Una nueva Navidad está ya a pocos días. Nuestra civilización del confort nos va alejando día a día de una experiencia pausada del tiempo; tenemos a la mano posibilidades técnicas impensables hace tan sólo unas décadas, pero a la vez sentimos cada vez con mayor fuerza la tiranía del tiempo, la aceleración del tiempo: el dominio técnico del mundo nos domina también a cada uno de nosotros.
Y si anuncia san Pablo que para la salvación "no hay judíos ni griegos, esclavos ni libres, hombres ni mujeres" sino que todos somos uno e iguales en Cristo Jesús, así también para este dominio planetario donde vamos teniendo la experiencia cotidiana de la pérdida de señorío personal, tampoco hay "judío ni griego", cristiano y no cristiano. Se oyen muchas veces voces cristianas lamentar la "pérdida del sentido de la Navidad" en medio de la vorágine de las compras y los regalos, pero esas mismas voces hablan del asunto como si le ocurriera a otros, a unos seres consumistas que pululan por ahí afuera mientras los cristianos nos reunimos a rezar y cantar al Niño-Dios...
¡Nada más falso! la pérdida del sentido de la Navidad es algo que ocurre en el seno de la sociedad cristiana, por obra de los propios cristianos. Somos cada uno de nosotros los que perdemos la Navidad cuando subordinamos nuestro tiempo interior al tiempo de la oferta y el reclamo publicitario, y ganamos la Navidad cuando conseguimos -en un esfuerzo a veces titánico- descubrir el tiempo de Dios, pausado y a medida, en medio de un tiempo cada vez más acelerado y caótico.
El mundo es como es, no lo vamos a cambiar por lloriquear lo mal que van las cosas, ni, desde luego, lo cambian las macro-reformas: es en nuestro alrededor, dentro nuestro, en el detalle mínimo, donde puede fructificar la diferencia entre adorar a un Dios portentoso y de grandes batallas y gestos, y adorar a un Niño que nació en un rincón perdido del planeta, entre uno de los pueblos más pequeños y marginales del planeta, pero que en medio de una noche igual a otras noches, de un frío diciembre, como dice el poeta
Aunque no soy quién para decir cómo deben vivir la Navidad los que me rodean, sí deseo que a pesar de tanto cristianismo vociferante anunciando el error de los demás, podamos muchos cristianos redescubrir este 24 a la noche la debilidad llena de fuerza de un Dios pausado, casi juguetón, que no se conmueve con las muestras de poder de los poderosos -a los cuales, si quisiera (y ya lo ha hecho muchas veces), los barre de un plumazo-, sino con la simpleza y serenidad de quienes saben que, pase lo que pase, todo está en sus manos, y sólo hay que hacer, como los pastores, lo que a cada uno le toca, lo mejor posible. A esos hombres, nos dice san Lucas, ama el Señor, y deseo vivamente que cada uno de los que recibe este boletín, sea contado entre ellos.
Para todo El Testigo Fiel, para todos los que lo hacen cotidianamente, para todos los que lo utilizan y difunden, una muy feliz Navidad, que el 2012 sea mejor de lo que nos auguran los periódicos, y que volvamos a seguir trabajando cada uno en lo suyo, por la construcción de un Reino que no se fabrica con grandes ladrillos sino con obra mínima y casi invisible.
Habrá tiempo en enero de contar las novedades del sitio, que como habrán visto son muchas, y que igual es lindo también descubrirlas por sí mismo, sin que yo las esté contando.
Abel Della Costa