Albricias, Señora,
reina soberana,
que ha llegado el logro
de vuestra esperanza.
Albricias, que tienen
término las ansias
que os causa la ausencia
del Hijo que os ama.
Albricias, que al cielo
para siempre os llama
el que en cielo y tierra
os llenó de gracia.
¡Dichosa la muerte
que tal vida os causa!
¡Dichosa la suerte
final de quien ama!
¡Oh quién os siguiera
con veloces alas!
¡Quién entre tus manos
la gloria alcanzara!
Para que seamos
dignos de tu casa,
hágase en nosotros
también su palabra. Amén.
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
(poema y oración del Breviario del día de Asunción)
El dogma de la Asunción de la Virgen María fue proclamado en 1950 por el Papa Pío XII. Sin embargo, un dogma no es una ocurrencia ocasional de un papa, sino que la declaración no marca sino el final de un largo proceso de comprensión de la verdad de nuestra fe en alguno de sus aspectos.
La asunción de la Virgen es creída a lo largo de toda la historia de la Iglesia; hay testimonios antiquísimos de esta fe, tanto en las iglesias de Oriente como de Occidente, hay representaciones pictóricas, escritos religiosos que tienen a la asunción como tema, iglesias dedicadas a esta advocación, tradiciones antiquísimas (baste pensar en el "Misterio de Elche", originalísima representación medieval que aun se realiza con la asunción de la Virgen como centro); ¿por qué entonces declararla como dogma, si es de hecho una de las verdades sobre la Virgen que, al igual que la Inmaculada Concepción o la virginidad perpetua, forma parte de las convicciones más íntimas de cualquier cristiano acerca de la Virgen?
El motivo de la declaración del dogma es que lo que esa verdad enuncia es constitutivo de nuestra fe (como todo lo que enuncian los dogmas), y la evolución cultural de nuestro mundo podría barrer con ello si no lo protegemos de algún modo: la declaración explícita de un dogma es una manera de proteger la verdad creída por la Iglesia.
Es verdad que el dogma de la Asunción de la Virgen habla, ante todo, de la Virgen, dice que ella, cumplido los días de su vida en la tierra, y sin prejuzgar si ha muerto o no (cuestión teológicamente debatida), ha sido llevada a los cielos en cuerpo y alma, como anticipo de las promesas de Cristo a todos los hombres: "nosotros gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestros cuerpos", dice San Pablo.
Frente a un mundo cada vez más dualista, que trata -o maltrata- al cuerpo humano como si fuera una máquina, que olvida la esencial realización del ser humano por medio de mediaciones corpóreas: que no expresamos sin más y etéreamente el amor, sino a través de besos, abrazos, flores, gestos físicos del amor; que no expresamos espiritual e interiormente la fe, sino a través de rezos, rodillas, gestos de la fe; y así en todo lo demás... frente a esa pérdida de densidad de la verdad humana total, la Iglesia no se limita a continuar con la creencia en la asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, sino que proclama que nuestra fe no está completa sólo con el interior, el espíritu, el alma y las buenas intenciones, sino que Dios creó y quiere al hombre entero, y entero lo salva, comenzando por la propia Madre de Dios, que goza ya de aquello que nos ha sido prometido a todos.