Parece que los tiempos están ya en sazón como para que en la Iglesia se pueda considerar de una nueva manera el acceso a la comunión sacramental.
El arzobispo de Friburgo (y primado del país), en una carta pastoral de la que hay fragmentos en italiano en La Stampa, habla de tender la mano hacia la inclusión de los divorciados con nueva unión:
«Se trata de hacer visible la actitud humana y respetuosa de Jesús en contacto con las personas divorciadas y con aquellos que han decidido casarse en una ceremonia civil»
No trae el periódico cuáles son las condiciones de acceso (que las hay), pero en todo caso en ningún momento pretende tocar la indisolubilidad matrimonial, sino entrar a la comunión por otro lado.
La cuestión me moviliza por tres motivos:
-Porque creo que hemos circunscripto la comunión sacramental a la pureza moral; y aunque es cierto que ese es un aspecto: su intangible santidad, hemos dejado de lado otro aspecto no menos importante: ser remedio para el viaje de esta vida, fuerza para un camino lleno de dificultades y piedras.
Estoy íntimamente convencido de que Jesús no le hubiera negado la comunión sacramental a ningún pecador, por muy público que fuese, como no se la negó a Judas, el que lo había de traicionar, ni a Pedro, el que lo iba a negar.
-Porque manifiesta un aspecto de la comunión episcopal que volvía a despuntar en el Concilio Vaticano II, pero que los últimos años habían ido ocultando más y más: hay muchas decisiones que pueden tomar los obispos para su diócesis, sin apoyarse cobardemente en las faldas de Papá.
Quienes tengan ganas, lean la cuestión de cuando el papado no era aun centralista, y el papa san Victor I quiso dar un golpe sobre la mesa con el asunto de la fecha correcta para celebrar la Pascua: http://eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2604. Es muy buena la respuesta al papa del obispo de Asia Polícrates: «Nosotros, pues, celebramos intacto este día, sin añadir ni quitar nada. Porque también en Asia reposan grandes luminarias... [...]... yo, con mis sesenta y cinco años en el Señor, que he conversado con hermanos procedentes de todo el mundo, y que he recorrido toda la Sagrada Escritura, no me asusto con los que tratan de impresionarme...»
Me parece que la Iglesia está suficientemente madura para volver a aprender la lección de los primeros siglos: la autoridad de Romaa debe estar en la persuación, no en la imposición, y los obispos tienen la suficiente autonomía como para tomar decisiones disciplinares muy amplias.
En fin, es una opinión, pero es uno de los aspectos que más me agradó d ela noticia.
-El tercer aspecto que me toca es que me impresiona y llena de tristeza leer algunas opiniones de católicos en foros, donde hablan directamente de irse de la Iglesia por admitir esto, o citan -fuera completamente de su sentido- la frase de Jesús de no dar "las cosas santas a los perros"... ¡y defienden la santidad eucarística con ese lenguaje acerca del prójimo!
La nota en http://www.lastampa.it/2013/10/08/
esteri/friburgo-s-alla-comunione-ai-divorziati-juh88wEzzwBVb6FFQ7Fg1L/pagina.html
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«Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas a quien se refugia a tu diestra.» (S 17)
Me complace esta iniciativa, que no por ser llamativa para muchos es menos discreta, ya que supone ciertas condiciones, no a la misericordia de Dios, sino que probablemente está dirigida esta decisión a muchos cristianos verdaderamente fervientes que no han sabido o podido realizar el matrimonio ideal cristiano.
Hay que tener en cuenta que esta decisión no pone en tela de juicio, en absoluto el ideal del matrimonio cristiano, que supone una unión como la de Cristo con su Iglesia, una unidad que no depende tanto de normas legales como de un amor vivo y auténtico que realiza y consagra la unidad que es un don de Dios fundamentalmente. Y los cristianos fallamos a esta unidad del amor divino en nosotros en muchas formas diferentes... si a causa de cualquiera de ellas se nos excluyera de la Eucaristía... pocos podríamos acercarse a la Comunión del Cuerpo de Cristo. Y con eso no quiero decir que la Eucaristía deba repartirse como confites... al contrario, nunca seremos demasiado conscientes de la belleza y la profundidad sagrada del Misterio que la envuelve.
No me siento "liberal", pero sigo creyendo que ante muchas cuestiones que no acaban de ser perfectamente claras, ante la duda, la opción por la misericordia es lo más deseable.
¿A quién iremos, Señor? Solo tú tienes palabras de vida eterna
Ojalá sea realemente el inicio de algo nuevo...
Personalmente también creo que Jesús nunca habría negado el acceso a su persona a nadie, por pecador que fuese (no en vano se le acusaba de comer con publicanos y prostitutas), pero creo que una decisión así no puede ser tomada por un obispo sin tener en cuenta al resto de la Iglesia...es algo de muchísima más trascendencia que simplemente el hecho de que en su diócesis se comulgue de pie o de rodillas.
Habría que conocer las condiciones, pero me parece que muchas cosas tendrían que cambiar para llegar a este paso, ya que afecta a muchos aspectos muy importantes: sacramentos del matrimonio, eucaristía y confesión, quizá también a cuestiones relacionadas con la doctrina del pecado (fundamentalmente con el pecado mortal y con los llamados "pecadores públicos")...no sé, me parece un tema de demasiado calado como para que un obispo tome una decisión por su cuenta y riesgo.
Un abrazo.
P.D. Ni que decir tiene que determinadas reacciones violentas en determinados foros, hablando de perros, herejes y cismáticos (los que amenazan con el cisma son ellos), se parecen mucho a las de los fariseos y escribas del tiempo de Jesús.
El anterior mensaje era mío.1
Yo creo que es bueno que los obispos actúen en muchas cosas con más independencia de lo que lo hacen. Es que desde hace unos siglos se fue acentuando más y más el carácter de "funcionarios de Roma en provincia", algo totalmente fuera del carácter episcopal.
Y la culpa no es sólo del centralismo romano: los mismos obispos se sacan responsabilidad de encima diciendo "esto no me compete, que decida Roma".
Cité el otro día la cuestión de los "cuartodecimanos", es decir, de los obispos que celebraban la Pascua el día 14 de Nisán, cayera cuando cayera, en vez de hacerlo el domingo, como era práctica en Roma y en otras iglesias de Occidente. Eso se terminó de resolver (a favor de los "dominicales") recién en el siglo IV, en el concilio de Nicea, pero la disputa había abarcado desde el siglo II entero hasta entrado el IV, con discusiones a veces más suaves y otras más fuertes, machadas, golpes en la mesa, excomuniones mutuas, etc.
Uno de los implicados en la disputa fue nada menos que san Policarpo (m ~160), que como buen obispo asiático, era cuartodecimano. De él cuenta Eusebio (Historia Eclesiástica, V,24,16) lo siguiente:
«...hallándose en Roma el bienaventurado Policarpo en tiempos de Aniceto [...], ni Aniceto podía convencer a Policarpo de no observar el día [14 de Nisán] -como que siempre lo había observado, con Juan, discípulo de nuestro Señor, y con los demás apóstoles con quienes convivió-, ni tampoco Policarpo convenció a Aniceto de observarlo, pues este decía que debía mantener la costumbre de los presbíteros antecesores suyos. Y a pesar de estar así las cosas, mutuamente comunicaban [ekoinonesan: estaban en koinonía] entre sí, y en la iglesia Aniceto cedió a Policarpo la celebración de la eucaristía, evidentemente por deferencia, y en paz se separaron el uno del otro...» (carta de Ireneo al papa Víctor)
Perdona la prolijidad de la cita fuera de tema, pero no puedo resistir a la emoción que me producen estos textos...
Sinceramente, aunque la cuestión de la comunión de los que están en uniones matrimoniales irregulares es importante, no creo que sea más importante que la cuestión de si la resurrección del Señor debe celebrarse el 14 Nisán (su fecha histórica), o en domingo (su fecha mística). Son dos cuestiones disciplinares, pero graves, las dos implicaban visiones distintas acerca del modo de llevar a vida cotidiana la fe. Quizás nos parece la de la comunión de los irregulares más grave porque la tenemos más cerca y la otra resuelta, y porque somos más sensibles a las cuestiones morales que a las cultuales; pero se trata de una mayor gravedad solo relativa.
Creo yo que si la Iglesia pudo a lo largo de la historia tantas veces soportar diferencias entre las prácticas religiosas de distintas sedes episcopales, y no romper por ello la unidad, sino al contrario, avanzar de a poco en una profundización de los problemas, precisamente a partir de la práctica diversa, también puede hacerlo ahora, y con ello ayudar a retomar una forma de vivir el episcopado más seria y profunda que la de la lógica funcionarial.
Y esto precisamente en algo que toca a la autoridad de los obispos, que no es de fe sino de prácticas, por muy grave que sea el tema.
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«Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas a quien se refugia a tu diestra.» (S 17)
Hola. No había leído aun este hilo y me gusta el tema, porque no solo atañe a la cuestión aportada sobre el permiso de la comunión de los conyugues católicos que han fracasado en anterior matrimonio, sino que también ha derivado en la aparente "novedad" de que un obispo cualquiera tome decisiones que en los últimos tiempos, como señala Abel, cada vez se delegaban más a Roma. No ya al Papa, sino a los diversos dicasterios curiales, con sus "especialistas".
Me ha hecho recordar que en los momentos en que se comenzaba a implantar las reformas litúrgicas actuales, (dejando a parte ciertos excesos inadecuados y provenientes de caprichos personales), muchos fieles se sentían desconcertados ante la novedad de algunas de ellas. Siendo las reacciones extremadas el cisma, como sabemos. Aunque no era de sorprender porque es sabido que todos los Concilios, necesarios para solucionar cuestiones importantes, también han dado como resultado diversos cismas. Por desgracia, también sucedió con el Vaticano II.
En cuanto a las novedades que Roma deseaba implantar, en la mayor parte eran eran más bien un retorno a la fuentes litúrgicas. En algunas cosas no se pudo conseguir, en otras sí. Como es natural, para introducir las reformas, no se hizo repentinamente. Lo que se solía hacer era que desde Roma se pedía a algunos lugares eclesiales que pusieran en práctica una iniciativa concreta, simplemente para ver la "respuesta" de los fieles a ella, antes de intentar implantarla en la Iglesia universal. (El caso concreto que yo conozco es el de la Comunión en la mano) Por supuesto, estas innovaciones daban lugar a acusaciones y denuncias dirigidas a Roma u Obispos de "irregularidades litúrgicas". De est sondeo se podía calibrar la conveniencia de su implantación en la Iglesia universal. Una manera de hacer, a mi parecer, muy razonable.
¿Se han dado cuenta que justo en estos pasados meses, en seguida de la decisión de ese Obispo mencionado, el Papa haya puesto sobre el tapete el tema de la "familia"? Si la decisión de dar bajo correctas condiciones la comunión a divorciados vueltos a casar es acogida por una buena parte de los fieles con alivio, aunque haya los de siempre poniendo el grito en el cielo, porque el Espíritu Santo, mediando el "sensus fidei" eclesial (se escribe así?) es posible que tenga mucho a decir... Porque, a mi ver, no se trata de diluir la moral cristiana, ni de minimizar la importancia de la participación en la Eucaristía, sino del ejercicio de la misericordia, en esta sociedad en que la evolución de las formas de vida familiar es tan generalizada que afecta ineludiblemente también a los cristianos.
En realidad la generalidad de los cristianos seguimos necesitando una catequesis correcta y mucho más madura, que nos permita vivir y discernir fundamentados esencialmente en la Caridad, educar nuestra sensibilidad y nuestra consciencia para vivir el Misterio y significado profundo de los Sacramentos, de todos los Sacramentos. Realizar cada uno de nosotros el misterio de Cristo y la Iglesia de una manera a la vez personal y comunitaria. La vida con la comunidad cristiana no debe anular nunca la vivencia personal y única de cada persona con Cristo. Pero igualmente, la verdadera vida en Cristo conlleva necesariamente la apertura del corazón a los demás, como hermanos y herederos de una misma herencia filial, en Cristo Jesús. No es cosa de perfeccionismos, ya que precisamente porque somos pecadores y débiles, conscientes de ello, dejar que Cristo rompa el duro caparazón de nuestros egoismos y cerrazones y sentir siempre la sed de ir más y más al fondo en nuestro compromiso cristiano. No como un deber ineludible, oneroso y difícil, sino sintiéndonos profundamente honrados de haber sido invitados al gozo y la paz del Banquete del Cordero: Es el Espíritu Santo, fuente de Amor y de paz, el que nos dará la fortaleza que necesitamos para revestir el blanco vestido de bodas.
"Gozo y paz en tu presencia, Señor; y a tu lado, maravillas por siempre..."
¿A quién iremos, Señor? Solo tú tienes palabras de vida eterna