URGOS, martes, 31 mayo 2005 (ZENIT.org-Veritas).- El catedrático de Teología y decano de la Facultad de Teología del Norte de España acaba de escribir «La dignidad de creer en una sociedad pagana y laicista» (BAC), un libro en el que trata de mostrar «la dignidad de la propia fe en un mundo con dos rasgos fundamentales: la increencia, que puede llegar al laicismo, y el paganismo, con una religiosidad difusa».
El teólogo, que ve que «hoy existe un poco de complejo de inferioridad, desde el punto de vista intelectual, por parte de los cristianos y católicos», ha escrito un libro en el que postula que tanto la increencia como el paganismo «reducen al hombre a un elemento más de la naturaleza, sin nombre, sin historia, y por supuesto, cuando acaba siendo materia deteriorada pues indudablemente no tiene ningún tipo de valor».
«Me interesa mostrar el sentido de la Revelación, de lo que es un Dios personal y la importancia de una existencia como Iglesia, la Iglesia como una realidad personal: el mero hecho de existir como Iglesia es una dignificación del ser humano, muestro el valor de la Iglesia como sujeto histórico», explica.
El teólogo se detiene en otros capítulos de su libro «sobre qué Dios es digno de ser creído, cuál es el sentido de la Revelación cristiana, qué es lo propio que aporta el cristianismo».
El autor afirma que ha escrito una obra «para el hombre culto de nuestro tiempo», y aunque no pretende «que sea una cosa científica, sino de alta divulgación», espera que «que ayude a pensar».
En este contexto, sostiene que «a veces incluso por parte de intelectuales no creyentes se oye decir que los mismos cristianos renuncian a hablar en el debate público de temas típicamente teológicos como Dios y Revelación».
«Una de mis preocupaciones fundamentales es mostrar la importancia de la idea de un Dios personal que se puede revelar, y por eso puede entrar en contacto con el ser humano en un diálogo personal», insiste.
Ante las corrientes intelectuales del momento que «sitúan la realidad humana dentro de las paredes del mundo», el teólogo propone «ver cómo la idea de Dios y Revelación no atentan contra la autonomía y la dignidad del hombre, sino que al revés, la realzan».
A este respecto, sostiene que «en el panorama intelectual español son probablemente escasísimos los interlocutores creyentes y no creyentes con los que podría sostenerse un diálogo sobre estos temas, comparado por ejemplo con la situación en Alemania o en Italia».
«Puedo mencionar ahora dos o tres nombres, que al menos es sus obras tienen alguna referencia con cierto interés al tema teológico: pensemos en Trías, Ignacio Sotelo, Marina de algún modo..., pero son escasísimos», añade.
En este marco, Eloy Bueno de la Fuente destaca que «para muchísimos intelectuales en España ha sido un descubrimiento» que el cardenal Ratzinger «hubiera mantenido debates con Habermas», porque «en España hay muy poco de eso».
«Pienso ahora en Italia, Bruno Forte tiene varios libros en diálogo con filósofos italianos no creyentes, y en España es una cosa totalmente excepcional», se lamenta.
Para el teólogo español, «el creyente tiene que recuperar la dignidad intelectual y cultural, es decir, que el contenido del misterio cristiano no desmerece a las exigencias de la razón, sino que le abre perspectivas que la razón no hubiera sospechado».
«Tanto la idea de un Dios personal, de una Revelación, y de una existencia eclesial, no sólo no van contra la razón, sino que la enriquecen y le abren perspectivas, lo cual también, a mi modo de ver, deberían repercutir en lo que es la configuración de la vida social», prosigue.
Finalmente, el autor cree que «hace falta redefinir la identidad del cristiano ante la avalancha de opiniones, de corrientes, de religiosidades».
«El cristianismo no puede quedar reducido a una religiosidad de uso puramente subjetivo, sino que realmente se trata de ir a la raíz del misterio cristiano, que se reduce a un Dios personal, que se revela, y que en Jesucristo, manifiesta quién es Dios y quién es el hombre, sobre todo en el misterio pascual».
«El cristianismo no se identifica con una filosofía, ni siquiera con una religiosidad, sino que hay que ir a la raíz de esa realidad histórica cristiana», concluye.