Contra lo que espontáneamente podría deducirse, no se le ha puesto al sitio ese nombre pensando en nosotros mismos, ni en quienes los hacen, ni en quienes lo frecuentan, ni en sus visitantes ocasionales.
Ningún ser humano en la historia, excepto Cristo, puede decir de sí mismo «Yo soy el testigo fiel», porque testimoniándose a sí mismo, deja de serlo. Ni siquiera la Virgen, que gozó desde la Concepción de los bienes salvíficos que traería su Hijo, dijo de sí misma «Yo soy la testigo fiel», sino «Yo soy la esclava del Señor», y por eso es, de entre los puramente humanos, la más fiel Testigo.
Tal vez la fidelidad de un creyente se mida en el grado en que no se pone a sí mismo como regla y medida, sino que deja la medida y también la acción de medir en manos del Único al que pertenecen por derecho.
«El Testigo Fiel» es un título cristológico, y lo es esencialmente. La cita del Apocalipsis que encabeza portada le da a ese título un sentido especial:
El fragmento es un recorte de la séptima carta (Laodicea) a las iglesias del Asia Menor, la más conminatoria y urgente de las siete. Tras descubrir nuestra verdad más íntima («tú dices 'soy rico'... y no te das cuenta que eres un degraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo»), tras conminar con la sentencia más extrema («puesto que eres tibio... te vomitaré de mi boca»), tras exhortar a una radical conversión («sé, pues, ferviente y arrepiéntete»), en una andanada de creciente terror, el propio Testigo nos amenaza: «Mira que estoy a la puerta y llamo».
¿Qué pensar, qué esperar de esto? ¿Vendrá ya a segarme y arrojarme con la mala hierba? De fondo resuenan los patéticos acordes iniciales de la 5ª Sinfonía de Beethoven: el Destino que golpea la puerta y yo que no quiero abrir para no enfrentarme al instante decisivo...
Pero de manera inesperada la carta se resuelve en uno de los momentos de mayor ternura del Nuevo Testamento:
«Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.»
Es este gesto de íntima amistad, esta serenidad de compartir sin estar pendientes del reloj, esta sencillez que en su vida terrena acercaba a Cristo a los pecadores y escandalizaba a los que decían de sí mismos «yo soy fiel», lo que deseamos intentar en este portal.
Tal vez en este contexto se nos admita 'forzar' un poco el texto del Apocalipsis y decir que el adjetivo «fiel» no se refiere tanto al carácter de Testigo, sino a la constancia con que Cristo espera tras la puerta para llamar; a ese cariño tierno por cada uno de nosotros, que le hace olvidar a cada minuto que hace años que nos está esperando:
-Oí tu voz, ¿hace mucho que esperabas...?
-¡Qué va! Recién llego, pon la mesa que traje un Vino Nuevo para que bebamos juntos.