El belén, aunque apareció tardíamente en nuestras tradiciones populares (es sabido que se le atribuye a San Francisco de Asís el haber introducido la representación del nacimiento), forma parte de manera completamente indisoluble del imaginario religioso cristiano. Dondequiera se evoque nuestra fe, no sólo se nos representan imágenes de la Cruz, sino también de la gruta, los animales y su pesebre, María y José, los pastores, los reyes, la estrella...
Aunque todos estos elementos aluden a circunstancias de una historia concreta, la historia del nacimiento de Jesús, tal como la conocemos por sus dos principales narradores -Mateo y Lucas-, en el imaginario cristiano no son tanto retazos de una historia en el sentido frío y objetivo del término, cuanto retazos de una memoria mistérica que cada generación cristiana intenta recuperar evocándolos, la memoria de un acontecimeinto en el cual me encuentro de alguna manera incluido y como identificado: somos personajes de ese Belén interior.
Así lo ha sentido de manera unánime la tradición del arte occidental durante algunos siglos, ese arte cristiano que tenemos tan prendido a la pupila, que en cuanto pensamos en "arte", nos surgen sus nombres, sus colores, sus conocidas obras, Fra Angelico, Giotto, Miguel Angel... no hace falta que nombre a más, ya todos nos hemos representado nacimientos, Madonnas, Adoraciones de los Reyes o de los pastores, etc.
Plantearme una exposición virtual en la línea de las anteriores pero tomando como tema la escena de Belén tenía para mí un riesgo: es que los pintores no han retomado los textos bíblicos, sino ese "belén interior" de doce, trece, catorce siglos de vida cristiana; no representan la Adoración de los Magos de San Mateo, ni la de los Pastores de San Lucas, no los animales cantados por Isaías, ni la llamada a Egipto anunciada por Oseas; el arte occidental ha hecho una síntesis propia, rica, catequética y bella, acerca del Nacimiento, le ha dado densidad de imágenes al despliegue de las palabras bíblicas; y ha compuesto, por tanto, un "Evangelio de infancia" nuevo, que ya no es exactamente ni el de Mateo ni el de Lucas, donde los pastores conviven con los reyes, y los ángeles se pasean por la escena como si de hermanos de la familia se tratara; donde el "portal de Belén" tiene la forma ya de un ruinoso edificio del siglo XV, de un establo, o el hogar cálido y acogedor de la gente del pueblo.
En el siglo I María y José golpearon a las puertas y no había posada; en los siglos XIV, XV, XVI, ya los habían recibido, les habían abierto las casas y los corazones, por lo que la representación del Belén, aunque aludiera a los mismos relatos, hablaba de nuevas realidades: enseñaba a amar y a acoger al Niño, a llenar de calor, luz y ángeles la estancia de cada casa.
Que tengan todos los que visiten esta exposición una grata experiencia poética
En el principio moraba el Verbo, y en Dios vivía, en quien su felicidad infinita poseía. El mismo Verbo Dios era, que el principio se decía; él moraba en el principio, y principio no tenía. El era el mismo principio; por eso de él carecía.
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El Verbo se llama Hijo, que del principio nacía; hale siempre concebido y siempre le concebía; dale siempre su sustancia, y siempre se la tenía. Y así la gloria del Hijo es la que en el Padre había y toda su gloria el Padre en el Hijo poseía.
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Como amado en el amante uno en otro residía, y aquese amor que los une en lo mismo convenía con el uno y con el otro en igualdad y valía.
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