Han trascurrido seis días desde que, el pasado 29 de octubre, unas brutales inundaciones asolaran decenas de municipios de Valencia. Entre el dolor y la esperanza, el sacerdote Jesús Corbí, párroco de La Asunción, en Torrent, ofrece a Vida Nueva una amplia panorámica de la situación. Y es que, como vicario episcopal de la Vicaría III, a la que pertenecen la mayoría de las localidades afectadas, coordina como puede el alud de ayuda que llega de toda España y que hay que canalizar para que sea efectiva.
Así, se admira de que “los primeros voluntarios que se movilizaron en Valencia fueron los de las parroquias. No dudaron en coger sus palas y rastrillos y, desde ese momento inicial, la ayuda se multiplica sin parar en numerosos ámbitos”. En el eclesial, hay que aplaudir “a las parroquias, a los scouts o a la Universidad Católica”.
Andando a Picanya y Paiporta
En este sentido, los municipios que han recibido el primer auxilio han sido “Picanya y Paiporta, a los que muchos ciudadanos de Valencia capital y otros pueblos han ido andando, en algunos casos durante muchos kilómetros, al estar las comunicaciones cortadas”.
Como constata el sacerdote levantino, “la fe es el móvil fundamental de muchos de estos voluntarios. Esta mañana he estado con un grupo de jóvenes en la zona desde la que salen a las ocho de la mañana y me ha conmovido un detalle al irse y quedarme solo: entre el barro, había un rosario… Son chicos que van a ayudar a los demás y lo hacen llevando consigo rosarios”.
Restaurantes comprometidos
Corbí no cesa de admirarse ante tantísimos gestos fraternos: “En Torrent, varios restaurantes están en contacto con la vicaría y, desde el primer día, se han ofrecido a elaborar y mandar raciones de comida a residencias o a conventos que lo puedan necesitar, así como a voluntarios. Reiteran que este servicio es ‘indefinido’ y que incluye ‘lo que sea’ que le pidamos. Donde se necesite comida y se lo indiquemos, la preparan y la llevan al propio sitio. Ahora mismo, acaban de hacer llegar 200 comidas a una residencia de ancianos… Es impresionante”.
Otro caso es “el del Colegio Nuestra Señora del Socorro, en Benetússer, que es parroquial y ha quedado absolutamente destrozado. Otro centro escolar se ha dirigido a nosotros para ‘apadrinarlo’ durante todo el curso y hacerle llegar todos los recursos que necesiten”.
Trabajo con Cáritas
Desde la Vicaría III, “además de las iniciativas particulares, la mayor parte de la ayuda se canaliza a través de Cáritas. Ahí recibimos y repartimos todos los productos de limpieza, la comida o la ropa. Todo esto es necesario, pero ahora mismo tenemos cubierto el cupo para unos cuatro meses y lo que urge es la aportación económica de quienes quieran apoyarnos”.
Y es que “tratamos de mirar al mañana y sabemos que la reconstrucción va para meses… y años. Muchos han perdido su casa, su trabajo o su coche, y van a necesitar nuestro sostén en forma de pequeños préstamos o microcréditos para salir adelante. A las empresas que nos preguntan, les decimos lo mismo: hay mucho pequeño comercio que, por desgracia, no podrán ya reabrir. La ayuda económica será la esencial en la siguiente fase a la de la emergencia, cuando hayan pasado unos meses y haya mucha gente que tenga que reconstruir su vida”.
En contacto con todos
En una actividad incesante, Corbí mantiene un estrecho contacto “con todas las residencias, conventos y parroquias de los pueblos, para que sus sacerdotes nos detallen lo que necesitan. Con esa información, enviamos a los voluntarios con los instrumentos de limpieza adecuados a cada realidad, para que no vayan con lo que no es eficaz”.
En cuanto a los curas, le emociona su plus de humanidad en un momento tan difícil: “He hablado con todos y sé que, el primer día, en cuanto pudieron salir de casa, lo primero que muchos hicieron fue ir a visitar a ancianos o a personas que viven solas para comprobar que estaban bien. Casa a casa, como pudieron, ese fue el primer paso. Y eso dice mucho”.
La misa más especial
Además, son conscientes “de lo mucho que ahora aporta una presencia espiritual. A todos los sacerdotes les insisto en que, en cuanto sea posible, celebren la misa, pues la gente lo necesita. En el caso de Picanya, cuya iglesia fue inundada por completo, le aconsejé lo mismo a su párroco. No sabía si hacer una eucaristía con unas monjas. Le pedí que la hiciera en la iglesia del pueblo, pese a estar llena de barro. Bastó con limpiar el altar y con que todos los fieles estuvieran de pie. Él mismo me contó luego emocionado que fue muchísima gente y que hizo mucho bien”.
Un momento, por cierto, cargado de simbolismo: “Las puertas de la iglesia fueron arrancadas por el agua y los santos salieron flotando a la calle… Desde esa desgracia, yo veo dos imágenes muy potentes espiritualmente: una Iglesia de puertas abiertas, más que nunca, lo que atrajo a los fieles a entrar al ser conscientes de que se celebraba la misa. Y, en cuanto a las imágenes en la calle, entre el barro, yo veo ahí a los voluntarios que abrazan y lloran con la gente. Por eso me gusta hablar de ‘los santos en la calle’”.