Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy, el Evangelio de la Liturgia nos habla del milagro de los panes y los peces (cfr. Jn 6,1-15). Un milagro, es decir, un “signo”, cuyos protagonistas realizan tres gestos que Jesús repetirá en la Última Cena. ¿Cuáles son estos gestos? Ofrecer, dar gracias y compartir.
Primero: ofrecer. El Evangelio habla de un muchacho que tiene cinco panes y dos peces (cfr. Jn 6,9). Es el gesto con el que reconocemos que tenemos algo bueno que dar, y decimos nuestro “sí” incluso si lo que tenemos es demasiado poco con respecto a lo que se necesita. En la Misa, esto se subraya cuando el sacerdote ofrece sobre el altar el pan y el vino, y cada uno se ofrece a sí mismo, su propia vida. Es un gesto que puede parecer poca cosa si pensamos en las inmensas necesidades de la humanidad, al igual que los cinco panes y los dos peces ante una multitud de miles de personas; pero Dios hace de él la materia para el milagro más grande que existe: aquel en el que Él mismo, ¡Él mismo!, se hace presente entre nosotros, para la salvación del mundo.
Y así se comprende el segundo gesto: dar gracias (cfr. Jn 6,11). El primer gesto es ofrecer, el segundo, dar gracias, esto es, decirle al Señor con humildad, pero también con alegría: “Todo lo que tengo es don tuyo, Señor, y para agradecértelo solamente puedo devolverte lo que Tú me has dado primero, junto con tu Hijo Jesucristo, añadiendo lo que puedo”. Cada uno de nosotros puede añadir algo. ¿Qué puedo darle al Señor? Quien es pequeño, ¿qué puede dar? Su pobre amor. Puede decir: “Señor, te amo”. ¡Nosotros somos pobres, nuestro amor es tan pequeño! Pero podemos dárselo al Señor, y Él lo acoge.
Ofrecer, dar gracias, y el tercer gesto es compartir (cfr. Jn 6,11). En la Misa es la Comunión, cuando juntos nos acercamos al altar para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo: fruto del don de todos transformado por el Señor en alimento para todos. El momento de la Comunión es un momento muy hermoso que nos enseña a vivir cada gesto de amor como un don de la gracia, tanto para quien da como para quien recibe.
Hermanos, hermanas, preguntarnos: ¿yo creo verdaderamente, por gracia de Dios, que tengo algo único que donar a los hermanos, o me siento anónimo, “uno entre muchos”? ¿Poseo un bien que puedo donar? ¿Agradezco al Señor los dones con los que continuamente me manifiesta su amor? ¿Vivo el compartir con los demás como un momento de encuentro y enriquecimiento recíproco?
Que la Virgen María nos ayude a vivir con fe cada Celebración eucarística, y a reconocer y gustar todos los días los “milagros” de la gracia de Dios.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Aseguro mi oración por las víctimas del deslizamiento de tierras que arrolló un poblado en el sur de Etiopía. Estoy cerca de esta población que sufre tanto y de todos los que la están socorriendo.
Y mientras en el mundo hay tanta gente que sufre calamidades y hambre, se siguen fabricando y vendiendo armas y se queman recursos para alimentar guerras grandes y pequeñas. Este es un escándalo que la comunidad internacional no debería tolerar, y que contradice el espíritu de fraternidad de los Juegos Olímpicos que acaban de comenzar. No lo olvidemos, hermanos y hermanas: ¡la guerra es una derrota!
Hoy se celebra la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, con el tema “En la vejez no me abandones” (cf. Sal 71,9). El abandono de los ancianos es, de hecho, una triste realidad a la que no debemos acostumbrarnos. Para muchos de ellos, sobre todo en estos días de verano, la soledad puede convertirse en un peso difícil de soportar. La Jornada de hoy nos invita a escuchar la voz de los ancianos que dicen: “¡No me abandones!”, y a responderles: “¡No te abandonaré!”. Reforcemos la alianza entre nietos y abuelos, entre jóvenes y ancianos. ¡Digamos “no” a la soledad de los ancianos! Nuestro futuro depende mucho del modo en que los abuelos y los nietos aprendan a vivir juntos. ¡No olvidemos a los ancianos!¡ Y un aplauso para todos los abuelos, para todos!
Saludo a todos los romanos y peregrinos venidos de varias partes de Italia y del mundo. En especial, saludo a los participantes en el Congreso General de la Unión del Apostolado Católico; a los chicos de la Acción Católica de Bolonia y a los de la Unidad pastoral Rivera del Po–Sermide, en la diócesis de Mántua; al grupo de jóvenes de la diócesis de Verona; y a los animadores del Oratorio “Carlo Acutis” de Quartu Sant’Elena.
Envío un saludo a cuantos participan en la conclusión de la fiesta de la Virgen del Carmen en Transtíber: esta tarde tendrá lugar la procesión de la Virgen por el río Tíber. ¡Aprendamos de María, nuestra Madre, a poner en práctica el Evangelio en la vida cotidiana!
He oído antes un canto neocatecumenal… ¡luego me gustaría volver a escucharlo!
Les deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!