IUDAD DEL VATICANO, miércoles, 20 abril 2005 (ZENIT.org).- La promoción de la unidad en la Iglesia católica, de la unidad entre los cristianos, y de la familia humana, constituye el programa del pontificado de Benedicto XVI, según anunció en su primer mensaje.
El Papa Joseph Ratzinger, elegido sucesor número 264 del apóstol Pedro, presentó las líneas directrices de su ministerio al final de la misa que concelebró en la mañana de este miércoles en la Capilla Sixtina junto al resto de los cardenales.
Su mensaje, leído en latín, comenzó marcando su continuidad con el pontificado de Juan Pablo II, con esta confidencia: «Me parece sentir su mano fuerte que estrecha la mía, me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras que en este momento se dirigen particularmente hacia mí: "¡No tengas miedo!"».
Su misiva, dirigida a todos los «hombres y mujeres de buena voluntad», presenta también el estilo que Benedicto XVI quiere imprimir a su servicio como obispo de Roma: «al emprender su ministerio, el nuevo Papa sabe que su deber es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no la propia luz, sino la de Cristo».
Ante el Juicio Final de Miguel Ángel, trazó a continuación las tres directrices fundamentales de su pontificado.
En primer lugar, la promoción de la unidad en la fe de la Iglesia católica, en particular a través de la «comunión colegial» entre el Papa y los obispos.
Juan Pablo II, reconoció, con su aplicación del Concilio Vaticano II, ha dejado «una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro».
Para dar vida a esta unidad, el nuevo Papa presenta la Eucaristía, al concluir en este mes de octubre el año especialmente dedicado al sacramento por Juan Pablo II.
«La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando por nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre --explicó--. De la comunión plena con Él, brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad por todos, especialmente por los pobres y los pequeños».
El segundo gran objetivo del nuevo pontificado es la promoción de la unidad entre los cristianos separados en diferentes iglesias y confesiones.
El nuevo obispo de Roma asume «como compromiso prioritario trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo. Ésta es su ambición, éste es su apremiante deber».
Benedicto XVI «es consciente de que para ello no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Son precisos gestos concretos que penetren en los espíritus y remuevan las conciencias, llevando a cada uno hacia esa conversión interior que es el presupuesto de todo progreso en el camino del ecumenismo».
«Lo que más urge» para superar las heridas del pasado, reconoció, es esa «purificación de la memoria», tantas veces evocada por Juan Pablo II.
El romano pontífice confirma que «está plenamente determinado a cultivar toda iniciativa que pueda parecer oportuna para promover contactos y el entendimiento con los representantes de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales».
El tercer compromiso asumido por el nuevo pontificado es el promover la unidad de la familia humana.
«Con esta conciencia me dirijo a todos, también a aquellos que siguen otras religiones o que simplemente buscan una respuesta a las preguntas fundamentales de la existencia y todavía no la han encontrado», señala.
«Me dirijo a todos con sencillez y cariño --reconoce-- para asegurarles que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un diálogo abierto y sincero, en búsqueda del verdadero bien del ser humano y de la sociedad».
«Invoco de Dios la unidad y la paz para la familia humana y declaro la disponibilidad de todos los católicos a colaborar en un auténtico desarrollo social, respetuoso de la dignidad de todo ser humano», afirmó.
«No escatimaré esfuerzos y sacrificio para proseguir el prometedor diálogo emprendido por mis venerados predecesores, con las diferentes civilizaciones, para que de la comprensión recíproca nazcan las condiciones para un futuro mejor para todos», añadió.
Su mensaje dedica al final un saludo particular a los jóvenes de todo el mundo, con los que espera encontrarse el próximo mes de agosto en su país de origen, en la ciudad de Colonia, como había previsto Juan Pablo II.
Como hacía el Papa Karol Wojtyla, su sucesor dirige sus últimas palabras a María santísima, en cuyas manos pone «el presente y el futuro de mi persona y de la Iglesia».