Seguiremos caminando, construyendo, animándonos, equivocándonos, cayendo y levantándonos. Pero, eso sí, juntos, así lo bueno será el doble de bueno y, lo malo la mitad de malo. Es lo que tiene la sinodalidad. Multiplica lo bueno y divide lo malo.
Hace tiempo que dejamos de ser compartimentos estancos en un submarino, para sentirnos compañeros de camino pisando charcos juntos, y buscadores de estrellas alzando los ojos al universo. Porque la sinodalidad, si se queda en una experiencia de Iglesia, perderá su sentido como el evangelio pierde el suyo cuando lo enceramos en una sacristía o lo colocamos sobre un hermoso ambón, pero queda abandonado.
Hay que salir, embarrarse hasta la cintura si es preciso, ver a los que son diferentes como condiscípulos del resucitado. Porque la sinodalidad es experiencia de resurrección y, ¿cómo sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida? Porque amamos a nuestros hermanos, nos recuerda Juan en su primera carta.
Hemos de aprender a reconocernos escuchando la Palabra de Dios, como los discípulos de Emaús descubrieron a Jesús escuchándolo. Porque se hizo compañero de camino, y porque fue acogido para vivir el gesto habitual de compartir la comida. Todos somos discípulos de Emaús en alguna ocasión. En la Iglesia sinodal, los grandes gestos serán algo excepcional. Se darán, sí, pero lo habitual, lo que construya de verdad, serán pequeños gestos habituales.
Esos que tienen la fuerza de lo cotidiano, de la gota de agua sencilla y persistente que termina por horadar la roca, y no el golpe certero que la parte. Ayer se fue y mañana no está. Solo tenemos el hoy para construirnos como Iglesia que dialoga y comparte la suerte con y en el mundo. Sin emitir juicios, ni tener prejuicios. Iglesia que ve, siente y se mete de lleno en esa realidad que llamamos ‘signos de los tiempos’, y que es el GPS que nos indica cuáles son, y por dónde hay que ir a curar heridas.
Compañeros de camino
Es una suerte, un privilegio, admirar a quienes no piensan como nosotros, a quienes son diferentes porque, al reconocerlos como compañeros de camino, como condiscípulos, sus diferencias nos salvan del fanatismo rigorista. Decía Timothy Rafcliffe en el retiro previo a la Asamblea sinodal: Dios se llama Siempre y está ahí con todos.
Pues así, con Siempre, con todos y para todos desde la Vida Religiosa, desde cualquier opción de vida, estamos invitados a seguir haciendo realidad, todos juntos, lo que llevamos caminado y compartido en estos últimos tres años, que es mucho y está llamado a ser más.
¡Adelante! Ni Dios nos pide que esté todo hecho para mañana. Habrá noches con luz y días oscuros. Y habrá días con luz y noches oscuras. Pero, desde la realidad sinodal lo bueno es que, cuando llega la noche, lo maravilloso no oscurece, sino que sigue presente en el hoy.