IUDAD DEL VATICANO, miércoles, 13 octubre 2004 . La liberación más radical de la persona, «el perdón de los pecados», tiene lugar gracias a la sangre de Cristo, constató Juan Pablo II este miércoles durante la audiencia general.
En esto consiste la santidad, aclaró el Santo Padre, al dirigirse a los 16.000 peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, que no es una cuestión «ritual», es una cuestión de «amor».
El Papa, que este 16 de octubre celebrará sus 26 años de pontificado, se saltó el programa pidiendo que el coche descubierto (el «papamóvil») en el que llegó a la plaza se detuviera entre los fieles para poder saludarles más de cerca.
A continuación, el automóvil de Juan Pablo II, que demostraba un discreto estado de salud, subió al atrio de la Basílica vaticana para dar inicio al tradicional encuentro semanal con los fieles.
Dedicó su meditación a comentar el cántico con el que san Pablo comienza la carta a los Efesios (1, 3-10), un himno a «Dios salvador»: «Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor», afirma la composición bíblica.
Nos se trata de una santidad ritual, advirtió el Papa, se trata «de una santidad y de una pureza moral, existencial, interior».
«Cristo nos destina a acoger el don de la dignidad filial, convirtiéndonos en hijos en el Hijo y hermanos de Jesús --siguió subrayando--. Este don de la gracia se difunde a través del "Hijo amado", el Unigénito por excelencia».
«Por este camino el Padre realiza en nosotros una transformación radical: una plena liberación del mal, pues con la sangre de Cristo "hemos recibido la redención", "el perdón de los pecados" a través del "tesoro de su gracia"».
«La inmolación de Cristo en la cruz, acto supremo de amor y solidaridad, infunde en nosotros un sobreabundante haz de luz, de "sabiduría y prudencia"», reconoció.
«Y dado que en el lenguaje bíblico el conocimiento es expresión de amor --recalcó--, éste nos introduce profundamente en el "misterio" de la voluntad divina».
«Un "misterio", es decir, un proyecto trascendente y perfecto, que tiene como objeto un admirable plan salvífico: "recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra"», siguió explicando.
El pontífice concluyó su intervención con una oración de los primeros cristianos conservada en un antiguo papiro del siglo IV.
La plegaria termina con esta invocación: «Concédenos la gracia de ver, buscar y contemplar los bienes del cielo y no los de la tierra».
La reflexión del obispo de Roma continúa con la serie de meditaciones que está ofreciendo desde hace meses sobre los cánticos y salmos de la Liturgia de las Vísperas, oración de la Iglesia al anochecer.
Pueden consultarse en la página web de Zenit, en la sección «Audiencia de los miércoles» (Cf. www.zenit.org).