La Cena en Emaús 1648 |
Lucas 24,28-31
Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado." Y entró a quedarse con ellos.
Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.
Lo reconocieron al partir el Pan, al igual que nosotros lo reconocemos día tras día en ese mismo gesto.
La progresión dramática de la escena está tan magistralmente tratada por San Lucas, que el pintor no se detiene en ella, sino más bien en el contraste entre la luz que Jesús proyecta sobre la estancia y los personajes, y ese reconocimiento que aún no se ha producido, y que el espectador puede ya anticipar en las manos de Jesús que están partiendo el pan.
Algo les está ocurriendo a estos discípulos (elocuente mirada del joven, casi perdido en lo que percibe y no alcanza a entender), que justificará que surja posteriormente en ellos la constatación: «¿acaso no ardía nuestro corazón?»
Se produce así un cierto desfasaje entre lo que sabemos los espectadores y lo que saben los personajes (la mujer de espaldas al cuadro, por ejemplo, está todavía probablemente hablando de los sucesos de Jerusalén), que recupera el dramatismo de la escena sin quitar el aura estática y sagrada de la composición.