Desde sus tiempos como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio vincula la Misa de la Cena del Señor, en la tarde del Jueves Santo, con un lugar ligado a la dignidad de las personas. En Argentina iba ese día a hospitales o a repartos de maternidad y lavaba los pies también a bebés. Este año se ha desplazado hasta el módulo femenino de Rebbibia, una prisión a las afueras de Roma, que también visitó en 2015.
Desplazándose en silla de ruedas, Francisco de 87 años ha lavado y besado los pies a un grupo de doce reclusas de las 360 mujeres que cumplen condena en esta cárcel, la más grande dedicada a mujeres de Italia, así como una de las más grandes de Europa.
Las mujeres, de diferentes países y confesiones religiosas —sentadas en una plataforma— han recibido el gesto del lavatorio de los pies por parte del Papa entre lágrimas. Ante ellas ha subrayado: «Jesús no se cansa jamás de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón». Por eso ha invitado a los presentes a pedir «la gracia al Señor de pedir perdón. Él nos espera y no se cansa jamás de perdonar», ya que el «Señor espera siempre con los brazos abiertos». «Lavar los pies es un gesto que nos llama la atención sobre la vocación del servicio: pidamos al Señor que nos haga crecer en esta vocación del servicio», ha dicho el Papa.
En una breve homilía, totalmente improvisada, Francisco ha destacado que «en este momento de la cena hay dos episodios que llaman la atención». Por un lado, el lavatorio de los pies de Jesús, en el que «Jesús se humilla» y «con este gesto» hace entender «lo que Él había dicho, que no he venido para ser servido sino para servir; nos enseña el camino de servicio». El otro episodio «triste» que ha subrayado el Pontífice «es la traición de Judas, que no es capaz de llevar adelante el amor y le lleva a hacer una cosa fea. Pero Jesús perdona todo, Jesús persona siempre, solo es necesario que nosotros pidamos el perdón».
Las mujeres presas a las que ha lavado los pies son de diferentes edades y nacionalidades, pero el Vaticano no ha dado más información de ellas. Según ha informado en una entrevista con Vatican News, el capellán de la prisión, Andrea Carosella, se habían preparado a conciencia para la visita del Pontífice durante la Cuaresma.
«Aquí hay mujeres con historias muy diferentes de pobreza, penuria, dificultad —dijo— pero todas sufren la separación de sus seres queridos; algunas incluso ya no tienen contacto con sus familiares, por lo que fuera de prisión se encuentran completamente sin puntos de referencia. Otras son madres, incluso de niños muy pequeños, y no poder vivir con ellos es un gran dolor. Aquí, en prisión, diría que se recupera la conciencia de las relaciones con los niños, pero también el significado de estas relaciones. En ese momento, el encuentro y el diálogo se vuelven fundamentales», ha asegurado.
El único niño que vive en prisión junto a su madre es un pequeño de 3 años, a quien el Papa ha regalado un enorme huevo Kinder. Francisco también ha entregado a las presas un cuadro de la Virgen. Ellas, por su parte, han regalado al Papa productos realizados por ellas mismas en el huerto y talleres del centro penitenciario.
Por su parte, el maestro de las Ceremonias Litúrgicas Pontificias, el sacerdote italiano Diego Giovanni Ravelli, ha pronunciado la plegaria eucarística.