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El Testigo Fiel
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Documentación: Clemente de Alejandría: Pedagogo
Texto griego en: Clemens Alexandrinus. Erster Band. Protrepticus und Paedagogus, Leipzig, J. C. Hinrichs'sche Buchhandlung, 1905, pp. 89 ss. (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 12); Clément d'Alexandrie. Le Pedagogue. Livre I, Paris, Eds. du Cerf, 1960, pp. [...]

106 ss. (Sources Chrétiennes, 70); Clément d'Alexandrie. Le Pedagogue. Livre II, Paris, Eds. du Cerf, 1965, pp. 8 ss. (Sources Chrétiennes, 108); Clément d'Alexandrie. Le Pedagogue. Livre III, Paris, Eds. du Cerf, 1970, pp. 10 ss. (Sources Chrétiennes, 158); Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1994, pp. 66 ss. (Fuentes Patrísticas, 5). Para la traducción castellana seguimos principalmente a: Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Madrid, Ed. Gredos, 1988 (Biblioteca clásica Gredos, 118); pero confrontándola con: Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1994 (Fuentes Patrísticas, 5). La mayor parte de los subtítulos dentro de cada capítulo son nuestros. - toda esta nota y fuentes provienen del sitio del Monasterio Benedictino de Santa María de los Toldos (ver link) que es de donde tomamos (sin cambios más que de algún formato) el texto completo



LIBRO PRIMERO


Capítulo I: ¿Qué promete el Pedagogo?

Introducción

1.1. Hemos establecido para ustedes, hijos míos, una base de verdad, fundamento inquebrantable de conocimiento del sagrado templo del gran Dios (cf. Dt 10,17; 1 Co 3,10-17; 6,19; 2 Co 6,16; Ef 2,20-21; 2 Tm 2,19; Tt 2,13); una bella exhortación, una apetencia de vida eterna que se alcanza por una obediencia digna del Verbo(1) (cf. Rm 5,19) y que ha sido fundamentada en el terreno de la inteligencia.
De las tres cosas que hay en el hombre: costumbres, acciones y pasiones (cf. Aristóteles, Poética, 1447 A 28), el Verbo protréptico se ha encargado de las costumbres; guía de la religión, permanece como substrato al edificio de la fe, cual quilla de una nave. Gracias a Él abjuramos gozosos de nuestras viejas creencias, y nos rejuvenecemos para alcanzar la salvación, cantando con el profeta: "Qué bueno es Dios para Israel, para los que tienen un corazón recto" (Sal 72 [73],1).

(1)Habitualmente traducimos el vocablo «Lógos», o sus compuestos (como es el caso presente), por Verbo. Se trata de una opción discutible, pero que facilita la lectura de quienes no frecuentan habitualmente los textos patrísticos.

El Verbo Pedagogo

1.2. Un Verbo preside también nuestras acciones: el Verbo Consejero; y un Verbo cura nuestras pasiones: el Verbo Consolador. Pero es siempre el mismo Verbo, el que arranca al hombre de sus costumbres naturales y mundanas, y el que, como pedagogo, lo conduce a la única salvación de la fe en Dios.

1.3. Pues bien, el guía celestial, el Verbo, recibía el nombre de protréptico puesto que nos exhortaba a la salvación -ésta es la denominación especial que recibe el Verbo en cargado de estimularnos, tomando el todo el nombre de la parte-; toda religión es, en efecto, protréptica, ya que genera en la mente la apetencia de la vida presente y de la futura.

1.4. Pero ahora, actuando sucesivamente en calidad de terapeuta y de consejero, aconseja al que previamente ha convertido y, lo que es más importante, promete la curación de nuestras pasiones. Démosle, entonces, el único nombre que naturalmente le corresponde: el de Pedagogo. El Pedagogo es educador práctico, no teórico; su objetivo es la mejora del alma, no la instrucción; es guía de una vida virtuosa, no erudita.

El Verbo Maestro y el Verbo Pedagogo

2.1. El mismo Verbo es también maestro, pero no lo es todavía. El Verbo Maestro expone y revela las verdades doctrinales; el Pedagogo, en cambio, en tanto que práctico, nos ha exhortado primero a llevar una vida moral, y nos invita ya a poner en práctica nuestros deberes dictando los preceptos que deben guardarse intactos y mostrando a los hombres del mañana el ejemplo de quienes antes han errado su camino.

2.2. Ambos métodos son altamente eficaces: uno conduce a la obediencia; es el género parenético; el otro, que reviste la forma del ejemplo, se subdivide, a su vez -paralelamente-, en dos modos de proceder: consiste uno en que imitemos el bien y lo elijamos; el otro, en que nos apartemos de los malos ejemplos rechazándolos.

Los enfermos del alma necesitan un Pedagogo

3.1. De esto se sigue la curación de las pasiones. El Pedagogo, con ejemplos consoladores, fortalece el alma; y, como si de dulces remedios se tratara, con sus preceptos, llenos de calor humano, cuida a los enfermos conduciéndoles hacia el perfecto conocimiento de la verdad. Salud y conocimiento no son lo mismo; aquélla se obtiene por la curación, éste, en cambio, por el estudio.

3.2. Un enfermo no podría asimilar nada de las enseñanzas hasta que no estuviera completamente restablecido; la prescripción que se dicta a los que aprenden no tiene el mismo carácter que la que se da a los que están enfermos: a los primeros, se les administra para su conocimiento; a los segundos, para su curación.

3.3. Así como los enfermos del cuerpo necesitan un médico, del mismo modo los enfermos del alma precisan de un Pedagogo, para que sane nuestras pasiones. Luego acudiremos al maestro, que nos guiará en la tarea de purificar nuestra alma para la adquisición del conocimiento y para que sea capaz de recibir la revelación del Verbo. De esta manera, el Verbo -que ama plenamente a los hombres-, solícito de que alcancemos gradualmente la salvación, realiza en nosotros un hermoso y eficaz programa educativo: primero, nos exhorta; luego, nos educa como un pedagogo; finalmente, nos enseña.



Capítulo II: A causa de nuestros pecados necesitamos la dirección del Pedagogo

El Verbo es el Hijo de Dios

4.1. El Pedagogo, hijos míos, es semejante a Dios, su Padre, de quien es Hijo, sin pecado, irreprochable y sin pasiones en su alma; Dios sin mancha en forma de hombre (cf. Flp 2,7), servidor de la voluntad del Padre, Verbo-Dios (cf. Jn 1,1), que está en el Padre (cf. Jn 10,38), que está a la derecha del Padre (cf. Hch 7,55; Sal 109 [110],1), Dios, también por su figura [humana] (cf. Flp 2,6).

4.2. Es para nosotros la imagen (eikon) sin defecto (cf. Gn 1,26); y debemos procurar con todo empeño que nuestra alma se le parezca. Él, totalmente libre de pasiones humanas, es el único juez, por ser el único impecable. Nosotros, en cambio, debemos esforzarnos, en la medida que podamos, por pecar lo menos posible, porque nada es tan apremiante como alejarnos, en primer lugar, de las pasiones y enfermedades, y evitar después la recaída en el hábito de pecar.

4.3 Lo mejor es, sin duda, no cometer de ningún modo la más leve falta: lo que afirmamos, ciertamente, ser exclusivo de Dios; en segundo lugar, no cometer ningún tipo de pecado deliberado, lo que es propio del sabio; en tercer lugar, no caer en demasiadas faltas involuntarias (cf. 1 Jn 5,16-17), lo que es propio de los que reciben una noble educación. Finalmente, propongámonos permanecer en el pecado el menor tiempo posible, ya que es saludable que los que han sido llamados a la conversión renueven su lucha.

El Verbo-Pedagogo nos dirige para apartarnos del pecado

5.1. Me parece que el Pedagogo habló muy bien por boca de Moisés: "Si alguno muere repentinamente cerca de él, su cabeza consagrada quedará al punto mancillada y deberá rasurarse" (Nm 6,9). Al decir "muerte repentina", se refiere al pecado involuntario. Y su mancha, dice, ensucia el alma. Por eso sugiere el remedio de que se rasure rápidamente la cabeza; y exhorta a cortar los cabellos de la ignorancia que oscurecen la razón, para que, al quedar libre de la densa espesura que es el mal, la inteligencia, que tiene su sede en el cerebro, retorne al arrepentimiento.

5.2. Un poco más adelante añade: "Los días precedentes eran irracionales" (Nm 6,12 LXX); esto se refiere claramente a los pecados cometidos contra razón. A la falta involuntaria la llamó "una muerte repentina"; al pecado, "un acto irracional". Por eso el Verbo-Pedagogo tiene la misión de dirigirnos, para apartarnos del pecado "irracional".

5.3. Considera ahora este pasaje de la Escritura: "Por eso, he aquí lo que dice el Señor" (Jr 7,20; cf. Ez 13,13. 20). En el pasaje que sigue se pone claramente de manifiesto lo que es el pecado anterior, ya que sigue el justo juicio; esto está muy claro por lo que dicen los profetas: Si no hubieses pecado, no habrías sido objeto de estas amenazas, y "por eso, he aquí lo que dice el Señor" (Is 30,12), o bien: "Puesto que no han escuchado estas palabras (1 S 28,18; cf. Dt 8,20), he aquí lo que dice el Señor" (Jr 7,32; 16,14; 19,6). Éste es, sin duda, el motivo de la profecía: la obediencia y la desobediencia; la primera, para que nos salvemos, y la segunda, para ser educados.

El Verbo es el único médico de las debilidades humanas

6.1. Así que el Verbo, nuestro Pedagogo, es, por sus exhortaciones, quien cura las pasiones antinaturales de nuestra alma. La curación de las enfermedades del cuerpo se llama propiamente medicina, y es un arte que enseña la sabiduría humana. Pero el Verbo del Padre es el único médico de las debilidades humanas; es médico y mago santo del alma enferma. Está escrito: "Salva, Dios mío, a tu siervo que en ti confía. Ten piedad de mí, Señor, porque a ti clamaré todo el día" (Sal 85 [86],2-3).

6.2. "La medicina, según Demócrito, cura las enfermedades del cuerpo, pero la sabiduría libera al alma de sus afecciones" (Demócrito, Fragmentos, 31). El buen Pedagogo, que es la sabiduría, el Verbo del Padre, el que ha creado al hombre, cuida de la totalidad de su criatura, y cura su alma y su cuerpo como médico total de la humanidad.

6.3. El Salvador dice al paralítico: "Levántate, toma la camilla sobre la que estás tendido y vete a casa" (Mt 9,6; Mc 2,11; Lc 5,24); e inmediatamente, el que estaba sin fuerzas, recuperó su fuerza. Y al muerto le dijo: "Lázaro, sal afuera" (Jn 11,43); y el muerto salió de su tumba, tal como estaba antes de morir, preparándose así para la resurrección.

6.4. Cura, en verdad, igualmente al alma en sí misma con sus preceptos y sus gracias. Con los consejos tal vez la curación se demora, pero, generoso en gracias, nos dice a nosotros pecadores: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 5,20. 23; 7,47. 48).

6.5. Nosotros, por un acto simultáneo a su pensamiento, nos convertimos en niños (cf. Mt 21,16), participando, merced a su poder ordenador, del rango más privilegiado y seguro. Dicho poder ordenador se ocupa, en primer lugar, del mundo y del cielo, de las órbitas del sol y del curso de los demás astros, y todo ello en función del hombre; luego se ocupa del hombre mismo, en torno al cual despliega toda su solicitud.

6.6. Considerando al hombre como su obra suprema, puso su alma bajo la dirección de la prudencia y de la templanza y dotó al cuerpo de belleza y armonía. Y en las acciones humanas inspiró (cf. Gn 2,7) la rectitud y buen orden propio de ellas.

Capítulo III: El Pedagogo ama al hombre

Dios ama al ser humano, por ser su criatura

7.1. El Señor, como hombre y como Dios, nos ayuda en todo. Como Dios, perdona nuestros pecados; como hombre, nos educa para no caer en ellos. Y es natural que el Dios ame al hombre, porque es su criatura. Las otras realidades de su creación las hizo Dios sólo con una orden; al hombre, en cambio, lo ha modelado con sus propias manos (cf. Gn 2,7) y le ha inspirado algo propio de Él (cf. Gn 1,16).

7.2. Esta criatura que ha sido creada por Dios a imagen suya (cf. Gn 1,26), o bien la ha creado por ser en sí misma digna de ser elegida, o la ha modelado por ser digna de elección por algún otro motivo.

7.3. Si el hombre es por sí mismo un ser digno de elección, Dios, que es bueno, ha amado a este ser bueno; el especial atractivo está dentro del hombre, y precisamente por eso lo denomina "soplo" de Dios. Pero si el hombre ha sido objeto de elección por razón de otras cosas, Dios no tenía otro motivo para crearlo que la consideración de que, sin el hombre, el Creador no hubiera podido manifestarse bueno, y sin las criaturas no era posible que el hombre alcanzase el conocimiento (gnosis) de Dios (cf. Sb 13,1-9; Rm 1,20). En efecto, si el hombre no hubiese existido, Dios no habría creado las otras cosas, que fueron creadas en razón de la existencia del hombre; y Dios manifestó, porque la tenía oculta, su capacidad -el querer- mediante el poder de crear hacia fuera, encontrando en el hombre el motivo para crearlo; vio lo que tenía, e hizo lo que quiso. Porque no hay nada que Dios no pueda hacer.

El hombre, creado por Dios, es amable por sí mismo

8.1. El hombre que Dios ha creado es digno de elección por sí mismo; ahora bien, lo que por sí mismo es digno de elección es naturalmente apropiado precisamente para quien él es digno de elección por sí mismo, y, por tanto, es también aceptado y amado por éste. Pero, ¿puede algo ser digno de amor para alguien sin que sea amado por él? El hombre, según hemos demostrado, es un ser digno de ser amado; por consiguiente, el hombre es amado por Dios.

8.2. ¿Cómo no va a ser amado aquel por quien el Unigénito, el Verbo de nuestra fe, ha descendido desde el seno del Padre? (cf. Jn 1,18). El Señor, que, sin lugar a dudas, es la razón de nuestra fe, lo afirma claramente al decir: "El mismo Padre los ama porque ustedes me han amado" (Jn 16,27); y, de nuevo: "Y los has amado como me has amado a mí" (Jn 17,23).

8.3. ¿Qué desea, entonces, y qué nos promete el Pedagogo? Con sus obras y sus palabras nos prescribe lo que debemos hacer y nos prohíbe lo contrario; todo está muy claro. En cuanto al otro género de lenguaje, el didáctico, es, sin duda, escueto, espiritual, de notable precisión, contemplativo. Pero, de momento, vamos a dejarlo al margen.

El Verbo conoce a fondo los corazones de sus criaturas

9.1. Debemos corresponder en el amor a quien amorosamente guía nuestros pasos hacia una vida mejor y a vivir según las disposiciones de su voluntad, no sólo limitándose a cumplir lo que prescribe y evitar lo que prohíbe, sino también apartándonos de ciertos ejemplos e imitando, como mejor podamos, otros, a fin de realizar por imitación las obras del Pedagogo, para que así se cumpla aquello de "a imagen y semejanza" (Gn 1,26).

9.2. Aprisionados en la vida como en una gran penumbra, necesitamos un guía infalible y certero. Y, como dice la Escritura, no es el mejor guía el ciego que lleva de la mano a otros ciegos hacia el precipicio (cf. Mt 15,14; Lc 6,39), sino el Verbo de mirada penetrante, que conoce a fondo los corazones (cf. Jr 17,10; Rm 8,27; Platón, Las Leyes, 809 A).

9.3. Así como no existe luz que no alumbre, ni objeto en movimiento que no se mueva, ni amante que no ame, tampoco hay bien que no nos sea provechoso y que no nos conduzca a la salvación.

9.4. Amemos, por tanto, los preceptos del Señor con nuestras obras. El Verbo, al encarnarse (cf. Jn 1,14), ha dejado bien claro que la misma virtud es a la vez práctica y teórica. Si tomamos el Verbo como ley, comprobaremos que sus preceptos y enseñanzas son camino corto y rápido que nos llevará a la eternidad, porque sus mandatos rebosan persuasión, no temor.



Capítulo IV: El Verbo es igualmente el Pedagogo de hombres y de mujeres

Entreguemos a nuestras vidas al Señor

10.1. Abracemos, aún más, esta buena obediencia y entreguémonos al Señor, sujetándonos al sólido cable de la fe en Él, sabiendo que la virtud es la misma para el hombre que para la mujer (cf. Ga 3,28).

10.2. Porque si existe un único Dios para los dos, también hay un único Pedagogo; para ambos una sola Iglesia, una única moral, un único pudor, alimento común y común vínculo matrimonial. La respiración, la vista, el oído, el conocimiento, la esperanza, la obediencia y el amor, todo es igual. Los que tienen en común la vida también tienen en común la gracia y la salvación; y, en común también, la virtud y la educación (lit.: forma de vida).

10.3. "En esta vida -se nos dice- toman mujer y se casan" (Lc 20,34; Mt 22,30; Mc 12,25); sólo aquí en la tierra se distingue la mujer del varón, "pero no así en la otra vida" (Lc 20,35); en el otro mundo, los premios merecidos por esta vida común y santa del matrimonio no son exclusivos del varón o de la mujer, sino de la persona, una vez liberada del deseo que la divide en dos seres distintos.

El Señor es nuestro pastor

11.1. El nombre de "persona" es común al hombre y a la mujer. Según creo, los áticos usaban indistintamente el nombre de "niñito" (paidárion), para referirse al sexo masculino y al femenino, a juzgar por el testimonio del autor cómico Menandro, en su obra "La azotada": "hijita mía..., porque el niñito siente, por naturaleza un especial amor al hombre" (Menandro, Fragmentos, 361).

11.2. "Corderos" (árnes) es el nombre común por simplicidad del macho y de la hembra; y Él, el Señor "es nuestro pastor" (Sal 22 [23],1; Ez 34,1; Jn 10,10-11), por todos los siglos, amén. "Sin el pastor no deben vivir ni las ovejas ni cualquier otro animal, ni los niños sin el pedagogo, ni los criados sin su amo" (Platón, Las Leyes, VII, 808 D).

Capítulo V: Todos los que permanecen en la verdad son niños ante Dios

Los cristianos deben imitar la sencillez de los niños

12.1. Resulta claro que la pedagogía es, según se desprende de su mismo nombre, la educación de los niños. Pero queda por examinar quiénes son estos niños a los que se refiere simbólicamente la Escritura, y luego asignarles el pedagogo. Los niños somos nosotros. La Escritura nos celebra de muchas maneras, y nos llama alegóricamente con diversos nombres para dar a entender la simplicidad de la fe (cf. Hb 11,1 ss.).

12.2. Por ejemplo, en el Evangelio se dice: "El Señor, deteniéndose en la orilla del mar junto a sus discípulos -que a la sazón se hallaban pescando-, les dijo: "Niños, ¿tienen algo de pescado?"" (Jn 21,4-5). Llama "niños" a hombres que ya son discípulos.

12.3. "Y le presentaban niños" (Mt 19,13), para que los bendijera con sus manos, y, ante la oposición de sus discípulos, Jesús dijo: "Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como niños es el reino de los cielos" (Mt 19,14; Mc 10,13-14; Lc 18,15-16). El significado de estas palabras lo aclara el mismo Señor, cuando dice: "Si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielo" (Mt 18,3; cf. Mt 19,14). Aquí no se refiere a la regeneración (cf. Jn 3,3), sino que nos recomienda imitar la sencillez de los niños.

12.4. El significado de estas palabras lo aclara el mismo Señor, cuando dice: "Si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3; cf. Mt 19,14). Aquí no se refiere a la regeneración, sino que nos recomienda imitar la sencillez de los niños.

12.5. El Espíritu profético nos considera también niños: Dice: "Los niños, habiendo cortado ramas de olivo y de palmera, salieron al encuentro del Señor gritando (Jn 12,13): "Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor"" (Mt 21,9; cf. Mt 21,15; Mc 11,10; Lc 13,35; Jn 12,13; Jr 22,5; Sal 117 [118],25. 26). La Luz, gloria y alabanza con súplicas al Señor, he aquí lo que parece significar, en la lengua griega, el "Hosanna".

Apresurémonos a recoger los frutos de la verdad

13.1. Me parece que la Escritura cita alegóricamente la profecía que acabo de mencionar, para reprochar a los negligentes: "¿No han leído nunca que de la boca de los niños y lactantes has hecho brotar la alabanza?" (Mt 21,16; cf. Sal 8,3).

13.2. También el Señor, en el Evangelio, estimula a sus discípulos: los incita a que le presten atención, porque ya le urge ir hacia el Padre; intenta despertar en sus oyentes un deseo más intenso, revelándoles que dentro de poco va a partir, y les muestra la necesidad de recoger los frutos abundantes de la verdad, mientras el Verbo aún no haya subido al cielo.

13.3. De nuevo los llama "niños" diciéndoles: "Niños, yo estaré poco tiempo entre ustedes" (Jn 13,33); y, de nuevo, compara con el reino de los Cielos "a los niños que están sentados en las plazas públicas y que dicen: "Para ustedes tocamos la flauta, pero no bailaron, nos lamentamos, pero no se golpearon el pecho"" (Mt 11,16-17; cf. Lc 7,32), y prosiguió con otras palabras semejantes a éstas.

13.4. Pero no es el Evangelio el único que siente así; los textos proféticos hablan de la misma manera. Por ejemplo, David dice: "Alaben, niños, al Señor, alaben el nombre del Señor" (Sal 112 [113],1); dice también por medio de Isaías: "Heme aquí con los niños que me confió el Señor" (Is 8,18; cf. Hb 2,13).

Los cristianos son los pollitos de Cristo

14.1. ¿Te maravillas de oír que el Señor llama "niños" a quienes los paganos llaman hombres? Me parece que no comprendes bien la lengua ática, en la que se puede observar que aplica el nombre de "niñas" (paidískai) a hermosas y lozanas muchachas, de condición libre, y el de "niñitas" (paidiskária), a las esclavas, jóvenes también ellas. Gozan de estos diminutivos por estar en la flor de su juventud.

14.2. Y cuando el Señor dice: "Que mis corderos sean colocados a mi derecha" (Mt 25,33), alude simbólicamente a los sencillos, a los que son de la raza de los niños como los corderos, no a los adultos, como el ganado; y si muestra su predilección por los corderos, es porque prefiere en los hombres la delicadeza y la sencillez de espíritu (= rectitud de intención), la inocencia. Asimismo, cuando dice: "Terneros lactantes" (Am 6,4), se refiere a nosotros alegóricamente; lo mismo que cuando afirma: "Como una paloma inocente y sin cólera" (Mt 10,16).

14.3. Cuando, por boca de Moisés, ordena ofrecer dos crías de palomas o una pareja de tórtolas para la expiación de los pecados (cf. Lv 5,11; 12,8; 14,22; 15,29; Lc 2,24), está diciendo que la inocencia de las criaturas tiernas, y la falta de malicia y resentimiento de los pequeños, son agradables a los ojos de Dios, y da a entender que lo semejante purifica a lo semejante; pero también que la timidez de las tórtolas simboliza el temor al pecado.

14.4. La Escritura atestigua que nos da el nombre de "pollitos": "Como la gallina (lit.: un ave) cobija (lit.: reúne desde arriba) bajo sus propias alas a sus pollitos" (Mt 23,37), esto mismo somos nosotros: los "pollitos" del Señor. De esta forma tan admirable y misteriosa el Verbo subraya la simplicidad del alma en la edad infantil.

14.5. Unas veces nos llama "niños"; otras, "pollitos"; otras, "infantes"; otras, "hijos" (o: hijitos); a menudo, "criaturas" (o: hijos), y, en ocasiones, "un pueblo joven", "un pueblo nuevo". Y dice: "A mis servidores les será dado un nombre nuevo" (Is 65,15; Ap 3,12); llama "nombre nuevo" a lo reciente y eterno, puro y simple, infantil y verdadero. "Y este nombre será bendito en la tierra" (Is 65,16).

Cristo es nuestro divino domador

15.1. Otras veces, nos llama alegóricamente "potrillos", porque desconocen el yugo del mal y no han sido domados por la maldad. Son simples y sólo dan brincos cuando se dirigen hacia su padre, no son "los caballos que relinchan ante las mujeres de los vecinos, como los animales bajo yugo y alocados" (Jr 5,8), sino los libres y nacidos de nuevo; los orgullosos de su fe, los corceles que corren veloces hacia la verdad, prestos a alcanzar la salvación y que pisotean y golpean contra el suelo las cosas mundanas.

15.2. "Alégrate mucho, hija de Sión; pregona tu alegría, hija de Jerusalén; he aquí que tu rey viene hacia ti, justo y portador de tu salvación, manso y montado en una bestia de carga, acompañada de su joven potrillo" (Za 9,9; Mt 21,5). No bastaba con decir tan sólo "potrillo", sino que se ha añadido "joven", para mostrar la juventud de la humanidad en Cristo, su eterna juventud junto con su sencillez.

15.3. Nuestro divino domador nos cría a nosotros, sus niños, tal como a jóvenes potrillos; y si en la Escritura el joven animal es un asno, se considera en todo caso como la cría de una bestia de carga. "Y a su pollino, dice la Escritura, lo ha atado a la vid" (Gn 49,11); a su pueblo sencillo y pequeño lo ha atado a su Verbo, alegóricamente designado por la vid: ésta da vino, como el Verbo da sangre (cf. Jn 15,1. 4. 5; 6,53-56), y ambas son bebidas saludables para el hombre: el vino para el cuerpo, la sangre para el espíritu.

15.4. El Espíritu nos da testimonio cierto, por boca de Isaías, de que nos llama también corderos: "Como pastor, apacentará su rebaño y, con su brazo, reunirá a sus corderos" (Is 40,11), queriendo decir mediante una alegoría que los corderos, en su sencillez, son la parte más delicada del rebaño.

La infancia espiritual del cristiano

16.1. También nosotros honramos con una evocación de la infancia los más bellos y perfectos bienes de esta vida llamándolos educación (paideían) y pedagogía. Consideramos que la pedagogía es la buena conducción de los niños hacia la virtud. El Señor nos ha indicado de manera bien clara qué hay que entender por "niñito" (paidíon): "Habiéndose originado una disputa entre los Apóstoles sobre quién de ellos era el más grande, Jesús colocó en medio de ellos a un niño y dijo: "El que se humille como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos"" (Mt 18,1-4; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48).

16.2. Ciertamente, no utiliza el término "niño" para referirse a la edad en la que aún no cabe la reflexión, como algunos han creído. Y cuando dice: "Si no llegan a ser como estos niños, no entrarán en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3), no hay que interpretarlo de una manera simplista.

16.3. No, nosotros no rodamos por el suelo como niños, ni nos arrastramos por tierra como serpientes, enrollando todo nuestro cuerpo en los apetitos irracionales; al contrario, erguidos hacia lo alto, merced a nuestra inteligencia, desprendiéndonos del mundo y de los pecados, "apenas tocando tierra con la punta del pie" (Anónimo, Fragmentos, 107 A ) -por más que parezca que estamos en este mundo-, perseguimos la santa sabiduría. Pero esto parece una locura (cf. 1 Co 1,18-22) para quienes tienen el alma dirigida hacia la maldad.

"Tenemos un solo maestro, que está en los cielos"

17.1. Son, por tanto, verdaderos niños los que sólo conocen a Dios como padre y son sencillos, ingenuos, puros, los creyentes en un solo Dios (lit.: "los enamorados de los unicornios"; cf. Dt 33,17; Jb 39,9; Sal 21 [22],22; 91 [92],11). A los que han progresado en el conocimiento del Verbo, el Señor les habla con este lenguaje: les ordena despreciar las cosas de aquí abajo y les exhorta a fijar su atención solamente en el Padre, imitando a los niños.

17.2. Por esa razón les dice: "No se inquieten por el mañana, que ya basta a cada día su propia aflicción" (Mt 6,34). Así, manda que dejemos a un lado las preocupaciones de esta vida (cf. Sal 54 [55],23) para unirnos solamente al Padre.

17.3. El que cumple este precepto es realmente un párvulo y un niño, a los ojos de Dios y del mundo; éste lo considera un necio; aquél, en cambio, lo ama. Y si, como dice la Escritura, "hay un solo maestro que está en los Cielos" (Mt 23,8-9), es evidente que todos los que están en la tierra deberán ser llamados -con razón- discípulos. Y, en efecto, la verdad es así: la perfección es propia del Señor, que no cesa de enseñar; en cambio, lo propio de nuestra condición de niños y párvulos es que no cesemos de aprender.

Santos para el Señor

18.1. La profecía ha honrado con el nombre de varón (andrós; cf. Ef 4,13; 2 Co 11,2) a quien es perfecto, y, por boca de David -refiriéndose al demonio- dice: "El Señor detesta al varón sanguinario" (Sal 5,7), y lo llama "varón" porque es perfecto en la malicia; pero el Señor es llamado "Varón" (anér), porque es perfecto en la justicia.

18.2. Por eso, el Apóstol en la "Epístola a los Corintios" dice: "Los he desposado con un solo varón para presentarlos como casta virgen a Cristo" (2 Co 11,2), es decir, como párvulos y santos, sólo para el Señor.

18.3. En la "Epístola a los Efesios", con total claridad reveló el objeto de nuestra investigación, diciendo: "Hasta que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento de Dios, al varón perfecto, a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, para que no seamos ya niños que fluctúan, dejándonos llevar por todo viento de doctrinas, a merced del engaño de los hombres, que tratan de seducirnos con astucia para sujetarnos al error; sino que, viviendo según la verdad y el amor, en todo vayamos creciendo en Él" (Ef 4,13-15).

18.4. Dijo esto "para la edificación del cuerpo de Cristo" (Ef 4,12), "que es la cabeza" (Ef 4,15), y el único varón perfecto en la justicia. Nosotros, niños pequeños, si nos guardamos de los vientos de las herejías que con su soplo arrastran hacia el orgullo y no confiamos en quienes pretenden imponernos otros padres, alcanzaremos la perfección, porque somos Iglesia, ya que hemos recibido a Cristo como cabeza.

La fe cristiana debe manifestarse en una conducta dulce y afable

19.1. Ahora debemos fijar nuestra atención en la palabra népios (infante o párvulo), que no se refiere a los que carecen de razón; éstos son los "necios" (nepútios). El párvulo es un "neodulce" (neépios), porque "dulce" (épios) es el de corazón tierno (apalófron), y ha adquirido nuevamente un carácter dulce y afable.

19.2. Esto ya lo manifestó claramente el bienaventurado Pablo: "Pudiendo hacer valer nuestra autoridad, por ser apóstoles de Cristo, nos hicimos dulces en medio de ustedes, como una madre que cría (lit.: alimenta) a sus hijos" (1 Ts 2,7).

19.3. El "párvulo" es un ser dulce; de aquí que sea más ingenuo, tierno, sencillo, sin doblez, sincero, justo en sus juicios y recto. Esto es el fundamento de la sencillez y de la verdad. "Hacia quién, pues, voy a dirigir mis ojos -dice la Escritura- sino hacia el ser dulce y apacible?" (Is 66,2). Éste es el lenguaje de una doncella: tierno y sincero; por eso se acostumbra a llamar a la muchacha, "virgen cándida", y al muchacho, "candoroso" (cf. Homero, Ilíada, VI,400).

19.4. Somos cándidos cuando somos dóciles, fácilmente moldeables en la bondad, sin cólera, sin el menor sentimiento de maldad ni de falsedad (o: perversidad). La generación antigua era falsa (cf. Hch 2,40; Flp 2,15) y tenía el corazón duro (cf. Mt 19,8; Mc 10,5; 16,14); nosotros, en cambio, que formamos un coro de párvulos (cf. Mt 11,16-17) y un pueblo nuevo, somos delicados cual niños.

19.5. En su "Epístola a los Romanos", el Apóstol declara alegrarse "de los corazones sin malicia" (o: ingenuos; Rm 16,18) y, al mismo tiempo, ofrece el significado del término "párvulos" diciendo: "Quiero que sean sabios para el bien y puros para el mal" (Rm 16,19)

Los cristianos poseen la rica abundancia de la verdad joven, la juventud que no envejece

20.1. No concebimos el nombre de "párvulo" (népios) en un sentido negativo, de privación, aunque los hijos de los gramáticos concedan un sentido privativo a la sílaba "né". Si los detractores de la infancia dicen de nosotros que somos "necios", miren cómo blasfeman contra el Señor, porque consideran de necios a los que han encontrado refugio en Dios.

20.2. Si, por el contrario -y esto hay que entenderlo bien-, aplican el nombre de "párvulos" (népios) a los seres sencillos, regocijémonos de este título. Párvulos son, en efecto, los espíritus nuevos que han recobrado su razón en medio de la antigua locura, y se levantan en el horizonte de la nueva alianza. Recientemente Dios se ha dado a conocer por la venida de Cristo: "Porque nadie ha llegado a conocer a Dios sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo revela" (Mt 11,27; Lc 10,22).

20.3. Son los nuevos los que constituyen el pueblo nuevo en oposición al pueblo antiguo, y conocen los nuevos bienes. Nosotros poseemos la rica abundancia de la edad joven, la juventud que no envejece; en ella siempre estamos en la plenitud de nuestra fuerza, para adquirir el conocimiento, siempre jóvenes, siempre buenos, siempre nuevos, porque necesariamente son nuevos los que participan del nuevo Verbo.

20.4. Así como lo que participa de la eternidad suele asemejarse a lo incorruptible, así también nuestro título de niños expresa la primavera de toda nuestra vida (cf. Aristóteles, Retórica, I,7,1365 a 31; III,10,1411 a 2-3), dado que la verdad en nosotros no envejece, y dicha verdad informa nuestra conducta.

El Padre de todos recibe con agrado a los que en Él buscan refugio

21.1. La sabiduría es siempre joven, idéntica a sí misma, no conoce mutación alguna (Platón, Fedón, 78 C). "Los niños -dice la Escritura- serán transportados sobre los hombros y consolados sobre las rodillas; como la madre consuela a su hijo, así los consolaré yo" (Is 66,12-13). La madre lleva en brazos a sus pequeños, y nosotros buscamos a nuestra madre, la Iglesia.

21.2. Lo que de por sí es débil y tierno, y, por su misma fragilidad, necesitado de ayuda, es agradable, dulce y encantador; a un ser de esta condición Dios no deja de prestarle su auxilio. Así como los padres y las madres miran con más agrado a sus pequeños; los caballos, a sus potrillos; los toros, a sus teneros; el león, al cachorro; el ciervo, a su cervatillo, y el hombre, a su hijo: así también, el Padre de todos recibe con agrado a los que en Él buscan refugio y, habiéndolos regenerado con su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama singularmente, les presta ayuda, lucha por ellos y los llama "hijitos".

21.3. Me referiré ahora a Isaac, el hijo. Isaac significa "risa". El rey, curioso, lo vio jugar con Rebeca (cf. Gn 26,8), su esposa y colaboradora (cf. Gn 2,18). El rey, llamado Abimelek, representa, en mi opinión, cierta sabiduría supramundana, que contempla desde lo alto el misterio del juego infantil. El nombre de Rebeca significa "constancia".

21.4. ¡Oh juego lleno de sabiduría! La "risa" es ayudada por la "constancia", mientras el rey observa (cf. Filón de Alejandría, De plantatione, 169). Se alegra el espíritu de los niños en Cristo, cuya vida transcurre en la constancia. Y ése es el juego divino (o menos literalmente: el juego en el que Dios se complace).

La Iglesia es la ayuda de nuestra salvación

22.1. Es el mismo juego al que, según Heráclito, jugaba Zeus (cf. Heráclito, Fragmentos, 52). ¿Qué otra ocupación conviene a un ser sabio y perfecto que la de jugar y regocijarse con constancia en el bien, administrando rectamente los bienes y celebrando al mismo tiempo las fiestas santas con Dios?

22.2. El mensaje profético puede interpretarse también de otra manera: nosotros nos alegramos y reímos por nuestra salvación (cf. Lc 1,47) como Isaac; en efecto, él se reía porque había sido liberado de la muerte; se divertía y se alegraba con su mujer (cf. Jn 3,29; Ap 21,2. 9; 22,17), que es la ayuda de nuestra salvación, la Iglesia. Lleva el nombre de "constancia", que viene a significar firmeza, sea porque ella, sola, permanece siempre airosa a través de los siglos, sea porque está constituida por la constancia de los creyentes (cf. Ap 13,10; 14,12), es decir, de nosotros, que somos miembros (del cuerpo) de Cristo (cf. 1 Co 6,15; Ef 5,30). El testimonio de los que perseveran hasta el final (cf. Mt 10,22; 24,13; Mc 13,13) y la acción de gracias que se le rinde por ellos son el juego místico y la salvación auxiliadora que acompaña a la noble alegría de corazón (o: la salvación auxiliadora mediante la completa aceptación de la providencia).

22.3. El rey es Cristo, que, desde arriba, observa nuestra risa y, "asomándose por la ventana" (Gn 26,8), como dice la Escritura, contempla la acción de gracias, la bendición, la alegría, el gozo, la constancia colaboradora y la trabazón de todo, su Iglesia; él muestra tan sólo su rostro, el que faltaba a su Iglesia, que, por lo demás, es perfecta gracias a la cabeza del rey (cf. Ef 1,22; 5,23; Col 1,18).

El Señor nos colma de alegría

23.1. Pero ¿dónde estaba la ventana por la que se mostraba el Señor? Era la carne, por la que se ha hecho visible (cf. 1 Tm 3,16). El mismo Isaac -ya que es posible interpretar el pasaje desde otro punto de vista- es tipo del Señor: niño en tanto que hijo -porque era hijo de Abraham, como Cristo lo es de Dios-; víctima como el Señor. Pero no fue inmolado (cf. Lv 2,11) como el Señor; Isaac sólo llevó la leña para el sacrificio (cf. Gn 22,6), como el Señor el madero [de la cruz] (cf. Jn 19,17).

23.2. Su risa tenía cierto aire misterioso: profetizaba que el Señor nos colmaría de alegría, porque hemos sido librados de la perdición por la sangre del Señor (cf. 1 P 1,18-19). Pero Isaac no padeció. Así que, no solamente reservó la primacía del sufrimiento para el Verbo, como es natural, sino que, además, por el hecho de no haber sido inmolado, designa simbólicamente la divinidad del Señor. Porque Jesús, después de haber sido sepultado, resucitó sin haber sufrido la corrupción (cf. Hch 2,27), del mismo modo que Isaac fue liberado del sacrificio.

Cristo es llamado "niño"

24.1. Voy a citar, siguiendo con mi propósito, otro testimonio de suma importancia: el Espíritu Santo, cuando profetizó por boca de Isaías, dio al mismo Señor el nombre de "niño": "He aquí que nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, cuyo imperio reposa sobre su hombro y se le ha dado el nombre de Ángel de Gran Consejo" (Is 9,5).

24.2. ¿Quién es este niño pequeño, a cuya imagen somos también nosotros niños? De su grandeza nos habla el mismo profeta: "Consejero admirable, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de la paz, que dispensa con generosidad su educación, y cuya paz no conoce límites" (Is 9,5-6).

24.3. ¡Oh gran Dios! ¡Oh niño perfecto! El Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo (cf. Jn 10,38; 17,21). ¿Cómo no va a ser perfecta la pedagogía de este niño (o: la educación impartida por este niño), si se extiende a todos nosotros que somos niños, guiando a todos sus pequeños? Él ha extendido sus manos hacia nosotros (cf. Is 65,2; Rm 10,21), máxima garantía de nuestra fe.

24.4. Juan, que es "el profeta más grande entre los nacidos de mujer" (Lc 7,28), testifica acerca de este niño: "He aquí el cordero de Dios" (Jn 1,29. 36), dado que la Escritura llama corderos a los niños pequeños (cf. Is 40,11; 15,4), y ha denominado "cordero de Dios" al Verbo Dios, hecho hombre por nosotros (cf. Jn 1,14), deseoso de asemejarse en todo a nosotros (cf. Hb 2,17; 4,15), el Hijo de Dios, el pequeño del Padre.

Capítulo VI: Contra los que suponen que los términos "niños" y "párvulos" aluden simbólicamente a la enseñanza de las ciencias elementales

En el bautismo hemos sido iluminados

25.1. Con razón podemos atacar a los que encuentran satisfacción en las continuas disputas. El nombre de "niños" y de "párvulos" no se nos da por el hecho de haber recibido una enseñanza pueril y despreciable, como alegan calumniosamente los henchidos de su saber (cf. 1 Co 8,1). Porque, al ser regenerados (o: reengendrado; cf. 1 P 1,3. 23), hemos recibido lo que es perfecto, lo que constituía el objeto mismo de nuestra empeñosa búsqueda. Hemos sido iluminados (cf. Mt 23,8. 10); es decir, hemos conocido a Dios. Y no es imperfecto quien ha llegado a conocer la suprema perfección. No me recriminen si les confieso que he conocido a Dios; porque el Verbo ha tenido a bien decirlo, y Él es libre (cf. Jn 8,35-36).

25.2. Así, después del bautismo del Señor, se oyó desde el Cielo una voz que daba testimonio del Amado: "Tú eres mi hijo amado, yo te he engendrado hoy" (Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22; Sal 2,7; Hb 1,5; 5,5). Preguntemos a los sabios: ¿El Cristo que hoy ha sido reengendrado es ya perfecto, o -lo que sería del todo absurdo- le falta alguna cosa? De darse esto último, forzoso es que aprenda; pero es imposible que aprenda alguna cosa, porque es Dios. Porque nadie podría ser más grande que el Verbo, ni ser maestro del único Maestro.

25.3. ¿Reconocerán, entonces, nuestros adversarios, bien a su pesar, que el Verbo, nacido perfecto del Padre perfecto, ha sido reengendrado perfecto según la prefiguración del plan divino? Y si ya era perfecto, ¿por qué, siendo perfecto, se bautizó? Porque convenía -dicen- cumplir la promesa hecha a la humanidad. De acuerdo, también yo lo admito. ¿Recibió, entonces, la perfección en el momento mismo de ser bautizado por Juan? Es evidente que sí. ¿Y no aprendió de él nada más? No. ¿Recibió la perfección por la sola recepción del bautismo y se santificó por la venida del Espíritu? Así es.

El bautismo cambia toda la vida de quien lo recibe

26.1. Lo mismo ocurre con nosotros de quienes el Señor fue el modelo: una vez bautizados, hemos sido iluminados (cf. Hb 6,4; 10,32); iluminados, hemos sido adoptados como hijos; adoptados, hemos sido hechos perfectos; perfectos, hemos adquirido la inmortalidad. Está escrito: "Yo les dije: son dioses, e hijos del Altísimo todos" (Sal 81 [82],6).

26.2. Esta obra (= el bautismo) recibe diversos nombres: gracia (cf. Rm 6,23), iluminación (cf. 2 Co 4,4), perfección (cf. St 1,17), baño (cf. Tt 3,5). Baño, por el que somos purificados de nuestros pecados; gracia, por la que se nos perdona la pena por ellos merecida; iluminación, por la que contemplamos aquella santa y salvadora luz, es decir, aquella por la que podemos llegar a contemplar lo divino; y perfección, decimos, finalmente, porque nada nos falta.

26.3. Puesto, ¿qué puede faltarle a quien ha conocido a Dios? Sería realmente absurdo llamar gracia de Dios a lo que no es perfecto y completo: quien es perfecto concederá, sin duda, gracias perfectas (cf. St 1,17). Así como todas las cosas se producen en el instante mismo en que Él lo ordena (cf. Sal 32 [33],9; 148,5), así también, al solo hecho de querer Él conceder una gracia, ésta se sigue en toda su plenitud; porque por el poder de su voluntad se anticipa el tiempo futuro. Además, principio de salvación es la liberación del mal.

Seguir a Cristo es la salvación

27.1. Sólo quienes hayamos sido primeramente iniciados (= bautizados) en el umbral de la vida, somos ya perfectos, puesto que ya vivimos quienes hemos sido separados de la muerte. Seguir a Cristo es la salvación: "Lo que fue hecho en Él, es vida" (Jn1,3-4). "En verdad, en verdad les digo -asegura-, el que escucha mi palabra y cree en quien me ha enviado, tiene la vida eterna, y no es sometido a juicio, sino que pasa de la muerte a la vida" (Jn 5,24).

27.2. De modo que el solo hecho de creer y ser regenerado es la perfección en la vida, porque Dios no es jamás deficiente. Así como su voluntad es su obra y se llama "mundo", así también su decisión es la salvación de los hombres y se llama Iglesia. Él conoce a los que ha llamado, y a los que ha llamado los ha salvado; así, los ha llamado y salvado al mismo tiempo. "Porque ustedes, dice el Apóstol, son instruidos por Dios" (1 Ts 4,9).

27.3. No nos es lícito, entonces, considerar como imperfecto lo que Dios nos ha enseñado, y esta enseñanza es la salvación eterna que no da el Salvador eterno, al cual sea la gracia por los siglos de los siglos. Amén. Sólo que ha sido regenerado ha sido liberado también de las tinieblas, y, como el mismo nombre, "iluminado", indica, por eso mismo, ha recibido la luz.

El Espíritu Santo se derrama en los creyentes

28.1. Como aquellos que, sacudidos del sueño, se despiertan en seguida y vuelven en sí; o mejor, como aquellos que intentan quitarse de los ojos las cataratas, que les impiden recibir la luz exterior, de la que se ven privados, pero, desembarazándose al fin de lo que obstruía sus ojos, dejan libre su pupila; así también nosotros, al recibir el bautismo, nos desembarazamos de los pecados que, cual sombrías nubes, obscurecían al Espíritu divino; dejamos libre, sin impedimento alguno y luminoso el ojo del espíritu, con el único que contemplamos lo divino, ya que el Espíritu Santo desciende desde el cielo y se derrama en nosotros.

28.2. Esta mixtura (krama) de resplandor eterno es capaz de ver la luz eterna, porque lo semejante es amigo de lo semejante; y lo santo es amigo de Aquél de quien procede la santidad, que recibe con propiedad el nombre de "luz": "Porque ustedes eran en otro tiempo tinieblas, pero ahora son luz en el Señor" (Ef 5,8); de ahí que el hombre, entre los antiguos, fuera llamado, según creo, "luz".

28.3. Sin embargo -dicen-, aún no ha recibido el don perfecto; también yo lo admito; con todo, está en la luz, y no la retiene la oscuridad (cf. Jn 1,5). Ahora bien, entre la luz y la oscuridad no hay nada; la consumación está reservada para la resurrección de los creyentes, y no consiste en la consecución de otro bien, sino en tomar posesión del objeto anteriormente prometido.

28.4. No decimos que se den simultáneamente ambas cosas: la llegada a la meta y su previsión. No son, ciertamente, cosas idénticas la eternidad y el tiempo, ni el punto de partida y el fin. Pero ambas se refieren al mismo proceso y tienen por objeto un único ser.

28.5. Y así, puede decirse que el punto de partida, es la fe -generada en el tiempo- y el fin es la consecución -para toda la eternidad- del objeto prometido. El Señor mismo ha revelado claramente la universalidad de la salvación con estas palabras: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40).

En el bautismo nuestros pecados son borrados

29.1. En la medida en que es posible en este mundo -que es designado simbólicamente como "el último día", porque es reservado hasta final (cf. 2 P 3,7)-, nosotros tenemos la firme convicción de haber alcanzado la perfección. La fe, en efecto, es la perfección del aprendizaje; por eso se nos dice: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Jn 3,36).

29.2. Por tanto, si nosotros, que hemos creído, tenemos la vida, ¿qué otra cosa nos resta por recibir superior a la consecución de la vida eterna? Nada falta a la fe, que es perfecta en sí y acabada. Si algo le faltara, no seria perfecta; ni sería tal fe, si fuera deficiente en lo más mínimo. Después de la partida de este mundo, los que han creído no tienen ninguna otra cosa que esperar: han recibido las arras aquí abajo y para siempre (cf. 2 Co 1,22; 5,5; Ef 1,14).

29.3. Este futuro que ahora poseemos por la fe, lo poseeremos del todo realizado después de la resurrección; de modo que se cumpla la palabra: "Hágase conforme a tu fe" (Mt 9,29). Donde se halla la fe, allí está la promesa, y el cumplimiento de la promesa es el descanso final; de suerte que el conocimiento está en la iluminación, pero el término del conocimiento es el reposo, objetivo final de nuestro deseo.

29.4. Así como la inexperiencia desaparece con la experiencia y la indigencia con la abundancia, así también, necesariamente, con la luz se disipa la oscuridad. La oscuridad es la ignorancia, por la que caemos en el pecado y nos cegamos para alcanzar la verdad. El conocimiento, por tanto, es la luz que disipa la ignorancia y otorga la capacidad de ver con claridad.

29.5. Puede decirse también que el rechazo de las cosas peores pone de manifiesto las mejores. Porque lo que la ignorancia mantenía mal atado, lo desata felizmente el conocimiento. Dichas ataduras quedan rápidamente rotas por la fe del hombre y por la gracia de Dios. Nuestros pecados son borrados por el único remedio curativo: el bautismo en el Verbo (cf. Ga 3,27; Rm 6,3).



La fe es educada por el Espíritu Santo

30.1. Quedamos lavados de todos nuestros pecados y, de repente, ya no somos malos; es la gracia singular de la iluminación, por la que nuestra conducta ya no es la misma que la de antes del baño bautismal. Y como el conocimiento -que ilumina la inteligencia- surge al mismo tiempo que la iluminación, así, de súbito, sin haber aprendido nada, oímos llamarnos discípulos; la instrucción nos fue conferida anteriormente, pero no puede concretarse en qué momento.

30.2. La catequesis conduce a la fe (cf. Rm 10,17); y la fe, en el momento del santo bautismo, es educada por el Espíritu Santo. El Apóstol ha explicado con gran precisión que la fe es la única y universal salvación de la humanidad; y que es un don que el Dios justo y bueno da a todos por igual:

30.3. "Antes de llegar la fe, estábamos bajo la custodia de la Ley, a la espera de la fe que debía ser revelada. De modo que la Ley fue nuestro pedagogo, que nos condujo a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Pero, llegada ésta, ya no estamos bajo el pedagogo" (Ga 3,23-25).

Todos los cristianos son hijas e hijos de Dios por la fe en Cristo

31.1. ¿Es que no se dan cuenta de que ya no estamos bajo esta ley, bajo el yugo del temor, sino bajo el Verbo, el Pedagogo de la libertad? Más adelante, añade el Apóstol unas palabras que excluyen toda acepción de personas: "Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús" (Ga 3,26-28).

31.2. Así, no son unos, "gnósticos", y otros "psíquicos" en el mismo Verbo; todos los que han rechazado la concupiscencia de la carne son iguales; son "pneumáticos" (= espirituales) ante el Señor. Por otra parte, añade aún el Apóstol: "Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, ya judíos, ya griegos, ya esclavos, ya libres; y todos hemos bebido una única bebida" (1 Co 12,13).

Hemos pasado por el "filtro" del bautismo

32.1. Sin embargo, no está fuera de lugar utilizar el mismo lenguaje de esta gente, cuando sostienen que el recuerdo de las cosas mejores es un pasar por el filtro del espíritu. Entienden por "filtración" (o: purificación) la separación del mal, operación que se consigue por el recuerdo de las cosas buenas. El que llega a recordar el bien se arrepiente necesariamente de sus malas obras; el mismo espíritu, alegan ellos, se arrepiente y se eleva presuroso hacia lo alto. Así también nosotros, cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y renunciamos a sus malas consecuencias, pasamos por el "filtro" del bautismo y corremos hacia la luz eterna, como hijos hacia el Padre.

32.2. "Jesús, exultando de gozo bajo la acción del Espíritu Santo, dice: "Yo te bendigo, Padre, Dios del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las ha revelado a los pequeños"" (Lc 10,21; cf. Mt 11,25). "Pequeños" (párvulos): así nos llama nuestro Pedagogo y Maestro, a nosotros que estamos mejor dispuestos para la salvación que los sabios de este mundo, quienes por creerse sabios han quedado ciegos (cf. Rm 1,22; 1 Tm 6,4).

32.3. Rebosante de júbilo y de alegría, Jesús exclama, como con el balbuceo de los niños (párvulos): "Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21; cf. Mt 11,25). Por eso, lo que se estuvo oculto a los sabios y a los prudentes de este siglo, fue revelado a los más pequeños.

32.4. Y es que son pequeños, sin duda, los hijos de Dios, porque se han despojado del hombre viejo, se han quitado la túnica de la maldad (cf. Judas 23) y se han revestido de la incorruptibilidad de Cristo (cf. Ef 4,22. 24; 1 Co 15,53; 2 Co 5,17), a fin de que, renovados, pueblo santo (cf. 1 P 2,9), regenerados, conservemos al hombre sin mancha, y en verdad, niño, recién nacido de Dios, limpio de la fornicación y de la maldad.

Los cristianos son dóciles al Verbo y proceden libremente

33.1. Con gran claridad el bienaventurado Pablo ha expuesto el tema que nos ocupa en su primera "Carta a los Corintios": "Hermanos, no sean como niños en el juicio; sean niños (sólo) en la malicia; pero adultos en el juicio" (1 Co 14,20).

33.2. Por otra parte, aludiendo a su vida conforme a la ley, añade: "Cuando yo era niño razonaba como un niño, hablaba como un niño" (1 Co 13,11); no quiere decir con esto que ya entonces fuese sencillo; por el contrario, como insensato, perseguía al Verbo, porque pensaba como niño, y blasfemaba del Verbo, puesto que hablaba como un niño. En efecto, el término "niño" (o: párvulo) tiene un doble sentido.

33.3. Pablo dice de nuevo: "Cuando me hice hombre, acabé con las cosas de niño" (1 Co 13,11). No se refiere al escaso número de años, ni a una medida determinada de tiempo, ni a otras enseñanzas secretas de doctrinas propias de hombres adultos y bien formados, cuando afirma haber dejado y superado la niñez y las cosas infantiles. Él llama "niños" a los que viven bajo la ley y andan temerosos, como los niños por el "cuco" (mormolukeíos: espantajo para asustar a los niños); llama, en cambio, "hombres" a los que son dóciles al Verbo y actúan libremente. Nosotros, que hemos creído, somos salvados por una libre elección, y tememos prudentemente, no irreflexivamente.

33.4. El mismo Apóstol testifica acerca del particular, al afirmar que los judíos son los herederos según la antigua Alianza, y que nosotros lo somos según la promesa: "Mientras el heredero es un niño, aunque sea propietario de sus bienes, no se diferencia en nada del esclavo, ya que está bajo la tutela de los tutores y administradores, hasta la fecha señalada por el padre. Así, nosotros, en nuestra niñez, estábamos sometidos a los elementos del mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la adopción filial" (Ga 4,1-5).

Los cristianos son niños en Cristo

34.1. Mira cómo reconoció que eran niños los que estaban bajo el temor y el pecado; en cambio, dio el nombre de "hijos" a los que están bajo la fe, asimilándolos a los adultos, para diferenciarlos de los pequeños que están bajo la ley. Dice: "Ya no eres esclavo, sino hijo; y por ser hijo, eres también heredero de Dios" (Ga 4,7). Y ¿qué le falta al hijo, después de la herencia?

34.2. Sería acertado interpretar así este pasaje: "Cuando era niño" (1 Co 13,11), es decir, cuando era judío -era, en efecto de origen hebreo- "razonaba como un niño" (1 Co 13,11), porque seguía la Ley. "Pero desde que me hice hombre ya no razono como un niño" (1 Co 13,11), es decir, según la Ley, sino que razono como un hombre, es decir, según Cristo, porque la Escritura -como apuntábamos más arriba (cf. 2 Co 11,2; Ef 4,13; Pedagogo, I,18,1-4)- llama solamente a Cristo "hombre": "He dejado las cosas de niño" (1 Co 13,11). En efecto, la condición de niño en Cristo es la perfección en comparación con la Ley.

34.3. Llegados a este punto, debemos abordar la defensa de nuestra condición de niño y tratar, además, de dar una explicación de las palabras del Apóstol: "Les di de beber leche, como niños en Cristo; no alimento sólido, porque aún no podían tomarlo, como tampoco ahora" (1 Co 3,1-2). No creo que deba interpretarse este pasaje refiriéndolo a los judíos. En efecto, citaré otro texto paralelo de la Escritura: "Los conduciré a una tierra próspera, que mana leche y miel" (Ex 3,8. 17).

El Verbo nos alimenta

35.1. La comparación de estos textos revela una seria dificultad de comprensión. Si la infancia con su régimen alimenticio de leche es principio de la fe en Cristo, y se la desprecia como infantil e imperfecta, ¿cómo el supremo reposo del hombre perfecto y "gnóstico", que ha ingerido alimento sólido, de nuevo es honrado con leche infantil?

35.2. Quizás el "como", al mostrar una comparación, revela una analogía; a buen seguro, el pasaje debe interpretarse así: "Les di de beber leche en Cristo" (1 Co 3,12), y, tras una breve pausa, añadir: "como a niños" (1 Co 3,1), de modo que esta pausa en la lectura permita esta interpretación:

35.3. Los he instruido en Cristo con un alimento simple, verdadero, natural y espiritual" (cf. 1 Co 10,3). Tal es la naturaleza alimenticia de la leche, que brota de los pechos nutricios; de manera que en conjunto puede entenderse así: como las nodrizas alimentan con su leche a los recién nacidos, así también yo, con el Verbo, que es la leche de Cristo, los alimento con un alimento espiritual.

Recibiremos el alimento sólido en la vida futura

36.1. Así entonces, la leche perfecta es un alimento perfecto, que conduce a la meta sin fin. Por esta razón, para el eterno descanso se promete esta misma leche y miel. Con razón el Señor promete aún leche a los hombres justos, para mostrar que el Verbo es, a la vez, el "alfa y la omega" (Ap 1,8; 1,11; 21,6; 22,13), principio y fin. Algo de esto vaticina ya Homero, cuando, sin proponérselo, llama a los hombres justos "seres que se alimentan de leche" ("galactófagos"; Homero, Ilíada, XIII,5-6).

36.2. Pero también puede interpretarse dicho pasaje de la Escritura desde otro punto de vista: "Yo, hermanos, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a seres carnales, como a niños en Cristo" (1 Co 3,1). Por "carnales" puede entenderse los recientes catecúmenos, todavía niños en Cristo.

36.3. A quienes ya han creído por el Espíritu Santo, los llamó "espirituales", y a los recién catequizados y que no han sido purificados, los llamó "carnales"; naturalmente, los llama "carnales" porque, al igual que los paganos, tienen aún pensamientos carnales.

36.4. "Puesto que mientras haya en ustedes envidia y discordia, ¿no son acaso carnales, y no se comportan humanamente? (1 Co 3,3). De ahí que el Apóstol diga: "Les di de beber leche" (1 Co 3,2), que viene a significar: les he dispensado conocimiento, que, a través de la catequesis, los nutrirá para la vida eterna. Ahora bien, la expresión "les di de beber" (1 Co 3,2) es el símbolo de una participación perfecta: son los adultos los que "beben", los niños, en cambio, "maman".

36.5. "Mi sangre, dice el Señor, es verdadera bebida" (Jn 6,55). ¿Quizá cuando dice: "Les di de beber leche" (1 Co 3,2), alude a la perfecta alegría en el Verbo, que es leche, al conocimiento de la verdad? Y lo que a continuación dice: "No alimento sólido, porque aún no podían soportarlo" (1 Co 3,2), puede aludir a la clara revelación que, "alimento sólido", se hará cara a cara en la vida futura.

36.6. Porque ahora vemos, como reflejado en un espejo -dice el Apóstol-, pero luego cara a cara" (1 Co 13,12). Y aún añade: "Pero ahora no pueden, porque son carnales" (1 Co 3,2), puesto que albergan pensamientos propios de la carne, deseos, amores, celos, cóleras, envidias (cf. Ga 5,19-21); no porque aún estemos en la carne (cf. Rm 8,9) -como algunos han creído-, porque con esta carne y con faz angélica (cf. Lc 20,36; Hb 6,15; 1 Co 13,12) podremos llegar a ver cara a cara (cf. 1 Co 13,12) la promesa.

El Verbo es siempre el mismo

37.1. Si la promesa se realiza tras nuestra partida de esta tierra, y se refiere a "aquello que jamás ojo alguno vio, ni pasó por mente de hombre" (1 Co 2,9), ¿cómo pretenden algunos conocer, sin la ayuda del Espíritu, sino mediante el estudio, "lo que jamás oído oyó" (1 Co 2,9), fuera de aquél "que fue arrebatado hasta el tercer cielo" (2 Co 12,4), e incluso éste ha recibido la orden de callarse?

37.2. Si, por el contrario -como también puede suponerse-, el conocimiento del que se enorgullecen es una sabiduría humana, escucha la advertencia de la Escritura: "Que no se gloríe el sabio en su sabiduría, que el fuerte no se gloríe en su fuerza" (Jr 9,22); "el que se gloríe, gloríese en el Señor" (1 Co 1,31; 2 Co 10,17; cf. Jr 9,24) Pero nosotros, "que hemos sido instruidos por Dios" (1 Ts 4,9), nos gloriamos en el nombre de Cristo (cf. Flp 3,3).

37.3. ¿Cómo, entonces, no suponer que el Apóstol ha pensado en la "leche de los párvulos" en este sentido? Si los jefes de la Iglesia, a semejanza del buen pastor (cf. Jn 10,11-14) son los pastores y nosotros somos su rebaño, cuando el Apóstol afirma que el Señor es la leche del rebaño (cf. 1 Co 9,7), ¿acaso no se expresa así para mantener la coherencia de la alegoría? En este sentido debemos interpretar el citado pasaje: "Les di de beber leche, no alimento sólido, porque aún no eran capaces" (1 Co 3,2): esto no significa que se trate de un tipo de alimento distinto de la leche, porque en esencia son lo mismo. Igualmente, el Verbo es siempre el mismo; suave y dulce como la leche; sólido y consistente como el alimento sólido.

La esperanza es la sangre de la fe

38.1. Sin embargo, aunque interpretamos el texto así, podemos pensar que la predicación es leche derramada con largueza, y alimento sólido es la fe, que por la catequesis se ha constituido en firme fundamento; porque tiene más consistencia que lo que entra por el oído, y se la compara por eso al alimento sólido en cuanto ha adquirido consistencia en el alma.

38.2. El Señor nos da a conocer este alimento en el Evangelio de san Juan, mediante símbolos: "Coman mis carnes y beban mi sangre" (Jn 6,53), dice, aludiendo alegóricamente con las palabras "comida y bebida" a la manifestación de la fe y de la promesa.

38.3. La Iglesia -que, como el hombre, se compone de múltiples miembros- se reaviva, se desarrolla, se cohesiona y adquiere consistencia por este doble alimento: la fe es su cuerpo; la esperanza, su alma. Como también el Señor está constituido de carne y sangre. La esperanza, en realidad, es la sangre de la fe; ella como alma, es la que mantienen la cohesión de la fe. Y si la esperanza se desvanece, como sangre que se derrama, la vitalidad de la fe se debilita.

Capítulo VI: Contra los que suponen que los términos "niños" y "párvulos" aluden simbólicamente a la enseñanza de las ciencias elementales (conclusión)

Identidad de naturaleza entre la leche y la sangre

39.1. Si los que tienen deseos de disputas siguen sosteniendo que la leche significa las primeras enseñanzas, es decir, los primeros alimentos, mientras que el alimento sólido simboliza los conocimientos espirituales, por más que pretendan situarse en la cima del conocimiento, deben saber que, si llaman comida al alimento sólido, a la carne y a la sangre de Jesús, se enfrentan, por su orgullosa sabiduría, a la simplicidad de la verdad.

39.2. La sangre es, sin duda, el primer elemento generado en el hombre; algunos, incluso, se han atrevido a sostener que constituye la sustancia del alma (cf. Galeno, De placitis Hippocratis et Platonis, II,8). Ciertamente la sangre se transforma por una fermentación natural, cuando la madre va a dar a luz. Por una especie de simpatía de ternura pierde su color y se vuelve blanca, para que el niño no se asuste. La sangre es, además, lo más fluido de la carne (cf. Plutarco, Morales, 495E-496A); algo así como carne en estado de fluidez; a su vez, la leche es lo más nutritivo y sutil de la sangre (cf. Lv 17,11-14; Dt 18,23).

39.3. Ya sea que se trate de la sangre aportada al embrión y que le es enviada por el cordón umbilical de la matriz, ya de la sangre menstrual, que desviada de su curso natural recibe la orden avanzar hasta los pechos dilatados -cumpliendo órdenes de Dios que a todos crea y alimenta- y que alterada por un soplo caliente, ofrece al recién nacido un alimento agradable, no es otra cosa sino sangre que se transforma. Los pechos, más que otros miembros del cuerpo, están en estrecha relación con la matriz (cf. Galeno, De usu partium, IV,8).

39.4. En efecto, en el momento del parto queda cortado el conducto por el que circulaba la sangre hasta el embrión, se produce una interrupción del circuito y la sangre lleva hacia los pechos la dirección de su impulso y éstos se dilatan por hacerse el aflujo (de sangre) muy abundante; entonces la sangre se transforma en leche (cf. Galeno, In Hippocratis de alimentis, III,15) de la misma manera que se transforma, en un proceso ulceroso, en pus.

39.5. También puede ser que por la dilatación de las venas que hay en los pechos, debido al esfuerzo del parto, la sangre fluya a las cavidades naturales de los pechos. Entonces el soplo impulsado desde las arterias vecinas se mezcla con la sangre, que, aun manteniendo íntegra su sustancia, al desbordarse, se vuelve blanca y se transforma en espuma por este choque. Experimenta la sangre algo parecido a lo que se da en el mar, del cual dicen los poetas, que bajo el embate de los vientos, "escupe espuma salada" (Homero, Ilíada, IV,426). Con todo, la sangre mantiene su sustancia.

La sangre del Verbo es como leche

40.1. De manera semejante, también los ríos, en su impetuoso curso, azotados por el viento, con el que se funden en toda su superficie, bullen de espuma (cf. Homero, Ilíada, V,599; XVIII,403; XXI,325); también nuestra saliva se hace blanca cuando soplamos. Partiendo de estos hechos, ¿qué hay de absurdo en pensar que la sangre por efecto del soplo (arterial) se transforme en una materia muy brillante y muy blanca? Sufre, en efecto, un cambio cualitativo, no sustancial.

40.2. Con toda seguridad, sería muy difícil encontrar algo más nutritivo, más dulce y más blanco (cf. Is 1,18; Qo 9,8; Mc 9,3) que la leche. Y en todo el alimento espiritual (cf. 1 Co 10,3) se le asemeja; es, en efecto, dulce, por la gracia; nutritivo porque es vida; blanco como el día de Cristo. Así, entonces, ha quedado bien claro que la sangre del Verbo es como leche.

Dios es el padre nutricio de todos los seres generados y regenerados

41.1. La leche así elaborada durante el parto, se le administra al bebé, y los pechos que hasta entonces se dirigían erguidos hacia el marido, se inclinan ahora hacia el niño, aprendiendo a ofrecerle el alimento fácil de digerir elaborado por la naturaleza para su saludable alimentación. Los pechos no están como las fuentes, repletos de leche ya preparada, sino que, transformando dentro de sí mismos el alimento, elaboran la leche y la hacen fluir.

41.2. Este es el alimento apropiado y conveniente para un niño recién constituido y recién nacido, alimento dispensado por Dios -padre nutricio (cf. Ex 16) de todos los seres generados y regenerados-, como el maná que llovía del cielo para los antiguos hebreos (cf. Ex 16,1 ss.), el alimento celestial de los ángeles (cf. Sal 77 [78],25; Sb 16,20).

41.3. Sin duda, las nodrizas también hoy llaman "maná" al primer manar de la leche, por homonimia con aquel alimento. Las mujeres embarazadas, al llegar a ser madres, manan leche; pero Cristo, el Señor, el fruto de la Virgen, no llamó dichosos a aquellos pechos (cf. Lc 11,27-28), ni los juzgó nutricios, sino que, cuando el Padre, amante y benigno, derramó el rocío (cf. Is 45,8) de su Verbo, se convirtió él mismo en alimento espiritual para los que practican la virtud (o también, menos literalmente: sencillo).

El admirable misterio de la Trinidad y de la Iglesia

42.1. ¡Admirable misterio! Uno es el Padre de todos, uno el Verbo de todos, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; una única Virgen que se ha convertido en madre; me complace llamarla Iglesia. Esta madre única no tuvo leche, porque es la única que no fue mujer; es al mismo tiempo virgen y madre; íntegra como virgen, llena de amor, como madre. Ella llama por su nombre a sus hijos y los alimenta con la leche santa, con el Verbo nutricio (lit.: que conviene a los niños).

42.2. No tuvo leche porque la leche era ese niño pequeño, hermoso y familiar, esto es, el cuerpo de Cristo. Con el Verbo alimenta al joven pueblo, que el mismo Señor trajo al mundo con dolores de parto y al que envolvió en pañales con su preciosa sangre.

42.3. ¡Santo parto! ¡Santos pañales! El Verbo lo es todo para esa criatura: padre y madre, pedagogo y nodriza. "Coman, dice, mi carne y beban mi sangre" (Jn 6,53). He aquí los excelentes alimentos que el Señor nos da generosamente: ofrece su carne y derrama su sangre. Nada les falta a los niños para su desarrollo.



 El Verbo derramó su sangre por nosotros, salvando así a la humanidad entera

43.1. ¡Extraordinario misterio! Se nos manda despojarnos de la vieja corrupción de la carne -como también del viejo alimento- y seguir un nuevo régimen de vida: el de Cristo; y, recibiéndolo, si nos es posible, hacerlo nuestro y meter al Salvador en nosotros para destruir así las pasiones de la carne.

43.2. Pero quizás no quieras entenderlo en este sentido, y prefieras una explicación más general; escucha, entonces, ésta: la carne, para nosotros, significa, simbólicamente al Espíritu Santo, ya que la carne ha sido creada por Él. La sangre alude alegóricamente al Verbo, puesto que, como sangre generosa, el Verbo se derrama sobre nuestra vida; la mezcla de ambos es el Señor, alimento de las criaturas. El Señor es, en efecto, Espíritu y Verbo.

43.3. El alimento, es decir, el Señor Jesús, el Verbo de Dios, es espíritu hecho carne, carne celestial santificada. El alimento es la leche del Padre, por el que únicamente nosotros, las criaturas, somos amamantados. Y Él, "el amado" (Mc 1,11; cf. Is 42,1), el Verbo, quien nos alimenta, ha derramado su sangre por nosotros, salvando así a la humanidad.

43.4. Nosotros, que por su mediación hemos creído en Dios, nos refugiamos en el regazo del Padre "que hace olvidarlos dolores" (Homero, Ilíada, XXII,83), es decir, (nos refugiamos) en el Verbo. Solamente Él, como es natural, ofrece a los pequeños, a nosotros, la leche del amor; y sólo son realmente felices (cf. Lc 11,27) quienes se alimentan de estos pechos.

Los cristianos, como niños recién nacidos, desean la leche espiritual

44.1. Por eso dice Pedro: "Despójense de toda maldad y de todo engaño, de la hipocresía, la envidia y la maledicencia; como niños recién nacidos, deseen la leche espiritual, a fin de que, por ella, crezcan para la salvación, si es que han gustado cuán bueno es Cristo el Señor" (1 P 2,1-3; cf. Sal 33 [34],9). Pero si se les concediera (a nuestros oponentes) que el alimento sólido es de diferente naturaleza que la leche, ¿cómo no caerían finalmente en el error por no haber comprendido las leyes de la naturaleza?

44.2. En invierno, cuando el clima todo lo paraliza y no deja salir al exterior el calor que permanece enclaustrado en el cuerpo, el alimento consumido y digerido, se convierte en sangre que fluye por las venas. Puesto que el aire no circula por ellas, se tensan al máximo y laten con fuerza; y es precisamente entonces cuando las nodrizas están repletas de leche.

44.3. Hemos demostrado hace poco (cf. Pedagogo, I,39,2-5) que, al dar a luz, la sangre se transforma en leche sin tener lugar una mutación sustancial, como sucede con los cabellos rubios que se tornan blancos al ir envejeciendo. En cambio, en el verano, el cuerpo, al estar más flácido, deja pasar el alimento con más facilidad y la leche no abunda, porque tampoco abunda la sangre, porque no se asimila todo el alimento.

El Verbo es fuente de vida y alimento de la verdad

45.1. Por tanto, si la transformación del alimento produce la sangre, y ésta se convierte en leche, la sangre viene a ser la preparación de la leche, como el semen lo es del hombre y la semilla de uva de la vid. De modo que, al nacer, somos amamantados con leche, con este alimento que es del Señor; y, del mismo modo, desde el momento en que somos regenerados, recibimos en seguida la esperanza del reposo final en la Jerusalén de lo alto (cf. Ga 4,26), en donde, según está escrito, manan la leche y la miel (cf. Ex 3,8. 17). Mediante este alimento material se nos promete también el alimento santo.

45.2. Los alimentos, como dice el Apóstol (cf. 1 Co 6,13), se destruyen, pero el alimento que proporciona la leche conduce hasta los cielos, convirtiéndonos en ciudadanos del cielo e incorporándonos al coro de los ángeles. Y como el Verbo es "fuente de vida" (Ap 21,6) que brota, y recibe también el nombre de "río de aceite" (Ez 32,14; Dt 32,13; Ap 21,6), se comprende que Pablo lo llame alegóricamente "leche", cuando dice: "Les di de beber" (1 Co 3,2), porque el Verbo, alimento de la verdad, se bebe. Ciertamente, puede decirse que la bebida es un alimento líquido.

45.3. Un mismo alimento puede considerarse sólido o líquido, según, claro está, el aspecto que consideremos. Por ejemplo, el queso es coagulación de leche; no es más que leche solidificada. No me jacto de ser especialista en el empleo de estas palabras; sólo pretendo decir que una única sustancia suministra dos tipos de alimento. Así, la leche que nutre a los lactantes es, a la vez, para ellos, bebida y alimento sólido.

45.4. El Señor ha dicho: "Yo tengo un alimento que ustedes no conocen (Jn 4,32); mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34). He aquí otro alimento -la voluntad de Dios-, que de modo semejante a la leche, se llama, alegóricamente, alimento.

El Verbo es el pan del cielo

46.1. Con lenguaje figurado, llama "cáliz" al cumplimiento de su pasión (cf. Mt 20,22-23; 26,39. 42; Mc 10,38. 39; 14,36; Lc 22,42; Jn 18,11), porque tenía que beberlo y apurarlo hasta el final él solo. Así, para Cristo, el alimento era el cumplimiento de la voluntad del Padre; mientras que para nosotros, pequeños, el alimento es el mismo Cristo: nosotros bebemos del Verbo de los cielos; de ahí que la palabra "procurar" sea sinónima de "buscar", ya que los pequeños que buscan al Verbo se nutren de la leche que les proporcionan los amorosos pechos del Padre.

46.2. Además, el Verbo se llama a sí mismo "pan del cielo": "No les dio Moisés el pan del cielo, sino mi Padre, les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. Y el pan que yo les daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,32. 33. 51).

46.3. Adviértase el sentido místico del "pan", al que llama su carne, y de la que se dice que resucitará; como germina el trigo tras la siembra y la descomposición, también su carne mediante el fuego se reconstituye, para gozo de la Iglesia, como pan que ha sido cocido.

El Verbo debía padecer por nosotros

47.1. Pero mostraremos de nuevo con más detenimiento y claridad estas cuestiones en nuestro tratado "Sobre la Resurrección". Porque dijo: "El pan que yo les daré es mi carne" (Jn 6,51), carne irrigada por la sangre, y el vino designa alegóricamente la sangre. Como es sabido, cuando echamos migas de pan a una mezcla de vino, éstas absorben el vino, aunque permanece el elemento acuoso; así también la carne del Señor, el Pan de los cielos, absorbe la sangre, elevando a los hombres celestiales hacia la incorruptibilidad, y deja en la corrupción solamente los deseos carnales, destinados a la corrupción.

47.2. De muchas maneras se llama alegóricamente al Verbo: comida, carne, alimento, pan, sangre, leche. El Señor es todo esto para beneficio nuestro porque hemos creído en Él. Que nadie se extrañe si alegóricamente llamamos leche a la sangre del Señor. ¿No se le llama también alegóricamente (a esa sangre), vino?

47.3. "El que lava -dice- en el vino su manto y en la sangre de la viña su vestido" (Gn 49,11). Afirma que en su propia sangre se embellecerá el cuerpo del Verbo y que con su espíritu alimentará a los que tengan hambre del Verbo. Que la sangre es el Verbo lo atestigua la sangre del justo Abel, que clama a Dios (cf. Gn 4,10; Mt 23,35; Hb 11,4).

47.4. En efecto, la sangre jamás puede emitir sonidos, a no ser que por "sangre" entendamos, alegóricamente, el Verbo. Aquel justo antiguo (= Abel) era figura del Justo nuevo, y la sangre antigua hablaba en nombre de la sangre nueva. Quien clama a Dios es la sangre, que es el Verbo, y señala al Verbo destinado a sufrir.

La concepción humana en tiempos de Clemente de Alejandría

48.1. Por lo demás, la misma carne y la sangre que en ella hay, se reaniman y crecen con la leche, por una especie de amoroso reconocimiento. La formación del embrión se lleva a cabo cuando el esperma se une al residuo puro producido por el flujo menstrual. La potencia que está en el semen, al coagular la naturaleza de la sangre, como el cuajo coagula la leche, elabora la sustancia de lo que se conformará después. La mezcla germina, pero el exceso puede provocar la esterilidad.

48.2. La semilla de la tierra, inundada por una lluvia excesiva, se echa a perder y, si por la sequedad está falta de humedad, se seca; contrariamente, una humedad viscosa permite la cohesión de la semilla y la hace germinar.

48.3. Algunos suponen que la espuma de la sangre constituye la esencia del ser viviente (cf. Hipócrates, De octimestri partu, 1). La sangre, agitada violentamente por el calor natural del varón en el momento de la unión, forma espuma y se esparce por los conductos espermáticos. De ahí pretende Diógenes de Apolonia que han tomado nombre los "afrodisia" [= placeres venéreos] (cf. Diógenes de Apolonia, Fragmentos, 60).

El Verbo nos alimenta con su leche

49.1. Es del todo evidente que la sangre constituye la sustancia del cuerpo humano. El seno de la mujer alberga en primer lugar una substancia líquida, semejante a la leche; luego, esta substancia se convierte en sangre y carne; adquiere espesor en la matriz por la acción de un hálito natural y cálido, que configura el embrión y lo vivifica.

49.2. Después del parto, el niño sigue alimentándose aún de esa misma sangre, puesto que el flujo de la leche es la substancia de la sangre; y la leche es fuente de nutrición; por ella se evidencia también que realmente la mujer ha dado a luz y es madre; de ahí toma también su encanto la ternura maternal. Por eso el Espíritu Santo pone misteriosamente en boca del Apóstol las palabras boca del Señor: "Les di de beber leche" (1 Co 3,2).

49.3. Si, en efecto, hemos sido regenerados en Cristo, el que nos ha regenerado nos alimenta con su propia leche, es decir, el Verbo. Y lógico es que todo procreador procure alimento al ser que ha engendrado. Y así como ha sido espiritual para el hombre la regeneración, así también lo ha sido el alimento.

49.4. Hemos sido asimilados a Cristo plenamente: en parentesco, por su sangre, por la cual hemos sido lavados; en los mismos sentimientos (= simpatía), por la alimentación (o: educación) que hemos recibido del Verbo; en incorruptibilidad, por la formación que Él nos ha dado.
"Entre los mortales, educar a los hijos proporciona a menudo más satisfacciones que engendrarlos" (Fragmento de "Medea", del trágico Biotos, [Fragmento nº 1]).
La sangre y la leche son, indistintamente, símbolo de la Pasión y de las enseñanzas del Señor.

El bautismo se recibe para la remisión de los pecados

50.1. Por tanto, como niños que somos, podemos gloriarnos en el Señor y exclamar: "Me enorgullezco de haber nacido de un padre tan bueno y de su sangre" (Homero, Ilíada, XXI,109; XX,241).
Que la leche procede de la sangre por un proceso de transformación, está más que claro; no obstante, podemos aprender de lo que sucede con los pequeños rebaños de ovejas y de vacas.

50.2. Durante la estación que nosotros convenimos en llamar primavera, cuando el tiempo es húmedo, y la hierba y los pastos son abundantes y frescos, estos animales se hinchan primero de sangre, a juzgar por la distensión de las venas y la curvatura de sus arterias; esta sangre se convierte en leche abundante. En cambio, en verano, sucede todo lo contrario, la sangre se calienta y se seca por el calor, paralizando dicho proceso de transformación; por tanto se obtiene menor cantidad de leche.

50.3. La leche tiene una cierta afinidad natural con el agua, como la que existe entre el alimento espiritual y el baño espiritual (= bautismo). Por ejemplo, si a la leche le añadimos un poco de agua fresca, la combinación reporta, al punto, notorios beneficios: la mezcla de la leche con el agua impide que aquélla se vuelva ácida, porque la leche se digiere, no bajo el efecto de antipatía, sino bajo el efecto de la simpatía con el agua.

50.4. El Verbo tiene con el bautismo la misma afinidad que la leche con el agua. La leche es el único líquido que posee esta propiedad: se mezcla con el agua para purificarnos, como también se recibe el bautismo para la remisión de los pecados (cf. Mt 3,6; Mc 1,4).

El Verbo es el único que alimenta, fortifica e ilumina

51.1. La leche también se mezcla con la miel, porque un efecto purificador, al tiempo que produce un alimento agradable. El Verbo, al mezclarse íntimamente con el amor del hombre, sana las pasiones y purifica también los pecados. Aquello de que su "voz fluía más dulce que la miel" (Homero, Ilíada, I,249), creo que fue dicho por el Verbo, que es la miel. En diversos lugares la profecía lo eleva "por encima de la miel y del jugo de los panales" (Sal 18 [19],11; 118 [119],103) La leche se mezcla también con el vino dulce, y dicha mezcla resulta saludable; es como si su naturaleza, al mezclarla (con el vino), se volviera incorruptible: porque por el efecto del vino la leche se decanta en suero, se descompone, y lo sobrante se desecha.

51.2. Así la unión espiritual entre la fe y el hombre sujeto a las pasiones, la fe decanta (lit.: "convierte en suero) las pasiones de la carne, confiere al hombre una mayor firmeza para la eternidad, haciéndole inmortal juntamente con los seres divinos.

51.3. Son muchos los que para alumbrarse utilizan la grasa de la leche, que recibe el nombre de manteca; con ello simbolizan claramente al Verbo, rico en aceite: el único, en verdad, que alimenta, fortifica e ilumina a los pequeños.

La perfección cristiana consiste en la liberación del pecado y en la identificación con Dios en Cristo Jesús

52.1. Por eso la Escritura dice del Señor: "Les dio a comer los frutos de los campos, les hizo gustar la miel salida de la roca, y el aceite sacado de la dura piedra, la mantequilla de las vacas, y la leche de las ovejas con la grasa de corderos" (Dt 32,13-14); éstos fueron los alimentos que, amén de otros, les proporcionó. Y el profeta, anunciando el nacimiento del niño, manifiesta que "se alimentará de manteca y miel" (Is 7,15).

52.2. A veces me sorprende el hecho de que algunos se atrevan a llamarse "perfectos" y "gnósticos" (cf. 1 Co 8,1), y, con orgullo y arrogancia, se consideren superiores al Apóstol. Pablo dice de sí mismo: "No es que ya haya alcanzado el fin, o que ya sea perfecto; pero sigo adelante por si logro alcanzarlo, porque yo, a mi vez, fui alcanzado por Cristo. Hermanos, estoy convencido de no haber alcanzado aún la meta; una cosa sí hago: olvidando lo que dejo atrás, y lanzándome a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo veloz hacia el premio de la soberana vocación en Cristo Jesús" (Flp 3,12-14).

52.3. Si se considera perfecto es por haber abandonado su vida a anterior y porque tiende a una vida mejor. Se considera perfecto, no en el conocimiento, sino porque desea la perfección. Por eso añade: "Los que somos perfectos, tenemos tales pensamientos" (Flp 3,15). Es evidente que llama perfección a la liberación del pecado, al resurgimiento de la fe en el (Verbo), que es el único ser perfecto, olvidando de los pecados anteriores.

Capítulo VII: El Pedagogo y su pedagogía

El Verbo es pastor y verdadero pedagogo que nos conduce a la salvación

53.1. Tras haber mostrado que la Escritura nos da a todos el nombre de niños, y que cuando seguimos a Cristo se nos llama alegóricamente pequeños (o: párvulos) y que sólo el Padre de todos es perfecto -porque en Él está el Hijo, y en el Hijo está el Padre (cf. Jn 10,38; 17,21)-, siguiendo nuestro plan, debemos decir quién es nuestro Pedagogo

53.2. Se llama Jesús. Algunas veces se llama a sí mismo "pastor", y dice: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11. 14). Con una metáfora tomada de los pastores que guían sus ovejas se indica al Pedagogo, guía de los niños, solícito pastor de los pequeños; porque se les denomina alegóricamente ovejas a los pequeños por su sencillez.

53.3. "Y todos formarán -afirma- un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16). Con razón el Verbo es llamado pedagogo, puesto que a nosotros, los niños, nos conduce a la salvación. Con toda claridad, él dice de sí mismo por boca de Oseas: "Yo soy su educador" (Os 5,2). La religión es una pedagogía que comporta el aprendizaje del servicio de Dios, la educación para alcanzar el conocimiento de la verdad, y la recta formación que conduce al cielo.

La pedagogía de Dios es la que señala el camino recto de la verdad

54.1. La palabra pedagogía engloba diversos significados: puede referirse al que es guiado y aprende; al que dirige y enseña; en tercer lugar, a la educación misma; finalmente, a las cosas enseñadas: por ejemplo, los preceptos. La pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la verdad, que lleva a la contemplación de Dios; es también el modelo de la conducta santa en una eterna perseverancia.

54.2. Como el general que dirige su falange, velando por la salvación de sus soldados, o como el piloto que gobierna su nave y procura poner a salvo a la tripulación, así también el Pedagogo guía a los niños hacia un género de vida saludable, por el solícito cuidado que tiene de nosotros. Si obedecemos al Pedagogo, obtendremos todo lo que razonablemente pidamos a Dios (cf. Jn 14,13).

54.3. Como el piloto no cede siempre ante el empuje embravecido de los vientos, sino que en ocasiones se coloca con la proa frente a las borrascas, así el Pedagogo no cede a los vientos que soplan en este mundo, ni expone al niño frente a ellos como si de un barco se tratara para que lo haga pedazos, sumergiéndose en una vida animal y desenfrenada; al contrario, llevado sólo por el Espíritu de la verdad, bien pertrechado, sujeta con firmeza el timón del niño -sus orejas, quiero decir- hasta que lo ancla sano y salvo en el puerto celestial. Lo que los hombres suelen llamar educación paterna no es duradera; la educación divina, en cambio, permanece para siempre.

Nuestro Pedagogo, en cambio, es el Santo Dios Jesús, el Verbo que guía a toda la humanidad

55.1. Se dice que el Pedagogo de Aquiles era Fénix, y el de los hijos de Creso, Adrasto; el de Alejandro, Leónidas; el de Filipo, Nausito. Pero Fénix era un mujeriego, y Adrasto, un desterrado; Leónidas no abatió el orgullo del Macedonio, ni Nausito logró sanar la embriaguez del de Pela. El tracio Zopiro no logró contener la lujuria de Alcibíades; Zopiro era un esclavo comprado por dinero, y Siquino, el pedagogo de los hijos de Temístocles, era un esclavo negligente. Cuentan de él que bailaba, y que fue el inventor de la conocida danza "sicinis".

55.2. No nos olvidamos de los pedagogos que, entre los persas, eran llamados "reales". Eran elegidos de entre todos los persas, los cuatro mejores; y los reyes les confiaban la educación de sus hijos. Sin embargo, los niños aprendían sólo de ellos el manejo del arco, y, cuando llegaban a la pubertad, se unían a sus hermanas, a sus madres y a innumerables mujeres, legítimas o concubinas, y practicaban las relaciones sexuales como los jabalíes. Pero nuestro Pedagogo, en cambio, es el Santo Dios Jesús, el Verbo que guía a toda la humanidad; Dios mismo, que ama a los hombres, es nuestro pedagogo.

La Sagrada Escritura nos presenta al verdadero Pedagogo y su pedagogía

56.1. En el "Cántico", el Espíritu Santo habla de Él así: "Proveyó de lo necesario, cuando estaba atormentado por la ardiente sed en los áridos parajes; lo protegió, lo educó y lo guardó como a la pupila de sus ojos; como el águila protege su nido y a sus polluelos, así él, extendiendo sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. Sólo el Señor los guiaba, y entre ellos no había ningún dios extranjero" (Dt 32,10-12). Me parece que la Escritura presenta al Pedagogo de forma muy clara, describiendo su pedagogía.

56.2. De nuevo, hablando en su propio nombre, [Dios] se considera a sí mismo el Pedagogo: "Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto" (Ex 29,46). ¿Quién es el que tiene poder para conducir dentro o sacar fuera? ¿No es el Pedagogo? "Él mismo que se apareció a Abrahán y le dijo: "Yo soy tu dios; sé agradable a mis ojos"" (Gn 17,1).

56.3. Como excelente pedagogo lo prepara para ser niño fiel, y le dice: "Sé irreprochable; yo estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia" (Gn 17,1. 2. 7). Hay aquí una comunicación amistosa por parte del maestro. Es evidente que fue también el pedagogo de Jacob.

56.4. Mira, le dijo, yo estaré contigo; y te guardaré dondequiera que vayas, te restituiré a esta tierra; no te abandonaré hasta haber cumplido mis promesas" (Gn 28,15). Y se añade que combatió con él: "Jacob se quedó solo, y un hombre -el Pedagogo- combatió con él hasta el alba" (Gn 32,25).

El Verbo es el pedagogo de la humanidad

57.1. Era él, el hombre que luchaba y combatía, el que acompañaba y entrenaba contra el Maligno al astuto Jacob. Y dado que el Verbo era el entrenador de Jacob y pedagogo de la humanidad, la Escritura dice: "(Jacob) le preguntó y le dijo: "Revélame tu nombre"; a lo que el Señor respondió: "¿Por qué me preguntas mi nombre?"" (Gn 32,30). En efecto, reservaba el nombre nuevo para el pueblo joven, para el párvulo.

57.2. El Señor Dios aún no tenía nombre, porque aún no se había hecho hombre. Pero: "Jacob dio a ese lugar el nombre de "Visión de Dios", porque -dijo- he visto a Dios cara a cara, y mi vida ha quedado a salvo" (Gn 32,31). El rostro de Dios es el Verbo, por medio del cual Dios se hace visible y es conocido. Fue entonces cuando Jacob recibió el nombre de Israel (Gn 32,29), cuando vio al Señor Dios.

57.3. El mismo Dios, el Verbo, el Pedagogo, le dijo en otra ocasión: "No tengas miedo de ir a Egipto" (Gn 46,3). Mira cómo el Pedagogo sigue al hombre justo, y cómo entrena al atleta, enseñándole a derribar al adversario (cf. Gn 27,36).

57.4. Él mismo enseña a Moisés el oficio de la pedagogía; en efecto dice el Señor: "Si alguno ha pecado contra mí, yo lo borraré de mi libro. Y ahora, marcha y conduce a tu pueblo donde te he dicho" (Ex 32,33 s.).



El Señor quiere el arrepentimiento del pecador, no su muerte

58.1. Por esas palabras enseña la pedagogía. El Señor, por medio de Moisés, fue realmente el pedagogo del pueblo antiguo, mientras Él mismo en persona fue, cara a cara, el guía del pueblo nuevo. Así dice a Moisés: "He aquí que mi ángel te precede" (Ex 32,34), poniendo ante él la potencia del Verbo como buen mensajero y guía.

58.2. Pero conserva su dignidad de Señor y afirma: "El día que los visite, los castigaré por su pecado" (Ex 32,34). Esto es: el día en que me erija juez, les haré pagar el precio de sus pecados, porque es, al mismo tiempo, pedagogo y juez que juzga a los que transgreden sus mandatos; y como amante que es de los hombres, el Verbo no silencia sus pecados; muy al contrario, se los reprocha para que se conviertan: "El Señor quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte" (Ez 18,23. 32; 33,11).

58.3. Nosotros, cual niños, cuando oímos hablar de pecados cometidos por otros, tememos vernos amenazados con castigos semejantes, y nos abstenemos del mismo tipo de faltas. ¿En qué pecaron? "Porque en su furor degollaron hombres, y, por capricho, destrozaron toros; maldita sea su ira" (Gn 49,6-7).

La novedad del Verbo

59.1. ¿Quién podría educarnos con más cariño que Él? En primer lugar, hubo una antigua alianza para el pueblo antiguo; la Ley educaba al pueblo con temor (cf. Ga 3,24), y el Verbo era un Ángel (cf. Ex 3,2). Pero para el pueblo nuevo y joven ha sido establecida una nueva y joven alianza; y el Verbo ha sido engendrado (cf. Jn 1,14), el miedo se ha trocado en amor, y aquel ángel místico, Jesús, ha nacido.

59.2. El mismo Pedagogo que en otro tiempo dijo: "Temerás al Señor tu Dios" (Dt 6,13; 10,20), nos exhorta ahora: "Amarás al Señor tu Dios" (Mt 22,37; Mc 12,30; Lc 10,27; Dt 6,5). Por esta misma razón nos ordena: "Quiten de ante mis ojos sus obras -los antiguos pecados- y aprendan a hacer el bien (Is 1,16); huye del mal y practica el bien (Sal 33 [34],15; 36 [37],27); tú has amado la justicia y has odiado la iniquidad" (Sal 44 [45],8). Ésta es mi alianza, mi nueva alianza, grabada en la antigua letra. Así entonces, no se debe menospreciar a la novedad del Logos.

59.3. En el libro de Jeremías dice el Señor: "No digas: "Yo soy muy joven"; antes de formarte en el vientre de tu madre ya te conocía; y antes de que salieses del seno materno, te consagré" (Jr 1,7. 5). Quizá esta palabra profética estaba dirigida simbólicamente a nosotros, que fuimos conocidos por Dios, con vistas a la fe, antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,4; 1 P 1,20); a nosotros, todavía niños, porque la voluntad de Dios acaba de cumplirse recientemente. De modo que somos recién nacidos, en cuanto a la vocación y a la salvación.

Jesús es el nombre del Salvador Pedagogo

60.1. Y por eso añade: "Te he constituido profeta de las naciones" (Jr 1,5); con ello le dice que debía ser profeta y que el título de "joven" no debía considerarse como un reproche para los que son llamados "niños". La Ley fue una antigua gracia otorgada por el Verbo por mediación de Moisés. Por eso dice la Escritura: "La Ley fue dada por medio de Moisés" (Jn 1,17); no por Moisés, sino por el Verbo. Moisés hizo de intermediario (cf. Ex 14,31), como siervo suyo; razón por la cual dicha ley sólo tuvo una vigencia pasajera. "Pero la gracia eterna y la verdad han venido por medio de Jesucristo" (Jn 1,17).

60.2. Consideren estas palabras de la Escritura: respecto a la Ley, sólo afirma que "fue dada", pero "la verdad", que es una gracia del Padre, es la obra eterna del Verbo; asimismo, la Escritura no explícita que "fue dada", sino que fue hecha "por Jesús, sin el cual nada ha sido hecho" (Jn 1,3). Moisés, por tanto, cede proféticamente el lugar al Pedagogo perfecto, el Verbo; y anuncia su nombre y su pedagogía, al mismo tiempo que presenta el Pedagogo al pueblo, con la obligación de obedecerle.

60.3. "[Yahvé] nuestro Dios les suscitará un profeta como yo -dice- entre sus hermanos" (Dt 18,15). Es Jesús, hijo de Navé, que alegóricamente significa Jesús, el Hijo de Dios. Porque el nombre de Jesús anunciado en la Ley era una figura del Señor (cf. Col 2,17; Hb 8,5; 10,1). Moisés aconseja prudentemente al pueblo: "Escúchenle -dice-, y el hombre que no escuche a este profeta..." (Dt 18,15. 19), y sigue amenazante. Así nos anuncia proféticamente el nombre del Salvador Pedagogo.

El poder del Pedagogo es firme, consolador y salvador

61.1. La profecía le atribuye también un bastón (cf. Is 10,5; 14,15; Jr 48,17; Sal 22 [23],4): el bastón del pedagogo, de mando, propio del que ejerce la autoridad. A quienes el Verbo persuasivo no sana, los sanará la amenaza; y si tampoco la amenaza los cura, el fuego los consumirá. "Saldrá -dice la Escritura- una vara del tronco de Jesé" (Is 11,1).

61.2. Considera la solicitud, la sabiduría y el poder del Pedagogo. "No juzgará según las apariencias, ni acusará según las habladurías, sino que hará justicia a los humildes, y acusará a los pecadores de la tierra" (Is 11,1. 3-4). Y, por boca de David, exclama: "El Señor, que educa, me corrigió, pero no me entregó a la muerte" (Sal 118 [188],18). Ser corregido por el Señor y tenerlo por pedagogo, equivale a ser liberado de la muerte.

61.3. Por boca del mismo profeta añade: "Los regirás con vara de hierro" (Sal 2,9). Asimismo, el Apóstol, inspirado, escribe a los Corintios: "¿Qué prefieren? ¿Que vaya a ustedes con la vara, o con caridad y espíritu de mansedumbre?" (1 Co 4,21). Y aún, por boca de otro profeta, añade: "El Señor hará surgir de Sión la vara de su poder" (Sal 109 [110],2); "Tu vara y tu bastón -el del pedagogo- me han persuadido" (Sal 22 [23],4), dice por boca de otro (profeta). Tal es el poder del Pedagogo: firme, consolador y salvador.

Capítulo VIII: Contra quienes estiman que el Justo no es bueno

El Señor se compadece de todos los seres humanos, los ama y se ha hecho hombre por su salvación

62.1. Hay quienes se obstinan en decir que el Señor no es bueno porque usa la vara, y se sirve de la amenaza y del temor. Según parece, no han entendido el pasaje de la Escritura que dice así: "Quien teme al Señor se convierte en su corazón" (Si 21,6); olvidan, por otra parte, su más grande prueba de amor: hacerse hombre por nosotros (cf. Jn 1,14).

62.2. Por eso profeta, con la mayor confianza filial, le dirige esta súplica: "Acuérdate de nosotros, porque somos polvo" (Sal 102 [103],14); es decir, compadécete de nosotros, porque habiendo sufrido tú mismo, has experimentado la debilidad de la carne (cf. Hb 4,15). Sin lugar a dudas el Señor, nuestro Pedagogo, es sumamente bueno e irreprochable, porque en su extremo amor hacia los hombres, ha compartido los sufrimientos de cada uno.

62.3. "Nada hay que el Señor odie" (Sb 11,24). No puede, en verdad, odiar una cosa y querer al mismo tiempo su existencia; ni puede querer que no exista algo, y hacer que exista aquello que no quiere que sea; ni es posible, en fin, que Él no quiera la existencia de una cosa y que ésta exista (cf. Sb 11,24-26). Ciertamente, si el Verbo odia algo, quiere que ese algo no exista; y nada existe si Dios no le da existencia. Nada, entonces, es odiado por Dios; y, por tanto, nada es odiado por el Verbo.

62.4. Porque los dos son lo mismo, es decir, Dios; según está escrito: "En el principio el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios" (Jn 1,1). Y si el Verbo no odia a ninguno de los seres que ha creado, es evidente que los ama.

Dios se preocupa y cuida de los seres humanos

63.1. Y, naturalmente, amará al hombre más que a los otros (seres), porque es la más bella de todas sus criaturas, un ser viviente capaz de amar a Dios. Por tanto, Dios ama al hombre; luego, el Verbo ama al hombre. Quien ama desea ser útil al ser amado; y ser útil es superior a no serlo. Por otra parte, nada es superior al bien; así pues, el bien es útil. Dios es bueno (cf. Mt 19,17) -todos los reconocemos-; por tanto, Dios es útil.

63.2. Lo bueno, en tanto que bueno, no hace otra cosa que ser útil; así, Dios es útil en todo. No puede decirse que es útil al hombre, pero que no se preocupa de él; ni tampoco que se preocupa, pero que no cuida de él. Porque ser útil deliberadamente es superior a serlo sin proponérselo, y nada es superior a Dios. Por otra parte, ser útil deliberadamente no es más que ocuparse del objeto de su solicitud: por tanto, Dios se preocupa y cuida del hombre.

63.3. Y lo demuestra efectivamente educándolo por medio del Verbo, que es el verdadero colaborador del amor de Dios hacia los hombres (lit.: "genuino aliado de la filantropía de Dios"). El bien no es tal porque tenga la virtud de ser bueno, como a la justicia no se le da el nombre de bien por tener virtud, ya que ella misma, de por sí, es una virtud, sino por es buena en sí misma y por sí misma.

La severidad de Dios

64.1. Con otras palabras se dice que lo útil es un bien, no porque agrade, sino porque es provechoso. Ésta es la naturaleza de la justicia: es un bien, porque es una virtud y amable por sí misma, no porque engendra placer; puesto que no juzga con miras a un favor, sino que da a cada uno lo que merece. Así que lo útil es lo que conviene.

64.2. Sean cuales fueren los elementos constitutivos del bien, también la justicia presenta esas características: de los mismos rasgos participan ambos; las cosas que se caracterizan por lo mismo son iguales entre sí y semejantes; por tanto, la justicia es un bien.

64.3. Entonces -dicen algunos-, ¿por qué se irrita y castiga el Señor, si ama a los hombres y es bueno? Es del todo necesario tocar este punto, aunque sea de la manera más breve posible; porque este modo de proceder es de suma utilidad en orden a la recta educación de los niños, y debe inscribirse dentro de la categoría de los recursos indispensables.

64.4. La mayoría de las pasiones se curan por medio de castigos y preceptos muy rígidos, y por la enseñanza de algunos principios. La reprensión actúa como una operación quirúrgica en las pasiones del alma. Las pasiones son una úlcera de la verdad, y deben eliminarse extirpándolas por la amputación.

La reprensión del Señor nos libera de la esclavitud del error

65.1. La reprensión se parece mucho a un remedio: disuelve los endurecimientos de las pasiones, limpia las manchas de la vida -del libertinaje-, y alisa las verrugas de la soberbia, y torna al hombre sano de espíritu y veraz.

65.2. La amonestación es como un régimen dietético para el alma enferma; aconseja lo que debe comer y prohíbe lo que no se debe tomar. Y todo esto tiende a la salvación y a la salud eterna. El general que impone a los culpables multas pecuniarias o castigos corporales, encarcelándolos y castigándolos con las peores deshonras, a veces incluso con la muerte, persigue un fin bueno; porque ejerce su autoridad para corregir a sus subordinados.

65.3. Así, este gran general nuestro, el Verbo, señor del Universo, reprendiendo a los que desobedecen la ley, los libera de la esclavitud, del error y de la cautividad a que les tenía sometido el enemigo, reprime las pasiones de su alma y los conduce pacíficamente hacia la concordia de nuestra vida.

El Verbo se adapta armónicamente, como un instrumento, al modo de ser de cada uno

66.1. Así como la persuasión y la exhortación pertenecen al género deliberativo, así también la censura y la recriminación pertenecen al género laudatorio (o: "encomiástico"). Este género es una especie de arte de la reprensión; pero reprender es signo de benevolencia, no de odio. Las amonestaciones suelen hacerlas el amigo y el enemigo: éste, con espíritu de burla; aquél, con amor.

66.2. El Señor no reprende a los hombres por odio; podría destruirlos por sus pecados, y, sin embargo, él mismo sufrió por nosotros. Con admirable habilidad, como buen pedagogo que es, suaviza la recriminación con la amonestación, y empleando palabras duras como flagelo, despierta la mente entorpecida; luego, con nuevos métodos, intenta exhortarlos a quienes ha castigado.

66.3. Así, a los que la exhortación no convierte, los estimula la reprensión; y a los que como si fuesen cadáveres la reprensión no logra excitar a la salvación, el áspero lenguaje los resucita a la verdad. "Azotes y corrección son siempre sabiduría. Enseñar a un necio es como componer un cacharro roto (lit.: "pegar cascotes")" (Si 22,6-7 [6. 9]), suele decirse, como inducir la sensibilidad a la tierra y estimular hacia la sensatez al que ha perdido la esperanza. Por eso añade la Escritura: "Es como despertar de profundo sueño al que está dormido" (Si 22,9); sueño que se parece notablemente a la muerte.

66.4. El mismo Señor revela claramente su manera de proceder, cuando describe alegóricamente sus múltiples y útiles desvelos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador", y añade: "Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo arrancará; y todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto" (Jn 15,1-2). Cuando la vid no es podada, se vuelve silvestre; lo mismo le ocurre al hombre.

66.5. El Verbo es el machete que poda (cf. Hb 4,12) y limpia las ramificaciones insolentes (o: lujuriosas), y encauza las energías vitales para que den fruto y no se pierdan en simples deseos. La reprensión que se hace a los pecadores tiene por finalidad su salvación; el Verbo se adapta armónicamente, como un instrumento, al modo de ser de cada uno: unas veces tensa las cuerdas; otras, las afloja.



El Verbo es juez cuando nos castiga

67.1. De forma bien clara se expresó Moisés: "No teman, Dios ha venido para probarlos, a fin de que siempre tengan ante sus ojos su temor, y no pequen" (Ex 20,20). Bien lo aprendió Platón, cuando dice: "Todos los que sufren un castigo reciben en realidad un gran bien, ya que se benefician en el sentido de que su alma, al ser justamente castigados, experimenta una notable mejora" (Platón, Gorgias, 477 A).

67.2. Si quienes son corregidos por un justo obtienen un beneficio, como reconoce Platón, (entonces) se considera que el justo es bueno. Sí, el temor tiene en sí algo provechoso, y se reconoce como algo bueno para los hombres: "El espíritu que teme al Señor vivirá, puesto que su esperanza está depositada en aquél que los salva" (Si 34,13).

67.3. Este mismo Verbo es juez cuando nos aplica un castigo. Isaías dice de Él: "El Señor lo ha entregado por nuestros pecados" (Is 53,6); es decir, como reformador y corrector de nuestros pecados.

Dios es bueno

68.1. Así constituido por el Padre de todos, nuestro Pedagogo es el único que puede perdonar los pecados, el único que puede discernir la obediencia de la desobediencia. Cuando amenaza, es evidente que no persigue el mal, ni desea cumplir sus amenazas; ser sirve del temor para reprimir el impulso que lleva al pecado; muestra su amor a los hombres, es paciente con ellos y les hace ver los sufrimientos que les aguardan si permanecen en sus pecados. Pero no actúa como la serpiente que ataca y muerde súbitamente a su presa.

68.2. Dios es bueno. El Señor, la mayoría de las veces, prefiere advertir antes que actuar: "Mis flechas acabarán con ellos; serán consumidos por el hambre y presa de las aves; sufrirán convulsiones incurables; mandaré contra ellos los dientes de las fieras y el veneno de los reptiles que se arrastran por el suelo. Por fuera los asolará la espada, y, en sus graneros, reinará el pavor" (Dt 32,23-25).

68.3. Dios (lit.: el divino) no se encoleriza, como algunos suponen. La mayoría de las veces amenaza, y siempre exhorta a la humanidad, mostrándole lo que debe hacer. Es éste un excelente método: suscitar el temor para que evitemos el pecado. "El temor del Señor evita los pecados; sin temor es imposible ser justificado" (Si 1,21), dice la Escritura. El castigo lo impone Dios, movido, no por su cólera, sino por su justicia; porque no es bueno omitir la justicia por nuestra causa.

"El temor del Señor es la corona de la sabiduría"

69.1. Cada uno escoge su propio castigo, cuando peca voluntariamente. "La culpa es de quien ha elegido; Dios no es culpable" (Platón, La República, X,617 E). "Pero si nuestra injusticia pone de manifiesto la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Que será, tal vez, injusto Dios al descargar su cólera? ¡De ningún modo! (Rm 3,5-6). Habla amenazando: "Cuando afile el rayo mi espada y mi mano empuñe el juicio, tomaré venganza de mis enemigos, y daré su merecido a quienes me odian. Embriagaré con sangre mis saetas, y mi espada devorará la carne: sangre de los heridos" (Dt 32,41-42).

69.2. Es evidente que quienes no son enemigos de la verdad y no odian al Verbo, tampoco odian su salvación, ni se hacen acreedores de los castigos merecidos por el odio. "El temor del Señor es la corona de la sabiduría" (Si 1,18), dice la Sabiduría.

69.3. Por boca del profeta Amos, el Verbo ha revelado de forma bien evidente su plan: "Los destruí como cuando Dios asoló Sodoma y Gomorra, y quedaron como un tizón sacado de un incendio; pero ni aun así se han convertido a mí, dice el Señor" (Am 4,11).

El Señor nos enseña a orar por quienes nos calumnian

70.1. Miren cómo Dios, por su bondad, busca nuestra conversión, y cómo, cuando recurre a la amenaza, muestra tácitamente su amor al hombre: "Les ocultaré mi rostro -dice- y les mostraré qué será de ellos" (Dt 32,20). Allí donde el Señor vuelve su rostro hay paz y alegría; pero allí donde lo aparta, se introduce furtivamente el mal.

70.2. Él no quiere mirar el mal, porque es bueno. Pero si voluntariamente aparta sus ojos por la infidelidad del hombre (cf. Sal 103 [104],29), tiene origen el mal. Dice san Pablo: "Consideren la bondad de Dios y su severidad; ésta, con los que cayeron; aquélla, contigo, si es que perseveras en la bondad" (Rm 11,22), es decir, en la fe de Cristo. Es propio del que es bueno, precisamente porque lo es por naturaleza, odiar el mal.

70.3. Así, reconozco que castiga a los infieles -el castigo es bueno y provechoso para el que lo recibe; es corrección también para el que ofrece resistencia-, pero no quiere la venganza. Ésta consiste en devolver mal por mal, y persigue la utilidad del vengador. Y no puede, en modo alguno, querer la venganza el que nos enseña a orar por los que nos calumnian (cf. Mt 5,44; Lc 6,28).

Testimonios bíblicos sobre la bondad y la justicia de Dios

71.1. Que Dios es bueno todos lo reconocen, si bien algunos muy a pesar suyo. En cambio, para demostrar que Dios es justo, no tendré necesidad de muchos razonamientos: bastará el testimonio de las palabras del Señor en un pasaje del Evangelio; en él dice de sí mismo que es uno: "Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he entregado la gloria que tú me has diste, para que ellos sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno" (Jn 17,21-23). Dios es uno, está más allá del uno y por encima de la mónada misma.

71.2. Por esa razón, el pronombre "tú", en su sentido deíctico (= demostrativo), designa al Dios único, que existe realmente, el que fue, el que es y el que será" (cf. Ap 11,17). Un solo nombre se emplea para los tres tiempos: "El que es" (Ex 3,14). Que este mismo ser, el Dios único, es "justo", lo atestigua el Señor en el Evangelio, cuando dice: "Padre, los que Tú me has confiado, quiero que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que contemplen la gloria que Tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció, pero yo te conocí; y éstos conocieron que Tú me enviaste. Les di a conocer tu nombre, y se lo daré a conocer" (Jn 17,24-26).

71.3. Él es el que "castiga los pecados de los padres en los hijos de los que le odian, y se compadece de los que le ama" (Ex 20,5. 6). Él es el que coloca a unos a su derecha y otros a su izquierda (cf. Mt 25,33), considerado como padre, puesto que es bueno, recibe Él solo el nombre por eso que es: "Bueno" (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19). En tanto que Hijo, y siendo su Verbo, que está en el Padre, recibe el nombre de "justo", por la relación de recíproco amor, y esta denominación implica una igualdad de poder [de dicho amor]. Dice la Escritura: "Juzgará al hombre según sus obras" (Si 16,11). Dios nos ha revelado en Jesús la faz de la balanza equilibrada de la justicia. Porque, por medio de Él, hemos conocido a Dios [Padre], puesto que son los platillos iguales de una balanza.

"El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno"

72.1. De Él habla explícitamente la Sabiduría: "Piedad y cólera están en Él" (Si 16,12). Él es, en efecto, el Señor de ambas, "tan poderoso en el perdón como pródigo en la cólera; tan grande como su misericordia es también su severidad" (Si 16,11-12). Su misericordia y su severidad tienen como fin la salvación de quienes son objeto de reprensión.

72.2. Que "el Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno" (2 Co 1,3), lo atestigua de nuevo el mismo Verbo: "Porque es bueno con los ingratos y malvados" (Lc 6,35). Y sigue: "Sean misericordiosos como el Padre de ustedes lo es" (Lc 6,36). Y añade de forma más explícita: "Nadie es bueno sino mi Padre, que está en los cielos" (Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y en otro lugar dice a otros: "Mi padre hace brillar su sol sobre todos" (Mt 5,45).

72.3. Hay que resaltar aquí cómo reconoce que su Padre es bueno y que es el creador; y que el Creador es justo, no se discute. Y de nuevo: "Mi Padre hace llover sobre los justos y los injustos" (Mt 5,45). En tanto que hace llover, es el creador del agua y de las nubes; en cuanto que hace llover sobre todos, reparte sus dones justa y equitativamente; y por ser bueno, hace llover igualmente sobre justos e injustos.

Dios es justo, y justifica a quien cree en Jesús

73.1. Con toda evidencia podemos, por tanto, concluir que Dios es uno y el mismo (cf. Mt 19,17); el Espíritu Santo lo afirmó cantando: "Cuando veo los cielos, obra de tus manos" (Sal 8,4); y "el que ha creado los cielos habita en ellos" (Sal 2,4; Jdt 13,18); y "el cielo es su trono" (Sal 10, [11],4; 102 [103],19; Is 66,1). Por su parte, el Señor se ha expresado así en su oración: "Padre nuestro que estás en los Cielos" (Mt 6,9). Los cielos pertenecen a quien ha creado el mundo; de manera que, sin discusión, creemos que el Señor es también hijo del Creador. Y si todos reconocen que el Creador es justo, y que el Señor es hijo del Creador, se infiere que el Señor es hijo del Justo.

73.2. Por eso dice también Pablo: "Ahora, sin la ley, se ha manifestado la justicia de Dios" (Rm 3,21); y de nuevo, para que se entienda mejor que Dios es justo: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, porque no hay distinción" (Rm 3,22); y todavía, para dar testimonio de la verdad, añade más adelante: "En el tiempo de la paciencia de Dios: para mostrar que Él es justo y que justifica a todo el que cree en Jesús" (Rm 3,26).

73.3. Y como sabe que el justo es bueno, lo pone de manifiesto cuando dice: "De modo que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno" (Rm 7,12); emplea las dos palabras atribuyéndoles el mismo poder.

La reprensión del Verbo es una medicina de la divina misericordia

74.1. Sin embargo, "nadie es bueno -dice- sino su Padre" (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y es que su mismo Padre, que es uno, se manifiesta con múltiples nombres. Esto es lo que significa: "Nadie ha conocido al Padre" (Mt 11,27); porque Él mismo lo era todo antes de la llegada de su Hijo. Así que es evidente, en verdad, que el Dios del universo es uno solo, bueno, justo, creador, hijo en el Padre (cf. Jn 10,38), a quien sea la gloria por los siglos de los siglos, amén (cf. Ga 1,5; Flp 4,20; 1 Tm 1,17; 2 Tm 4,18; Hb 13,21).

74.2. No obstante, no es impropio del Verbo salvador el reprender con solicitud. Se trata, sin duda, de una medicina de la divina filantropía (= bondad, amor) que hace nacer el rubor del pudor y la vergüenza ante el pecado. Si la exhortación es necesaria, no lo es menos la reprensión, a la hora de herir ligeramente el alma que se ha insensibilizado, no para buscar su muerte, sino su salvación; un pequeño dolor para evitar una muerte eterna.

74.3. Muy grande es la sabiduría de su pedagogía, y diversos los modos que adopta en orden a nuestra salvación. El Pedagogo da testimonio en favor de los que practican el bien, y exhorta a los elegidos a obrar mejor; rectifica el impulso de quienes corrían hacia el pecado (cf. 1 P 1,18-19), y los anima a seguir una vida mejor.

74.4. Ninguna [la bondad y la justicia de Dios] es dejada sin testimonio (cf. Hch 14,17), recibiendo ambas plena confirmación; y es un beneficio muy grande el que se deriva de estos testimonios. Incluso la apasionada cólera de Dios -si realmente es correcto llamar así a la reprensión que nos hace- es una prueba de su amor hacia el hombre, porque por el hombre, Dios ha condescendido en compartir los sentimientos del hombre y también, por el hombre, el Verbo de Dios se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14).

Capítulo IX: Al mismo poder pertenece premiar y castigar justamente. ¿Cuál es, entonces, el método pedagógico del Verbo?

El Señor nos trata como a hijas e hijos

75.1. Con todas sus fuerzas, el Pedagogo de la humanidad, nuestro Verbo divino, sirviéndose de los múltiples recursos de su sabiduría, empeñado en salvar a sus pequeños: corrige, reprende, castiga, acusa, amenaza, cura, promete, premia, "atando como por múltiples riendas" (Platón, Las Leyes, VII,808 E) los impulsos irracionales de la naturaleza humana.

75.2. En una palabra, el Señor hace con nosotros lo que nosotros hacemos con nuestros hijos. "¿Tienes hijos? Edúcalos -recomienda la Sabiduría-, doblega su cerviz desde su infancia. ¿Tienes hijas? Vela sobre sus cuerpos, y no les muestres un rostro complaciente" (Si 7,23-24). Y, ciertamente, a nuestros hijos, niños y niñas, los queremos mucho, por encima de cualquier cosa.

75.3. Hay quienes con sus palabras sólo buscan un agradecimiento efímero y tratan de halagar; otros, en cambio, buscan lo que es provechoso; aunque al presente parezcan molestos, sin embargo, son de gran utilidad para el futuro. Así el Señor no persigue el agrado momentáneo, sino la felicidad futura. Pero volvamos a la bondadosa pedagogía del Verbo, según el testimonio de los profetas.

Las doce formas de reproche que utiliza el Pedagogo: 1) la amonestación

76.1. La amonestación es un reproche solícito que estimula la mente(1). El Pedagogo amonesta así, cuando por ejemplo dice en el Evangelio: "¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y ustedes no quisieron" (Mt 23,37; Lc 13,34). De nuevo amonesta la Escritura: "Han cometido adulterio con la piedra y con el leño, y han incensado a Baal" (Jr 3,9; 7,9; 32,29).
(1) Comienza aquí una serie de 12 párrafos que apuntan a presentar otros tantos vocablos que expresan la idea de la reprensión. Como lo han hecho notar los especialistas, es muy difícil expresar, en una traducción a nuestras lenguas modernas, los diferentes matices de significado que existen en los términos usados por Clemente.

76.2. La prueba más grande de su amor hacia el hombre es que, a pesar de conocer perfectamente la desvergüenza de este pueblo reacio y rebelde, lo exhorta al arrepentimiento, y exclama por boca de Ezequiel: "Hijo de hombre, estás entre escorpiones (Ez 2,6); pero les comunicarás mis palabras, si es que te escuchan" (Ez 2,7; 3,11).

76.3. Dice igualmente a Moisés: "Ve y di al Faraón que deje marchar al pueblo; pero bien sé yo que no los dejará partir" (Ex 3,18 s.). Pone así de manifiesto a la vez su divinidad, puesto que conoce el futuro, y su amor hacia el hombre, porque concede el primer impulso para la conversión al libre albedrío del alma.

76.4. Amonesta también cuando con solicitud, por boca de Isaías, dice: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí" (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6); lo cual es un reproche acusador: "En vano me rinden culto, puesto que enseñan doctrinas que son mandatos de hombres" (Is 29,13). Aquí, la solicitud, a la vez que delata el pecado, muestra, por contraste, la salvación.

2) La reprensión; 3) el reproche

77.1. La reprensión es un reproche por los malos actos, que dispone para el bien. Un buen ejemplo nos lo ofrece por boca de Jeremías: "Son caballos fogosos; cada uno relincha tras la mujer de su prójimo. ¿Y no habré yo de reprenderles? -dice el Señor-; ¿de semejante pueblo no se vengará mi alma?" (Jr 5,8-9). Por todas partes se entremezcla el temor, porque "el temor del Señor es el principio de la percepción" (Pr 1,7; Clemente utiliza la palabra aisthéseos: que puede traducirse también por: sensación, sentido, inteligencia, comprensión,).

77.2. De nuevo, por boca de Oseas, dice: "¿No los reprenderé porque tienen tratos con prostitutas, ofrecen sacrificios con los iniciados, y el pueblo inteligente se une a la prostitución?" (Os 4,14). Muestra claramente su pecado afirmando que tienen plena conciencia de él, puesto que pecan deliberadamente. La inteligencia es el ojo del alma (cf. PLatón, La República, VII,533 D; El banquete, 219 A). Por eso, Israel es el que ve a Dios, es decir, el que comprende a Dios (o: "el que ve interiormente a Dios").

77.3. El reproche es una censura que se hace a los negligentes o despreocupados. El Pedagogo emplea este tipo de pedagogía cuando afirma por boca de Isaías: "Oigan cielos; escucha, que habla el Señor: "Engendré hijos y los eduqué, pero se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño, pero Israel no me conoce"" (Is 1,2-3).

77.4. ¿No es, en verdad, asombroso que el que ha visto a Dios no reconozca al Señor? El buey y el asno, bestias necias e insensatas, conocen a quien los alimenta; en cambio, Israel se muestra más necio que dichas bestias. Y, por medio de Jeremías, acentúa el reproche a su pueblo: "Me han abandonado, dice el Señor" (Jr 1,16; 2,13. 19).

4) La reprimenda; 5) la reprobación

78.1. La reprimenda es un reproche severo, una censura contundente. El Pedagogo usa este remedio cuando dice por Isaías: "¡Ay de ustedes, hijos rebeldes! He aquí lo que dice el Señor: "Hicieron planes que no son míos; y pactos que yo no les inspiré"" (Is 30,1). En cada caso se sirve del temor como de un fuerte revulsivo; por medio del temor, al mismo tiempo que abre las llagas del pueblo, lo dirige hacia la salvación; de forma parecida a como suele hacerse con las hebras de lana que se van a teñir: se les aplican sustancias astringentes, para que quede bien preparada para recibir la tintura.

78.2. La reprobación consiste en exponer públicamente los pecados. El Pedagogo utiliza con frecuencia dicho procedimiento por considerarlo necesario, a causa de! relajamiento de la fe de muchos. Así habla por Isaías: "Han abandonado al Señor y han despreciado al Santo de Israel" (Is 1,4); y por Jeremías: "¡Asómbrate de esto, cielo, y erízate, tierra! Porque dos pecados cometió mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, para excavarse cisternas agrietadas, que no pueden retener el agua" (Jr 2,12-13).

78.3. Y, de nuevo, por boca del mismo profeta: "Ha pecado gravemente Jerusalén; por eso se ha vuelto impura (lit.: "se ha agitado"). Todos cuantos la honraban la desprecian, porque han visto su vergüenza (o: indecencia, desnudez)" (Lm 1,8).

78.4. (El Pedagogo) suaviza la severidad y dureza de esta reprobación, cuando exhorta por boca de Salomón, mostrando tácitamente la indulgencia de su pedagogía: "No desprecies, hijo mío, la instrucción del Señor, ni te fastidies por sus recriminaciones, porque el Señor reprueba al que ama, y castiga al hijo que le es querido" (Pr 3,11-12). Porque "el pecador huye de la reprobación" (Si 35,17; 32,21). Por eso, la Escritura añade: "Que el justo me reprenda y me corrija; pero que el aceite del pecador no adorne jamás mi cabeza" (Sal 140 [141],5).

6) La admonición; 7) la visita supervisora

79.1. La admonición es una amonestación que hace a uno más reflexivo. (El Pedagogo) no prescinde de este recurso pedagógico; al contrario, afirma por boca de Jeremías: "¿Hasta cuándo gritaré sin que me escuchen? He aquí que sus oídos son incircuncisos" (Jr 6,10; Ha 1,2). ¡Bendita paciencia! De nuevo dice por boca del mismo profeta: "Todas las naciones son incircuncisas, pero este pueblo tiene el corazón incircunciso" (Jr 9,25). "Porque es un pueblo rebelde: hijos -dice- que no tienen fe" (Is 3o,9).

79.2. La visita supervisora (lit.: inspección, visita) es una severa reprimenda. El Pedagogo se sirve de ella en el Evangelio: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te han sido enviados!" (Mt 23,37; Lc 13,34). La repetición del nombre confiere a la reprimenda mayor dureza. En efecto, quien ha conocido a Dios, ¿cómo puede perseguir a los servidores de Dios?

79.3. Por eso añade: "Su casa quedará desierta; porque yo les digo: Ya me verán más hasta que digan: "Bendito el que viene en nombre del Señor"" (Mt 23,38-39; Lc 13,35; cf. Sal 117 [118],26; Jr 22,5). En efecto, si no reciben su bondad (la de Dios), conocerán su autoridad.



8) La invectiva; 9) la recriminación; 10) la queja

80.1. La invectiva es una reprensión muy fuerte. El Pedagogo la emplea como medicina, cuando dice por boca de Isaías: "¡Ay, nación pecadora, hijos inicuos, pueblo cargado de pecados, raza malvada!" (Is 1,4); y cuando en el Evangelio, dice por boca de Juan: "Serpientes, raza de víboras" (Mt 23,33 [Jesús]; Mt 3,7, Lc 3,7).

80.2. La recriminación es un reproche dirigido a los pecadores. De ella se sirve el Pedagogo cuando habla por boca de David: "Un pueblo que yo desconocía me sirvió y me escuchó obediente. Los hijos extranjeros me engañaron, y se extraviaron" (Sal 17 [18],44-46); y, por boca de Jeremías dice: "Le he dado el libelo de repudio, pero la pérfida Judá no temió" (Jr 3,8); y, de nuevo: "La casa de Israel me traicionó, y la casa de Judá renegó del Señor" (Jr 5,11-12).

80.3. La queja es un reproche simulado; con singular habilidad procura también nuestra salvación veladamente. (El Pedagogo) la utiliza cuando habla por boca de Jeremías: "¡Cómo ha quedado desierta la ciudad en otro tiempo populosa! Ha quedado como una viuda; la reina de las naciones ha quedado sometida a tributo. Llora copiosamente durante la noche" (Lm 1,1-2).

11) El vituperio; 12) la censura

81.1. El vituperio es un reproche que ridiculiza. El divino Pedagogo utiliza este recurso cuando exclama por boca de Jeremías: "Has adquirido aspecto de ramera; te mostraste desvergonzada con todos. ¿No eras tú la que en mi casa me llamabas padre y guardián de tu virginidad?" (Jr 3,3-4). "¡La bella y graciosa prostituta, maestra de hechizos!" (Na 3,4). Con gran habilidad ha ridiculizado a la muchacha llamándola prostituta; luego, cambiando de tono, la exhorta a recuperar su dignidad.

81.2. La censura es un reproche legítimo, una increpación a los hijos que se rebelan contra el deber. Así educaba (el Pedagogo) por medio de Moisés: "Hijos degenerados, generación perversa y tortuosa. ¿Así pagan al Señor? Este pueblo es insensato y necio, ¿no es éste el mismo Padre que te ha creado?" (Dt 32,5-6). Y, por boca de Isaías dice: "Tus príncipes son desobedientes y cómplices de ladrones; ávidos de regalos; persiguen recompensas; no hacen justicia a los huérfanos" (Is 1,23).

81.3. En resumen: su arte en el uso del temor es fuente de salvación; y salvar es propio de quien es bueno. "La misericordia del Señor se extiende a toda carne; acusa, corrige y enseña, como hace el pastor con su rebaño. Se apiada de quienes aceptan su corrección, y de los que se esfuerzan por unirse con él" (Si 18,13-14). Así guió "a los seiscientos mil hombres de a pie, que se habían sublevado por la dureza de su corazón: castigándolos, compadeciéndose de ellos, golpeándolos, prodigándoles sus cuidados, los custodió con la compasión y la corrección" (Si 16,10 ss.). "Porque su severidad es tan grande como su misericordia" (Si 16,12). Si es hermoso abstenerse de pecar, también lo es que el pecador se arrepienta; así como es un bien excelente estar siempre sano, también lo es recobrar la salud tras la enfermedad.

Dios es bueno por naturaleza, y sólo debemos temerle si obramos mal

82.1. Esto es lo que nos advierte también (el Pedagogo) por boca de Salomón: "Azota a tu hijo con la vara, y librarás su alma de la muerte" (Pr 23,14), y, de nuevo: "No ahorres al muchacho correctivos; castígalo con la vara, y no morirá" (Pr 23,13).

82.2. La corrección y el castigo, como sus mismos nombres indican, son golpes que azotan al alma; reprimen los pecados y alejan la muerte, y reconducen a la moderación a quienes se han dejado llevar por la intemperancia.

82.3. El mismo Platón reconoce la gran fuerza de la corrección y la excelente purificación producida por el castigo y, coincidiendo en esto con el Verbo, afirma que el hombre que ha cometido las mayores impurezas se convierte en incorregible y vicioso por no haber sido corregido; ya que "es necesario que el hombre destinado a la felicidad sea purísimo y bellísimo" (Platón, El sofista, 230 D-E).

82.4. En efecto, si "los magistrados no deben ser objeto de temor cuando se obra bien" (Rm 13,3), ¿cómo Dios, que es bueno por naturaleza, va a ser temido por quien no peca? "Pero si obras mal, teme" (Rm 13,4), dice el Apóstol.

Somos enfermos, que necesitamos de nuestro Salvador Jesucristo

83.1. Por eso que el mismo Apóstol amonesta a cada una de las Iglesias siguiendo el ejemplo del Señor, y, consciente de su franqueza y de la debilidad de sus oyentes, dice a los Gálatas: "¿Acaso me he convertido en su enemigo por decirles la verdad?" (Ga 4,16).

83.2. Los sanos no necesitan los cuidados del médico, porque están bien, pero sí necesitan de su arte los enfermos (cf. Lc 5,31; Mt 9,12; Mc 2,17). Nosotros, que en esta vida somos enfermos, aquejados por nuestros vergonzosos deseos, por nuestras intemperancias vituperables y por los demás desórdenes de nuestras pasiones, necesitamos del Salvador. Él nos aplica remedios no sólo dulces, sino también ásperos: porque las raíces amargas del temor detienen las úlceras de los pecados. He aquí por qué el temor, aunque amargo, es saludable.

83.3. Nosotros, por tanto, enfermos, necesitamos del Salvador; extraviados, necesitamos quien nos guíe; ciegos, necesitamos quien nos ilumine; sedientos, necesitamos de la fuente de la vida: esa de la que quienes beben, nunca más tendrán sed (cf. Jn 4,14); muertos, necesitamos de la vida; rebaño, necesitamos pastor; niños, necesitamos pedagogo; y toda la humanidad necesita a Jesús; no sea que, sin guía y pecadores, caigamos en la condenación final. Antes al contrario, es preciso que estemos separados de la paja y seamos amontonados en el granero del Padre. "La horquilla está en la mano" (Mt 3,12; Lc 3,17) del Señor, y con ella separa el trigo de la paja destinada al fuego (cf. Mt 3,12; Lc 3,17).

El Señor quiere salvar nuestra carne revistiéndola con la túnica de la incorruptibilidad

84.1. Si quieren, nos es posible comprender la profunda sabiduría del Santo Pastor y Pedagogo, del Todopoderoso y Verbo del Padre, cuando se expresa alegóricamente y se llama a sí mismo pastor del rebaño (cf. Jn 10,2. 11. 14); Él es también pedagogo de los niños.

84.2. Es así como, por medio de Ezequiel, se dirige a los ancianos, ofreciéndoles el saludable ejemplo de una solicitud esmerada: "Curaré lo que está herido, cuidaré lo que está débil, convertiré lo extraviado, y los apacentaré yo mismo en mi monte santo" (Ez 34,16. 14). Ésta es la promesa propia de un buen pastor. ¡Apacienta a tus criaturas como a un rebaño!

84.3. ¡Sí, Señor, sácianos; danos abundante el pasto de tu justicia; sí, Pedagogo, condúcenos hasta tu monte santo, hasta tu Iglesia, la que está colocada en lo alto, por encima de las nubes, que toca los cielos! (cf. Sal 14 [15],1; 47 [48],2-3). "Y Yo seré -dice- su pastor, y estaré cerca de ellos" (Ez 34,23), como la túnica de su piel. Quiere salvar mi carne, revistiéndola con la túnica de la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,42), y ha ungido mi piel.

84.4. "Ellos me llamarán -dice-, y yo les diré: "Aquí estoy"" (Is 58,9). Me has oído mucho antes de lo que yo esperaba, Señor. "Si cruzan las aguas, no resbalarán, dice el Señor" (Is 43,2). En efecto, no caeremos en la corrupción los que cruzamos hacia la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,42), porque Él nos sostendrá: lo ha dicho y lo ha querido.

La bondad del Señor es inmutable e inconmovible

85.1. Así es nuestro Pedagogo: justamente bueno. "No vine -ha dicho- para ser servido, sino para servir" (Mt 20,28; Mc 10,45). Por eso el Evangelio nos lo muestra fatigado (cf. Jn 4,6): se fatiga por nosotros y ha prometido "dar su alma [su vida] como rescate para muchos" (Mt 20,28; Mc 10,45).

85.2. Sólo el buen pastor -añade- se comporta así (cf. Jn 10,11). ¡Qué gran benefactor; entrega por nosotros lo mejor que tiene: su alma! ¡Qué gran bienhechor y amigo del hombre, el que, siendo Señor, ha querido ser su hermano! (cf. Hb 2,11). Y hasta tal extremo ha llegado su bondad, que ha muerto por nosotros.

85.3. Pero su justicia grita: "Si vienen a mí con rectitud, yo seré recto con ustedes, pero si emprenden caminos tortuosos, yo también seré tortuoso con ustedes, dice el Señor de los ejércitos" (Lv 26,23. 27). Llama alegóricamente "caminos tortuosos" a las reprensiones dirigidas a los pecadores.

85.4. El camino recto y natural -simbolizado con la letra "iota" del nombre de Jesús- es su bondad, que es inmutable e inconmovible para quienes han llegado a la obediencia de la fe (cf. Rm 1,5): "Porque los he llamado y no me han escuchado, -dice el Señor-; han desechado mis consejos y no han hecho caso de mis amonestaciones" (Pr 1,24. 25). Y es que la reprensión del Señor es muy beneficiosa.

El Señor sabe de nuestro desprecio por su gran amor

86.1. Sobre este particular dice por medio de David: "Una generación tortuosa y revoltosa, generación que no tiene rectitud de corazón y cuyo espíritu no ha sido fiel a Dios (Sal 77 [78],8). No han guardado la alianza de Dios y no han querido caminar según su ley" (Sal 77 [78],10). He aquí los motivos de su exasperación, por lo que el juez ejerce la justicia contra quienes han rehusado elegir una buena conducta.

86.2. Por eso los trata con extrema dureza, para ver si puede frenar el impulso que les conduce a la muerte. A través de David expone con suma claridad el motivo de su amenaza: "No creyeron en sus maravillas (Sal [78],32); cuando los mataba, ellos lo buscaban, y se convertían; andaban por algún tiempo junto a Dios, y se acordaban de que Dios era su defensor, y que el Dios Altísimo, era su redentor" (Sal 77 [78],34-35).

86.3. Él sabe que el temor es lo que les mueve a convertirse, y que desprecian su amor por ellos. Por regla general suele estimarse en poco el bien que se tiene constantemente, mientras que se aprecia mucho el recuerdo que aviva el amoroso temor de la justicia.

La justicia del Pedagogo se muestra en los castigos, y la bondad de Dios en su misericordia

87.1. Hay dos tipos de temor: uno, que conlleva el respeto, y es el temor que experimentan los ciudadanos con respecto a los buenos gobernantes; éste es el que nosotros tenemos para con Dios, semejante al que los niños prudentes muestran para con sus padres. "Un caballo indómito -dice la Escritura- se hace ingobernable, y un hijo consentido sale libertino" (Si 30,8). El otro tipo de temor incluye el odio: es el temor de los esclavos ante los amos severos; es el que tenían los hebreos hacia Dios, a quien no consideraban como padre, sino como amo.

87.2. Creo que existe notable diferencia -total- entre la piedad libre y voluntaria, y la piedad forzada. Dice la Escritura: "Él es compasivo; sanará sus pecados y a ellos no los destruirá; refrenará a menudo su cólera y no encenderá todo su furor" (Sal 77 [78],38). Mira cómo se muestra la justicia del Pedagogo en los castigos, y la bondad de Dios en su misericordia.

87.3. Por eso, David -es decir, el Espíritu Santo que habla por su boca-, aunando ambas funciones, dice del mismo Dios en el Salmo: "Justicia y derecho son el fundamento de su trono; misericordia y verdad caminarán delante de su faz" (Sal 88 [89],15). Reconoce que pertenecen al mismo poder juzgar y hacer beneficios; en ambas actividades se ejerce el poder del Justo que discierne las cosas contrarias.

Dios es bueno en sí mismo y justo con nosotros, porque es bueno

88.1. Siendo Dios, Él es justo y bueno; Él es todo y el mismo en todo, porque es Dios, el único Dios. Así como el espejo no es malo para un hombre feo, porque lo refleja tal cual es; ni lo es tampoco el médico para el enfermo porque le descubra que tiene fiebre, sino que le indica que la tiene; así tampoco es malo el que reprende severamente a quien está enfermo del alma, puesto que no pone en él las faltas, sino que le muestra que las tiene, con el fin de que se aleje de semejante forma de proceder.

88.2. Así, Dios es bueno en sí mismo y justo con nosotros, porque es bueno. Por mediación del Verbo nos muestra su justicia desde el principio, desde el momento en que ha llegado a ser Padre. Antes de llegar a ser Creador era, ciertamente, Dios. Era bueno, razón por la que ha querido ser Creador y Padre. Y esta disposición amorosa es el principio de su justicia, tanto cuando hace brillar su sol, como cuando envía a su Hijo (cf. Mt 5,45). Éste, en primer lugar, anunció la buena justicia venida del cielo: "Nadie -dijo- ha conocido al Hijo sino el Padre, y nadie ha conocido al Padre sino el Hijo" (Mt 11,27; Lc 10,22).

88.3. Este recíproco e igual conocimiento es un símbolo de la justicia original. Luego, ésta descendió hasta los hombres, en la letra y en la carne -es decir, por el Verbo y por la Ley- para empujar a la humanidad a una conversión salvadora, porque esa justicia era buena. Sólo que tú no obedeces a Dios. Tú mismo eres la causa de la visita del Juez.

Capítulo X: El mismo Dios, por mediación del mismo Verbo, aparta a la humanidad de los pecados con amenazas, y la salva exhortándola

Introducción

89.1. Hemos demostrado que el método de reprender a la humanidad es bueno y saludable; y que el Verbo lo ha adoptado porque es un sistema idóneo para provocar el arrepentimiento y evitar el pecado; deberíamos ahora considerar la benignidad (épion) del Verbo; como hemos visto, Él es justo. Y que sus advertencias conducen a la salvación, y por medio de ellas, quiere, por voluntad de su Padre, hacernos conocer lo bello y lo útil.

89.2. Fíjate ahora en esto: lo bello es propio del género encomiástico (= laudatorio), y lo útil, del deliberativo. El género deliberativo tiene dos formas: una persuade y otra disuade; el género encomiástico también tiene dos formas: una encomiástica, y otra de censura. El razonamiento deliberativo procede, en parte, como exhortatorio y, en parte, como disuasorio.

89.3. Asimismo, el género encomiástico adopta, en ocasiones, la forma de censura y, a veces, la forma de alabanza. De todo esto se ocupa principalmente el Pedagogo justo, que busca nuestro bien.

89.4. Como ya hemos hablado antes del género de la censura y del de la disuasión, debemos considerar ahora el género exhortatorio y laudatorio, equilibrando así, como en una balanza, los dos platillos iguales del Justo.

Las dos primeras formas de aconsejar

90.1. El Pedagogo se sirve de la exhortación en aras del bien cuando dice, por boca de Salomón: "A ustedes, hombres, los llamo: a los hijos de los hombres dirijo mi voz (Pr 8,4): Escuchen, porque voy a decirles cosas importantes" (Pr 8,6), y lo que sigue. Da consejos saludables; y el consejo se acepta o se rechaza. Así lo hace por medio de David: "Feliz el varón que no sigue el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en el banco de los burlones, sino que se complace en la ley del Señor" (Sal 1,1-2).

90.2. Hay tres formas de aconsejar: la primera consiste en tomar los ejemplos del pasado, por ejemplo, en mostrar qué castigo sufrieron los hebreos por haber rendido culto idólatra al becerro de oro; o el qué sufrieron cuando fornicaron (cf. Ex 32,1 ss.), y otros semejantes. La segunda consiste en tomar ejemplo de cosas del presente, perceptibles a los sentidos, como de aquel consejo que les fue dado a los que preguntaban al Señor: ""¿Eres tú el Cristo, o debemos esperar a otro?". "Vayan y digan a Juan: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos están limpios, los muertos resucitan, y bienaventurado aquel que no se escandalizare de mí"" (Mt 11,3-6; Lc 7,19. 22 s.) Todo esto lo había profetizado David cuando dijo: "Como lo habíamos oído, así lo hemos visto" (Sal 47 [48],9).

La tercera forma de aconsejar

91.1 La tercera forma de aconsejar se sirve de acontecimientos futuros, e invita a precaverse de las consecuencias. Así, se dice: los que hayan caído en pecados "serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8,12; 22,13; 25,30), y otros semejantes. Todo esto pone de manifiesto que el Señor exhorta a la humanidad a la salvación, empleando todo tipo de recursos.

91.2. Mediante la exhortación aligera las faltas, hasta que disminuye el deseo y, al mismo tiempo, infunde la esperanza de la salvación. Dice por medio de Ezequiel: "Si se convierten de todo corazón (Jl 2,12) y dicen: "Padre; yo los escucharé como a un pueblo santo" (Ez 18,21-22; 33,11; Dt 30,2); y, de nuevo: "Vengan a mí todos cuantos andan fatigados y agobiados, y yo los aliviaré" (Mt 11,28), y otras palabras pronunciadas por el mismo Señor.

91.3. Por boca de Salomón, nos invita de manera muy clara al bien: "Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría, y el mortal que ha encontrado la prudencia" (Pr 3,13). Porque el bien lo encuentra quien lo busca, y suele dejarse ver por quien lo ha hallado (cf. Mt 7,7; Lc 11,9). En cuanto a la prudencia, explica por boca de Jeremías: "Somos dichosos, Israel -dice-, porque conocemos lo que agrada a Dios" (Ba 4,4), y lo sabemos por medio del Verbo, y gracias a Él somos dichosos y prudentes. El conocimiento (gnosis) es llamado prudencia por el mismo profeta: "Escucha, Israel, preceptos de vida; aplica tus oídos para aprender la prudencia" (Ba 3,9).

91.4. Por medio de Moisés promete también, por su gran amor hacia los hombres, una recompensa a quienes se esfuerzan por su salvación; dice: "Yo los conduciré a la buena tierra que el Señor prometió a sus padres" (Dt 31,7; Ex 3,8), y, luego, a través de Isaías dice: "Yo los conduciré al monte santo y los alegraré" (Is 56,7).



El "macarismo" o bienaventuranza

92.1. Su pedagogía reviste aún otra forma: "la bienaventuranza" (macarismo). "Bienaventurado -dice por David-, el que no ha cometido pecado; será como el árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, que dará fruto a su tiempo, y cuyas hojas no se marchitarán -con estas palabras se refiere a la resurrección- y todo cuanto emprenda tendrá éxito" (Sal 1,1. 3). Así quiere que lleguemos a ser nosotros, para que seamos felices. Pero, de nuevo, equilibra el platillo de la balanza de la justicia diciendo: "Pero no así los impíos, no así, sino que serán como el polvo que dispersa el viento por la faz de la tierra" (Sal 1,4). El Pedagogo, mostrando el castigo de los pecadores y la facilidad con que puede deshacerse de ellos y reducirlos a polvo, los aparta de la falta por medio de la evocación del castigo; y exhibiendo la amenaza del castigo merecido, pone de manifiesto la bondad de su obra, porque, con gran habilidad, nos invita, por este medio, al disfrute y plena posesión de los bienes.

92.3. Sí, ciertamente, también nos invita al conocimiento, cuando, por dice por Jeremías: "Si hubieras marchado por el camino de Dios, vivirías en paz para siempre" (Ba 3,13). Cuando evoca el conocimiento prometido como recompensa, invita a los prudentes a desearlo; y al que se ha extraviado, perdonándolo, le anima: "Vuelve, vuelve como el vendimiador (vuelve) a su canasta" (Jr 6,9). ¿Ves cómo la bondad de su justicia exhorta a la conversión?

El Señor nos guía hacia conversión para regalarnos la gracia de la salvación

93.1. También por medio de Jeremías hace resplandecer la verdad ante los descarriados: "Así dice el Señor: "Deténganse en los caminos; miren y pregunten cuáles son las sendas eternas del Señor, cuál es el buen camino; marchen por él, y encontrarán la purificación para sus almas"" (Jr 6,16). Nos conduce a la conversión para darnos la gracia de la salvación; por eso dice: si te arrepientes, "el Señor purificará tu corazón y el de tu descendencia" (Dt 30,6).

93.2. En esta investigación hubiese podido apelar a los filósofos como garantes, porque afirman que sólo el hombre perfecto es digno de alabanza, y que el malvado es digno de vituperio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, VII,100). Pero como algunos denigran al Bienaventurado, diciendo que no tiene actividad alguna ni en sí mismo, ni respecto a ningún otro (cf. Cicerón, De natura deorum, I,17,45), porque ignoran su amor a los hombres, en atención a éstos y también a causa de quienes no asocian al Justo con el Bueno, hemos descartado este razonamiento.

93.3. Sería inútil, por tanto, afirmar que la pedagogía del reproche y del castigo es adecuada para los hombres, porque -dicen ellos- todos los hombres son malvados; sólo Dios es sabio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, I,12), y de Él procede la sabiduría; sólo Él es perfecto y, por tanto, sólo Él es digno de alabanza.

Alabanza y reproche son remedios muy necesarios para los hombres

94.1. Pero yo no comparto dicho razonamiento; antes al contrario, afirmo que la alabanza y el reproche, o cualquiera otra cosa semejante al reproche y a la alabanza, son los remedios más necesarios para los hombres. Los que son difíciles de sanar se curan por la amenaza, el reproche y el castigo, como se forja el hierro por el fuego, el martillo y el yunque; los otros, los que se entregan a la fe, como autodidactas y libres, crecen con la alabanza: "La virtud que es alabada crece como un árbol" (Baquílides, Fragmentos, 56). Me parece que Pitágoras de Samos lo había comprendido bien, cuando recomienda: "Si has obrado mal, repréndete; si has obrado bien, alégrate" (Seudo Pitágoras, Versos áureos, 44).

94.2. Reprender se dice también advertir, porque, etimológicamente, la advertencia es lo que se injerta en la mente; por eso el género reprobatorio forma la mente. Pero son miles los preceptos que se han ideado para estimular a buscar el bien y huir del mal: "Para los impíos, dice el Señor, no hay paz" (Is 48,22; 57,21).

94.3. De ahí que, por medio de Salomón, recomienda a los niños tener cuidado: "Hijo mío, cuida de que no te seduzcan los pecadores; no sigas su camino; no vayas con ellos si te llaman y dicen: "Ven con nosotros, compartamos la sangre inocente, borremos injustamente de la tierra al hombre justo, hagámosle desaparecer como hace el Hades con los vivientes"" (Pr 1,10. 15. 10-12).

Un modelo de vida cristiana

95.1. Esta profecía se refiere a la Pasión del señor. A través de Ezequiel, la Vida da también preceptos: "El alma que peque, morirá; pero el hombre que será justo, es el que practica la justicia, el que no come en los montes, ni alza sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni deshonra a la mujer de su prójimo, ni se acerca a su mujer durante su impureza; el que no oprime a nadie y devuelve lo que ha tomado en prenda;

95.2. el que no roba y comparte su pan con el hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la maldad, administra con rectitud justicia entre el hombre y su vecino, devuelve la prenda al deudor, no comete robo, da su pan al hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la violencia, administra equitativa justicia entre un hombre y su vecino, vive según mis mandamientos y observa mis preceptos para ponerlos en práctica, ese tal es justo y tendrá vida, dice el Señor" (Ez 18,4-9 [LXX]. En estas palabras se esboza un modelo de vida cristiana y una admirable exhortación a la vida bienaventurada, al premio de una vida feliz, a la vida eterna.

Capítulo XI: El Verbo nos ha educado por medio de la Ley y de los Profetas

Del Verbo proviene la verdadera salud del alma

96.1. En la medida de nuestras fuerzas, hemos mostrado cómo ama a los hombres y cómo es su pedagogía. Ha realizado una magnífica descripción de sí mismo, comparándose a "un grano de mostaza" (Mt 13,31; Mc 4,31; Lc 13,19); al hacerlo, expresa alegóricamente la naturaleza espiritual y fecunda del Verbo que ha sido sembrado, y su gran poder, susceptible aún de acrecentarse. Por otra parte, muestra que el carácter mordaz y purificador de su corrección es provechoso.

96.2. Por medio de esta pequeña -y alegórica- semilla, (Dios) dispensa copiosamente a toda la humanidad la salvación. La miel, que es muy dulce, puede producir bilis, como la bondad genera el desprecio, que es la causa del pecado. La mostaza, en cambio, puede disminuir la bilis, es decir, la cólera, y cortar la inflamación, esto es, la soberbia. Del Verbo, entonces, provienen la verdadera salud del alma y un duradero equilibrio.

96.3. Antiguamente el Verbo educaba por medio de Moisés; luego, lo hizo por mediación de los profetas. El mismo Moisés fue también un profeta: la Ley es la pedagogía de los niños difíciles: "Una vez saciados -dice-, se levantaron para divertirse" (Ex 32,6; 1 Co 10,7). Dice "saciados", no "alimentados", para indicar el irracional exceso de alimento.

La benevolencia es querer el bien del prójimo

97.1. Y como después de saciarse irracionalmente se dedicaron a divertirse también irracionalmente, vino a continuación la Ley y el temor para alejarlos de los pecados e impulsarlos a las buenas acciones, preparándolos así para obedecer dócilmente al verdadero Pedagogo: el mismo y único Verbo que se adapta según la necesidad. "La Ley ha sido dada -dice San Pablo- para conducirnos a Cristo" (Ga 3,24).

97.2. Es, por tanto, evidente, que el Verbo de Dios, el hijo Jesús, es nuestro Pedagogo, el único verdadero (= legítimo), bueno, justo, "a imagen y semejanza del Padre" (Gn 1,26); a Él nos ha confiado Dios, como un padre cariñoso confía sus hijos pequeños a un verdadero pedagogo; Él mismo nos lo ha manifestado con toda claridad: "Éste es mi hijo amado, escúchenle" (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35).

97.3. El divino Pedagogo merece toda nuestra confianza, porque posee las más hermosas cualidades: la ciencia, la benevolencia y la franqueza. La ciencia, por que es la sabiduría del Padre: "Toda sabiduría procede del Señor, y permanece en Él eternamente" (Si 1,1); la franqueza, porque es Dios y Creador: "Todas las cosas fueron hechas por Él, y, sin Él, nada fue hecho" (Jn 1,3); la benevolencia, porque se ha entregado a sí mismo como víctima única por nosotros: "El buen pastor da su vida por sus ovejas" (Jn 10,11), y Él, efectivamente, la dio. La benevolencia no es más que querer el bien del prójimo, por él mismo.

Capítulo XII: El Pedagogo, con una disposición análoga a la de un padre, utiliza severidad y benignidad (cf. Sb 8,1)

El Señor es un modelo radiante

98.1. En relación con lo anteriormente expuesto, podríamos concluir afirmando que Jesús, nuestro Pedagogo, ha grabado en nosotros la verdadera vida y ha educado al hombre en Cristo. Su carácter no es excesivamente severo, ni demasiado blando por su bondad. Da preceptos, pero lo hace de una forma que nosotros podamos cumplir sus.

98.2. Él mismo, me parece a mí, es quien formó al hombre con el polvo de la tierra, lo regeneró con el agua, lo hizo crecer por el Espíritu (cf. Gn 2,7; 1,26-27), lo educó con la palabra, dirigiéndolo con santos preceptos a la adopción filial y a la salvación, para transformar al hombre terrestre en un hombre santo y celestial, para que se cumpla plenamente la palabra de Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26).

98.3. Cristo fue el único que realizó plenamente lo que Dios había dicho; los demás hombres, en cambio, se asemejan (a Dios) sólo según la imagen. Nosotros, hijos de un Padre bueno, alumnos (lit.: criaturas) de un buen Pedagogo, cumplamos la voluntad del Padre, escuchemos al Verbo e imprimamos en nosotros la vida realmente salvadora de nuestro Salvador. Viviendo ya desde ahora en la tierra la vida celestial que nos diviniza, unjámonos con el óleo de la alegría (cf. Sal 44 [45],8; Is 61,3), siempre viva y con el perfume de la pureza, considerando la vida del Señor como un modelo radiante de incorruptibilidad, y siguiendo las huellas de Dios. A Él sólo corresponde el cuidado -porque es atribución suya- de ver cómo y de qué manera puede mejorar la vida de los hombres.

98.4. Pero nos enseña también a bastarnos a nosotros mismos, a prescindir de lo superfluo y a llevar una vida sencilla y libre, que conviene al viajero que desea llegar a la vida eterna y feliz, y nos enseña que cada uno de nosotros debe ser para sí mismo el tesoro de sus provisiones: "No se preocupen -dice- por el día de mañana" (Mt 6,34); el que se ha comprometido a seguir a Cristo, debe elegir una vida sencilla, sin servidores, y vivir al día. Porque no somos educados para la guerra, sino para la paz.

El Verbo tiene la misión de guiarnos y educarnos

99.1. Para la guerra hay que hacer muchos preparativos, y para el bienestar se necesitan abundantes provisiones; pero la paz y el amor, hermanas sencillas y tranquilas, no necesitan armas ni provisiones extraordinarias; su alimento es el Verbo; el Verbo que tiene la misión de guiarnos y educarnos; de Él aprendemos la simplicidad, la modestia, el amor pleno a la libertad, por los hombres y por el bien. Sólo por el Verbo y la práctica de la virtud nos hacemos semejantes a Dios (cf. Gn 1,26; Platón, Teeteto, 176 A).

99.2. Pero, tú, trabaja sin desmayo, porque serás como no esperas, ni puedes llegar a imaginar. Así como hay un estilo de vida propio de los filósofos, otro de los rétores, otro de los luchadores, así también hay una noble disposición del alma, nacida de la pedagogía de Cristo, siempre proclive al bien. Hasta las acciones materiales, sometidas a tal educación se ennoblecen: marcha, reposo, alimento, sueño, descanso, el modo de vida, y toda la educación, puesto que la formación que nos imparte el Verbo no conduce al exceso sino a la moderación.

Vivir guiados por la Verdad

100.1. Por esa razón, el Verbo es llamado Salvador; porque Él ha dispensado a los hombres estos remedios racionales, para que puedan sentir rectamente y alcancen la salvación. Él sabe esperar el momento oportuno, reprender los vicios, hacer patente las causas de las pasiones, cortar la raíz de los apetitos irracionales, señalar aquello de lo que debemos abstenernos, y dispensar a los enfermos todos los antídotos para su salvación. Ésta es la más grande y regia obra de Dios: salvar a la humanidad.

100.2. Los enfermos muestran su disgusto con el médico que no prescribe ningún remedio para la curación; ¿cómo no vamos a estar nosotros sumamente agradecidos al divino Pedagogo, que no calla ni es negligente en denunciar las desobediencias que conducen a la perdición, sino que, por el contrario, las reprende, corta los impulsos que llevan a ellas, y enseña las normas adecuadas para una recta conducta? Tengamos, entonces, para con Él el mayor reconocimiento.

100.3. El animal racional -me refiero al hombre- ¿qué otra cosa debe hacer sino contemplar lo divino? Pero es preciso también -digo yo- contemplar la naturaleza humana, y vivir guiados por la Verdad, amando sobremanera al Pedagogo mismo y sus preceptos, porque ambas cosas son convenientes y concordes. Conformándonos a este modelo, debemos sintonizar con el Pedagogo y vivir una vida auténtica, armonizando nuestros actos con el Verbo.

Capítulo XIII: La acción buena es la que está en conformidad con la recta razón; el pecado, en cambio, es un acto contrario a la razón (o: al Verbo)(1)

(1) El lector notará inmediatamente el carácter filosófico de este capítulo, que presenta una moral de corte "intelectualista", al punto de comprometer, al menos en apariencia, la inspiración propiamente cristiana. El término lógos significa casi siempre, a un mismo tiempo, la razón, humana y filosófica, y el Verbo divino. Así, Clemente trata de pasar de una moral filosófica, estoica, a la revelación de un cristianismo ya implícito en esa misma moral.

La virtud es sinfónica con el Verbo

101.1. Todo acto contrario a la recta razón (Verbo) es un pecado. Así es como los filósofos estiman que deben definirse las pasiones más generales: la concupiscencia, un apetito que no obedece a la razón; el temor, una inclinación que no obedece a la razón; el placer es una exaltación del alma que no obedece a la razón; la tristeza, una contracción (sístole) del alma que no obedece a la razón. Si la desobediencia a la razón genera los pecados, ¿cómo no concluir necesariamente que la obediencia al Verbo, que llamamos fe, engendra lo que llamamos el deber?

101.2. La virtud, en efecto, es una disposición del alma que sintoniza con la razón (lit.: "que es sinfónica con el Verbo"), a lo largo de toda la vida. Y, lo que es más importante, a la misma filosofía se la define como una búsqueda de la recta razón. De donde se sigue que toda falta cometida por un extravío, se llama también pecado.

101.3. Así, cuando el primer hombre pecó y desobedeció a Dios, al instante "se hizo semejante -dice (la Escritura)- a las bestias" (Sal 48 [49],13. 21). El hombre que ha pecado contra el Verbo (la razón) ha sido considerado con toda justicia como irracional, y comparado con las bestias.

El cristiano debe seguir la voluntad de Dios y de Cristo

102.1. Por eso dice la Sabiduría: "El libidinoso y adúltero es un caballo en celo" (Si 33,6), comparándolo a un animal irracional; y añade: "Relincha cuando se le quiere montar" (Si 33,6). El hombre -dice- ya no habla; porque no es ya racional el que comete una falta contra la razón (Verbo), sino un animal irracional, entregado a los apetitos desordenados, donde se asientan todos los placeres.

102.2. Los discípulos de los estoicos denominan a la acción recta, realizada por obediencia al Verbo, "lo conveniente" y "lo debido". Lo debido es lo conveniente, y la obediencia se funda en los preceptos; éstos, que se identifican con los mandamientos, tiene como objetivo la verdad y conducen hasta la última cosa apetecida, que es concebido como fin. Así, el fin de la religión es el reposo eterno en Dios, y nuestro fin es el principio de la eternidad.

102.3. El acto virtuoso, inspirado por la religión, cumple el deber por medio de las obras; por eso, lógicamente, los deberes consisten en obras y no en palabras. El comportamiento propio del cristianismo es la actividad del alma racional (conforme al Verbo), acorde con el buen juicio y con el deseo de la verdad, realizada por medio del cuerpo, a ella unido y compañero suyo en la lucha.



La pedagogía divina está ordenada a nuestra salvación

103.1. Este conjunto está formado por los preceptos del Señor, que, siendo instrucciones divinas, han sido consignadas por escrito como mandamientos espirituales, útiles para nosotros mismos y para nuestros prójimos. Estos preceptos vuelven de rebote hacia nosotros, como vuelve la pelota hacia el que la lanzó. Así entonces, según la pedagogía divina, los deberes son necesarios: han sido prescritos por Dios y están ordenados a nuestra salvación.

103.2. Por lo demás, entre las cosas necesarias, algunas lo son solamente para nuestra vida de aquí; otras nos dan alas para volar desde aquí a la vida feliz de allá arriba; de la misma manera, entre los deberes, unos se ordenan a esta vida y otros a la vida feliz. Los que están prescritos para la vida común (o: pagana), son bien conocidos por la mayoría; pero los que se ordenan a la vida feliz y de los que depende la vida eterna de allá arriba, podemos describirlos sumariamente, recogiéndolos de las mismas Escrituras.

 

LIBRO SEGUNDO

Capítulo I: Cómo comportarse en lo relativo a los alimentos

Introducción. El gobierno del propio cuerpo

1.1. Siguiendo nuestro propósito, y eligiendo los textos de la Escritura que se refieren a la parte práctica de nuestra pedagogía, debemos describir brevemente el comportamiento que debe seguir, a lo largo de toda su vida, uno que se dice cristiano. Comencemos, entonces, por nosotros mismos y es necesario comportarse.

1.2. Así, para dar a nuestra exposición sus justas proporciones, debemos empezar por hablar del comportamiento de cada uno de nosotros con respecto a su propio cuerpo, o, mejor, cómo es necesario dirigirlo. En efecto, cuando uno, a partir de las cosas exteriores y del cuidado de su propio cuerpo, con la ayuda que le brinda el Verbo para reflexionar, adquiere un conocimiento de lo que sucede en el hombre, según las leyes de la naturaleza, sabrá no preocuparse por las cosas externas y purificar lo que es propio del hombre: el ojo del alma, y a purificar también la misma carne.

1.3. El que ha sido purificado, por haberse liberado de aquellas cosas que le convierten en polvo, ¿qué medio más ventajoso que sí mismo podría hallar para llegar directamente a comprensión de Dios?

1.4. Algunos hombres viven para comer, como los animales privados de razón, su vida no es más que el vientre (cf. Rm 16,18; Flp 3,19). A nosotros, el Pedagogo nos prescribe comer para vivir; ni el comer debe ser nuestra obsesión, ni nuestro fin el placer, sino que el alimento nos es permitido para facilitarnos nuestra permanencia aquí en la tierra, estadía que el Verbo educa para la inmortalidad.

Se debe elegir una alimentación simple y sencilla

2.1. Que nuestro alimento sea sencillo y sin refinamiento, conforme a la verdad; que se ajuste a la conveniencia de los niños simples y sencillos; que sirva para la vida, no para la sensualidad. Esta vida consta de dos elementos: la salud y el vigor, relacionados con un tipo de alimentación fácil de digerir, provechosa para la digestión y la agilidad del cuerpo. Es este alimento el que produce el crecimiento, y mantiene la salud y la fuerza de forma equilibrada; y no ese vigor exagerado, peligroso y digno de lástima, propio de los atletas que siguen un régimen de alimentación forzada.

2.2. Conviene rechazar la variedad de manjares que producen diferentes perjuicios: indisposiciones del cuerpo, náuseas de estómago. El gusto se deteriora por los funestos artificios de los cocineros y su vana habilidad para preparar pasteles. Así, en efecto, hay quienes se atreven a denominar alimento a la búsqueda de la glotonería, que conduce a los placeres dañinos.

2.3. Antífanes, médico de Delos, afirmó que la causa de las enfermedades era esta gran variedad de alimentos; característica de aquellos que, hastiados de la sencillez por su multiforme ostentosidad, desprecian la moderación del régimen alimenticio, y se preocupan por importar alimentos de ultramar.

El vicio de la gula

3.1. Yo siento piedad por esta enfermedad, pero ellos no se avergüenzan de celebrar su glotonería. Su preocupación se centra en las murenas del estrecho de Sicilia, en las anguilas del Meandro, en los cabritos de Melos (o Milo), en los mújoles de Esciato (o Skiato), en los crustáceos del cabo Peloro, en las ostras de Abidos; no descuidan tampoco las anchoas de Lípara (o Lípári) ni la naba de Mantinea, ni tampoco las acelgas de Ascra. Buscan los pectineros (= marisco) de Metimna y los rodaballos del Ática, los zorzales de Dafne, los higos secos negros como golondrinas, por los que el infortunado persa (= Jerjes) llegó a Grecia con cinco millones de hombres.

3.2. Por lo que atañe a las aves, las adquieren de Fasis, las perdices de Egipto y los pavos de Media. Y tras aderezarlo con las salsas, los glotones abren su boca, de par en par, ante los platos. Y todo cuanto produce la tierra, las profundidades marinas y el espacio inconmensurable del aire, se lo procuran para su glotonería. Parece realmente como si estos infatigables comilones quisieran pescar en sus redes al mundo entero para satisfacer su gula, deseosos de oír "silbar las sartenes" (Apseudeo de Théleclides, Fragmentos, 10) para su fruición; pasando toda su vida entre morteros y almireces (= pisones de morteros), comiendo todo se apiñan como leña para el fuego. Incluso un alimento tan común como el pan lo adulteran, privando al trigo de su elemento nutritivo, de suerte que un alimento tan necesario lo convierten en objeto de un vergonzoso placer.

El agape santo no es una mera cena humana

4.1. La glotonería humana no tiene límite; ella los empuja hacia los pasteles, las tortas de miel, también hacia las golosinas, ideando una gran variedad de postres y descubriendo toda clase de recetas. Me da la impresión de que un hombre glotón no es más que boca.

4.2. Dice la Escritura: "No desees los manjares de los ricos, porque van unidos a una vida es falsa y vergonzosa" (Pr 23,3). Los ricos son esclavos de los manjares que, al poco rato, terminan en la letrina (cf. Mt 15,17; Mc 7,19; Jn 6,27); nosotros, en cambio, que perseguimos el alimento celestial, debemos dominar el vientre que se encuentra bajo el cielo, y, más aún, todo aquello que le es agradable, cosas que "Dios destruirá" (1 Co 6,13), dice el Apóstol, ya que repudia -y es natural- los deseos de la gula.

4.3. "Porque los alimentos son para el vientre" (1 Co 6,13) y de ellos depende esta vida realmente carnal y perniciosa. Y si algunos osan llamar, con un lenguaje desvergonzado, agape a ciertos platos que exhalan el olor característico de los asados y las salsas, injuriando con sus pequeños platos y salsas la obra bella y saludable del Verbo: el agape santo, blasfemando este nombre con la bebida, molicie y humo, se equivocan si creen poder comparar las promesas divinas con sus comilonas (lit. cenas).

4.4. Si quisiéramos clasificar en la misma categoría las reuniones cuya finalidad consiste en alegrarse conjuntamente, denominaríamos con razón a este tipo de reuniones con el nombre de almuerzo, desayuno o banquete; pero el Señor a tales festines jamás los ha denominado agape.

4.5. Lo que dijo en una ocasión fue esto: "Cuando seas invitado a una boda, no te recuestes en el primer lugar (Lc 14,7-8); sino que, cuando te inviten, recuéstate en el último lugar" (Lc 14,10); y en otro pasaje: "Cuando des una comida o una cena", y otra vez: "Cuando des un banquete llama a los pobres" (Lc 14,12-13); con esta intención y no otra debe celebrarse una comida; y, de nuevo, insiste: "Un hombre organizó una gran comida e invitó a muchos" (Lc 14,16).



El banquete espiritual

5.1. Creo saber de dónde procede la artificiosa denominación de comidas, a juzgar por las palabras del cómico: "de la garganta y de la manía desenfrenada de banquetes" (Anónimo, Fragmentos, 782; ed. J. C. Th. Koch, Comicorum Atticorum Fragmenta [= CAF], Leipzig 1888, vol. 3, 545). En verdad, "la mayor parte de las cosas, para la mayoría de la gente, existen sólo con vistas a la comida" (Anónimo, Fragmentos, 432; CAF vol. 3, 490). Sin duda, no se han percatado de que Dios ha preparado alimento y bebida para el sustento de su criatura -me refiero al hombre-, no para su placer.

5.2. Tampoco es natural que el cuerpo saque un gran provecho de una alimentación suntuosa, más bien todo lo contrario; quienes toman alimentos más frugales son los más fuertes, los más sanos, los más vigorosos, como ocurre con los siervos respecto a sus amos, y con los labradores respecto a sus señores. Y no sólo son los más robustos, sino también los más sensatos, como en el caso de los filósofos respecto a los ricos, "porque que no han cegado su inteligencia con los alimentos, ni han pervertido su corazón con los placeres" (Anónimo, Fragmentos, 184; CAF vol. 3, 444).

5.3. Un agape es, realmente, un alimento celestial, un banquete espiritual (o: banquete del Verbo): "Todo lo sufre, todo lo soporta, todo lo espera; la caridad (lit.: el agape) jamás decae" (1 Co 13,7-8). "Dichoso el que coma el pan en el reino de Dios" (Lc 14,15).

5.4. La peor que puede suceder es que la caridad (agape), que no debe decaer, caiga inútilmente desde el cielo hasta sobre las salsas. ¿Crees tú que yo considero un banquete lo que carece de valor? (cf. 1 Co 6,13; 2 Co 3,11) Dice la Escritura: "Si repartiere todos mis bienes, pero no tuviera caridad (agape), no soy nada" (1 Co 13,3. 2).

El Señor nos tiene preparado un banquete celestial

6.1. Sobre esta caridad se fundamentan toda la Ley y el Verbo. Y si tú amas al Señor tu Dios y a tu prójimo (cf. Mt 22,40. 37. 39), te está preparado en el cielo este banquete celestial; en tanto que al banquete terrestre se le llama comida (o: cena, deipnon), como lo muestra la Escritura, puesto que tiene como móvil la caridad, pero la comida no es caridad (agape); es sólo una demostración de una benevolencia que une y es generosa.

6.2. "Que no sea difamado nuestro bien. Porque no consiste el Reino de Dios en la comida y en la bebida", dice el Apóstol, para que lo efímero no sea tenido por lo mejor, "sino en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,16-17). Quien coma de este alimento adquirirá el mejor de los bienes existentes, el Reino de Dios, preparándose desde aquí para la santa unión de la caridad, la Iglesia celestial (o: la santa asamblea de la caridad, la Iglesia celestial).

El hombre está destinado a la vida eterna

7.1. La caridad (agape) es, por tanto, algo puro y digno de Dios, y su obra es repartirla. "La preocupación por la educación es amor (o: caridad), dice la Sabiduría, y el amor consiste en la observancia de sus leyes" (Sb 6,17-18). Los goces terrenos tienen una cierta chispa de caridad, que nos habitúa a pasar del alimento vulgar al alimento eterno. La caridad no es, por consiguiente, una comida (o: una cena), pero ésta debe depender de la caridad.

7.2. "Que tus hijos a quienes amaste, dice, aprendan, Señor, que no alimentan al hombre las diversas especies de frutos, sino tu palabra, que mantiene a aquellos que en ti creen" (Sb 16,26); "porque el hombre justo no sólo vivirá del pan" (Dt 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Ha 2,4).

7.3. Que nuestro alimento sea frugal y ligero, que nos permita estar despiertos, sin mezcla de salsas variadas, lo que no significa una falta de educación. Porque tenemos una excelente nodriza: la caridad, que, poseyendo abundantes bienes para todos, introduce la moderación, que preside una alimentación equilibrada, imponiendo al cuerpo para su salud la mesura de las cantidades, y reparte con el prójimo parte de sus propios bienes. En cambio, ese otro régimen de vida, que sobrepasa la moderación, es altamente nocivo para el hombre, entorpece su alma y hace enfermizo su cuerpo.

7.4. Sí, ciertamente, los placeres de la gula reciben nombres malsonantes: golosinería, glotonería, sibaritismo, deseo insaciable, voracidad. Semejante a éstos son los nombres de moscas, comadrejas, cortesanos, luchadores, y "enjambres de salvajes de parásitos" (Homero, Ilíada, XIX,30), es decir, aquellos que al placer del vientre sacrifican la razón, otros la amistad, o la vida misma, gente que arrastra el vientre, bestias parecidas al hombre, a imagen de su padre, la bestia golosa (cf. Gn 3,14; Jn 8,44).

7.5. Creo que los antiguos, al llamarles asótoi (perdidos), expresaron bien su fin, considerándolos asóstoi (que no pueden ser salvados) por la supresión de la letra sigma. ¿No son éstos, en verdad, los que centran su atención en los platos y en la fatigosa elaboración de los condimentos; seres infelices, nacidos de la tierra, perseguidores de una vida efímera, como si no estuvieran destinados a la vida eterna?

La carne sacrificada a los ídolos

8.1. A éstos el Espíritu Santo, por boca de Isaías, les llama miserables, rehusándoles tácitamente el nombre de agape para sus banquetes, porque no eran conforme a la razón: "Ellos estaban alegres, sacrificando bueyes y degollando ovejas, y exclamando: comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Is 22,13; 1 Co 15,32).

8.2. Y, como considera un pecado esta vida desenfrenada, añade: "Ciertamente no les será perdonado el pecado hasta que mueran" (Is 22,14); decreta, no la absolución de la falta por una muerte física, sino que la satisfacción del pecado está en una muerte salvadora. "No te dejes entusiasmar por un pequeño placer" (Si 18,32), dice la Sabiduría.

8.3. Aquí debo recordar la llamada carne sacrificada a los ídolos y de cómo debemos abstenernos de ella (cf. Hch 15,29). Según creo, son francamente sucias y abominables estas carnes rociadas de sangre, "almas de cadáveres, que salen del fondo del Erebo" (Homero, Odisea, XI,37).

8.4 Dice el Apóstol: "No quiero que tengan nada que ver con los demonios" (1 Co 10,20), ya que está preparado un alimento diferente para los que se salvan y otro para los que perecen. Es preciso que nos abstengamos de tales alimentos, no por temor, ya que los demonios carecen de poder, sino por repugnancia, tanto por nuestra conciencia pura (cf. 1 Co 10,25. 27), como por la desvergüenza de los demonios, a quienes estos alimentos están consagrados; y aún por la debilidad de quienes dudan de todo, "gente cuya conciencia queda contaminada, porque es débil. Además, la comida no nos acercará a Dios" (1 Co 8,7-8). "No es lo que entra por la boca lo que ensucia al hombre, se dice, sino lo que sale" (Mt 15,11).

Cristo nos ofrece el verdadero manjar

9.1. Por tanto, el uso natural del alimento es algo indiferente: "No somos más si comemos, se afirma, ni menos si no comemos" (1 Co 8,8); pero no es razonable compartir "la mesa de los demonios" (1 Co 9,4-5), cuando se nos ha admitido a participar del alimento divino y espiritual. Dice el Apóstol: "¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber, y a traer con nosotros una mujer?" (1 Co 9,4-5). Con la abstinencia de los placeres frenamos los deseos; "pero, miren que esta libertad que tienen no sea un tropiezo para los débiles" (1 Co 8,9).

9.2. No debemos, menospreciar los dones del Padre, como el hijo rico del Evangelio (cf. Lc 15,11 ss.), llevando una vida disipada; antes bien, usar de ellos, como dueños, pero sin inclinarnos ante ellos. Fuimos, en efecto, constituidos reyes y señores (cf. Gn 1,28), no esclavos de los alimentos.

9.3. Es de admirar que, examinando con atención la verdad, podamos participar del alimento divino, y también saciarnos en la contemplación inextinguible de Aquél que es verdaderamente el Ser, gustando de ese placer único, estable y puro. Éste es el agape que debemos esperar, como lo demuestra el manjar que Cristo nos ofrece (cf. Jn 6,51).

9.4. Es totalmente irracional, insensato e inhumano alimentarse para la muerte, como el ganado que engorda mirando sólo a la tierra -de ella hemos sido formados- y estar siempre recostados sobre las mesas, a la caza de una vida intemperante, enterrando en ella el bien para ocuparse de una vida sin porvenir, y con la mirada puesta en los placeres de la gula, que proporcionan mayor estima a los cocineros que a los mismos agricultores. Lejos está de nosotros rechazar las relaciones sociales; pero desconfiamos de los peligros de la sociedad, como si de una desgracia se tratara.




Capítulo I: Cómo comportarse en lo relativo a los alimentos (continuación)

El cristiano debe ser discreto en su alimentación

10.1. Por eso debemos alejarnos del vicio de la gula tomando pocos alimentos, sólo los más indispensables. Y si algún infiel nos invita, y decidimos ir a su casa -realmente no es cosa buena tener tratos con los que viven desordenadamente (cf. 2 Ts 3,6. 11. 14)-, el Apóstol nos ordena comer todo cuanto se nos ofrezca, "sin escrúpulos de conciencia" (1 Co 10,27); y también nos ha ordenado comprar sin más todo lo que se vende en el mercado (cf. 1 Co 10,25).

10.2. No es necesario abstenerse de la variedad de los manjares, sino evitar la preocupación por la variedad. Debemos tomar el alimento que se nos da como conviene a un cristiano, honrando así al que nos ha invitado, participando de la reunión sin descortesía y sin refinamiento, sin conceder importancia (lit.: indiferente) a la suntuosidad del servicio, y despreciando los alimentos, que dentro de muy poco ya no existirán.

10.3. "El que come, al que no coma no le menosprecie; y el que no come, al que coma no le juzgue" (Rm 14,3). Y en unas líneas más adelante explicará el por qué de su consejo: "El que come, dice, por el Señor come, y da gracias a Dios; y el que no come, no come por el Señor y da gracias a Dios" (Rm 14,6); de modo que el alimento justo es una acción de gracias; y el que sin cesar está dando gracias, no se ocupa de los placeres.

10.4. Si quisiéramos encaminar hacia la virtud a alguno de nuestros comensales, tendríamos que abstenernos aún más de los alimentos refinados, dando así un claro ejemplo de virtud, como Jesucristo nos lo ha dado a nosotros. "Si, en efecto, alguno de estos alimentos es motivo de escándalo para mi hermano, no lo comeré jamás, (dice el Apóstol), para no escandalizar a mi hermano" (1 Co 8,13): con un poco de temperancia habré ganado un hombre.

10.5. "¿No tenemos acaso derecho a comer y a beber?" (1 Co 9,4). De nuevo insiste: "Hemos conocido la verdad" (1 Tm 4,3), es decir, "que un ídolo no es nada en este mundo, y que tenemos realmente un solo y único Dios (1 Co 8,4), de quien todo procede, y un solo Señor, Jesús" (1 Co 8,6). Pero "se pierde el débil, dice, por tu ciencia, el hermano débil por quien Cristo murió. Los que hieren la conciencia de los hermanos débiles, pecan contra Cristo" (1 Co 8,11-12).

10.6. De este modo el Apóstol, para prevenirnos, establece una distinción entre los banquetes, afirmando: "No se mezclen con quien, llamándose hermano, fuese libertino, adúltero o idólatra; con ese, ni comer" (1 Co 5,11); ni conversación ni compartir la mesa con él; por temor a la corrupción que ello pueda acarrear, como si fuera "la mesa de los demonios" (1 Co 10,21).

Los peligros de la falta de temperancia

11.1. "Bueno es no comer carne ni beber vino" (Rm 14,21); en este mismo sentido se pronuncian los pitagóricos. Pero se refieren a la carne de caza mayor, cuyos olores más espesos ensombrecen el alma. Pero si alguno la prueba, no peca (cf. 1 Co 7,36); sea moderado al tomarla, no sea ávido en exceso, ni esclavo de ella; ni alargue su lengua hacia el plato, porque oirá este reproche: "No arruines por causa de un manjar la obra de Dios" (Rm 14,20).

11.2. Es de persona necia contemplar demasiado y quedarse boquiabierto ante lo que se sirve en un festín común, después de haber gustado del Verbo; pero es mucho más insensato que nuestras miradas queden esclavizadas ante los platos, y que la intemperancia sea, por así decirlo, paseada por los servidores.

11.3. ¿Cómo no va a ser inconveniente incorporarse sobre el triclinio para lanzar la mirada sobre los platos, inclinando el rostro hacia adelante, como en el borde de un nido, como comúnmente se dice, para aspirar las ondas olorosas? ¿Cómo no va a ser estúpido mojar las manos en la salsa, o tenderlas a cada instante hacia el plato, pero no con ánimo de probarla, sino más bien para echar mano a los alimentos, sin moderación ni decoro?

11.4. Puede afirmarse que los que así obran se asemejan, por su voracidad, a los cerdos y a los perros más que a las personas; porque tan grande es su apuro por atiborrarse que hinchan a un mismo tiempo los dos carrillos, como si tuvieran unos recipientes en la cara. Además, el sudor les empapa, porque los oprime su deseo insaciable, y jadean de intemperancia. Desordenada y confusamente, engullen los alimentos y llenan el vientre, como si fueran a aprovisionarse, pero no a digerirlos. La falta de moderación constituye realmente un mal, pero de manera especial, en lo relativo a la alimentación.

La intemperancia es causa de vergüenza propia y ajena

12.1. La gula (opsofagía) es la absoluta carencia de moderación en el uso de alimentos; la golosinería (laimargía) es un delirio de la garganta, y la glotonería (gastrimargía) es la intemperancia en la alimentación, o, como su mismo nombre indica, una locura del estómago, ya que márgos (loco) es (sinónimo) de ansioso.

12.2. El Apóstol, retomado este tema, a propósito de los que celebran banquetes comunes, afirma que no obran rectamente: "Porque cada cual, al comer, se adelanta a tomar su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿Es que no tienen casas para comer y beber? ¿O acaso menosprecian la casa de Dios, y avergüenzan a los que no tienen?" (1 Co 11,21-22). Pero en casa de los ricos, los glotones, los intemperantes, gentes insaciables, se avergüenzan a sí mismos. Unos y otros actúan mal: unos, porque afrentando a los que nada tienen, y los otros, porque desnudan su incontinencia a costa de los que tienen.

12.3. Convenía que el Apóstol, después de haber hablado largamente contra aquellos que han perdido la vergüenza, y que abusan de las comidas con menos recato que los demás, en una palabra, contra los insaciables que nunca tienen suficiente, elevara por segunda vez la voz con enojo: "Así que, hermanos míos, cuando se junten para comer, espérense unos a otros. Si alguno tiene hambre, coma en su casa, a fin de que no se junten para su condenación" (1 Co 11,33-34).

Las buenas maneras en la mesa

13.1. Nuestro deber es abstenernos de toda grosería e intemperancia, tomar con moderación lo que se nos ofrezca, sin ensuciarse las manos, ni el lecho, ni la barba (lit.: el mentón); antes bien, conservando un aspecto digno, que no conozca deformación alguna, no hacer muecas ni en el momento de la deglución, sino procurar tender la mano con orden y a intervalos. También debe procurarse no hablar mientras se come, ya que la voz se torna desagradable y confusa ante la presión de las mandíbulas llenas, y por el agobio de los alimentos sobre la lengua, pierde ella su natural capacidad y soltura, emitiendo una pronunciación apagada.

13.2. Tampoco conviene comer y beber al mismo tiempo; en efecto, es indicio de intemperancia manifiesta mezclar los tiempos destinados a cosas incompatibles. Y como dice (el Apóstol): "Sea que coman, o que beban, háganlo todo para gloria de Dios" (1 Co 10,31), tendiendo a la verdadera simplicidad, la que, según creo, sugirió el Señor cuando bendijo los panes y los peces asados, y los repartió entre sus discípulos (cf. Mt 14,19; 15,36; Jn 6,11; 21,9. 13), dándoles un bello ejemplo de sencillez en la comida.

La Providencia de Dios

14.1. Aquel pez que Pedro pescó, a instancias del Señor (cf. Mt 17,27), representa un alimento simple, moderado, recibido de Dios. (El Señor), en verdad sugiere borrar, de entre los que salen de las aguas (del bautismo), tomados por el cebo de la justicia, el desenfreno y el amor a las riquezas, como (se quita) la moneda del pez, para rechazar la vanagloria y con el fin de que, después de dar el estáter a los recaudadores, se dé al César lo que es del César y se reserve para Dios lo que es de Dios (cf. Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25).

14.2. El estáter es susceptible de otras explicaciones que no se me ocultan; sin embargo, no es el momento oportuno de un comentario exhaustivo. Sólo basta con recordarlo, ya que lo anteriormente expuesto no desentona de un brillante razonamiento y, como hemos hecho en otras ocasiones, es muy útil regar aquellas cosas peor tratadas con la fuente del razonamiento que apremia la investigación.

14.3. En efecto, "aunque todo me es lícito, sin embargo no todo me conviene" (1 Co 10,23); rápidamente caen en lo ilícito quienes quieren hacer todo lo lícito. Y así como a través de la avaricia no se alcanza la justicia, ni la intemperancia es el verdadero camino de la moderación, así tampoco el régimen de vida de un cristiano se adquiere con una vida placentera; porque la mesa de la verdad está lejos de "las comidas lascivas" (Anónimo, Fragmentos, 887; CAF vol. 3,562).

14.4. Aunque todo ha sido creado exclusivamente para el hombre, no está bien usarlo todo, y muchísimo menos a cada instante. La ocasión, el tiempo, el modo, y el por qué ejercen una influencia no pequeña para el que se educa en determinar lo verdaderamente útil. Y lo conveniente tiene fuerza suficiente como para abolir una vida entregada al vientre, a la que se adhiere la riqueza, no porque se mire con ansiedad, sino porque la abundancia de riqueza le vuelve ciego por el vicio de la gula.

14.5. Nadie es pobre en lo que concierne a lo estrictamente necesario; ni nadie ha sido jamás abandonado: porque un ser que es único, Dios, alimenta a los pájaros y a los peces; y, en una palabra, a los animales irracionales. Nada les falta, aunque no se preocupen de su alimento. Ahora bien, nosotros los valemos más que ellos, en tanto que somos sus dueños; y estamos más cerca de Dios, porque somos más prudentes y sabios (cf. Mt 6,26).

14.6. Nosotros no hemos sido creados para comer y beber, sino para que lleguemos a conocer a Dios. "El justo, dice (la Escritura), come y sacia su alma, pero el vientre de los impíos no se saciará" (Pr 13,25), porque centran su deseo en las golosinas. No debe emplearse la riqueza para satisfacer nuestros exclusivos placeres, sino para compartirla con los demás.

La felicidad reside en la práctica de la virtud

15.2. Por eso debemos abstenernos de aquellos alimentos que, sin tener hambre, nos inducen a comer, porque estimulan nuestro apetito. Pero, ¿acaso no puede darse una sana variedad de alimentos, en medio de una sana frugalidad? Cebollas, aceitunas, algunas legumbres, leche, queso, frutos y diversos alimentos cocidos y sin condimento. Y si conviene carne asada o cocida, debe ofrecerse.

15.2. "¿Tienen algo que comer?", dijo el Señor a sus discípulos, después de su resurrección. Y, como los había instruido en la práctica de la simplicidad, "éstos le ofrecieron un poco de pescado asado, y, mientras comía en presencia de ellos, les dijo..." Y Lucas refiere lo que les dijo (Lc 24,41-44).

15.3. Además, no hay que privar de postres ni de miel a quienes toman su alimento con moderación. De entre los alimentos, los más convenientes son aquellos que pueden tomarse al momento, sin necesidad de calentarlos, pues ya están preparados; luego existen los más simples, como antes hemos dicho.

15.4. En cuanto a los que se inclinan sobre las mesas humeantes, alimentando así sus propias pasiones, tienen por guía un demonio muy glotón, al que yo no me avergonzaría de llamar "un demonio del vientre" (o: "ventridemonio"; Eupolis, Fragmentos, 172; CAF vol. 1,306); éste es, sin duda, el peor y el más funesto de los demonios. Ese tal se asemeja a un ventrílocuo. Es, sin lugar a dudas, mucho mejor llegar a ser feliz que cohabitar con un demonio. Pero la felicidad está en el ejercicio de la virtud.

El justo medio

16.1. El Apóstol Mateo se alimentaba de semillas, de frutos secos, de legumbres, no de carne; Juan, por su parte, extremando su temperancia, "comía saltamontes y miel silvestre" (Mt 3,4; Mc 1,6).

16.2. Asimismo, Pedro se abstenía de la carne de cerdo. Pero "le sobrevino un éxtasis -como está escrito en los Hechos de los Apóstoles- y vio el cielo abierto y una especie de mantel grande, suspendido por sus cuatro extremos, que descendía sobre la tierra; en el cual había toda clase de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y volátiles del cielo. Y se oyó una voz que decía: "Levántate; sacrifica y come". Pero Pedro repuso: "De ninguna manera, Señor, puesto que jamás comí cosa profana e impura". Y la voz desde el cielo habló por segunda vez: "Lo que Dios purificó, no lo llames tú profano"" (Hch 10,10-15).

16.3. Por consiguiente nos es indiferente el uso de los alimentos, porque "no lo que entra por la boca mancha al hombre" (Mt 15,11), sino una vana opinión sobre la intemperancia. Dios, en verdad, después de modelar al hombre dijo: "Todo les servirá de alimento" (Gn 1,29; 9,3). "Vale más comer legumbres con amor, que toro cebado con odio" (cf. Pr 15,17).

16.4. Esto nos recuerda lo que se ha dicho más arriba (II,4,3 s.): que las legumbres no son el agape (la caridad), pero es con caridad (agape) que deben tomarse los alimentos. La ponderación es buena en todas las cosas, pero sobre todo en la preparación de las comidas; porque los extremos son peligrosos y la vía media es la mejor. El justo medio consiste en que no falte lo necesario, puesto que los deseos naturales quedan satisfechos cuando tienen lo suficiente.

El Antiguo Testamento

17.1. A los judíos la ley les recomienda la frugalidad, de acuerdo con el plan divino; el Pedagogo, por boca de Moisés, ordenó abstenerse de muchos alimentos, señalando los motivos: de forma implícita, los de carácter espiritual; expresamente, los carnales, a los que también dieron crédito. (Se abstenían los judíos) de los animales que no tienen las pezuñas partidas (Lv 11,4-5; Dt 14,7), de los que no rumian su alimento (Lv 11,6-7; Dt 14,8); y de los animales acuáticos, sólo los que no tienen escamas (Lv 11,10; Dt 14,10). Así, no les quedaba más que un reducido número de animales de los que podían comer.

17.2. Y todavía, de entre los permitidos, la Ley excluyó los que hubiesen muerto por enfermedad (Lv 11,39; Dt 14,21), los ofrecidos a los ídolos (cf. Ex 20,3) y los que hubiesen sido sofocados (Lv 17,10; Dt 12,16): no era lícito comer de ninguno de estos (cf. Lv 11,1 ss.; Dt 14,1 ss.). Porque es imposible utilizar cosas placenteras sin complacerse en ellas, (la Ley) reaccionó prescribiendo una conducta contraria, hasta que se suprima esta búsqueda de los placeres que engendran los malos hábitos.

17.3. La mayoría de las veces, el placer produce en los hombres daño y sufrimiento; y el exceso de alimento engendra en el alma dolor, olvido y demencia. Se dice también que el cuerpo de los niños crece mejor si la alimentación es restringida, porque así nada detiene el espíritu (vital) [o: el impulso vital = la respiración] que concurre al crecimiento; mientras que una alimentación abundante, obstaculiza su desarrollo.

Platón

18.1. Por eso Platón, el que entre los filósofos buscó con ardor la verdad, denuncia la vida voluptuosa, reavivando el fuego de la filosofía hebrea, cuando dice: "Una vez que llegué, no encontré satisfacción alguna en la llamada "vida feliz", que consiste en pasar el tiempo alrededor de las mesas al estilo de los italianos y siracusanos; en hartarse dos veces al día, en no acostarse nunca solo, y en ocuparse de todo lo que implica semejante forma de vida. En efecto, ningún hombre, bajo el cielo, podrá hacerse sensato si, desde su juventud, se comporta así, ni conseguirá alcanzar el maravilloso equilibrio de la naturaleza" (Platón, Cartas, VII,326 B-C).

18.2. Platón, en efecto, no desconocía que David, el día, que en su ciudad, instaló el arca santa en medio de la carpa, ofreció un banquete a todo su pueblo: "Delante del Señor, distribuyó a todo el pueblo de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastelito y una torta frita" (2 S 6,19; 1 Cro 16,1-3). Este alimento es más que suficiente, y es el de los israelitas, mientras que el de los paganos es superfluo.

18.3. Y quien sigue este alimento (el de los paganos), "jamás podrá llegará a ser prudente" (Platón, Cartas, VII,326 C), porque entierra su espíritu en el vientre, semejante al pez llamado "ónos" (lit.: burro o asno; y también: merluza), del cual afirma Aristóteles que es el único animal que tiene el corazón en el vientre (Aristóteles, Fragmentos, 326 [ed. V. Rose, Berlin 1870, vol. 5,235]; Constitución de los atenienses, 315 E). Epicarmo el cómico lo llama "ektrapelógastros" (ventrimonstruoso).

18.4. Éstos son los que han confiado en su vientre: "Su dios es el vientre; ponen su gloria en su vergüenza, y sólo tienen pensamientos terrenos" (Flp 3,19). A este tipo de seres el Apóstol no les predijo la felicidad: "Su fin, dice, es la perdición" (Flp 3,19).

Capítulo II: Cómo usar la bebida (conclusión)

Simbolismo del agua y del vino

19.1. A Timoteo, que bebía agua, le dice el Apóstol: "Toma un poco de vino por causa de tu estómago" (1 Tm 5,23); así le prescribe el remedio astringente adecuado a un cuerpo enfermo y con exceso de líquido; no obstante, aconseja una pequeña cantidad, no fuera que el remedio, tomado en abundancia, necesitara otra medicación.

19.2. Realmente el agua es una bebida natural, que favorece la sobriedad, y es indispensable cuando se tiene sed. El Señor la hacía brotar para los antiguos hebreos de la dura roca, y se la daba como bebida simple y sana, porque era especialmente necesario que los que aún andaban errantes (cf. Ex 17,6; Nm 20,11; Dt 8,15; 1 Co 10,4).

19.3. Más tarde, la viña santa produjo el racimo profético (cf. Is 5,1). Es la señal para quienes que, tras una vida errante, han sido conducidos al reposo (cf. Nm 10,33; Is 25,10). Es el gran racimo, el Verbo que ha sido prensado para nosotros, la sangre de la uva madura, la sangre del racimo que el Verbo ha querido mezclar con agua (cf. Jn 2,7-9; 7,38-39), como su sangre se mezcla con la salvación (cf. Jn 15,1).

19.4. La sangre del Señor es doble: en primer lugar, es su carne, con la que nos ha rescatado de la perdición (cf. 1 P 1,18-19); y, en segundo lugar, su Espíritu, con el que hemos sido ungidos. Y beber la sangre de Jesús es participar de la incorruptibilidad del Señor. El Espíritu es la fuerza del Verbo, como la sangre lo es la de la carne.

Conviene que los jóvenes se abstengan del vino

20.1. Además, de forma análoga, como el vino se mezcla con el agua, se mezcla el Espíritu (= naturaleza divina del Verbo) con el hombre. La mezcla (del agua con el vino) alimenta para la fe; mientras la otra, que conduce a la incorruptibilidad, es el Espíritu. A su vez, la mezcla de los dos -es decir, de la bebida y del Verbo- recibe el nombre de Eucaristía, gracia laudable y hermosa, que santifica el cuerpo y el alma de quienes la reciben con fe (cf. 1 Ts 5,23), mezcla divina que es el hombre, en quien la voluntad del Padre hace mezclarse misteriosamente el Espíritu y el Verbo. Porque verdaderamente el Espíritu inhabita en el alma, que sostiene, y la carne (se une) al Verbo, por la que "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14).

20.2. Me admiro de quienes han elegido una vida austera, y que anhelan el agua, fármaco de templanza, y que huyen lo más lejos posible del vino como de una amenaza de fuego.

20.3. Me agrada, en verdad, que los muchachos y las muchachas se abstengan lo más posible de esta droga, ya que no es conveniente derramar el líquido más caliente, es decir, el vino, sobre una edad hirviente, como si se echara fuego sobre fuego, por lo que se inflaman los instintos salvajes, los deseos ardientes y el ardor temperamental (cf. Platón, Las Leyes, II,664 E y 666 A; 1 Co 7,9). Los jóvenes, enardecidos interiormente, se dejan arrastrar por sus deseos, hasta tal punto que su mal se manifiesta claramente ante los ojos de todos en sus cuerpos, cuando los órganos de la sensualidad alcanzan una madurez precoz.

20.4. Bajo la ardiente influencia del vino, los senos y los órganos sexuales se llenan de sangre y de vigor, expresión impúdica que preludia la fornicación; el trauma del alma inflama el cuerpo y las palpitaciones obscenas suscitan una curiosidad prematura, que invitan al hombre de costumbres ordenadas a infringir la ley.

La moderación en la edad adulta

21.1. De ahí que el dulce vino de la juventud desborde los límites del pudor. Y es necesario, en la medida de lo posible, intentar apagar las pasiones de los jóvenes, ya sea eliminando la materia combustible, la del terrible Baco, ya sea vertiendo un antifármaco al efervescente espíritu juvenil, a fin de enfriar el alma enardecida, detener la inflamación de los órganos y adormecer la excitación de la pasión ya desencadenada.

21.2. Los que están en la flor de la edad (= 18-30 años; cf. Platón, Las Leyes, II,666 A), al tomar cada día su desayuno -en el caso de que este desayuno sea oportuno para ellos- conviene que coman sólo pan y se abstengan totalmente de beber, para que el exceso de humedad sea absorbido por un alimento seco.

21.2. Escupir a cada momento, sonarse y correr al retrete es señal de intemperancia, pues denota un exceso de líquido en el cuerpo. Ahora bien, si se tiene sed, que se cure este mal con un poco de agua, puesto que no conviene tomarla en exceso, con el fin de que la comida no se diluya, sino que se triture para facilitar la buena digestión; de esta manera, los alimentos son asimilados por el cuerpo, y sólo una pequeñísima cantidad es evacuada.

La temperancia en la ancianidad

22.1. Por otra parte, no conviene cargarse de vino cuando se estando ocupado en la meditación de las cosas divinas, porque -como dice el poeta cómico- "el vino puro a pensar poco induce" (Menandro, Fragmentos, 779; CAF vol. 3,216), y a no tener ningún pensamiento sabio. Pero, por la tarde, a la hora de cenar, debe tomarse vino, ya que no nos dedicamos a la lectura de ciertos pasajes que requieren una especial sobriedad (cf. Platón, Las Leyes, II,666 B).

22.2. En ese momento, la temperatura es más fresca que durante el día, de suerte que es preciso suplir el calor natural que disminuye con calor artificial; es decir, tomando vino en escasa cantidad; pues no conviene ir "hasta la copa del exceso" (Eubolo, Fragmentos, 95; CAF vol. 2,196).

22.3. Quienes ya han sobrepasado la madurez pueden tomar la bebida más generosamente: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la viña, la frialdad de la edad, que va extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces, los deseos de los ancianos no se inflaman hasta llegar al naufragio de la embriaguez.

22.4. Firmes, por así decirlo, por las anclas de la razón y del tiempo, soportan con mayor facilidad la tempestad de las pasiones desencadenadas por la embriaguez, y les está permitida aún cierta clase de bromas en los banquetes. Ahora bien, deben ponerse como límite, cuando beban, conservar lúcidamente la razón, la memoria activa, y proteger el cuerpo de toda agitación y temblor provocados por el vino. Los expertos llaman a este tipo ligeramente ebrio (Plutarco, Morales, 656 C-657 A).

Peligros del vino

23.1. Pero mejor será detenerse aquí, porque la pendiente es resbaladiza. Un tal Artorio, en su tratado "Sobre la longevidad" -si mal no recuerdo-, sostiene que sólo debe tomarse vino para humedecer los alimentos, a fin de que podamos tener una vida más larga. En su opinión, conviene que algunos tomen vino sólo como medicina, por motivos de salud; y otros para acompañar el recreo y la diversión.

23.2. En efecto, el vino vuelve al bebedor más alegre, en mayor grado que antes (Platón, Las Leyes, I,649 A), y lo hace más agradable para los comensales, más suave con los criados y más dulce con los amigos; ahora bien, la extralimitación desencadena la violencia. El vino, si es dulce y está caliente, si se le mezcla proporcionadamente, no sólo disuelve con su calor las materias viscosas de los excrementos, sino también templa con sus aromas los humores acres y groseros.

23.3. Con razón ha llegado a decirse: "El vino fue creado desde el principio para regocijo del alma y del corazón, con la condición de tomarlo con moderación" (Si 31,28). Lo mejor es mezclar el vino con la mayor cantidad de agua posible, para impedir que provoque la embriaguez, y no debe servirse como agua; ambos son obras de Dios, y su mezcla contribuye a la salud, dado que la vida consta de lo necesario y de lo útil.

El vino tomando en exceso obnubila los sentidos

24.1. El elemento necesario, el agua, debe mezclarse, en la mayor cantidad posible, con el elemento útil. El vino, tomado incontroladamente, traba la lengua, y hace que se entorpezcan los labios. Los ojos se alteran, como si la vista flotase sobre una superficie líquida; y forzándoles a mentir, creen (los ebrios) que todo gira en torno a ellos, y son incapaces de enumerar uno por uno los objetos que tienen delante: "Me parece, en verdad, que veo dos soles" (Eurípides, Las Bacantes, 91), decía el viejo Tebano ebrio (= el rey Penteo).

24.2. Porque la vista, agitada 2 por el calor del vino, cree ver varias veces la realidad de un solo objeto; porque no hay diferencia entre que se mueva la vista y el objeto visto. En ambos casos la vista sufre lo mismo con respecto a la percepción física de un objeto: no puede captarlo con exactitud a causa de la agitación. Las piernas vacilan, como sacudidas por una corriente; los hipos, los vómitos, los delirios, hacen su aparición.

24.3. "Todo hombre poseído por el vino, según la tragedia, es dominado por la cólera, queda con la mente vacía, y suele, al terminar de charlar neciamente, escuchar con poco agrado lo que, de grado, ha criticado" (Sófocles, Fragmentos, 929; ed. S. Radt, Tragicorum Graecorum Fragmenta [TGF], Göttingen 1971 ss., vol. 4,476). Pero, antes que el poeta trágico, la Sabiduría había clamado: "El vino tomado en demasía llena de pasiones y de toda clase de vicios" (Si 31,40).

La vida feliz

25.1. Ésta es la razón por la que muchos sostienen la necesidad de distenderse, y diferir los asuntos importantes, mientras se bebe, para la mañana siguiente. Yo, en cambio, me inclino a pensar que es sobre todo la razón la que debe ser invitada e introducida en los festines, para contener los efluvios del vino y evitar que el banquete insensiblemente derive hacia la embriaguez.

25.2. De la misma manera que una persona cuerda no querría cerrar sus ojos antes de irse a dormir, así tampoco estimaría oportuna la ausencia de la razón en el banquete, y haría mal si la enviara a dormir antes de dedicarse a sus ocupaciones. Más bien, todo lo contrario, la razón no deberá jamás abandonar la casa, ni siquiera mientras dormimos. En efecto, incluso para ir a dormir hay que convocarla.

25.3. Porque la sabiduría, que es la ciencia perfecta de las cosas divinas y humanas, lo abraza todo, en la medida en que extrema su vigilancia sobre el rebaño humano, y se convierte en un arte de regir la vida; así, nos asiste en todo momento, mientras dura nuestra vida, cumpliendo siempre su propio cometido: (procurarnos) una vida feliz.

25.4. Los desgraciados, en cambio, los que expulsan la temperancia de los banquetes, consideran vida feliz la total anarquía en la bebida; según ellos, la vida no es más que bacanales, embriaguez, baños, libaciones, vasos de noche, ociosidad y bebida.

Los daños que se derivan de la embriaguez

26.1. Así, puede verse a algunos de ellos medio borrachos, tambaleándose, llevando coronas en el cuello, como las urnas funerarias, escupiéndose mutuamente vino, bajo pretexto de brindar a su salud. A otros, puede vérseles completamente ebrios, sucios, pálidos, con la mirada lívida, y añadiendo por la mañana una nueva embriaguez sobre la del día anterior.

26.2. Es bueno, amigos, bueno de verdad, que tras presenciar -pero, a poder ser, lo más lejos posible- estas imágenes ridículas y a la vez lamentables, adoptemos una actitud y una conducta mejor, por el temor de dar un día nosotros también un espectáculo parecido y ser ocasión de burla.

26.3. Se ha dicho, y no sin razón, que "como el fuego prueba el temple del acero, así el vino prueba el corazón de los soberbios en la embriaguez" (Si 31,31). Ésta es un uso excesivo de vino, mientras que la crápula es el estado al que se llega por los desórdenes de ese abuso; la borrachera (= crápula) es ese estado repugnante y desagradable que se deriva de la embriaguez, y que recibe tal nombre por el bamboleo de la cabeza.

El hombre ebrio es un cadáver

27.1. Éste es el tipo de vida -si así puede llamársele- llena de molicie, solícita a los placeres, apasionada por la embriaguez, que la divina Sabiduría teme para sus hijos y por eso les hace esta recomendación: "No seas bebedor de vino, no te dejes arrastrar para pagar la cuenta y los gastos de la carne (o: de las comilonas), ya que todo hombre que se emborracha y es libertino se empobrecerá, y la somnolencia le vestirá de andrajos" (Pr 23,20-21).

27.2. El somnoliento es aquel que no ha despertado a la sabiduría, sino que está sumergido en el sueño de la embriaguez. Y, como dice el texto, quien se emborracha se vestirá de harapos (cf. Pr 23,21), y su embriaguez hará que se avergüence ante los que lo observan.

27.3. Porque las ventanas del pecador son los desgarrones de sus vestidos carnales producidos por los placeres; a través de ellas puede verse en su interior el estado vergonzoso de su alma, el pecado, por el cual no podrá obtener fácilmente salvación la tela, destrozada por todas partes y podrida a causa de los innumerables placeres y, alejada, por razón misma del desgarrón, de la salvación.

27.4. La Escritura insiste con esta advertencia: "¿Para quién las maldiciones? ¿Contra quién las maledicencias? ¿Contra quién los juicios? ¿Contra quién las peleas, las heridas sin motivo?" (Pr 23,29). Miren al ebrio totalmente cubierto de harapos, que desdeña la razón misma y se hace esclavo de la embriaguez. ¡Cuántas amenazas le dirige la Escritura! Y, de nuevo, insiste en la amenaza: "¿Quiénes tiene los ojos lívidos? ¿No son los que pasan el tiempo entre los vinos? ¿No son de los que frecuentan los lugares donde se bebe?" (Pr 23,29-30).

27.5. Así, la Escritura muestra que el bebedor es ya un cadáver en cuanto a la razón; ya se lo había predicho al hablar de los ojos lívidos, lo cual es un claro signo que aparece en los cadáveres; es la señal que está muerto para el Señor; porque el olvido de aquello que conduce a la verdadera vida es una pendiente que se desliza hacia la perdición.

Textos sagrados y profanos sobre los peligros de la embriaguez

28.1. Así, es natural que el Pedagogo, que vela por nuestra salvación, pronuncie esta fuerte prohibición: "No bebas vino hasta la embriaguez" (Tb 4,15; Pr 23,31; Joel 1,5). ¿Cuál es el motivo? preguntarás: "Porque, dice, tu boca proferirá entonces palabras perversas, y serás como aquel que está dormido en alta mar, o como un piloto durante una gran tempestad" (Pr 23,33-34).

28.2. Aquí viene en ayuda el poeta, cuando dice: "El vino, cuya fuerza iguala al fuego, cuando penetra en el hombre, lo agita con violencia, como lo hace el Boreas (= viento del norte) o el Noto (= viento del sur) en el mar de Libia; descubre todos sus secretos, y le obliga a hablar torpemente. El vino constituye un gran peligro para quienes se emborrachan; el vino es engañoso para el alma" (Eratóstenes, Fragmentos, 34).

28.3. ¿Ven los peligros de un naufragio? El corazón queda sumergido por el exceso de bebida; y el exceso de vino es comparado al mar amenazante, en el cual se hunde el cuerpo, como la nave se sumerge en el abismo del desorden, y es sepultado bajo las olas del vino, mientras el timonel, el espíritu del hombre, se bambolea de un lado para otro por la olas tumultuosas de la embriaguez que le domina, y, en medio del océano, sufre vértigo ante las tinieblas de la tormenta, extraviado del puerto de la verdad, hasta que, viniendo a parar junto a los arrecifes, se embarranca en medio de los placeres y perece.

El vino místico

29.1. Es natural, entonces, que el Apóstol nos exhorte con estas palabras: "No se embriaguen de vino, al que se debe la asotía (= perdición)" (Ef 5,18), significando con la palabra "perdición" el obstáculo que la embriaguez representa para la salvación. Porque si en las bodas (de Caná) convirtió el agua en vino (cf. Jn 2,1-11), no lo hizo para provocar la embriaguez, sino para comunicar la vida a lo que estaba aguado en el hombre que, desde Adán, cumplía la Ley (cf. Rm 8,2). Llenando el mundo entero con la sangre de la viña (cf. Jn 15,1), aseguró la piedad la bebida de la vid verdadera, por la mezcla de la antigua Ley y del nuevo Verbo, para realizar la plenitud de los tiempos anunciada desde antiguo (cf. Ga 4,4). Por consiguiente, la Escritura llamó al vino místico símbolo de la santa sangre, pero rechaza los residuos del vino, cuando exclama: "Intemperante es el vino y violenta la embriaguez" (Pr 20,1).

29.2. La recta razón aprueba el vino en invierno por causa del frío, a quien es sensible a él, para no quedar embotado; y para el resto del tiempo, como remedio para los intestinos. De la misma manera que deben tomarse los alimentos para no pasar hambre, así también hay que beber para apaciguar nuestra sed, pero procurando no deslizarse por la pendiente, ya que la pendiente del vino es muy inclinada.

29.3. Así nuestra alma permanecerá pura, seca y luminosa; ahora bien, "el alma seca es un rayo de luz, sapientísima y óptima" (Heráclito, Fragmentos, 118). Sobre todo disfruta de la visión de los iniciados, y no se llena, como una nube, de las exhalaciones del vino, ni deviene un cuerpo material.

El único vino que debe interesarnos es el de la cosecha de Dios

30.1. No debe inquietarnos ni el vino de Quíos, si carecemos de él, ni el de Ariusio, cuando falte. Porque la sed es la expresión por una necesidad, y busca incesantemente el remedio oportuno para satisfacerla, pero no ha de ser necesariamente con una bebida espiritosa. Las importaciones de vino de ultramar son señal de un gusto depravado por la intemperancia: signo de un alma abrumada por los deseos, aún antes de sumergirse en la embriaguez.

30.2. Existe el vino de Tasos, perfumado; el de Lesbos, aromático; existe también un vino cretense, dulce; y un siracusano, suave; un Mendes, de Egipto, y un Naxos, insular. Hay otro de excelente aroma, que procede de Italia: hay muchas denominaciones; pero para un bebedor templado sólo existe una clase de vino: el de la cosecha de Dios.

30.3. Pero, ¿por qué el vino del país no basta para satisfacer el deseo? Salvo que se quiera también importar agua, como hacían los reyes insensatos con el agua de Coaspes -nombre de un río de la India, de agua muy preciada para beber-, y que transportaban el agua, al igual que a sus amigos.

30.4. Desgraciados los ricos que extreman tanto su refinamiento; a propósito de ellos, el Espíritu Santo pone en boca de Amos: "Los que beben un vino filtrado y los que duermen sobre lechos de marfil" (Am 6,6. 4 [según Teodoción]), y todos los detalles que añade como reproche.

La manera correcta de beber

31.1. Deben extremarse los cuidados en el decoro; cuenta la leyenda que incluso Atenea, a pesar de su conducta, abandonó la afición por la flauta, porque le deformaba el aspecto (cf. Apolodoro, Bibliotheca, I,4,2; Ateneo, Deipnosophistae, XIV,616 E); así, cuando se bebe, no deben hacerse muecas, ni sorber hasta la saciedad, ni forzar la vista antes de beber, ni verse arrastrado a la incontinencia bebiendo a sorbos, ni mojar la barba o el vestido, derramando el líquido y lavando, por así decirlo, el rostro en las copas.

31.2. Hace mal efecto el ruido de la bebida cuando se la toma con precipitación, junto con la inspiración de mucho aire, como si se derramara agua en un jarro; la garganta resuena entonces como un torrente que engulle. Es indecente el espectáculo de dicha intemperancia; además, la avidez en la bebida es dañina para quien la practica.

31.3. No te apresures a lanzarte a esta falta, amigo mío. No se te arrebata la bebida; te ha sido dada y te espera. No te apures en estallar, tragando con avidez. Tu sed se calma aunque bebas con lentitud, comportándote como debes, y tomando la bebida poco a poco, porque el tiempo no te priva de aquello que la intemperancia quiere tomar con anticipación. Dice (la Escritura): "Con el vino no te hagas el valiente, porque ha llevado a la perdición a muchos" (Si 31,30).

El ejemplo del Señor

32.1. "La embriaguez es frecuente entre los Escitas, los Celtas, los Íberos y los Tracios, razas todas guerreras, que consideran honroso entregarse a la bebida" (Platón, Las Leyes, I,637 DE). Nosotros, en cambio, raza pacífica, invitamos a nuestras mesas a gente sobria, para disfrutar mutuamente y no para ofendernos, y bebemos, haciendo brindis, para que nuestros sentimientos de amistad se muestren realmente con su verdadero nombre.

32.2. ¿Cómo creen que bebía el Señor, cuando se hizo hombre por nosotros? ¿Indignamente, como nosotros? ¿Sin urbanidad? ¿Sin moderación? ¿Irracionalmente? Porque, bien lo saben: Él también tomó vino, porque también era hombre; incluso bendijo el vino, diciendo: "Tomen y beban, ésta es mi sangre" (Mt 26,26. 27. 28). Bajo el nombre de sangre de la viña designa alegóricamente al Verbo, fuente sagrada de alegría, "que ha sido derramada por muchos, en remisión de los pecados" (Mt 26,28).

32.3. Que el bebedor debe ser moderado, lo ha indicado claramente, ya que lo enseñaba en los banquetes; en efecto, no impartía sus enseñanzas en estado de embriaguez. Por otra parte, que era realmente vino lo que bendijo, lo ha mostrado palpablemente a sus discípulos diciendo: "No beberé del fruto de la vid hasta que lo beba con ustedes en el reino de mi Padre" (Mt 26,29; Mc 14,25).

32.4. Y que realmente era vino lo que bebía el Señor, lo manifiesta cuando, hablando de sí mismo, censura la dureza de corazón de los judíos: "Vino el Hijo del Hombre y dijeron: "He aquí a un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de los publícanos"" (Mt 11,19; Lc 7,34).

El modo en que deben comportarse las mujeres respecto de la bebida

33.1. Esto es claro y evidente para nosotros, en contra de lo que dicen los Encratitas. Las mujeres, por elegancia, evitan escanciar bebidas en copas anchas, para no separar excesivamente sus labios al abrir la boca; de hecho mantienen sus labios cuidadosamente cerrados sobre la abertura de pequeños vasos de alabastro, bebiendo sin elegancia, inclinando su cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato alguno. Estiran el cuello para engullir la bebida, como dejando al desnudo a los convidados todo lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor, como los esclavos y se dejan arrastrar por la intemperancia.

33.2. Nada indecoroso conviene (en el beber) al hombre educado, ni mucho menos a la mujer, para quien el hecho de saber quién es debe bastar para inspirarle pudor. Dice la Escritura: "Es motivo de gran ira una mujer ebria" (Si 26,8); es como un signo de la cólera de Dios el hecho de que una mujer se entregue a la embriaguez. ¿Por qué? "Porque no trata siquiera de ocultar su indecencia" (Si 26,8). La mujer se ve arrastrada rápidamente al desorden, si se deja llevar con facilidad hacia los placeres.

33.3. No hemos prohibido beber en vasos de alabastro; sino que desaconsejamos como signo de vanidad la preocupación de beber sólo en ellos, exhortando a utilizar indistintamente cualquier recipiente, con el propósito de erradicar desde el principio los deseos que las encadenan peligrosamente.

33.4. El aire que quiere salir al exterior en un eructo, debe dársele salida en silencio. Bajo ningún concepto debe permitirse a las mujeres descubrir o mostrar parte alguna de su cuerpo, a fin de que ni unos ni otras caigan: los hombres por verse excitados a mirar, y las mujeres por atraerse sobre ellas las miradas de los hombres.

33.5. Nuestra conducta debe estar presidida en todo momento por el pensamiento de que el Señor está presente, para evitar que el Apóstol se enfade con nosotros como con los Corintios y nos diga: "¡Cuando se reúnen, ya no es para comer la cena del Señor!" (1 Co 11,20).

Condena de la embriaguez

34.1. Me parece que la estrella conocida con el nombre de Acéfalo por los matemáticos, clasificada antes de la estrella errante, con su cabeza hundida sobre el pecho, representa a los glotones, a los voluptuosos y a los que están dispuestos a emborracharse. En efecto, en este tipo de gente el elemento racional no se ubica en la cabeza, sino en el vientre, convirtiéndose en esclavo de las pasiones, de la concupiscencia y de la ira.

34.2. Así como Elpénor "tenía las vértebras fracturadas" (Homero, Odisea, X,560 y XI,65) a causa de una caída, consecuencia de la embriaguez, así también en éstos la embriaguez produce vértigo en la mente y la precipita a la región del hígado y del corazón, es decir, al amor a los placeres y a la cólera, y su caída es aún mayor que la que los discípulos (lit.: hijos) de los poetas atribuyen a Hefesto (o: Efestos), cuando Zeus lo precipitó del cielo a la tierra (cf. Homero, Ilíada, I,590-593).

34.3. Dice (la Escritura): "El insomnio, los vómitos, los cólicos aquejan al hombre intemperante" (Si 31,23). Por eso se nos describe la embriaguez de Noé (cf. Gn 9,21-27), para que nos guardemos lo más posible de ella. Tenemos allí, en efecto, escrita con claridad, la imagen de esta falta, de la que el Señor ha aprovechado para alabar a quienes cubren con un velo la indecencia de la embriaguez (cf. Gn 9,26-27).

34.4. La Escritura, resumiéndolo brevemente, lo dice todo en una expresión: "El hombre educado se contenta con un poco de vino, y en su lecho encontrará reposo" (Si 31,19).

Capítulo III: No hay que buscar el lujo en el mobiliario

"El tiempo es breve"

35.1. Las copas de plata y de oro, u otros utensilios con de incrustaciones de piedras (preciosas) carecen de toda utilidad práctica; no son más que un engaño para la vista. En efecto, si uno vierte en ellos líquido caliente, resulta doloroso tomarlos, puesto que están ardiendo; por el contrario, si se vierte líquido frío, el material de la copa se altera y estropea el líquido: una bebida tan costosa resulta dañina.

35.2. ¡Váyanse al diablo las copas de Tericles o de Antígono, los cántaros, las copas grandes y anchas, los copones, y demás innumerables objetos de este tipo; los porrones y las jarras para servir vino! "En una palabra, el oro y la plata, tanto para usos privados como públicos, constituyen una riqueza que excita a la envidia" (Platón, Las Leyes, XII,955 E). Y por ser superfluos, son de adquisición cara, de difícil conservación y de nula utilidad práctica.

35.3. En verdad, el refinamiento de los cinceladores sobre vidrio, que el arte torna aún más frágil, es una vanidad (kenodoxía; cf. Flp 2,3; Ga 5,26) que hace temblar siempre que uno bebe, y debemos proscribirla de nuestra conducta. Los objetos de plata, los lechos, las fuentes, las salseras, las fuentes, los platos y demás enseres de oro y de plata, que sirven tanto para comer, como para otros usos que me avergüenza decir; los trípodes artísticamente labrados en cedro, del que se parte fácilmente, y en madera olorosa (cf. Homero, Odisea, V,60), en ébano y marfil; los lechos con pies de plata y con incrustaciones de marfil; los respaldos de las camas tachonados con clavos de oro y adornados con caparazones de tortuga; las colchas teñidas de púrpura y de otros colores difíciles de conseguir, son todas cosas que denotan un lujo de mal gusto; ventajas que conllevan envidias y molicie. Todo eso hay que desecharlo, porque no merece la más mínima atención.

35.4. Como dice el Apóstol: "El tiempo es breve..." (1 Co 7,29). No debemos adoptar actitudes ridículas, como algunas mujeres que pueden verse en las procesiones, cuyo maquillaje exterior denota una sorprendente fastuosidad, pero interiormente llenas de miseria.

Nadie puede quitarle al cristiano la fe en Dios

36.1. Para explicar mejor su pensamiento (el Apóstol) añade: "Por lo demás, los que tengan mujer, que se comporten como si no la tuvieran; y los que compran, como si no poseyeran" (1 Co 7,29-30). Y si habló así del matrimonio, respecto del cual dice Dios: "Multiplíquense" (Gn 1,28; 8,17; 9,1. 7), ¿no creen que deba dejarse de lado el mal gusto, si lo ordena el Señor?

36.2. Por esa razón insiste el Señor: "Vende lo que tienes, entrégalo a los pobres, y sígueme" (Mt 19,21; cf. Mc 10,21; Lc 18,22). Sigue a Dios, despojándote de toda vanidad, despojándote de toda pompa efímera, sin poseer más que lo tuyo propio, el único bien que nadie podrá arrebatarte, la fe en Dios, la adhesión a Aquél que ha sufrido, la bondad para con los hombres, la posesión más preciada.

36.3. Yo, por mi parte, acepto la doctrina de Platón cuando establece esta ley categórica: que no se debe tener "riqueza alguna, ni plata ni oro" (Las Leyes, VII,801 B; cf. V,742 A y 746 E); y además ningún objeto inútil, que no sea imprescindible; incluso los ordinarios, pero no esenciales, de suerte que el mismo objeto cumpla diversas funciones, y que se elimine la multiplicidad de posesiones.

36.4. Es normal que la divina Escritura, a propósito de los que están llenos de amor por sí mismos y de los jactanciosos, les hable así: "¿Dónde están los príncipes de las naciones y los que dominan las fieras de la tierra? ¿Y los que se entretienen con las aves del cielo y atesoran la plata y el oro, en los que confiaron los hombres y a cuya adquisición no ponen término? ¿Los que labran la plata y el oro, haciéndolos objeto de sus preocupaciones? No hay rastro de sus obras. Desaparecieron y bajaron al Hades" (Ba 3,16-19). Éste fue el pago de su mal gusto.

El valor de la simplicidad en la vida humana

37.1. Si cuando cultivamos la tierra necesitamos una azada y un arado, y nadie forjaría una azada de plata o una pala de oro, sino que para labrar la tierra atendemos a la eficacia del instrumento y no a su alto valor, ¿qué impide que tengamos la misma consideración respecto a los enseres domésticos, vista su semejanza? Que sigamos el criterio de la utilidad, no el de la riqueza.

37.2. ¿Por qué?, dime: ¿Acaso no corta el cuchillo de mesa, si la empuñadura no está tachonada de clavos de plata o si no es de marfil? O bien, ¿para cortar la carne en porciones debe forjarse un metal de la India, como si se llamase a un aliado para la guerra? ¿Y qué? Una vasija de tierra cocida, ¿no retendrá acaso el agua para lavarse las manos? Y una palangana, ¿no retendrá tampoco el agua para lavar los pies?

37.3. ¿Acaso la mesa de pies de marfil se sentirá indignada de sostener un pan de un óbolo, y un candil no podrá irradiar luz por ser obra de un alfarero, y no de un orfebre? Yo afirmo que no es más incómodo un simple diván que una cama de marfil, y que una piel gruesa puede servir muy bien como colchón, de manera que no veo yo la necesidad de pieles de púrpura o escarlatas. Y, sin embargo, se condena la simplicidad por un estúpido lujo que acarrea no pocos males.

El magnífico ejemplo de sencillez del Señor

38.1. Fíjense ¡Qué gran error! ¡Qué vana concepción (lit.: infatuación) de la belleza! El Señor comía en un simple plato (cf. Mt 26,23; Mc 14,20), y hacía sentarse a sus discípulos en el suelo (cf. Mt 14,19; Mc 6,39; Jn 6,10), sobre la hierba; y les lavaba los pies, ciñéndose con una toalla (cf. Jn 13,4-5); Él, el Dios humilde, Señor del universo, no se trajo del cielo un recipiente de plata.

38.2. Y pidió de beber a la samaritana en un vaso de arcilla que utilizaba para sacar agua del pozo (cf. Jn 4,7); lejos estaba de Él buscar el oro de los reyes, sino que enseñaba a apagar la sed frugalmente. Ponía como finalidad la utilidad, no la ostentación. Comía y bebía en los banquetes, sin desenterrar metales preciosos, sin servirse de instrumentos que despiden olor a plata o a oro; es decir, a herrumbre, como huele a herrumbre una materia refinadamente trabajada.

38.3. Resumiendo: los alimentos, los vestidos, los utensilios, en una palabra, todo lo de la casa debe acomodarse a la situación del cristiano, en orden a la persona, a la edad, a la ocupación y al momento. Y puesto que nosotros somos servidores del Dios único, es preciso que nuestros bienes y el mobiliario muestren los signos de una vida hermosa, y que cada uno de nosotros dé testimonio entre los hombres de una fe firme e inequívoca, mostrando lo que sucesivamente se acomoda y armoniza con el único orden.

38.4. Lo que adquirimos sin esfuerzo y lo que alabamos por servirnos de ello sin preocupación, lo que conservamos fácilmente y lo que repartimos con suma facilidad, he aquí bienes mejores. Sin duda lo mejor es lo útil, y, por supuesto, son preferibles los artículos baratos a los caros.

38.5. En una palabra, la riqueza, si no está bien administrada, es una ciudadela del mal. Y la mayoría de los hombres se pelean por ella, y no podrán entrar en el Reino de los cielos (cf. Mt 19,23; Mc 10,23; Lc 18,24), enfermos como están por las cosas mundanas y por vivir arrogantemente a causa del lujo.

El lujo es irracional

39.1. Quienes buscan la salvación deben comprender que todo lo que nosotros podemos adquirir (otra lectura: que las cosas creadas) es para nuestro uso, y su posesión tiene por finalidad asegurar a cada uno lo necesario, lo que se puede lograr con pocos medios. Son realmente necios quienes, por su deseo insaciable, se regocijan en sus riquezas. Dice (la Escritura): "El que recogió su salario, lo guardó en un saco roto" (Ag 1,6). Es el que recoge su grano y lo guarda, no lo comparte con nadie, y ve cómo su hacienda va decreciendo (cf. Pr 11,24).

39.2. Es irrisorio y ridículo que los hombres lleven siempre consigo bacines de plata, u orinales de alabastro, como si fueran sus consejeros personales, y que las mujeres ricas pero sin inteligencia se hagan hacer de oro los recipientes para los excrementos, como si a los ricos no les fuera posible evacuar sin ostentación. Desearía que dichas personas, durante toda su vida, estimasen el oro como estiércol.

39.3. Pero el amor al dinero (o: la avaricia) se revela como la ciudadela de la maldad, y que el Apóstol considera como la raíz de todo mal, se revela como la ciudadela del mal: "Algunos que deseaban el dinero se descarriaron de la fe, y se atormentaron con muchos dolores" (1 Tm 6,10).

39.4. La mejor riqueza es la pobreza de los deseos, y el verdadero orgullo no consiste en vanagloriarse de las riquezas, sino en despreciarlas; es totalmente vergonzoso jactarse por los enseres. En efecto, no es razonable buscar con ardor aquello que fácilmente puede uno adquirir en el mercado, mientras que la sabiduría no puede comprarse con una moneda terrena, ni en el mercado, sino que ella se negocia en el cielo, se negocia con la moneda de la justicia: el Verbo incorruptible, el oro real.

Capítulo IV: Cómo debemos comportarnos en los banquetes

"Conducirnos con decoro"

40.1. Que la orgía esté lejos del banquete del Verbo (o: del banquete razonable), y también las vanas fiestas nocturnas, en las que se fanfarronea con el exceso de vino. Porque la orgía provoca la embriaguez, forma externa de la pasión erótica. Que el erotismo y la embriaguez, las pasiones más irracionales, estén muy lejos de nuestra comunidad. La fiesta nocturna con vino es compañera del desorden, porque es una invitación a la embriaguez, un estímulo de la concupiscencia, y se atreve a toda clase de acciones vergonzosas.

40.2. Quienes se estremecen al son de las flautas, de las arpas, de las castañuelas de los egipcios, o al son de las diversiones de este estilo, aturdidos al ritmo de címbalos y tambores, y ensordecidos por los instrumentos del error, se volverán totalmente insensatos, desordenados e ineptos. En efecto, una reunión de esta índole me parece, sin más, un teatro de embriaguez.

40.3. El Apóstol nos exige "abandonar las obras de las tinieblas para ceñirnos con las armas de la luz. Conducirnos con decoro, como en pleno día, no pasando nuestro tiempo en comilonas y borracheras, ni en fornicaciones y desenfrenos" (Rm 13,12-13).

La liturgia agradable a Dios

41.1. Que la siringa (o: flauta campestre) se reserve para los pastores, y la flauta para los hombres supersticiosos que se ocupan en el culto de los ídolos. En verdad, debe rechazarse de los banquetes sobrios este tipo de instrumentos, más apropiados para las fieras que para los hombres y, de entre éstos, para los privados de razón.

41.2. Según tenemos entendido, los ciervos quedan hechizados con las flautas campestres y los cazadores que los persiguen los llevan con sus melodías hacia las trampas. También tenemos entendido que para los caballos, durante su apareamiento, se interpreta una especie de himeneo, al son de la flauta, que los músicos denominan "hippóthoros" (lit.: apareamiento de caballos).

41.3. Es absolutamente necesario eliminar toda visión o audición vergonzosa y, en una palabra, todo aquello que produzca una sensación desordenada, que tiene en realidad efectos anestésicos. Asimismo, debemos guardarnos de los placeres que, por la vista y el oído, banalizan y afeminan. Las melodías suaves y los ritmos plañideros de la música de Caria producen un encanto artificial que corrompe las costumbres, arrastrando a la pasión con una música licenciosa y malsana.

41.4. El Espíritu (Santo) en el salmo opone a este tipo de fiestas la liturgia digna de Dios: "Alábenlo al son de !a trompeta" (Sal 150,3), ya que al son de la trompeta resucitará a los muertos (cf. 1 Co 15,52); "alábenlo con el arpa" (Sal 150,3), porque la lengua es el arpa del Señor; "alábenlo con la cítara" (Sal 150,3), entendiendo por ello la boca, movida por el espíritu, como por un plectro; "alábenlo con el tambor y con el coro" (Sal 150,4), refiriéndose con ello a la Iglesia, la cual celebra la resurrección de la carne, cuando oye resonar la piel (del tambor).

41.5. "Alábenlo con instrumentos de cuerda y con el órgano" (Sal 150,4), por órgano (musical) quiere decir nuestro cuerpo, y por cuerdas los nervios de dicho cuerpo, gracias a los cuales ha recibido una tensión armónica, y al ser tocado por el espíritu emite las voces humanas; "alábenlo con címbalos resonantes" (Sal 150,5), entendiendo por címbalo la lengua de la boca, que resuena al golpearse con los labios.

El cristiano tiene un solo instrumento: el Verbo pacífico

42.1. Así ha hablado a la humanidad: "Que todo lo que respira, alabe al Señor" (Sal 150,6), porque (el Señor) ha extendido su protección sobre cada aliento que ha creado. En verdad, el hombre es un instrumento pacífico, pero los que tienen otras preocupaciones [no la paz] inventan instrumentos bélicos, que inflaman el deseo, encienden la pasión y excitan la ira.

42.2 Así, en sus guerras los Tirrenos utilizan la trompeta; los Arcadios, la zampoña; los Sicilianos, el arpa; los Cretenses, la lira; los Lacedemonios (o: Espartanos), la flauta normal; los Tracios, el cuerno; los Egipcios, el tambor; los Árabes, los címbalos.

42.3. Nosotros, en cambio, no utilizamos más que un instrumento, el Verbo pacífico, con el que honramos a Dios. No nos servimos del antiguo instrumento de cuerdas, ni de una trompeta, ni de un tambor o de una flauta (cf. Sal 150), que tenían por costumbre usar durante sus reuniones los que se ejercitaban en la guerra, despreciando el temor de Dios en sus reuniones, intentando levantar su ánimo abatido con tales ritmos.

La música de los cristianos debe ser "eucarística"

43.1. Que nuestra benevolencia, cuando se trate de beber, se muestre de dos formas, según la Ley: si se dice "Amarás al Señor tu Dios", y luego "a tu prójimo" (Mt 22,37. 39; Mc 12,30-31; Lc 10,27); en primer lugar, la benevolencia debe mostrarse hacia Dios por medio de la acción de gracias y el canto de salmos; la segunda, la benevolencia con respecto al prójimo, por medio de un trato respetuoso: "Que la palabra del Señor habite en ustedes abundantemente" (Col 3,16), dice el Apóstol.

43.2. Esta Palabra (Lógos) se adapta y se conforma a las circunstancias, a las personas, a los lugares, y ahora también a los banquetes. Y, de nuevo, añade el Apóstol: "Enseñándonos en toda sabiduría y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos, cánticos espirituales, cantando así a Dios con acciones de gracias en sus corazones. Y todo cuanto hicieren, de palabra o de obra, háganlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias al Dios y Padre suyo" (Col 3,16-17).

43.3. Que ésta sea nuestra música de acción de gracias (o: eucarística), y si tú quieres cantar, toca la cítara o la lira, no es ello motivo de reproche para ti. Imita al Hebreo, al rey justo, que daba gracias a Dios: "Regocíjense, justos, en el Señor; a los hombres rectos conviene la alabanza -así dice la profecía-, alaben al Señor con la cítara, ensálcenlo con el arpa de diez cuerdas, cántenle un cántico nuevo" (Sal 32,1-3). Quizás el salterio de diez cuerdas, que se designa con la letra de la decena (= la iota), anuncie al Verbo Jesús.

"La alabanza de Dios está en la asamblea de los santos"

44.1. De la misma manera que antes de tomar nuestro alimento, es conveniente bendecir al Creador por todo, así también, cuando bebamos, debemos entonarle salmos, porque gustamos de sus criaturas. Sin lugar a dudas, el salmo es una armoniosa y sana alabanza; el Apóstol le da el nombre de "canto espiritual" (Ef 5,19; Col 3,16).

44.2. Es, en especial, cosa santa, antes de acostarse, dar gracias a Dios, por haber gozado de su gracia y benevolencia, a fin de que nos entreguemos al sueño bajo la mirada de Dios. Dice (la Escritura): "Alaben a Dios con cantos de sus labios, porque por orden suya se cumple todo cuanto quiere, y no queda disminuida su salvación" (Si 39,20. 23).

44.3. Entre los antiguos griegos, durante los banquetes en los que se bebía, y en que las copas se desbordaban, se entonaba, a imagen de los salmos hebreos, un canto llamado "scolión"; todos lo cantaban a viva voz y al unísono, si bien algunas veces alternativamente (o: algunas veces con una sola voz), a medida que cada uno brindaba a la salud de los demás. Y los más aficionados a la música se acompañaban en sus cantos con la lira.

44.4. Pero alejemos de nosotros las canciones eróticas y procuremos que nuestros cantos sean himnos de Dios. Dice (la Escritura): "¡Que alaben su nombre en los coros, que lo celebren con el tambor y la cítara (lit.: salterio)!" (Sal 149,3). Pero, cuál sea este coro que canta (a Dios), el Espíritu (Santo) mismo te lo indicará: "La alabanza de Dios está en la asamblea de los Santos. ¡Que se alegren con su rey!" (Sal 149,1-2). Y agrega: "Porque el Señor se complace en su pueblo" (Sal 149,4).

44.5. Debemos elegir sólo las melodías sanas, rechazando lo más lejos posible de nuestra mente las que son realmente voluptuosas, que por artificios en su modulación corrompen y desvían hacia a la molicie y a la bufonería. En cambio, las melodías austeras y moderadas son rechazadas por la arrogancia de la embriaguez. Dejemos, entonces, las armonías cromáticas para los excesos impúdicos de los bebedores de vino, y para la música de las prostitutas coronadas de flores.

Capítulo V: Sobre la risa

"La palabra es el fruto del pensamiento"

45.1. A los hombres que saben imitar cosas ridículas y, sobre todo, las pasiones que hacen reír, debemos desterrarlos de nuestra república (o: de nuestra convivencia [politeía]). Porque, si todas las palabras fluyen del pensamiento y responden a la manera de ser de uno, no es posible que algunos hablen ridículamente, si no dejan entrever una manera de ser despreciable. Porque aquí debe aplicarse el texto: "No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol podrido que dé fruto bueno" (Lc 6,43; Mt 7,18); la palabra es fruto del pensamiento.

45.2. Por con siguiente, si debemos expulsar de nuestra república (o: convivencia) a los bufones, con mayor razón debemos abstenernos de hacer nosotros mismos de bufones. Sería absurdo que nos encontrasen imitando aquello que nos está vedado escuchar; pero aún lo sería más si nos esforzásemos por ser personalmente objeto de risa, es decir, despreciables y ridículos.

45.3. Si no soportamos hacer el ridículo, como puede verse a algunos hacerlo en los desfiles, ¿cómo lógicamente consentiríamos que nuestro hombre interior (cf. Rm 7,22) cayese en una actitud todavía más ridícula?

45.4. Y si no cambiamos de buen grado nuestro rostro por uno más ridículo, ¿cómo podríamos pretender, con nuestras palabras, ser objeto de risa, y exponer al ridículo el más preciado de todos los bienes que el hombre atesora: la palabra? Resulta estúpido hacer reír, ya que la palabra de los bufones no merece atención, porque incitan a realizar acciones vergonzosas. Debemos ser graciosos, sí, pero no bufones.

La moderación en el reír

46.1. Incluso la risa debemos frenarla. Porque la risa emitida debidamente da impresión de equilibrio, mientras que lo contrario denota desenfreno. En una palabra: cuanto es dado a la naturaleza humana no debe suprimirse, sino más bien darle la justa medida y el tiempo oportuno.

46.2. No por el hecho de que el hombre sea un animal que ríe, debe uno reírse de todo; ni porque el caballo relinche, relincha siempre. Como animales racionales que somos, debemos gobernarnos con mesura, y distendernos en las ocupaciones serias y en las tensiones del espíritu con moderación, sin relajarnos hasta la disonancia.

46.3. La armonía del rostro, como las cuerdas de un instrumento, recibe el nombre de sonrisa, y es la risa propia del hombre prudente; en cambio, el excesivo relajamiento del rostro, si se da en las mujeres, recibe el nombre de kichlismós (risotada): es risa de las prostitutas; y, si se da en los hombres, se denomina kanchasmós (carcajada): es la risa de los proxenetas (lit.: pretendientes; cf. Homero, Odisea, XVIII,100).

46.4. "El tonto, cuando ríe, eleva su tono de voz -dice la Escritura-, pero el prudente apenas sonreirá en silencio" (Si 21,20). Se refiere por "hombre prudente" al sensato, por oposición al necio.

La educación de la risa

47.1. Pero, por otra parte, no se debe ser taciturno, sino reflexivo; apruebo totalmente al que se mostraba "sonriendo con un rostro terrible" (Homero, Ilíada, VII,212), puesto que "su sonrisa será menos ridícula" (Platón, La República, VII,518 B).

47.2. Incluso conviene educar la risa: si se trata de algo vergonzoso, es preferible enrojecer a sonreír, para no dar la impresión de regocijo y de consentimiento por simpatía; y si se trata de situaciones dolorosas, conviene más que se nos vea tristes que alegres. La primera actitud denota sentimiento humano, y la segunda deja entrever crueldad.

47.3. Ni debe reírse uno a cada momento -porque sería excesivo-, ni en presencia de personas ancianas o respetables, a menos que nos diviertan con alguna broma; tampoco se debe reír ante el primero que uno encuentra, ni en todos los lugares, ni con todos, ni de todo. En especial para los adolescentes y las mujeres, el reír es una ocasión para las calumnias.

Saber refrenar la lengua

48.1. Algunas veces, el hecho de mostrarse distante provoca la huida de los tentadores; asimismo, la gravedad, sólo del rostro, puede rechazar los asaltos del libertinaje. Pero a todos los insensatos, por así decirlo, el vino "les incita a la amable risa y al baile" (Homero, Odisea, XIV,465. 463); e induce a la molicie a los de carácter afeminado.

48.2. Además debemos percatarnos de que la excesiva franqueza en el hablar aumentará el desorden, hasta derivar en obscenidad: "Y profirió cierta expresión que mejor sería no haberla dicho" (Homero, Odisea, XIV,466).

48.3. Así, el vino da ocasión para observar la conducta moral, despojada de hipocresía y de apariencias, gracias a esta grosera franqueza de lenguaje, propia del estado de embriaguez; aquí puede observarse cómo la razón duerme en el alma, oprimida por la embriaguez, y se despiertan las pasiones monstruosas para imponer su tiranía sobre la debilidad de la reflexión.

Capítulo VI: Sobre las conversaciones obscenas

"Ceñirnos con sabias palabras"

49.1. Debemos evitar completamente las conversaciones obscenas, y tapar la boca de quienes las emplean, ya sea con una mirada dura, ya volviendo la cabeza, o, como se dice vulgarmente, sonándonos la nariz, y utilizando también a menudo ásperas palabras. Dice (la Escritura): "Las cosas que salen de la boca, son las que manchan al hombre" (Mt 15,18; cf. Mc 7,15. 20), quiere decir lo vulgar, lo pagano, lo mal educado, y lo lascivo, lo que no es distinguido, bien educado ni casto.

49.2. Para evitar oír conversaciones groseras y presenciar actitudes del mismo estilo, el divino Pedagogo nos aconseja hacer como los muchachos que practicaban la lucha para no lastimarse las orejas: ceñirnos de sabias palabras, a modo de orejeras, a fin de que los golpes del libertinaje no puedan llegar a herir el alma; en cuanto a los ojos, los dirige hacia el espectáculo del bien, afirmando que es mejor resbalar con los pies que con la vista.

Evitar las palabras inútiles

50.1. Para rechazar el lenguaje grosero, el Apóstol afirma: "No salga de sus bocas palabra alguna corrompida, sino la que sea buena" (Ef 4,29); y de nuevo: "Como conviene a los santos, que las cosas torpes, las conversaciones tontas y las chocarrerías, si siquiera se nombren entre ustedes, porque no estaría bien, sino más bien acciones de gracias" (Ef 5,3-4).

50.2. Si quien llama estúpido a su hermano es reo de juicio (cf. Mt 5,22), ¿qué decir del que profiere tonterías? A propósito de éste, está escrito: "El que haya proferido una palabra inútil, dará razón de ello al Señor en el día del Juicio" (Mt 12,36). Y luego: "Porque por tu palabra serás juzgado y por tu palabra serás condenado" (Mt 12,37).

50.3. ¿Cuáles son las orejeras de la salvación? ¿Y cuáles las instrucciones del Pedagogo respecto a los ojos resbaladizos? Frecuentar a los justos, y cerrar los oídos ante quienes quieren apartarse de la verdad.

50.4. "Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres", dice el poeta (Menandro, Fragmentos, 218; CAF vol. 3,62; cf. 1 Co 15,23). Pero el Apóstol aún se expresa mejor: "Abominando lo malo, apéguense a lo bueno" (Rm 12,9). Ya que quien frecuenta los santos será santificado (cf. Sal 15,3).

Importancia de la castidad

51.1. Debemos abstenernos totalmente de oír, decir y ver lo obsceno, y, más aún, de realizar actos obscenos, consistentes en mostrar y desnudar ciertas partes del cuerpo, lo cual no es necesario, o en mirar las partes más íntimas. En efecto, el hijo casto (de Noé) no se atrevía a mirar la desnudez del justo (cf. Gn 9,21-23), ya que es obscena; sino que, al ver la caída de ignorancia, su castidad cubrió con un velo lo que la embriaguez había desnudado (cf. Gn 9,23).

51.2. Pero no es menos necesario guardarse puro al proferir palabras, a las que no deben tener acceso los oídos de quienes tienen la fe en Cristo. De esta manera, me parece que el Pedagogo no nos permite emitir palabra alguna cargada de indecencia, para infundir previsoramente el odio contra la incontinencia. Es, sin lugar a dudas, hábil para cortar la raíz de los pecados: el "no cometerás adulterio", por el "no desearás" (Mt 5,28; cf. Ex 20,14. 17). El fruto del deseo, la raíz del mal, es el adulterio.

La mesura en el hablar

52.1. Así también, y en el mismo lugar, el Pedagogo ha condenado las palabras obscenas, cortando de raíz las relaciones indecentes de la incontinencia. El mero hecho de ser indisciplinado en las palabras conduce al desorden en las acciones, y el ejercitarse en la castidad en la palabra, es resistir al libertinaje.

52.2. Hemos expuesto ya de una manera más profunda (ver más adelante: II,92,3) que la denominación de lo que es realmente obsceno no reside en los nombres, ni en los órganos de las relaciones sexuales, ni en la unión conyugal, para los que hay nombres que no son de uso corriente en la vida social. Miembros, como la rodilla y la pierna, así como sus nombres y sus funciones propias, no son vergonzosos. Las partes sexuales del cuerpo humano son asimismo miembros dignos de respeto y no de vergüenza. Más bien, lo obsceno estriba en su ilegítimo uso, y que, por tanto, es despreciable, censurable y digno de castigo; en realidad, sólo es obsceno el vicio y las acciones que le son propias.

52.3. En consecuencia, sólo analógicamente el lenguaje obsceno pueden, con razón, definirse como un discurso relativo a acciones viciosas: conversar, por ejemplo, sobre el adulterio, la pederastia, o acciones por el estilo. Sí, debemos enmudecer toda charlatanería vana.

52.4. Porque, dice (la Escritura): "En el mucho hablar no escaparás al pecado" (Pr 10,19); la locuacidad será castigada; "quien se calla será tenido por sabio; quien se extralimita hablando será odiado" (Si 20,5). Más aún, el charlatán se hace odioso a sí mismo: "El que habla mucho daña su alma" (Si 20,8).

Capítulo VII: De qué deben guardarse quienes quieren convivir convenientemente

Es necesario evitar las bromas insolentes

53.1. Lejos, lejos de nosotros las bromas, principal causante de la insolencia (ybris), y de donde toman cuerpo las querellas, las luchas y los odios. Además, ya hemos dicho (cf. II,22,2; II,23,2 y II,26,1 ss.), que la insolencia está al servicio de la embriaguez. No sólo a partir de sus obras, sino también de sus palabras el hombre será juzgado (cf. Mt 12,37). Dice (la Escritura): "Durante un banquete no acuses a tu vecino, ni le lances expresión alguna de reproche" (Si 31,41).

53.2. Si, en efecto, se nos ha recomendado especialmente frecuentar a los santos (cf. Sal 15,3), resulta pecaminoso reírse de uno que sea santo; "de la boca de los insensatos sale el bastón de la insolencia" (Pr 14,3), entendiendo por bastón de la insolencia el fundamento en que se apoya y reposa al insolencia.

53.3. Por eso aplaudo al Apóstol cuando nos exhorta a no dejar escapar expresiones burlonas o impertinentes (cf. Ef 5,4). Ya que si es la caridad (agápe) la que nos reúne para comer, y la meta que se persigue en el banquete es la disposición amistosa entre los comensales, y la comida y la bebida son meros acompañantes de la caridad (cf. II,4,3), ¿cómo no nos vamos a comportar racionalmente?, ¿cómo no evitar las dificultades por el amor fraterno?

53.4. Si, en efecto, el objeto de nuestra reunión es el mutuo afecto, ¿cómo vamos a suscitar odios por culpa de nuestras burlas? Mejor sería cerrar la boca que contradecir, añadiendo un pecado a una estupidez. "Bienaventurado -en verdad- el hombre que no se equivoca en sus palabras y tuvo que arrepentirse por haber cometido un pecado" (Si 14,1), es decir que se arrepiente de las faltas cometidas mientras hablaba, o que no ha causado tristeza a nadie con sus palabras.

53.5. Resumiendo: que los jóvenes y las muchachas se abstengan, en general, de tomar parte en este tipo de banquetes, para evitar que se precipiten en lo que no les conviene. Y es que las conversaciones impropias y los espectáculos inconvenientes, cuando su fe aún se tambalea, inflaman su pensamiento y colaboran, con la inestabilidad de su edad, a precipitarlos hacia la concupiscencia. A veces sucede que son causantes de caídas de otros, por hacer gala de su tentadora belleza.

La presencia de jóvenes, mujeres y varones, en los banquetes

54.1. Es una buena recomendación la de la Sabiduría: "No tomes asiento junto a una mujer casada, ni te recuestes junto a ella" (Si 9,9) Es decir, no cenes ni comas con ella a menudo. Por esa razón añade: "No la cites para beber vino, para evitar que tu corazón se incline hacia ella y que por tu pasión resbales hacia la perdición" (Si 9,9); ya que la libertad que acompaña a la bebida es cosa peligrosa y puede hacerte perder la cabeza. Se refirió a la mujer casada, por ser mayor el peligro para el que intenta romper los vínculos de la vida conyugal.

54.2. Pero si una necesidad obliga a estar presente en tales ocasiones, que las mujeres cubran totalmente su cuerpo con un vestido, y su alma con el pudor. Y las que no estén casadas, para ellas está reservada la mayor ocasión de ser calumniadas por asistir a una reunión de hombres bebedores, o que ya están bebidos.

54.3. En cuanto a los jóvenes, que fijen su mirada en el triclinio, inmóviles, apoyados en los codos, y sólo presentes con sus oídos. Al sentarse, no crucen los pies, no pongan las piernas una sobre otra y no coloquen su mano en el mentón, ya que es realmente vulgar no mantenerse quieto, y tal incapacidad es un mal signo en un joven.

El modo de comportarse en la mesa

55.1. Asimismo, cambiar de postura a cada instante es signo de ligereza. Denota templanza el hecho de tomar poca cantidad de comida y de bebida, y también actuar reposadamente, sin precipitarse, ya sea en el inicio de los banquetes o en su intervalo; como también ser el primero en acabar y mantener el dominio de sí.

55.2. Dice (la Escritura): "Come como hombre (educado) lo que te ofrezcan, sé el primero en terminar por educación, y, si estás sentado en medio de muchos comensales, no seas el primero en alargar la mano" (Si 31,16-18).

55.3. No conviene comenzar antes que los demás, dejándose llevar por la glotonería, ni por avidez quedarse tendidos (comiendo) largo tiempo, haciendo gala de intemperancia por la insistencia. Tampoco conviene, mientras se come, que nos lancemos como fieras sobre el alimento, ni servirse excesiva comida. El hombre por naturaleza no come carne, sino pan.

Los excesos son siempre peligrosos

56.1. Levantarse de la mesa antes que los demás comensales y retirarse discretamente del banquete, es señal de ser hombre temperante. "Cuando llega el momento de levantarse, dice (la Escritura), no te atrases, sino vete corriendo a casa" (Si 32,15). Habiendo convocado los Doce a la multitud de discípulos, dijeron: "No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios para servir las mesas" (Hch 6,2). Si aquéllos se guardaron de ese abandono, con mucha más razón huyeron de la glotonería.

56.2. Los mismos Apóstoles, tras enviar un mensaje "a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia" (Hch 15,23), dijeron: "Pareció al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles otra carga a excepción de esto que es indispensable: que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación. Harán bien en guardarse de estas cosas" (Hch 15,28. 29).

56.3. Debemos evitar los excesos de vino, como de la cicuta, porque ambas bebidas llevan a la muerte. "También debemos prohibirnos reír a carcajadas y llorar desmesuradamente" (Platón, Las Leyes, V,732 C); porque, la mayoría de las veces, los que están bebidos se ríen a carcajadas, y luego -yo no sé por qué-, impulsados por la embriaguez, caen en el llanto. Ambas actitudes están en desacuerdo con la razón: tanto el afeminamiento como la violencia.

Las bromas

57.1. Los ancianos, si miran a los jóvenes como si fuesen sus hijos, pueden, aunque en contadas ocasiones, bromear con ellos, pero bromeando de manera que sea una buena pedagogía para su comportamiento. Así, a uno que sea muy tímido y taciturno, puede muy bien hacérsele esta clase de broma: "Mi hijo -me refiero al que no abre la boca- no para de hablar" (cf. Plutarco, Morales, 632D-633A).

57.2. Así, un chiste de esta índole tonifica la vergüenza del joven, manifestándole graciosamente sus cualidades innatas, mediante la crítica de unos defectos que no tiene. Se trata de un artificio didáctico mediante el cual, por medio de aquello que no es, se confirme algo que en realidad es. Es algo parecido como decir a un bebedor de agua, sobrio, que está ofuscado por el vino y está borracho.

57.3. Si hay hombres amantes de las bromas, nuestra mejor medida será el silencio, dejando de lado los discursos superfluos, como (dejamos de lado) las copas llenas; porque este tipo de bromas revisten gran peligrosidad: "La boca del insensato anuncia la ruina" (Pr 10,14). "No levantes falso testimonio, ni juntes tu mano con el malvado para atestiguar en falso" (Ex 23,1), ni para una acusación, ni para una difamación o una maldad.

La tranquilidad de espíritu

58.1. Yo opino que incluso debe imponerse un límite en las conversaciones de los sabios, a quienes se les permite conversar: me refiero (al que tiene derecho) a la réplica. El silencio es una virtud de las mujeres (Sófocles, Ajax, 293), un privilegio sin peligro en los jóvenes; en cambio, la palabra es fruto de una edad experimentada.

58.2. "Habla, anciano, en el banquete; como conviene; pero habla sin trabarte la lengua y con la exactitud de quien conoce el tema" (Si 32,3. 4). "Y tú, joven -también a ti dirige la palabra la Sabiduría-, habla, si es necesario, pero sólo cuando por dos veces te hayan preguntado, y resumiendo tu respuesta en pocas palabras" (Si 32,7).

58.3. Ahora bien, si dos hablan a la vez, deben controlarse mutuamente el volumen de voz, ya que es de locos hablar a gritos, y de persona insensible hablar al prójimo con un hilo de voz, puesto que no se oirán. Lo primero es signo de vulgaridad, y lo segundo de suficiencia. Lejos de nosotros, en consecuencia, esta emulación por alcanzar una vana victoria en la palabra, ya que nuestra meta es la tranquilidad de espíritu; este es el sentido de la expresión: "La paz sea contigo (3 Jn 15; Lc 24,36; Jn 20,19. 26); no respondas sin haber escuchado antes" (Si 11,7).

Evitar la vana palabrería

59.1. Por otra parte, el amaneramiento de la voz es propio de un afeminado; en cambio, es propio del sabio la mesura de la voz, e impedir la ampulosidad, la prolijidad, la rapidez y la profusión. Tampoco debe uno extenderse en exceso en la conversación, ni decir muchas cosas, ni decir tonterías; ni entretenerse charlando con otros apresurada y atolondradamente.

59.2. Se debe, por así decirlo, dejar participar de la justicia a la voz misma, y cerrar la boca a los que hablan a gritos e inoportunamente. Así, de este modo, el prudente Ulises (Odiseo) molió a palos a Tersites, porque él solo "sin poner freno a la lengua, alborotaba. Su corazón estaba lleno de palabras groseras en su corazón, y sabía muchas cosas, pero confusas y no de una forma ordenada" (Homero, Ilíada, II,212-214).

59.3. "Un hombre parlanchín es un peligro en su ciudad" (Si 9,18). En los charlatanes, como en los viejos zapatos, todo lo consume el vicio, y sólo la lengua sobrevive para desgracia de los demás (cf. Mt 6,7).

59.4. También la Sabiduría nos amonesta provechosamente a "no andar charlando delante de un grupo de ancianos"; y, cortando de raíz nuestra charlatanería, nos prescribe velar por nuestra moderación, empezando por nuestra relación con Dios: "No repitas palabras en tu plegaria" (Si 7,14).

Normas de urbanidad

60.1. Emitir chasquidos con la lengua, silbar y hacer ruido con dedos para llamar a los criados, deben evitarlo los hombres educados (lit.: racionales), por tratarse de señales irracionales. Debe evitarse escupir a cada instante y rascarse violentamente la garganta; tampoco debemos sonarnos la nariz mientras bebemos; debe procurarse tener cierta consideración con los convidados: que no sientan náuseas por semejante falta de delicadeza, claro signo de intemperancia. No hay que comportarse como los bueyes y los asnos, que comen y evacúan en el mismo establo. Muchos (lit.: el vulgo) se suenan y escupen a la vez y en el mismo sitio que también comen.

60.2. Pero si a alguien le sobreviene un estornudo, sin duda como también un eructo, deberá procurar que las personas que le rodean no perciban tal estruendo y no tengan que dar fe de su falta de educación, sino, lo mejor que puede hacer es dejar escapar el eructo con extrema suavidad, con el aire expirado, evitando, eso sí, las muecas de la boca, sin emular las máscaras trágicas, estirándola o abriéndola de par en par.

60.3. Del estornudo debe evitarse el ruido que puede llegar a sorprender (o: el ruido estrepitoso), reteniendo con suavidad la respiración. Siguiendo esta norma, con gran elegancia podrá dominarse la estridencia del estornudo interiormente comprimido, procurándosele una salida que hará pasar inadvertidas, con sólo un poco de esfuerzo, las mucosidades que pudieran ser expulsadas con la fuerza del aire. Resulta realmente impertinente y signo de mala educación querer exagerar el ruido en vez de acallarlo.

60.4. Quienes escarban sus dientes llenando de sangre sus encías, resultan para sí mismos repugnantes, y para los demás, repulsivos. Hacerse cosquillas en las orejas y provocar con ello los estornudos, son gustos propios de los cerdos, que predisponen a una desenfrenada vida licenciosa.

60.5. Deben evitarse las indecencias a la vista de los demás, así como las palabras obscenas que las acompañan. Que en una conversación la mirada sea limpia, la torsión y el movimiento de cuello tranquilo, como también los gestos de las manos. En una palabra, la quietud, la serenidad y la paz son connaturales al cristiano.

Capítulo VIII: ¿Deben utilizarse perfumes y coronas?

Ejemplos de la Sagrada Escritura

61.1. No necesitamos utilizar coronas y perfumes, ya que esto conduce al placer y de la molicie, especialmente cuando se avecina la noche. Ya sé que la mujer llevó "un frasco de perfume" (Lc 7,37; Mt 26,7; Mc 14,3; Jn 12,3) en la santa Cena para ungir los pies del Señor, y que éste se regocijó.

61.2. Sé también que los antiguos reyes de los hebreos llevaban coronas de oro y piedras preciosas (cf. 2 S 12,30; 1 Cro 20,2). Pero esa mujer no había participado aún del Verbo -porque todavía era pecadora-, y ella honró al Maestro con el perfume que consideró como lo más hermoso que tenía; además, con el adorno de su cuerpo, con sus propios cabellos, enjugó la abundancia del perfume, derramando sobre el Señor lágrimas de arrepentimiento (cf. Lc 7,38).

61.3. De ahí: "Tus pecados te son perdonados" (Lc 7,48). Esta escena puede muy bien ser el símbolo de la enseñanza del Señor y de su Pasión: sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra. "Su voz se difunde hasta los confines de la tierra" (Sal 18,5; Rm 10,18). Y si no les parezco muy insistente, (diré) que los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, recibieron el Espíritu Santo.

La nueva fe ha hecho desaparecer la antigua vanidad

62.1. Los Apóstoles que recorrieron toda la tierra y predicaron el Evangelio son llamados alegóricamente pies del Señor. De éstos profetiza el Espíritu Santo por boca del salmista: "Adoremos en el lugar en donde se posaron sus pies" (Sal 131,7), es decir, donde han llegado sus pies, los Apóstoles, gracias a quienes Él ha sido anunciado hasta los confines de la tierra.

62.2. Las lágrimas son el arrepentimiento, y la cabellera suelta proclama la renuncia a los vanos adornos, y las aflicciones pacientemente soportadas a causa del Señor durante la predicación (cf. 2 Co 6,4; Rm 5,3), cuando la antigua vanidad ha desaparecido por la nueva fe.

62.3. Sin embargo, también significa la Pasión del Maestro para quienes lo entienden místicamente así: el aceite es el Señor mismo, de quien nos viene la misericordia. El perfume, un aceite adulterado, es Judas, el traidor; con él fueron ungidos los pies del Señor, al abandonar este mundo, puesto que los cadáveres son perfumados. Las lágrimas somos nosotros, los pecadores arrepentidos, que hemos creído en Él, y a quienes ha perdonado los pecados. La cabellera suelta es Jerusalén, sumida en el dolor, desamparada, por la cual se alzan las lamentaciones de los profetas (cf. Lm 1,1-2).

62.4. El Señor nos enseñará que Judas es traidor, diciendo: "El que mete conmigo la mano en el plato, me entregará" (Mt 26,23; Mc 14,20). ¿Ves tú este fraudulento comensal? Pues bien, fue Judas quien traicionó a su Maestro con un beso (cf. Lc 22,48).

62.5. Este individuo se cubrió de hipocresía, al dar un beso engañoso, imitando a otro antiguo hipócrita (= Joab; cf. 2 S 20,9-10), denunciando a aquel pueblo: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está muy lejos de mí" (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6).

La Pasión de Cristo es fuente de buen olor para los cristianos

63.1. No es inverosímil que el aceite, por una parte, designe al discípulo (Judas) que ha sido objeto de la misericordia de Dios; y que, por otra, el aceite adulterado signifique su condición de traidor. Esto era lo que profetizaban los pies ungidos: la traición de Judas, mientras el Señor caminaba hacía su Pasión.

63.2. Y Él mismo, el Salvador, cuando lavaba los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,5) y los enviaba a realizar buenas obras, quería simbolizar los viajes que habían de realizar para el bien de los gentiles (cf. Is 52,7), y que serían coronados con una gloria sin mancilla, que había preparado con su propio poder. En honor de (los gentiles) se exhaló el perfume, y de todos es conocido lo que hicieron para derramar ese buen olor sobre todos los hombres (cf. Ct 1,3). La Pasión del Señor ha sido para nosotros una fuente de buen olor, pero para los hebreos, de pecado.

63.3. El Apóstol ya lo ha mostrado claramente diciendo: "Gracias sean dadas a Dios, que continuamente nos hace triunfar en Cristo y difunde por todas partes la fragancia de su conocimiento por medio de nosotros; porque somos para Dios el buen olor del Señor entre los que se salvan y entre los que se pierden; para los unos, olor de muerte para muerte; para los otros, olor de vida para vida" (2 Co 2,14-16).

63.4. Los reyes judíos, cuando usaban coronas cinceladas de oro y piedras preciosas (cf. 2 S 12,30; 1 Cro 20,2), llevaban simbólicamente al Ungido (Cristo) sobre sus cabezas, ellos, los ungidos, no tenían la menor idea de que se estaban adornando la cabeza precisamente con el Señor.

63.5. Piedra preciosa, perla (cf. Mt 13,45), esmeralda, todo eso representa el Verbo; y el mismo oro es también el Verbo incorruptible, que no sufre la herrumbre de la corrupción. Al nacer, los Magos le ofrecieron oro, símbolo de la realeza (cf. Mt 2,11). Y esta corona permanece inmortal a imagen del Señor, puesto que no se marchita cual flor (cf. Is 40,7).

La razón caracteriza al ser humano, no la sensación

64.1. Sé también lo que dijo Aristipo de Cirene. Llevaba éste una vida de molicie, y le hizo a uno el siguiente razonamiento sofístico: "Un caballo ungido con perfume no pierde su condición de caballo, ni tampoco un perro ungido pierde su condición de perro cualidades innatas; en consecuencia, concluía, el hombre tampoco pierde su condición de hombre" (cf. Aristipo, Fragmentos, 67; Platón, Menexeno, 238; Diógenes Laercio, Vidas, II;76).

64.2. Pero el caballo y el perro nada saben del perfume, pero los que tienen el conocimiento racional son censurables por su sensualidad, si usan los perfumes de las jóvenes muchachas. Hay varias clases de perfumes: el brentío, el metalio, el perfume real, el plangonio y el psagdas de Egipto.

64.3. Simónides no enrojece de vergüenza cuando en sus yambos exclama: "Yo me ungía con perfumes y aromas y con aceite de nardo; porque pasaba por allí un comerciante" (Simónides de Amorgos, Fragmentos, 14).

64.4. Usan también la esencia de lirio y de alheña; el nardo goza de renombrada fama entre ellos, como también el ungüento de rosas y otras especies, que aún emplean las mujeres: perfumes secos y húmedos, en polvo y para quemar.

64.5. Porque cada día se inventan, para colmar sus deseos insaciables, perfumes inagotables, razón por la cual hacen gala de una total falta de gusto. Las mujeres fumigan y rocían sus prendas, su cama y su casa. ¡Casi puede decirse que el refinamiento del perfume fuerza también a los orinales a despedir buena fragancia!

Los cristianos deben exhalar el buen olor de Cristo

65.1. Yo estoy plenamente de acuerdo con aquellos (¿los espartanos?) que, exasperados por esta manía, llegan a tener tal horror a los perfumes porque afeminan la virilidad, que hacen expulsar de las ciudades bien gobernadas a los fabricantes de ungüentos y perfumistas; incluso, a quienes se dedican a teñir tejidos de lana bordados. Y es que no es lícito que las prendas adulteradas y los aceites olorosos se introduzcan en la ciudad de la Verdad.

65.2. Es absolutamente necesario que los hombres no exhalen el olor de los perfumes, sino el de la virtud (lit.: honradez, buena conducta), y que las mujeres exhalen el olor de Cristo, ungüento de reyes, y no olor de polvos y de perfumes, y que se unjan del perfume inmortal de la moderación y se regocijen con el ungüento santo del Espíritu.

65.3. Es el tipo de ungüento que Cristo prepara para los hombres que son sus discípulos, bálsamo de excelente aroma, ungüento que Él ha preparado con los aromas celestiales. El Señor mismo ha sido ungido con este perfume, como dice David: "Por eso, Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus compañeros. Mirra, óleo y casia exhalan tus vestidos" (Sal 44,8-9).

Los peligros de los perfumes

66.1. No obstante, no sintamos repugnancia por los perfumes como los buitres o los escarabajos -porque éstos, según se dice, mueren si se les fumiga con perfume de rosa-, sino tratemos, mejor, de elegir para las mujeres algunos perfumes que no atonten al hombre, puesto que el abuso de aceites perfumados huele más a funeral que a vida en común.

66.2. En efecto, el aceite mismo es enemigo de las abejas y de los insectos; pero, mientras que presta un gran servicio a unos hombres, a otros, en cambio, los incita a la lucha. Asimismo, a los que antes eran amigos, una vez untados, los convierte en adversarios en el estadio, prestos a batirse en las competiciones atléticas. ¿No creen que el perfume, que no es más que un aceite suavizado, puede muy bien afeminar un carácter noble? Sin duda.

66.3. Así como hemos repudiado el refinamiento del gusto, así también rechazamos los placeres de la vista y del olfato, no sea que a esta intemperancia que hemos desterrado le facilitemos el acceso al alma, por medio de los sentidos, como puertas desprovistas de guarnición.

Los peligros del abuso en el uso de los perfumes

67.1. Cuando se dice que el Sumo Sacerdote, el Señor, ofrece a Dios el incienso de suave olor (cf. Ex 29,18; 30,7; Ef 5,2; Flp 4,18), no debe entenderse que se trata de una ofrenda, de un buen olor de incienso, sino como que el Señor ofrece sobre el altar el don agradable de la caridad, la fragancia espiritual.

67.2. El simple aceite sirve para suavizar (lit.: ungir o untar) la piel, relajar los nervios y eliminar del cuerpo el olor desagradable, para todo esto puede ser conveniente su uso. Pero la búsqueda de perfumes es un cebo para la molicie, que acaba por arrastrarnos hacia la concupiscencia.

67.3. El intemperante se deja arrastrar por todo: por la comida, por el lecho, por las conversaciones, por los ojos, por los oídos, por las mejillas, e incluso por las narices. Así como los bueyes son arrastrados de un lugar a otro por la anilla y las sogas, así también el intemperante es arrastrado por los inciensos, los perfumes y por la fragancia de las coronas.

El buen uso de los perfumes

68.1. Y ya que no damos rienda suelta al placer, si no está verdaderamente unido a una necesidad, definamos aquí con precisión lo que hay que elegir como útil. Existen algunos buenos olores que no adormecen (la mente) ni excitan la pasión (erotikaí), y que no tienen nada que ver con los abrazos ni con la amistad licenciosa, y que, usados con moderación, son saludables y reaniman el cerebro cuando está indispuesto; incluso fortalecen el estómago.

68.2. Y no es preciso refrigerarlo con flores, cuando el sistema nervioso quiere calentarse. No se trata de maldecir o de prohibir a toda costa su uso, sino que sólo debemos usar el perfume como remedio medicinal o ayuda para revitalizar una facultad que languidece, o para tratar los catarros, los resfriados y el malestar, siguiendo los consejos del poeta cómico: "Con perfumes se unta las narices; lo más impórtame para la salud es procurar al cerebro buenos olores" (Alexis, Fragmentos, 190; CAF vol. 2,368).

68.3. El ungüento de perfumes se usa igualmente por su gran utilidad como masaje para calentar o refrigerar los pies, para que se dé un desplazamiento (de la sangre) que congestiona la cabeza hacia otras partes secundarias del cuerpo.

68.4. Por el contrario, el placer, cuando no va unido a ninguna utilidad, es signo acusador de costumbres desenfrenadas y una droga para las excitaciones sensuales. Hay una gran diferencia entre perfumarse y ungirse con perfumes: lo primero es propio de los afeminados; en cambio, ungirse con perfumes resulta, a veces, provechoso.

Los perfumes deben prestarnos un servicio, no procurarnos placeres

69.1. Aristipo, el filósofo, repetía, cuando se untaba con perfumes, que los libertinos deberían perecer vergonzosamente por haber desacreditado algo tan saludable, haciéndolo pasar por infamante (cf. Platón, Menexeno, 238 A; Diógenes Laercio, Vidas, II;76).

69.2. Dice la Escritura: "Honra al médico, porque es útil; puesto que lo ha creado el Altísimo, y la curación proviene del Señor" (Si 38,1-2). Y añade: "El perfumista preparará la mezcla" (Si 38,7), lo que quiere decir que los perfumes han sido dados para prestarnos un servicio, no para procurarnos placeres.

69.3. No debemos esforzarnos en buscar, bajo ningún concepto, un excitante de la sensualidad en los perfumes, sino aprovechar su utilidad, ya que Dios permitió a los hombres la elaboración del aceite para alivio de sus penas.

69.4. Las mujeres insensatas tiñen sus cabellos grises y los perfuman, con lo que aún se vuelven más grises, debido a los perfumes que los resecan. Razón por la que quienes se perfuman muestran su piel más seca. La sequedad motiva que los cabellos se vuelvan más grises -porque el cabello cano es consecuencia de una sequedad o falta de calor-; la sequedad absorbe el alimento húmedo del cabello y lo vuelve más grisáceo.

69.5. ¿Cómo va a ser razonable que amemos los perfumes, que provocan las canas que tratamos de evitar? Cual perros que, husmeando el olor, siguen la huella de las fieras, así también los castos, por medio del olor excesivo de sus perfumes, detectan a los lujuriosos.

Las coronas

70.1. Sucede lo mismo con el uso de las coronas: forman parte del placer y de los excesos de vino: "¡Fuera! ¡No pongas sobre mi cabeza una corona!" (Anónimo, Fragmentos, 1258; CAF vol. 3,617). En la primavera es bueno vivir en las suaves praderas, húmedas de rocío, en medio de flores variadas, alimentándose, como las abejas, de una fragancia natural y pura.

70.2. Pero no es propio de personas prudentes llevar a casa "una corona trenzada con flores de una pradera virgen" (Eurípides, Hipólito, 73-74). Es un desorden cubrir una cabellera lujuriosa con cálices de rosas, de violetas, de lirios o de cualquier otra variedad de flores, desflorando la naciente vegetación. Por otra parte, la corona, al ceñir la cabellera, la enfría debido a su humedad y a su frescor.

70.3 Por eso los médicos, que enseñan que el cerebro es frío por naturaleza, ordenan ungirse el pecho con perfume, como también las partes superiores de los orificios nasales, de suerte que la emanación caliente, mediante un tranquilo recorrido, aporte calor fuertemente al frío cerebro. Pero debemos abstenernos de refrescarle con flores, ya que el sistema nervioso reclama ser calentado. Realmente, los que se ciñen con coronas destrozan el encanto de las flores.

70.4. Porque quienes lucen su corona por encima de los ojos no pueden regocijarse de su contemplación, ni disfrutar de su fragancia, puesto que les quedan las flores por encima del olfato. Las emanaciones del perfume que por naturaleza van hacia arriba, por encima de la cabeza, dejan privada al olfato de este goce, porque esta buena fragancia queda fuera de su alcance.

70.5. Así como la belleza física produce goce en el que la mira, así también la flor; pero conviene que, cuando a través de la vista disfrutemos de lo bello, se alabe al Creador. No obstante, si nos servimos de ellas como de un instrumento, su uso es dañino y fugaz; y su precio es el arrepentimiento, dado que enseguida se desvela su caducidad: ambas se marchitan, la flor y la belleza.

"La corona de toda la Iglesia es Cristo"

71.1. Y si alguno las toca, aquella (flor) enfría, y ésta (belleza) inflama. En una palabra, gozar de ellas por otro medio que no sea el disfrute de la vista es un abuso, no una delicia. Nosotros debemos gozar de las delicias con moderación, como en el Paraíso (cf. Gn 2,15), siendo dóciles a la Escritura. Al hombre debe considerársele como la corona de la mujer; al matrimonio, la corona del hombre, y sus hijos, las flores de la unión matrimonial, que el divino Agricultor recoge en las praderas carnales.

71.2. "Corona de los ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son los padres" (Pr 17,6), así habla (la Escritura). Para nosotros la corona es el Padre de todos; y la corona de toda la Iglesia es Cristo.

71.3. Como las raíces y las plantas, así las flores poseen sus propias cualidades; útiles unas, nocivas otras y algunas, peligrosas. Así, la hiedra refresca (desde aquí hasta 71.5: cf. Plutarco, Morales, 647 A-648 A), el nogal despide un hálito que produce una pesada somnolencia, como bien indica su etimología. El narciso es una flor de olor pesado, narcotizante para los nervios, como indica su etimología.

71.4. La fresca fragancia del perfume de las rosas y de las violetas evita o alivia la pesadez de cabeza. Pero nosotros no sólo no debemos embriagarnos sin medida, sino que no debemos dejarnos dominar por el vino. El azafrán y la flor de heno producen un dulce sopor.

71.5. Muchas flores templan con sus perfumes el cerebro que, por naturaleza, es frío, disminuyendo el exceso de secreciones de la cabeza. Y de ahí el nombre de rosa -dicen-, por el hecho de emitir una abundante fragancia. Por esta razón se marchita tan pronto.

Las cristianos no deben usar coronas

72.1. Entre los griegos antiguos no existía el uso de coronas. Ni los novios, ni los Feacios afeminados las usaban. No obstante, en los certámenes atléticos hubo, al comienzo, una distribución de premios; luego, aplausos; después, se procedió a lanzar hojas sobre los vencedores, y, finalmente, se les otorgó la corona: Grecia dio este nuevo paso hacia la corrupción después de las Guerras Médicas.

72.22. Las coronas están prohibidas a los discípulos del Verbo, no porque ellos crean que atan su razón, que tiene su sede en el cerebro, ni porque la corona sea indicio de insolente petulancia, sino porque está dedicada a los ídolos.

72.3. Así, Sófocles llamó al narciso "antigua corona de los grandes dioses" (Sófocles, Edipo en Colono, 683-684), refiriéndose a las divinidades infernales. Safo corona de rosas a las Musas: "De las primicias de rosas procedentes de Pieria" (Safo, Fragmentos, 42; ed. D. Lobel y D. L, Page, Oxford, 1955, 40). De Hera se dice que ama el lirio, y Artemis, el mirto.

79.4. Si, en efecto, las flores existen ante todo para los hombres, pero los insensatos abusan de ellas tomándolas no para su uso particular, con acción de gracias (al Creador), sino para el servicio ingrato de los demonios, nosotros debemos abstenernos "por motivos de conciencia" (1 Co 10,20).

La corona del Señor Jesús

73.1. La corona es símbolo de la ausencia de preocupaciones. De ahí que se corone a los muertos y, por la misma razón, a los ídolos, confirmando de hecho que también están muertos. Los bacantes no celebraban sus orgías sin coronas, sino que, apenas se ceñían en sus sienes las flores, se sentían encendidos para la iniciación religiosa.

73.2. En consecuencia, no hay que tener relación alguna con los demonios (cf. 1 Co 10,20), ni tampoco coronar la imagen viva de Dios (= el hombre), a la manera de los ídolos muertos. Porque la hermosa corona de amaranto está reservada para quien se comporte con corrección (cf. 1 P 5,4). Y es una flor que no puede producir la tierra, sino que sólo en el cielo puede germinar.

73.3. Además, no es razonable que nosotros, después de haber oído cómo el Señor fue coronado de espinas (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), nos burlemos de su venerable Pasión y ciñamos nuestras frentes con flores. En efecto, la corona del Señor nos designaba proféticamente a nosotros, otrora estériles (cf. Mt 13,7. 22), que hemos sido reunidos en torno a Él por la Iglesia, de la cual Él es cabeza (cf. Ef 1,22-23; 5,23; Col 1,18). Pero es también figura de la fe, símbolo de la vida por la sustancia del leño, de la alegría por su mismo nombre de corona, del peligro por las espinas. Porque no es posible llegar hasta el Verbo sin derramar sangre.

73.4. La corona trenzada se marchita, y la trenza de la perversidad se disuelve; la flor se seca, puesto que se marchita la gloria de los que no han creído en el Señor.

73.5. Coronaron a Jesús (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), cuando fue levantado en alto, dando una prueba palmaria de su necedad; porque su dureza de corazón no llegó a comprender el sabio alcance de esta profecía, que ellos llaman humillación suprema del Señor.

73.6. El pueblo extraviado no reconoció a su Señor (cf. Is 1,3), no fue circuncidado en su razón (cf. Dt 10,16), no fue iluminado en sus tinieblas (cf. Sal 17,29), no vio a Dios, renegó del Señor, dejó de ser Israel (cf. I,57,2), persiguió a Dios; quiso humillar al Verbo, y coronó como rey al que crucificó como malhechor.

Cristo cargó con nuestros pecados

74.1. Por eso, Aquel en quien no han creído cuando era un hombre, el Dios, que ama al hombre, lo reconocerán como Señor y Justo. Y el testimonio que le han negado al Señor, se lo rindieron cuando estaba en lo alto (de la cruz), coronándolo con la diadema de la justicia (cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), con espinas siempre verdes, a Aquel que es ensalzado por encima de todo nombre (cf. Flp 2,9).

74.2. Esta diadema es enemiga de los que conspiran (contra el Señor) y los rechaza; es amiga de quienes entran en la asamblea de la Iglesia y los protege. Dicha corona es la flor de quienes han tenido fe en quien ha sido glorificado (cf. Mt 13,7. 22), pero hiere y castiga a los que no han creído.

74.3. Es también el símbolo de la buena obra del Maestro (o: del Señor), que llevó en su cabeza, la parte principal de su cuerpo, nuestras maldades (cf. Is 53,4; Mt 8,17), por las que éramos traspasados, como con una aguja. Él, por su propia Pasión, nos ha librado de escándalos (o: trampas; cf. Is 53,12; 1 P 1,18-19), de pecados y de espinas de este género, e, inutilizando las tentativas del diablo, exclamaba con gozo: "¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?" (1 Co 15,55; cf. Is 53,1; 1 P 2,24; 1 Jn 3,5).

74.4. Y nosotros recogemos la uva de las espinas y los higos de las zarzamoras (cf. Mt 7,16; Lc 6,44); en cambio, ellos son desterrados con crueles heridas; aquellos hacia quienes Él había extendido sus manos, es decir, sobre un pueblo rebelde y estéril (cf. Is 65,2; Rm 10,21).

La manifestación del Verbo

75.1. Aún podría exponerte aquí otro sentido del misterio. Porque el todopoderoso Señor del Universo, cuando empezaba a legislar por medio del Verbo y quiso, por mediación de Moisés, manifestar su propio poder, se le manifestó en una visión divina bajo la forma de luz, en el zarzal ardiente (cf. Ex 3,2-5), y el zarzal es una planta espinosa.

75.2. Pero, después que el Verbo cesó en su labor legisladora y terminó su estancia entre los humanos, luego, el Señor es coronado de espinas místicamente; y volviendo el lugar de donde había descendido, repite el comienzo de su primera venida, a fin de que el Verbo, que había sido visto primero a través de la zarza, y después elevado a lo alto por las espinas (o: con las espinas; cf. Mt 27,29; Mc 15,17; Jn 19,2), pudiese mostrar que todo era obra de una sola potencia, por ser Él uno solo, de un único Padre, principio y fin del tiempo.

La correcta utilización de los perfumes

76.1. Pero he traspasado los límites del accionar del Pedagogo para entrar en el terreno del Maestro. Vuelvo entonces a mi tema. Ya hemos demostrado (cf. II,66,1--68,3) que no debemos rechazar el placer que las flores puedan reportarnos, ni la utilidad de los ungüentos y de los perfumes, porque sirven como fármacos para curar, e, incluso a veces, como objeto de placer moderado.

76.2. Y si alguno pregunta qué ventajas reportan las flores para quienes no las usan, que sepan que de las flores se obtienen los perfumes, y que son muy útiles: de los lirios y las azucenas se extrae el aceite de lirio, que es caliente, seca y arrastra los humores, humedece, limpia; es muy fino, activa la bilis y es emoliente. El aceite de narciso, a base de narcisos, tiene las mismas propiedades que el aceite de lirio. El perfume de mirto, hecho de bayas y hojas de mirto, es astringente y retiene las emanaciones del cuerpo. El perfume de rosas es refrescante661.

76.3. En suma: todo ha sido creado para nuestra utilidad. "Escúchenme -dice (la Escritura)- y crezcan como el rosal plantado junto al arroyo; sean olorosos como el incienso, y bendigan al Señor por sus obras" (Si 39,13-14).

76.4. Mi discurso sobre este tema podría ser más prolijo, si explicásemos que las flores y los aromas fueron creados para satisfacer nuestras necesidades, no para la ostentación licenciosa.

76.5. Ahora bien, si debe hacerse alguna concesión, que se contente uno con disfrutar la fragancia de las flores, pero que no se corone con ellas. Porque el Padre se preocupa del hombre y a él solo ha hecho las obras de sus manos. Así, dice la Escritura: "El agua, el fuego, el hierro, la leche, la flor de harina, la miel, la sangre del racimo, el aceite y el vestido, todo esto es para el bien de aquellos que honran a Dios" (Si 39,26-27).

Capítulo IX: Cómo usar del sueño

Un lecho sencillo ayuda a un buen descanso

77.1. Ahora debemos decir algo de cómo, sin olvidar las reglas de la templanza, debemos comportarnos respecto del sueño. Después de un buena cena, y tras bendecir a Dios por habernos hecho partícipes de los bienes, y por la jornada transcurrida, debe invocarse al Verbo sobre (nuestro) sueño, dejando de lado las mantas suntuosas, las alfombras bordadas de oro y los tapices persas festoneados de hilos de oro, las largas túnicas teñidas de púrpura, las capas preciosas, los tejidos de gran valor de que habla el poeta (cf. Homero, Ilíada, XXIV,644-646; Odisea, IV,297-299; VII,336-338), las espesas lanas que cuelgan de lo alto (o: del techo) y los lechos más suaves que el sueño (Teócrito, Poemas, V,51 y XV,125).

77.2. Además de merecer el reproche por tanta sensualidad, es nocivo acostarse sobre almohadas de finas plumas, porque, al ser tan blando el colchón, el cuerpo queda hundido como en un abismo. Y nada favorece para que, quienes están acostados, puedan darse la vuelta, ya que por cada lado de su cuerpo el colchón se levanta como un dique; lo cual no facilita que se digieran los alimentos, y más bien arden, con lo que se corrompe el alimento.

77.3. (Poder dar vueltas en un lecho plano, como en un gimnasio natural del sueño, facilita la buena distribución de los alimentos) [frase que parece ser una primera redacción de lo que sigue]. Y quienes pueden dar vueltas sobre un lecho de superficie plana, teniendo éste como un gimnasio natural del sueño, digieren más fácilmente los alimentos y están mejor preparados para afrontar las vicisitudes de la vida. Más aún, los lechos con pies de plata delatan una gran ostentación; y para las camas, "el marfil de un cuerpo separado de su alma no es propicio" (Platón, Las Leyes, XII,956 A) para hombres santos; es un medio de reposo vicioso.

El sueño es un descanso del trabajo

78.1. No debemos, por tanto, buscar estos objetos. No es que su uso esté prohibido para quienes los poseen, sino que la prohibición está en buscarlos con solicitud, dado que la felicidad no se encuentra en ellos. Por otra parte, es pura vanagloria cínica pretender dormir como Diomedes que: "se acostó bajo una piel de buey salvaje" (Homero, Ilíada, X,155), salvo que las circunstancias nos obliguen a ello.

78.2. Odiseo enderezaba con una piedra el pie torcido de su lecho nupcial (cf. Homero, Odisea, XXIII,195-200). Tan notable era la simplicidad y el trabajo personal que se practicaban no sólo entre los particulares, sino también entre los jefes de los antiguos griegos.

78.3. Pero, ¿por qué hablar de éstos? Jacob dormía en el suelo y se apoyaba la cabeza en una piedra; y fue entonces que fue juzgado digno de tener aquella visión sobrehumana (cf. Gn 28,11-19). Debemos utilizar, conforme a la razón (o: de acuerdo con el Verbo), un lecho simple y sencillo, que tenga lo indispensable: si hace calor, que nos proteja, y, si hace frío, que nos caliente.

78.4. Que el lecho no esté recargado y que tenga las patas lisas, porque los torneados artificiosos son a veces un refugio para los animales que se arrastran; éstos se meten por entre las hendiduras hechos por el artesano sin resbalarse.

78.5. Sobre todo es preciso limitar la blandura del lecho, para que resulte viril. Porque el sueño no debe significar un relajamiento total del cuerpo, sino un reposo. Por eso digo que conviene entregarse a él como descanso del trabajo, y no como concesión al ocio.

La vida consiste en la identificación con Cristo

79.1. En conclusión: el sueño debe ser ligero, prestos a levantarse en cualquier momento. Dice (la Escritura): "Tengan ceñidos sus lomos y encendidas sus lámparas, y sean semejantes a hombres que aguardan a su señor cuando vuelve de las bodas, a fin de que, en cuanto llegue y llame, le abran al punto. Bienaventurados aquellos siervos a quienes cuando el Señor llegue les encuentre velando" (Lc 12,35-37). Porque el hombre que duerme no sirve para nada, como tampoco el que está muerto.

79.2. Razón por la cual debemos levantarnos de noche frecuentemente y bendecir a Dios; bienaventurados los que se levantan para Él, cual ángeles, que llamamos "los centinelas".

79.3. "Todo hombre que duerme no vale nada, no vale más que un hombre sin vida" (Platón, Las Leyes, VII,808 B). El que tiene la luz permanece despierto, y la oscuridad no lo domina (cf. Jn 1,15; 1 Ts 5,4-6); y el sueño menos aún que las tinieblas. El que ha sido iluminado está despierto para Dios; y así, vive: "Porque lo que nació en Él, era vida" (Jn 1,3. 4).

79.4. "Bienaventurado el hombre que me escucha -dice la Sabiduría-; el hombre que sea fiel a mis caminos, velando a mis puertas día tras día, guardando las escalinatas de mi entrada" (Pr 8,34).

Los cristianos deben estar siempre alertas

80.1. "Así, entonces, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios -dice la Escritura-, porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan", es decir, en la tinieblas de la ignorancia, "pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios. Porque todos ustedes son hijos de la luz y e hijos del día. Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas" (1 Ts 5,6-8. 5).

80.2. "Entre nosotros quien tenga el mayor anhelo de la vida verdadera y del pensamiento auténtico, ése permanece despierto el mayor tiempo posible, sin más limitación que lo que resulte útil para su salud en su caso; esto no es mucho, una vez que se ha habituado bien" (Platón, Las Leyes, VII,808 B-C). Un ejercicio asiduo, unido al esfuerzo, permite un estado de vela continuo.

80.3. Que no nos sean un lastre los alimentos, sino que nos aligeren, para que el sueño no limite nuestras facultades, cual nadadores con los pies atados. En consecuencia, es preciso, al igual que si remontásemos desde las profundidades, que nos aligere la sobriedad y nos lleve hasta la superficie del estado de vigilia. En efecto, la caída en el sopor del sueño se asemeja a la muerte: por la ausencia de pensamiento nos hace descender a la inconsciencia, el cierre de los parpados nos hace insensibles a la luz.

80.4. Nosotros, hijos de la verdadera luz (cf. Lc 16,8; Jn 12,36; 1 Ts 5,5), no arrojemos fuera de nosotros a esta luz, sino que, dirigiéndola a nuestro interior, tras iluminar la visión del hombre interior (cf. 1 P 3,4), contemplando la verdad misma y participando de sus esplendores, desvelemos con claridad y prudencia los sueños verdaderos.

Importancia de las vigilias nocturnas

81.1. Los eructos de los borrachos, los ronquidos de los que han comido opíparamente, los silbidos de los que están envueltos entre las mantas, los rumores de los vientres demasiados llenos acaban por embotar la capacidad de visión del alma (cf. Platón, La República, VII,533 D), mientras que la mente se llena de una multitud de imágenes ilusorias.

81.2. De eso es responsable una comida excesiva, que sumerge a la razón en la inconsciencia. "Un prolongado sueño, por natural que sea, no favorece en nada ni a nuestros cuerpos ni a nuestras almas, ni se adapta a las acciones que tienen por meta la verdad" (Platón, Las Leyes, VII,808 B).

81.3. El justo Lot -paso por alto ahora la exégesis relativa al plan (lit.: economía) de la redención- no hubiese sido arrastrado a la unión ilegítima, de no estar embriagado por sus hijas y entorpecido por el sueño (cf. Gn 19,32-35).

81.4. Por consiguiente, si cortamos de raíz las causas que nos inducen a un profundo sueño, dormiremos más sobriamente. Porque "no se debe dormir toda la noche" (Homero, Ilíada, II,24 y 61), cuando se tiene como huésped dentro de sí al Verbo vigilante; es preciso despertarse durante la noche y, en especial, cuando los días se acortan.

81.5. Uno debe aplicarse al estudio (cf. II,22,1), otro ocuparse de su trabajo profesional, las mujeres trabajar la lana; y todos, por así decirlo, tenemos que luchar contra el sueño, habituándonos poco a poco a gozar, mediante la vigilia, de la mayor parte del tiempo de la vida -porque el sueño, como un recaudador, nos quita la mitad del tiempo de nuestra vida-; y si se les debe acortar el tiempo de la noche para estar vigilantes, con mayor razón no se les permitirá dormir durante el día. La vagancia, la modorra, el estar tumbado y los bostezos son síntomas de un alma poco firme.

Los frutos de la vigilia

82.1. Además, es importante saber que no es el alma la que reclama el sueño, puesto que siempre está en movimiento (cf. Platón, Fedro, 245 C), sino el cuerpo, que, dejándose llevar por el relajamiento, paraliza toda actividad, en tanto que el alma no obra por medio del cuerpo, sino que piensa por sí misma.

82.2. De ahí que los verdaderos sueños, si se mira bien, son los pensamientos del alma sobria, no atraída por las pasiones corporales, sino sugiriéndose a sí misma lo mejor: la ruina del alma es la inactividad.

82.3. Por tanto, el alma pensando siempre en Dios, gracias a un continuo y atento diálogo con Él, puede, en el momento oportuno, insertar en el cuerpo el estado de vigilia; así iguala al hombre a los ángeles, y obtendrá la vida eterna, merced a su constancia en la vigilia.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

Capítulo X: Algunas consideraciones sobre la procreación

La finalidad del matrimonio

83.1. Queda por examinar cuál es el momento idóneo de las relaciones para las relaciones conyugales exclusivas para los que han contraído matrimonio: su objetivo es la procreación, y su finalidad, tener hijos virtuosos; de la misma manera que el objeto que mueve al labrador a sembrar es la provisión de su propio alimento, y la finalidad de su cultivo es la recolección de frutos(1).

(1)Desde aquí hasta II,102,1, Clemente hace amplio uso de un texto de Platón: Las Leyes, VIII,839 A, a fin de explicar la procreación humana.

83.2 Pero mucho más importante es el labrador que siembra un campo dotado de alma. En efecto, aquél intenta con su cultivo obtener un alimento temporal; éste, en cambio, se preocupa de hacer perdurar el universo; uno siembra por sí mismo, el otro, para Dios, porque Él ha dicho: "Multiplíquense" (Gn 1,22. 28; 8,17; 9,1), y hay que obedecerle. Y por eso el hombre llega a ser imagen de Dios (cf. Gn 1,27), porque el hombre colabora en el nacimiento del hombre (cf. 2 Co 6,1).

83.3. No toda tierra es apta para recibir semillas; y, aunque lo fuera, no lo sería para el mismo campesino. No se debe sembrar en las piedras (cf. Mt 13,5; Mc 4,5; Lc 8,6), ni maltratar la semilla, que es la causa primera de la generación, y que posee, agrupadas, las razones de la naturaleza. Y es, en verdad, una impiedad deshonrar las cosas conformes a la naturaleza siguiendo caminos contrarios a ella.

83.4. Así, entonces, miren cómo el muy sabio Moisés rechaza simbólicamente la inseminación estéril: "No comerás -dice- la liebre ni hiena" (Lv 11,5. 6). No quiere hacer partícipe al hombre de su cualidad, ni que sienta el mismo grado de impudencia de dichos animales, porque esos están poseídos por un insaciable ardor para unirse entre sí.

83.5. Se dice que la liebre aumenta cada año su ano, y que tiene tantos orificios como años de vida; de modo que la prohibición de ingerir liebre significaría que debemos evitar la pederastia. Y de la hiena se dice que cambia cada año de sexo: un año es macho, y al otro, hembra; lo que viene a significar que, quien se abstiene de comer hiena, no debe darse a la fornicación.

No forzar la naturaleza

84.1. Ahora bien, en interpretar que no debemos asemejarnos a este tipo de animales, por la prohibición establecida, también yo estoy plenamente de acuerdo con el muy sabio Moisés. No obstante, no comparto las exégesis de las expresiones simbólicas. Puesto que no puede forzarse a la naturaleza a un cambio: no se puede imponer por vía de la pasión una forma contraria a lo ya plasmado en ella; además, pasión no es (igual a) naturaleza, sino que falsifica y destruye la anterior, pero no la reemplaza por una nueva.

84.2. Se dice que muchos pájaros suelen cambiar de colores y de cantos según las estaciones: así, el mirlo cambia de color, de negro al verdoso y sólo pronuncia un murmullo cuando antes sabía cantar bien; asimismo, el ruiseñor, con las estaciones, muda el colorido y el canto; pero, en cambio, no experimentan cambio alguno profundo en su naturaleza, como lo seria volverse, por metamorfosis, hembras en lugar de machos.

84.3. Sin embargo, un nuevo abanico de alas, cual vestido nuevo, se abre en varios colores, pero, después, cuando amenaza la estación invernal, se marchita como el color de una flor.

84.4. También su canto se marchita, agobiado por el frío. En efecto, si la piel se contrae por acción del medio ambiente, las cuerdas vocales (lit.: arterias), contraídas y encogidas, comprimen aún más el soplo que, sofoca do, emite un sonido ahogado.

Las peculiaridades de la hiena

85.1. De nuevo, ciertamente, al acomodarse al medio atmosférico y, con la llegada de la primavera, al distenderse la piel, el soplo se libera de su estrechez, para circular por los hasta entonces canales contraídos, pero ampliamente dilatados, a partir de ahora. No emite ya un canto lánguido, sino que florece una voz nítida y esparce sus sonoridades; y es cuando la voz de las aves, con la primavera, se hace canto.

85.2. No debemos creer que la hiena cambia de naturaleza. Porque el mismo animal no posee al mismo tiempo ambos sexos, el de macho y el de hembra, como algunos han su puesto, llenando su imaginación de monstruos hermafroditos, e inventan una tercera naturaleza andrógina, intermedia entre la masculina y la femenina.

85.3. Sin duda están en un gran error, porque no comprenden el amoroso arte de la naturaleza, madre universal y artífice de toda generación. En efecto, ya que la hiena es el animal más lascivo, la naturaleza la ha dotado con una excrecencia, de forma parecida al órgano sexual femenino, situado debajo de la cola, por encima del meato.

85.4. Pero esta conformación de la carne (= constitución corporal) carece de salida; me refiero a un pasaje que desemboque en algún órgano útil: una matriz o un intestino. Posee sólo una gran cavidad por donde recibe el semen inútil, cuando los conductos de la gestación se repliegan para alojar al feto (concebido).

Las consecuencias de las relaciones antinaturales

86.1. Esta disposición natural se da tanto en la hiena macho como en la hembra, a causa de su ardor lascivo. En efecto, el macho también se deja cubrir, razón por la que es difícil apresar una hiena hembra. Los embarazos de este animal no son periódicos, dada la frecuencia y facilidad de sus coitos contra naturaleza.

86.2. Por esa razón, según creo, Platón, en el "Fedro" (254 D), rechaza la pederastia, tildándola de bestial, porque los lascivos que se entregan a los placeres "roen los bocados del freno; se comportan como cuadrúpedos, y sólo buscan procrear" (Platón, Fedro, 250 E).

86.3. A los impíos, como dice el Apóstol: "Dios los entregó a pasiones vergonzosas; puesto que sus mujeres, por una parte, trocaron el uso natural por otro contra naturaleza. Asimismo, los varones, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en el deseo mutuo, perpetrando infamias varones con varones la infamia, y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío" (Rm 1,26-27).

El ser humano es la morada del Dios viviente

87.1. De manera que ni a los animales más lascivos ha permitido la naturaleza fecundar a través del conducto de la evacuación. Porque la orina tiene su alojamiento propio en la vejiga; el alimento fermentado, en los intestinos; las lágrimas, en los ojos; la sangre, en las venas; el cerumen, en los oídos, y las mucosidades, en la nariz; y el ano, por donde se expulsan los excrementos, no está separado del extremo del recto.

87.2. No obstante, la hábil naturaleza ha concebido sólo para las hienas este pequeño órgano suplementario para las cópulas suplementarias. De ahí que dicho órgano sea lo suficientemente cóncavo como para que pueda penetrar el órgano excitado; sin embargo, por el otro extremo está obstruido, porque no ha sido creado para procrear.

87.3. Por consiguiente, es evidente que nosotros, de común acuerdo, debemos rehusar las relaciones contra la naturaleza: las cópulas estériles, la pederastia y las uniones entre afeminados, y seguir a la naturaleza misma en lo que prohíbe, debido a la disposición que ha dado a los órganos, puesto que ha otorgado al hombre su virilidad, no para la recepción del semen, sino para que lo emita.

87.4. Cuando Jeremías exclama, es decir, el Espíritu Santo por boca de él: "Mi casa se ha convertido en una cueva de hiena" (Jr 12,9; 7,11), dejando traslucir con ello su pavor ante los que se alimentan de cadáveres, expresa con una sabia alegoría su aversión por la idolatría. Es necesario que la morada de Dios viviente esté realmente limpia de todo ídolo.

La prohibición de comer liebre

88.1. Moisés prohíbe también, como lo hemos visto (cf. Lv 11,5), comer liebre; la liebre copula en todas las estaciones, y cuando la hembra se agazapa cerca del macho, la cubre viniendo por detrás. La hembra concibe y pare cada mes; y, antes del parto, vuelve a quedarse preñada. Una vez cubierta queda embarazada; y luego, tan pronto como ha parido, se deja cubrir por cualquier macho, ya que no tiene bastante con una sola cópula. Y, de nuevo, concibe, mientras está amamantando: tiene una matriz bifurcada.

88.2. No es tan sólo que la parte vacía de la matriz la estimule a la cópula -porque todo lo vacío desea ser rellenado-, sino que, cuando está preñada, uno de las das partes de la matriz está dominada por el deseo y fuertemente excitada. De ahí que quede doblemente embarazada.

88.3. Así, entonces, esta enigmática prohibición nos aconseja de abstenernos de deseos fogosos, de coitos continuos, de cópulas con mujeres encintas, de la homosexualidad, de la pederastia, de la fornicación y de la lascivia.

Moisés y Platón condenan el libertinaje

89.1. Abiertamente, no de forma velada, Moisés ha establecido estas prohibiciones: "No fornicarás, no cometerás adulterio, ni practicarás la pederastia" (cf. Ex 20,14; Dt 5,18). Esta disposición del Verbo debemos observarla con todas nuestras fuerzas, y no podemos infringir la ley bajo ningún concepto, ni atemperar mandamientos.

89.2. Los malos deseos reciben el nombre de "arrebato" (o: ímpetu, violencia, exceso; ybris o hybris); y al caballo de la concupiscencia Platón lo ha denominado "arrebatado" (o: violento; ybristés o hybristés, cf. Platón, Fedro, 238 A), porque había leído (en la Escritura): "Se han convertido, a mis ojos, en potros en celo" (Jr 5,8). Y en cuanto al castigo reservado al "arrebato", ya se lo darán a conocer los ángeles que fueron a Sodoma (cf. Gn 19,1 ss.).

89.3. Junto con la ciudad, han abrasado a quienes intentaban entre ellos actos deshonrosos, sirviendo ello de ejemplo palmario de que el fuego es el fruto cosechado por el libertinaje (cf. Gn 19,1-25). Porque las desgracias sufridas por los antiguos, como ya hemos indicado (I,2,1; I,58,3), han sido descritas (o: escritas) para advertencia nuestra, con el fin de no vernos implicados en las mismas faltas, y para que evitemos caer en semejantes peligros.

Los excesos chocan contra lo que nos prescribe la naturaleza

90.1. A los niños se les debe considerar como hijos, y a las mujeres de otros como hijas propias. Hay que dominar los placeres y ser dueño del alto y bajo vientre: es lo más importante.

90.2. Porque si, como dicen los estoicos (cf. Crisipo, Fragmenta moralia, 730; Epícteto, Fragmentos, 15), la razón recomienda al sabio no mover el dedo al azar, ¿cómo no van a estar obligados a dominar el órgano de las relaciones sexuales los que persiguen la sabiduría? Me parece que si este órgano recibe el nombre de "parte pudenda" (aidoion), es sobre todo porque debe hacerse uso de esta parte del cuerpo, más que otra, con pudor.

90.3. La naturaleza, como para los alimentos, nos recomienda un comportamiento oportuno, útil y decente aún en las uniones legítimas, y nos recomienda desear la procreación.

90.4. Pero quienes persiguen los excesos chocan contra lo prescrito por la naturaleza, perjudicándose a sí mismos con uniones ilegítimas. No es razonable tener relaciones carnales con adolescentes como si fueran mujeres. Por esa razón, el filósofo, siguiendo en esto a Moisés, exclama: "No se eche las simiente entre las piedras y las rocas, porque jamás enraizará, ni encontrará la fecundidad para concebir un ser de su misma naturaleza" (Platón, Las Leyes, VIII,838 E; cf. 836 C).

Quienes creen en el Verbo participan en la obra creadora de Dios

91.1. En todo caso, son clarísimas las prescripciones que el Verbo, por medio de Moisés, nos da a conocer: "No yacerás con varón como se cohabita con mujer; es cosa execrable" (Lv 18,22). Y añade que "hay que abstenerse de sembrar en campo femenino, sea el que fuere" (Platón, Las Leyes, VIII,839 A), a excepción del que nos pertenece; el gran Platón, recogiéndolo de las divinas Escrituras, nos lo aconseja, haciendo de este texto una ley: "No cohabitarás con la mujer de tu prójimo; te contaminarías con ella" (Lv 18,20).

91.2. "Las simientes recibidas por las concubinas dan frutos ilegítimos y bastardos" (Platón, Las Leyes, VIII,841 D); no siembres donde "no querrías ver crecer lo sembrado" (Platón, Las Leyes, 839 A); y "no toques a ninguna mujer que no sea la tuya" (Platón, Las Leyes, 841 D); sólo de ella es justo cosechar los placeres carnales con vistas a una legítima descendencia. Porque sólo esto es lícito a los ojos del Verbo. Nosotros, que somos partícipes de de la obra creadora de Dios, no arrojemos la simiente en cualquier parte, ni la envilezcamos, ni sembremos legumbres difíciles de cocer (cf. Platón, Las Leyes, VIII,853 D).

Las prescripciones dadas por Moisés

92.1. El mismo Moisés prohíbe incluso a los maridos acercarse a sus mujeres, si ellas se hallan en la menstruación (cf. Lv 18,19). Porque no es razonable manchar con la impureza del cuerpo la parte más fecunda de la simiente, que en poco tiempo puede convertirse en un ser humano; ni tampoco, con el impuro flujo de la materia, el germen de un feliz nacimiento, porque quedaría privado de los surcos de la matriz.

92.2. No nos ha dejado ningún ejemplo de algún antiguo hebreo que se uniese a su propia mujer encinta; porque el mero placer, aún experimentado en matrimonio, es contrario a la ley, a la justicia y a la razón.

92.3. Por el contrario, Moisés prohibió que los hombres se uniesen a sus mujeres encintas, hasta que hubiesen dado a luz. De hecho, la matriz, ubicada debajo de la vejiga y por encima del intestino llamado recto, extiende su cuello por la cavidad situada entre ambos; y el orificio del cuello, por donde penetra el semen, se cierra, cuando está lleno, y de nuevo se vacía, liberada ya por el parto; y es cuando ha dado el fruto que de nuevo recibe el semen. No debemos avergonzarnos, cuando se persigue la utilidad del auditorio, por nombrar los órganos de la gestación, de cuya creación no se ha avergonzado Dios.

Llenar nuestra vida con buenas obras

93.1. Así, entonces, la matriz, deseosa de procrear hijos, recibe el semen, acto que niega cualquier objeción censurable acerca del coito. Luego, después de la fecundación, al cerrarse el orificio, excluye ya todo movimiento lascivo. Sus deseos que hasta este momento se orientaban hacia los abrazos amorosos, cambian de sentido, y al ocuparse de procrear hijos, colaboran con el Creador.

93.2. No es lícito causar molestias a la naturaleza en acción con superfluas intervenciones, que desembocan en un exceso (hybris). En efecto, éste tiene varios nombres y se presenta bajo diversas formas: se denomina libertinaje (o: lascivia), cuando se ejerce en forma de desorden sexual, nombre que indica un mal mundano, vulgar, impuro, relacionado con los coitos; y, cuando dichos desórdenes aumentan, se origina un considerable número de enfermedades: la intemperancia, la pasión por el vino, la pasión por las mujeres; y, especialmente, el gusto por el libertinaje y toda clase de placeres, y sobre esto domina un tirano: el deseo.

93.3. Estas pasiones tienen hermanas que se multiplican hasta el infinito y constituyen ese conjunto que se llama conducta licenciosa. Dice la Escritura: "Están preparadas para los licenciosos los látigos, y los castigos para las espaldas de los necios" (Pr 19,29); con la expresión "las espaldas de los necios" se refiere a la impetuosidad de la vida licenciosa y a su fuerte persistencia. De ahí que añada: "Aparta de tus esclavos las vanas esperanzas, y retira de mí los deseos indecorosos; para que no se apoderen de mí los deseos del vientre y del sexo" (Si 23,5-6).

93.4. Es necesario, por tanto, rechazar lejos la multiforme maldad de los insidiosos; porque ni en el saco de Crates (= la secta de los Cínicos), ni en nuestra ciudad "entra el loco parásito, ni el licencioso glotón, que se deleita con su bajo vientre, ni la falaz prostituta" (Crates, Fragmentos, 4), ni ninguna otra bestia de placer semejante. Nuestro saber es colmar toda nuestra vida de buenas acciones.

¿Hay que contraer matrimonio?

94.1. En conclusión: el problema suscitado en torno a la cuestión de si hay que contraer matrimonio, o hay que abstenerse totalmente de él -una cuestión digna de atención, sin duda- ya lo hemos visto en nuestro escrito "Sobre la continencia" (obras perdida). Ahora bien, si nos hemos visto en la necesidad de estudiar la cuestión de si hay que casarse, ¿cómo se nos puede recomendar usar, como lo hacemos en la comida, siempre de las relaciones sexuales, como algo necesario?

94.2. Es fácil ver cómo, después de esas relaciones, los nervios como las urdimbres, se desgarran y se rompen por la tensión que comporta; además, la unión sexual esparce una tiniebla sobre los sentidos y abate también la energía.

94.3. Fenómeno este que se evidencia en los animales irracionales y en los cuerpos de los que practican deporte; entre éstos, los que se abstienen son los que aventajan a sus adversarios en las competiciones atléticas (cf. 1 Co 9,25); y a los animales irracionales no se les puede hacer caminar después del coito, como no sea tirando de ellos con todas las fuerzas; arrastrándolos, por así decirlo, porque se han quedado privados de fuerza y vigor. El sofista de Abdera llamaba a la unión sexual "una pequeña epilepsia" (Demócrito, Fragmentos, 863), considerándola un mal incurable.

94.4. ¿No conlleva un debilitamiento proporcional a la importancia de la pérdida seminal? "Porque el hombre, del hombre nace y es arrancado" (Demócrito, Fragmentos, 863). Considera el alcance del perjuicio: un hombre entero es arrancado en el transcurso de la pérdida seminal producida por la unión sexual. Y (la Escritura) dice: "He aquí que esto es hueso de mis huesos, y carne de mi carne" (Gn 3,23). El hombre, cuando vacía el semen pierde tanta sustancia cuanta se ve en el cuerpo (de un hombre), porque lo que ha expulsado es el comienzo de la generación. Por lo demás, esta efervescencia de la materia perturba y trastorna la armonía del cuerpo.

El matrimonio tiende a la procreación de los hijos

95.1. Realmente fue muy educado aquel que, a la pregunta de cuáles eran las sensaciones que experimentaba en los placeres venéreos, respondió: "Calla, por favor, hombre. En verdad me liberé de ellos con la mayor alegría, como quien se libera de un amo furioso y cruel" (Platón, La República, I,329 C).

95.2. No obstante, el matrimonio debe aceptarse y ser colocado en su justo lugar; es deseo del Señor que la humanidad se multiplique (cf. Gn 1,28), pero no dice: "Sean impúdicos", ni tampoco quiere que nos entreguemos a los placeres, como si hubiésemos nacido para la unión sexual. Que nos llenen de confusión las palabras que el Pedagogo pone en boca de Ezequiel: "¡Circuncídense de su fornicación!" (cf. Ez 16,41; Jr 4,4). Incluso los animales irracionales tienen un período de tiempo establecido para la fecundación.

95.3. Pero, unirse sin buscar la procreación de hijos es un verdadero ultraje a la naturaleza, a la cual debemos designar como maestra, y observar los sabios preceptos de su pedagogía para el tiempo oportuno de la unión; quiero decir el tiempo establecido para la vejez y para la juventud -a ésta no se le permite aún el matrimonio; a aquélla no se lo permite ya- que no siempre pueden contraer nupcias. El matrimonio tiende a la procreación de hijos, no a evacuar el semen desordenadamente, acto contrario a la ley y a la razón.

Capítulo X: Algunas consideraciones sobre la procreación (continuación)

Normas para la vida conyugal

96.1. Nuestra vida toda puede seguir su curso según los dictámenes de la naturaleza, si dominamos nuestros deseos desde un principio y si no damos muerte, mediante malas artes, a la progenie humana, nacida según los planes de la divina providencia. Porque esas mujeres que, en su afán de ocultar su fornicación, usan fármacos abortivos, que expulsan una materia totalmente muerta, abortan con el feto sus sentimientos humanos.

96.2. Con todo, a quienes les está permitido el matrimonio, les es necesario un Pedagogo: para que no realicen los ritos misteriosos de la naturaleza durante el día; tampoco deben unirse sexualmente, por ejemplo, a la salida de la iglesia o del ágora; ni desde la aurora, como los gallos; ni a la hora misma del rezo, ni de la lectura, ni a la hora de realizar cualquier tipo de actividad útil durante el día. Por la tarde es conveniente reposar después de la comida y de la acción de gracias por todos los bienes recibidos.

La castidad matrimonial

97.1. La naturaleza no da siempre ocasión para realizar la unión conyugal; por otra parte, la unión es tanto más deseada cuanto más diferida. Tampoco las sombras de la noche deben servirnos de excusa para cometer acciones desenfrenadas, sino que debemos poner (lit.: encerrar) en nuestra alma el sentimiento del pudor, cual luz de la razón.

97.2. En nada nos diferenciamos de Penélope, si durante el día tejemos unos principios de moderación, y de noche los deshacemos, cuando nos acostamos. Porque si se debe practicar la dignidad, como en realidad debe ser, mucho más debemos mostrarla con nuestra esposa, evitando las uniones inconvenientes; y la mejor prueba de que se vive la castidad con los vecinos, es vivirla en la propia casa.

97.3. Porque no, no es posible ser considerado casto por la esposa, a la que no se le da el testimonio de castidad con ocasión de esos ardientes placeres. Un afecto que confiesa cimentarse en el terreno resbaladizo de la unión sexual florece poco tiempo y envejece con el cuerpo; a veces, incluso llega a envejecer antes, cuando el deseo carnal se ha marchitado, y cuando los placeres de las prostitutas han ultrajado la castidad matrimonial. En efecto, los corazones de los amantes son volubles, el encanto se disipa con las penas; y, a menudo, el amor se cambia en odio, cuando el hartazgo es objeto de censura.

Textos de las Sagradas Escrituras

98.1. No debemos hacer mención siquiera de expresiones licenciosas, ni tampoco actitudes inconvenientes, ni los besos de las prostitutas y demás actos libertinos por el estilo; obedezcamos, mejor, al bienaventurado Apóstol, que nos dice expresamente: "La fornicación y toda impureza o avaricia ni se nombren entre ustedes, como conviene a los santos" (Ef 5,3).

98.2. Alguien dijo, al parecer rectamente: "La relación sexual no reporta a nadie ventaja alguna; ¡dichosa, si no perjudicial!" (Epicuro, Fragmentos, 62). Porque incluso la que es permitida por la ley es peligrosa, si no tiende a la procreación. De la que es ilegítima afirma la Escritura: "La mujer meretriz es un desecho; una mujer casada será una torre de perdición para quienes usen de ella" (Si 26,22).

98.3. Con un jabalí o un cerdo comparó el autor la pasión lasciva, y ha manifestado que el adulterio con una prostituta protegida significa la muerte (= comete un pecado). Una casa, una ciudad, sede de actos desenfrenados, uno de los poetas de ustedes la condena, cuando escribe:

99.1. "En ti se dan los adulterios y la unión ilícita con los jóvenes, ciudad afeminada, injusta, maldita, desdichada entre todas" (Oráculos Sibilinos, V,166-167).

99.2. Por el contrario, admira a los castos: "Que no tienen naturalmente deseo vergonzoso por lecho ajeno, ni impetuosidad odiosa y lamentable hacia un varón" (Oráculos Sibilinos, IV,33-34), porque es contra la naturaleza. Muchos consideran vida regalada sus propios pecados; otros, más sensatos, reconocen que son pecados, pero son dominados por los placeres.

99.3. Las tinieblas les sirven de velo para sus pasiones; porque comete adulterio con su propia esposa quien la trata como una meretriz (cf. Sexto, Sentencias, 231), y no oye los clamores del Pedagogo: "El hombre que sube al su lecho y dice a su alma: "¿Quién me ve? A mi alrededor hay tinieblas; las paredes me ocultan, y nadie ve mis faltas; ¿por qué preocuparme?". El Altísimo, ciertamente, no lo tendrá en cuenta" (Si 23,18).

99.4. Muy digno de lástima es ese hombre, que sólo teme los ojos humanos y se imagina que pasará inadvertido a Dios. "No comprende -dice la Escritura- que los ojos del Señor Altísimo son diez mil veces más luminosos que el sol, porque escrutan todos los caminos de los hombres, y penetran hasta lo más oculto" (Si 23,19).

99.5. Razón por la cual el Pedagogo aún nos amenaza por boca de Isaías: "¡Ay de quienes traman sus planes en la oscuridad, y preguntan: "¿Quién nos ve?"" (Is 29,15). Porque quizá pasen inadvertidos a la luz sensible, pero es imposible que pasen inadvertidos a la luz espiritual o, como afirma Heráclito: "¿Cómo puede pasar uno inadvertido ante lo que no tiene ocaso?" (Heráclito, Fragmentos, 727).

99.6. Bajo ningún concepto tratemos de ocultarnos en las tinieblas, ya que la luz habita en nosotros; dice (la Escritura): "Y las tinieblas no lo recibieron" (Jn 1,5); al contrario, la noche ilumina los pensamientos castos. Y la Escritura ha denominado lámparas que jamás se extinguen a los pensamientos de los hombres buenos (cf. Mt 25,1-12; Sb 7,10).

Dignidad y pudor

100.1. Verdaderamente, querer que pase inadvertido lo que uno hace, implica una conciencia de culpabilidad, y todo el que comete un pecado es también injusto, no sólo con el prójimo, si comete adulterio, sino también consigo mismo, porque tiene conciencia de adúltero. Sea como sea, se hace peor y más miserable. El que comete una falta, en cuanto que la ha cometido, es peor en sí mismo y más digno de desprecio que antes; de todas maneras, algo se añade a él, además de su esclavitud al placer vergonzoso: el desorden moral. Por esa razón, el que fornica ha muerto para Dios; y como cadáver es abandonado por el Verbo y también por el Espíritu. Porque a lo que es santo, como es natural, le repugna ser manchado.

100.2. Siempre se ha permitido al puro el contacto con lo puro (cf. PLatón, Fedón, 67 B). No debemos, junto con nuestro vestido, despojarnos de nuestro pudor, puesto que jamás se le ha permitido al justo desnudarse de su castidad. Y he aquí que este cuerpo corruptible se revestirá de incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,23; 2 Co 5,2), cuando el insaciable deseo, que desemboca en la molicie, educado por el Pedagogo en la continencia, llegue a odiar la corrupción y conduzca al hombre hacia una eterna castidad.

100.3. "En este siglo toman mujer o marido" (Lc 20,34); y después de haber abandonado las obras de la carne (cf. 1 Co 6,13; Ga 5,19) y de haber revestido de incorruptibilidad nuestra carne purificada, podremos aspirar a lo que es propio de los ángeles (cf. Lc 20,34-36; Mt 22,30; Mc 12,25).

100.4. De ahí que, en el "Filebo" (en realidad en: La República, VIII,549 B), Platón, discípulo de la filosofía bárbara (= doctrina bíblica), tilde, un tanto misteriosamente, de ateos a los que corrompen y mancillan al Dios que habita en ellos, el Verbo, en tanto que pueden y por su familiaridad con las pasiones.

El hombre: templo de Dios

101.1. No deben vivir como mortales los que son santificados por Dios, ni tampoco, como afirma Pablo, hacer de los miembros de Cristo miembros de una prostituta, ni del templo de Dios, el templo de las pasiones vergonzosas (1 Co 6,15 y 19).

101.2. Acuérdense de los veinticuatro mil hombres que fueron rechazados por su fornicación (cf. Nm 25,9); el tratamiento infligido a los que fornicaron son, como ya antes dije (I,2,1; II,89,3), "tipos" (o: figuras; 1 Co 10,6), que sirven de lección a nuestros deseos sensuales. Y el Pedagogo nos lo advierte muy claramente: "No vayas detrás de tus deseos carnales, y refrena tus impulsos" (Si 18,30).

101.3. "El vino y las mujeres ofuscan a los hombres sensatos, y quien se una con las prostitutas se volverá más desvergonzado; los gusanos y la putrefacción lo recibirán en herencia, y será aniquilado, para dar un ejemplo impresionante" (Si 19,2-3). Y (la Escritura) añade aún -porque no se cansa de ayudarnos-: "Quien resiste el placer, corona su propia vida" (Si 19,5).

Capítulo X: Algunas consideraciones sobre la procreación (continuación)

Conclusión del discurso sobre la moral sexual. Sobre el lujo en la vestimenta

102.1. No tenemos derecho a abandonarnos a la los placeres amorosos, ni a permanecer estúpidamente a la espera de los deseos sensuales, ni dejarse afectar desmesuradamente por los apetitos irracionales, ni, en fin, desear la impureza. Sólo le está permitido al hombre casado verter la simiente, como a un labrador, en el tiempo y lugar oportunos, para que pueda ser recibida (convenientemente).

102.2. Para la otra forma de incontinencia hay un excelente medicamento: la razón; también presta una eficaz ayuda el evitar la saciedad, que inflama los deseos sensuales y los hace saltar alrededor de los placeres. No debemos pretender vestidos suntuosos, ni alimentos refinados.

102.3. El Señor divide sus consejos en tres categorías: los relativos al alma, los relativos al cuerpo y, en tercer lugar, los que se refieren a los bienes exteriores; y nos aconseja procurarnos los bienes exteriores por causa del cuerpo, y que gobernemos el cuerpo por el alma, y da al alma esta lección de su pedagogía: "No se preocupen por su alma (= vida), pensando qué comerán, ni por el cuerpo, con qué se vestirán. Porque el alma es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Mt 6,25; Lc 12,22-23).

102.4. Y a su enseñanza añade este luminoso ejemplo: "Consideren los cuervos, que ni siembran ni siegan, que no tienen despensa ni granero, y Dios los sustenta. ¿No valen ustedes más que las aves!" (Lc 12,24).

102.5. Esto por lo que atañe a la comida; pero también de forma análoga, a propósito del vestido, que se clasifica en la tercera categoría, la de los bienes exteriores, hace esta recomendación: "Consideren los lirios, cómo no tejen ni hilan; y yo les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos" (Lc 12,27; cf. Mt 6,28-29). Porque el rey Salomón se vanagloriaba mucho de sus riquezas.

El cristiano debe confiar en providencia divina

103.1. ¿Qué hay más gracioso y hermoso que las flores? ¿Qué hay más agradable que los lirios o las rosas? "Y si la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al fuego, Dios la viste así, ¡cuánto más a ustedes, (hombres) de poca fe! No anden, entonces, preocupados por qué comerán o qué beberán" (Lc 12,28-29; cf. Mt 6,30-31).

103.2. Ha suprimido todo lujo en la comida, mediante la partícula "qué", porque eso es lo que viene a significar este pasaje de la Escritura: "No os preocupen por qué comerán o qué beberán". Preocuparse por estas menudencias denota avidez y sensualidad; en cambio, "comer", a secas, responde a una necesidad o, como hemos dicho, a la satisfacción de una necesidad. Contrariamente, el "qué" denuncia lo superfluo, y la Escritura declara abiertamente que lo superfluo proviene del diablo (cf. Mt 5,37).

103.3. Y la expresión que añade a esto aclara la comprensión: "No busquen qué comerán o qué beberán"; y prosigue: "No estén inquietos" (Lc 12,29). Lo que inquieta y aleja de la verdad es la ostentación y sensualidad, dado que el placer sensible, preocupado por lo superfluo, nos separa de la verdad.

103.4. Por eso muy bien ha dicho (el Señor): "Porque todas estas cosas los gentiles las buscan con afán" (Lc 12,30; Mt 6,32-33). Los paganos son los indisciplinados e insensatos. Pero, ¿qué quiere decir con "todas estas cosas"? La sensualidad, el placer, los condimentos exquisitos, la glotonería y la gula. He aquí el "qué (comerán)".

103.5. Respecto a la necesidad de la comida simple, sólida y líquida, dice: "El Padre de ustedes sabe la que necesitan" (Lc 12,30). Si, en una palabra, el deseo de buscar es algo connatural en nosotros, no malgastemos ese espíritu de búsqueda en la sensualidad; orientémoslo hacia la búsqueda de la verdad. "Busque, dice Él, el reino de Dios, y el alimento se les dará por añadidura" (Lc 12,31).

Vanidad de los adornos y los maquillajes

104.1. Si suprime toda preocupación por el vestir, por la comida y por lo puramente superfluo, por no considerarlo necesario, ¿cuál creemos que será su opinión acerca de la coquetería, del tinte de las lanas, del lujo en los colores, del refinamiento de las piedras preciosas y del oro trabajado; de las pelucas y de los cabellos rizados? ¿Y del maquillaje de los ojos, de las depilaciones y de los cosméticos, del blanco de albayalde, del tinte del cabello y de todos esos artilugios que sirven para engañar?

104.2. ¿No es para sospechar que lo que antes ha manifestado a propósito de la hierba, se refería también a estos amantes de los adornos, que tan lejos están del verdadero ornamento?

104.3. "Porque el mundo es un campo de cultivo" (Mt 13,38), y nosotros somos el césped, nosotros que recibimos ese rocío que es la gracia de Dios, y cortados, brotamos de nuevo (cf. Ex 1,7), como se verá más detalladamente en el tratado "Sobre la Resurrección" (obra perdida; cf. I,47,1). La hierba representa alegóricamente el vulgo, familiarizado con el placer efímero cuya flor brota por poco tiempo (cf. Sal 89,5-6), amante de los adornos, de la vanagloria y de todo lo que no sea ser amigo de la verdad, y que no sirve más que para ser lanzada a la hoguera (cf. Mt 13,24-30).

Peligros de los refinamientos exagerados

105.1. Tenemos del Señor el siguiente relato: "Había un hombre muy rico, que vestía púrpura y lino fino, y que banqueteaba cada día espléndidamente" (Lc 16,19). Ésta era la hierba. "Por el contrario, un pobre, Lázaro de nombre, estaba tendido junto a la puerta del rico, cubierto de úlceras y deseando hartarse de lo que caía de la mesa del rico" (Lc 16,20). Éste era el césped. Ahora bien, el primero, el rico, fue castigado en el infierno, a compartir el fuego, mientras que el segundo florecía junto al regazo del Padre.

105.2. Admiro la ciudad antigua de los lacedemonios (= espartanos): sólo permitía a las cortesanas (hetairas) llevar vestidos bordados y un adorno de oro; y prohibió a las mujeres honestas desear tales adornos, por el hecho de que sólo se permitía adornarse a las que se prostituían.

105.3. Por el contrario, en Atenas, los aristócratas perseguían una vida ciudadana distinguida, olvidando las costumbres viriles, llevaban adornos de oro y lucían largas túnicas; sobre su cabeza colocaban un penacho -una especie de trenza-, y se sujetaban los cabellos con cigarras de oro, mostrando por su mal gusto de afeminados, que eran hijos de la tierra.

105.4. La afectación de estos magistrados (o: aristócratas) se difundió entre los demás jonios, a los que Homero, tildándolos de afeminados, llama "los de rozagantes peplos" (Homero, Ilíada, VI,442; VII,297; XXII,105).

Función específica de la vestimenta

106.1. Quienes dirigen sus miradas hacia los adornos, como imagen de la Belleza, pero no la Belleza en sí, los que son idólatras bajo la cubierta de nombre brillante, debemos echarlos de la casa (o: ciudad) de la verdad, porque sueñan con la realidad de la Belleza, siguiendo su opinión personal, y no por el camino de la ciencia.

106.2. Para éstos, la vida es un sueño profundo de ignorancia, del que debemos despertar, y esforzarnos en lo que realmente es bello y que responde a un orden, y desear ardientemente obtenerlo, abandonando lo mundano, antes de entrar definitivamente en el sueño (cf. Platón, La República, VII,534 C).

106.3. Así, por tanto, sostengo que el hombre no necesita tejidos, como no sea para proteger su cuerpo y defenderse del rigor del frío y de la intensidad del calor, para que no nos perjudique el desequilibrio de la temperatura ambiental que nos circunda.

106.4. Si ésa es la finalidad del vestido, ya puedes ver que no hay por qué asignar un vestido para el hombre y otro para la mujer, puesto que es común para ambos la necesidad de proteger su cuerpo, así como la de comer y beber.

La vestimenta de las mujeres

107.1. De manera que, si la necesidad (natural) es común a ambos, creemos razonable usar un mismo tipo de ropaje (o: una misma disposición de vestimenta). Dado que lo que deben cubrirse es lo mismo, así también convendrá que lo que los cubre sea semejante. Pero si es necesario (introducir una diferencia), que sea un tipo de vestido que oculte lo que no deben ver los ojos de las mujeres.

107.2. Si resulta que el sexo femenino tiene más exigencias, a causa de su debilidad, es censurable el género de mala vida, por la que buen número de varones, por una mala educación, han llegado a ser más femeninos que las mujeres. Y no hay por qué bajar de tono en este asunto.

107.3. Ahora bien, si es necesario hacer alguna concesión, debe permitírseles a las mujeres que utilicen tejidos más suaves, siempre que prescindan de los pequeños adornos sin sentido, las superfluas trenzas en los tejidos, y dejen a un lado el hilo de oro, las sedas de la India y los sofisticados vestidos de seda.

107.4. En primer lugar nace un gusano; luego, de él se origina una oruga velluda, tras la que, por tercera metamorfosis, nace una larva, a la que le dan el nombre de crisálida, que produce una urdimbre (lit.: telaraña), como el hilo de la araña.

107.5. Este raro tejido transparente delata un temperamento sin vigor; prostituyendo bajo una tenue capa la vergüenza del cuerpo. Además, no es un propiamente un vestido, porque no es capaz de cubrir la silueta de la desnudez. En efecto, un vestido de este tipo, al caer sobre el cuerpo con ondulante suavidad, se modela adaptándose a la figura del cuerpo, y se amolda a la silueta de la mujer hasta tal punto que, sin mostrarla directamente, hace evidente la estructura de su cuerpo.

Vanidad de los vestidos teñidos

108.1. Debemos rechazar también las tinturas de los vestidos, por estar alejados de la utilidad y la verdad; además, hacen nacer sospechas sobre la conducta. Sin lugar a dudas, no es útil su empleo: no está acondicionado para el frío y, por lo que se refiere a la protección, carece de toda ventaja sobre los demás vestidos, como no sea la del escándalo. La seducción de los colores fatiga los ojos curiosos, originándoles una oftalmía irracional. Es necesario que los que son puros, y no están interiormente pervertidos, usen vestidos blancos sin adorno alguno.

108.2. Es bien claro y límpido el mensaje del profeta Daniel: "Se pusieron unos tronos, dice, y un anciano se sentó; su vestidura era blanca como la nieve" (Dn 7,9).

108.3. Con un vestido parecido al del Señor cuando lo contempla en una visión (cf. Mt 17,2). Dice el Apocalipsis: "Vi al pie del altar las almas de los que habían dado testimonio, y se le dio a cada uno una vestidura blanca" (Ap 6,9. 11).

108.4. Y si fuera necesario buscar otro color, basta con el tinte natural, el de la verdad. En cambio, los vestidos que se asemejan a las flores hay que reservarlos para los que pierden su tiempo en bacanales e iniciaciones. Y, además, nos dice el poeta cómico: "La púrpura y la vajilla de plata son útiles para los trágicos, pero no para la vida ordinaria" (Filemón, Fragmentos, 105,2); es necesario que nuestra vida sea mucho más que un baile de comparsas.

108.5. El color de Sardes (=color púrpura), el verde intenso, el verde pálido, el rosa y el rojo escarlata, así como mil y una variedades más del tinte han sido inventados para la depravada vida del placer.

Los cristianos no deben gloriarse por la cualidad de sus vestimentas

109.1. Estas vestimentas han sido inventadas para recreo de la vista, no para la protección del cuerpo. Los tejidos bordados en oro, los tintes de púrpura, los adornos con motivos animales -expuestos al viento son de gracia exquisita-; el tejido de color de azafrán perfumado; los mantos ricos y abigarrados, ornados de pieles preciosas, con relieves de animales vivos, tejidos de púrpura; todo esto tenemos que mandarlo a paseo, junto con su afiligranado arte.

109.2. "¿Qué podremos hacer de bueno o de provechoso las mujeres, que estamos sentadas, dice la comedia, ataviadas como flores, con mantos azafranados vestidas, y embellecidas?" (Filemón, Lysístrata, 42-44).

109.3. Con términos precisos nos exhorta el Pedagogo: "No te gloríes del manto que te envuelve, ni te engrías en una gloria que es transitoria" (Si 11,4). Burlándose de los que visten ropas delicadas, dice en el Evangelio: "Miren, los que visten espléndidamente y viven en el lujo, están en los palacios reales" (Lc 7,25). Se refiere a los palacios terrestres y perecederos, donde se encuentran la presunción, la ambición de gloria, la adulación y el engaño. Por el contrario, los que sirven en la corte celestial, junto al rey del universo, conservan en la santidad el vestido incorruptible del alma -la carne- y por eso se revisten de la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,53-54; 2 Co 5,2).

109.4. Así como, sin duda, la mujer soltera dedica su tiempo sólo a Dios, sin que su preocupación se diversifique; la mujer casada, al menos la casta, reparte su vida entre Dios y su esposo (cf. 1 Co 7,34); y de no ser así, llega a ser toda ella del marido, es decir, de la pasión; así también, creo yo, la casta esposa, consagrando su tiempo al marido, honra sinceramente a Dios; en cambio, si ama las joyas, se separa de Dios y del casto matrimonio, trocando a su esposo por las joyas, como la hetaira argiva, me refiero a Erifile (Eriphyle): "Que aceptó el precio de su amado esposo en oro" (Homero, Odisea, XI,327).

El seguimiento de Cristo exige un compromiso total

110.1. Por esa razón yo apruebo al sofista de Keos (= Pródico?), cuando describe las figuras, semejantes y paralelas, de la virtud y del vicio. A una, la virtud, la representa en una actitud modesta, con un vestido blanco y limpio; con el pudor como único adorno -así debe ser la fidelidad, virtuosa por su pudor-; a la otra, el vicio, por el contrario, la presenta envuelta con ropaje sobrecargado, reluciente de un color que no le es propio. Sus movimientos y ademanes tienden únicamente a la seducción, y se exhibe como modelo para las mujeres lujuriosas.

110.2. El que sigue al Verbo no se vinculará con ningún placer vergonzoso. Y es que en materia de vestidos, debe prevalecer la utilidad. Cuando el Verbo, en el Salmo cantado por David, dice del Señor: "Hijas de reyes se regocijan en tu honor; a tu diestra está la reina ataviada con un vestido con incrustaciones y franjas de oro" (Sal 44,9-10. 14), no es para patentizar el delicado lujo en el vestido, sino para mostrar el adorno de la Iglesia: el incorrupto tejido de la fe de quienes han obtenido misericordia; porque en la Iglesia está Jesús, en quien no hay engaño (cf. 1 P 2,22; Is 53,9), y que "brilla como el oro" (Píndaro, Olympia, 1,1), y los elegidos son las franjas de oro.

El cristiano debe dejarse conducir por el Verbo

111.1. Si debemos atemperar un tanto nuestro rigor, por lo que se refiere a las mujeres, permitiéndoles usar un vestido liso y suave al tacto, pero sin adornos de flores, como se hace en los cuadros, para regocijo de la vista. Además, con el tiempo, el dibujo desaparece, porque los lavados y los líquidos corrosivos de las tinturas, estropean las lanas de los vestidos y los deterioran; lo cual no conviene a una buena economía.

111.2. El mayor signo de falta total de gusto está en ocuparse apasionadamente de las mantos, de las túnicas de lana, de los abrigos y de las túnicas pequeñas, y, como dice Homero, "de todo lo que recubre el sexo" (Ilíada, II,262). Enrojezco de vergüenza ciertamente al ver tantas riquezas gastadas para cubrir las partes pudendas.

111.3. El primer hombre, en el paraíso, cubría sus vergüenzas con ramas y hojas (cf. Gn 3,7); pero ahora, puesto que las ovejas han sido creadas para nosotros, no nos comportemos neciamente como ellas; conducidos por el Verbo, rehusemos el lujo en los vestidos, afirmando: No son sino pelos de ovejas (cf. Luciano, Demonax, 41). Y, aunque se vanagloríe Mileto, aunque Italia se ufane, o aunque la vellosidad se conserve bajo las pieles, por las que muchos enloquecen, nosotros, al menos, debemos hacer caso omiso de todo esto.

El ejemplo de Juan Bautista y los profetas

112.1. El bienaventurado Juan, despreciando la piel de las ovejas, puesto que olían a lujo, prefirió la piel de camello, y se revistió de ella, como ejemplo de vida simple y auténtica. Y comía miel y langostas (Mt 3,4; Mc 1,6), manjar dulce y espiritual, preparando sin orgullo y en la castidad los caminos del Señor.

112.2. ¿Cómo podría lucir un fino manto de púrpura, quien había desechado la ostentación de la ciudad y había abrazado por Dios la vida apacible de la soledad en el desierto [aquí hay una laguna en el texto griego], lejos de toda vana búsqueda (lit.: búsqueda de futilidades), de la indiferencia moral (lit.: ignorancia del bien), de la mezquindad?

112.3. Elías usaba por vestido una piel de oveja y se la ceñía con un cinturón de pelos (cf. 1 R 19,13. 19; 2 R 1,8). Isaías, ese otro profeta, estaba "desnudo y sin calzado" (Is 20,2), y, a menudo, se envolvía en cilicio, vestimenta de la humildad.

La belleza de una buena conducta

113.1. Y si llamas a Jeremías, éste llevaba sólo un ceñidor de lino (cf. Jr 13,1). Y, así como los cuerpos bien alimentados, cuando están desnudos, muestran mejor su fuerza y su vigor, así también la belleza de una buena conducta mejor la grandeza (del alma), si no la envuelve la grosera charlatanería.

113.2. Arrastrar los vestidos dejándolos caer hasta el extremo de los pies, es pura ostentación, puesto que se dificulta así el caminar, y el vestido va arrastrando, cual una escoba, las esparcidas por tierra. Incluso ni esos bailarines degenerados, que pasean a lo largo y a lo ancho del escenario su silenciosa condición de afeminados, permiten que sus vestidos lleguen a tal extremo de arrogancia. Sin embargo, su ajuar bien cuidado, las colgaduras de las franjas, el refinado ritmo de sus gestos, muestran su inclinación hacia elegancia refinada.

113.3. Y si alguno trae a colación el manto del Señor (cf. Jn 19,23; Ap 1,13), debo decir que esta túnica estampada muestra las flores de la sabiduría, las variadas e inmarcesibles Escrituras, las palabras del Señor, que brillan con los resplandores de la verdad.

113.4. Con un vestido de esta naturaleza le revistió el Espíritu al Señor, cuando dijo por boca de David en el Salmo: "Vestido estás de alabanza y de gloria, envolviéndote la luz, cual manto" (Sal 103,1-2).

La modestia femenina

114.1. En la confección de vestidos debemos, por ende, rehusar toda lo que sea indecoroso y evitar también toda desmesura en su uso. En efecto, no está bien que las muchachas jóvenes de Esparta lleven, según dicen, su vestido por encima de las rodillas, porque no es decoroso que la mujer descubra ciertas partes de su cuerpo.

114.2. Ciertamente, puede responderse honestamente a aquél que dice: "¡Qué brazo tan hermoso!", con esta frase cortés: "¡Pero no es un bien público!". Y a aquél otros que dice: "¡Qué piernas tan bonitas!", con estas palabras: "¡Pero pertenecen sólo a mi marido!"; y a aquél que dice: "¡Qué cara tan linda! ¡Pero es sólo de quien se ha casado conmigo!" (Plutarco, Morales, 142 D).

114.3. Yo quiero que las mujeres castas no den pie a este tipo de piropos a quienes, usando de ellos, persiguen fines censurables; además de estar prohibido descubrir el tobillo, está prescrito que se cubran la cabeza y se velen el rostro (cf. 1 Co 11,5. 10). Porque no es honesto que la hermosura corporal sea una trampa para capturar a los hombres.

114.4. No es razonable que una mujer lleve un gran velo de púrpura deseando atraer todas las miradas. ¡Ojalá se pudiera arrancar la púrpura de los vestidos, evitando con ello que los mirones se giraran para observar a las que la usan! Sin embargo, algunas suprimen la tela del vestido y lo tejen todo de púrpura, para inflamar los deseos descarados; y para ellas, que se agitan por esta púrpura licenciosa y estúpida, son sin duda las palabras del poeta: "La purpúrea muerte se apoderó de ellas" (Homero, Ilíada, V,83; XVI,334; XX,477).

La locura de vivir preocupados por las apariencias

115.1. Precisamente a causa de esa púrpura, Tiro, Sidón y la región limítrofe al mar de Laconia son muy envidiadas. Sus tintes son muy famosos, como lo son sus tintoreros, y sus conchas, cuya sangre produce la púrpura.

115.2. No sólo en los tejidos raros mezclan sus engañosos tintes estas mujeres falaces y estos hombres afeminados; como arrebatados por su excentricidad, no sólo se procuran finas telas de Egipto, sino también ciertos tejidos de la tierra de los hebreos o de los cilicios. Y no digo nada de los tejidos de Amorgos, y de los linos finos. El lujo ha sobrepasado al léxico.

115.3. Mi opinión es que la cobertura debe permitir apreciar que lo velado tiene más valor, como la estatua respecto al templo, el alma respecto al cuerpo, y el vestido respecto al cuerpo.

115.4. Pero es todo lo contrario: si el cuerpo de estas mujeres se pusiese a la venta, no se pagarían por él mil dracmas áticas; mientras que por un solo vestido que compran llegar a pagar diez mil talentos; lo cual evidencia que ellas son de inferior utilidad y que valen menos que sus trajes.

115.5. ¿Por qué, entonces, persiguen lo raro y lo costoso, en lugar de lo corriente y barato? Porque desconocen lo que es realmente hermoso y realmente bueno. Como los insensatos, buscan con mayor empeño las apariencias que la realidad, que es lo que también le sucede a los locos, que confunden lo blanco con lo negro.

Capítulo XI: Sobre el calzado

La función del calzado

116.1. En lo relativo al calzado, las mujeres vanidosas se comportan de manera semejante, mostrando una gran frivolidad. Son verdaderamente una vergüenza "las sandalias con flores bordadas en oro" (Cefisodoro, Fragmentos, 4); pero también les gusta llevar en la suela unos clavos en espiral; son muchas las que aplican sellos con motivos eróticos, para que, al andar, quede impreso sobre la tierra el signo de su condición de hetaira.

116.2. Hay que desterrar, por tanto, las sandalias con frívolos adornos de oro y de piedras preciosas, los zapatos de Ática o de Sición y los coturnos persas o etruscos; y proponiéndonos, como lo hace habitualmente nuestra doctrina de la verdad, una justa meta, debemos elegir lo que es conforme a la naturaleza. En consecuencia, la utilización de calzado debe justificarse para cubrir los pies o para protegerlos de los golpes y de la escabrosidad de los montes, preservando así la planta del pie.

Los cristianos deben optar por la sencillez en el calzado

117.1. Puede permitirse que las mujeres utilicen zapatos blancos, salvo en los viajes, en que deberán usar un modelo de calzado engrasado. Las que parten de viaje deben utilizar unos zapatos con clavos. Conviene que la mayor parte del tiempo calcen zapatos, porque no es conveniente mostrar desnudo el pie, habida cuenta que la mujer se desliza fácilmente hacia mal.

117.2. En cambio, conviene que el hombre vaya descalzo, salvo cuando se incorpora a una expedición militar. En efecto, el hecho de ir calzado linda mucho con el estar encadenado. Es, realmente, un excelente ejercicio marchar con los pies descalzos, tanto para la salud como para la agilidad, a excepción de cuando alguna necesidad lo impida.

117.3. Si no emprendemos ningún viaje, pero no soportamos andar con los pies descalzos, podemos usar unas sandalias o pantuflas. Los atenienses llaman a este tipo de calzado "konípodas" (lit.: "de pies polvorientos"), porque, según creo, los pies están en contacto con el polvo.

117.4. Como testimonio de sencillez en el calzado vemos a Juan, el cual no se consideraba digno de desatar -él mismo lo confiesa- la correa de las sandalias del Señor (cf. Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,27). No calzaba nada superfluo quien mostraba a los hebreos el modelo de la verdadera filosofía. Ahora bien, si esto encierra algún otro significado, ya se explicará en otro apartado (Stromata, V,55,1-2).

Capítulo XII: No hay que dejarse deslumbrar por las piedras preciosas, ni por los ornamentos de oro

La necedad de quienes se abalanzan sobre las piedras preciosas. El simbolismo de la perla

118.1. Es propio de chiquillos quedarse absorto ante las piedras preciosas, ya sean negras o verdes, ante los desechos del mar, que de despoja de sus miserias, y las raeduras de la tierra. Lanzarse precipitadamente sobre el resplandor de las piedras, sobre sus raros colores, y sobre las variadas irisaciones de los vidrios, es propio de hombres insensatos que se dejan arrastrar por cualquier cosa que les impresiona.

118.2. Es como cuando los niños, después de observar el fuego, se lanzan sobre él, inducidos por su fulgor, sin darse cuenta -por su ignorancia- del riesgo que representa tocarlo.

118.3. Lo mismo les ocurre a las mujeres necias con las piedras preciosas de las cadenas que rodean el cuello: las amatistas engarzadas en los collares, las ceraunias, el jaspe y el topacio, y "la esmeralda de Mileto, objeto del más elevado precio" (Anónimo, Fragmentos, 1226).

118.4. La preciada perla ha entrado de forma sensacional en la habitación de la mujer. Nace en cierta ostra, de gran parecido con las pinnas (= especie de molusco), y de dimensiones semejantes al ojo de un pez grande.

118.5. Estas desgraciadas mujeres no se avergüenzan de dedicar toda su atención a esta pequeña ostra, cuando podrían acicalarse con una piedra santa, el Verbo de Dios, al que la Escritura ha llamado perla (cf. Mt 13,45-46): a Jesús, brillante y puro, el ojo, que encarnado todo lo ve (cf. Est 5,1; 2 M 3,39), el Verbo límpido, gracias al cual la carne ha sido regenerada y ennoblecida en el agua. Sin duda, aquella ostra que nace en el agua protege su carne, en la que se concibe la perla.

Simbolismo de las piedras preciosas

119.1. Sabemos que la Jerusalén de lo alto fue construida con piedras santas, y conocemos por la tradición que las doce puertas de la ciudad celestial, parecidas a piedras preciosas (cf. Ap 21,18-21), significan alegóricamente la manifestación visible de la gracia anunciada por los Apóstoles. Porque sobre dichas piedras preciosas están plasmados los colores -preciosos, en verdad-, mientras que el resto ha sido dejado de lado por tratarse de materia terrestre.

119.2. La ciudad de los santos, edificada espiritualmente, ha sido construida -es natural- simbólicamente con estas piedras. Por el inimitable esplendor de las piedras se ha entendido el resplandor del Espíritu, puro y santo por esencia. Pero esas mujeres que no comprenden el simbolismo de las Escrituras están todas boquiabiertas ante tales piedras, haciéndose este asombroso razonamiento: ¿Por qué no servirnos de lo que Dios ha puesto ante nuestros ojos? ¿Por qué no gozar de lo que está a mi disposición? ¿Para quiénes ha creado todo esto, sino para nosotros?

119.3. Así hablan quienes ignoran absolutamente la voluntad de Dios. En primer lugar, nos provee de lo necesario, como el agua y el aire, lo pone Dios abiertamente al alcance de todos; ahora bien, lo que no es necesario, lo ha escondido en la tierra y en el agua.

Capítulo XII: No hay que dejarse deslumbrar por las piedras preciosas, ni por los ornamentos de oro (continuación y conclusión)

El correcto uso de los bienes

120.1. Son las hormigas las que excavan el oro, y los grifos los que custodian el oro, y el mar se ha encargado de ocultar la perla, esa piedra preciosa. Pero ustedes son indiscretos buscadores de lo que no deben. He aquí que el cielo entero se ha extendido ante ustedes y no buscan a Dios. Ahora bien, entre nosotros son los condenados a muerte quienes excavan (la tierra para conseguir) el oro oculto y las piedras preciosas.

120.2. Sin embargo, ustedes se enfrentan a la Escritura que clama con toda claridad: "Busquen primero el reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura" (Mt 6,33; Lc 12,31). Porque por más que todo se les haya otorgado como regalo, y por más que se les haya concedido todo, por más que "todo nos esté permitido", como dice el Apóstol, "no obstante, no todo es conveniente" (1 Co 10,23).

120.3. Dios mismo hizo al género humano para que participara de sus propios bienes, no sin antes repartir y poner a disposición de todos los hombres, como bien común, su propio Verbo (cf. 1 Co 12,6; 15,28), haciéndolo todo para todos. Todos estos bienes son comunes, y los ricos no tienen por qué llevar la mejor parte.

120.4. Decir: "Está a mi disposición y me sobra, ¿por qué no disfrutar?", no es humano ni equitativo (koinonikón). Pero es más conforme a la caridad (decir): "Está a mi disposición, ¿por qué no repartirlo entre los necesitados?". En efecto, es perfecto quien cumple el mandamiento: "Amarás al prójimo como a ti mismo" (Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27; Rm 13,9; Ga 5,14; St 2,8).

120.5. Esta es la verdadera alegría, los tesoros de la riqueza, mientras que gastar en vanos deseos se ha de contabilizar como perdida, y no como gasto. Dios -bien lo sé yo- nos ha permitido hacer uso de las cosas, pero dentro de los límites de la necesidad; y ha querido que este uso fuese común a todos.

120.6. Es absurdo que uno disfrute cuando los demás pasan necesidad. ¿No es más digno de alabanza hacer el bien a muchos que vivir en la opulencia? ¡Cuánto más razonable es gastar en favor de los hombres que en piedras preciosas y oro! ¡Cuánto más útil poseer amigos que ornan (nuestra vida) que adornos inanimados! ¿Y a quién sus tierras podrían beneficiar más que al que prodiga favores?

La auténtica belleza

121.1. Sólo nos falta aclarar esta objeción: ¿Para quiénes, pues, serán las riquezas, si todos eligen la simplicidad? Para los hombres, respondería yo, si las usamos sin apasionamiento y sin discriminaciones. Pero si es imposible que todos practiquen esta sabiduría, al menos es necesario que sea el uso de las cosas indispensables lo que regule la búsqueda de aquello que es de fácil consecución, no sin antes haber mandado bien lejos a paseo todo lo superfluo.

121.2. En resumen: (las mujeres) que renuncian a todo lo mundano deben prescindir de los adornos, cual si fueran juguetes de niños. Deben -eso sí- adornarse interiormente y mostrar la belleza interior de la mujer (cf. Sal 44,14; Rm 7,22), porque sólo en el alma se manifiestan la belleza y la fealdad.

121.3. De ahí que tan sólo el virtuoso es realmente bello y bueno, y que sólo de lo bello se dice que es un bien: "Sólo la virtud puede manifestarse en la belleza del cuerpo" (Anónimo, Fragmento, 412), y florecer en la carne, mostrando el amable encanto de la templanza, cuando el ser moral resplandece externamente como un fulgor.

121.4. Porque sucede que la belleza de cada ser, planta o ser viviente, reside en su propia virtud. Ahora bien, la virtud del hombre es la justicia, la templanza, la fortaleza y la piedad. El hombre bello es justo y temperante; en suma, el bueno, no el rico.

121.5. Pero incluso ahora los soldados quieren adornarse con objetos de oro. A buen seguro no han leído el pasaje del poeta: "Cubierto de oro, iba al combate, como una muchacha" (Homero, Ilíada, II,872-873).

Los adornos excesivos oscurecen la verdadera belleza

122.1. Debe rechazarse del todo esa pasión por los adornos que no se preocupa de la virtud, sino sólo del cuerpo: el deseo de la belleza se ha desviado hacia el amor de la vanagloria. Esta solicitud que aplica al cuerpo, como naturales, adornos que no lo son, origina la tendencia a la mentira y el hábito del engaño, mostrando con ello la arrogancia, lo afeminado y la lujuria, en lugar de lo que es respetable, natural e inocente.

122.2. Esas mujeres oscurecen la genuina belleza, cubriéndola de oro, y no se dan cuenta qué estupidez están cometiendo rodeándose con innumerables y valiosas cadenas, como también "entre los bárbaros, se dice, que ataban a los malhechores con cadenas de oro" (Anónimo, Fragmento, 413).

122.3. Con esos ricos prisioneros quieren rivalizar, en mi opinión, las mujeres. ¿No son como argollas los collares de oro y los brazaletes? Estos adornos, llamados "catéteres" (kathetéres), que tienen la forma de cadenas, también reciben entre los habitantes del Ática este mismo nombre de "cadenas".

122.4. Sobre los adornos en los tobillos, Filemón, en su "Sinefebo", ha dicho que eran de una falta total de gusto atados a los pies de las mujeres: "Vestidos transparentes y áurea cadena a los pies" (Filemón, Fragmentos, 81).

Peligros que entraña el uso de ciertos adornos femeninos

123.1. ¿Qué significa este rebuscado adorno, sino que ustedes, mujeres, quieren mostrarse encadenadas? Porque aunque la materia atenúa la vergüenza, la impresión no deja de ser la misma. Pero, como sea, esas que se ponen voluntariamente estas cadenas, me da la impresión de que pretenden gloriarse de su rica desventura.

123.2. Tal vez el mito poético, según el cual a Afrodita, al cometer adulterio, se le pusieron semejantes cadenas, quiera significar que los adornos no son más que el símbolo de adulterio. Porque el mismo Homero afirmaba que tales cadenas eran de oro (cf. Homero, Odisea, VIII,266-366). Ahora, en cambio, las mujeres ya no se ruborizan de lucir los símbolos más evidentes del mal.

123.3. Así como la serpiente engañó a Eva (cf. Gn 3,1-5), así también los adornos de oro, tomando la forma de serpiente, cual anzuelo, hacen perder el juicio a las demás mujeres, y las empuja a la arrogancia, cuando quieren emular a las morenas y a las serpientes para embellecerse. Dice el poeta cómico Nicóstrato: "Cadenas, collares, anillos, brazaletes, serpentinas, anillos para las piernas, diadema de oro" (Fragmentos, 33).

La grosera ignorancia del bien

124.1. Aristófanes, en sus "Tesmoforias", con ánimo de criticar, enumera y presenta todos los adornos de las mujeres. Citaré las palabras mismas del cómico, que evidencian claramente su grosera ignorancia del bien:

124.2. "A.- Turbantes, cintas, nitro, piedra pómez, sostén, gorro de dormir, velo, carmín, collares, negro para los ojos, vestidos elegantes, diadema de oro, red para los cabellos, cinturón, abrigo, aderezo, ropa bordada en púrpura, largas túnicas, camisas, vestidos, falda corta, túnica corta, Y no he nombrado lo más importante. B.-¿Qué más? A.- Zarcillos, piedras preciosas, aros, collares, racimos, brazaletes, corchetes, broches, guirnaldas, argollas para los pies, sellos, cadenas, anillos, hebillas, ampollas, vendas, trozos de cuero, cornalina, cintas para el cuello, pendientes de orejas" (Aristófanes, Fragmentos, 321).

124.3. Estoy cansado y molesto de haber enumerado tanta cantidad de adornos, pero me maravillo de cómo (estas mujeres) no se agotan por llevar tanto peso.

La vana hermosura procurada por los adornos

125.1. ¡Oh vana solicitud! ¡Oh vana ambición de gloria! Como hetairas, disipan la riqueza para su vergüenza y adulteran los dones de Dios por su falta de gusto, rivalizando con el arte del maligno.

125.2. Con toda claridad, el Señor, en el Evangelio, al rico que atesoraba en sus graneros y que se decía a sí mismo: "Tienes muchos bienes guardados para muchos años; come, bebe, disfruta", le llamó claramente insensato, porque "esta misma noche te quitarán el alma; y lo que habías atesorado, ¿de quién será?" (Lc 12,19-20).

125.3. Habiendo visto el pintor Apeles a uno de sus discípulos pintar una Helena cargada de oro, exclamó: "¡Muchacho, la has representado rica porque no eres capaz de pintarla bella!" (de autor desconocido). Las mujeres de hoy día son este tipo de Helena, no auténticamente hermosas, sino ricamente adornadas.

Es necesario renunciar a los adornos

126.1. He aquí lo que el Espíritu profetiza por boca de Sofonías: "Ni su plata ni su oro podrán salvarlos en el día de la ira del Señor" (So 1,18). Las que siguen las enseñanzas de Cristo no deben adornarse con oro, sino con el Verbo, gracias al cual sólo el oro brilla.

126.2. Dichosos hubiesen sido los antiguos hebreos, si, después de arrebatar los adornos a sus mujeres, los hubiesen arrojado o tan sólo fundido; sin embargo, como los fundieron para hacer un ternero de oro y le rindieron culto (cf. Ex 32,1-6), no sacaron provecho alguno ni de su arte ni de su esfuerzo. No obstante, enseñaron a nuestras mujeres de manera muy expresiva que debían renunciar a los adornos.

126.3. Por consiguiente, el prostituirse por desear un ídolo de oro es castigado con la tortura del fuego, al que sólo está destinado el lujo, en tanto que es ídolo, no la verdad. Por esa razón, el Verbo reprocha a los hebreos por boca del profeta: "Han fabricado para Baal objetos de plata y de oro" (Os 2,10); es decir, adornos.

126.4. Y los amenaza bien claramente: "Haré justicia sobre ella por los días consagrados a los Baales, cuando les ofreció sacrificio y se adornó con sus pendientes y collares"; y el motivo de tales adornos lo expresa en estos términos: "Andaba tras sus amantes, y me olvidaba a mí, dice el Señor" (Os 2,15).

El adorno agradable al Señor son las buenas obras

127.1. Así, entonces, que las mujeres dejen estas frivolidades al malvado Sofista (o: Engañador; el demonio; cf. Jn 8,44), y no usen tales adornos de hetairas ni practiquen la idolatría bajo el pretexto de la elegancia.

127.2. Es admirable lo que dice el bienaventurado Pedro: "Que las mujeres (se adornen) igualmente, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos suntuosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que profesan la piedad" (1 Tm 2,9-10).

127.3. Y con razón quiere alejar de ellas los adornos. Porque si son hermosas, basta la naturaleza. Que el arte no intente rivalizar con la naturaleza; es decir, que el engaño no se enfrente con la verdad. Y si son feas, con sus añadidos resaltan lo que no tienen.

La sencillez

128.1. Conviene, por tanto, que las que sirven a Cristo abracen la simplicidad. Porque realmente la simplicidad conduce a la santidad allanando la desigualdad (de bienes), y distingue cuidadosamente el uso de lo necesario y de lo superfluo. Así, la simplicidad, como su nombre indica, no se engríe, ni se infla de orgullo, sino que en todo es llana, lisa, no superflua y, por eso, suficiente.

128.2. Ahora bien, la suficiencia es un hábito que se dirige hacia su fin particular, sin defecto ni demasía. La madre de ambas es la justicia, y su nodriza la autarquía. Consiste ésta en contentarse con lo necesario y en procurarse lo que contribuye a una vida feliz.

La auténtica belleza nos la regala el Verbo

129.1. Que su santo adorno consista en los frutos de sus manos: una generosa liberalidad y en los trabajos del hogar. "Porque el que da al pobre, presta a Dios" (Pr 19,17), y "las manos de los fuertes enriquecen" (Pr 10,4). Llama "fuertes" a los que desprecian las riquezas y están dispuestos a compartirlas con los demás. Que nuestros pies evidencien una pronta diligencia a la beneficencia y en querer encaminarse hacia la justicia. El pudor y la templaza son cadenas de oro y collares. Dios es el orfebre de tales joyas.

129.2. "Feliz el hombre que encontró la sabiduría, y el mortal que vio la prudencia, dice el Espíritu por boca de Salomón, porque es mejor procurarse ésta que los tesoros de plata y de oro, y es más apreciable que las piedras preciosas" (Pr 3,13-15). Éste es el auténtico adorno.

129.3. No deben perforarse, contra la naturaleza, las orejas de las mujeres para colgar aros y pendientes. Porque no es lícito forzar a la naturaleza a lo que ella no quiere, ni puede existir otro adorno mejor para las orejas, que entra por los conductos naturales del oído, que la catequesis de la verdad.

129.4. Los ojos que han recibido la unción del Verbo y las orejas perforadas para la percepción espiritual se disponen a oír las verdades divinas y a descubrir las realidades santas, porque el Verbo muestra verdaderamente la auténtica belleza, "que ni ojo vio ni oído oyó" (1 Co 2,9) antes.


LIBRO TERCERO

Capítulo I: Sobre la verdadera belleza

"El hombre interior"

1.1. Según parece, la más grande de todas las ciencias sería conocerse a sí mismo; porque quien se conoce a sí mismo conocerá a Dios, y conociendo a Dios, se hará semejante a Él (cf. 1 Jn 3,2), no portando oro o una larga capa, sino realizando buenas acciones y teniendo necesidad de muy pocas cosas. Sólo Dios no tiene necesidad de nada, y se alegra sobremanera al vernos puros en el entendimiento, y revestido el cuerpo con la blanca estola de la moderación.

1.2. Ahora bien, el alma puede ser de tres géneros (o bien: el alma se compone de tres partes): la intelectual, que se llama racional -el hombre interior-, que guía a este hombre visible, y que a su vez, es guiado por otro: Dios; la irascible, que es salvaje, cercana a la locura; y, en tercer lugar, la concupiscible, que es multiforme y mas cambiante que Proteo, la divinidad marina, quien, revistiendo ahora una forma, y luego otra, y más tarde otra, incitaba al adulterio, a la lascivia y a la corrupción:

1.3. "En verdad, al principio era un león con gran melena"; admito tal adorno; el pelo de la barba evidencia al varón. "Más tarde, se convirtió en dragón, en pantera o en un gran cerdo". El amor por el adorno degeneró en desenfreno, esto ya no es admisible: que el hombre parezca una bestia. "Luego se convirtió en corriente de agua y en árbol de alta copa" (Homero, Odisea, IV,456-458).

1.4. Se desbordan las pasiones, brotan los placeres, se marchita la belleza y cae a tierra más rápida que el pétalo, cuando chocan contra ella los huracanes de la pasión amorosa; y antes de que llegue el otoño, se marchita y muere; porque la concupiscencia adopta y simula todas las formas, y quiere seducir para esconder al hombre.

1.5. En cambio, el hombre en quien el Verbo habita no cambia ni se transforma; tiene la forma del Verbo, es semejante a Dios; es bello, no necesita embellecerse; bello es lo verdadero, porque así es también Dios. Y ese hombre llega a ser Dios, porque lo quiere Dios (o: un tal hombre se hace Dios, porque hace aquello que Dios quiere).

El Verbo ha liberado al hombre de la muerte

2.1. Con razón dijo Heráclito: "Los hombres son dioses; los dioses, hombres. Es, en efecto, el mismo Logos" (Heráclito, Fragmentos, 639; cf. Jn 10,34; Sal 81,6). Este misterio es manifiesto: Dios está en el hombre y el hombre es Dios, y el mediador cumplió la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 5,30); el mediador, común a ambos, es el Verbo; a la vez hijo de Dios y salvador de los hombres, siervo suyo y pedagogo nuestro (cf. Jn 4,34).

2.2. Siendo esclava la carne, como testimonia Pablo, ¿cómo querría uno razonablemente adornar a la esclava como a una seductora? Porque la carne tiene la forma de esclavo, lo afirma el Apóstol respecto del Señor: "Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo" (Flp 2,7); llamando siervo al hombre exterior, tal como era antes que el Señor se convirtiera en siervo y se encarnara.

2.3. Dios mismo, compasivo, liberó la carne de la corrupción y de la esclavitud que conduce a la muerte, y la revistió de la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,53), vistiéndola con este santo e imperecedero adorno de eternidad, la inmortalidad.

La caridad

3.1. Pero aún hay otra belleza en el hombre: la caridad (agápe). "La caridad, según el Apóstol, es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe" (1 Co 13,4). El adorno totalmente superfluo e innecesario es, efectivamente, vanagloria.

3.2. Por eso añade: "No obra indecorosamente" (1 Co 13,5), porque lo indecoroso es una forma extraña y antinatural (lit.: sin forma según naturaleza). Lo extraño es falso como claramente lo explica (el Apóstol) cuando dice: "No busca lo que no es suyo" (1 Co 13,5). La verdad, en cambio, llama natural a aquello que le es propio; mientras que la coquetería (philokosmía: afición a los adornos) anda detrás de lo que no le pertenece, alejada de Dios, del Verbo, y de la caridad.

3.3. Que el aspecto del Señor carecía de belleza lo testimonia el Espíritu por boca de Isaías: "Lo hemos visto, y no había en Él ni apariencia ni belleza, sino un aspecto despreciable y vil ante los hombres" (Is 53,2-3). ¿Quién es mejor que el Señor? No es la belleza de la carne, belleza ilusoria, la que Él nos ha mostrado, sino la verdadera belleza del alma y del cuerpo: la bondad del alma y la inmortalidad de la carne.

Capítulo II: No es necesario embellecerse

La vanidad de la idolatría

4.1. Por consiguiente, no debemos embellecer el aspecto externo del hombre, sino su alma, con el adorno de la bondad. Lo mismo podría decirse de la carne: debe adornarse con la templanza. Pero las mujeres, preocupándose sólo de la belleza externa y descuidando lo interior, ignoran que se adornan como los templos de los egipcios.

4.2. Estas gentes pusieron muchos cuidado en los propileos, los atrios, los jardines y recintos sagrados; rodearon los patios con innumerables columnas. Los muros brillan de piedras importadas del extranjero, y en ningún rincón faltan pinturas artísticas. Los templos adornados con oro, plata y ámbar (aleación de oro y plata) amarillo artísticamente cincelados, resplandecen con el destello de las piedras preciosas de la India y de Etiopía; y los santuarios de los templos cubiertos con peplos bordados de oro, quedan en la penumbra.

4.3. Pero si desciendes a lo más recóndito del recinto con deseo de contemplar la divinidad y buscas la estatua que tiene su sede en el templo, te encontrarás con alguno de los sacerdotes encargado de llevarla (pastophóros), o a algún otro sacerdote celebrante que, después de haber recorrido el recinto sagrado con una mirada solemne, entona un himno en lengua egipcia, levantando levemente el velo para mostrar al dios, lo que provoca en nosotros una carcajada ante ese ob jeto de culto.

4.4. Porque el dios que buscamos, objeto de nuestros anhelantes pasos, no es el que descubrimos en su interior, sino un gato, un cocodrilo, una serpiente del país, o cualquier otro animal de este género, indigno de un templo, y sí, en cambio, propio de una guarida, de una madriguera o de un lodazal. El dios de los egipcios se revela como una fiera que se revuelca en un lecho de púrpura.

No dejarse arrastrar por los excesivos cuidados del cuerpo

5.1. Así son, en mi opinión, las mujeres cargadas de oro, que se ejercitan en los rizados de sus cabellos, en los perfumes de las mejillas, en las líneas de los ojos, en los tintes de los cabellos, y en otras vanidades como el adornar el vestido de su carne, costumbre ciertamente, de las verdaderas egipcias, para atraerse a los supersticiosos amantes.

5.2. Pero si alguien retira el velo del templo -me refiero a la redecilla de la cabeza-, es decir, su tintura, su vestido, el oro, su carmín, sus ungüentos, en una palabra, el entramado de todo esto, para encontrar en el interior la verdadera belleza, se quedaría horrorizado, estoy seguro.

5.3. Porque no encontrará dentro como habitante la preciosa imagen de Dios (cf. Gn 1,26), sino que, en su lugar, hallará una prostituta, una adúltera que se ha adueñado del santuario de su alma, y el verdadero animal se mostrará con toda evidencia: "Un mono pintarrajeado de blanco" (Anónimo, Fragmentos, 517); y la astuta serpiente devorando el ser espiritual de la mujer por la vanidad, ha hecho de su alma una madriguera.

5.4. Llenándolas de mortíferos venenos y vomitando el virus de su engaño, este dragón corruptor (cf. Ap 12-13) convierte a las mujeres en prostitutas, porque el amor al adorno es propio de la cortesana, no de la esposa. Dichas mujeres se preocupan muy poco de cuidar del hogar junto con su marido; y, minando la bolsa de éste, desvían sus recursos hacia sus deseos, para tener a muchos como testigos de su aparente hermosura; preocupadas todo el día por su cosmética, pierden su tiempo en compañía de esclavos comprados a un alto precio.

El absurdo de una belleza antinatural

6.1. Condimentan su carne como un alimento insípido; todo el día embelleciéndose en su habitación, para que sus rubios cabellos no parezcan teñidos; y por la tarde, como de una madriguera, sale a relucir a la vista de todos su falsa belleza. La embriaguez y la escasa luz favorecen su impostura.

6.2. El cómico Menandro expulsa de su casa a las que se han teñido de rubio sus trenzas: "Y ahora, sal de esta casa; puesto que a la mujer honesta no le va que se tiña de rubio sus cabellos" (Menandro, Fragmentos, 610), ni siquiera colorearse las mejillas, ni pintarse la línea de los ojos.

6.3. No se dan cuenta las desgraciadas que con el añadido de elementos extraños destruyen su belleza natural. Al amanecer, desgarrándose, frotándose y poniéndose cataplasmas, se frotan con una especie de pasta; ablandan la piel con los fármacos y marchitan su tez natural con el excesivo uso de detergentes.

6.4. Están pálidas por causa de los emplastos, y son presa fácil de las enfermedades por tener su cuerpo ya consumido por los ungüentos que lo recubren; ofenden así al Creador de los hombres, como si no se les hubiera otorgado una digna belleza. Es natural que sean perezosas para las faenas domésticas: como si hubieran nacido para ser, como las pinturas, objeto de contemplación, y no para ocuparse del trabajo del hogar.

Mujeres que viven sólo para cuidar su apariencia externa

7.1. De ahí que el cómico ponga en boca de una mujer prudente: "¿Qué cosa sabia o brillante podríamos hacer, nosotras las mujeres que estamos todo el día ocupadas con el teñido de los cabellos?" (Aristófanes, Lysistrata, 42-43). Destruyen su condición de mujeres libres, causando la ruina de sus hogares, la disolución del matrimonio y la sospecha de ilegitimidad de sus hijos.

7.2. Precisamente este comportamiento desordenado de la mujeres es el que lleva al cómico Antífanes, en "La afeminada", a aplicarles todas las expresiones que ponen de manifiesto lo que ellas mismas han inventado para pasar el tiempo: "Va, luego vuelve, ya se acerca, se aleja, llega, ya está aquí, se lava, se va, se limpia, se peina, entra, se frota, se lava, se mira, se viste, se perfuma, se adorna, se embadurna. Y si algo le ocurre, se ahorca" (Antífanes, Fragmentos, 148).

7.3. Tres veces, no una sola, merecen morir estas mujeres que utilizan excrementos de cocodrilos, que se embadurnan con espuma de cuerpos putrefactos, que se limpian restregando el negro de sus cejas y que se untan las mejillas con blanco de cerumen.

Engaños femeninos para mejorar la apariencia externa

8.1. Si éstas (mujeres) son despreciables, incluso para los poetas paganos, por su manera de comportarse, ¿cómo no van a ser rechazadas por la Verdad? Otro cómico, Alexis, les echa en cara su proceder; citaré un pasaje cuya detallada descripción hace enrojecer a la más atrevida desvergüenza, aunque él habitualmente no es tan detallista. Yo, por mi parte, me avergüenzo al ver así caricaturizado (en la comedia), el aposento de la mujer: la cual, creada como ayuda (del hombre) [cf. Gn 2,18. 20], lo lleva después a la perdición.

8.2. "En primer lugar, mira sólo su provecho: saquear a sus vecinos. Todas sus acciones restantes son subsidiarias de éstas. ¿Por casualidad es baja? Corcho en sus suelas se cose. ¿Es alta? Lleva unas suelas finísimas, y al andar echa su cabeza sobre el hombro. Así disminuye su altura. ¿No tiene caderas? Se las cose debajo de su vestido, de suerte que ellos al verla silban de admiración como su tuviera una buena grupa. ¿Tiene el vientre prominente? Se pone unos senos como los que llevan los actores cómicos: enderezándolos con un bastidor, ellas vuelven a pasar su vestido por delante de su vientre con la ayuda de una especie de varillas.

8.3. ¿Tiene las cejas pelirrojas? Se las pinta de negro. ¿Se han puesto morenas? Se untan de cera blanca. ¿Tiene la piel demasiado blanca? Se aplica ungüentos rojos. ¿Tiene alguna parte del cuerpo hermosa? La muestra desnuda. ¿Tiene hermosa dentadura? Se ve forzada a reír continuamente, para que los mirones presentes puedan apreciar la hermosura de su boca. Y si su sonrisa no agrada, pasa el día con una delgada rama de mirto en sus labios, para contraer su boca con sonrisas, quiera o no quiera" (Alexis, Fragmentos, 98; Ateneo, Deipnosophistae, XIII,568A).

La Palabra, el Verbo, que se hizo hombre por nosotros, quiere salvarnos

9.1. Les presento estos argumentos de la sabiduría mundana, para lograr que se aparten de las odiosas maquinaciones de la frivolidad, puesto que el Verbo quiere salvarnos por todos los medios (lit.: con todo género de lucha). Un poco más adelante, los reprenderé de nuevo con las Sagradas Escrituras. Porque generalmente, al que no puede pasar inadvertido, la vergüenza de la represión le aparta de los pecados.

9.2. Y así como la mano enyesada y el ojo recubierto de pomada son, a simple vista, indicio de una enfermedad, así también, los ungüentos y las tinturas denuncian un alma profundamente enferma.

9.3. El divino Pedagogo nos exhorta a no detenernos en "río extraño" (Pr 9,18 LXX), refiriéndose a la mujer de otro, a la impúdica, a la que designa con la alegoría del "río extraño": sus aguas que a todos inundan, y el desbordamiento de su intemperancia y de su liviandad los empuja a una vida licenciosa.

9.4. "Abstente del agua ajena, y no bebas de fuente extraña" (Pr 9,18), dice (la Escritura), exhortándonos a abstenernos de la corriente del placer, "para que vivamos mucho tiempo y se añadan años a nuestra vida" (Pr 9,18), ya sea no yendo a la caza de placeres ajenos, ya evitando incluso las inclinaciones (o: los gustos particulares).

El peligro de gloriarse sólo en la hermosura exterior

10.1. En verdad, el amor a la comida y a la bebida, aunque sean pasiones grandes, no lo son tanto como la afición a los adornos. Una mesa bien provista y las abundantes copas bastan para saciar la glotonería. Pero a los amantes del oro, de la púrpura y de las piedras preciosas, no les basta el oro que hay sobre la tierra o bajo ella, ni las mercancías procedentes del mar de Tiro, de la India o de Etiopía, ni siquiera las del río Pactolo, el río de la riqueza.

10.2. Ni aunque alguno de éstos se convirtiera en Midas quedaría satisfecho, sino que se consideraría aún pobre y desearía más riquezas, dispuesto a morir por al oro. Y si Plutón es realmente ciego, como lo es en realidad, quienes lo admiran y simpatizan con él, ¿cómo no van a ser ciegos?

10.3. En verdad, lejos de poner un límite a sus deseos van a la deriva hacia la desvergüenza. Dichas mujeres necesitan el teatro, los desfiles y de una corte de admiradores; necesitan dar vueltas por los templos, entretenerse por las calles, para hacerse notar por todos.

10.4. Se arreglan para gustar a los demás (cf. 1 Co 7,35), gloriándose de su cara y no de su corazón (cf. 2 Co 5,12). Así como las marcas del hierro candente delatan al esclavo fugitivo, así también los adornos floridos denuncian a la mujer adúltera: "Aunque vistieras de púrpura, aunque te adornaras con joyas de oro, aunque te pintaras con negro antimonio los ojos, tu belleza es vana", dice el Verbo por boca de Jeremías (Jr 4,30).

Poner la mirada en las realidades que no se ven

11.1. ¿No es extraño que los caballos, las aves y otros animales se levanten del césped y de los prados y vuelen satisfechos de su natural adorno: la crin, el color natural, el variopinto plumaje, y que, en cambio, la mujer, como si fuera inferior a la naturaleza animal, se considere tan privada de hermosura que necesite una belleza extraña, comprada y artificiosa?

11.2. Las redecillas, de variadas formas, los artificiosos bucles, los mil y un estilos de peinados, el costoso equipo de espejos, con los que se transforman para cazar a los que, cual niños insensatos, se dejan seducir por la belleza externa, son las alturas a las que llegan estas mujeres impúdicas, a las que ninguno erraría llamándolas cortesanas (hetairas), porque convierten su rostro en una máscara.

11.3. Pero a nosotros el Verbo nos recomienda: "No mirar las cosas visibles, sino las invisibles. Puesto que aquéllas son efímeras, pero las que no se ven son eternas" (2 Co 4,18). Ahora bien, lo que ha llegado al colmo de lo absurdo es que algunos hayan inventado espejos que reflejen su falsa belleza, como si ello fuera una acción noble y virtuosa, cuando, en realidad, sería mejor que cubriesen ese engaño con un velo. Porque, como dice la fábula griega, ni al bello Narciso le sirvió el contemplar su propia imagen.

El Señor mira el corazón, no la apariencia exterior

12.1. Y si Moisés ordenó a los hombres no construir ninguna imagen que rivalizara con Dios (cf. Ex 20,4), ¿cómo van a obrar cuerdamente esas mujeres que reflejan su imagen en el espejo, con el objeto de falsificar su rostro?

12.2. A Samuel, el profeta, cuando fue llamado a ungir rey a uno de los hijos de Jesé, viendo al mayor de ellos hermoso y de gran estatura, cuando Samuel complacido se disponía a ungirle: "Le dijo el Señor: "No te fijes en su aspecto, ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado, ya que el hombre mira la apariencia externa, pero el Señor mira el corazón"" (1 S 16,7). Y no ungió al hermoso de cuerpo, sino al hermoso de alma.

12.3. Si el Señor estima menos la belleza natural del cuerpo que la del alma, ¿qué pensará de la corrompida belleza, Él que rechaza totalmente toda falsedad? "Caminamos, por tanto, en la fe, no en visión" (2 Co 5,7).

12.4. El Señor, por medio de Abraham, enseña con toda claridad que quien sigue a Dios, debe despreciar la patria, los familiares, los bienes y toda la riqueza (cf. Gn 12,1); lo hizo extranjero (a Abraham) y por esa razón lo llamó: "Amigo" (Gn 12,13), porque había despreciado la riqueza de su casa. En efecto, tenía una hermosa patria y muchas riquezas.

12.5. Así que, con trescientos dieciocho esclavos, sometió a cuatro reyes que habían hecho prisionero a Lot (cf. Gn 14,14-16). Sólo a Ester la hallamos legítimamente adornada. Ester se embellecía místicamente para su rey (cf. Est 15,4-7); pero su hermosura se la considera como rescate de un pueblo condenado a morir.

La belleza adúltera y sus tristes consecuencias

13.1. Que el hecho de embellecerse convierte en cortesanas (hetairas) a las mujeres, y en afeminados y adúlteros a los hombres, lo atestigua el trágico, cuando dice: "Tras llegar de Frigia aquel célebre juez de las diosas -según cuenta la leyenda argiva- a Lacedemonia, con refulgente vestido y reluciente de oro, con bárbara suntuosidad, loco de amor, partió a los establos del Ida, después que hubo raptado a Helena, aprovechando la ausencia de Menelao" (Eurípides, Ifigenia en Aulide, 71-77).

13.2. ¡Oh belleza adúltera! La frivolidad de un bárbaro y el placer de un afeminado provocaron la ruina de Grecia. El vestido, el lujo, la hermosura efímera corrompieron la austeridad espartana. Los adornos bárbaros denunciaron como cortesana (hetaira) a la hija de Zeus.

13.3. Carecían de un pedagogo que reprimiera su concupiscencia y les dijera: "No fornicarás y no desearás" (Ex 20,13. 17), que les impidiese dejarse arrastrar por la pasión hacia el adulterio, e inflamar sus apetitos por el amor de sus adornos.

13.4. ¡Cuál fue su fin y cuántos males no sufrieron quienes no quisieron refrenar su egoísmo! Dos continentes se han conmovido por los desenfrenados placeres, y todo quedó trastornado por un joven bárbaro. Grecia toda se hace a la mar, y el mar se siente angosto para llevar los continentes.

13.5. Una larga guerra se desencadena, estallan crueles combates, y los campos de lucha se llenan de cadáveres. El bárbaro ultraja a la (flota) en el puerto. Impera la injusticia, y la mirada de Zeus cantada por el poeta se vuelve hacia los tracios. Las llanuras bárbaras se sacian de noble sangre, y las corrientes de los ríos se ven detenidas por los cadáveres. Los pechos son golpeados al son de los trenos, y el dolor se extiende por todo el orbe. Todos tiemblan: "Los pies y las cimas del Ida, abundante en manantiales; la ciudad de los troyanos y las naves de los aqueos" Homero, Ilíada, XX,59-60).

Los seres humanos se pierden si no los guía el Verbo

14.1. ¿Adonde huir, Homero, y dónde detenerse? Muéstranos una tierra que no tiemble... (aquí hay una laguna en el original griego). No tomes las riendas, pequeño, que eres inexperto; no subas al carro, si desconoces el arte de guiar caballos. El cielo se contenta con dos aurigas, a quienes sólo guía e impulsa el fuego. La inteligencia se extravía por el placer, y la integridad de la razón se degrada, si no recibe la educación del Verbo, y se desliza hacia el libertinaje: y éste es el pago de su error.

14.2. Como ejemplo tienes a los ángeles del cielo, que cambiaron la belleza de Dios por una belleza caduca (cf. Gn 6,2), cayendo así desde el cielo hasta la tierra. También los descendientes de Siquem sufrieron el castigo por rebajarse hasta ultrajar a una santa virgen. El sepulcro fue su castigo, y el recuerdo de su desgracia nos guía a nosotros a la salvación (cf. Gn 34,1. 26-28).

Capítulo III: Contra los hombres que se embellecen

Acciones vergonzosas de hombres afeminados

15.1. Hasta tal extremo ha llegado la depravación que no sólo el sexo femenino enferma ante esa afanosa búsqueda de futilidades, sino que también los hombres emulan esta enfermedad. En efecto, contagiados por el deseo de embellecerse, pierden de salud; es más, por su inclinación a la molicie, se comportan cual mujeres: se cortan el cabello cual degenerados y prostitutas: "Visten sutiles mantos brillantes, y mascan goma y huelen a perfume" (Anónimo, Frgamentos, 338).

15.2. ¿Qué diría uno al verlos? Sencillamente, como buen fisonomista, uno adivina por su aspecto que son adúlteros, afeminados, que van a la caza de los placeres amorosos de los dos sexos, que tienen fobia de los cabellos, que van rapados, que sienten repugnancia por la belleza viril y que adornan sus cabelleras como las mujeres: "Inconstantes hombres, con audacia no santa, mientras vivan, cometerán actos de soberbia, acciones orgullosas y malas", dice la Sibila (Oráculos Sibilinos, IV,154-155).

15.3. Por su causa, las ciudades están repletas de empecinadores (= los que depilaban con un emplasto de pez), de barberos, de depiladores, al servicio de esos afeminados. Sus locales están dispuestos y abiertos a todas horas, y los artistas de esa fornicación de prostitutas hacen abiertamente grandes fortunas.

15.4. Se presentan de cualquier modo ante quienes les untan de pez y los depilan, y no sienten vergüenza ante quienes les miran y pasan a su lado, ni se avergüenzan de sí mismos, siendo hombres. Porque quienes aman estos tratamientos envilecedores llegan hasta depilarse todo el cuerpo con emplastos de pez que ser arrancan violentamente.

Los cristianos creen en un Dios eterno

16.1. No hay, en verdad, quien los supere en semejante desvergüenza. Si nada dejan de hacer ellos como impracticable, yo no tengo por qué callarme. Diógenes, mientras era vendido como esclavo, queriendo reprender, como maestro, a uno de esos degenerados, dijo virilmente: "Ven aquí, jovenzuelo, cómprate un hombre" (Diógenes Laercio, Vidas, VI,74), corrigiendo con expresión ambigua la deshonesta conducta de aquél.

16.2. Rasurarse y depilarse tratándose de hombres, ¿cómo no va a ser propio de degenerados? ¡Que dejen las tinturas capilares, los ungüentos para los cabellos canosos, los teñidos amarillentos de los peinados afeminados, ocupaciones estas propias de andróginos perdidos!

16.3. Creen poder quitar la piel vieja de su cabeza, al igual que las serpientes, maquillándose y haciéndose jóvenes. Pero, aunque traten de cambiar hábilmente sus cabellos, no pueden disimular las arrugas, ni podrán escapar a la muerte falseando el tiempo. No, no hay que tener miedo de parecer viejo y no poder ocultarlo.

16.4. Porque en verdad un hombre es tanto más respetable cuanto más se acerca al final, teniendo sólo a Dios como más viejo que él. Porque también Dios es un eterno anciano, el más anciano de todos los seres. La profecía le llamó "El anciano de días", y "los cabellos de su cabeza son pura lana" (Dn 7,9), dice el Profeta. "Y ningún otro -dice el Señor- puede hacer un cabello blanco o negro" (Mt 5,36).

Los cristianos deben despojarse del "hombre viejo"

17.1. ¿Por qué trabajan contra Dios y se esfuerzan en oponerse a Él esos impíos que cambian de color el cabello que Él mismo ha hecho encanecer? "La mucha experiencia es la corona de los ancianos", dice la Escritura (Si 25,8), y las canas de su cabeza son las flores de esa experiencia. Aquéllos, en cambio, deshonran el privilegio de su edad, que son sus canas. No, no puede traslucir un alma verdadera quien tiene una cabeza engañosa.

17.2. "Pero ustedes -dice (el Apóstol)- no es éste el Cristo que han aprendido, si es que lo han oído y en él han sido instruidos, según la verdad de Jesús, a despojarse del hombre viejo, ese de la anterior vida de ustedes"·(Ef 4,20-22), no del hombre canoso, sino del "que se corrompe siguiendo la concupiscencia del error"; y a renovarse, no con tintes y adornos, "sino en el espíritu de su mente, y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4,22-24).

17.3. Cuando un hombre, por presumir, se peina los cabellos y se los rasura con navaja ante el espejo, se afeita y se depila, y se pule las mejillas, ¿no es un afeminado? Si no se les viese desnudos, se les tomaría por mujeres.

17.4. Aunque no les está permitido llevar objetos de oro, no obstante, por su inclinación femenina, adornan con hojas de oro las correas y las franjas de sus vestidos, o, haciéndose una especie de bolitas con la misma materia, se las atan en sus tobillos y se las cuelgan al cuello.

La sabiduría de los ancianos

18.1. Semejantes artificios son propios de hombres afeminados que merecen ser llevados al gineceo, y de bestias anfibias y lascivas. Este modo de engaño es lujurioso e impío. En efecto, Dios quiso que la mujer fuese imberbe y que se enorgulleciera sólo de su cabellera natural, como el caballo de su crin; en cambio, adornó al hombre con una barba, como los leones, y le ha hecho crecer vello en el pecho, como signo de fuerza y de poder.

18.2. Así también adornó a los gallos que combaten en defensa de las gallinas con crestas como yelmos. Tan alto es el aprecio que tiene Dios por la barba, que en los hombres la hace nacer junto con la prudencia y, complaciéndose en su majestuosidad, honró la gravedad del aspecto con las seniles canas.

18.3. La prudencia y los razonamientos agudos, encanecidos por la reflexión, alcanzan su madurez con el tiempo, y refuerzan la vejez con el enriquecimiento de la experiencia (lit.: con la tensión de la experiencia), presentando las canas como la amable flor de una venerable sabiduría, y confiriéndole el derecho a una confianza plenamente justificada.

Dios los creó varón y mujer

19.1. El signo distintivo del varón es la barba, por el que se muestra varón, es más antiguo que Eva y es también el símbolo de una naturaleza más fuerte. Dios juzgó oportuno que conviniese al hombre el vello y sembró todo su cuerpo de pelos, y quitó de sus costados cuanto de liso y delicado había (cf. Gn 2,21-25), formando -bien adaptada para recibir el semen- a la delicada Eva, una mujer colaboradora suya en la procreación y en las cosas del hogar.

19.2. Y él -puesto que había perdido la parte lampiña de su cuerpo- permaneció varón y se muestra como tal. A él le corresponde el papel activo, como a ella, el pasivo. Y es que, por naturaleza, lo velloso es más seco y cálido que lo que carece de pelo; de ahí que los varones sean más pilosos y calientes que las mujeres. Los viriles más que los castrados; y los adultos más que los que no han llegado a su madurez.

19.3. Así, entonces, eliminar la vellosidad, símbolo de una naturaleza viril, es sacrílego; y embellecerse con la depilación -me irrita la palabra- cuando se trata de los hombres, es propio de afeminados. Y si se trata de las mujeres, es señal de adulterio. Ambas acciones deben ser apartadas lo más posible de nuestra comunidad.

19.4. Dice el Señor: "Hasta los pelos de su cabeza están contados" (Mt 10,30; Lc 12,7). También lo están los pelos de la barba y de todo el cuerpo.

"Cristo está en ustedes"

20.1. De ningún modo debe arrancarse contra la voluntad de Dios lo que está numerado por su voluntad, "a no ser que no se den cuenta -dice el Apóstol- de que Cristo está en ustedes" (2 Co 13,5), a quien no sé cómo nos habríamos atrevido a ofender, si nos diésemos cuenta de que habita en nosotros.

20.2. Untarse de pez -me repugna referirme a la torpeza de dicho acto-, girarse y encorvarse, dejando al descubierto las partes del cuerpo que deben permanecer ocultas; bailar y contorsionarse sin ruborizarse por adoptar actitudes vergonzosas; obrar con torpeza entre los mismo jóvenes y en medio del gimnasio, donde se pone a prueba la fuerza de los hombres, y hacer estas cosas contra la naturaleza, ¿no es esto el colmo del libertinaje? Quienes los que hacen estas cosas en público, menos se avergonzarán de practicarlas en privado.

20.3. Su falta de pudor en público los acusa de su evidente libertinaje en privado. Porque el que a la luz del día niega su condición de hombre, es evidente que de noche se comporta mujer.

20.4. "No habrá -dice el Verbo por Moisés- prostituta entre las hijas de Israel, ni existirá fornicador entre los hijos de Israel" (Dt 23,18). No obstante, la pez es útil, dirá alguien; pero conlleva mala fama, respondo yo. Nadie que estuviera en su sano juicio querría asemejarse a un fornicador, a no ser que padeciese dicha enfermedad, ni nadie desearía espontáneamente desacreditar su bella imagen (cf. Gn 1,26).

20.5. Porque "si Dios a los llamados según su designio, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, y los ha escogido, según el bienaventurado Apóstol, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,28-29), ¿cómo no van a ser ateos quienes ultrajan su cuerpo que conforme al del Señor?

20.6. El varón que quiera ser hermoso debe adornarse con lo que es más bello en el hombre: la inteligencia (diánoia), que, día a día, debe mostrarse como lo más noble. No debe arrancarse el vello, sino la concupiscencia.

Las funestas consecuencias del libertinaje

21.1. Yo compadezco a los muchachos de los mercaderes de esclavos adornados para la deshonra; pero estos infelices no se deshonran a sí mismos, sino que están obligados a embellecerse por una sórdida ganancia. Sin embargo, ¿cómo no despreciar a quienes voluntariamente eligen aquello que, en caso de mandárselo, si fueran hombres, preferirían la muerte?

21.2. Hoy hasta tal punto de desenfreno ha llegado la vida que se complace en la maldad, y la lujuria en todas sus formas ha invadido las ciudades, convirtiéndose en ley. En los burdeles hay mujeres que rodean (a esos hombres) dispuestas a venderles su propio carne por un innoble del placer, y también muchachos que, amaestrados para renegar de su naturaleza, se hacen pasar por mujeres.

21.3. Todo lo ha trastornado la lujuria. La afeminada afectación ha deshonrado al hombre. Todo lo busca, todo lo intenta, todo lo violenta, trastoca la naturaleza; los hombres desempeñan el papel pasivo de mujeres y las mujeres actúan como hombres, entregándose de forma contraria a la naturaleza o uniéndose con mujeres.

21.4. No hay camino inaccesible a la intemperancia. El placer del amor se proclama común a todos, que se puede ser familiar de la lujuria. ¡Oh lamentable espectáculo! ¡Oh costumbres indecibles! Éstos son los trofeos que ofrece su incontinencia ciudadana: las prostitutas son la prueba de sus obras. ¡Oh que gran anarquía!

21.5. Pero estos infelices no comprenden que las relaciones sexuales ocultas son causa de muchas tragedias. A menudo, sin saberlo, los padres se unen con su hijo fornicador y con sus hijas lascivas, pues no se acuerdan de los hijos expósitos; y el libertinaje convierte a los padres (de sus hijas) en sus maridos.

Leyes humanas absurdas

22.1. He aquí lo que permite la sabiduría de las leyes. (Los hombres) pueden pecar legalmente y llamar felicidad a la abominación del placer. Los que adulteran la naturaleza creen estar exentos del adulterio; pero la justicia, vengadora de su atrevimiento, los persigue. Atrayéndose sobre sí una inevitable desgracia compran la muerte por poco dinero. Los infelices comerciantes de dichas mercancías navegan llevando por cargamento la prostitución, como pan y vino.

22.2. Otros, mucho más infelices, compran placeres, como pan y comida, sin tomar en cuenta el mensaje de Moisés: "No deshonrarás a tu hija prostituyéndola, y la tierra no se prostituirá ni se llenará de iniquidad" (Lv 19,29); todo esto está profetizado desde antiguo; y la consecuencia está a la vista: la tierra toda está llena de prostitución y de injusticia.

Varones afeminados

23.1. Admiro a los antiguos legisladores romanos: odiaron el afeminamiento y sancionaron con la muerte en la fosa, según ley de justicia, a quien realizaba la unión de su cuerpo contra la naturaleza.

23.2. No es lícito rasurarse la barba, que es belleza natural, belleza noble, "quien originariamente es barbudo y cuya pubertad está llena de encanto" (Homero, Ilíada, XXIV,348; y Odisea, X,279). Y ya avanzando en edad, se unge orgulloso la barba, sobre la que descendió el perfume profético de Aarón (cf. Sal 132,2). Conviene que quien haya recibido una correcta educación y sobre quien ha reposado la paz, permanezca también en paz con su propia barba.

23.3. ¿A qué extremo podrán llegar las mujeres proclives a la lujuria, cuando, viendo que los hombres se entregan abiertamente a esos vicios, ven esos vicios como en un espejo? A ésos no hay que llamarlos hombres, sino libertinos y afeminados, porque tienen la voz delicada y el vestido afeminado tanto por su tacto como por el tinte.

23.4. Hombres de esa calaña dejan entrever de forma palmaria su manera de ser, por el vestido, por el calzado, por el porte, por la forma de andar, de cortarse los cabellos, y por su forma de mirar. "El varón se conocerá por su aspecto, dice la Escritura, y en el trato con el hombre, se conocerá al hombre: el vestido, el paso de sus pies, la risa de sus dientes revelarán lo que es" (Si 19,26-27).

23.5. En efecto, esos que entablado un gran combate con sus cabellos, sólo centran su atención en su cabeza y sólo falta que se pongan unas redecillas en el pelo como las mujeres.

La sencillez de los pueblos bárbaros

24.1. Los leones seguramente están orgullosos de su melena hirsuta, pero cuando luchan se defienden merced a ella; asimismo, los jabalíes se vanaglorian de sus largas cerdas, pero los cazadores las temen cuando las erizan; y "las ovejas lanudas se sienten oprimidas bajo el peso de su manto" (Hesíodo, Los trabajos y los días, 234); así también, el Padre, que ama al hombre, multiplicó el número de pelos de esos animales para bien tuyo, hombre, enseñándote a esquilar los vellones de lana.

24.2. Entre los pueblos, los celtas y los escitas llevan largas melenas, pero no las adornan. La hermosa cabellera del bárbaro tiene un aire temible, y el rubio de su pelo es como una amenaza de guerra, por ser dicho color afín a la sangre.

24.3. Ambos pueblos bárbaros odian la molicie: en el carromato de los germanos y en el carro de los escitas, tenemos un claro testimonio. A veces, el escita desdeña incluso el carro -tener uno grande le parece a este bárbaro un excesivo lujo-, así es que, menospreciando de lado el lujo, vive sencillamente.

24.4. El escita tiene una casa suficiente y más práctica que el carro: el caballo; montándolo se desplaza adonde quiere. Luego, cuando tiene de hambre, reclama de su caballo el alimento, y aquél le ofrece sus venas; lo único que posee, su sangre, lo pone a disposición de su amo, de forma que el caballo es para este nómada alimento y medio de transporte.

"La sangre humana participa del Verbo"

25.1. Entre los árabes -otros nómadas-, los que se hallan en edad de guerrear montan en camello. Montan en las camellas cuando están preñadas; éstas pastan y corren al mismo tiempo llevando a sus dueños y, con ellos, a toda su casa. Estos bárbaros, si les hace falta bebida, ordeñan su leche, y, si necesitan comida, no ahorran su sangre, como, según dicen, hacen los lobos rabiosos. Y estas bestias, más mansas que los bárbaros, no guardan rencor cuando las maltratan, sino que recorren plácidamente el desierto, llevando a sus dueños y alimentándolos al mismo tiempo.

25.2. ¡Ojalá perezcan estas fieras -sus guardianes- que se alimentan de su sangre! No es lícito para el hombre, cuyo cuerpo no es más que carne fertilizada con sangre, transgredir la ley de la sangre (cf. Gn 9,4; Lv 3,17; Hch 15,29). La sangre humana participa del Verbo y tiene parte en la gracia por medio del Espíritu; y si alguien la ultraja, no pasará inadvertido. Ella puede, incluso sin forma visible, clamar al Señor (cf. Gn 4,10).

25.3. Yo, por mi parte, apruebo la sencillez de los bárbaros que por amor a una vida buena, abandonaron el lujo. El Señor nos exhorta a que seamos como ellos: despojados de falsa belleza, desnudos de vanagloria, desarraigados del pecado, llevando únicamente sobre nosotros el árbol de la vida (cf. Gn 2,9; Ap 2,7; 22,2; Mt 10,38), dirigiendo nuestros pasos sólo hacia la salvación.

Capítulo IV: Con quiénes debemos pasar el tiempo

No se debe huir del trabajo personal

26.1. He aquí que, sin darme cuenta, llevado por la inspiración (o: por el soplo del espíritu), me he apartado del desarrollo de mi discurso, al cual debo retornar, para reprobar la abundancia de sirvientes. En efecto, huyendo del trabajo personal y del autoservicio, se recurre a los criados, adquiriendo una multitud de cocineros, de camareros y de hábiles trinchadores.

26.2. Muchas son las clases de servidores. Unos trabajan para satisfacer la glotonería de sus amos, como los trinchadores y los expertos en preparar guisos, salsas, pasteles de miel y cremas; otros, en cambio, se ocupan de los vestidos de lujo; otros guardan el oro como grifos; otros custodian la plata, lavan las copas, disponen lo necesario para los banquetes; otros aparejan los animales de tiro; y en torno a ellos ejercen su oficio un gentío de escanciadores y una banda de bellos muchachos, cual cachorros de los que chupan la belleza.

26.3. Peluqueros y camareras andan ocupados en torno a las mujeres; unas con los espejos; otras con las redecillas; otras con los peines... (aquí hay una laguna en el texto griego); hay también muchos eunucos y otros rufianes que, por su garantía de no poder disfrutar del placer, sirven sin sospechas a quienes desean arrojarse en brazos del placer. Ahora bien, el verdadero eunuco no es el que no puede sentir placer, sino el que no quiere gustarlo (cf. Mt 19,12).

"La sabiduría se muestra en pocos"

27.1. El Verbo, por boca del profeta Samuel, al reprender a los extraviados judíos, y al pueblo que pedía un rey, le promete no un señor benigno, sino que lo amenaza con un tirano duro y libertino, "el cual -dice- tomará a sus hijas como perfumistas, cocineras y panaderas" (1 S 8,13), dominando bajo la ley de la guerra, y no gobernando pacíficamente.

27.2. Son muchos los celtas que levantan las literas de sus mujeres y las transportan a hombros; nadie hay aquí que se ocupe en trabajar la lana, hilar y tejer; ni para actividades del gineceo, ni para custodia de la casa; pero los seductores de las mujeres pasan el día con ellas contándoles cuentos eróticos, corrompiendo sus cuerpos y sus almas con acciones y palabras llenas de falsedad.

27.3. "No estés entre la muchedumbre para hacer el mal, dice (la Escritura), ni te sumes a la multitud" (Ex 23,2), porque la sabiduría se muestra en pocos; en cambio, el desorden, en la multitud. No es por la modestia de querer pasar inadvertidas por lo que estas mujeres contratan a portadores de litera -porque, en efecto, estaría bien que con esta disposición pasaran ocultas-, sino que lo hacen por vanidad, deseando vivamente que las transporten los servidores con el objeto de dar el gran espectáculo.

El cristiano no puede ser servidor del desorden

28.1. Y con la cortina levantada miran con descaro a quienes las observan, dando prueba de su condición; a menudo, se asoman hacia el exterior, deshonrando su aparente pudor con una peligrosa curiosidad.

28.2. "No andes mirando, dice (la Escritura), al rededor por las calles de la ciudad, ni deambules por sus plazas solitarias" (Si 9,7), porque es realmente un lugar desierto, aunque exista una multitud de libertinos, allí donde no encontremos a un hombre prudente.

28.3. Estas mujeres son llevadas de acá para allá por los templos, hacen sacrificios, consultan los oráculos; alternan todo el día con adivinos ambulantes, sacerdotes mendicantes de Cibeles y viejas charlatanas corruptoras de los hogares; soportan a las viejas chismosas en medio de las copas, y aprenden de las ellas ciertas fórmulas de filtros y ensalmos para la disolución de los matrimonios.

28.4. Porque ellas tienen unos maridos, pero desean otros y los adivinos les prometen aún otros. No saben que las engañan, y que se entregan a sí mismas como objeto de placer de los lujuriosos, y, cambiando su castidad por la más vergonzosa deshonra, valoran como acción de elevado precio su ignominiosa corrupción.

28.5 Los servidores del desorden de la prostitución son muchos, y van de una parte a otra. Los lascivos son proclives a la intemperancia, como los cerdos que son transportados al fondo del comedero.

El cristiano está llamado a tener parte en el reino de Dios

29.1. Por esa razón la Escritura advierte con insistencia: "No admitas a cualquiera en tu casa, puesto que son muchas las asechanzas del engañador" (Si 11,29 [31]); y dice (también): "Los justos sean tus comensales, y no te gloríes sino en el temor de Dios" (Si 9,22 [16]). ¡A los cuervos la prostitución!, porque dice el Apóstol: "Han de saber que ningún fornicario, o impuro o avaro, que es como un idólatra, tendrá parte en la herencia del reino de Cristo y de Dios" (Ef ,5).

29.2. Pero estas mujeres se deleitan en compañía de afeminados; y una turba de depravados, de lengua desenfrenada, invade sus casas; impuros de cuerpo y de lengua; viriles sólo como instrumentos de la lujuria; servidores del adulterio, que ríen a carcajadas y cuchichean; que hacen ruidos significativos con la nariz, intentan deleitar con palabras y gestos impúdicos, y provocan la risa que precede a la fornicación.

29.3. A veces, les sucede que, inflamados por una ira momentánea -ya sea porque son en sí mismos depravados, o porque imitan para su propia ruina a los que lo son-, profieren un sonido con su nariz, semejante al de las ranas, como si tuviesen la bilis (ira) en sus narices.

Buscar la sabiduría y compartir los dones que Dios regala

30.1. Pero las más refinadas de ellas crían pájaros de la India y pavos de Media; y se recuestan jugando con los animales de cabeza picuda (= animales enanos), deleitándose con los sátiros que bailan la sikinnos (= seres monstruosos que bailaban dicha danza, que tomaba el nombre de su autor). Y se ríen cuando oyen la historia de Tersites; pero comprando a otros Tersites por un elevado precio, se enorgullecen no ya de sus cónyuges, sino de estos monstruos que son "fardos de la tierra" (en contraposición a los otros Tersites, monstruos horribles de la mitología griega; cf. Homero, Ilíada, XVIII,104; Odisea, XX,379).

30.2. Desdeñan a la viuda casta, que supera en mucho al perrito maltés, y desprecian al anciano virtuoso, más noble, en mi opinión, que un monstruo comprado con dinero. Tampoco aceptan al niño huérfano, ellas que crían loros y chorlitos; abandonan (lit.: exponen) a los hijos que conciben, pero acogen, en cambio, a las crías de los pájaros.

30.3. Prefieren las criaturas irracionales a las racionales, cuando deberían cuidar a los ancianos que enseñan la sabiduría, y que son -en mi opinión- más hermosos que los monos, y más elocuentes que los ruiseñores. "Cuanto hicieron a uno de estos más pequeños, dice (la Escritura), a mí me lo hicieron" (Mt 25,40).

30.4. Contrariamente, éstas prefieren la ignorancia a la sabiduría (lit.: sensatez), fosilizando su fortuna en perlas y en esmeraldas de la India. Despilfarran y dilapidan su dinero en tintes fugaces y en la compra de sus esclavos; como las aves de corral saciadas, excarvan en los estercoleros de la vida. "La pobreza -dice (La Escritura)- envilece al hombre" (Pr 10,4): se refiere a la pobreza tacaña, por la que los ricos no comparten nada con los otros, como si nada poseyeran.

Capítulo V: ¿Cómo comportarse en los baños?

El lujo ostentoso de los ricos

31.1. Pero, ¿cómo son sus baños? Cámaras artificiales, fijas y portátiles, cubiertas con tejidos de lino fino transparente; asientos de oro, tachonados de plata; e innumerables objetos de oro y plata: unos, para beber; otros, para comer, otros que llevan para el baño. Sí, también hay braseros de carbón.

31.2. En efecto, llegan a tal extremo de incontinencia que comen y se embriagan mientras se bañan. Los objetos de plata con los que, majestuosas, avanzan, los exhiben ostentosamente en los cuartos de baño, en un alarde de vanidad de su riqueza; y, en especial, de su dominante grosería, por la que ponen en evidencia a esos varones que no lo son, dominados por las mujeres; al tiempo que ellas mismas se acusan de una u otra forma, de no ser capaces ni de sudar sin el concurso de muchos utensilios, porque también las pobres, que no participan de tanta fastuosidad, comparten los mismos baños.

31.3. Así, la suciedad de la abundancia tiene una gran entorno digno de censura. Con esta clase de carnada pescan a los infelices que se quedan con la boca abierta ante los destellos del oro. En efecto, con tal estratagema, dejan embobados a los inexpertos y se las apañan para que sus amantes las admiren, los cuales, poco después, las deshonran desnudas.

Los baños públicos y sus peligros

32.1. No se atreverían a desnudarse ante sus maridos, esforzándose por parecer ficticiamente recatadas; permiten en cambio que quienes lo desean pueden contemplarlas desnudas en los baños, porque aquí no tienen vergüenza para desnudarse ante los mirones, como se hace frente a los comerciantes de cuerpos.

32.2. Hesíodo amonesta así: "No laves tu piel en un baño de mujeres" (Los trabajos y los días, 753). Los baños están abiertos por igual, tanto para los hombres como para las mujeres, y allí se desnudan con intención lasciva -"porque por la vista se engendra la pasión en los hombres" (Agatón, Fragmentos, 29; Anónimo, Fragmentos, 1290)- como si en los baños se lavara el pudor.

32.3. Y las que no lo han perdido hasta este punto, excluyen a los extraños, pero se bañan con sus propios sirvientes, se desnudan ante sus esclavos y se hacen dar fricciones por ellos, permitiendo así la concupiscencia, naturalmente inhibida por el temor, al tocarlas con total impunidad. Así, quienes son introducidos en los baños junto a sus dueñas desnudas, se apresuran a desnudarse también llevados por su ardiente concupiscencia, "borrando el temor con una depravada costumbre" (cita de un cómico desconocido).

"Dios está siempre a nuestro lado"

33.1. Los atletas antiguos, sintiendo vergüenza de mostrar al hombre desnudo, luchaban provistos de un ceñidor, y guardaban así la modestia. Las mujeres, en cambio, arrojan el pudor con la túnica y, queriendo parecer hermosas, sin proponérselo, ponen en evidencia su maldad. Ya que, a través de su cuerpo, se evidencia su lujuriosa lascivia, como en el caso de los hidrópicos con el líquido contenido bajo la piel: la enfermedad de ambos se descubre a simple vista.

33.2. Es necesario, por tanto, que los hombres, dando un noble ejemplo verdad, se avergüencen de desnudarse ellas, y eviten así las miradas libidinosas; porque "quien mira con desos, dice (la Escritura) ya pecó" (Mt 5,28).

33.3. En casa debe respetarse a los padres y a los criados; en la calle, a los transeúntes; en los baños, a las mujeres; y en la soledad, a nosotros mismos; y siempre, al Verbo, que está en todas partes, y "sin Él nada ha sido hecho" (Jn 1,3). Esta es la única forma de mantenernos sin caer, teniendo bien presente que Dios está siempre a nuestro lado.

Capítulo VI: Sólo el cristiano es rico

El cristiano atesora riquezas en el cielo

34.1. Debemos adquirir las riquezas de una manera razonable, y hacer partícipes de ellas a los demás con generosidad, no por interés, ni por ostentación, y no cambiar el amor a lo bello por el amor a sí mismo y por lo grosero, no sea que alguien nos diga: "Su caballo está valorado en quince talentos, o su campo, o su esclavo o su oro, pero él vale tres piezas de bronce".

34.2. Es decir, quita el maquillaje a las mujeres, y los esclavos a sus amos, y verás que los amos no se diferencian en nada de los esclavos que ha comprado; ni por su aspecto, ni en su mirada, ni en su voz; por tanto, se asemejan a sus criados. Es más, se diferencian de sus esclavos por el hecho de ser más débiles y más propensos a las enfermedades.

34.3. Conviene, entonces, tener siempre presente esta magnífica sentencia: "El hombre bueno, si es prudente y justo, atesora riquezas en el cielo" (cf. Mt 6,20; 19,21; Platón, Las Leyes, II,660 E). Éste, vendiendo los bienes terrenales y dando su importe a los necesitados, encuentra un tesoro imperecedero, donde no existe polilla ni ladrón (cf. Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).

34.4. Este hombre realmente bienaventurado, por más insignificante, enfermo y despreciable que parezca, posee, en verdad, el mayor de los tesoros. Ahora bien, aunque aventajare en riquezas a Cínyras y a Midas, si es injusto y soberbio, como aquel que se vestía voluptuosamente de púrpura y de lino y despreciaba a Lázaro (cf. Lc 16,19 s.), ése es desgraciado, anda afligido y no vivirá.

La verdadera riqueza

35.1. La riqueza se asemeja, según creo, a una serpiente, que, si uno no la sabe capturar sin sufrir ningún percance, alzando el reptil por la punta de la cola, se enroscará en su mano y lo morderá. Así, la riqueza, enroscándose en torno a su poseedor, experto o inexperto, ataca y muerde; salvo que se sirva de ella con gran prudencia, y con destreza tome a la fiera, sometiéndola con el encantamiento del Verbo, y permaneciendo él mismo impasible.

35.2. Según parece, olvidamos que es rico sólo quien posee las cosas de más elevado precio: y las de más alto precio no son las piedras preciosas, ni la plata, ni los vestidos, ni la belleza corporal, sino la virtud, que es la palabra transmitida por el Pedagogo para que lo pongamos en práctica.

35.3. Esta palabra es la que repudia la molicie, la que exhorta al trabajo personal al servicio de los demás, la que celebra la frugalidad, hija de la templanza. Dice la Escritura: "Reciban la enseñanza y no la plata, y el saber, que es mejor que el oro fino; porque la sabiduría vale más que las piedras preciosas, y ninguna de las cosas se le puede comparar" (Pr 8,10-11). Y de nuevo: "Mejor es mi fruto que el oro, las piedras preciosas y la plata; los bienes que de mi proceden son mejores que la plata escogida" (Pr 8,19).

35.4. Y si aún hay que hacer más distinciones, es rico el que mucho posee, el que está cargado de oro, como una maleta sucia; mientras que el justo es honorable, porque la honradez es mantener el buen orden en la administración y en la generosidad.

35.5. "Los que siembran son quienes recogen los mejores frutos" (Pr 11,24); de ellos está escrito: "Fue generoso y distribuyó a los pobres; su justicia permanece para siempre" (Sal 111,9; 2 Co 9,9). De modo que no es rico el que tiene y conserva, sino el que comparte. Y es la participación, y no la posesión, la que hace a uno feliz (cf. Hch 20,35).

El Verbo es el más estimable de todos los tesoros

36.1. La generosidad es fruto del alma; de ahí que la riqueza tiene su sede en el alma. Pero los bienes verdaderos sólo pueden ser adquiridos por los buenos, y los buenos son los cristianos. El hombre insensato o intemperante no puede tener sentido de lo bueno, ni tampoco obtener su posesión. Únicamente los cristianos pueden poseer los verdaderos bienes. Además, nada hay más preciado que estos bienes; en consecuencia, sólo ellos son ricos.

36.2. En efecto, la verdadera riqueza es la justicia, y el Verbo el más estimado de todos los tesoros; una riqueza que no se aumenta con los animales y las fincas, sino que es dada por Dios; una riqueza inapreciable -sólo el alma es su tesoro-, excelente posesión para quien la posea, y la única capaz de hacer al hombre verdaderamente feliz.

36.3. Quien no desea nada de lo que no está a su alcance, y desea todo aquello que posee, incluso lo que santamente desea puede obtenerlo con solo pedirlo a Dios, ¿cómo no va a ser rico y no va a poseerlo todo, si tiene a Dios, el tesoro eterno? "A todo el que pide, dice (la Escritura), se le dará, y al que llama se le abrirá" (Mt 7,7; Lc 11,9 s.). Si Dios no niega nada, el que es piadoso lo posee todo.

Capítulo VII: La frugalidad es un buen viático para el cristiano

El ser humano fue creado para deleitarse en la belleza

37.1. Una vida de lujo, entregada a los placeres, termina para los hombres en un terrible naufragio. En efecto, esta vida placentera y mezquina que muchos llevan es ajena al verdadero amor a la belleza y a los nobles placeres. Porque el hombre es, por naturaleza, un animal excelso y de elevados sentimientos que busca lo bello (kalós; otra traducción: el bien), como criatura que es del Único Bueno (o: Bello); pero, una vida dedicada al vientre es para él deshonrosa, ignominiosa, torpe y ridícula.

37.2. El polo más opuesto a la divina naturaleza es el amor al placer, es decir, comer como los gorriones y copular como los cerdos y los machos cabríos. Considerar el placer como un bien es propio de una completa ignorancia; y el amor a las riquezas desvía al hombre de una vida recta, persuadiéndole a no avergonzarse de las acciones deshonrosas; "como si sólo tuviera capacidad de comer cualquier cosa, como las fieras, de beber de la misma manera y de saciar, sea como sea, sus ansias de placer" (Platón, Las Leyes, VIII,831 D-E).

37.3. Por esa razón, difícilmente heredará el reino de Dios (cf. Mt 19,23; Mc 10,24; Lc 18,24; 1 Co 15,10). ¿A qué se debe tanta preparación de alimentos, sino para llenarse el vientre? La inmundicia de la glotonería queda manifiesta en las cloacas, en donde nuestros vientres expulsan los residuos de los alimentos (cf. Mt 15,17).

37.4. ¿Por qué reúnen a tantos coperos, pudiendo satisfacer la sed con una sola copa? ¿Para qué los guardarropas? ¿Para qué los objetos de oro? ¿Para qué los adornos? Esto está preparado para los ladrones de vestidos, para los malhechores y para los ojos ávidos (cf. Mt 6,20). "Que la limosna y la fidelidad no te abandonen", dice la Escritura (Pr 3,3 [LXX]).

Importancia del trabajo y la sencillez en la vida del cristiano

38.1. Y he aquí que tenemos un buen ejemplo de frugalidad en el tesbita Elías, cuando "se sentó debajo de una retama", y el ángel le trajo comida: "un pan cocido bajo cenizas y un jarro de agua" (1 R 19,4. 6). Ése es el alimento que el Señor le envió.

38.2. Así entonces, nosotros que caminamos hacia la verdad (cf. Jn 14,6), debemos estar preparados (cf. Ex 12,11): "No lleven bolsa, ni saco, ni calzado" (Lc 10,4), dice el Señor; es decir, no posean aquella riqueza que se guarda sólo en una bolsa, ni llenen sus graneros, como si colocaran en el saco la semilla, sino compártanla con los necesitados. No se provean de yuntas, ni de servidores, como lo son -alegóricamente- los calzados de viaje de los ricos, porque son demasiado pesados.

38.3. Debemos dejar de lado los excesivos bagajes: los vasos de plata y de oro y la ingente multitud de criados, y llevar con nosotros los buenos y venerables compañeros de viaje recomendados por el Pedagogo: el trabajo personal y la sencillez. Debemos también caminar en armonía con el Verbo. Y si uno tiene mujer e hijos; la casa no debe ser para él ningún obstáculo, si realmente ha aprendido a seguir a un guía tan sabio.

Quien posee al Verbo, nunca carece de lo necesario

39.1. Hay que equiparse también para el camino con una mujer que ame a su marido. Y de forma semejante, un marido que lleve como hermoso equipaje para el viaje hacia el cielo, la simplicidad junto a una prudente gravedad. Como el pie es la medida del zapato, así también el cuerpo es la medida de las posesiones de cada uno. Lo superfluo, es decir, las joyas y el ajuar de los ricos son una carga, no un adorno para el cuerpo.

39.2. Es necesario que el que se esfuerza por alcanzar el cielo lleve consigo la beneficencia como un hermoso bastón (cf. Mt 11,12; Lc 16,16), y que comparta (lo que tiene) con los necesitados, para poder tener parte en el verdadero reposo. En efecto, la Escritura afirma que "la propia riqueza es el rescate del alma del hombre" (Pr 13,8), es decir, que si es rico, se salvará por las riquezas que haya compartido.

39.3. Porque, así como el agua que mana naturalmente de los pozos, aunque se saque, mantiene siempre el mismo nivel, así, la generosidad, que es fuente de benevolencia, al dar de beber a los sedientos, crece de nuevo y se llena; al igual que suele afluir la leche a los pechos ordeñados y exprimidos.

39.4. Quien posee al Verbo Dios omnipotente, nunca carece de lo necesario, porque el Verbo es una riqueza inagotable, y es causa de toda abundancia.

El Verbo actúa con nosotros como un Pedagogo

40.1. Y si alguien afirma haber visto con frecuencia al justo necesitado de pan, esto es francamente raro (cf. Sal 36,25), y sólo se da allí donde no hay otro justo. No obstante, que lea aquello de: "No sólo de pan vivirá el justo, sino de la palabra del Señor" (Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Dt 8,3), que es el pan verdadero, el pan del cielo (cf. Sal 77,24; 104,40; Jn 6,31-32).

40.2. El hombre bueno no necesita nada mientras mantenga a salvo su adhesión a Dios. Puede pedirle todo lo que necesite (cf. Mt 7,7; Mc 11,24; Lc 11,9; Jn 14,13; 16,23) y recibirlo del Padre de todas las cosas y gozar de los bienes propios, si se es fiel al Hijo. También es posible esto: no sentir ninguna necesidad.

40.3. Este Verbo que obra con nosotros como Pedagogo, nos da la riqueza; y esta riqueza no suscita la envidia de quienes tienen de Él lo necesario. Quien posee dicha riqueza, heredará el Reino de Dios (cf. Mt 19,23-24).

Capítulo VIII: Las imágenes y los ejemplos son una parte muy importante de la recta enseñanza

La virtud de la sencillez

41.1. Si alguno de ustedes abandona definitivamente el lujo, alimentado en la simplicidad, se ejercitará con facilidad en soportar las dificultades involuntarias, imponiéndose continuamente las pruebas voluntarias con el fin de entrenarse para las persecuciones, de forma que, cuando se enfrente con los trabajos necesarios, los temores y las penalidades, no se encuentre desentrenado para afrontarlos. Por eso no tenemos patria en la tierra, de modo que podamos despreciar los bienes terrenales.

41.2. La sencillez (eyteleia) es la mayor riqueza, y permite siempre hacer frente a los gastos necesarios mientras sean necesarios. En efecto, los gastos son telé (lit.: perfectos; las contribuciones).

41.3. Acerca de cómo debe la mujer convivir con su marido, y de lo relativo a su trabajo personal, al cuidado de la casa, al trato de los sirvientes, así como también a la época para casarse, y, en fin, todo lo que conviene a las mujeres, lo tratamos al referirnos al matrimonio. Ahora, debemos exponer lo que compete a la buena educación, esbozando una descripción de la vida de los cristianos.

41.4. La mayor parte de ello ya se han dicho y expuesto, de modo que nos limitaremos a añadir lo que resta por decir. Los ejemplos no son de escasa importancia en orden a la salvación. "Mira -dice la Tragedia-, a la mujer de Ulises no la mató Telémaco, porque no añadió boda sobre boda; sino que en su palacio el lecho nupcial permanece inviolado" (Eurípides, Orestes, 588-590). Alguien, reprochando el desenfrenado adulterio, mostraba, como un hermoso ejemplo de continencia, el amor al marido.

41.5. Los espartanos obligaban a los hilotas -así se llamaba a los esclavos- a embriagarse, permaneciendo ellos sobrios, para que la misma imagen de la embriaguez, les sirviera de remedio y advertencia.

"Los discípulos obedecieron al Verbo"

42.1. Observando, así, la torpeza de aquellos, aprendían a no caer en el mismo vicio que reprochaban, y la imagen reprensible de los ebrios, les ayudaba a no cometer ellos mismos idéntica falta. Sin duda, algunos hombres fueron salvados gracias a este tipo de enseñanzas; otros, en cambio, enseñándose a sí mismos, practicaron o buscaron la virtud.

42.2. "Superior en todo es aquel que todo lo sabe por sí mismo" (Hesíodo, Los trabajos y los días, 293). Éste es el caso de Abraham, el que buscó a Dios. "Sensato, por otra parte, es aquel que obedece a quien le aconseja rectamente" (Hesíodo, Los trabajos y los días, 295).

42.3. Éste es el caso de los discípulos que obedecieron al Verbo. Por esa razón, (Abraham) fue llamado amigo, y éstos, el de apóstoles; aquél, por buscar diligentemente (lit.: preocupándose) al mismo Dios; y éstos, por anunciarlo. Dos pueblos les escucharon: uno se benefició por la búsqueda; y el otro alcanzó la salvación por haberlo encontrado.

El Pedagogo ama a la humanidad

43.1. "El que no entiende por sí mismo, ni escuchando a otro entra cosa alguna en su cabeza: es un hombre inútil" (Hesíodo, Los trabajos y los días, 293). Hay otro pueblo, el pagano. Es el pueblo que no sigue a Cristo, es inepto.

43.2. No obstante, el Pedagogo, que ama a los hombres, le (al pueblo de los gentiles) ayuda de muchas maneras (cf. Hb 1,1): a veces le exhorta, otras le reprende; y, cuando otros pecan nos muestra su infamia y, por ende, el castigo merecido; a la vez que dirigiendo y amonestando nuestra alma, se las ingenia, con amor, para apartarnos del mal, mostrándonos a quienes antes que nosotros, han sufrido el castigo.

43.3. Con ayuda de estas imágenes, evidentemente, hizo desistir a los que estaban dispuestos al mal y detuvo a quienes se atrevían a semejantes acciones; a unos los afirmó en la paciencia; apartó a otros del mal, y a otros los sanó, los que, por la contemplación de estos ejemplos, se han convertido a una mejor conducta.

43.4. Porque, ¿quién no se pondría en guardia para no caer en el mismo peligro, si sigue por el camino a una persona y ésta cae en una zanja (cf. Mt 15,14), procurando no seguirle en la caída? ¿Qué atleta, que haya aprendido el camino de la gloria y haya visto el premio que ha conseguido el luchador que le precede, no se lanza también él en pos de la corona (cf. 1 Co 9,24-25), tratando de emularlo?

43.5. Muchas son las imágenes semejantes de la divina sabiduría; no obstante, no recordaré más que una, y la expondré brevemente: la desgracia que cayó sobre los habitantes de Sodoma (cf. Gn 19,1-25) fue, para ellos, un castigo por sus pecados y una enseñanza para los que de ella tuvieron noticia (cf. Judas 7; 2 P 2,6).

El castigo de Sodoma

44.1. Los sodomitas, dejándose llevar hacia la lujuria por multitud de placeres, cometieron impunemente actos de adulterio y practicaron apasionadamente la pederastia, fueron vistos por el Verbo que todo lo ve (cf. Est 5,1), al que no le pasan inadvertidos quienes cometen actos impíos: este atento centinela de la humanidad no descansó en la desvergüenza de aquellos (habitantes) [cf. Sal 120,4].

44.2. Apartándonos de la imitación de aquéllos, guiándonos, como un verdadero pedagogo, hacia su propia continencia, infligió un castigo a esos pecadores para evitar que se creciesen con la impunidad de su desorden, decretó que Sodoma fuera pasto de las llamas (cf. Gn 19,1-25), vertiendo un poco de aquel prudente fuego sobre el desenfreno, para evitar que su libertinaje impune abriese sus puertas de para en par a los que se dejan llevar por la voluptuosidad.

44.3. De modo que el justo castigo de los habitantes de Sodoma no es más que una imagen aleccionadora de salvación para los hombres. Porque los que no cometen pecados semejantes a los que fueron castigados, jamás sufrirán el mismo castigo que ellos, al verse preservados de pecar en virtud de aquel castigo.

44.4. Dice Judas: "Quiero que sepan que Dios, tras salvar, la primera vez, a su pueblo de manos de Egipto, destruyó la segunda vez a los que no creyeron, y que a los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene reservados, como con cadenas eternas, para el juicio del gran día, bajo el tenebroso poder de los ángeles feroces" (Judas 5-6).

El Verbo nos ayuda a ayuda a no pecar

45.1. Y, poco después, muestra, de forma didácticamente eficaz, las imágenes de los que son juzgados: "Ay de ellos, porque anduvieron por el camino de Caín, se extraviaron en el error de Balaam y perecieron en la rebelión de Coré" (Judas 11). En efecto, el temor preserva a quienes no pueden mantener la dignidad de la adopción (fiial), para que no procedan arrogantemente. De ahí, los castigos y las amenazas: para que, temiendo tales castigos, nos apartemos del pecado.

45.2. Puedo describirte castigos motivados por amor a los adornos, sanciones engendradas por la vanagloria, no sólo por la lujuria, y, además, las maldiciones contra el afán de riquezas, con las (maldiciones) que el Verbo, mediante el temor, impide el pecado (cf. Mt 19,23; Lc 6,24). No obstante, a causa de la extensión de mi disertación, te expondré otros preceptos del Pedagogo para que te guardes de sus amenazas.

Capítulo IX: Los motivos para admitir el baño

Condiciones que deben regir el uso de los baños

46.1. Cuatro son los motivos para tomar el baño (en mi digresión me aparté del tema [cf. III,31,1--33,3; III,40,3]): higiene, o calor, o salud o, finalmente, placer. En verdad, no debe uno bañarse por placer, porque debe excluirse totalmente el placer vergonzoso. Las mujeres pueden tomarlo por razones de limpieza y de salud; los hombres, en cambio, sólo por motivos de salud.

46.2. Resulta superfluo el baño para calentarse, cuando son posibles otros procedimientos para reanimar el organismo agarrotado por el frío. El uso frecuente del baño debilita el vigor, relaja la tensión física y, la mayoría de las veces, lleva a la debilidad y al desmayo.

46.3. Porque, en cierto modo, los cuerpos, al igual que los árboles, no beben sólo por la boca, sino que, durante el baño, beben por todo el cuerpo, según se dice, por la apertura de los poros. He aquí una prueba de ello: los sedientos sienten, a menudo, calmada su sed después de sumergirse en el agua.

46.4. Ahora bien, si el baño comporta alguna utilidad, no debemos permitir que nos esclavice. Los antiguos llamaban a los baños talleres de lavandería (lit.: lugar o instrumento para golpear, prensar) de los hombres, ya que, más rápidamente de lo que conviene, arrugan el cuerpo y lo envejecen por cocción, como sucede con el hierro, puesto que la carne se reblandece por el calor. De ahí que necesitemos, como el hierro, ser sumergidos y templados en el agua fría.

El Verbo debe lavar nuestras almas

47.1. Ciertamente, no debe uno bañarse en todo momento, sino que debemos rehusar el baño cuando se tiene el estómago vacío, o excesivamente lleno; además, hay que tener en cuenta la edad del cuerpo y la estación del año, porque no siempre, ni a todos aprovecha (el baño), según afirman los sabios que entienden de eso.

47.2. Para nosotros basta la justa proporción, a la que, en todas las circunstancias de nuestra vida, apelamos como auxiliadora. En efecto, no debemos pasar tanto tiempo en el baño que necesitemos de un guía; ni tampoco debemos bañarnos tan continua y frecuentemente a lo largo del día, como frecuentamos el ágora (o: la plaza).

47.3. Consentir en hacerse verter agua por muchos esclavos es signo de orgullo frente al prójimo, y es propio de quienes pretenden ser superiores por el lujo, y no quieren comprender que el baño debe ser común e igual para todos los que se bañan.

47.4. Es necesario, de manera muy especial, lavar el alma con el Verbo purificador y, a veces, el cuerpo, ya sea de la suciedad que se le adhiere, ya sea para relajarlo de las fatigas. Dice el Señor: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Porque son semejantes a sepulcros blanqueados; por fuera parece un sepulcro hermoso, pero por dentro está repleto de huesos de cadáveres y de toda inmundicia" (Mt 23,27).

El baño que lava las impurezas del alma

48.1. Y, de nuevo, les dice: "¡Ay de ustedes, que purifican el exterior del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de suciedad! Limpia primero el interior del vaso, para que lo de fuera también esté limpio" (Mt 23,25-26).

48.2. El mejor baño, en definitiva, limpia las impurezas del alma: es un baño espiritual (cf. I,50,3), del cual, precisamente, la profecía dice: "El Señor lavará la suciedad de los hijos y de las hijas de Israel, y los purificará de la sangre que hay en medio de ellos" (Is 4,4), la sangre de la iniquidad (cf. 1 P 1,18-19) y la de matanza de los profetas (cf. Mt 23,37; Lc 13,34).

48.3. El Verbo añade la forma en que se va a realizar dicha purificación diciendo: "Con espíritu de juicio y con espíritu de fuego" (Is 4,4). En cambio, el baño del cuerpo, el que lava la carne, se realiza sólo con agua, como ocurre las más de las veces en el campo, donde no hay establecimientos de baños.

Capítulo X: También pueden permitirse los ejercicios gimnásticos a quienes viven conforme al Verbo

La tarea de la mujer en el hogar

49.1. A los adolescentes les basta el gimnasio (cf. III,20,2), aunque haya (en el lugar) un baño; y en efecto, no hay inconveniente en que estos ejercicios [gimnásticos] sean permitidos a los varones y que los consideren del todo preferibles a los baños, porque en los jóvenes contribuyen a la salud y estimulan su celo y su emulación para cuidar, no solamente del vigor físico, sino también del valor [del alma]. Y esto es agradable y no es nocivo, si se hace sin distraernos de las realidades superiores.

49.2. Las mujeres no deben ser excluidas de los ejercicios corporales fatigosos, pero no se las debe incitar a la lucha y a la carrera, sino a que se ejerciten en los trabajos de hilar y tejer, y en ayudar a la cocinera si fuese necesario.

49.3. Las mujeres deben sacar de la despensa, con sus propias manos lo que necesitamos, y no es deshonroso para ellas dedicarse a la molienda. Y ocuparse de la comida, para complacer al marido, tampoco desdice de una esposa que es su colaboradora y señora de la casa (cf. Gn 2,18).

49.4. Si sacude con brío el colchón por sí misma, ofrece bebida a su esposo sediento y le sirve la comida, hará sin duda el ejercicio más honorable y provechoso para una buena salud.

49.5. El Pedagogo se complace en una mujer así, que "extiende sus brazos hacia cosas útiles, aplica sus manos al huso; abre sus manos al desvalido y tiende sus brazos al pobre" (Pr 31,19-20); ésta [mujer], emulando a Sara, no se avergüenza del más hermoso de los servicios: socorrer a los viajeros. A ésta [Sara] le dijo Abrahán: "Apresúrate y amasa tres medidas de flor de harina y cuece en el rescoldo unos panes" (Gn 18,6).

49.6. "Raquel, hija de Labán, dice [la Escritura], venía con el ganado de su padre. Y esto no es todo: para enseñarnos la modestia, agrega: "Porque apacentaba ella misma el ganado de su padre" (Gn 29,9).

Importancia del trabajo

50.1. Son innumerables los ejemplos de frugalidad y de trabajo personal que ofrecen las Escrituras (cf., p. ej., Gn 1,28; Hch 18,3; 1 Ts 2,8), y también ejemplos de ejercicios gimnásticos. En cuanto a los hombres, que algunos se ejerciten desnudos en la lucha; que otros jueguen con una pequeña pelota a la "phaininda" (= jugar a la pelota), preferentemente al sol; otros que se conformen con un paseo, caminando por el campo o yendo a la ciudad.

50.2. Y si quieren, que echen mano a la azada: esta no es una ocupación vil que procure una ganancia accesoria por un ejercicio propio de campesinos. Pero por poco me olvido de aquel célebre Pitaco, rey de los Mitilenos, que practicaba un vigoroso ejercicio aplicándose al molino. Es bueno sacar el agua por sí mismo, y cortar la leña que se va a necesitar.

50.3. "Jacob apacentaba el resto del ganado de Labán" (Gn 30,36 ss.), y tenía como símbolo regio un "bastón de estoraque" (Gn 30,37), porque intentaba perfeccionar la naturaleza por medio del leño. Para muchos, la lectura en voz alta es también un buen ejercicio.

La mesura en todas las actividades

51.1. En cuanto a la lucha atlética -que hemos admitido- no se practique por una vana emulación, sino para la secreción de los sudores viriles. No debe buscarse lo que mira al artificio y a la exhibición, sino al ejercicio de la lucha a pie, con movimiento de cuello, manos y caderas. Porque tal ejercicio, realizado con decoroso esfuerzo, es más elegante y viril, ya que se ordena a la adquisición de un vigor útil y conveniente; pero aquellos otros ejercicios gimnásticos denuncian una actitud impropia de hombres libres.

51.2. Hay que actuar en todo con mesura. Porque, así como es excelente hacer ejercicio físico antes de la comida, realizar un esfuerzo excesivo es muy malo, extenuante y dañino para la salud. En conclusión, no conviene estar completamente inactivo ni excesivamente ocupado.

51.3. Así como dijimos antes, a propósito de la comida (cf. II,1; III,27,1 ss.; III,51,2), es necesario, de modo análogo, que en todo y por doquiera, no vivamos para el placer, ni llevemos una forma de vida intemperante; ni tampoco la contraria, es decir, de excesivo rigorismo; sino la de en medio: la que sea moderada y templada (lit.: pura), alejada por igual de ambos extremos viciosos: de la intemperancia y del rigor.

La mejor pesca

52.1. Así, entonces, como antes hemos dicho (cf. III,49,3-6; 50,1), hacer cosas por sí mismo es un ejercicio gimnástico sencillo: por ejemplo, calzarse, lavarse los pies, incluso friccionarse después de haberse untado con aceite; corresponder con el mismo servicio a quien nos ha dado masajes es un ejercicio de justicia conmutativa, como lo es también pasar la noche con un amigo enfermo, prestar ayuda al inválido y asistir al necesitado [de comida].

52.2. "Abrahán, dice (la Escritura), ofreció a los tres comida bajo el árbol, y estuvo con ellos mientras comían" (Gn 18,8). También la pesca es un ejercicio útil, como lo fue para Pedro (cf. Jn 21,3), si las ocupaciones necesarias, es decir el estudio que debemos practicar con la ayuda del Verbo, nos dejan tiempo para ella. Pero la mejor pesca es aquella con la que el Señor gratificó al discípulo, cuando le enseñó a pescar hombres (cf. Mt 4,19; Mc 1,17; Lc 5,10), como se pescan peces en el agua.

Capítulo XI: Breve resumen del mejor género de vida (primera recapitulación)

Practicar una conducta ejemplar

53.1. Así, por tanto, no debe prohibirse por completo llevar adornos de oro, y usar vestidos muy delicados, pero sí deben moderarse los deseos irracionales, no sea que, arrastrados por un gran relajamiento, y haciéndonos perder el equilibrio, nos arrojemos a la voluptuosidad.

53.2. Porque cuando la sensualidad llega hasta la saciedad, es capaz de brincar, de encabritarse y descabalgar al jinete, incluso al Pedagogo, que, desde hace tiempo, tirando de las riendas, guía y lleva a la salvación al caballo humano, es decir, la parte irracional del alma, que se transforma en bestia salvaje ante los placeres, ante los deseos censurables, ante las piedras preciosas, ante el oro, ante los coloreados vestidos y ante los demás objetos de lujo.

53.3. Tengamos sobre todo en la mente lo que se nos dice santamente: "Observen entre los gentiles una conducta ejemplar, a fin de que en aquello mismo en que los calumnian como malhechores, considerando sus buenas obras, glorifiquen a Dios" (1 P 2,12).

53.4. El Pedagogo nos permite que usemos un vestido sencillo, de color blanco, como antes hemos dicho (cf. II,108,1-3), para que, familiarizándonos, no con artificiosos productos, sino con la naturaleza que nos ha engendrado, rechacemos todo lo que es engañoso y contradice la verdad, y adoptemos el estilo sencillo e inequívoco de la verdad.

53.5. Sófocles, censurando a un jovenzuelo licencioso, dice: "Te distingues por tu atuendo mujeril" (Sófocles, Fragmentos, 769). Es propio del sabio, como del soldado, del marino y del magistrado, un vestido sencillo, decoroso y limpio.

Un vestido sencillo y de un color único

54.1. En el mismo sentido, la ley de Moisés, en las prescripciones relativas a la lepra, rechaza por impuro lo que es abigarrado y policromo, semejante a las moteadas escamas de la serpiente (cf. Lv 13,12-17). En efecto, considera que es puro aquel que no va vestido con profusión de colores, sino que ha llegado a ser todo blanco, de pies a cabeza, a fin de que, en la transformación corporal a la espiritual, despojada la doblez y malas pasiones del corazón (lit.: dianoia, de la inteligencia), amemos el color único, sencillo e inequívoco de la verdad.

54.2. El gran Platón, imitador también en esto de Moisés, aprueba aquel tipo de tejido que es fruto del trabajo de una mujer prudente. Dice: "El color blanco va bien como signo de veneración, sobre todo en el vestido; las tinturas, en cambio, no convienen sino a los adornos destinados a la guerra" (PLatón, Las Leyes, XII,956 A). El blanco es, por tanto, apropiado para los hombres pacíficos e iluminados (cf. Mc 9,3; Lc 9,29).

La moderación es un hábito que rechaza lo superfluo

55.1. Así como los signos, que están en conexión con sus causas, revelan por su presencia, o mejor, demuestran la existencia de lo que produce el efecto -por ejemplo, el humo manifiesta la existencia del fuego, el buen color y el pulso regular, la salud-, así también entre nosotros la vestidura blanca pone de manifiesto la índole de nuestras costumbres.

55.2. La castidad es pura y sencilla, porque la pureza es una virtud que dispone para un género de vida limpia, sin mezcla de torpeza; y la sencillez es una virtud que suprime lo superfluo.

55.3. Un vestido tosco, y sobre todo el de lana no cardada, protege el calor del cuerpo, un porque el vestido tenga el calor en sí mismo, sino porque bloquea el calor que tiende a salir del cuerpo, y le impide la salida; y si le llega algo de calor lo retiene, guardándolo dentro, y, caldeado él, calienta a su vez al cuerpo; de ahí que sea muy conveniente usar este tipo de vestido, que es moderado, en invierno.

55.4. La moderación es un hábito que no gusta de lo superfluo; admite aquello que basta para llevar una vida conforme a la razón, sana y feliz.

El cristiano debe revestirse de Cristo Jesús

56.1. Que la mujer use también un vestido sencillo y digno, más delicado del que conviene al hombre (cf. II,107,2), pero sin que le haga avergonzarse, ni esparza voluptuosidad por todas partes. Que los vestidos sean adecuados a la edad, a la persona (o: profesión), a los lugares, a la manera de ser y a las ocupaciones (cf. II,38,3; 43,2).

56.2. El divino Apóstol nos exhorta, con hermosas palabras: "Revístanse de Cristo Jesús y no se preocupen de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rm 13,14).

56.3. El Verbo nos prohíbe hacer violencia a la naturaleza horadando los lóbulos de las orejas. ¿Y por qué no también la nariz? Para que se cumpla así aquel dicho [de la Escritura]: "Como anillo de oro en hocico de un cerdo, así es la belleza de la mujer malvada" (Pr 11,22).

56.4. En resumen, si alguien cree realzarse adornándose con oro, vale menos que el oro; y quien es menos que el oro no es señor de él. ¿No es absurdo reconocerse a sí mismo menos bello y valioso que el polvo [de oro] de Lidia?

56.5. Así como el oro se ensucia por la inmundicia del cerdo, que con su hocico revuelve el barro, así (las mujeres) desvergonzadas, excitadas por lo superfluo a llevar una conducta licenciosa, envilecen la verdadera belleza en el fango de los placeres amorosos.

El valor de un casto amor conyugal

57.1. Permite, sin embargo, [nuestro Pedagogo] que las mujeres lleven un anillo de oro, no como adorno, sino para sellar los enseres domésticos que deben ser especialmente guardados, es decir, para el gobierno y custodia de la casa. Si todos nos dejásemos educar no habría necesidad de sellos, porque entonces esclavos y señores serían igualmente justos. Pero, como la falta de educación genera una gran inclinación hacia la injusticia, tenemos necesidad de sellos.

57.2. Pero hay circunstancias en las que es oportuno bajar el tono, porque a veces hay que ser comprensivos con las mujeres que no han sido favorecidas con un esposo moderado y se adornan para coquetear con su marido. Pero que se limiten al amor de su propio marido.

57.3. Yo, desde luego, no desearía que cultivasen la belleza corporal, sino que se ganasen a sus maridos por medio de un casto amor conyugal, que es un remedio eficaz y justo. Por lo demás, cuando ellos quieran ser malvados (lit.: desgraciados) en el alma, hay que sugerirles a ellas, si desean ser castas, que calmen poco a poco las pasiones irracionales y los deseos animales de sus maridos.

57.4. Que les vayan conduciendo tranquilamente a la honestidad, acostumbrándoles poco a poco a la moderación. Porque la condición de honestidad no se adquiere por la sobrecarga de cosas, sino desprendiéndose de lo superfluo.

La nobleza de la verdad se encuentra en la belleza del alma

58.1. Como se cortan los extremos de las alas (a los pájaros), hay que recortar a las mujeres las riquezas fastuosas, porque engendran en ellas inconstante vanidad y frívolos placeres, que las estimulan y a menudo les dan alas para volar lejos del matrimonio. Por eso es necesario retenerlas dentro de un orden y constreñirlas por una casta moderación, no sea que por su vanidad se desvíen de la verdad. Pero es conveniente que los maridos que confían en sus esposas, les confieran el gobierno del hogar, como a colaboradoras que han recibido para este oficio (cf. Gn 2,18. 20).

58.2. Ahora bien, si por razones de seguridad hemos de sellar alguna cosa, sea por negocios en la ciudad o por otros trabajos en el campo, porque entonces estamos a menudo separados de nuestras mujeres, se nos permite el anillo también a nosotros, pero sólo para esto, como sello; los otros anillos están de más; porque, según la Escritura, "la educación es un adorno de oro para el hombre prudente" (Si 21,21).

58.3. Me parece que las mujeres adornadas con oro temen que, si se les quitan los objetos de oro, alguien las tome por esclavas, por ir sin esos adornos. Pero la nobleza de la verdad, que se encuentra en la belleza del alma, discierne al esclavo, no por la compra o por la venta, sino por su carácter servil; y nosotros, que hemos sido hechos y educados por Dios, no debemos parecer libres, sino serlo.

Los anillos con figuras grabadas

59.1. Así, entonces, el permanecer [quietos], el moverse, el caminar, el vestir; en una palabra, nuestra vida toda, debe ser en el más alto grado la que es propia de hombres libres. Los hombres no deben llevar su anillo en la articulación misma -esto es propio ele la mujer-, sino en el fondo del dedo meñique; de ese modo la mano estará lista para la acción, cuando la necesitemos; y así, el anillo no se caerá fácilmente, al quedar retenido por el nudo de la articulación mayor.

59.2. Que las figuras grabadas nuestros anillos sean la paloma (cf. Gn 8,8; Mt 3,16), el pez, la nave llevada por el viento, o la lira musical, como en el sello de Polícrates, o el ancla de un barco (cf. Hch 6,18-20; 1 P 3,1-4), que llevaba grabada Seleuco; y si alguno es pescador recordará al apóstol (cf. Mt 4,19) y a los niños sacados del agua. Pero no debemos grabar imágenes de ídolos, a los que hemos renunciado a vincularnos; ni una espada o un arco, porque nosotros andamos en busca de la paz (cf. Sal 33,15; Hb 12,14; 1 P 3,14); ni una copa, porque queremos ser sobrios.

La barba

60.1. Muchos licenciosos han grabado a sus amantes o a sus prostitutas (= hetairas), de suerte que no pueden olvidar, por más que quieran, las pasiones eróticas, por tener, por este continuo recuerdo de su desenfreno (cf. Pr 61,1-2).

60.2. Y he aquí mi opinión respecto al cabello: la cabeza de los hombres debe estar rapada, salvo si se tienen cabellos rizados; pero la barba debe ser espesa (cf. III,15,1-4; 19,1-4). Que los cabellos rizados no lleguen por debajo de la cabeza, asemejándose a los rizos femeninos, porque a varón los hombres les basta con ser barbudos (Homero, Odisea, IV,456).

60.3. Aunque uno se rasure la barba, no está bien afeitársela del todo, porque es un espectáculo vergonzoso; y también es reprobable afeitarse la barba a ras de piel, por ser una acción semejante a la depilación y a hacerse imberbe.

60.4. Así, el salmista, deleitándose por la barba de su cara, exclama: "Como el aceite perfumado que desciende por la barba, la barba de Aarón" (Sal 132,2). Con la repetición de la palabra, exalta la excelencia de la barba, y llena de luz su rostro con el ungüento del Señor.

El aspecto externo

61.1. El corte de pelo debe hacerse no en aras de la belleza, sino por causa de las circunstancias (o: por razón de lo que hay [que ver] alrededor); que se corten para que, cuando crezca, no descienda hasta impedir la vista; asimismo, también conviene cortar los pelos sobre el labio superior, puesto que se ensucian al comer; y hay que hacerlo, no con navaja de afeitar -que es algo vulgar-, sino con las tijeras de barbero; deben dejarse en paz los pelos de la barba del mentón, ya que, lejos de causar alguna molestia, contribuyen a dar al rostro un aire de gravedad y noble prestancia.

61.2. Para muchos, su aspecto externo, fácilmente reconocible, los aleja del pecado; en cambio, a quienes desean pecar abiertamente, les resulta muy agradable tener un aspecto que no llame la atención, ocultos en el cual, les es posible obrar mal sin ser conocidos, por ser semejantes a la mayoría, pueden pecar sin temor.

El cuidado de los cabellos

62.1. La cabeza rapada no sólo muestra al hombre austero, sino que hace al cráneo insensible, acostumbrándolo al frío y al calor; y evita las molestias de uno y otro, que afectan en cambio a una cabellera abundante, que los atrae cual esponja, introduciendo en la cabeza el constante efecto nocivo de la humedad (cf. III,11,2).

62.2. A las mujeres les basta con suavizar sus cabellos y recogerlos sencillamente con un broche sin adorno junto al cuello, y así dejan crecer con un cuidado sencillo sus castos cabellos, hasta alcanzar una belleza natural (cf. III,11,2).

62.3. Al contrario, trenzar los cabellos como hacen las hetairas y atarlos con sus trenzas, además de mostrar la corrupción de esas mujeres, los cortan, porque se los arrancan con complicadas trenzas; razón por la que no se atreven a poner las manos en sus cabezas por miedo a despeinar su tocado. Además, duermen sobresaltadas por temor a deshacer, en un momento de descuido, la forma de sus trenzas.

Pelucas y tinturas

63.1. Debe desecharse totalmente el uso de cabellos postizos (o: pelucas), porque es francamente impío colocar en la cabeza cabellos de otro, revistiendo así el cráneo con trenzas de muertos. En efecto, ¿a quién impondrá su mano el presbítero? ¿A quién bendecirá? No, desde luego, a la mujer así adornada, sino a los cabellos ajenos y, a través de ellos, a la cabeza de otra.

63.2. Y si "el varón es cabeza de la mujer, y Cristo es cabeza del varón" (1 Co 11,3), ¿cómo no será una acción impía que éstas cometan un doble pecado? Puesto que engañan a los otros, a sus maridos, con su falsa cabellera, y afrentan al Señor, en cuanto está de su mano, al acicalarse como hetairas simulando la verdad y ultrajando la cabeza, que es realmente hermosa.

63.3. Tampoco deben teñirse los cabellos (cf. II,65,1; III,16,4; 17,1-2), ni cambiar el color de las canas, de la misma manera que tampoco está permitido teñir el vestido. Y, sobre todo, no debe ocultarse la edad senil, que inspira veneración y confianza, sino que debe mostrarse a plena luz este don valioso de Dios, para que sea venerado por los jóvenes.

63.4. Además, en ocasiones, la aparición de un hombre canoso que se presenta como pedagogo convierte al instante a los desvergonzados a la templanza, y con el fulgor de su mirada paraliza el ardor juvenil de las pasiones.

El ser humano es una hermosa imagen del Verbo

64.1. Las mujeres no deben maquillar su rostro con las sutilezas de un artificio malvado. Propongámosles una cosmética basada en la moderación. Como hemos venido diciendo a menudo (cf. II,121,2; III,4,1; 20,6), la mejor belleza es la del alma, cuando está adornada del Espíritu Santo que le infunde sus luminosos dones: justicia, prudencia, fortaleza, templanza, amor al bien y pudor; jamás se ha visto una flor con tan bellos colores.

64.2. Luego, recomendamos el cuidado de la belleza corporal: "La simetría de los miembros, la proporción y el color" (Filón de Alejandría, Cuestiones sobre el Génesis, IV,99,323; Sobre la vida de Moisés, VI,54). El cuidado de la salud tiene aquí su sitio; por el cual se produce el paso de la imagen falsa a la verdadera, según la forma que nos ha sido dada por Dios. La sobriedad en la bebida y el equilibrio de los alimentos contribuyen en gran medida a la belleza natural, ya que no sólo proporcionan la salud al cuerpo, sino que hacen que su belleza resplandezca.

64.3. En efecto, el calor (lit.: lo ardiente) da al cuerpo una tez viva y brillante; la humedad, clara y graciosa; la sequedad, vigor y robustez; y el aire le da buena respiración y el equilibrio. De todas estas cosas se adorna esta armoniosa y bella imagen del Verbo. La belleza es la noble flor de la salud; ésta opera dentro del cuerpo, y aquélla, brotando como una flor fuera de él, la muestra abiertamente en una hermosa tez.

Utilidad de las actividades corporales

65.1. Los ejercicios corporales moderados constituyen el modo más bello e higiénico de producir la auténtica y duradera belleza, ya que el calor atrae hacia sí a toda la humedad y la respiración atrae hacia sí el frío. El calor, efectivamente, producido por el movimiento atrae hacia sí, una vez recalentado, el excedente de la alimentación, y lo hace vapor poco a poco a través de la carne misma, gracias a cierta cantidad de humedad, pero con mucho más calor.

65.2. Por esa razón, es evacuado el primer alimento que se toma.; y si el cuerpo está inmóvil, los alimentos ingeridos no son asimilados, sino eliminados, como cuando se saca el pan de un horno frío, sale o todo entero o queda sólo lo del fondo.

65.3. Es natural que los que ingieren mucho alimento sin asimilarlo tengan en sus evacuaciones un exceso de orina y excrementos, como asimismo de otros residuos, y, además, sudor; porque el alimento no es asimilado por el cuerpo, sino que es expulsado como las cosas superfluas.

Se debe preferir el arte del creador divino

66.1. A partir de aquí se desencadenan los impulsos lascivos, cuando el excedente de los humores fluye hacia los órganos genitales. Por esto, con movimientos moderados deben disolverse estos excedentes y canalizarlos hacia la digestión, merced a la cual la belleza física adquiere el color sonrosado.

66.2. Resulta absurdo, ciertamente, que las que han sido creadas "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26), utilicen, como si quisieran ultrajar a su arquetipo (cf. I,97,2; 98,3), un arte de embellecerse extraño, y prefieran el mal arte humano al arte creador divino.

66.3. El Pedagogo las exhorta a que avancen "con un vestido decente, y que se adornen con el pudor y la modestia" (1 Tm 2,9); "sometiéndose a sus propios maridos, a fin de que, si algunos de ellos no obedece al Verbo, sin palabras sean aventajados por el comportamiento de sus mujeres, al ver -prosigue- su santa forma de vivir en el Verbo. Su adorno ha de ser, no el exterior, con trenzas de cabellos y aderezos de oro o gala de vestidos, sino el hombre escondido en el corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un espíritu apacible y sosegado, que es precioso a los ojos de Dios" (1 P 3,1-4).

El trabajo de la mujer

67.1. Por otra parte, el trabajo personal reporta a la mujer, de forma especial, la belleza auténtica; ejercitando su propio cuerpo y adornándolo por sí misma, sin añadir adorno alguno fruto del esfuerzo ajeno, que no adorna, vulgar y propio de una hetaira, sino el que es propio de una mujer prudente, elaborado y tejido con sus propias manos (cf. Pr 31,13. 19), sobre todo cuando está necesitada. Es preciso que las mujeres que viven según Dios, se muestren adornadas no con objetos adquiridos en el mercado, sino confeccionados en su propio hogar.

67.2. El mejor trabajo es que la mujer hogareña se vista a sí misma y a su marido con adornos confeccionados por ella misma (cf. Pr 31,21-22), motivo de gozo para todos: los hijos, de su madre; el esposo, de su mujer; ésta, de todos ellos; y todos, en definitiva, de Dios (cf Pr 31,28).

67.3. En una palabra, "tesoro de virtud es la mujer fuerte" (Alejandro el Cómico, Fragmentos, 5), que "no come ociosa el pan" (Pr 31,27), y en su boca están los preceptos sobre la limosna; la que "abre su boca con sabiduría y discreción" (Pr 31,25), "y cuyos hijos la proclamaron dichosa, como dice el santo Verbo por boca de Salomón, y su marido la colmó de alabanzas" (Pr 31,28); "porque la mujer piadosa es bendecida, y ella misma alaba el temor de Dios" (Pr 31,30). Y de nuevo: "Una mujer fuerte es la corona de su marido" (Pr 12,4).

Las ataduras de la castidad

68.1. Deben cuidarse, lo mejor posible, los gestos, las miradas, la forma de caminar y la voz. No como algunas que, imitando a los comediantes y conservando los ademanes afeminados de los bailarines, para hacerse notar en las reuniones adoptando un cierto aire afeminado, con pasos voluptuosos, con voz afectada, con mirada lánguida, preparadas para ser cebo del placer.

68.2. "De los labios de una mujer disoluta destila miel, que, con su grácil hablar, unge tu garganta; pero, a la postre, la encontrarás más amarga que la hiel y más hiriente que una espada de doble filo. En efecto, los pies de la insensata conducen, tras la muerte, al Hades a quienes la frecuentan" (Pr 5,3-5).

68.3. Por ejemplo, la prostituta venció al noble Sansón (cf. Jc 14,15. 17); y otra mujer acabó con su fuerza (cf. Jc 16,17-19). En cambio, ninguna mujer logró engañar a José, sino que la prostituta egipcia fue vencida (cf. Gn 39,7-30); y así las ataduras de la castidad se manifiestan superiores al poder sin trabas.

Cuidar las miradas

69.1. Esto está muy bien expresado en aquel pasaje: "Yo no sé en absoluto murmurar ni, girando el cuello, hasta casi romperlo, andar un paso, como muchos otros depravados (o: invertidos) que veo por aquí, en la ciudad, untados de pez para ser depilados" (Anónimo, Fragmentos, 339).

69.2. Los ademanes afeminados, delicados y voluptuosos deben eliminarse del todo. La languidez del movimiento en el andar, y el "lento caminar", como dice Anacreonte (Fragmentos, 168), es, sin duda, propio de las hetairas; al menos ésta es mi opinión. Un comediógrafo dice: "Ya es hora de rechazar los pasos de las prostitutas y la vida fácil" (Anónimo, Fragmentos, 168).

69.3. "Los pasos de las prostitutas no se apoyan en la verdad, porque no se dirigen por los caminos de la vida; sus senderos son resbaladizos, difíciles de reconocer" (Pr 5,5-6). De manera muy especial hay que guardar la vista, porque es mejor resbalar con los pies que con la mirada.

La buena y la mala mirada

70.1. En efecto, el Señor, en un abrir y cerrar de ojos, cura esta enfermedad cuando dice: "Si tu ojo te escandaliza, arráncalo" (Mt 5,29; 18,9; Mc 9,47), extirpando la concupiscencia desde sus raíces. Las miradas lascivas y el guiñar el ojo, es decir, el parpadeo, no es sino fornicar con los ojos (cf. Mt 5,28), porque el deseo lanza desde lejos, a través de ellos, sus ataques. Porque, antes que cualquier parte del cuerpo, se corrompen los ojos.

70.2. "El ojo que contempla cosas hermosas alegra el corazón" (Pr 15,30), es decir, que alegra el corazón del que ha aprendido a mirar honestamente, pero "el que hace guiños maliciosamente con los ojos acumula desgracias para los hombres" (Pr 10,10).

70.3. Así representan al afeminado Sardanápalo, rey de los asirios, que, sentado con los pies en alto sobre su lecho, cardaba la púrpura y ponía sus ojos en blanco.

70.4. Las mujeres que así se comportan se prostituyen con sus propios ojos. Porque, como dice la Escritura, "el ojo es la lámpara del cuerpo" (Mt 6,22; cf. Lc 11,34), y por él se muestra lo interior, iluminado por la luz visible. "La deshonestidad (porneia) de la mujer se pone de manifiesto en la altivez de sus ojos" (Si 26,9).

La mujer insensata

71.1. "Mortificad, por tanto, sus miembros terrenales: la fornicación, la impureza, la pasión, el mal deseo y la codicia, que es una idolatría, acciones por las cuales se desata la ira de Dios" Col 3,5-6), exclama el Apóstol; pero nosotros atizamos nuestras pasiones y no sentimos vergüenza.

71.2. Algunas de estas mujeres "mascando goma" (Anónimo, Fragmentos, 338; cf. III,15,1), yendo de un lado para otro, haciendo muecas a los que se cruzan con ellas; otras, como si no tuviesen dedos, se rascan vanidosamente la cabeza con las horquillas que llevan consigo, y se las procuran de caparazón de tortuga o de marfil, o de algún otro animal muerto.

71.3. Otras, como si tuviesen eczemas, para complacer a los mirones, embadurnan su cara con ungüentos de vivos colores.

71.4. Por boca de Salomón, (la Escritura) denomina a este tipo de mujer: "Insensata, descarada, sin vergüenza; se sienta a la puerta de su casa en una silla, llamando descaradamente a los viandantes, a los que siguen recto su camino", diciéndoles claramente con su actitud y con su vida toda: "¿Quién es el más necio de ustedes? Que venga a mí" (Pr 9,16-17). Y a los insensatos los exhorta diciendo: "Tomen con placer el pan escondido, y el agua dulce robada" (Pr 9,13-15); "el agua robada se refiere a Afrodita" (Píndaro, Fragmentos, 217).

Dios humillará a las hijas de Sión

72.1. Apoyándose en este texto, el beocio Píndaro habla de lo "dulce que es la furtiva solicitud por Cipris" (= Afrodita; Píndaro, Fragmentos, 217). "Pero el infeliz no sabe que los hijos de la tierra perecerán por Afrodita, y que él la encontrará en lo profundo del Hades. Pero, ¡huye! -dice el Pedagogo-, no detengas en ella tu mirada, así podrás atravesar el agua ajena y vadear el Aqueronte" (Pr 9,18).

72.2. Por eso el Señor, por boca de Isaías, dice: "Por cuanto las hijas de Sión caminan con la cabeza erguida, guiñando los ojos, arrastrando sus mantos al caminar y jugando con sus pies, Dios humillará a las hijas de Sión y denunciará su condición" (Is 3,16-17), su vergonzosa condición (cf. III,71,4).

Capítulo XI: Breve resumen del mejor género de vida (primera recapitulación) [continuación]

Conducta que deben tener las señoras con sus servidoras

73.1. A mi parecer las sirvientas, que van a la izquierda de sus señoras o que las siguen, no deben hablar desvergonzadamente ni hacer obscenidades, sino que deben ser corregidas por sus señoras. El cómico Filemón dice en tono de fuerte reproche:

73.2. "Al salir veo detrás de una mujer libre, a una hermosa esclava que la acompaña, y que uno la sigue desde el Plateico, guiñándole el ojo" (Filemón, Fragmentos, 124).

73.3. La desvergüenza de la esclava se vuelve, efectivamente, contra su señora, porque da pie a quien se atreve a lo menos a no tener miedo de mayores empresas, poniendo en evidencia la señora, ya que, al consentir las cosas torpes, pone de manifiesto que no las desaprueba. Ciertamente, no irritarse con los licenciosos es indicio inequívoco de una mente que tiende a una conducta semejante. "Tal la señora - como dice el proverbio- tales sus perros" (Epicarmo, Fragmentos, 168).

73.4. También debemos desterrar el andar trepidante, y preferir la dignidad y la serenidad, no el paso lento en exceso; ni el contonearse por las calles, ni el mirar para atrás buscando con la mirada a ver si nos miran, como si entrásemos en escena solemnemente y fuésemos señalados con el dedo.

73.5. Tampoco debe uno dejarse llevar por sus criados cuesta arriba, como vemos hacer a los más sensuales, a pesar de que parecen fuertes, si bien, en realidad, están dominados por la debilidad de su alma. El hombre noble no debe mostrar en su rostro ningún signo evidente de molicie, ni tampoco en ninguna otra parte de su cuerpo.

Cómo deben comportarse los jóvenes

74.1. Así por tanto, que ni en los movimientos, ni en la forma de comportarse se encuentre jamás la vergüenza del afeminamiento. Ni tampoco el hombre con salud debe servirse de los esclavos como si fuesen bestias de carga.

74.2. Porque, así como a ellos se les manda "que se sometan respetuosamente a sus amos, no sólo a los buenos y afables, sino también a los de carácter áspero", dice Pedro (1 P 2,18); así, la equidad, la magnanimidad y la benignidad convienen a los amos. "En definitiva -dice-, tengan todos un mismo sentir, sean compasivos, amantes de sus hermanos, misericordiosos, humildes", etc., "para que hereden la bendición" (1 P 3,8-9).

74.3. Me parece hermosa y amable la imagen que Zenón de Citio esboza del joven; lo describe así: "Que su rostro, dice, esté limpio, que sus cejas no estén caídas, que su mirada no sea descarada ni lánguida, que no eche su cuello hacia detrás, ni estén flojos los miembros de su cuerpo, sino erguidos y tensos, que sea agudo para el discurso recto, que retenga lo que se ha dicho correctamente, y que sus gestos y movimientos no den esperanza alguna a los libidinosos".

74.4. "Resplandezcan en él el pudor y la virilidad; como dando rodeos que se aleje de las perfumerías, de los talleres de los orfebres, de los vendedores de lana y de los demás talleres, en donde algunos, acicalados cual cortesanas, pasan el día, como las mujeres que esperan sentadas en el burdel" (Zeón, Fragmento, 246),

Peligros de la ociosidad

75.1. Así, entonces, que los hombres no pierdan el tiempo charlando frívolamente en las barberías y tabernas y que acaben, de una vez, de ir a la caza de las mujeres que pasan; además, no cesan de hablar mal de todo el mundo con el fin de provocar la risa.

75.2. También debe prohibirse el juego de dados y el afán de ganar con dinero con el juego de las tabas (astragalos), que les gusta practicar. Tales son las cosas que una vida disipada inventa para quienes están ociosos. Porque el ocio es su principal causa. Y es que hay quien se enamora de vanidades ajenas a la verdad, por no ser capaz de recrearse sin daño para él; la forma de vida es fiel reflejo del pensamiento de cada hombre.

75.3. Pero, como es natural, sólo el trato con (hombres) buenos es provechoso. Por el contrario, el trato con los hombres malvados es una acción grosera; por eso el sapientísimo Pedagogo, por boca de Moisés, prohibió al antiguo pueblo comer carne de cerdo (cf. Lv 11,7; Dt 14,8), mostrando con ello que los que invocan a Dios no deben tener tratos con los hombres impuros que, cual cerdos, se regocijan con los placeres del cuerpo, con alimentos fangosos y con el ardiente deseo de gozar de los funestos placeres de Afrodita.

75.4. Pero dice también que no puede comerse "el milano, ni el buitre de veloces alas, ni el águila" (Lv 11,14; Dt 14,12-13), dando a entender que no nos acerquemos a quienes se ganan la vida por medio de la rapiña. Y también las otras cosas a las que se refiere alegóricamente en el mismo sentido.

La rumia espiritual

76.1. Por tanto, ¿con quiénes debemos convivir? Con los justos, insiste de nuevo alegóricamente. Porque todo animal "que tiene la pezuña partida en dos y que rumia" (Lv 11,3; Dt 14,6) es puro. Puesto que la pezuña partida simboliza el equilibrio de la justicia, que rumia el alimento propio de la justicia, es decir, el Verbo, que entra en nosotros desde fuera, por medio de la catequesis, y que es rumiado en una meditación racional como el alimento del estómago.

76.2. El justo, con el Verbo en su boca, rumia el alimento espiritual, y la justicia tiene, con razón, pezuña partida porque nos santifica aquí, en esta vida, y nos lleva a la futura.

76.3. El Pedagogo, ciertamente, no nos llevará a los espectáculos. No sin razón alguien podría llamar a los estadios y a los teatros "cátedra de pestilencia" (Sal 1,1). En efecto, hay un "concilio" (consejo, asamblea, senado) que trama el mal contra el Justo, razón por la cual es maldita esta asamblea que lo condena (cf. Hch 3,14).

76.4. Ese tipo de reuniones rebosan mucho desorden e iniquidad, y los pretextos de las reuniones son la causa del desorden, por reunirse, indistintamente, hombres y mujeres, con el único objeto de mirarse mutuamente.

Peligros del teatro y del juego

77.1. Así esa reunión está llena de frivolidad. En efecto, los apetitos se inflaman con el deseo de la mirada, y los ojos, habituados a mirar con descaro al prójimo por estar ocioso, encienden los deseos eróticos.

77.2. Por lo tanto, deben suprimirse los espectáculos y las audiciones, por estar repletos de bufonería y de charlatanería. ¿Qué acción torpe no se muestra en los teatros? ¿Qué desvergonzadas palabras no pronuncian los bufones? Quienes disfrutan con los vicios de aquellos, es evidente que, cuando están en sus casas, los imitan abiertamente; y, al contrario, quienes no se dejan seducir y son insensibles a ellos, no podrán deslizarse jamás hacia los fáciles placeres.

77.3. Pero, si alegan que toman los espectáculos como un juego, a modo de pasatiempo, yo afirmo que no son sabias aquellas ciudades que centran su preocupación en el juego.

77.4. No, ya no es un juego el despiadado afán de vanagloria, que llega al extremo de la muerte, ni tampoco las cosas fútiles, las ostentaciones sin sentido y cuantiosos dispendios; ni las discordias que con este motivo se originan; no, no son un juego.

La fe y amor

78.1. La indolencia jamás debe comprarse con futilidades, porque el que sea razonable no preferirá jamás lo placentero antes que el bien. Pero, se dice, no todos filosofamos. Ahora bien, ¿no vamos todos hacia la vida? ¿Qué dices tú? ¿Cómo es que has llegado a creer? ¿Cómo es que amas a Dios y a tu prójimo si no filosofas? ¿Cómo te amas a ti mismo, si no amas la vida? (cf. Mt 22,37-39).

78.2. No aprendí las letras, dice. Pero, si no aprendiste a leer, no puedes excusarte de escuchar, alegando que no se te ha enseñado (cf. Rm 1,20). La fe, sin duda, no es propiedad de los sabios según el mundo, sino de los que son sabios según Dios (cf. 1 Co 1,26-27). (La fe) se aprende incluso sin letras; su libro, popular al mismo tiempo que divino, recibe el nombre de caridad: es una obra espiritual.

78.3. Podemos escuchar la divina sabiduría y practicarla, pero también podemos vivir como ciudadanos; y no se nos prohíbe dirigir los asuntos del mundo ordenadamente (o: rectamente) según Dios.

78.4. Que el vendedor o el comprador no ponga nunca dos precios, según venda o compre, sino que ponga sencillamente uno solo, y se esfuerce en decir la verdad; porque, aunque no consiga obtener su precio, conseguirá al menos la verdad, y se enriquecerá por su recta conducta.

Participar en la asamblea cristiana con sincera caridad

79.1. ¡Quede suprimido el elogio y el juramento acerca de los artículos que se venden, quede también suprimido el juramento para lo demás! Así deben negociar sabiamente los comerciantes del ágora y los mercaderes al por menor: "No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no juzgará inocente a quien tome en vano su nombre" (Ex 20,7).

79.2. Y a los que obran contra este precepto: a los avaros, a los mentirosos, a los hipócritas, a los que comercian con la verdad, el Señor los expulsó de la casa de su Padre, porque no quería que la santa mansión de Dios fuese casa de comercio fraudulento, de discusiones o de posesiones materiales (cf. Mt 21,12-13; Mc 11,15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,14-16).

79.3. La mujer y el varón deben ir decentemente vestidos a la iglesia (ekklesía = asamblea cristiana), con paso sencillo, con recogimiento, llenos de "sincera caridad" (Rm 12,9; 2 Co 6,6), puros (o: castos) de cuerpo, puros de corazón, dispuestos a orar a Dios (cf. Mt 5,8).

79.4. Que la mujer, además, observe esto: vaya siempre cubierta, excepto cuando está en casa; así, cubierta su figura se torna respetable e inaccesible a las miradas ajenas. Con el pudor y el velo ante sus ojos no se extraviará jamás, ni incitará a otro a caer en el pecado, por descubrir su rostro. Esto es, en efecto, lo que quiere el Verbo, porque conviene a la mujer orar cubierta (cf. 1 Co 11,5-6).

79.5. Se dice que la mujer de Eneas, por su gran modestia, no se descubrió, ni siquiera cuando fue presa del miedo en la toma de Troya, sino que, mientras huía del incendio, permaneció cubierta (cf. Virgilio, Eneida, II,736 s.).

El cristiano debe llevar una vida coherente con aquello que celebra

80.1. Sería necesario que los iniciados en Cristo se mostrasen y se comportasen, a lo largo de toda su vida, con la gravedad con que se comportan en las iglesias (o: asambleas), y que fueran -no sólo parecieran- así de modestos, piadosos y amables.

80.2. Pero el caso es que, no sé cómo, cambian sus actitudes y su conducta según los lugares, como los pulpos que, según dicen, asimilándose a las rocas en las que están, cambian también el color de su piel.

80.3. Así, al salir de la reunión, abandonando la religiosidad que allí tenían, se asemejan a la multitud con la que conviven. Es más, desprendiéndose de la falsa e hipócrita modestia, quedan al descubierto tal como son en realidad.

80.4. Y después de haber escuchado con veneración hablar de Dios, abandonan la palabra allí mismo donde la oyeron y, una vez fuera, andan de acá para allá con los ateos, y se deleitan con los sonidos de los instrumentos de cuerda y los acordes de música erótica; con los aires de la flauta, con los golpes rítmicos de la danza, con la embriaguez y con cualquier agitación popular. Esto cantan y responden quienes primero celebraban la inmortalidad, y ahora acaban, los desgraciados, cantando malamente aquella depravada palinodia: "Comamos y bebamos que mañana moriremos" (1 Co 15,32; cf. Is 22,13).

El ósculo santo

81.1. Pero éstos morirán, no mañana, ciertamente, sino que ya han muerto para Dios (cf. 1 Co 11,30); ellos sepultan a sus muertos (cf. Mt 8,22; Lc 9,60); es decir, se sepultan a sí mismos en la muerte. El Apóstol los combate con singular dureza: "No se engañen; ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores", y todos los otros que añade a éstos, "heredarán el reino de Dios" (1 Co 6,9-10).

81.2. Si hemos sido llamados al reino de Dios, debemos comportarnos como exige este reino (cf. Flp 1,27; 1 Ts 2,12): amando a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-39 y paralelos). El amor no consiste en el beso, sino por la benevolencia. En efecto, hay quienes hacen resonar las iglesias con sus besos, sin tener el amor dentro de sí mismos.

81.3. Hacer un uso desmedido del beso, que debería ser místico -el Apóstol lo llamó "santo" (Rm 16,16; 1 Co 16,20; 2 Co 13,12; 1 Ts 5,26)-, ha desencadenado vergonzosas sospechas y calumnias. La benevolencia del alma se manifiesta a través de la boca casta y cerrada, por la que se muestra ante todo la fineza de los sentimientos.

81.4. Existe también otro beso impuro, lleno de veneno, que finge santidad. ¿No saben que las tarántulas con sólo el contacto de su boca provocan terribles dolores a los hombres, y que los besos, las más de las veces, inyectan el veneno de la impureza?

El amor al prójimo

82.1. Así, entonces, está bien claro para nosotros que el beso en sí no es amor, porque "el amor procede de Dios" (1 Jn 4,7), y "en esto consiste el amor de Dios: que observemos sus mandamientos", dice Juan (1 Jn 5,3); no en que nos acariciemos los unos a los otros con la boca; y "sus mandamientos no son pesados" (1 Jn 5,3).

82.2. Ahora bien, los afectuosos abrazos de los amantes en plena calle, llenos de una estúpida franqueza, propios de los que quieren dejarse ver por los extraños (cf. Mt 23,7; Mc 12,38; Lc 11,43), carecen del más mínimo mérito.

82.3. Si conviene "rogar" a Dios "en el aposento", en secreto (Mt 6,6), de ello se sigue que también al prójimo, al que estamos obligados a amar en segundo lugar, le mostremos nuestro afecto en casa, en secreto, igual que a Dios, eligiendo el momento oportuno (cf. Ef 5,16; Col 4,5).

82.4. Porque "somos la sal de la tierra" (Mt 5,13), y como dice (la Escritura), quien "bendice a su amigo a grandes voces por la mañana, no parecerá diferenciarse del que lo maldice" (Pr 27,14).

82.5. Mi opinión es que debemos apartar, sobre todo, la vista de las mujeres, porque no sólo tocándolas, sino también mirándolas, se puede pecar (cf. Mt 5,28), acción que debe evitar necesariamente quien haya recibido una recta educación.

La educación de la vista

83.1. "Que tus ojos miren de frente, y tus párpados den su aquiescencia a lo que es justo" (Pr 4,15). ¿Acaso es imposible que quien mira no caiga? Pero hay que prevenir la caída. Porque quien mira puede caer, mientras que quien no mira difícilmente puede llegar a desear.

83.2. Los prudentes no sólo deben mantenerse puros, sino que deben esforzarse por mantenerse al margen de todo reproche, evitando toda causa de sospecha, para que la castidad sea completa, con el fin, no sólo de ser fieles, sino de parecer también dignos de fe.

83.3. Y, en efecto, hay que procurar todo esto, "para que -como dice el Apóstol- nadie nos desacredite; porque buscamos portarnos bien no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres" (2 Co 8,20-21). "Aparta tu ojo de la mujer agraciada, y no observes la belleza ajena" (Si 9,8), dice la Escritura.

83.4. Y si no sabes el porqué, ella te lo explicará: "Muchos se extraviaron por la belleza de una mujer, y, junto a ella, el amor se inflama como el fuego" (Si 9,8). Ese amor que tiene su origen en el fuego y que recibe el nombre de deseo apasionado, conduce mediante el pecado a un fuego inextinguible (cf. Mt 3,12; Mc 9,43; Lc 3,17).

Capítulo XII: Exposición sumaria, semejante a la anterior, sobre la vida mejor. Textos de la Sagrada Escritura que caracterizan la vida de los cristianos (segunda recapitulación)

La unión matrimonial debe estar presidida por la templanza

84.1. Yo aconsejaría también a los maridos no besar nunca a sus mujeres en casa en presencia de los esclavos. Ya Aristóteles no permitía que se sonriera a los esclavos (cf. Aristóteles, Fragmentos, 183); mucho menos aún conviene besar a la mujer ante sus ojos. La mejor es que, en casa, ya desde los primeros días de matrimonio, se dé muestras de gravedad. Porque es una gran cosa una unión presidida por la templanza, que exhala (el perfume) de un placer puro.

84.2. Así, la tragedia lo expresa maravillosamente: "¡Ay! ¡Ay!, mujeres, que entre todas las realidades humanas, ni el oro, ni el poder, ni el lujo de la riqueza producen tan variados gozos, como la justa y prudente sensatez de un varón bueno y de una mujer piadosa"(Apolónidas, Fragmentos, 1). No deben rechazarse estas recomendaciones de la justicia, expresadas también por quienes siguen la sabiduría mundana.

La cruz del Señor

85.1. Por tanto, conscientes "del propio deber, vivan en temor durante el tiempo de su peregrinación, sabiendo que no con cosas corruptibles, plata u oro, fuimos rescatados de la vana manera de vivir, recibida por tradición de nuestros padres, sino con la preciosa sangre de Cristo, como cordero puro y sin mancha" (1 P 1,17-19).

85.2. Basta ya de hacer, como en tiempo pasado -dice Pedro- la voluntad de los gentiles, cuando andábamos en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, festines y abominables idolatrías" (1 P 4,3).

85.3. Tengamos como límite la cruz del Señor, que como empalizada y trinchera nos defiende de nuestros anteriores pecados. Regenerados, clavémonos en la verdad, seamos sobrios y santifiquémonos, "porque los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos están atentos a su plegaria; pero el rostro del Señor está contra los que obran el mal. Y ¿quién será el que nos hará mal, si somos celosos de hacer el bien?" (1 P 3,12-13; Sal 33,16-17).

85.4. Sin duda, la mejor conducta es el buen orden, es decir, una dignidad perfecta y una fuerza ordenada, que cumple exactamente, una tras otras, todas las acciones.

El Señor quiere el arrepentimiento del pecador

86.1. Aunque me haya expresado con excesiva severidad, les he dicho estas cosas para procurar, por la enmienda, la salvación de ustedes -dice el Pedagogo-, ya que "el que censura con franqueza obra la paz" (Pr 10,10; LXX); y ustedes, si me escuchan, se salvarán; pero si no escuchan a mis palabras, no me importa. No obstante, aun así, me preocupa, porque él prefiere "el arrepentimiento del pecador a su muerte" (Ez 18,25).

86.2. "Si me escuchan, comerán los bienes de la tierra" (Is 1,19), dice de nuevo el Pedagogo. Y llama bienes de la tierra a los bienes humanos: la belleza, la riqueza, la salud, la fuerza y el alimento. Puesto que los verdaderos bienes "aquellos que jamás oído oyó ni jamás pasaron por el corazón" (1 Co 2,9), bienes relativos al que realmente es rey, que realmente son bienes, que existen y que nos aguardan. Él es, en efecto, el dador y el guardián de los bienes. Por participar en ellos, los bienes de aquí abajo reciben el mismo nombre, porque el Verbo educa de manera divina la debilidad humana, pasando de las cosas sensibles al conocimiento (o: a la inteligencia).

Los tesoros de la sabiduría divina

87.1. Cómo debemos comportarnos en casa y cómo corregir nuestra vida, el Pedagogo nos lo ha repetido hasta la saciedad. Pero ahora añade y expone sumariamente, con palabras de la misma Escritura, los preceptos que prefiere dar a los niños aunque sea largo el camino (lit.: al tiempo de la conducción), mientras los lleva al Maestro. Nos los expone con sencillez, los adapta a la duración del camino y deja para el Maestro las explicaciones pertinentes. Realmente, su ley desea quitar gradualmente el temor (cf. Rm 8,15), liberando a la voluntad para que acepte la fe (cf. Rm 8,21).

87.2. Dice: Escucha, niño, que has recibido una hermosa instrucción, los puntos principales de la salvación. Te descubriré mis normas de vida y te daré estos bellos mandamientos, por los cuales llegarás a la salvación. Te llevo por el camino de la salvación. Aléjate de los caminos del error, "porque el Señor conoce el camino de los justos, y el camino de los impíos acabará mal" (Sal 1,6).

87.3. En consecuencia, sigue, niño, el buen camino que yo te mostraré; mantén atentos tus oídos, "y yo te daré tesoros ocultos, secretos, invisibles" (Is 45,3) para los gentiles, y visibles para nosotros. "Los tesoros de la sabiduría son inagotables" (Lc 12,33; cf. Si 30,22); admirando estos tesoros exclama el Apóstol: "¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría!" (Rm 11,35).

87.4. Muchos tesoros nos son suministrados por el único Dios: unos, por medio de la Ley; otros nos son revelados por los profetas; otros, por la boca divina; y otros que acompañan a los siete dones del Espíritu (cf. Is 11,2; Ap 1,4). Pero el Señor, que es uno, es también, por la dispensación de estos dones, el mismo Pedagogo.

El precepto más importante

88.1. He aquí un precepto capital y un consejo práctico que lo abarca todo: "Hagan ustedes con los hombres, como desean que ellos hagan con ustedes" (Mt 7,12; Lc 6,31). Es posible resumir en dos los preceptos, como dice el Señor: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza, y al prójimo como a ti mismo" (Mt 22,37-39; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Dt 6,5). Luego añade: "De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,40).

88.2. Y así, al que le preguntaba: "¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?", le respondió: "¿Conoces los mandamientos?" (Mt 19,16-17). Y contestado que sí, le dijo: "Haz eso, y serás salvo" (Lc 10,28).

88.3. No obstante, conviene exponer con más detalle las manifestaciones de amor del Pedagogo a los hombres, por medio de abundantes y saludables preceptos; a fin de que, merced a los abundantes textos de las Escrituras, podamos encontrar más fácilmente la salvación.

La oración agradable al Señor

89.1. Tenemos el Decálogo por mediación de Moisés, representado por una simple y única letra (la iota, primera letra del nombre de Jesús en griego), que indica el nombre del que nos salva de los pecados: "No cometerás adulterio, no adorarás a los ídolos", no serás pederasta, "no robarás, no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20,13-16; cf. Dt 5,16-20), etc. Esto es lo que debemos cumplir, como también todo lo demás que se halla prescrito en las lecturas de los Libros (Sagrados).

89.2. Nos ordena asimismo por medio de Isaías: "Lávense, purifíquense, aparten la maldad de sus almas lejos de mi vista. Aprendan a obrar bien, busquen la justicia; protejan al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda. Entonces vengan, y discutamos, dice el Señor" (Is 1,16-18).

89.3. Muchos más preceptos podríamos encontrar en los otros (Libros Sagrados); por ejemplo, los relativos a la oración: "Las buenas acciones son una plegaria grata al Señor" (Pr 12,22), dice la Escritura.

89.4. Y se sugiere el modo de orar: "Cuando veas al desnudo, vístele; y no desprecies al que es de tu misma raza. Entonces, aparecerá tu luz como la aurora, tu curación llegará pronto, y ante ti caminará la justicia, y la gloria de Dios te circundará" (Is 58,7-8).

89.5. Ahora bien, ¿cuál es el fruto de esa plegaria? "Entonces clamarás y Dios te escuchará. Y aún estarás hablando, y te dirá: "Aquí estoy"" (Is 58,9).

Los ayunos y los sacrificios agradables al Señor

9o.1. Y por lo que al ayuno se refiere, dice: "¿Por qué ayunan para mí? No escogí yo este ayuno, ni el día en que el hombre debe humillar su alma. Aunque inclines tu cuello como un junco, y cubras el lecho con saco y ceniza; no llames a eso un ayuno aceptable" (Is 58,3-5). Pero entonces, ¿qué ayuno es el que sugiere?

90.2. Dice: "He aquí el ayuno que yo prefiero, dice el Señor: desata todo lazo de injusticia; suelta las ataduras de los contratos forzados; deja libres a los oprimidos y rompe toda escritura injusta; comparte tu pan con el hambriento y recibe en tu casa a los pobres que carecen de techo; al que veas desnudo, vístelo" (Is 58,6-7).

90.3. Y respecto de los sacrificios: "¿Qué me importan sus numerosos sacrificios?, dice el Señor; estoy harto de holocaustos de carneros; no quiero más grasa de corderos, ni sangre de toros, ni de cabritos, y menos si vienen para que yo los vea. ¿Quién les ha pedido que hagan estas ofrendas con sus manos? No vuelvan a pisar mi atrio. Si traen flor de harina, es inútil. El incienso lo aborrezco. Ya no soporto sus novilunios y sábados" (Is 1,11-13).

90.4. ¿Cómo ofreceré entonces un sacrificio (al nombre) del Señor? Dice: "Sacrificio para el Señor es un espíritu contrito" (Sal 50,19; cf. Ex 29,18; 30,7; Ef 5,2). ¿Cómo ofreceré una corona o ungiré de perfume? ¿Qué incienso quemaré para el Señor? "Es perfume agradable a Dios -dice- un corazón que glorifica a quien lo ha modelado" (Seudo Bernabé, Epístola, 2,10; Ireneo, Adversus Haereses, IV,17,2). Ésta es la corona, los sacrificios, los perfumes y las flores de Dios.

La caridad fraterna

91.1. Sobre el perdón, dice: "Si peca tu hermano, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónalo" (Lc 17,3-4).

91.2. A los soldados, por boca de Juan, (el Verbo) les ordena que se contenten con su paga (o: soldada; cf. Lc 3,14); y a los recaudadores de impuestos que no exijan más de lo estrictamente fijado (cf. Lc 3,13). Y dice al juez: "No hagas en el juicio acepción de personas, no aceptes regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los que ven y corrompen las sentencias justas" (Dt 16,19). "Protejan al oprimido" (Is 1,17).

91.3. Asimismo, a los administradores: "Un bien adquirido injustamente se desprecia" (Pr 13,11). Y con respecto a la caridad dice: "La caridad cubre la multitud de los pecados" (1 P 4,8). Y por lo que a la conducta cívica se refiere (o: con respecto a los deberes del ciudadano): "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21; Mc 12,17; Lc 20,25).

91.4. Y con referencia al juramento y al rencor: "Yo no ordené a sus padres, cuando salieron de la tierra de Egipto, que me ofrecieran holocaustos y sacrificios; sino que les ordené esto (Jr 7,22-23): "Que ninguno de ustedes guarde rencor en su corazón contra su prójimo (Za 7,10), que no ame el falso juramento (Za 8,17)"".

Capítulo XII: Exposición sumaria, semejante a la anterior, sobre la vida mejor. Textos de la Sagrada Escritura que caracterizan la vida de los cristianos (segunda recapitulación)

El amor a los enemigos

92.1. A los mentirosos y soberbios, los amenaza con estos términos: "¡Ay de los que a lo dulce llaman amargo, y amargo a lo dulce!"; y a los otros les dice: "¡Ay de los que se creen prudentes y sabios ante sus propios ojos!" (Is 5,20-21). "El que se humilla será ensalzado, y el que se ensalza será humillado" (Mt 23,12; Lc 18,14).

92.2. A los misericordiosos los llama bienaventurados "porque obtendrán misericordia" (Mt 5,7); y la Sabiduría llama desgraciada a la ira, "porque destruirá incluso a los prudentes" (Pr 15,1).

92.3. (El Verbo) ordena amar a los enemigos y bendecir a los que nos maldicen, y rogar por los que nos calumnian: "Al que te pega en la mejilla, dice, preséntale la otra; y si alguien te quita la túnica, no le impidas tomar también la capa" (Lc 6,27-29).

92.4. Refiriéndose a la fe afirma: "Todo cuanto pidieren en la oración con fe, lo conseguirán" (Mt 21,22). "Nada es seguro para los que no creen", según Píndaro (Fragmentos, 233). Debemos servirnos de los esclavos como de nosotros mismos, porque son hombres como nosotros. En efecto, "Dios -si te fijas bien- es el mismo para todos, para los libres y para los esclavos" (Menandro, Fragmentos, 681).

La generosidad cristiana

93.1. Es más, incluso a los criados que incurren en falta no debemos castigarlos, sino amonestarlos; "porque el que se abstiene del bastón, dice (la Escritura), odia a su hijo" (Pr 13,24).

93.2. (El Pedagogo) reprueba también la vanagloria, al decir: "¡Ay de ustedes, fariseos, porque aman los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas!" (Lc 11,43).

93.3. En cambio, recibe con afecto la conversión del pecador, porque ama el arrepentimiento que sigue al pecado (cf. Ez 18,23. 22; 33,11). Puesto que sólo el Verbo carece de pecado: "El errar es connatural y común a todos; ahora bien, corregirse, no es propio de cualquiera, sino de un varón excelente" (Menandro, Fragmentos, 680).

93.4. Acerca de la generosidad (o: liberalidad) exclama: "Vengan a mí todos los benditos, tomen posesión del reino que está preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era peregrino, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y a vinieron a verme (lit.: vinieron a mí; Mt 25,34-36).

93.5. Y, ¿cuándo hicimos nosotros algo de todo eso con el Señor? El mismo Pedagogo responderá, tomando como manifestación de amor a Él las buenas acciones realizadas con los hermanos, y dirá: "Cuanto hicieron con estos pequeños, conmigo lo hicieron. Y éstos irán a la vida eterna" (Mt 25,46).

La pedagogía de los Apóstoles

94.1. Estas son las leyes del Verbo (o: las leyes racionales): las exhortaciones no están escritas en tablas de piedra por el dedo del Señor (cf. Ex 31,18), sino inscritas en el corazón de los hombres (cf. 2 Co 3,3), las únicas que no son afectadas por destrucción. Razón por la cual fueron rotas las tablas de los que eran duros de corazón, a fin de que la fe de los niños fuese impresa en las mentes dóciles. Pero, ambas leyes servían al Verbo para la educación de la humanidad: una, por mediación de Moisés; y la otra, por medio de los Apóstoles.

94.2. Tal es también la pedagogía de los Apóstoles. Considero necesario explicarme sobre este último aspecto; pero, recordando lo que ya dije -habla el mismo Pedagogo-, expondré de nuevo, de modo elemental, sus preceptos:

94.3. "Desechando toda mentira, hable cada uno la verdad con su prójimo, porque somos los unos miembros de otros (Ef 4,25). No se ponga el sol sobre su ira, ni den ocasión al diablo. El que robaba, no robe ya, sino que trabaje con sus manos en algo provechoso para poder compartir con el indigente" (Ef 4,26-28).

94.4. "Toda amargura, ira, indignación, griterío y maledicencia, con todo género de malicia, destiérrese lejos de ustedes. Sean, por el contrario, bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándose recíprocamente, como Dios en Cristo los perdonó a ustedes" (Ef 4,31-32). "Sean, por tanto, sensatos (cf. Mt 10,16) e imitadores de Dios, como hijos muy queridos, y caminen en el amor, como también Cristo nos amó" (Ef 5,1-2).

94.5. "Las mujeres sométanse a sus maridos como al Señor (Ef 5,22); y los maridos amen a sus esposas, como Cristo amó a la Iglesia" (Ef 5,25).

La vida del cristiano según el Espíritu

95.1. Que los que están unidos en matrimonio se amen el uno al otro, "como a sus propios cuerpos" (Ef 5,28). "Hijos, obedezcan a sus padres (Ef 6,1). Y ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, sino edúquenlos en la disciplina y en la corrección del Señor. Siervos, obedezcan a sus señores según la carne con temor y temblor, en la sencillez de su corazón, como a Cristo, sirviéndoles de corazón con benevolencia (Ef 6,4-5. 6). Y ustedes, señores, traten bien a sus esclavos, sin recurrir a la amenaza, conscientes de que el Señor, de ustedes y de ellos, está en los cielos y que no hace acepción de personas" (Ef 6,7. 9).

95.2. "Si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No nos hagamos vanidosos, provocándonos unos a otros ni envidiándonos mutuamente (Ga 5,25-26). Lleven unos las cargas de los otros, y así cumplirán la ley de Cristo (Ga 6,2). No se engañen: de Dios nadie se burla (Ga 6,7). No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos, si no desfallecemos" (Ga 6,9).

95.3. "Vivan en paz entre ustedes. Les exhortamos, asimismo, hermanos, que corrijan a los inquietos, que alienten a los pusilánimes, que reciban a los débiles, que sean pacientes con todos. Procuren que nadie devuelva a otro mal por mal (1 Ts 5,13-15). No apaguen el Espíritu; no desprecien las profecías. Pruébenlo todo, y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal" (1 Ts 5,19-22).

95.4. "Perseveren en la oración, velando en ella con acción de gracias (Col 4,2). Procedan prudentemente con los de fuera, aguardando el momento oportuno (o: aprovechando bien el tiempo; Col 4,5). Sea su conversación siempre amena, salpicada de sal, de modo que sepan responder convenientemente a cada uno" (Col 4,6).

Las enseñanzas de los escritos paulinos

96.1. "Aliméntense con las palabras de la fe. Ejercítense en la piedad; porque el ejercicio corporal es poco provechoso, pero la piedad es útil para todo y lleva consigo la promesa de la vida presente y de la futura" (1 Tm 4,6-8).

96.2. "Los que tienen amos fieles, no los menosprecien, puesto que son hermanos; antes bien, sírvanles mejor, puesto que son fieles" (1 Tm 6,2).

96.3. "El que comparte lo suyo, que lo haga con sencillez; el que preside, con solicitud, y el que practica la misericordia, con gozo. El amor sea sin fingimiento; odiando el mal, adhiriéndonos al bien.

96.4. Amándose entrañablemente los unos a los otros con amor fraterno; en la estima (lit.: el honor), anticipándose los unos a los otros; no sean negligentes en cumplir su deber; sean fervorosos de espíritu; sirviendo al Señor; alegrándose en la esperanza; siendo pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración, practicando la hospitalidad, participando en las necesidades de los santos" (Rm 12,8-13).

El Pedagogo deja paso al Maestro

97.1. Éstos son algunos de los muchos ejemplos que el Pedagogo pone a sus niños, entresacándolos de las divinas Escrituras, ejemplos con los que se erradica -por así decirlo- el mal y se suprime la injusticia.

97.2. Otros innumerables consejos destinados a personas determinadas están escritos en los Libros Santos: unos para presbíteros, otros para obispos y diáconos, otros para las viudas, sobre los que en otra ocasión podríamos hablar.

97.3. Muchos, mediante enigmas, y otros, valiéndose de parábolas (cf. Sal 48,5; 77,2), pueden ser de gran utilidad para quienes los leen. Pero no es de mi incumbencia, dice el Pedagogo, enseñar estas cosas. Para la explicación de estas santas palabras necesitamos del Maestro, al cual hemos de dirigirnos. Así que ha llegado el momento, para mí, de poner fin a mi pedagogía y, para ustedes, de escuchar al Maestro.

El verdadero conocimiento

98.1. El (Maestro), que los recibe con una buena formación, les enseñará a fondo las palabras (del Señor). La Iglesia es su escuela, y su esposo (cf. Mt 9,15; 25,1-13) es el único maestro (cf. Mt 19,16), voluntad buena (o: benevolencia) de un Padre bueno, sabiduría genuina, santuario de la gnosis.

98.2. "Él mismo es propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 2,2), como dice Juan; es Él, Jesús, el médico de nuestro cuerpo y de nuestra alma, del hombre entero; "y no sólo por nuestros propios pecados, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos.

98.3. Quien dice conocerlo, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe también vivir como Él vivió (lit.: como aquél anduvo también él mismo así [debe] andar)" (1 Jn 2,2-6).

El Señor gobierna el universo

99.1. ¡Oh alumnos de la bienaventurada pedagogía! Perfeccionemos la hermosa faz de la Iglesia (cf. Ef 4,13) y, cual niños, corramos hacia esta buena madre; y si nos convertimos en oyentes (o: discípulos) del Verbo, glorifiquemos la dichosa dispensación por la que el hombre es educado y santificado como hijo de Dios; y, por ser formado (por el Pedagogo) en la tierra, se convierte en ciudadano del cielo (cf. Flp 3,20), donde encuentra al Padre a quien ha aprendido a conocer en la tierra. Todo lo hace, lo enseña y lo dirige (lit.: educa) el Verbo.

99.2. El caballo es guiado por el freno; et toro, por el yugo; la fiera salvaje es apresada con un lazo; y el hombre es transformado por el Verbo, por el cual se domestican las fieras, se pescan los peces con el anzuelo y se abaten las aves. Él es, realmente, quien prepara el freno para el caballo, el yugo para el toro, el lazo para la fiera, la caña para el pez y la trampa para el pájaro.

99.3. Él gobierna la ciudad y cultiva la tierra; el que rige, sostiene y crea todas las cosas. "Él hizo la tierra, el cielo, el mar, y todos los astros que coronan el cielo" (Homero, Ilíada, XVIII,483. 485).



El Verbo creador del mundo

100.1. ¡Oh divinas obras! ¡Oh divinos mandatos! Aquí, el agua, que se mantenga en sus límites (o: que se reúna sobre sí misma); aquí, el fuego, que contenga su cólera; aquí, el aire, que planee por el éter; que la tierra se mantenga firme y se mueva cuando yo lo disponga. Quiero, además, modelar al hombre. Dispongo de los elementos como materia; habito con mi criatura (cf. Pr 8,28-31). Si llegas a conocerme, el fuego te servirá.

100.2. Tal es este Verbo, el Pedagogo, el creador del mundo y del hombre; y, por medio de él, es también ahora Pedagogo del mundo. Por disposición suya, ambos fuimos formados y esperamos el juicio. Porque "no es callada, sino sonora, la palabra que la sabiduría transmite a los mortales, como dice Baquílides (Fragmentos, 26).

100.3. Según Pablo, "ustedes aparecen irreprochables, puros, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación perversa y depravada, como estrellas en el mundo" (Flp 2,15; cf. Dt32,5).

Conclusión: alabanza al Señor

101.1. Lo que falta en este panegírico del Verbo, es que dirijamos nuestra oración al Verbo: Sé propicio a tus pequeños, Pedagogo, Padre, Guía de Israel (cf. 2 R 2,12), Hijo y Padre, ambos uno solo, Señor. Concede a quienes seguimos tus preceptos llevar a su perfección la semejanza de la imagen (cf. Gn 1,26), y sentir en lo posible la bondad de Dios, como juez y su rigor; y concédenos tú mismo todo eso: que vivamos en tu paz sobre la tierra, que seamos trasladados a tu ciudad; que atravesemos sin naufragar las olas del pecado, y que, en plena calma, seamos transportados junto al Espíritu Santo, la inefable sabiduría.

101.2. Que de noche y de día, hasta el día final (o: perfecto), alabemos y demos gracias al único Padre e Hijo, Hijo y Padre, al Hijo Pedagogo y Maestro, junto con el Espíritu Santo. Todo está en el Uno, puesto que en Él son todas las cosas (cf. Jn 1,3; 1 Co 8,6; Col 1,16-17), por quien todo es uno, por quien la eternidad es, de quien todos somos miembros (cf. Rm 12,5; 1 Ci 12,12); de Él es la gloria y los siglos; todo sea para el bueno; todo, para el Bello; todo, para el Sabio; todo, para el Justo. A Él la gloria, ahora y por los siglos de los siglos. Amén (cf. Rm 11,36).

101.3. Y, puesto que el mismo Pedagogo, tras establecernos en la Iglesia, se nos ha entregado a sí mismo, al Verbo que enseña y que todo lo ve, sería hermoso que nosotros, reunidos allí, eleváramos al Señor una alabanza digna de su excelente pedagogía, como expresión de justo agradecimiento.

Himno a Cristo Salvador, de Clemente


Freno de potros indómitos,
ala de aves que no van errantes,
timón seguro de naves,
pastor (cf. Jn 10,11; Ez 34,1) de corderos del Rey.
A tus sencillos (o: ingenuos, cándidos)
niños congrega,
para alabar santamente,
y cantar sinceramente,
con labios puros,
a Cristo, guía de los niños.
Rey de los santos,
Verbo que todo lo somete,
del Padre Altísimo,
Príncipe (lit.: Prítano; cf. Col 2,3) de la sabiduría.
Apoyo (o: sostén) de los que sufren,
eternamente complaciente,
de linaje humano,
salvador, Jesús.
Pastor (cf. Jn 10,11 ss.), labrador (cf. Mt 21,33-42),
timón, brida,
ala celestial
del santo rebaño.
Pescador de los mortales (cf. Mt 4,19; Mc 1,17; Lc 5,10),
que se han salvado
del piélago del mal (cf. Sb 14,1);
a los peces puros,
de la tempestad adversa,
sácalos con el señuelo de la dulce vida.
A tu rebaño espiritual
Pastor santo, guía,
Rey de los niños puros,
(que siguen) las huellas de Cristo,
camino celestial (cf. Jn 14,6).
Verbo eterno,
tiempo sin fin,
luz eterna,
fuente de piedad (o: compasión, misericordia),
dispensador (o: artesano, agente) de virtud
para la vida santa
de quienes alaban a Dios.
Cristo Jesús,
leche celestial
de pechos dulces
extraída (lit.: exprimida)
de la esposa dispensadora
de tu Sabiduría.
Nosotros, los niños,
cuyas sencillas bocas
se alimentan,
del pecho del Verbo
y se sacian
con el rocío del Espíritu,
cantemos juntos
con sencillas alabanzas,
con himnos sinceros,
a Cristo Rey,
como santo tributo
por su enseñanza de vida.
Acompañemos sencillez
al poderoso Niño,
como coro de paz,
los nacidos de Cristo,
pueblo sabio;
cantemos juntos
al Dios de paz (cf. Rm 15,33; 16,20; 2 Co 13,11).

 

 

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