La segunda, tercera y cuarta sinfonías de Mahler rompen con el diseño sinfónico convencional al incluir uno o más movimientos vocales y forman una gran trilogía, con una significación espiritual común - la búsqueda del compositor de una creencia religiosa duradera - y una misma fuente de inspiración: la colección de poesía popular alemana «Des Knaben Wunderhorn» ("El cuerno mágico del muchacho"), publicada en 1808. La composición de la Segunda sinfonía tuvo a Mahler ocupado desde 1888 hasta el verano de 1894. El compositor estaba animado a completar la obra para el funeral, en marzo de 1894 en Hamburgo, del director de orquesta y pianista Hans von Bülow, que había expresado gran admiración por Mahler como director de orquesta aunque lo había criticado como compositor. Para cuando llegó la muerte de von Bülow, Mahler había escrito los tres primeros movimientos, pero sólo una vez que hubo escuchado un coral basado en la oda poética Auferstehung ("Resurrección") de Klopstock, cantado en el funeral del director, encontró la manera adecuada de acabar su sinfonía, que hasta entonces había expresado su obsesión por la muerte y la futilidad de la vida. Tres meses más tarde la obra estaba completa; Mahler dirigió el estreno en diciembre de 1894 en Berlín.
Mahler proporcionó dos "programas" para la sinfonía, ambos amalgamados en la descripción que sigue. El primer movimiento es una marcha fúnebre gigantesca, más o menos en forma sonata con un proceso de desarrollo continuo. Mahler escribió:
Lo he llamado Todtenfeier ("Ritos funerales"); en él, conduzco al héroe de mi primera sinfonía a la tumba y reflejo su vida en un espejo puro. También plantea el gran interrogante: ¿Con qué finalidad has vivido? He concebido el segundo y tercer movimientos como interludios. El segundo es un recuerdo: un rayo de sol surge de la vida del héroe. Pero cuando uno despierta de este triste sueño, la vida parece no tener sentido, no es más que un fantasma temible del que uno retrocede con un grito de repugnancia.
El segundo movimiento está escrito en el estilo de un bucólico Ländler, con dos secciones que se alternan y varían cada vez (una extensión del desarrollo con variaciones del primer movimiento). Le sigue un scherzo, cuasi rondó, que es una variación instrumental expandida de la canción del Wunderhorn "Des Antonius von Padua Fischpredigt" en la que el santo, al encontrar la iglesia vacía, va al río y predica a los peces, que le escuchan absortos, pero al acabar el sermón, sin mutarse, siguen su camino. Justo antes del final hay varias explosiones estridentes y un gran climax disonante (el susodicho "grito de repugnancia").
El cuarto movimiento -del cual Mahler dijo: "la voz de la fe simple llega a nuestros oídos"- es una tierna versión del poema del Wunderhorn "Urlicht" ("Luz primitiva") para mezzosoprano solista, y conduce directamente al final:
El Juicio Final es inminente. La tierra tiembla, estallan abiertas las tumbas, los muertos se levantan y desfilan en una procesión interminable. Suenan las trompetas del Apocalipsis. Se oye un suave coro de santos y criaturas celestiales: "¡Te levantarás de entre los muertos!"
La primera parte de este vasto movimiento, puramente orquestal, reintroduce elementos del primer y tercer movimientos, salpicados de fanfarrias apocalípticas (dentro y fuera del escenario). Un gran climax acalla el estrépito; suena la última trompeta: su eco se va perdiendo en la distancia acompañado por el canto de los pájaros. El coro hace su entrada con la oda de Resurrección de Klopstock, con unos exultantes ritornelli proporcionados por la orquesta. Los dos solistas se unen al coro, con un acompañamiento que evoca la súplica de la mezzosoprano en "Urlicht" ("¡De Dios soy y a Dios volveré!"), en el punto en que las propias palabras de Mahler reemplazan a las de Klopstock. Después, la música conduce serenamente a una extática conclusión.
(del libro de la edición original)
Versión de la Philharmonia Orchestra dirigida por Otto Klemperer
Elisabeth Schwarzkopf, soprano
Hilde Rössl-Majdan, mezzo-soprano
Philharmonia Chorus dirigido por Wilhelm Pitz