Valencia sigue despertando del shock. Emma recuerda que su abuela tenía marcado en el azulejo de su casa hasta dónde llegó el nivel del agua en la devastadora riada que sufrió Valencia en 1957. Pero nunca se hubiera imaginado que las entrañas de la ciudad se volverían abrir de la misma forma estos días con la sacudida de la peor DANA del siglo. Su hermana Pilar, tampoco. Son dos de las voluntarias que se han calzado unas botas y agarrado escobas para ir a ayudar a La Torre, una de las zonas más humildes de los poblados del sur de Valencia y la puerta de entrada al epicentro de la tragedia.
Antes de poder llegar a la zona, cientos de coches se acumulan en las rotondas paralelas al río para poder cruzar al otro lado de la V-30, donde pasa el Turia, que es actualmente la franja a partir de la que la ciudad se convierte en una distopía. A un lado, la vida transcurre con normalidad mientras que al otro se suceden escenas de completa devastación. Los cortes y el tráfico en la avenida de les Tres Creus impiden cualquier acercamiento y las masas de voluntarios y afectados acuden a pie en caminatas de más de 30 minutos. Es común encontrar caras desencajadas que pasan el puente en dirección a Valencia, algunas familias que cargan en carros de la compra todo lo que pueden a cuestas. Hay consternación. Y la sensación de estar saliendo de un letargo. Tras cruzar del lado crítico, una mujer que venía caminando desde Catarroja con sus hijos pregunta por una dirección. Se le quiebra la voz. «No vayáis. No os imagináis lo que hay ahí». Ha visto a personas pelearse con navajas por comida y agua y está completamente consternada.
La masa de gente avanza, como hormigas sobre la herida de una catástrofe, por un paso elevado al lado de la carretera que conecta Valencia con los pueblos del sur. La parroquia Nuestra Señora de Gracia de La Torre se encuentra justo al otro lado. Desde primera hora han estado achicando el agua que quedaba y este jueves después de comer decenas de voluntarios seguían sacando lodo del baño, la sacristía y los despachos de la iglesia, además de calibrar los daños del inmobiliario. El templo acababa de ser restaurado después de mucho esfuerzo y quedó completamente anegado.
Salva, el párroco, tiene la mirada conmovida y no cesa de dar las gracias. No sabe de dónde ha salido tanta gente. Tuvo suerte. Vio cómo el agua entraba en el barrio desde el puente y un conductor advirtió a todos los coches que estaban que bajar a la zona era muy peligroso. «Gracias a esta persona que nos avisó y vino, porque si hubiese bajado yo hubiera sido uno más dentro de los coches que han quedado amontonados», alude. Lo primero que le invadió al ver en primer persona lo que estaba sucediendo en martes por la tarde fue una sensación de incredulidad.
Pero hace una doble lectura. «En primer lugar, ha sido una desgracia, una catástrofe de primera magnitud para un barrio humilde y de personas trabajadoras y mayores viviendo en plantas bajas. Nada ha quedado en pie. Pero este también es un llamamiento. Es la gran oportunidad para el amor, la gran oportunidad para la solidaridad, dar lo mejor para el otro. Hoy estamos todos tirando del mismo carro y ayudando sin mirar a quién». Su tono está completamente sobrecogido.
Este jueves encontraron siete cadáveres en un garaje de La Torre y Salva sigue consternado por la muerte de un feligrés muy asiduo y muy querido. Era paralítico y murió ahogado en su domicilio, un bajo. Sin embargo, a pesar de las lágrimas, abundan este jueves los abrazos, los ánimos y la disponibilidad.
La comunidad de la parroquia está muy unida por el retiro de Emaús y han trabajado a contrarreloj organizando grupos de voluntarios para convertir el lugar en un punto estratégico de reparto de comida y alimentos en coordinación con el Ayuntamiento y los bomberos. La dedicación de alrededor de 60 personas junto con Protección Civil, bomberos y la Policía Local, han hecho posible que delante del altar y debajo del rosetón del Espíritu Santo en forma de paloma se haya instalado un circuito de mesas con ropa de todas las tallas, abrigos, pañales, toallitas, bocadillos, leche, medicamentos etc.
Este viernes por la mañana ha vuelto a abrir sus puertas a primera hora para poder repartir bienes de primera necesidad a todas las personas del sur de Valencia que siguen sin agua, sin poder cocinarse ni acceder a productos básicos por el grave destrozo de los establecimientos. Mientras, sigue la búsqueda de los desaparecidos y la cifra de fallecidos asciende por momentos. «Las pérdidas humanas son las que realmente afectan, porque sabemos que con las pérdidas materiales iremos saliendo adelante, con ayudas y más en este barrio. Es desolador por las personas que han fallecido de una forma tan dura», añade Salva.
Ya caída la noche, las linternas emprenden el camino de vuelta a Valencia y prosiguen las labores logísticas para dar una mejor asistencia al día siguiente. En esta parroquia están lanzando avisos diarios para las labores de limpieza y organizando los turnos de reparto de comida. Una voluntaria que lleva toda la tarde volverá este viernes junto con su marido y más amigos. Avanzando sobre el Turia, con la ropa llena de lodo, cansancio e impresión, recuerda una estrofa de la canción Al otro lado del río de Jorge Drexler. La ha tenido en la cabeza todo el día: «Clavo mi remo en el agua, llevo tu remo en el mío. Creo que he visto una luz, al otro lado del río».