OMA, lunes, 25 abril 2005 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI, al visitar la basílica romana de San Pablo Extramuros en la tarde de este lunes, relanzó la obra evangelizadora, asegurando que el «mandato misionero de Cristo es más actual que nunca».
En su primera visita oficial fuera del Vaticano, el Santo Padre confío además en un «nuevo florecimiento de la Iglesia» gracias a la sangre derramada por muchos cristianos del siglo XX en diferentes rincones del planeta.
Con un gesto inusual, el Papa Joseph Ratzinger, al día siguiente del inicio solemne de su pontificado, quiso acercarse para rezar ante la tumba del apóstol san Pablo, «para expresar el lazo insperable de la Iglesia de Roma con el apóstol de las gentes», según explicó la Santa Sede.
Tras venerar el sepulcro y leer el inicio de la Carta de Pablo a los Romanos, el nuevo obispo de Roma pronunció una homilía centrada totalmente en la pasión por el anuncio de Cristo que debe experimentar todo cristiano.
Los peregrinos que llenaba el templo le interrumpieron con aplausos, particularmente cuando evocó «el ejemplo de mi amado y venerado predecesor Juan Pablo II, un Papa misionero cuya actividad entendida de este modo, testimoniada en más de cien viajes apostólicos más allá de los confines de Italia, es verdaderamente inimitable».
«Que el Señor infunda también en mí un amor así para que no me quede tranquilo ante las urgencias del anuncio evangélico en el mundo de hoy», deseó.
Para Benedicto XVI «la Iglesia es por su naturaleza misionera, su tarea primaria es la evangelización», reconoció, por eso «al inicio del tercer milenio, siente con renovada fuerza que el mandato misionero de Cristo es más actual que nunca».
Tras recordar que el Jubileo del año 2000 ha llevado a la Iglesia as «recomenzar a partir de Cristo», recordó el lema que san Benito propuso en el capítulo IV de su «Regla», al exhortar a sus monjes a «no anteponer nada al amor de Cristo».
Constatando que el siglo recién terminado «ha sido un tiempo de martirio», concluyó considerando que «si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, al inicio del tercer milenio es lícito esperarse un nuevo florecimiento de la Iglesia, especialmente allí donde más ha sufrido por la fe y el testimonio del Evangelio».
Al final de la sobria celebración, animada por los cantos de los monjes benedictinos de la basílica, el Papa salió en procesión, saludando a algunos de los presentes con la mano e impartiendo el gesto de la bendición. Sólo se detuvo para abrazar a un niño.
En el estacionamiento anexo a la basílica le esperaba el mismo coche de color negro, algo antiguo, que le había traído desde el Vaticano para regresar a casa.