Cuando David asume el trono de Judá, y luego del resto de Israel, hacia el 1000 aC, la forma de gobierno de la joven nación bíblica no está en absoluto estabilizada ni definida. El reinado de Saúl había resultado ser no más que un gobierno de transición entre el caudillismo de los grupos tribales del período de los "jueces", y la unificación de este pueblo en un centro firme de poder real. Con David, en cambio, pocos quedaron con dudas de que la monarquía había llegado para quedarse, y que el futuro de Israel estaba ligado a esta casa reinante.
Sin embargo, la personalidad fuerte del Rey, la cantidad de facciones que convivían en palacio, y las tensiones que provocaban aquellos grupos tribales, que veían reducida su antigua autonomía, no dejaban entrever claramente lo que podría ocurrir a la muerte de David, cuando es él mismo quien dilata el resolver la cuestión. Podemos ver hoy que esto puede ser parte de una estrategia política audaz: dejar que de a poco vayan desapareciendo las aspiraciones políticas centrífugas e ir creando conciencia de la necesidad de aceptar un modelo de monarquía dinástica, por sucesión familiar, en contra del modelo carismático por el que el propio David llegó al trono.
En esa encarnizada lucha, una mujer tiene un papel central, una figura atractiva e intrigante: Betsabé, la madre de Salomón.
La Biblia dedica a ella cuatro historias:
Su nombre ha quedado unido a la intriga y la doblez, donde la inflamadora belleza de esta mujer corre pareja a la peligrosidad de las pasiones que es capaz de despertar.
No sabemos de ella nada más que las migajas que el escueto relato bíblico nos deja aquí y allí: se nos dice que es esposa de Urías, el hitita, uno de los "valientes de David", es decir, perteneciente a su cuerpo personal de guerreros, que lo habían apoyado en sus luchas por acceder al trono. También es llamada "hija de Eliam", por lo que, si este "Eliam" es el mismo que aparece en las listas de "valientes de David", también por su casa paterna estaría ligada a este cuerpo de élite.
No hay duda de que no es una rústica campesina, como pretendería presentarnos cierta mirada romántica y dieciochesca, ya que su casa está situada a la vista del palacio real.
El relato de la seducción no nos aclara demasiado, pero puede suponerse la picardía del narrador en una nota aparentemente innecesaria: 1 Samuel 11,4 nos dice que el momento en que el Rey queda prendado de ella era cuando ella "acababa de purificarse de la reglas". Esta "nota incidental" es sentida por muchos exégetas como un detalle sobrante, ya que el lector ya sabe que el padre del hijo que nacerá es David, puesto que ha leído la escena; sin embargo, es posible que el relato pretenda decir un poco más que la paternidad del niño que nacerá: si sabemos que la purificación duraba ocho días, Betsabé está tomando su baño el día doce de su ciclo femenino, es decir, cuando las probabilidades de quedar embarazada son altas: ¿acaso se nos esté sugiriendo que el encuentro, casual por parte de David, no fue en absoluto azaroso por parte de la propia Betsabé? No lo sabremos nunca, pero a la vista del comportamiento intrigante de esta mujer en el resto de las historias, estaríamos tentados a creer que la astucia puesta en juego fue de la mano con la belleza de su cuerpo.
Sea como sea, Betsabé no ha cautivado sólo a David, sino a otros hombres que han penetrado en la Biblia no con la mirada científica y fría del exégeta, sino con la más audaz del artista. La escena del baño de Betsabé, y en particular el "motivo de la carta", se halla presente en cuadros de diversos pintores y épocas.
Trataremos de encontrar esa mirada, ese punto que hace de Betsabé el lugar donde los torcidos planes del hombre sirven, por una providencia histórica imposible de volcar en palabras, como punto en el que se insertan y se realizan los planes de Dios.