de la propia Biblia: que la historia no es sólo ni principalmente cosa de los hombres, sino del propio Dios, Señor de la historia. Pero por otra parte, según el muy avanzado conocimiento de la antigüedad que nos han ido aportando las ciencias humanas -arqueología, historia, etnología, sociología, etc.-, muchas veces acicateadas a estudiar por la propia Biblia, no podemos dejar de ver hoy contradicciones evidentes entre los hechos detallados tal como los conocemos por diversas fuentes, y tal como se nos narran en la Biblia.

El ejemplo del Génesis

Hace unos 150 años se comenzó a poner en duda con mucha firmeza la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Quizás a la gente de hoy le resulta absurdo que se defendiera la historicidad literal del amasado del barro para crear al hombre, de la serpiente parlante y de todos los demás detalles de esas narraciones; pero lo cierto es que los primeros cuestionamientos a la historicidad fueron vistos y experimentados como un ataque a la sacralidad de la verdad bíblica, ¿cómo iba alguien a postular que la serpiente era una figura literaria, o que el conjunto de esos relatos no fueran cronicas históricas de hechos realmente sucedidos?

En 1909 se presenta a la Pontificia Comisión Bíblica la siguiente duda:

«Si [...] puede enseñarse que: los tres predichos capítulos del Génesis contienen, no narraciones de cosas realmente sucedidas, es decir, que respondan a la realidad objetiva y a la verdad histórica; sino fábulas tomadas de mitologías y cosmogonías de los pueblos antiguos, y acomodadas por el autor sagrado a la doctrina monoteística, una vez expurgadas de todo error de politeísmo; o bien alegorías y símbolos, destituidos de fundamento de realidad objetiva, bajo apariencia de historia, propuestos para inculcar las verdades religiosas y filosóficas; o en fin leyendas, en parte históricas, en parte ficticias, libremente compuestas para instrucción o edificación de las almas.» (Dubio II, Dz 2122, 30 de junio de 1909)

La respuesta es, como podemos imaginar, un escueto y rotundo «NO», nada de todo ello puede enseñarse; Génesis 1 al 3 es literal e históricamente tal como aparece en el texto.

En descargo de la ardua tarea que le tocó a la PCB en este tema, debe señalarse que en algunas dudas planteadas en el mismo conjunto de respuestas, dejaba abierta la puerta a que algunas cosas pudieran tomarse de otro modo que en un llano historicismo; por ejemplo, en la Duda V reconoce la PCB que a veces el propio texto sugiere abandonar el sentido llano en bien de un sentido metafórico o antropomórfico (Dubio V, Dz 2125, 30 de junio de 1909).

No hay duda de que en el ambiente de confusión, con una enorme mutación cultural en puertas (¡nuestros siglos XX y XXI!), con una ideología cientificista que parecía que arrollaba cualquier seriedad bíblica, la Iglesia optó por lo que parecía más lógico y sensato: defender el texto de su Biblia a rajatabla. Aunque a la larga no parece que esa haya sido la mejor estrategia posible. Pocos años más tarde, y en la profundización que los propios estudios católicos de la Biblia fueron haciendo de estas cuestiones histórico-críticas, comienzan a matizarse los decretos de la PCB de esos años, hasta que en la famosa Respuesta de la PCB al Card. Suhard (16 de enero de 1948) prácticamente señala las respuestas de los primeros años del siglo como situadas en una encrucijada histórica definida, y no opuestas "a un examen ulterior verdaderamente científico de estos problemas", es decir, como respuestas no vigentes ya...

La cuestión de la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis venía tratada en la misma respuesta con este párrafo: «La cuestión de las formas literarias de los once primeros capítulos del Génesis es mucho más oscura y compleja. Estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No puede consiguientemente negarse ni afirmarse en bloque la historicidad de estos capítulos sin aplicarles indebidamente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados.»

Esta última elaboración es de una riqueza enorme, y nos sirve también para enfocar adecuadamente la similar pregunta que podemos hacer respecto de los hechos que narra el conjunto de la Biblia, y en especial los evangelios.

Los evangelios no son biografías de Jesús

La "biografía" es realmente un modo de narrar, un género literario. Sólo tiene sentido plantearse biográficamenmte los evangelios, si ellos pretenden ser la biografía de Jesús. Pero las pocas veces en que los propios evangelios nos dicen por qué fueron escritos, no apuntan a lo propio de una noticia biográfica. Esos momentos son dos: 

-La declaración de intenciones de Juan 20,30-31

-El prólogo de San Lucas

Sobre la primera ya he hablado en otros momentos de este escrito, el segundo, en cambio, merece ser leído minuciosamente, precisamente porque Lucas, como escritor cercano a los modos helenistas de su época, nos permitirá adentrarnos en los matices que distinguen los evangelios de las "vidas de héroes" y demás géneros biográficos, tan al uso en aquellos tiempos.

«1 Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, 2 tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, 3 he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, 4 para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.» (Lc 1,1-4, trad. Biblia de Jerusalén, ed. 1998)

La traducción debe ser aquí especialmente cuidadosa, del momento en que Lucas ha comprometido en este fragmento todo su saber narrativo, sin depender de sus fuentes, como ocurre en otras partes del Evangelio, donde tiene que narrar cuidando no sólo el estilo literario sino también la fidelidad a las obras y en general tradiciones anteriores en las que se basa. En el "prólogo" habla Lucas por sí mismo, y lo hace con elegancia, en una frase muy griega, que es una única cláusula compleja, sin un punto en medio (algunos traductores, acomodando el texto a la necesidad de nuestros idiomas de frases más breves, la seccionan en dos, con lo que se pierde mucho del sabor helenístico del pasaje).

Sin embargo este sabor, que parece acercarlo al ideal de «imparcialidad» de la historiografía griega, debe ser evaluado de cerca: «Esta clase de vocabulario se encuentra, a veces, en los escritores helenísticos. Pero la composición lucana no es una imitación servil de esa literatura. Indudablemente, está en relación con los módulos estilísticos de la época, pero su lenguaje tiene una serie de matices tan peculiares, que no se puede entender sino en términos de un relato del acontecimiento Cristo.» (Fitzmyer, El Evangelio de Lucas, tomo II, pág. 13; en general me parece este comentario uno de los más recomendables para meterse en profundidad en el significado de este pasaje, y lo he utilizado ampliamente como base de mi comentario).

Siguiendo a Fitmyer habremos de constatar que san Lucas habla de integridad («todo»), exactitud («diligentemente») y exhaustividad («desde los orígenes», «desde el principio»), así como de método («por su orden»), pero ¿significa esto que su obra es de hecho, o pretende ser, una "Vita Iesus" al modo grecolatino practicado en su época? El propio Fitzmyer advierte: «en el prólogo da Lucas a esos sucesos una expresa connotación de «cumplimiento», es decir, que pertenecen a un pasado y a un presente que caen de lleno dentro de las promesas anunciadas por Dios en el Antiguo Testamento. Son, en realidad, los hechos de la historia de salvación, aunque la frase no aparezca de manera explícita en el texto.» (ibid. pág. 14)

La pérdida de estos matices entre el vocabulario que san Lucas utiliza en su prólogo, y lo que de hecho demuestra entender con ese vocabulario ha hecho que sus obras (es decir, sumando al Evangelio los Hechos), más que ninguna otra del NT, se hayan usado como si se tratara de fuentes históricas directas, y puesto que los personajes centrales en ellas son Jesús y los apóstoles, como biografías de cada uno de ellos.

La crítica del biografismo proviene de los propios evangelios

Son los propios evangelios, puestos a cuatro columnas, los que nos muestran que la lectura biografista es, en conjunto, inviable:

Mc 1,9-11, por ejemplo, nos narra el bautismo de Jesús por Juan, en apenas dos versículos, aparece lo esencial: Jesús se acerca a ser bautizado, Juan lo bautiza, y se anuncia que en ese bautismo fue a la vez ungido por el Espíritu. La escena está centrada exclusivamente en Jesús: «En cuanto salió del agua vio [Jesús] que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. 11 Y se oyó una voz que venía de los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco."» (1,10-11)

Incluso aunque supusiéramos la presencia de ciertos circunstantes ("se oyó"), ese público -ni siquiera el Bautista- no cumplen ninguna función: es la narración de lo que Jesús vio, experimentó, e incluso la voz se dirige específicamente a él ("Tú eres mi Hijo....").

San Mateo cuenta en 3,13-17 básicamente lo mismo, pero con importantes matices diferenciales: la figura del Bautista está más destacada ("discute" con Jesús para que quede claro que no es él, el Bautista, el importante), y la voz del cielo se dirige ahora a todos los presentes ("este es mi Hijo....").

San Lucas (Lc 3,21-22) ha transformado la escena en importantes aspectos: si no tuviéramos más que este evangelio no sabríamos quién bautizó a Jesús, ya que el Bautista aparece en la cárcel un versículo antes de que comience la escena (3,20), y todo está narrado en voz pasiva sin agente, o en impersonal: "cuando se bautizaba todo el pueblo, también Jesús se bautizó". La apertura de los cielos no parece algo que ocurra inmediatamente al salir del agua (como en Mc y Mt) sino luego de estar en oración. Algunos manuscritos de Lucas ponen como voz del cielo la misma que en Mc/Mt, es decir, una cita de Isaías 42,1, mientras que otros citan Salmo 2,7. En la actualidad se suele aceptar que lo correcto es Sal 2,7, pero la cosa no puede dirimirse con total certeza.

San Juan no narra el bautismo de Jesús. Se detiene muy minuciosamente en declarar el testimonio de Juan sobre Jesús, y en dar una interpretación teológica muy elaborada de la relación de Juan como precursor de Jesús (Jn 1,19-40; 3,23-36), pero sin aludir ni una sola vez al acto del bautismo de Jesús por Juan.

Naturalmente, en la actualidad estamos ya bastante acostumbrados a entender estas variaciones como acomodaciones teológicas de la narración, e incluso son precisamente esas variaciones las que más nos sirven para establecer el corpus de ideas teológicas de cada autor. Ya san Agustín, en la mencionada «De consensu evangelistarum», explicaba las diferencias entre la frase de segunda persona en Marcos/Lucas, frente a la de tercera de Mateo, como "variedad" narrativa, que permite ser un poco más explicativo, de acuerdo al público al que se dirige (C.E. II,14,31). No obstante, debemos tener presente y en claro que eso significa que no podemos tomar ninguna de las escenas como transcripción fotográfica de los hechos ocurridos, sin recurrir arbitrariamente a uno por sobre los otros tres.

Si esto se circunscribiera a algunos pocos momentos de los cuatro evangelios, podríamos suponer una fidelidad biográfica fundamental, sólo rota por alguna que otra "variante" explicativa o estilística... ¡pero es precisamente al revés! Una comparativa a cuatro columnas de los evangelios nos muestra que ni en aquellos casos en que es completamente evidente que uno narró conociendo lo que había narrado el otro, podemos encontrar una concordancia completa entre ellos en los detalles fácticos de las escenas. Cuando no es este detalle es aquel, cuando no es el orden de los hechos, es el colorido de la escena, etc, etc, etc. 

Despreocupadamente hablamos nosotros, por ejemplo, de "las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz", pero eso sólo maquilla el hecho de que cada evangelista le ha atribuido al Señor unas palabras "últimas", que para colmo faltan en los otros.... lo que no puede ser todo cierto (biográficamente) al mismo tiempo:

Mateo y Marcos: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46 || Mc 15,34) y luego un fuerte grito al expirar.

Lucas: "Padre, 'en tus manos pongo mi espíritu'" (23,46), sin mención del grito.

Juan: "Tengo sed" y "Todo está cumplido" (19,28.30), también sin mención del grito

(La tradición ha completado el número devocional de siete últimas palabras recopilando también el perdón universal ("Padre, perdónalos...") y el perdón al ladrón, que son propios de Lucas (23,34.43) y la entrega de la Madre al Discípulo Amado, que es propio de Juan (19,26,27)).

De todo esto no hacemos un conjunto biográficamente viable; por ejemplo, no puede ser cierto al mismo tiempo que "le injuriaban los que con él estaban crucificados" (Mc 15,32) y que sólo uno le injuriaba (Lc 23,39-40). Sobre esto, por ejemplo, el concordismo biografista de la antigüedad se veía bastante perplejo: San Agustín, en la mencionada obra, recurre a ejemplos clásicos y bíblicos para mostrar (bastante artificialmente) que Mateo y Marcos usaron el plural por el singular, y entonces un solo ladrón lo insultó, como dice Lucas; san Jerónimo, en cambio, opina, siguiendo a Orígenes, que los dos ladrones primero lo insultaron (registrado por Mateo y Marcos), y luego uno de ellos se convirtió (registrado por Lucas). Pero Orígenes conoce a su vez una explicación más fantasiosa: habría habido dos grupos de dos malechores cada uno crucificados con Jesús: en uno los dos lo insultaban, y en el otro sólo uno... !

Por supuesto que, puestos a imaginar, podemos admitir casi cualquier cosa, pero ¿no es más lógico, correcto y respetuoso de los textos cambiar nuestro paradigma de lectura cuando hace agua a cada nuevo paso?

¿Dónde está el límite?

Claro que esto abre una vía tan amplia, que casi puede convertirse en un socavón a los pies del lector... Si resulta que los evangelios cuentan como «hechos» elaboraciones imaginativas, teológicas o no, propias del desarrollo de sus respectivas predicaciones, ¿cuál es el límite? ¿cómo puedo saber yo qué cosas dijo e hizo  literalmente el Señor, y cuáles son frases o situaciones elaboradas, y en alguna medida modificadas, por los redactores bíblicos?

En realidad no hay un límite predefinido: o no tocamos en absoluto el texto y admitimos los hechos y las palabras de Jesús como transcripciones biográficas al cien por cien, o no hay razón para admitir arbitrariamente este pasaje pero no aquel, y esta palabra pero no aquella. Pero ya vemos que la primera no es una solución: la aparentemente devota actitud de "yo creo en los evangelios tal como están, sin hacerme cuestiones", no tiene absolutamente nada de devota, es infantilismo mezclado con vagancia. Los propios evangelios, como hemos visto, invitan a leerlos con actitud crítica y sopesando lo que leemos.

No hay un límite teórico, sino que cada pasaje, y digamos, cada palabra y hecho de Jesús puede ser leído en dos direcciones:

-Hacia la dimensión histórica: ¿es viable esa palabra en boca de un judío de esas primeras décadas de nuestra era, situado en Palestina, con tal y tal contexto religioso, social, político, etc?

-Hacia la dimensión teológica: ¿por qué, de todos los hechos y palabras posibles, este evangelista ha recogido esta palabra (o este hecho)? ¿cómo la integra en su conjunto? ¿qué aspectos van a cargo de la narratividad de esa palabra o hecho, y qué aspectos nos están presentando una propuesta de comprensión de quién es realmente Jesús?

Por supuesto, estas preguntas son sólo orientativas, en realidad, cuando nos acostumbramos a ver el texto no como una transcripción sino como el nudo desde el que se despliega el diálogo entre la memoria de Jesús (historia) y el reconocimiento creyente (teología), aunque debamos ejercer un mayor "trabajo de lectura", comprendemos que es ese precisamente el modo de encontrarnos con un Jesús que, desde el punto de vista humano, está irremediablemente a dos mis años de distancia de nosotros.

En los dos casos es necesario un compromiso colectivo de acercamiento al texto: los evangelios no fueron escritos por unos observadores individuales e imparciales sentados en una piedra a la vera de los caminos por donde andaba Jesús, sino que son el resultado de una apropiación creyente y comunitaria, ecesial, de esa memoria viva de Jesús, a la luz de la intensa experiencia de que él no era una figura del pasado, sino que estaba vivo en medio de esa Iglesia. No otra cosa es lo que -un poco crípticamente- decía la instrucción Sancta Mater Ecclesia, citada al inicio: «los apóstoles presentaron a sus oyentes los auténticos dichos de Cristo y los acontecimientos de su vida con aquella más plena inteligencia que gozaron a continuación de los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la iluminación del Espíritu de verdad».

¿Y qué ocurre si llegamos a concluir que una palabra «de» Jesús no es «de» Jesús, sino de Mateo o Marcos, de Lucas o de Juan?

Bueno, en realidad llegaremos a esa conclusión muchas veces; la exégesis actual habla con mucha naturalidad de "creaciones de" tal comunidad, o de que tal o cual dicho del Señor no puede provenir de manera directa de él. Esto confunde a lectores no del todo formados, pero se debe más bien a la vigencia del paradigma biografista, y a que, al faltar buena divulgación sobre este tema, el lector no sabe bien qué hacer con ese descubrimiento de que no todo lo que dice "del Señor" es "del" Señor.

Algunos (malos) divulgadores han abusado de esto haciendo una distinción entre lo que sería seguramente de Jesús, y por tanto dotado de su autoridad, y lo que es creación de la Iglesia, que tendría por lo tanto menor autoridad. No es así. Cuando se comprende la naturaleza real de los evangelios, se comprende también que su autoridad no aumenta cuando se acerca a lo biográfico y disminuye cuando se acerca a lo teológico, sino que su autoridad proviene siempre invariablemente de haber estado guiados por el Espíritu divino, y por tanto la autoridad es la misma tanto cuando recuerdan un dicho del Señor de manera literal, como cuando lo recrean más libremente.

Por ejemplo, en san Mateo 5,32, dice Jesús: «Yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.», mientras que san Marcos dice, en 10,11-12: «Él les dijo: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio."».

Las dos -aunque no dicen lo mismo- se presentan como «dicho del Señor», pero ¿cuál lo será? Mateo, con su excepción incrustada en medio ("excepto el caso de fornicación") rompe el ritmo de la frase, los predicadores ambulantes, como lo era Jesús, usaban moldes expresivos muy rítmicos y "pegadizos", no parece buena candidata a transcripción literal. La de san Marcos es mucho mejor en ese aspecto: una proposición perfectamente simétrica. Además el Evangelio de san Marcos sabemos que es anterior al de Mateo... pero hay un pequeño problema: en la Palestina de Jesús no existía el divorcio femenino, la mujer no se podía divorciar del varón, sino sólo el varón de la mujer, así que, o Jesús se dedicó a resolver problemas que no había, o la frase de Marcos es una variación de la sentencia de Jesús acomodada a una nueva situación en donde sí es conocido el divorcio femenino...

Ya vemos que no hay que apurarse con estas cosas. Tal vez ninguno de los dos recogió la frase que dijo Jesús, sino que en un tema delicado y siempre preocupante (antes como ahora), los dos adoptaron la mirada de Jesús (que era radicalmente antidivorcista), pero la adaptaron a las situaciones diversas de sus comunidades, uno, Mateo, por medio de una cláusula exceptiva, y el otro, Marcos, aplicandolo a una situación no tratada por Jesús.

Pero si no lo dijo así Jesús, ¿tienen autoridad Mateo y Marcos para agregarle una cláusula a la predicación de Jesús? Sí, precisamente porque -como lo elaborará muy ampliamente el evangelio de Juan- no es la memoria histórica la que rige la fidelidad de los evangelios a Jesús, sino la memoria iluminada por las exigencias actuales del Espíritu de la Verdad, que lleva a la Iglesia a la verdad completa.

Es la Iglesia inicial la que produjo los evangelios, no este o aquel escritor: los evangelios son el libro fundante de la fe de la Iglesia, como veremos en un próximo capítulo, y la Iglesia tuvo la autoridad apostólica para consignar en ellos "todo y solo lo que Dios quería", así como tiene hoy la autoridad para leerlos desde la fe e ir, quizás, más allá de la letra de esos mismos evangelios, en virtud del mismo Espíritu de la Verdad, que es quien la sigue conduciendo.

Resumiendo

-La lectura crítica de los textos no es una alternativa opcional en la lectura de los evangelios: ellos mismos la reclaman y provocan, a cada nueva época con nuevas y más perfectas herramientas de aproximación.

-Los evangelios no son biografías ni filmaciones literales de lo que hizo y dijo Jesús sino apropiaciones de la predicación histórica de Jesús (memorial) a la luz de la "inteligencia de la fe" a la que el Espíritu Santo condujo a la Iglesia luego de la resurrección del Señor.

-Los evangelios no contienen necesariamente de manera literal lo que dijo e hizo Jesús, sino que en muchísimos casos, cada uno de ellos fue muy creativo en el modo de apropiarse de esas palabras y esos hechos. La autoridad de esas apropiaciones no disminuye porque no se puedan atribuir de manera literal a Jesús.

 

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