LIBRO VII
Capítulo I: Prólogo del libro séptimo
Sobre la interpretación de la Sagrada Escritura
1.1. Y ahora (es) el tiempo en que nosotros debemos demostrar a los griegos que sólo el gnóstico es verdaderamente piadoso, como para que los filósofos aprendan de nuevo (o: sepan) cómo es el verdadero cristiano, condenando su propia ignorancia, (porque) persiguen a la ligera a los que siguen al Nombre (cf. 1 P 4,16), y en vano llaman ateos a los que reconocen al verdadero Dios.
1.2. Pero, me parece, que está relacionado con los argumentos más claros el tener necesidad de los filósofos, como que es posible a los que se han ejercitado el escuchar (o: comprender) sus enseñanzas, aunque nunca se hayan mostrado dignos a sí mismos de participar de la capacidad de creer (cf. Jn 5,44).
1.3. Y no haremos mención ahora de los dichos proféticos, haciendo uso más tarde, en el lugar oportuno, de las Escrituras; pero señalaremos fundamentalmente las explicaciones (que derivan de ella) para describir el cristianismo, para no interrumpir el encadenamiento de las palabras incluyendo al mismo tiempo las Escrituras, y esto por quienes nunca han comprendido sus expresiones. Pero cuando demostremos (sus) significados, entonces sobrarán motivos para creerlas y serán manifiestos (sus) testimonio.
1.4. -Y si a alguno de la mayoría le pareciera diferente lo que decimos nosotros de [lo que dicen] las Escrituras del Señor, debe saber que [nuestra exposición] (saca) de ella el aliento y (también) vive, y partiendo de ellas anuncia los puntos de partida de la Escritura, manteniendo sólo el espíritu, no la letra-.
1.5. Porque la excesiva elaboración, no realizada a tiempo, parecería con razón estar de más; pero el no considerar enteramente lo que apremia es completa despreocupación y una imperfección.
1.6. Pero, en verdad, "dichosos los que examinan los testimonios del Señor, y le buscan a Él de todo corazón" (Sal 118 [119],2). Y sobre el Señor dan testimonio la Ley y los profetas (cf. Jn 5,39; Hch 10,43; Rm 3,21).
El gnóstico conoce al Padre bueno
2.1. Nos proponemos, por tanto, establecer que sólo el gnóstico es santo y piadoso, tributando un culto digno de Dios al verdadero Dios; y a quien practica un culto digno de Dios, le acompaña el amar a Dios y el ser amado por Dios.
2.2. Ciertamente considera digno de honor todo lo que supera al merecimiento; y hay que honrar, en (el mundo) sensible (lit.: en las cosas sensibles), a los magistrados, a los padres y a todos los ancianos; pero en las cosas (dignas) de enseñanza [él honra] a la filosofía más antigua y a la profecía más venerable; y en (el mundo) de lo inteligible a lo más antiguo en generación, al principio sin comienzo y atemporal, que es el primero de los seres, al Hijo.
2.3. Desde Él es cognoscible la causa trascendente (lit.: más allá de la causa), el Padre de todas las cosas, el más antiguo y benéfico de todo, no transmitido con voz, sino venerado y respetado en silencio con santo estupor, y por excelencia venerable. Ciertamente era llamado Señor porque así fue entendido (lit.: escuchado) por los discípulos, pero entendido por los elegidos para la gnosis que (proviene) del Señor. "De los que poseen ejercitados los sentidos" (Hb 5,14), dice el Apóstol.
La diaconía del gnóstico
3.1. Por tanto, para el gnóstico (es) culto (therapeía) de Dios el continuo cuidado del alma y la atención (lit.: ocupación) en lo que de divino tiene conforme a la caridad incesante.
3.2. Porque sobre el cuidado a los hombres uno (es) propio para hacerlos mejores y otro para servirlos. Así, la medicina mejora el cuerpo, pero la filosofía el alma. Una ayuda servicial nace en los padres desde los hijos y en los superiores desde los súbditos.
3.3. E igualmente, también en la Iglesia los presbíteros mantienen la imagen de la mejora y los diáconos la del servicio.
3.4. Estas dos diaconías son los servicios de los ángeles ante a Dios, según la economía terrena; también el gnóstico mismo sirve a Dios y muestra a los hombres la contemplación capaz de hacerlos mejores; de modo que dispone también la educación para la corrección de los hombres. Porque sólo es piadoso quien hermosa e irreprochablemente presta sus servicios a Dios en las cosas humanas.
3.5. Puesto que lo mismo que el mejor cultivo de las plantas es aquel con el que, mediante la ciencia y la experiencia de la agricultura, se producen y recogen los frutos y se procura a los hombres la utilidad que de ellos proviene, así la piedad del gnóstico, recibiendo los frutos de los hombres que por medio de él han creído, deviniendo más numerosos por el conocimiento su número y salvados por él, procura una óptima cosecha con su experiencia.
3.6. Pero si la devoción divina (theoprépeia) es una disposición que mantiene a salvo lo conveniente para Dios, sólo quien (es) devoto de Dios (es) amado por Dios; mas ése será quien conozca lo que es digno de consideración, y tanto según la teoría y según la vida, cómo ha de vivir quien ha de ser divinizado y debe asemejarse ya a Dios.
El gnóstico es philótheos
4.1. Por tanto, éste es el que ama a Dios por encima de todo. Porque quien honra al padre ama al padre, lo mismo, el que honra a Dios ama a Dios.
4.2. Por eso, me parece que son tres los efectos de la facultad gnóstica: el primero es conocer la realidad de las cosas, el segundo es cumplir lo que el Verbo orden, y el tercero consiste en poder transmitir de un modo digno de Dios lo que está oculto en la verdad.
4.3. Por tanto, ¿cómo puede ser ateo quien está convencido de que Dios es omnipotente y ha aprendido los divinos misterios de su Hijo unigénito? Porque ateo es el que piensa que Dios no existe, el que es supersticioso y tiene miedo a los demonios, el que lo diviniza todo: una madera o una piedra y esclaviza al espíritu humano que no vive racionalmente.
Capítulo II: Sobre el gnóstico que practica la auténtica piedad mediante el culto que tributa a Dios
La grandeza del Hijo de Dios
5.1. Así, por tanto, la creencia primera al conocer a Dios, después (de la confianza) en la enseñanza del Salvador, (es) no hacer injusticia de ninguna forma, porque conviene estar despierto al conocimiento de Dios.
5.2. Por eso, lo mejor (que existe) en la tierra (es) un hombre devotísimo de Dios, pero lo más excelente en el cielo es un ángel, el que más cercano según el lugar e inmediatamente lo más puro que participa de la vida eterna y bienaventurada.
5.3. Pero la naturaleza más perfecta, santa, principal (o: señorial), soberana, regia y benéfica (es) la del Hijo, que es la más próxima al único Todopoderoso.
5.4. Esta es la suprema eminencia, la que lo dispone todo según la voluntad del Padre (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40) y la que gobierna todo de la mejor manera, la que mueve a todos con infatigable e inagotable (o: incesante) poder, por cuyo medio actúa el que contempla (o: ve) las nociones arcanas (apókryphos: secreto, oculto).
5.5. Porque el Hijo de Dios no se aparta jamás de su atalaya (o: no sale en éxtasis de su propia contemplación), porque no (está) dividido (cf. 1 Co 1,13), ni separado, ni cambia de un lugar a otro, sino que está siempre en todas partes, y sin estar limitado en modo alguno; todo intelecto, todo luz paterna, todo ojo; viéndolo todo, oyéndolo todo, reconociéndolo todo y escrutando las potencias con [su propio] poder.
5.6. Todo el ejército de los ángeles (cf. Lc 2,13) y de los dioses le están sometidos a Él, al Verbo del Padre que ha recibido la santa economía "por medio de aquel a quien fue sometido" (Sal 8,7; Rm 8,20; 1 Co 15,27); y a Él (le pertenecen) todos los hombres, aunque unos "mediante un reconocimiento" (Rm 10,2), pero otros todavía no; algunos como amigos, otros como siervos fieles y otros como simples servidores (cf. Mt 25,21. 23; Jn 15,14-15; Col 1,7; 4,7; Hb 3,5).
El Hijo de Dios es Salvador y Señor
6.1. El Maestro en persona es el que educa en los misterios al gnóstico, al fiel con buenas esperanzas y con educación correctiva, al duro de corazón (cf. Pr 17,20; Si 16,9-10; Ez 3,7) mediante acciones sensibles. De ahí que exista la providencia en lo privado, en lo público y en todo lugar.
6.2. Y las divinas profecías declaran abiertamente que es Hijo de Dios, y es aquel que nosotros llamamos Salvador y Señor.
6.3. Así, el Señor de todos persuade a los que lo desean, griegos o bárbaros; porque no obliga al que puede recibir por sí mismo la salvación mediante una elección y llevar a cabo cuanto de él depende para conseguir la fuerza de la esperanza (cf. Hb 6,18).
6.4. Él mismo es quien también concede a los griegos la filosofía mediante los ángeles inferiores; puesto que por una divina y antigua disposición, los ángeles están distribuidos por los [diversos] pueblos (cf. Dt 32,8). Pero "la porción del Señor" (Dt 32,9; cf. Si 17,17) es la gloria de los que creen (cf. Lc 2,32; Rm 8,21).
6.5. Porque, o bien el Señor no se preocupa de todos los hombres, y esto podría suceder porque o no puede -lo cual es imposible puesto que sería signo de debilidad- o porque pudiendo no quiere -pero que no (es propio) de alguien bueno-; (y) es imposible que esté despreocupado por comodidad quien tomó por nosotros un cuerpo pasible; o bien, Él se preocupa de todos a la vez, lo cual corresponde (o: conviene, concierne) a quien es Señor de todos (cf. Rm 10,12).
6.6. Porque no es Salvador de unos y de otros no, sino que Él distribuyó su acción benéfica según el grado de aptitud que cada uno tiene, a griegos, a bárbaros y a los predestinados de entre ellos (cf. Rm 8,29-30; Ef 1,4-5), y más tarde llamados servidores fieles y elegidos (cf. Rm 8,30; Tt 1,3; Ap 17,14).
Cristo es Señor y Salvador de toda la humanidad
7.1. Por tanto, el que ha llamado a todos por igual no puede tener jamás envidia de nadie, aunque reparta especiales honores a quienes han creído de un modo especial. Tampoco puede ser impedido jamás por otro el que es Señor de todos y el que mejor obedece a la voluntad del Padre bueno y todopoderoso (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40).
7.2. Pero ni siquiera le alcanza la envidia al Señor, que ha existido eternamente sin pasión, ni ciertamente cosa alguna humana puede producir envidia en el Señor; pero (es) otro el envidioso (cf. Sb 2,24), donde también hierve la pasión.
7.3. Y tampoco se puede decir que [el Señor] no desee salvar a la humanidad por ignorancia, al no saber cómo cuidar a cada uno.
7.4. Porque la ignorancia no afecta al Hijo, ya que fue consejero del Padre antes de la creación del mundo (cf. Is 40,13; Jb 15,8; Rm 11,34; Ef 1,4). Puesto que ésa era la sabiduría "en la que se complacía" (Pr 8,30) el Dios todopoderoso; porque el Hijo es "fuerza" (1 Co 1,24) de Dios en cuanto Verbo primerísimo del Padre, anterior a todos los seres creados, y debería ser llamado con toda propiedad "sabiduría" (1 Co 1,24) suya (= de Dios) y Maestro de todo lo que ha sido plasmado por medio de Él (cf. Jn 1,3).
7.5. Ni siquiera ocupado en otros asuntos por algún placer podría abandonar jamás el cuidado de los hombres, quien asumiendo la carne sujeta por naturaleza a las pasiones la educó hasta el estado de impasibilidad.
7.6. Y ¿cómo podría ser Salvador y Señor, si no fuera Salvador y Señor de todos? Pero (es) Salvador de los que han creído porque han querido conocer; en cambio (es) Señor de los incrédulos hasta que ellos mismos sean capaces de confesar la fe y consigan por medio de Él (su) apropiado y correspondiente beneficio.
7.7. Pero toda la actividad (lit.: energía) del Señor tiene relación con el Todopoderoso, y el Hijo es, por así decirlo, eficacia (lit.: energía) del Padre (cf. 1 Co 1,30).
El Hijo es causa de todos los bienes que recibe la humanidad
8.1. Por consiguiente, el Salvador jamás podrá tener odio al hombre, puesto que por su desbordante amor (filantropía; cf. Tt 3,4) a la humanidad no despreció la debilidad de la carne humana, sino que revistiéndose de ella vino para la común salvación de los hombres; porque común es la fe de los elegidos.
8.2. Pero tampoco podrá jamás descuidar su obra específica, puesto que entre todos los seres vivientes sólo en el hombre fue infundida por creación (cf. Gn 2,7) una idea de Dios.
8.3. Ni tampoco (parece que pueda existir) otro modo mejor y más en armonía con Dios para el gobierno de los hombres que el establecido. En efecto, conviene, según la naturaleza, que el que es superior siempre haga de guía al inferior, y al que puede administrar bien algo se le confíe el gobierno de otro.
8.4. Pero quien verdaderamente domina y guía es el Verbo divino y su providencia, que lo observa todo y no deja sin cuidado a ninguno de los que se le han confiado (cf. Ef 2,19).
8.5. Y éstos serían los que han elegido permanecer junto a Él, los hechos perfectos mediante la fe. Así, por voluntad del Padre todopoderoso (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40), el Hijo es constituido causa de todos los bienes, la primera fuerza creadora, inasible al sentido.
8.6. Porque lo que Él era no fue visto por quienes no podían comprenderlo a causa de la debilidad de la carne, pero asumiendo (Él) una carne sensible demuestra lo que es posible a los hombres por la obediencia a los mandamientos (cf. Rm 5,11; Jn 15,5).
Jesucristo gobierna la salvación del género humano
9.1. Siendo, por tanto, fuerza del Padre, supera con facilidad lo que quiere, sin dejar libre de su cuidado providente la cosa más pequeña, porque de lo contrario el universo no habría sido bien hecho por Él.
9.2. A mí me parece que (es propio) de la fuerza mayor el examen exacto de todas las partes, llevada incluso hasta la más pequeña, porque todos [los seres] miran hacia el organizador (cf. Hb 12,2) primero del universo que por voluntad del Padre gobierna la salvación de todos, ya que unos han sido ordenados (o: establecidos) bajo la dirección de otros, y así hasta que alguien llegue al gran Sacerdote (cf. Hb 4,14).
9.3. Porque las cosas primeras, las segundas y las terceras dependen del único principio de arriba que actúa según la voluntad [de Dios]; después, en el límite extremo de lo visible está la feliz condición de los ángeles, y así, hasta nosotros mismos, que unos estamos subordinados (o: dispuestos, ordenados) a los otros dependiendo del que es Uno, salvados y salvadores gracias al que es Uno.
9.4. Ahora bien, como se pone en movimiento un pedazo de hierro, aunque esté muy alejada, por el espíritu de la piedra de Heraclea (= de gran poder magnético), que se difunde a una larga serie de anillos de hierro, así también, atraídos por el Espíritu Santo, los virtuosos viven en la primera morada (cf. Jn 14,2), luego a continuación otros hasta la última; pero los que por debilidad (son) malos, cayendo culpablemente (lit.: injustamente) por un insaciable deseo en una mala disposición, al no dominar [las pasiones] ni ser dominados [por el bien], fluyen por todas partes envueltos en pasiones y caen por tierra (cf. Is 34,4). Porque desde antiguo viene precisamente esta ley: el que quiere elige la virtud.
El camino hacia la contemplación
10.1. Por eso también los mandamientos, los relativos a la Ley y los anteriores a la Ley para los que no tenían Ley (cf. Rm 2,14-15; 5,13-14) -"porque para el justo no hay ley" (1 Tm 1,9; cf. Gn 15,6; Ga 3,17-18)-, establecieron que el que eligiera la Vida recibiría una recompensa eterna y bienaventurada (cf. Dt 30,15. 19), pero permitieron que el que se hubiera entregado a la maldad permaneciera unido a lo que había elegido, y establecieron, en cambio, que el alma que siempre fuera mejorando en el conocimiento de la virtud y en el progreso de la justicia obtuviese un estado mejor en el todo (o: en el universo), "lanzándose" (lit.: extendiéndose; Flp 3,13), según cada progreso, al estado de impasibilidad "hasta alcanzar el de hombre perfecto" (Ef 4,13), a la eminencia de la gnosis y a la vez de la herencia.
10.2. Estos progresos salvadores se distinguen según el orden de transformación, tiempos, lugares, honores, conocimientos, herencias y ministerios; cada uno tiene su grado propio, hasta [alcanzar] la contemplación sublime e inmediata del Señor en la eternidad.
10.3. Lo que enamora lleva a la contemplación de sí mismo a todo el que, por el amor mismo de la gnosis, se ha lanzado sobre la contemplación (cf. Flp 3,13).
Dios lo dispuso todo para la salvación universal
11.1. Por eso dio el Señor los mandamientos, los primeros y los segundos, sacándolos de una sola fuente, sin permitir que estuvieran sin Ley los que vivieron antes de la Ley, ni tampoco aceptó que no tuvieran freno los que no se dieron cuenta de la filosofía bárbara.
11.2. Porque, procurando a unos los mandamientos y a otros la filosofía, "encerró" (Rm 11,32; cf. Ga 3,22-23) la incredulidad hasta la parusía (cf. Ga 3,19-24); de ahí que todo el que no haya creído es inexcusable (cf. Rm 1,20-21; 2,1). Puesto que Él conduce hacia la perfección mediante la fe (cf. Ef 2,8; 4,13) por medio de esos dos modos de progreso, el griego y el bárbaro.
11.3. Pero, si algún griego, superando el primer (estadio), el de la filosofía griega, se lanza inmediatamente sobre la verdadera doctrina (o: enseñanza), ése, habrá lanzado el disco mucho más lejos, aunque sea un inexperto, porque habrá elegido para la perfección el atajo de la salvación por medio de la fe.
El camino de la fe conduce a la salvación
12.1. Así, por tanto, todo lo que no impedía la libertad (lit.: voluntad) de elección al hombre, [Dios] lo hizo y lo mostró como una ayuda para la virtud, así que de alguna manera, también a los que tuvieran la vista débil, se pudiera revelar el Dios único, bueno (y) todopoderoso, que desde siempre y por los siglos salva por medio del Hijo, pero no es causa en absoluto de mal alguno.
12.2. Porque todo ha sido dispuesto por el Señor del universo para la salvación de todos, (tanto) en general como individualmente.
12.3. Por tanto, (es) obra de la justicia del Salvador el conducir siempre hacia lo que es mejor, según lo permite la condición humana. Así gobierna para la salvación y conservación (o: permanencia) de lo que es mejor, según las propias características (analógos), incluso a los seres más pequeños.
12.4. Consecuentemente cambia todo lo virtuoso hacia estados superiores, teniendo como causa del cambio la elección de la gnosis que el alma ha conquistado (o: adquirido) libremente.
12.5. Pero las necesarias correcciones, [infligidas] por bondad del gran Juez que nos mira, bien mediante los ángeles que lo rodean, bien con diversos juicios previos o con el juicio universal, obligan a convertirse más a los "indolentes" (Ef 4,19).
Capítulo III: El camino del gnóstico
La actividad del gnóstico perfecto
13.1. "Me callo lo demás" (Eurípides; Ifigenia en Táuride, 37; Esquilo, Agamenón, 36), glorificando al Señor. Sólo hablo de aquellas almas gnósticas que superan por la magnificencia de su contemplación el tenor de vida (politeía) de cada una de las santas disposiciones (o: estados) entre las que han sido determinadas (y) divididas las bienaventuradas moradas de los dioses (= los bienaventurados del cielo), y que son "consideradas como santas entre los santos" (Is 57,15); y llevadas [aquellas almas] íntegras totalmente, llegando de lugares superiores a otros lugares más sublimes, no abrazan ya la divina contemplación como en espejos o mediante espejos (cf. 1 Co 13,12), sino que son invitadas a la más grande claridad y a la más perfecta pureza en (la contemplación) divina, que no sacia a las almas extraordinariamente amantes, que gozan insaciablemente la eterna alegría sin fin (o: perpetua), honradas por la identidad de la suprema excelencia. Tal es la contemplación cataléptica (= comprensiva y clara) de "los puros de corazón" (Mt 5,8).
13.2. Esta es, por tanto, la actividad del gnóstico perfecto: conversar con Dios por medio del gran Sacerdote (cf. Hb 4,14), asemejándose en lo posible al Señor mediante todo el servicio para con Dios, que difunde la salvación de los hombres según una solícita benevolencia hacia nosotros, según la liturgia, la enseñanza y la práctica del bien (o: beneficencia; buenas obras).
13.3. Ciertamente, unas veces el gnóstico se edifica y trabaja para sí mismo, pero también adorna a sus oyentes cuando se asemeja a Dios (cf. Gn 1,26), asemejándose todo lo que puede al Impasible por naturaleza procurándose una impasibilidad mediante la ascesis, conversando y conviviendo con el Señor "sin distracciones" (1 Co 7,35).
13.4. Mansedumbre, pienso yo, filantropía (= amor a la humanidad) y piedad magnánima son las normas (cánones) para asimilarse gnósticamente (a Dios).
Dios quiere nuestra salvación
14.1. Yo digo que esas virtudes son un "sacrificio agradable" (Flp 4,18; cf. Is 56,7) a Dios, (puesto que) la Escritura dice que el corazón sin soberbia (cf. Sal 50 [51],19) y con recta ciencia (es) un "sacrificio a Dios" (Sal 50 [51], 19. 18), y todo hombre elevado a la santidad es iluminado hacia una unidad ininteligible.
14.2. Porque el Evangelio y el Apóstol mandan que unos se hagan esclavos (cf. 2 Co 10,5) y se mortifiquen a sí mismos matando "al hombre viejo que se corrompe conforme a las concupiscencias" (Ef 4,22; cf.Mt 16,25), instauren "el nuevo" (2 Co 10,5; Ef 4,24) desde la muerte de la antigua perversión (cf. Lc 9,41), abandonen las pasiones y se hagan impecables.
14.3. Esto mismo era entonces también a lo que la Ley insinuaba, cuando prescribía matar al pecador (cf. Ex 21,12. 14-17; 22,17-18; Nm 35,16-21. 31; Dt 13,8-9; Ez 18,4): el tránsito de la muerte a la vida, a la impasibilidad de la fe.
14.4. Lo cual no lo entendieron los maestros de la Ley, exponiendo la Ley (como) amiga de controversias (lit.: que gusta vencer), suministrando las bases a los que argumentaban tontamente.
14.5. Por esta causa con razón no ofrecemos sacrificios al Dios que no carece de nada, al que lo procura todo a todos, sino que glorificamos al que se ha sacrificado por nosotros, sacrificándonos (a la vez) nosotros mismos y [pasando] desde no carecer de nada hacia lo abundante, y desde el que no (tiene) pasiones hacia la impasibilidad.
14.6. Porque Dios se complace únicamente con nuestra salvación. Con razón, por tanto, no ofrecemos a Aquel que no se deja vencer con placeres un sacrificio, cuya exhalación de humo probablemente queda aquí abajo y no llega ni a las nubes más densas, sino incluso lejos de ellas, [sólo] llega a algunos.
El único Dios verdadero
15.1. Así, la divinidad no tiene necesidad de nada (cf. Hch 17,25) placentero, lucrable o codiciable; está satisfecha y procura todo a toda (criatura) que nace y está necesitada; tampoco la divinidad se (deja) seducir con sacrificios ni ofrendas, ni con gloria, ni honor; (y no) se deja seducir por cosas semejantes, sino que se manifiesta como (es) a los hombres honestos y buenos, que no traicionan la justicia ni por un miedo que amenaza ni por una promesa de bienes mayores.
15.2. Pero los que no han examinado la libertad del alma humana y la no esclavitud sobre la elección de vida, disgustados por los sucesos (que entraña) la estúpida injusticia, consideran que Dios no existe.
15.3. Son de idéntica opinión quienes, hundidos en la intemperancia de los placeres, en los desproporcionados desánimos y en muchas involuntarias desgracias por abatimiento dicen que Dios no existe, o, si existe, no lo abarca todo con la mirada (lit.: no es panepíscopo).
15.4. Pero hay otros que creen que los dioses a los que se suplica son los que se doblegan con sacrificios y ofrendas (o: regalos), como si fueran cómplices, por así decirlo, de sus libertinajes, y no quieren creer que verdaderamente existe el único Dios, permaneciendo en la justa bondad.
El ser humano ha sido creado a imagen del Verbo
16.1. El gnóstico es, por tanto, piadoso, cuida primero de sí mismo, luego de los que están cerca, para que mejoremos lo más posible. Porque también el hijo se hace grato al buen padre cuando procura (ser) diligente consigo mismo e igual al padre, y el subordinado con el superior; ciertamente el creer y el ser obediente depende de nosotros.
16.2. Pero (alguien) puede concebir que la causa del mal es la debilidad de la materia, o los impulsos irreflexivos de la ignorancia, o las necesidades irracionales de la ignorancia.
16.3. (Pero) el gnóstico está por encima, como las fieras domesticadas, porque imita los designios divinos, haciendo el bien que puede a los hombres que lo deseen.
16.4. Si algún día fuere constituido en autoridad, como Moisés, guiará hacia la salvación a sus súbditos, cultivará al salvaje y al abandonado (o: renegado), honrando a los mejores, pero (también) a los malvados con el castigo que es inculcado según el Verbo en para la corrección (o: educación).
16.5. Porque el alma del hombre justo (es) principalmente "imagen divina y está emparentada con Dios" (Anónimo, Fragmentos, 117); en ella se edifica y levanta, por medio de la obediencia a los mandamientos, el que es guía de todos, mortales e inmortales, el soberano y progenitor de los buenos, el que siendo verdaderamente ley, oráculo y Verbo eterno, único salvador para cada uno en particular y para todos en conjunto.
16.6. Siendo realmente el Unigénito (cf. Jn 1,18), el carácter (o: impronta) de la gloria del Padre (cf. Hb 1,3), soberano universal (panbasiléos) y todopoderoso, que imprime en el gnóstico la perfecta contemplación según su propia imagen (cf. Gn 1,26), para que sea la tercera imagen divina (= el hombre; cf. Gn 1,26; Hb 1,3), que se asemeja dinámicamente a la causa segunda, a la verdadera Vida (cf. 1 Tm 6,19) por la que nosotros vivimos la auténtica vida (cf. 1 Co 1,30; Col 2,2-3), al reproducir nosotros mismos el modelo (týpos) gnóstico hecho para nosotros y labrado sobre lo que es estable y del todo inalterable (lit.: perfecto).
El gnóstico debe aprender a utilizar convenientemente las virtudes
17.1. Así, dueño de sí mismo y de lo suyo, poseyendo una segura comprensión (catalepsis) de la ciencia divina, [el gnóstico] está realmente junto a la verdad.
17.2. Porque la gnosis y la catalepsis (o: percepción segura) de lo inteligible convenientemente puede llamarse ciencia, cuya finalidad respecto a las cosas divinas (es indagar) ciertamente cuál sea la causa primera y de Aquél por cuyo medio "fueron hechas todas las cosas y sin Él no se hizo nada" (Jn 1,3); a su vez también cuáles son (las cosas) como penetrantes, cuáles las envolventes, cuáles las que se encuentran unidas y cuáles las disociadas. Y cuál es el estado que cada una de estas cosas tiene y cuál es el poder y el servicio sagrado (leitoyrgía) que cada una presta.
17.3. Y a su vez, respecto a las cosas humanas [la gnosis indaga] qué es el hombre mismo, qué es lo según su naturaleza y contrario a ella, cómo está relacionado con el hacer y con el sufrir, cuáles son sus virtudes y sus vicios, lo relativo al bien, al mal y a lo que está en medio de ambos; lo que concierne a la fortaleza, prudencia, templanza y a la justicia, virtud que está por encima de todas.
17.4. Pero [el gnóstico] se aprovecha de la prudencia y de la justicia para adquirir la sabiduría, y la fortaleza no sólo para soportar en él mismo las adversidades, sino también para dominar en lo concerniente al placer y a la concupiscencia, al dolor y a la ira, y en general para enfrentarse a todo lo que con violencia o engaño seduce a las almas.
17.5. Porque no hay que soportar los vicios y las maldades, sino rechazarlos, y soportar lo que (es) temible. En efecto, se ha descubierto que el dolor es útil en la medicina, en la educación y en el castigo, y por medio de él se rectifican (o: corrigen) las costumbres para provecho de los hombres.
El gnóstico es rico porque necesita poco
18.1. Y firmeza (o: paciencia), generosidad, magnanimidad, liberalidad y magnificencia (son) formas de la fortaleza. Y por esta causa el gnóstico no se preocupa de la censura (o: del reproche) ni de la maledicencia que recibe de la gente (lit.: de los muchos), ni está dominado por glorias ni adulaciones; soportando en sí mismo molestias, llevando a cabo convenientemente a la vez sus obligaciones y estando con hombría por encima de todas las dificultades, se manifiesta realmente [como] un varón (= hombre valiente) entre los demás hombres.
18.2. Por otra parte, además, salvando la inteligencia de la prudencia en la quietud del alma, es capaz de recibir los bienes prometidos como algo propio y de rechazar lo vergonzoso como algo alienante, habrá llegado a ser de este mundo y (estará) por encima del mundo; y dispondrá todos los negocios mundanos y jamás delinquirá en nada; ciertamente (es) totalmente rico porque necesita poco, puesto que tiene necesidad de pocas cosas y sobreabunda en todo bien por medio de la gnosis del bien mismo.
18.3. Porque la obra primera de su justicia es querer mantenerse entre los de su misma clase y permanecer con ellos en la tierra y en el cielo.
El gnóstico es amigo de Dios
19.1. Y por eso (es) dadivoso con lo que haya podido adquirir, amigo del hombre y el que más odia a los perversos por su perfecto rechazo a toda maldad.
19.2. Es necesario, además, que aprenda también a ser fiel consigo mismo y con los demás, y obediente a los mandamientos. Porque ése es el "servidor de Dios" (Hb 3,5), el que se somete voluntariamente a los mandamientos (cf. Nm 12,7; Hb 3,5). Pero quien es ya "puro de corazón" (Mt 5,8) no mediante los mandamientos sino la gnosis misma, ése es "amigo de Dios" (St 2,23; cf. Is 41,8; 2 Cro 20,7).
19.3. Porque nosotros no nacemos poseyendo la virtud por naturaleza, ni una vez nacidos, tampoco se desarrolla ulteriormente en nosotros de forma natural como las otras partes del cuerpo -puesto que entonces no sería ni voluntaria ni meritoria-; ciertamente la virtud no se perfecciona por la concurrencia de lo que sobrevenga o por la costumbre, al modo del lenguaje -porque también la maldad se engendra de esa manera-.
19.4. Tampoco la gnosis proviene de un determinado arte ni por el de los recaudadores ni por el de los terapeutas del cuerpo; ni siquiera de la educación cíclica: porque ya es bastante si sólo puede preparar al alma y darle una ayuda.
No se pude huir de Dios
20.1. Porque los políticos probablemente detengan las malas acciones, y los discursos persuasivos, siendo tan superficiales que no podrán jamás procurar una permanencia científica de la verdad.
20.2. Pero la filosofía griega de alguna manera purifica previamente y prepara al alma para la recepción de la fe, sobre la cual la verdad sobreedifica (cf. 1 Co 3,10. 11. 12. 14) la gnosis.
20.3. Éste, éste es verdaderamente el atleta, el que en el gran estadio (cf. 1 Co 9,24-26), en el hermoso mundo, es coronado con la verdadera victoria frente a todas las pasiones.
20.4. Porque el Dios todopoderoso (es) el que preside (agonothéta) los juegos públicos, pero el árbitro es el Hijo unigénito de Dios; y los espectadores (son) los ángeles (cf. 1 Co 4,9) y los dioses (= los elegidos que se encuentran junto a Dios); el combate gimnástico que se lucha "no es contra la sangre y la carne, sino contra las potestades espirituales" (Ef 6,12), que suscitan vehementes pasiones y actúan mediante la carne; él triunfa sobre estos grandes contrincantes.
20.5. También igualmente venciendo en las luchas que el tentador propone, conquista la inmortalidad. Porque el juicio de Dios no se deja engañar en lo que concierne al juicio más justo.
20.6. Así, por tanto, ha sido convocado el público para el combate y los atletas combaten en el estadio; y de entre ellos vence el que ha sido obediente al Invencible.
20.7. Porque para todos Dios ha dispuesto iguales todas las cosas, y Él mismo es irreprochable, pero quien pueda elegirá y el que quiera prevalecerá; por eso hemos recibido la inteligencia, para saber lo que debemos hacer, y el "conócete a ti mismo" (Cameleón, Fragmentos, 2 A; Aristóteles, Fragmentos, 3) aquí [en la tierra], para saber para qué hemos nacido.
20.8. Y hemos nacido para ser obedientes a los mandamientos, si elegimos el querer salvarnos. Esto es lo que significa quizás la Adrasteia (= sin escapatoria), según la cual no es posible huir de Dios.
La tarea humana consiste en obedecer a Dios
21.1. La tarea humana es, por tanto, la obediencia a Dios, que ha prometido la salvación de distintas maneras por medio de los mandamientos, y una buena aceptación es la confesión de la fe.
21.2. Porque el benefactor es la causa primera del beneficio, y el [hombre] fiel (es) el que ha aceptado diligentemente las disposiciones divinas y ha guardado los mandamientos; pero también es amigo [de Dios] (cf. Jn 15,-915) el que ha correspondido en lo que es capaz al beneficio con amor.
21.3. Pero una única es la recompensa más propia por parte de los hombres: hacer lo mismo que agrada a Dios.
21.4. Y lo mismo que el Maestro y Salvador recibe como algo propio y (como) un resultado congénito las ayudas y rectificaciones de los hombres en aras de su propio favor y honor, así también considera las ofensas inferidas contra los que han creído en Él como ingratitudes y deshonras propias (cf. Mt 25,4-45). -En efecto, ¿qué otro deshonor podría afectar a Dios?-.
21.5. Por tanto, no existe una recompensa digna para la salvación, para devolver el favor del Señor.
21.6. Y como quienes hacen daño a los rebaños ultrajan a sus dueños, y como los que [ofenden] a los soldados (afrentan) a su jefe, así es un desdén para con el Señor el maltrato contra sus consagrados.
21.7. Porque del mismo modo que el sol no sólo ilumina el cielo y todo el mundo que resplandece sobre la tierra y el mar, sino también a través de las ventanas y de las estrechas grietas envía el brillo hasta los recodos más profundos, de igual manera el Verbo, difundido por todas partes, observa la más pequeña de las acciones de la vida.
Capítulo IV: Las supersticiones de los griegos
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos
22.1. Como los griegos suponen que los dioses (son) antropomorfos (= tienen formas humanas), y que están sujetos a pasiones humanas, y de igual manera que cada uno describe las formas de aquellos [dioses] semejantes a las propias, como dice Jenófanes: "Los etíopes [los describen] negros (y) de nariz aplastada; los tracios, rubios (lit.: rojizos) y de ojos azules" (Fragmentos, 21 B 16) también les modelan con las almas (o: sentimientos) semejantes a ellos mismos; así, los bárbaros [les imaginan] salvajes y de costumbres crueles; pero los griegos, más cultivados (o: civilizados), pero apasionados.
22.2. Por lo cual, lógicamente la necesidad de que los malos tengan pensamientos perversos (o: viles) sobre Dios y los virtuosos excelentes; y por eso el que es realmente "regio en el alma" (Platón, Filebo, 30 D), el gnóstico en persona, siendo piadoso y no supersticioso, está persuadido que sólo Dios es el único venerable, augusto (o: santo), noble, bienhechor, benefactor, causa primera de todos los bienes, no responsable del mal (cf. Platón, República, II,397 B).
22.3. Y sobre la superstición griega pienso que hemos tratado suficientemente en nuestro discurso titulado "Protréptico" (cf. 11-37), utilizando hasta la saciedad la investigación histórica indispensable. No es necesario, por tanto, "contar de nuevo los mitos (que ya se han contado) con claridad" (Homero, Odisea, XII,453).
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)
23.1. Pero, llegados a este punto, se deben consignar algunas (citas) entre muchas, puesto que ésas bastarán para presentar la prueba de que son ateos quienes comparan la divinidad con los peores hombres.
23.2. Porque [entre ellos] los dioses son engañados por los hombres mismos y aparecen peores que los hombres cuando nosotros les engañamos, o si esto no es así, ¿cómo no siendo engañados por ellos se encolerizan como una anciana irascible exasperada hasta la cólera, como dicen que Artemis se encolerizó con los etolios por causa de Eneo? (cf. Homero, Ilíada, IX,533-537)
23.3. ¿Por qué siendo diosa no pensó que Eneo no la despreciaba, sino que se había olvidado o había descuidado el haber hecho el sacrificio?
23.4. Y Auge, defendiéndose justamente frente a Atenea al irritarse con ella por haber dado a luz en el templo, dice:
23.5. "Despojos que hacen perecer a los mortales te complaces en ver, incluso restos de cadáveres, y esto no es para ti inmundo; pero que yo haya dado a luz, lo consideras indigno" (Eurípides, Ifigenia en Táuride, fragmentos, 266).
23.6. Por lo demás, también los otros animales dan a luz en el templo y no (son) injustos.
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)
24.1. Por tanto, como es natural, siendo supersticiosos respecto a los de buen carácter (= los dioses encolerizados), (aquellos) coinciden en que todos los acontecimientos son signo y causa de males.
24.2. "Si un ratón perfora un zócalo (o: un altar) de arcilla o roe un saco de harina porque no tiene otra cosa; si un gallo alimentado canta al atardecer, eso lo consideran presagio de alguna cosa" (Anónimo, Fragmentos, 341).
24.3. A ése lo ridiculiza Menandro en "El supersticioso": ¡Que me suceda algo bueno, honorabilísimos dioses! Porque cuando me calzaba, rompí la correa de la sandalia derecha. Con razón, necio, puesto que estaba podrida! Eres un tacaño, porque no quieres comprar unas nuevas" (Menandro, Fragmentos, 97).
24.4. Ingenioso lo de Antifón, que cuando uno hizo vaticinios porque una cerda devoró a los cerditos, al verla extenuada por al tacañería del criador, dijo: "Alégrate del presagio, puesto que al estar así de hambrienta no ha comido a tus (propios) hijos" (Antifón, Fragmentos, 87 A 8).
24.5. Bión dice: "¿Qué hay de extraordinario que el ratón haya roído un saco, si no encuentra qué comer? Porque lo extraordinario sería, como grita bromeando Arcesilao, que el saco devorara al ratón" (Bión de Boristene, Fragmentos, 45).
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)
25.1. Bien dijo también Diógenes a quien se maravillaba de haber encontrado la serpiente enroscada alrededor de la maza: "¡No te maravilles, porque más sorprendente sería si hubieras visto la maza enroscada en torno a la serpiente erguida!" (Diógenes, Fragmentos, 282).
25.2. Porque también los animales irracionales deben correr, moverse con rapidez (¿o: comer?; esthiein), luchar, procrear y morir; ahora bien, lo que es para ellos natural, no puede suceder en nosotros jamás contra la naturaleza.
25.3. "Y muchos pájaros van y vienen bajo los rayos del sol" (Homero, Odisea, II,181-182).
25.4. El cómico Filemón también ridiculiza estas cosas: "Cuando veo -dice- que uno observa a quien ha estornudado o quien ha hablado, o quién es el que pasa, lo vendería inmediatamente en el mercado. Cada uno de nosotros camina, habla, y estornuda para sí mismo, no para el público (lit.: los que están en la ciudad). Las cosas acontecen tal como la naturaleza quiere" (Filemón, Fragmentos, 100 K).
25.5. Después, los [hombres] sobrios piden buena salud, pero los atiborrados y envueltos en borracheras festivas se atraen enfermedades.
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)
26.1. Pero muchos "temen también las dedicatorias escritas" (Diógenes, Fragmentos, 21). Diógenes, encontrando en casa de un desgraciado esta inscripción: "El victorioso Hércules vive aquí. No está permitido entrar a nadie malo", dijo ingeniosamente: "¿Y cómo entrará el dueño de la casa?" (Diógenes, Fragmentos, 21).
26.2. Esas mismas personas adoran a todo leño o piedra, pero de las llamadas brillantes, y temen la lana roja, los granos de sal, las antorchas, las cebollas marinas y el azufre, seducidas con embelesos por hechiceros con algunas de sus inmundas purificaciones. Pero Dios, el verdadero Dios, conoce que sólo es santo la manera de ser (éthos) del [hombre] justo, mientras que es execrable (lit.: maldito) lo injusto y lo miserable (o: perverso, malvado).
26.3. Por cierto, después de los ritos purificatorios pueden observarse los huevos fecundados (lit.: engendrados), si se les calienta (o: incuba). Pero esto no sucedería si llevaran consigo el mal del (hombre) purificado.
26.4. También el cómico Dífilo ridiculiza con gracia a los hechiceros con estos versos: "Purificando a las doncellas Prétides y a su padre Preto, hijo de Abante y con ellos, a una anciana, la quinta [persona], con una antorcha, una cebolla de mar, una sola para tantos cuerpos humanos, y con azufre, asfalto y (agua) del mar retumbante, de la profunda corriente del tranquilo (o: suave) Océano. Pero, oh feliz Aire, envía a través de las nubes a Anticira, para que de este chinche yo haga un abejorro" (Dífilo, Fragmentos, 126 K).
Testimonios sobre las supersticiones de los griegos (continuación)
27.1. Porque también Menandro [dice]: "Si tuvieras verdaderamente un mal, Fidias, deberías tú buscarle una verdadera medicina. Pero ahora no lo tienes; busca también la medicina ficticia para ese mal ficticio; imagínate, no obstante, que te sirve. Que las mujeres en círculo te den fricciones y te ciñan; y después te rocíen con agua de tres fuentes, a la que añadirás sal y lentejas" (Menandro, Phasma [El fantasma], 50-56).
27.2. Es puro todo el que sabe que no tiene mal alguno.
27.3. En seguida dice la tragedia: "¡Orestes! ¿Qué enfermedad te consume (o: destruye)? La conciencia, porque sé que he obrado mal" (Eurípides, Orestes, 395-396).
4. Porque la pureza no es otra cosa que la abstinencia de pecados.
27.5. También dice hermosamente Epicarmo: "Si tienes limpia la mente, todo el cuerpo estará limpio" (Epicarmo, Fragmentos, 23 B 26).
27.6. Por eso también decimos que es necesario purificar antes las almas de las opiniones malas y perversas por medio de la recta razón, y luego ocuparse principalmente de la memorización de los temas importantes; después, si se juzga bueno, a causa de la tradición de los misterios (= bautismo), ofrecer algunas purificaciones a los que están a punto de iniciarse, puesto que conviene que hayan renunciado a la doctrina atea para ocuparse en la verdadera tradición.
Capítulo V: El ser humano es templo de Dios
Las obras humanas no pueden ser auténticos templos de Dios
28.1. ¿Porque (nosotros) no circunscribimos (o: delimitamos) recta y verdaderamente en lugar alguno al que es ilimitado ni encerramos en "templos hechos por mano humana" (Hch 17,24; 7,48-49) al que contiene todas las cosas?
28.2. ¿Qué obra de constructores, de canteros, o de arte manual podría ser santa? ¿No (son) más virtuosos que ésos los que piensan que el aire, lo que le rodea y el mundo entero y el universo son más dignos para la supereminencia de Dios? (cf. Is 66,1; Hch 7,48-49).
28.3. Sin duda sería ridículo (o: gracioso), como dicen los mismos filósofos, que el hombre, "siendo un juguete de Dios" (Platón, Leyes, VII,803 C), hiciera a Dios, y que Dios deviniera un juego artístico (cf. Platón, Leyes, 899 C-E). Por otro lado, lo producido es idéntico y semejante a aquello de lo que nace, como lo marfileño (proviene) del marfil, y lo dorado del oro.
28.4. Pero las estatuas y templos fabricados por artesanos humanos provienen de la materia inerte, de modo que también ellos son inertes, materiales y profanos. Y aunque perfecciones la técnica, participa de su vulgaridad; así, las obras de la técnica no serán de ningún modo sagradas ni divinas.
28.5. Por otra parte, ¿qué habría que establecer, cuando nada hay que colocar porque todo está en su lugar? Ciertamente, lo establecido en un lugar es establecido por alguien, estando antes sin establecer.
28.6. Si es verdad que Dios es establecido por humanos, un tiempo no estuvo establecido y por lo tanto no existiría.
28.7. Porque si no existía no estaría establecido, puesto que se establece [en un lugar] todo lo que no existe. Pero no se puede establecer lo que existe, ni por lo que no existe ni por algo que exista, porque aquello es también lo que es. Luego queda que lo sea por sí mismo.
Dios se establece en el gnóstico
29.1. Y ¿cómo puede engendrarse algo a sí mismo? ¿Cómo existiendo uno mismo se va a establecer a sí mismo en el ser? ¿Acaso lo que primeramente estuvo sin establecer se estableció a sí mismo? Pero si ni siquiera existía, porque lo que está sin establecer es lo que no existe. Y si se piensa que está ya establecido, ¿cómo lo que fue previo a lo existente pudo hacerse después a sí mismo?
29.2. Y Aquél a quien pertenecen todos los seres, ¿cómo podría tener necesidad de cosa alguna? Pero si la divinidad (tiene) forma humana tendrá necesidad de las mismas cosas que el hombre: alimentación, vestido, casa y todas las cosas que les siguen. Porque los que tienen la misma forma y las mismas pasiones necesitarán de idéntico tenor de vida.
29.3. Pero si lo sagrado recibe una doble (interpretación), Dios mismo y lo edificado en su honor, ¿cómo no llamar principalmente a la Iglesia, hecha para el honor de Dios, según un santo reconocimiento, templo de Dios, el más digno de todo y no construido con técnica vulgar, ni tampoco embellecido por mano de un impostor, sino hecho como templo por voluntad de Dios?
29.4. Porque ahora no llamo Iglesia al lugar, sino a la comunidad de los elegidos (cf. 1 Co 3,16). Puesto que mejor es este templo para la recepción de la enorme dignidad de Dios. Porque el viviente digno de mucha estima es consagrado por su preeminente santidad al que es [Dios] digno de todo, o mejor dicho a quien no tiene equivalente.
29.5. Y éste es el gnóstico, (el hombre) merecedor de mucha estima (o: dignidad), el que es honrado con honores junto a Dios, en el que Dios se establece, o sea, en el que se ha consagrado la gnosis sobre Dios.
29.6. Allí encontraremos también la Imagen, la efigie (o: pequeña imagen) divina y santa, en el alma justa, cuando ella misma es dichosa (o: bienaventurada), una vez purificada, pero habiendo realizado buenas acciones.
29.7. Allí (está) también lo estable y lo que es establecido, lo relativo a los ya gnósticos y de los que tratan de serlo, aunque todavía no sean dignos de recibir la ciencia de Dios.
29.8. Porque todo el que se dispone a creer es ya fiel para Dios, y, erigido como estatuilla (o: pequeña imagen) perfecta de honor, consagrado para Dios.
Capítulo VI: Sobre los auténticos sacrificios
Testimonios acerca de los falsos sacrificios
30.1. Ahora bien, como Dios no está circunscrito a un lugar ni jamás ha podido ser representado en forma de ser viviente, así tampoco está sujeto a las pasiones o la necesidad como los seres creados (o: generados); como a los sacrificios, a la manera de alimento como si tuviera hambre.
30.2. Lo que se relaciona con la pasión es todo corruptible, y ofrecer comida a quien no se alimenta (es) necedad.
30.3. Y el célebre cómico Ferécrates en "Los desertores" presentó con gracia a los dioses reprendiendo a los hombres por los sacrificios: "Cuando inmolan a los dioses, primero apartan para los sacerdotes lo establecido, luego para ustedes, después -da vergüenza decirlo- lamiendo con cuidado toda la carne del muslo hasta las ingles, y el lomo extraído con cuidado, después el espinazo mismo, como raspado con una lima, nos lo arrojan como a los perros. Y confundiéndose unos a otros, se tapan con las muchas ofrendas" (Ferécrates, Fragmentos, 23 K).
30.4. Pero también el cómico Eubulos en persona, escribe de la siguiente manera sobre los sacrificios: "Ofrecen a los dioses mismos solamente el rabo y un muslo, como si fueran pederastas" (Eubulos, Fragmentos, 130).
30.5. Y al presentar en la "Semele" al distinguido Dioniso argumenta (o: y ha presentado en la "Semele" [estas] instrucciones del distinguido Dionisio): "Primeramente, cuando algunos me sacrifican algo, ofrecen sangre, vejiga, hígado, corazón, una pequeña membrana; porque yo no como jamás la dulce (carne) ni el muslo" (Eubulos, Semele, fragmentos, 95 K).
A Dios se lo honra verdaderamente con la oración
31.1. También Menandro ha descrito: "Lo último de la rabadilla, la vesícula y los huesos incomestibles -dice- lo reservan para los dioses, lo demás lo consumen ellos" (Menandro, Dyscolus, 451-453).
31.2. ¿Acaso la grasa quemada de los holocaustos no hace huir también a las fieras? Si la grasa quemada realmente es privilegio de los dioses entre los griegos (cf. Homero, Ilíada, IV,49; XXIV,68-70), éstos deberían apresurarse también en divinizar a los cocineros, quienes participan dignamente de igual felicidad, y postrarse [en adoración] ante el fogón mismo, que es el que más está impregnado con la honorable grasa quemada.
31.3. También Hesíodo de alguna manera dice que Zeus, engañado por Prometeo en algún reparto de carnes sacrificiales, recibió "unos resplandecientes huesos de buey" recubiertos "con técnica engañosa de grasa brillante" (Hesíodo, Theogonía, 540-541);"desde entonces los hijos de los hombres queman para los inmortales huesos resplandecientes sobre altares ahumados" (Hesíodo, Theogonía, 556-557).
31.4. Pero no dicen en absoluto si la divinidad se corrompe al alimentarse con la concupiscencia (que proviene) de la indigencia. Así hacen a la divinidad semejante a una planta, alimentada sin apetito (anoréxica; anoréktos), y a los animales que hibernan.
31.5. Ahora bien, dicen que estos animales son alimentados, bien por el espesor relativo al aire, o también por la evaporación de su propio cuerpo, y crecen sin sufrir daño (o: merma).
31.6. Pero, si para ellos la divinidad es alimentada sin carecer de nada, ¿qué necesidad de alimento tiene quien no carece de nada?
31.7. Pero si se alegra de ser honrada, al no tener naturalmente carencia alguna, no sin razón nosotros honramos a Dios con la plegaria, y elevamos con justicia este sacrificio (cf. Sal 4,6), el mejor y más santo, honrando al Verbo de mayor justicia, por quien recibimos la gnosis, y por medio de Él damos gloria al [Dios] que nos ha sido enseñado (cf. Rm 12,1).
31.8. El altar terrestre que nosotros tenemos aquí es el conjunto de los que se dedican a las oraciones, y que tienen como una sola voz común y una única intención.
31.9. Pero los alimentos recibidos mediante el olfato, aunque más divinos que los de la boca, sin embargo muestran la respiración.
"La acción de exhalar juntos es propia de la Iglesia"
32.1. Así, entonces, ¿qué dicen sobre Dios? ¿Acaso sopla como la raza de los demonios? ¿O sólo se hincha como los animales acuáticos por la dilatación de las branquias? ¿O transpira como los insectos por la hendidura relacionada con la presión de las alas?
32.2. Pero, si razonan bien, no compararán a Dios con alguno de esos seres. Todos cuantos respiran atraen el aire hacia el pecho mediante la dilatación respectiva de los pulmones.
32.3. Además, si dieran a Dios vísceras, arterias, venas, nervios y miembros, tampoco lo diferenciarían de esos (animales).
32.4. Pero la acción de exhalar juntos se dice propiamente de la Iglesia. Porque también el sacrificio de la Iglesia es el discurso (= la oración) exhalado entre las almas santas, cuando junto con el sacrificio, se manifiesta a Dios toda la mente.
32.5. Pero se ha divulgado que el santo altar (que hay) en Delos es el más antiguo, al que sólo se acercó Pitágoras, dicen, porque no estaba profanado con sangre y muerte; pero ¿no van a creernos a nosotros si decimos que el altar verdaderamente santo es el alma justa y que su perfume es la plegaria digna? (cf. Ap 5,8; Sal 140 [141],2).
32.6. Y los sacrificios han sido concebidos por los hombres, creo yo, con pretexto de comer carne. Pero el que quisiera podría también tomar carnes, prescindiendo de esa misma idolatría.
32.7. Porque ciertamente, los sacrificios relativos a (lit.: según) la Ley alegorizan sobre nuestra piedad, como la tórtola y la paloma ofrecidas por los pecados (cf. Lv 12,6), recordando que la purificación de la parte irracional del alma es agradable a Dios.
32.8. Pero si un justo no carga el alma con el alimento de carnes, con razón recurre a una plausible justificación, no como Pitágoras y sus discípulos que veían en sueños el encarcelamiento del alma.
32.9. Pero parece que Jenócrates al tratar en particular "Sobre el alimento (derivado) de los animales", y Polemón en el tratado "Sobre la vida natural", dicen claramente que la alimentación de carne es perjudicial, porque es elaborada y asimilada a las almas de los animales irracionales.
Sobre la abstinencia de carne
33.1. Por esto también los judíos se abstienen especialmente de carne de cerdo, como si fuera impuro este animal, en tanto que hoza y destruye los frutos mucho más que los otros (animales). Pero si dicen que los animales han sido dados a los hombres, también nosotros estamos de acuerdo, excepto que no nos han sido dados todos para alimento, sino sólo los que no trabajan.
33.2. Por eso no dice mal el cómico Platón en el drama "Las fiestas": "No conviene que matemos ningún cuadrúpedo en adelante, excepto los cerdos. Porque sus carnes son las más placenteras, y del cerdo no nos queda nada excepto pelos gruesos (o: cerdas), fango y gruñido" (Platón el Cómico, Fragmentos, 28 K).
33.3. De ahí también que Esopo no dijera mal que los puercos gritan más cuando son arrastrados; porque son conscientes de no ser útiles para otra cosa que para el sacrificio. Por eso también Cleantes dice que ellos tienen el alma como si fuese sal (cf. Cleantes, Fragmentos, 516), para que la carne no se corrompa.
33.4. Así, por tanto, unos comen cerdo porque es inútil, pero otros como destructor de los frutos, y otros no lo comen porque es un animal propenso a la relación sexual. Por eso la Ley no sacrifica al macho cabrío (cf. Lv 16,10), excepto para enviar (fuera) los males, puesto que el placer es la metrópoli del mal. Además también se dice que el alimento de carne de los machos cabríos contribuye a la epilepsia.
33.5. Pero se dice que la carne de cerdo proporciona un mayor desarrollo, por eso aprovecha a quienes ejercitan el cuerpo, pero no lo es para quienes se aplican a desarrollar el alma misma por causa de la debilidad (o: indolencia) originada por la acción de comer carne.
33.6. Quizás un gnóstico debería abstenerse de comer carne (sarkophagía) tanto por motivos de ascesis como para que su propia carne no experimente placeres eróticos (o: afrodisíacos).
33.7. Porque dice Andrócides: "Vino y hartarse de carne hacen fuerte el cuerpo, pero más torpe el alma" (cf. Plutarco, Moralia, 472 B; 995 E). Ciertamente esta clase de alimento es inadecuado para una inteligencia aguda.
33.8. Por eso también los egipcios en sus purificaciones no permitían a los sacerdotes alimentarse de carne; en cambio se sirven de las aves como más ligeras, y no tocan a los peces, también por algunos otros mitos, pero sobre todo porque suponen que esta clase de alimentación (hace) la carne flácida.
El Señor santifica nuestras almas
34.1. Pero los animales terrestres y las aves se alimentan respirando el mismo aire que nuestras almas, teniendo un alma emparentada con el aire; sin embargo los peces, dicen, no respiran este mismo aire, sino aquel que se ha mezclado con el agua desde el momento mismo de la primera creación, igual que en los restantes elementos; lo cual es prueba también de la permanencia de la materia.
34.2. Es necesario, por tanto, "ofrecer a Dios sacrificios no suntuosos, sino los que le son agradables" (Teofrasto, Sobre la piedad, fragmentos, 9; Porfirio, Sobre la abstinencia, II,19), y aquel incienso compuesto que (se menciona) en la Ley (cf. Ex 30,34-37), aquel que estaba compuesto de muchas lenguas y voces respecto a la plegaria, pero sobre todo aquel procurado por diferentes pueblos y naturalezas con el regalo de los [dos] Testamentos, "hacia a la unidad de la fe" (Ef 4,13) y reunido para las alabanzas, ciertamente con la mente limpia, pero también con la conducta recta y santa, con la ayuda de obras santas y de la plegaria justa.
34.3. Y en efecto, conforme a la gracia poética: "¿Quién de los varones es tan insensato y en extremo aparentemente fácil de convencer, que espere que los dioses, ante huesos descarnados o hiel quemada, cuyo alimento no querrían ni unos perros hambrientos, eso les alegre a todos y reciban honores y tiendan un favor a quienes lo sacrifican" (Anónimo, Fragmentos, 118), aunque sean piratas, ladrones o tiranos?
34.4. Pero nosotros decimos que el fuego santifica no las carnes, sino las almas pecadoras, y nos referimos al fuego no devorador y vulgar, sino al inteligente, al que "pasa a través del alma" (Hb 4,12; cf. Is 43,2; Mt 3,11) expuesta al fuego.
Capítulo VII: Sobre la oración
El gnóstico pasa toda su vida como en una santa fiesta
35.1. A nosotros se nos exhorta a la necesidad de venerar y honrar también al mismo Verbo, persuadidos de que Él es Salvador y Guía, y a través de Él al Padre, no sólo en días señalados, como algunos otros [prefieren], sino continuamente, haciéndolo durante toda la vida y en cualquier circunstancia.
35.2. Sin duda "la estirpe elegida" (Is 43,20; 1 P 2,9), justificada conforme al mandamiento (cf. Sal 118 [119],172), dice: "Siete veces al día te he alabado" (Sal 118 [119],164).
35.3. Por eso el gnóstico honra a Dios, es decir, confiesa gratitud por la gnosis y la conducta (politeía), no sólo en un determinado lugar, ni en un templo escogido, ni en algunas festividades y días determinados, sino toda la vida y en todo lugar, aunque se encuentre solo o esté en compañía de otros de su misma fe.
35.4. Pero si la presencia de un varón bueno forma siempre al que está cerca hacia lo mejor mediante el pudor y el respeto, ¿cómo el que está siempre junto a Dios por medio de la gnosis, la vida y la acción de gracias continua (cf. 1 Ts 5,17), lógicamente no va a mejorarse mucho más a sí mismo que cualquier cosa en todo: en obras, palabras y disposición interior (diáthesis)?
35.5. Tal es el que está persuadido de la omnipresencia de Dios y no sostiene [que Él] se haya encerrado en algunos lugares, para así (vivir) licenciosamente noche y día, pensando que está lejos de Él.
35.6. Así, por tanto, pasando toda la vida como una fiesta, convencidos de que por todas partes y en todo lugar uno está cerca de Dios, trabajamos los campos alabándole, navegamos cantándole himnos (cf. Ef 5,19), y vivimos habitualmente según la ciencia (o: norma) de (nuestra) conducta.
35.7. Y el gnóstico vive más estrechamente unido a Dios, mostrándose a la vez respetable (o: venerable) y feliz en todo; respetable mientras se vuelve sobre la divinidad, y feliz mediante la consideración de los bienes humanos que Dios nos ha concedido.
Dios todo lo sabe y todo lo comprende
36.1. El profeta muestra con claridad la excelencia de la gnosis sugiriéndolo así: "Enséñame bondad, educación y gnosis" (Sal 118 [119],66); aumenta progresivamente lo hegemónico de la perfección.
36.2. Luego el gnóstico es realmente el hombre regio, el sacerdote digno de Dios (cf. 1 P 2,9); lo cual también ahora se conserva entre los bárbaros más sensatos, conduciendo el linaje sacerdotal hacia el reino.
36.3. El (gnóstico) ciertamente no se entrega nunca a la oclocracia (= gobierno de la muchedumbre) despótica de los teatros, y no acepta jamás en sueños lo que se dice, se hace o se ve en aras de un placer detestable. Ciertamente ni a esos placeres de la vista, ni a artificios de otros goces, como a la abundancia de los aromas que seducen a olfato o a exquisiteces (o: fascinaciones) de alimentos y a las variedades deliciosas de los vinos que atraen al gusto, ni tampoco a las abundantes flores y a las guirnaldas trenzadas que exhalan perfumes, corrompiendo el alma por medio de su percepción.
36.4. Pero dirige siempre hacia Dios el honesto goce de todo, y ofrece al dador de todo la primicia de la comida, de la bebida y del perfume, confesando agradecimiento también por el regalo y la utilización del Verbo que le ha sido dado, (y) raramente va a banquetes de cualquier convite, a no ser que le obligue (a asistir) a aquel banquete lo que contribuya a la amistad y a la concordia prometidas para él.
36.5. Porque está convencido de que Dios lo sabe y lo entiende todo; no sólo la voz, sino también el pensamiento, puesto que también la audición que poseemos (lit.: en nosotros), puesta en acción por los conductos corporales (lit.: poros somáticos), no obtiene la percepción por la fuerza del cuerpo, sino mediante una determinada percepción del alma y la comprensión que discierne los sonidos que significan (alguna cosa).
"Dios es todo oído y todo ojo"
37.1. Sin duda, Dios carece de forma humana (o: no es antropomorfo) para oír, ni tampoco necesita de sentidos, como pretendían los estoicos, especialmente de la audición y de la vista, porque no se puede percibir de otra manera.
37.2. Sin embargo, también lo sensible del aire, la agudísima percepción simultánea de los ángeles, la fuerza de la conciencia tocada por el alma, lo conoce todo con una indecible fuerza y sin necesidad de audición sensible, juntamente con el pensamiento.
37.3. Aunque alguno dijere que no llega hasta Dios la voz que rueda desde aquí abajo a través del aire, sin embargo los pensamientos de los santos pasan a través no sólo del aire (cf. Si 35,17), sino incluso del universo entero.
37.4. Y el poder divino, como una luz, se adelanta para reconocer al alma entera. ¿Pero qué? ¿Acaso también las reglas de conducta no consiguen mandar hasta Dios la voz que les es propia?
37.5. ¿Y no son transmitidos también por la conciencia? ¿Y qué voz ha de recordar el que según [su] designio (cf. Rm 8,28-29) ha conocido al elegido incluso antes del nacimiento (cf. Dn 13,42; Rm 9,11) y a lo que ha de existir como ya presente?
37.6. ¿Acaso la luz del poder no brilla por doquier hasta en la profundidad de toda alma, "explorando el fondo de la lámpara del poder" (Pr 20,27), como dice la Escritura? Porque Dios es todo oído y todo ojo, para quien se sirva de esos nombres.
La oración del gnóstico
38.1. En general, por tanto, la inadecuada opinión sobre Dios no conserva piedad alguna, ni en himnos ni en palabras, como tampoco en escritos o doctrinas, sino que es desviada hacia bajos e indecorosos pensamientos y suposiciones. De ahí que la buena fama por parte de la muchedumbre no se distingue de una injuria por la ignorancia de la verdad.
38.2. Realmente, por tanto, los deseos son también apetitos (o: concupiscencias) y, por decirlo en una palabra, impulsos, y las plegarias son también así. Lo mismo que nadie desea una bebida, si no es para bebería, y nadie desea una herencia, si no es para poseerla, así tampoco nadie desea una gnosis, si no es para conocer; porque nadie desea un recto comportamiento, si no es para vivir como tal.
38.3. Ahora bien, las plegarias respecto a algo son también peticiones de eso mismo, y las peticiones de algo son también deseos de lo mismo. Pero el suplicar y el tratar de alcanzar corresponden a poseer los bienes y las ventajas relacionadas con la posesión.
38.4. Por tanto, el gnóstico siempre hace la plegaria y la petición respecto a los verdaderos bienes relativos al alma; y suplica colaborando también a la vez él mismo para alcanzar el estado de bondad, como que no sólo posea los bienes como unos conocimientos añadidos, sino para ser [él mismo] bueno.
La oración es una "homilía" con Dios
39.1. También por eso (tienen) que dedicarse a rezar, sobre todo esos que conocen la divinidad como se debe, y poseer la virtud beneficiosa para uno; ellos saben cuáles son realmente los bienes, cuáles se deben pedir, dónde y cómo cada uno de ellos.
39.2. Pero sería una ignorancia extrema suplicar a los que no son dioses como si (fueran) dioses, o pedir lo que no conviene, pidiendo males con la fantasía de (que son) bienes.
39.3. Por lo cual, siendo uno el Dios realmente bueno (cf. Mt 19,17), con razón a Él sólo le pedimos, los ángeles y nosotros -aunque no de igual manera-, que nos dé algunos bienes o conserve otros.
39.4. Porque no es lo mismo pedir que permanezca el regalo que desear recibir su comienzo. Pero también la liberación de los males es propio de la plegaria.
39.5. Sin embargo, no hay que aprovecharse de esa oración para perjuicio de los hombres, a no ser que el gnóstico suplique de manera artificiosa para solicitar la conversión a la justicia de los "indolentes" (Ef 4,19).
39.6. La plegaria es, por tanto, hablando más audazmente, una conversación con Dios; aunque susurremos e incluso no movamos los labios (cf. 1 R 1,12-13), tras el silencio conversamos, desde lo íntimo pedimos gritando. Porque Dios escucha de continuo la conversación íntima.
La oración continua es la meta del cristiano en la presente vida
40.1. Por eso, también levantamos la cabeza, tendemos las manos hacia cielo (cf. Lc 21,28; 1 Tm 2,8) y urgimos los pies conforme a la manifestación final de la plegaria, tendiendo con el fervor del espíritu a la esencia inteligible, y, tratando con la palabra de alejar el cuerpo de la tierra, haciendo que el "alma alada" (Platón, Fedro, 246 B-C) se eleve en el aire con el deseo de los bienes superiores, obligándola a llegar a "los lugares santos" (Hb 9,25), mirando con desdén al vínculo carnal (cf. Platón, Cratilo, 400 C).
40.2. Porque sabemos muy bien que el gnóstico se escapa furtivamente por completo del mundo, sin duda como los judíos de Egipto; lo hace voluntariamente, indicando claramente que desea más que cualquier otra cosa estar lo más cerca posible de Dios.
40.3. Pero si algunos también asignan determinadas horas a la oración, como, por ejemplo, a la tercera, la sexta y la nona, sin embargo el gnóstico reza durante toda la vida (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17), esforzándose por estar unido a Dios mediante la oración y de abandonar, por decirlo resumidamente, todo lo que no ayuda a uno a llegar allí arriba, como si ya desde aquí abajo hubiese alcanzado la perfección de quien ya es adulto en el amor (cf. Ef 4,13).
40.4. Sin embargo, también la triple distinción de las horas, igualmente honradas con otras tantas oraciones, la descubren asimismo los familiarizados con la bienaventurada tríada de las santas moradas (cf. VI,14,113-114,6; Jn 14,2).
La oración de petición
41.1. Llegado este momento recuerdo las doctrinas secretamente (o: furtivamente) introducidas sobre lo que no conviene rezar, según algunos heterodoxos, es decir, los seguidores de la herejía de Pródico.
41.2. Ahora bien, para que no se enorgullezcan de su atea sabiduría, como si se tratara de una herejía desconocida, han de saber que han sido precedidos por los llamados filósofos cirenaicos (= discípulos de Sócrates).
41.3. Pero la gnosis impía de estos falsarios (cf. 1 Tm 6,20) será refutada a su debido tiempo, para que ahora no se deslice el comentario, (puesto que) no siendo pequeña la crítica de aquellos cortaría por la mitad el discurso e interrumpiría el presente discurso; nosotros estamos demostrando que sólo es santo y piadoso el verdadero gnóstico según la norma eclesiástica; a él solo, porque lo pide o lo piensa (cf. Mt 7,7), se le concede la petición según la voluntad de Dios.
41.4. Porque como Dios puede todo lo que quiere (cf. Mt 19,26), así también el gnóstico todo lo que pide lo obtiene (cf. Mt 21,22).
41.5. Porque Dios sabe de manera absoluta quiénes son dignos de beneficios y (quiénes) no; de ahí que conceda a cada uno lo que le conviene. Por eso muchas veces no dará a los indignos, aunque se lo pidan; pero dará evidentemente a los que son dignos.
41.6. Ciertamente, la petición no es superflua, aunque los bienes sean dados sin la súplica. Especialmente es obra del gnóstico tanto la acción de gracias (eucaristía) como la petición por la conversión de los cercanos.
41.7. Así suplicaba también el Señor (cf. Jn 17,4), dando gracias por haber cumplido el ministerio frente a aquellos [judíos] y pidiendo que fueran muchos los que recibieran un conocimiento profundo (cf. Jn 17,20. 23), para que Dios fuera glorificado (cf. Jn 17,1) en los salvados mediante la salvación según el conocimiento (cf. Jn 17,3-8. 26), y el único Bueno (cf. Mt 19,17) y único Salvador fuera reconocido por los siglos de los siglos a través del Hijo.
41.8. Ciertamente también la fe en recibir es propia de la oración atesorada (cf. Mt 19,21; 6,20) de manera gnóstica.
Capítulo VII: Sobre la oración (continuación)
La Providencia de Dios es misericordiosa
42.1. Ahora bien, si la oración constituye un determinado recurso de conversación (homilía) con Dios, no debe descuidarse ningún medio de acceso a Dios.
42.2. Sin duda, entrelazada con la bienaventurada Providencia, la santidad del gnóstico relativa al reconocimiento (o: confesión) voluntario indica la perfección del beneficio de Dios.
42.3. Porque se piensa que la santidad del gnóstico es una determinada correlación con la Providencia a la que corresponde la buena disposición del amigo de Dios (cf. St 2,23).
42.4. Porque Dios no está forzado a ser bueno, al modo que (es) caluroso el fuego -por el contrario, es voluntaria en Él la distribución de los bienes, aunque se adelante a la petición-; ni tampoco el que se salva se salvará forzado, puesto que no es un ser inanimado, sino que se apresura del todo lo más libre y decididamente hacia la salvación.
42.5. Por eso también el hombre recibió los mandamientos como el que se lanza desde sí mismo hacia uno de los dos: lo que quiere elegir o evitar.
42.6. Así, por tanto, Dios no hace el bien por necesidad, sino que elige hacer el bien con los que se apartan de sí mismos (= para convertirse a Dios).
42.7. Porque la providencia de Dios que llega hasta nosotros no es un auxilio divino, como si procediese de los inferiores hacia los superiores, sino que el plan (economía) inmediato de la providencia se realiza por misericordia con nuestra debilidad, como la [disposición] de los pastores respecto hacia los rebaños o la del rey para con los súbditos, y siendo nosotros mismos dóciles con nuestros superiores que regularmente gobiernan conforme al buen orden que proviene de Dios.
42.8. Son entonces servidores y adoradores de la divinidad los que ofrecen el servicio más libre y regio, (el realizado) mediante el entendimiento piadoso y la gnosis.
La oración puede efectuarse sin la voz
43.1. Así, también es realmente sagrado todo lugar y tiempo en los que recibimos el pensamiento de Dios. Pero cuando el que toma buenas resoluciones y es agradecido pide mediante una oración, coopera de algún modo a la obtención, recibiendo con alegría lo deseado mediante la súplica.
43.2. Porque después que el dador de los bienes recibe la buena disposición que hay en nosotros, se consiguen todos los bienes juntos (o: reunidos) en la comprensión misma. Sin duda, mediante la oración se comprueba cuál es la disposición que uno tiene respecto a lo que conviene.
43.3. Pero si la voz y la expresión se nos han dado en aras de la comprensión, ¿cómo Dios no va a escuchar al alma misma y a la inteligencia, cuando sin dilación un alma presta oído al alma y una inteligencia a otra inteligencia?
43.4. De ahí que Dios no necesita lenguas de muchos sonidos como los intérpretes humanos, sino que de una sola vez conoce los pensamientos de todos, y lo que a nosotros nos muestra la voz, a Dios se lo expresa nuestro pensamiento; incluso Él conocía antes de la creación (demioyrgía) lo que vendría hasta la mente.
43.5. Por tanto, es posible enviar la plegaria sin voz, sólo concentrando interiormente todo lo espiritual hacia el sonido inteligente con la atención continua (puesta) en Dios.
43.6. Pero ya que la aurora es imagen del nacimiento del sol y desde ese punto la primera luz crece "brillando desde las tinieblas" (2 Co 4,6), pero para los que están rodeados por la ignorancia despuntó el día (cf. Is 8,3-9,1; Mt 4,16; Ml 3,2) de la gnosis de la verdad, como el sol, las plegarias (se vuelven) hacia la aurora matinal.
43.7. Por eso también los templos más antiguos miraban hacia occidente, para que los que estaban de pie frente a las estatuas, aprendieran a dirigirse hacia el oriente.
43.8. "Suba mi plegaria como incienso en tu presencia; la elevación de mis manos (sea) un sacrificio vespertino" (Sal 140 [141],2), dicen los salmos.
El gnóstico ora con confianza ante el Señor
44.1. Ciertamente para los hombres malvados la plegaria no sólo es muy perjudicial para otros, sino también para ellos mismos. Si, por ejemplo, pidiéndolas ellos recibieren las que llaman prosperidades (o: buenos resultados), les dañarán cuando las obtienen, porque desconocen la utilidad de las mismas.
44.2. Porque los que rezan para conseguir lo que no tienen, también piden bienes aparentes, no reales.
44.3. Pero el gnóstico pedirá conservar lo que posee, ser digno de obtener lo que ha de poseer y la eternidad, en vez de aquello que no ha de recibir. Ruega, por tanto, tener y mantener los verdaderos bienes del alma.
44.4. Por eso no tiene el deseo de aquellas cosas que no posee, le es suficiente con lo que tiene. Puesto que no tiene escasez de los bienes que le son propios, sino que está satisfecho de lo que viene de la gracia divina y de la gnosis.
44.5. Pero es autosuficiente y no necesita de otras cosas, y ha conocido la voluntad omnipotente, y posee a la vez que pide, deviniendo cercano al poder todopoderoso, esforzándose para ser espiritual mediante el amor ilimitado se hace totalmente uno con el Espíritu.
44.6. Él es el [hombre] magnánimo que posee (el bien) más preciado de todos, el mejor de todos los bienes gracias a la ciencia; hábil en el ejercicio de la contemplación, y posee constante en el alma la fuerza de lo contemplado, es decir, la perspicacia más fina de la ciencia.
44.7. Y se esfuerza al máximo por tener ese poder para hacerse dueño "de los que luchan contra el espíritu" (Rm 7,23), vigilando continuamente de cerca en la contemplación, y versado en la retención de los gustos y ejercitándose en la feliz ascesis de lo que se debe hacer.
44.8. Por estas cosas, valiéndose de la mucha experiencia en el aprendizaje y en la vida, adquiere libertad de palabra (parresía); no una simple capacidad de locuacidad (cf. Mt 6,6-7), sino la capacidad embellecida (o: coloreada) con la palabra sencilla (cf. Mt 5,37), sin ocultar nada de cuanto es necesario decir en el tiempo oportuno, sobre todo delante de quien se debe, y no por agrado ni por miedo.
Las virtudes del auténtico gnóstico
45.1. Así, por tanto, quien ha comprendido (o: aceptado) dignamente lo que se refiere a Dios, una vez enseñado por el místico coro de la verdad misma, con el discurso que exhorta a la grandeza de la virtud, mostrando su misma dignidad y sus consecuencias, (y) después de la elevación inspirada de la plegaria se familiariza sobre todo gnósticamente con (las realidades) inteligibles y espirituales en cuanto es posible (o: dinámicamente).
45.2. De ahí que siempre aparezca dulce y manso, afable, fácilmente accesible, paciente, prudente, reflexivo (o: con la conciencia tranquila) y austero. Este (es) para nosotros austero no sólo en lo referente al soborno, sino también ni siquiera en lo relativo a la seducción (o: tentación) -porque no consiente jamás que su alma se relaje ni (sea) fácil de conquistar por el placer o el dolor-.
45.3. Si la razón lo exigiera, deviene juez inflexible, no complaciente en ninguna circunstancia con las pasiones, caminando inmutablemente como lo justo marcha de forma natural, convencido de que todo está administrado completamente bien y que el progreso hacia lo mejor siempre es pródigo para las almas que han elegido la virtud, hasta que alcancen el bien en sí mismo, "cerca de los vestíbulos" (Platón, Philebus, 64 C) -como se dice- del Padre, estando cercanas (las almas) al Sumo Sacerdote (cf. Hb 4,14).
45.4. Éste es nuestro gnóstico fiel; convencido de que las cosas del mundo (están) perfectamente administradas, sin duda se complace con todo lo que acontece.
El gnóstico pide y busca "la perfección del amor"
46.1. Con razón, por tanto, él no busca nada de lo conveniente para el empleo necesario de la vida, como que está persuadido de que Dios, conocedor de todo, provee también a los buenos de lo conveniente, aunque no lo pidan (cf. Mt 6,8. 25-34).
46.2. Porque, me parece a mí, como al técnico se le concede (o: retribuye) cada cosa de manera artística y al pagano conforme a su manera, así también al gnóstico de manera gnóstica.
46.3. Y el que (se convierte) desde el paganismo implorará la fe, pero el que asciende a la gnosis pedirá "la perfección del amor" (1 Jn 4,17).
46.4. El gnóstico que ya ha alcanzado la cúspide suplica aumentar (la contemplación) y mantenerla, como el hombre corriente el estar sano continuamente.
46.5. Sí, ciertamente suplicará no alejarse nunca de la virtud, colaborando al máximo para continuar viviendo sin caer.
46.6. Puesto que sabe que también algunos ángeles se deslizaron hasta la tierra por [su] negligencia (o indolencia; cf. Judas 6; Gn 6,1-4), no pudiendo avanzar hacia la perfección de ese estado de unidad constante y no (abandonando) su disposición a la dualidad por la aflicción infligida a sí mismos.
46.7. Pero, para quien en este mundo se ha ejercitado por el camino en todo tiempo y lugar hasta la cima de la gnosis y la trascendente sublimidad del hombre perfecto (cf. Ef 4,13), eligiendo vivir firmemente -y se ejercita en ello-, merced a la firmeza total (y) uniforme de su propósito (o: intención; lit.: capacidad de conocer).
46.8. Pero a quienes les queda todavía una esquina pesada que inclina para abajo, también les atrae hacia abajo lo que levanta mediante la fe.
46.9. Por consiguiente, el hábito se convierte en naturaleza para el que por medio de la ascesis gnóstica ha hecho inquebrantable (lit.: imperdible) la virtud; y como el peso a la piedra, así también la ciencia imperecedera se establece en él no involuntariamente, sino libremente, por una fuerza lógica, gnóstica y previsible.
"Lo más grande es la gnosis de Dios"
47.1. Y puesto que lo que no se ha perdido gracias al temor reverencial deviene inalienable gracias a la reflexión (o: prudencia), ciertamente el no pecar (es propio) del temor reverencial, y de la reflexión el persistir hacia lo inalienable de la virtud.
47.2. Pero la gnosis parece procurar la reflexión, que enseña a discernir bien las fuerzas (o: capacidades) que pueden ayudar a la permanencia de la virtud.
47.3. Así, lo más grande es la gnosis de Dios. Por eso también con ella se salva lo inalienable de la virtud. Y quien ha conocido a Dios es santo y piadoso. Luego sólo el gnóstico nos ha mostrado que (él) es religioso.
47.4. En efecto, él mismo se alegra con los dones presentes, pero es feliz por los prometidos, como si ya estuvieran presentes. Porque no le permanecen ocultos, como si estuvieran lejanos, porque ya ha conocido de antemano cuáles son.
47.5. Sin duda, convencido con la gnosis también de cuál es cada uno de los bienes futuros, ya los posee. Porque lo ausente e insuficiente se mide con relación a la meta que se persigue. Por tanto, si posee sabiduría, y la sabiduría (es cosa) divina, el que participa del perfecto (o: de los perfecto) será, por tanto, perfecto.
47.6. Porque la participación de la sabiduría no depende de los estímulos e impedimentos recíprocos entre el que la reparte y el que la recibe, ni tampoco (como) si uno robara a otro, ni el otro [repartidor] quedara necesitado; pero se demuestra que la energía de quien da no disminuye en nada por la comunicación de sí misma.
47.7. Así, nuestro gnóstico posee todos los bienes en potencia, aunque todavía no en la realidad (lit.: numéricamente), porque de otro modo sería inmutable según las etapas de su progreso y en las disposiciones divinas correspondientes.
Dios es quien concede la salvación eterna
48.1. Dios también colabora con él honrándole con un persistente cuidado mayor (cf. Mt 6,33). ¿Cuál? ¿Acaso no ha sido creado todo en aras de los varones buenos para su uso y utilidad, o mejor, para su salvación? Sin duda, no defraudará respecto a la virtud a aquellos que son la razón de que existan las cosas.
48.2. Evidentemente, porque, Él honrará la buena naturaleza de aquéllos y su santa resolución, inspirando una fuerza para la salvación futura a quienes han emprendido el vivir rectamente; a unos ciertamente sólo exhortando, pero a otros han devenido dignos por sí mismos también prestándoles ayuda.
48.3. Porque, para el gnóstico todo lo bueno es una consecuencia accesoria, si el fin es para él conocer y realizar sabiamente cada cosa.
48.4. Como el médico proporciona la salud a los que colaboran respecto a la salud, así también Dios (proporciona) la salvación eterna a los que cooperan mediante la gnosis y el bien hacer, pero juntamente con su puesta en práctica (lit.: hacer), porque al cumplir nosotros las prescripciones de los mandamientos, también se cumple la promesa.
48.5. Y me parece bueno aquello que se cuenta entre los griegos: cierto atleta, de nacimiento no despreciable, entre los antiguos, habiendo preparado durante mucho tiempo y con cuidado su cuerpo respecto a la bravura, subió al estadio olímpico, y mirando la estatua de Zeus de Pisa, dijo: "Si yo me he preparado debidamente en todo lo que se refiere a la pelea, tú, oh Zeus, correspóndeme trayendo con justicia la victoria" (cita desconocida).
48.6. Porque así también todo ayuda para la perfecta salvación al gnóstico, que de manera irreprochable y concienzudamente ha cumplido todo lo referente al aprendizaje, al ejercicio en común, a la práctica del bien y a la complacencia a Dios.
48.7. Así, respecto a nosotros se pide lo que está en nuestras manos: la elección, el deseo, la posesión, el uso y la permanencia de lo que es nuestro y de lo que nos concierne, presente o también ausente.
"El gnóstico ha aprendido del Señor cómo conviene pedir"
49.1. Por eso también es necesario tener el alma pura e incontaminada a quien se aproxima con familiaridad a Dios, sobre todo obligándose uno mismo a ser perfectamente bueno y si no progresando hacia la gnosis y anhelándola, al menos absteniéndose perfectamente de las obras malas.
49.2. No obstante, también es conveniente hacer todas las plegarias moderadamente y junto con (personas) honestas; porque (es) peligroso asociarse a otros que pecan.
49.3. El gnóstico rezará también por ellos con los creyentes más sencillos, y descenderá a socorrerles. Y toda su vida es una asamblea santa.
49.4. También sus ofrendas son plegarias, alabanzas, lecturas de la Escritura antes de la comida, salmos e himnos para las comidas y antes del descanso, y de nuevo plegarias por la noche. Con esto él se une al "divino coro" (Platón, Fedro, 247 A), inscribiéndose para una contemplación eterna por su constante recuerdo.
49.5. ¿Pero qué? ¿Acaso no conoce él también otra ofrenda, el donativo de la doctrina y del dinero respecto a los necesitados? ¡Ciertamente sí!
49.6. Ahora bien, en la plegaria con la boca no necesita de muchas palabras (cf. Mt 6,7), porque ha aprendido del Señor cómo conviene pedir (cf. Mt 6,9-13). Rezará en cualquier sitio (cf. 1 Tm 2,8), pero no en público y tampoco a la vista de todos (cf. Mt 6,5).
49.7. Y reza también en todas las formas y en todos los sitios: en el paseo, en la conversación, en el descanso, durante la lectura y en las tareas intelectuales; y aunque sólo reflexionara en "el aposento" (Mt 6,6; cf. Is 26,20 LXX) mismo del alma e "invocara al Padre con gemidos inefables" (Rm 8,26; cf. 1 P 1,17), pero Él está cerca e incluso delante del que conversa (cf. Sal 144 [145],18; Is 58,9).
49.8. Siendo tres los fines de toda acción, [el gnóstico] lo hace todo por bondad y para ayudar (o: por lo que conviene), pero deja a un lado la satisfacción placentera para los que llevan una vida vulgar.
Capítulo VIII: El gnóstico debe ser veraz en sus obras y palabras
Sobre los juramentos
50.1. Al menos es necesario que quien ha sido probado en esta misma piedad se encuentre muy lejos de la inclinación a la mentira y al juramento. Porque el juramento es una declaración (o: confesión) determinativa hecha mediante la invocación a la divinidad.
50.2. Pero quien de una vez es fiel, ¿cómo se mostrará él mismo infiel para tener necesidad de juramento? ¿Pero acaso su vida no es constante e indefinidamente un juramento?
50.3. Vive, se comporta y demuestra la fidelidad de sus declaraciones (o: confesiones) en una inmutable y coherente (o: sólida) vida y palabra.
50.4. Y si la injusticia (reside) en el juicio de quien actúa o habla, y no reside en la pasión de quien sufre la injusticia, no ha de mentir ni jurar en falso, porque injuriará a la divinidad, sabiendo que por naturaleza ella permanece incólume. Pero tampoco mentirá ni transgredirá nada por causa de los demás, a quienes ha aprendido amar, aunque no sean de familiares (cf. Mt 19,19); con más razón por [amor a] sí mismo tampoco mentirá ni perjurará, porque nunca se encontrará a nadie que sea espontáneamente injusto para consigo mismo.
50.5. Pero tampoco jurará el que ha preferido utilizar únicamente el adverbio "sí", respecto a los asentimientos, y el "no" (Mt 5,37; cf. St 5,12), para las negaciones. Porque jurar es [proferir] un juramento, como si el juramento se ofreciera con firmeza desde la inteligencia.
El gnóstico no miente
51.1. Por tanto, le basta [al gnóstico] añadir al asentimiento o a la negación (la expresión) "en verdad digo" (Lc 21,3), para demostración de quienes no saben discernir la firmeza de la respuesta (del gnóstico).
51.2. Porque, para los extraños es necesario poseer una vida fidedigna, me parece a mí, como para no tener que solicitar un juramento; para uno mismo y para los cercanos [basta] la bondad, que es justicia voluntaria (cf. Pr 8,8-9).
51.3. Así, el gnóstico es fiel al juramento, pero no con inclinación a jurar, y el que tenga que jurar alguna vez, que (lo haga) como hemos dicho.
51.4. No obstante, el (ser) veraz en el juramento está en conformidad (sinfonía) con la verdad. Por consiguiente, ser fiel al juramento concuerda con el recto comportamiento en las obligaciones.
51.5. Entonces, ¿qué necesidad de juramento tiene uno que vive según el más alto grado de verdad? Efectivamente, el que no jura nunca está muy lejos de la necesidad de perjurar, y el que no transgrede lo relativo a los pactos tampoco necesitará jurar alguna vez, puesto que la sanción de la transgresión o la realización está en las acciones, como sin duda la mentira y el perjurio (están) en la palabra y en el juramento contrarios a lo conveniente.
51.6. Pero el que vive conforme a justicia sin transgredir las disposiciones, allí donde se pone a prueba el criterio de la verdad, (es) fiel al juramento en las acciones; por tanto, el testimonio de la lengua (es) superfluo para él.
51.7. Así, completamente persuadido de que Dios está en todas partes, y avergonzado por no decir la verdad, reconociendo que la mentira es indigna de él, le es suficiente únicamente con la conciencia de Dios y la suya propia.
51.8. Por ella no miente nunca ni obra contra los pactos (o: convenios), y por ella no presta juramento, aunque se le reclame, ni reniega vez alguna, para no mentir, aunque muera entre tormentos.
Capítulo IX: Sobre la pedagogía
La enseñanza de la fe cristiana exige un maestro fidedigno
52.1. El que asume también la tarea de educar a los demás aumenta más y más la estimación gnóstica, administrando (oikonomía), de palabra y de obra, el mayor bien que existe sobre la tierra; y haciendo de mediador entre la relación (o: el encuentro) y la convivencia (koinonía) [humanas] con lo divino.
52.2. Y como los que tributan honores a objetos terrestres adoran las estatuas como si les escucharan, poniéndolas como garantía en sus contratos; así, ante las estatuas vivientes, que son los hombres, la verdadera magnificencia del Verbo es recibida de un maestro fidedigno, y el beneficio (que se les hace a los hombres) remonta al Señor mismo (cf. Mt 25,40), y a cuya imagen el educador, verdadero hombre, crea y transforma al hombre catecúmeno renovándolo para la salvación.
52.3. Porque como los griegos llaman al hierro Ares o al vino Dionisos por una especie de retrotracción al origen (lit.: atribución; anáphora), así también el gnóstico, considerando la propia salvación el bien (hecho) al prójimo, debe ser llamado con razón imagen viviente del Señor (cf. Flp 2,6-7), no por la propiedad de su figura, sino por el símbolo de su poder y por la semejanza de su predicación.
El educador amigo de Dios y de los hombres
53.1. En consecuencia, todo pensamiento que tenga en su mente lo ofrece también mediante la palabra a los que son dignos de escucharlo con asentimiento, y hablando según lo que piensa a la vez que lo vive.
53.2. Porque piensa la verdad a la vez que también dice la verdad, excepto cuando en caso de curación, como un médico frente a los enfermos para la salud de los que sufren, tenga que mentir, o mejor, decir una falsedad, según los sofistas.
53.3. De esa manera circuncidó el ilustre Apóstol a Timoteo (cf. Hch 16,3), cuando clamaba y escribía que la circuncisión realizada por mano humana no servía de nada (cf. Ef 2,11; Rm 2,25; 3,9; Flp 3,5. 8-9). Pero, para no desgarrar a los judíos que lo escuchaban con atención, todavía reacios a romper con la sinagoga, se apartó de una vez de la Ley hacia la circuncisión del corazón por la fe (cf. Rm 2,29; 3,30), adaptándose, "se hizo judío con los judíos para ganar a todos" (1 Co 9,20).
53.4. Ahora bien, el que desciende para llevar a la salvación a los prójimos -simplemente por la salvación de aquellos por los que condesciende- al no participar de ninguna hipocresía por el peligro derivado para los justos de parte de los envidiosos, él mismo no estará obligado por nada; pero por el único bien de los prójimos hará algunas cosas que previamente no hubiera realizado para él, si no las hubiera hecho por ellos.
53.5. Él se entrega a sí mismo en favor de la Iglesia (y) de los conocidos que él mismo "ha engendrado" (1 Co 4,15) en la fe, como ejemplo para quienes puedan recibir la sublime tarea (economía) del educador amigo de los hombres y de Dios, como prueba de la verdad de sus palabras y como fuerza del amor para con el Señor.
53.6. Él no (es) esclavo del temor, veraz en la palabra, perseverante en el trabajo y no quiere mentir en el discurso público, y lo infalible (o: irreprochable) para él (será) siempre el vivir rectamente, puesto que la mentira misma proferida con engaño no es palabra ociosa, sino que influye (lit.: obra) para mal.
"El cristiano no es ateo"
54.1. Por tanto, sólo el gnóstico da testimonio de la verdad (cf. Jn 5,33; 18,37) de cualquier manera, con obras y palabras; porque siempre se comporta rectamente en todo por completo, tanto en la palabra, en la acción y en el pensamiento mismo.
54.2. Éste es, por decirlo brevemente, el culto divino del cristiano. Si hace estas cosas como conviene y conforme a la recta razón, obra de manera piadosa y justa. Y si lo hace así, sólo el gnóstico es en verdad piadoso, justo y religioso.
54.3. Por tanto, el cristiano no es ateo -esto era lo establecido que demostráramos a los filósofos-, ni realizará jamás de ninguna de las maneras algo malvado u obsceno (o: vergonzoso), es decir, injusto.
54.4. En consecuencia, tampoco es impío, sino el único que venera a Dios de manera verdaderamente santa y conveniente, el que suplica santamente al Dios que verdaderamente existe, guía, rey de todo y todopoderoso.
Capítulo X: Sobre el ascenso del gnóstico en el camino de la perfección
La fe en Dios es el fundamento de la gnosis
55.1. La gnosis es, por decirlo así, una determinada perfección del hombre en cuanto hombre, porque éste se realiza mediante la ciencia de las cosas divinas según la conducta, la vida y la palabra, siendo armonioso y coherente consigo mismo y con el Verbo divino.
55.2. Porque en ella se perfecciona la fe (cf. St 2,22), como que sólo con la fe se deviene perfecto. Porque fe es un bien interior, y sin esforzarse confiesa la existencia de Dios y lo glorifica como existente.
55.3. Es necesario, por tanto, elevarse desde esa misma fe y crecer en ella por gracia de Dios, para obtener en la medida de lo posible la gnosis sobre Él.
55.4. Pero decimos que la gnosis (es) distinta de la sabiduría obtenida por medio de la enseñanza. Porque ciertamente lo que es gnosis es también plenamente sabiduría, pero lo que es sabiduría no (es) totalmente gnosis. Puesto que el nombre de la sabiduría se muestra en el solo ámbito de la palabra proferida.
55.5. Pero en todo caso, el no dudar sobre Dios sino creer es el fundamento de la gnosis; ahora bien, Cristo es ambas cosas: el fundamento y el edificio construido encima (cf. Ef 2,20), y por eso es el principio y el fin (cf. Ap 1,8; 21,6; 22,13).
55.6. Y ciertamente los (dos) extremos, el principio y el fin, no se enseñan, digo la fe y al amor; pero la gnosis transmitida a partir de una tradición por la gracia de Dios es entregada como depósito a los que se han hecho dignos a sí mismos de la enseñanza; por (la gnosis) resplandece de luz en luz (cf. Sal 35 [36],10; Jn 12,36; 2 Co 3,18) la dignidad del amor.
55.7. Porque se ha dicho: "A quien tiene se le añadirá" (Mt 13,12; 25,29; Mc 4,25; Lc 8,18; 19,26): a la fe la gnosis, a la gnosis el amor, y al amor la herencia.
El camino ascensional de la gnosis
56.1. Y esto sucede cuando uno está pendiente del Señor por la fe, la gnosis y el amor, y cuando asciende con Él a donde está Dios y el custodio de nuestra fe y de nuestro amor.
56.2. Por lo cual la gnosis es entregada para su perfección a quienes (están) dispuestos y probados, puesto que [ella] reclama una mayor preparación y ejercitación, bien para que se escuche lo que se dice para una reforma de vida, bien para superar decididamente lo más valioso de la justicia según la Ley (cf. Mt 5,20; Rm 10,5).
56.3. La gnosis conduce a un fin interminable y perfecto, enseñándonos anticipadamente el estilo de vida según Dios que tendremos en medio de los dioses (= entre los ángeles y bienaventurados), liberados del castigo y de toda pena, que por los pecados soportamos [ahora] para una corrección salvadora (cf. Hb 12,7).
56.4. Después de la redención se conceden las distribuciones y los honores a los perfectos, para quienes en verdad han cesado la purificación y ha cesado también cualquier otro ministerio, aunque sea santo y en cosas santas.
56.5. Después, a los que han devenido "puros de corazón" (Mt 5,8) les espera un restablecimiento definitivo (apokatástasis) en la contemplación eterna permaneciendo en la cercanía del Señor.
56.6. También han sido denominados dioses (cf. Sal 81 [82],6) los entronizados al lado de los otros dioses (= ángeles y arcángeles; cf. Mt 19,28; Ef 2,6; Col 1,16; Ap 4,4; 11,16), de los que ocupan el primer lugar después del Salvador.
56.7. La gnosis, por tanto, es rápida hacia la purificación y apropiada para el cambio hacia lo que es mejor.
El gnóstico anhela las moradas eternas
57.1. Por ello, [la gnosis] traslada fácilmente al hombre hacia el parentesco divino y santo del alma y mediante una luz característica suya lo va llevando a través de los progresos místicos hasta que se restablezca en el más alto lugar del descanso, habiendo enseñado "al puro de corazón" (Mt 5,8) a contemplar a Dios cara a cara sabiamente y con el don de la comprensión (cf. 1 Co 13,12).
57.2. Porque ahí (está) la perfección del alma gnóstica, que habiendo superado toda purificación y servicio aparece con el Señor (cf. 1 Ts 4,17), donde se encuentra colocada inmediatamente después.
57.3. Ciertamente la fe es una gnosis compendiada (o: en síntesis), por así decirlo, de las (verdades) apremiantes, y la gnosis es la demostración firme y segura de lo recibido mediante la fe, estando edificada sobre la fe por la enseñanza del Señor, conduciendo a la certeza inquebrantable y a una comprensión adecuada acompañada de ciencia.
57.4. A mí me parece que la primera transformación salvífica es la de los paganos hacia la fe, como ya he afirmado; y la segunda es la de la fe a la gnosis. Pero cuando ésta [última] pasa (a ser) el amor, inmediatamente establece entre el que conoce y el que es conocido las relaciones de un amigo con otro.
57.5. Y quizás quien la recibe anticipadamente (o: rápidamente) ya desde ese instante posea el ser "igual a los ángeles" (Lc 20,36). En todo caso, después del último exceso (realizado) en la [vida según la] carne, transformándose según lo conveniente continuamente en algo superior, se apresura hacia la morada paterna (cf. Jn 14,2), a la verdadera residencia del Señor a través de la santa semana, donde será, por decirlo así, una luz estable y viva por siempre, absoluta y totalmente inmutable.
Dios Padre nos salva por medio de su Hijo Jesucristo
58.1. El primer modo de la acción del Señor es ejemplo de la recompensa según la piedad, de la que hemos hablado. De los muchos testimonios que hay, citaré sumariamente el del profeta David, que dice así:
58.2. "¿Quién subirá al monte del Señor? ¿O quién habitará en su lugar santo? El de manos inocentes y puro de corazón, el que no recibió en vano su alma ni juró con engaño a su prójimo. Este recibirá bendición del Señor y misericordia de Dios, su salvador. Éste es el linaje de los que buscan al Señor, de los que buscan el rostro del Dios de Jacob" (Sal 23 [24],3-6).
58.3. El profeta, pienso yo, indicó concisamente al gnóstico; pero de pasada, como parece, David nos ha demostrado que Dios es el Salvador, llamando "rostro del Dios de Jacob" (Sal 23 [24],6) al que evangelizó y enseñó sobre el Padre.
58.4. Por eso también el Apóstol llamó al Hijo "impronta (lit.: carácter) de la gloria del Padre" (Hb 1,3) (porque) enseñó la verdad sobre Dios y ha caracterizado que "Dios y Padre son uno" (Ef 4,6), y uno es el Omnipotente "a quien nadie ha conocido sino el Hijo y a quien el Hijo se lo revelare" (Mt 11,27; cf. Lc 10,22).
58.5. Y que Dios es uno ha sido señalado mediante lo de "los que buscan el rostro del Dios de Jacob" (Sal 23 [24],6), a quien nuestro Dios y Salvador caracteriza como "único bueno" (Mt 19,17), siendo Dios Padre.
58.6. Pero "el linaje de los que le buscan es el linaje elegido" (cf. Is 43,20; 1 P 2,9; Sal 23 [24],6a), el que indaga gnósticamente.
El gnóstico procede según la razón
59.1. Por eso también el Apóstol dice: "No les aprovecharía de nada si no les hablara en revelación, en gnosis, en profecía o en doctrina" (1 Co 14,6).
59.2. Aunque los que no (son) gnósticos hagan algunas cosas incluso rectamente, sin embargo no (lo hacen) según la razón, como [por ejemplo] respecto de la valentía.
59.3. Porque algunos son de naturaleza audaz, y después de fomentarla prescindiendo de la razón, realizan irracionalmente cualquier cosa y actúan de manera semejante a los valerosos, puesto que alguna vez se comportan correctamente, como cuando soportan con buena disposición las torturas.
59.4. Pero no se proponen lo mismo que el gnóstico, ni por la misma causa, ni siquiera aunque "entregaran todo el cuerpo, porque, según el Apóstol, no tienen amor" (1 Co 13,3), el que tiene lugar mediante la gnosis.
59.5. En efecto, toda obra de quien (posee) ciencia prospera, mientras que la del ignorante (o: inepto) fracasa, y aunque conservara un (buen) comienzo, después no obra varonilmente a (partir) de un razonamiento ni conduce la acción hacia los mejores desarrollos para con la virtud ni desde la virtud.
59.6. Y el mismo razonamiento (vale) también sobre las demás virtudes, como asimismo proporcionalmente sobre el culto divino. Para nosotros no es gnóstico alguien sólo por su santidad, sino también respecto a su declaración de vida social (politeía) y que sigue concatenada con la ciencia del culto divino.
59.7. Porque ahora nos hemos propuesto describir la vida del gnóstico, no presentar la teoría de las doctrinas, que expondremos más tarde, en tiempo oportuno, para salvaguardar al mismo tiempo también la concatenación (o: el orden interno).
Capítulo XI: Sobre las virtudes del gnóstico
El gnóstico se deleita haciendo la voluntad de Dios
60.1. Ciertamente, [el gnóstico] participa verdadera y generosamente de todo, puesto que ha entendido (lit.: dejado lugar a) la enseñanza divina (cf. Mt 19,11). Así, por tanto, comenzando a admirar la creación, que espontáneamente lleva consigo la prueba de ser capaz de recibir la gnosis, deviene un animoso discípulo del Señor, pero tan pronto como escucha que hay Dios y providencia cree a partir de lo que admira.
60.2. Tomando, por tanto, impulso de ahí, de todas las formas contribuye para el aprendizaje, haciendo todo aquello que puede para alcanzar la gnosis con su deseo -y el deseo respecto al progreso de la fe se consolida (o: se templa) juntamente unido a la investigación-; y esto es devenir digno de tan grande e importante contemplación.
60.3. Asimismo, el gnóstico gustará de la voluntad de Dios (cf. Sal 33 [34],9; 1 P 2,3); pero no con los oídos, sino que ofrece el alma a los hechos revelados (o: manifestados) con palabras.
60.4. Por tanto, al recibir las esencias y las existencias mismas por medio de las palabras, naturalmente también conduce el alma a lo que conviene, entendiendo especialmente el "no cometerás adulterio, no matarás" (Ex 20,14. 13; Mt 5,27. 21), como se ha dicho para el gnóstico, no como es interpretado por los demás.
El gnóstico confía en la Providencia divina
61.1. Progresa, por tanto, ejercitándose sabiamente en la contemplación, para combatir con lo dicho de forma más universal y sublime. Sabiendo muy bien que, según el profeta, "el que enseña la gnosis al hombre es el Señor" (Sal 93 [94],10-11); Señor que actúa por medio de una boca humana. Por esto también asumió una carne.
61.2. Con razón no elige jamás el placer (o: lo agradable) en lugar de lo útil, ni siquiera aunque una mujer en la flor de la edad extorsionada (o: incitada) a manera de meretriz lo anticipe en alguna circunstancia (cf. Ex 20,14). Tampoco la mujer del soberano sedujo a José para se apartara de la dirección (correcta), sino que se despojó de la túnica que ella retenía a la fuerza (cf. Gn 39,12), quedando ciertamente desnudo de pecado y revestido con la honestidad del carácter.
61.3. Porque también si a José no le veían los ojos del soberano, digo el egipcio, sin embargo le observaban (o: vigilaban) los del Todopoderoso.
61.4. Porque nosotros oímos la voz y miramos (o: contemplamos) los cuerpos, pero Dios examina la realidad de la que procede el emitir el sonido y el ver (cf. 1 S 16,7; 1 Cro 28,9; 29,17; Jr 17,9-10; Sal 7,10).
61.5. En consecuencia, aunque al gnóstico le sobrevenga una enfermedad o algo desagradable e incluso lo más temible, como es la muerte, permanece imperturbable (o: impasible, átreptos) en el alma, porque sabe que todo eso es una necesidad de la creación, pero también así, por poder de Dios, devienen "medicina salvadora" (Eurípides, Fenicias, 893), beneficiando por medio de la educación a los que son más duros de cambiar (o: reformar), porque está repartido según la apreciación de la providencia realmente buena.
El gnóstico se esfuerza por ser bueno y coherente
62.1. Sirviéndose de las criaturas, cuando la razón lo exige y hasta (donde) lo pide, dando gracias al Creador, [el gnóstico] se presenta como señor (del modo) de gozar.
62.2. No guarda jamás rencor, ni se enfada con nadie, aunque encuentre a alguien merecedor de odio por las cosas que hace.
62.3. Porque adora al Creador, pero (también) ama al que participa de su vida, apiadándose y rogando por éste a causa de su ignorancia.
62.4. Y sufre con el cuerpo, puesto que está ligado por naturaleza al sufrimiento, pero no está afectado desde el principio por el sufrimiento.
62.5. En todo caso, en las circunstancias involuntarias se levanta a sí mismo de las aflicciones hacia su estado propio, no dejándose arrastrar con lo que es extraño a él, sino que condesciende (o: acompaña) a sus necesidades sólo hasta donde el alma puede quedar incólume (lit.: guardada, vigilada).
62.6. Porque no quiere ser fiel sólo en la reputación ni tampoco en la opinión (o: apariencia), sino en gnosis y verdad, es decir, con una sólida acción y con una palabra también eficaz.
62.7. Por eso no sólo elogia las cosas buenas, sino que él mismo se esfuerza también en ser bueno, pasando por el amor de ser "siervo bueno y fiel" (Mt 25,23) a (ser) "amigo" (Jn 15,15), mediante la perfección de la forma de ser que ha adquirido con pureza por la adquisición de la verdad y con mucho ascesis (o: ejercicio).
El gnóstico tiende hacia la cima de la gnosis
63.1. Así, entonces, como [el gnóstico] se esfuerza por alcanzar la cima de la gnosis, es mesurado en la forma de ser, sosegado (o: contenido) en el comportamiento, siendo superior en todas las prerrogativas características del verdadero gnóstico, y volviendo la mirada a los ejemplos hermosos: a los muchos patriarcas que han vivido de manera recta antes de él y a los muy abundantes profetas y a los infinitos ángeles, según el cálculo de nuestros números, y por encima de todos al Señor que le ha enseñado y facilitado el logro de poseer esa excelsa vida; por eso, no ama todos los bienes que el mundo ofrece, para no permanecer apegado a la tierra, sino a los bienes que se esperan, o mejor, a los ya conocidos, pero que se esperan conforme son comprendidos.
63.2. De esta manera, no (soporta) los sufrimientos, los tormentos y las tribulaciones, como hacen los valientes (celebrados) por los filósofos, con la esperanza de que cesen los dolores presentes y participar nuevamente de los placeres; pero la gnosis ha engendrado en él la más firme persuasión de la recuperación de los bienes futuros. Por eso no sólo desdeña los castigos de aquí, sino también todos los placeres.
63.3. Se dice que el bienaventurado Pedro, viendo que su propia mujer (cf. Mt 8,14; 1 Co 9,5) era conducida a la muerte, se alegró por la merced de la llamada y del regreso a la casa [del cielo], y llamándola por su nombre le dirigió estas palabras llenas de coraje (lit.: exhortación) y consuelo: "¡Acuérdate, querida, del Señor!" (cita desconocida; cf. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, III,30,2).
El gnóstico posee un alma vigorosa
64.1. Este era el matrimonio de aquellos bienaventurados y la perfecta disposición hasta de los más amigos.
64.2. En este sentido, también el Apóstol dice: "El casado (esté) como si no estuviera casado" (1 Co 7,29). Exige que el matrimonio esté libre de pasiones y "no se aparte" (1 Co 7,35) del amor hacia el Señor, de cuyo amor el verdadero marido [Pedro] exhortó a su mujer a que estuviera abrazada, cuando marchaba de la vida hacia al Señor.
64.3. ¿Acaso no era muy clara la fe en lo que esperaban después de la muerte para los que daban gracias a Dios entre las agudezas de los castigos? Porque, pienso yo, poseían la fe firme, a la que consecuentemente seguían también las acciones de fe.
64.4. Así, el alma del gnóstico es fuerte en cualquier circunstancia, establecida en la cima de la fortaleza y la fuerza, como el cuerpo de un atleta.
64.5. Porque toma la iniciativa con prudencia sobre los asuntos humanos, reconociendo lo práctico en lo justo, y procura de parte de Dios los primeros principios, la moderación de los placeres y de los dolores en aras a la semejanza con Dios; y afronta los temores firmemente y confiando en Dios.
64.6. En todo caso, el alma gnóstica es simplemente una imagen terrena del poder divino, adornada con una perfecta virtud que (resulta) del conjunto de todas estas cosas a la vez: naturaleza, ascesis y razón.
64.7. La belleza del alma consiste en ser "templo del Espíritu Santo" (1 Co 6,19), al asumir una disposición acorde con el Evangelio para toda la vida.
El gnóstico sabe discernir entre lo que se debe hacer y lo que se debe evitar
65.1. Un (hombre) así está en guardia contra cualquier temor, (contra) todo peligro, no sólo de la muerte, sino también de la pobreza y la enfermedad, de humillación (o: desprecio) y de cualquier mal de esa clase; deviene invencible al placer y señor de los deseos irracionales.
65.2. Porque sabe bien lo que se debe y lo que no, conociendo ventajosamente lo que es realmente temible y lo que no lo es.
65.3. Por eso cimienta sabiamente lo que la razón le sugiere como necesario y conveniente, distinguiendo sabiamente lo que en realidad inspira confianza -es decir, los bienes- respecto de lo que brilla, y lo que es temible respecto de lo aparente, como de la muerte, enfermedad y pobreza, como siendo más aparentes que verdaderas.
65.4. Éste es en realidad el hombre bueno, el hombre que está fuera [del alcance] de las pasiones, el que ha superado toda la vida afectada por la pasión conforme al estado o disposición del alma virtuosa. Para él "todo depende de sí mismo" (Platón, Menexeno, 247 E) en la consecución del fin.
65.5. Porque ciertamente los llamados riesgos de la suerte (o: temores de la fortuna) no (son) temibles para el [hombre] virtuoso (o: bueno), porque no son malos; sino que en realidad los peligros (son) extraños al gnóstico cristiano por ser diametralmente opuestos a los bienes, pues son males; y (es) imposible que las cosas contrarias se encuentren juntas en uno mismo, y al mismo tiempo y con la misma relación.
65.6. Así, de modo irreprochable, "representando el drama de la vida" (Anónimo, Fragmentos, 245 K), a causa de que Dios suministre para ser competido, [el gnóstico] puede conocer lo que debe hacer y lo que hay que sufrir (o: soportar).
El gnóstico lucha contra la maldad
66.1. Así, por tanto, si la timidez se constituye mediante la ignorancia de lo que (es) peligroso o no (es) peligroso (cf. Platón, Protágoras, 360 C), sólo el gnóstico (es) valiente, conociendo los bienes presentes y futuros, y teniendo conciencia de ello, como he dicho (cf. VII,65,3), y que en realidad no son temibles, porque conoce que sólo la maldad es enemiga y destructora de los que avanzan hacia la gnosis, y equipado (o: protegido) con las armas del Señor (cf. Rm 13,12. 14; 2 Co 10,3-4; Ef 6,16-17; 2 Co 6,7) se enfrenta a ella.
66.2. Porque no [no hay que decir que] si se produce por insensatez y por actividad, o mejor, por cooperación del diablo, eso es precisamente diabólico o insensatez -porque ninguna actividad (es) sensatez, puesto que la sensatez es un hábito y ninguna actividad es un hábito-. Por tanto, tampoco la acción realizada por ignorancia es ya ignorancia; ahora bien una maldad ciertamente (existe) por medio la ignorancia, pero no (es) ignorancia; porque tampoco las pasiones ni los pecados son males, a pesar de que proceden de la maldad.
66.3. Porque ningún valiente sin razón (es) gnóstico, ya que también uno podría llamar valientes a los niños que se enfrentan a los peligros más temibles por ignorancia -por ejemplo, cuando ellos mismos tocan el fuego-, y (no) se dice que las fieras que van irreflexivamente al encuentro de las flechas son valientes por virtud. Quizá así también llamarán valientes a los prestidigitadores que hacen acrobacias sobre los cuchillos usando artificios de alguna determinada experiencia por una miserable paga.
66.4. Pero el que es realmente valiente, teniendo claro el peligro mostrado por la envidia de la muchedumbre, soporta con coraje (o: con firmeza) todo lo que se le pone delante, separándose en esto de los llamados mártires, ya que aquéllos procuran ocasiones para lanzarse a sí mismos a los peligros, no sé cómo -puesto que justo (es) hablar bien-, pero éstos dispuestos a entregarse a sí mismos, según la recta razón y una vez que en realidad el Dios verdadero les llama, se entregan con ardor y "confirman la llamada" (2 P 1,10), porque son conscientes de no haber dispuesto de sí mismos precipitadamente, y muestran que el valor se reconoce en la valentía verdaderamente razonable.
El gnóstico está llamado a crecer en el amor de Dios
67.1. Ciertamente, permanecen en la confesión de la elección, no porque soporten los peligros más pequeños por miedo a los mayores, como (hacen) aquéllos (lit.: los restantes; los que se entregan voluntariamente al martirio), ni tampoco porque sospechen la reprobación de los iguales y de los de la misma opinión, sino porque obedecen espontáneamente la llamada por amor a Dios, y no pretenden ningún otro fin que la satisfacción de Dios, ni siquiera los premios de los sufrimientos.
67.2. Porque los que soportan [los sufrimientos] por amor a la gloria, por precaución de otro castigo más duro, por algunos placeres y goces después de la muerte (son) niños en la fe; ciertamente bienaventurados, pero todavía no han devenido varones en el amor hacia Dios, como el gnóstico -porque, tanto en las competiciones gimnásticas como también en la Iglesia, hay coronas de victoria para adultos y para niños-. Pero el amor en sí es elegible por sí mismo, no por alguna otra cosa.
67.3. En suma, con la gnosis crece la perfección de la valentía que (proviene) del ejercicio en común de la vida para el gnóstico, ocupado siempre en dominar a las pasiones.
67.4. Así, el amor, ungiendo y ejercitando, constituye al propio atleta sin temor y audaz, y confiado en el Señor, como que la justicia le procura el ser veraz durante toda la vida.
67.5. Porque (es) un resumen de la práctica de la justicia la afirmación: "Que el sí de ustedes sea sí y el no sea no" (Mt 5,37; St 5,12). Pero el mismo discurso (o: razonamiento) (vale) también para la templanza.
67.6. Porque nadie es moderado conforme a la verdad ni por vanagloria -como los atletas, por la gloria (o: la consecución) de las coronas o de la celebridad-, ni tampoco por avaricia -como algunos aparentan ser moderados, persiguiendo el bien con una pasión malvada-, ni ciertamente, tampoco por amor a la propia persona (o: al propio cuerpo) para conseguir la salud, ni siquiera cuando por rusticidad (se vive) continente y sin gustar los placeres, conforme a la verdad de la moderación -sin duda, al gustar de los placeres, los que ejercen una vida de trabajo en seguida quebrantan por completo la rigidez de la continencia ante los placeres-.
67.7. Y éstos son también los disuadidos por la ley y el temor; porque, encontrando la ocasión, roban la ley y huyen secretamente del bien.
67.8. Pero la templanza elegible por sí misma, siempre perfecta según la gnosis y permanente, prepara al hombre [como] señor y juez (de sí mismo), como para que el gnóstico sea temperante e impasible, insensible a los placeres y molestias, como dicen que (es) el diamante para el fuego.
La grandeza del amor cristiano
68.1. Así, la causa de todo esto es la más santa y soberana de todas las ciencias, el amor; porque mediante el cuidado (terapia) (religioso) del [Ser] supremo y más grande, que es caracterizado por la unidad, el gnóstico también llega a la perfección a un mismo tiempo (como) amigo (cf. Jn 15,15) e hijo (cf. Mt 5,9; Lc 6,35; 20,36; Jn 1,12), verdaderamente "hombre perfecto, crecido hasta la medida de la madurez" (Ef 4,13).
68.2. Pero también la concordia es el asentimiento sobre una misma cosa, y lo que es lo mismo forma unidad; así, la amistad conduce a la semejanza, puesto que la participación reside en la unidad.
68.3. Así, al ser el primero en amar a Dios verdaderamente uno, el gnóstico es hombre verdaderamente perfecto y amigo de Dios (cf. Ef 4,13; Jn 15,15), catalogado en la categoría de hijo (cf. Mt 5,8).
68.4. Porque éstos son los nombres de nobleza, gnosis y perfección relativas a la contemplación de Dios, que el alma gnóstica recibe como sumo grado de progreso, (una vez) que deviene perfectamente pura y juzgada digna de ver eternamente al omnipotente Dios "cara a cara" (1 Co 13,12), dice [el Apóstol].
68.5. Porque hecha totalmente espiritual, avanzando hacia lo que le es familiar, ella permanece en la Iglesia espiritual para descansar en Dios (cf. Mt 11,29).
Capítulo XII: Sobre las virtudes del gnóstico (continuación)
La suprema justicia no es la distributiva
69.1. Ciertamente esto es así. Y siendo el gnóstico de esa manera en el cuerpo y en el alma, se manifiesta igual y semejante respecto al prójimo, aunque sea familiar u hostil por ley (= por el estado legal de cada uno), o sea cualquier otro.
69.2. Porque según la Ley divina, no desprecia al hermano, nacido del mismo padre y de la misma madre (cf. Gn 12,11-20). Sin duda, al atribulado le socorre con consuelos (y) exhortaciones, auxiliando en las necesidades de la vida, repartiendo con todos los necesitados, pero no por igual, sino con justicia y según el mérito, y también con el perseguidor y con el que le odia, si necesitara de él, preocupándose poco de los que le dicen que ofrece por miedo, (aunque) si no lo hace por miedo sino para socorrer.
69.3. Porque los que no son avaros ni abrigan mal alguno hacia los enemigos, ¿cuánto más no van a ser afectuosos con los familiares? Por ello, el que reúne tales condiciones sabe exactamente, si uno tiene que dar, a quién en primer lugar, y cuánto, cuándo y cómo.
69.4. Pero ¿quién vendrá a ser razonablemente enemigo de un hombre que no ofrece jamás una causa de enemistad?
69.5. Y de la misma manera decimos, sobre Dios, que no se opone a nada ni es enemigo de nadie -puesto que es el Creador de todos, y no existe cosa alguna que Él no quiera (cf. Sb 11,24)-; pero decimos que son sus enemigos los desobedientes y los que no marchan según sus mandamientos, como los que son enemigos declarados a su alianza; encontraremos aquella actitud (= que no se opone a nada ni es enemigo de nadie) también en el gnóstico.
69.6. Porque ciertamente él no será jamás enemigo de ninguna manera de nadie, pero serán llamados enemigos suyos los que cambian al camino contrario.
69.7. Por otra parte, aunque entre nosotros la distribución equitativa se llama justicia, sin embargo el arte de discernir según el mérito, sobre el más y el menos, cuando conviene hacerlo mediante ciencia, viene a ser un modo de suprema justicia.
69.8. Ciertamente hay también cosas que incluso por motivos ordinarios (o: vulgares) se conducen felizmente (o: tienen buen éxito) para algunos, como la continencia (encráteia) de placeres. Porque como entre los paganos hay quienes se apartan de los placeres que tienen delante o porque no pueden "obtener lo que uno desea" (Teognis, Fragmentos, 256), o por temor de los hombres o por conseguir otros placeres mayores, así también algunos creyentes practican la continencia (lit.: son dueños de sí mismos) por la promesa o por el temor de Dios.
Continencia y gnosis
70.1. Ahora bien, esa tal continencia es fundamento de gnosis, un impulso hacia lo mejor y a la perfección. "Porque el temor del Señor es el principio de sabiduría" (Pr 1,7; 9,10; cf. Sal 110 [111],10), afirma [la Escritura].
70.2. Pero el que (es) perfecto "lo justifica todo y lo soporta todo" (1 Co 13,7), mediante el amor, "no por agradar al hombre, sino a Dios" (1 Ts 2,4).
70.3. Y en consecuencia también le acompaña la alabanza (o: el elogio), no para propio provecho, sino para imitación y provecho de los que [lo] alaban.
70.4. Según otro significado se llama también continente no sólo al que domina las pasiones, sino también al que es moderado" [en el uso] de los bienes y está firmemente aferrado a las grandezas de la ciencia, por las que fructifican las acciones virtuosas.
70.5. Por esto el gnóstico, cuando aparece la circunstancia, nunca se aparta de su propia manera de ser. Porque la adquisición científica del bien es estable e inmutable, ya que se trata de la ciencia de las cosas divinas y humanas.
70.6. Ciertamente, la gnosis no es jamás ignorancia, ni el bien se cambia en mal; por eso [el gnóstico] también come, bebe y se casa no en virtud de una causa anterior, sino por necesidad. Pero casarse, digo, si la razón lo reclama (lit.: lo entiende; otra versión: si el Verbo se lo pidiere) y como conviene; porque para hacerse perfecto tiene como ejemplo a los apóstoles.
70.7. También en realidad se muestra varón no asumiendo una vida solitaria, sino que quien vence a los varones es el que en el matrimonio, en la procreación y en la previsión de la casa se ha ejercitado con dificultad (lit.: desagradablemente) y sin sentir pena; después del cuidado de la casa deviene inseparable del amor de Dios, y se alza vencedor de toda prueba que se le presente por culpa de los hijos, de la esposa, de los familiares y de las posesiones.
70.8. Pero para quien no tiene hogar todo el conjunto de (esas cosas) no le tientan. Ciertamente, al cuidar sólo de sí mismo, es inferior al que descuida la salvación de sí mismo, pero le supera en la administración de la vida, conservando sin artificio una pequeña imagen de la auténtica Providencia.
La gnosis exige una separación de las cosas mundanas
71.1. Pero es cierto que en la medida de lo posible nosotros debemos ejercitar de varias maneras el alma para que obre fácilmente en la aceptación de la gnosis.
71.2. ¿No ven cómo se ablanda la cera y se purifica el bronce, para que acepte el carácter que se imprime?
71.3. Precisamente como la muerte es "separación del alma respecto del cuerpo" (Platón, Fedón, 67 D), así también la gnosis es como una muerte racional (= muerte al mundo o a las pasiones), que lleva y separa el alma de las pasiones y la conduce hacia la beneficencia, para que después (pueda) libremente decir a Dios: "Yo vivo como Tú quieres".
71.4. Porque ciertamente quien prefiere "agradar a los hombres" (Ga 1,10), "no puede agradar a Dios" (Rm 8,8); así, la mayoría no elige lo que conviene, sino lo que divierte; pero quien trata de agradar a Dios deviene agradable consecuentemente a los hombres virtuosos.
71.5. Además, ¿cómo serán para él agradables la comida, la bebida y el placer amoroso, cuando incluso mira con desconfianza que hasta una palabra lleva un determinado placer, una agitación mental y un efecto agradable?
71.6. Porque "nadie puede servir a dos señores, a Dios y a las riquezas" (M6 6,24; Lc 16,13). Hablando así no se refiere simplemente al dinero, sino a los gastos de dinero por los distintos placeres; en realidad no es posible que quien ha conocido a Dios profunda y verdaderamente sirva a los placeres que se le oponen.
La ignorancia atrofia el alma
72.1. En efecto, uno sólo es el que no tiene pasiones desde el principio, el Señor amigo del hombre (philánthropos), que también (se hace) hombre por nosotros; pero cuantos se esfuerzan por asemejarse al modelo dado por Él, se esfuerzan devenir sin deseos mediante el ejercicio.
72.2. Porque quien ha tenido deseos y sabe dominarlos (o: los contiene), como también la viuda, (es) de nuevo virgen por medio de la templanza.
72.3. Este es el premio de la gnosis para el Salvador y Maestro, que Él mismo pidió (cf. Jn 4,36; Ga 6,8; 1 Tm 5,17-18): la abstención del mal y la práctica del bien (cf. 1 P 3,11; Sal 33 [34],15), por medio de los cuales se obtiene la salvación.
72.4. Ciertamente, de igual manera que los que han adquirido las artes, educados por medio de ellas, procuran los alimentos, así también el gnóstico por lo mismo sabe que el que procura la vida se salva. Porque quien no quiere arrancar la pasión del alma se mata a sí mismo. Pero como parece, la ignorancia es la atrofia del alma, en cambio la gnosis es el alimento.
72.5. Y las mismas almas gnósticas son a las que el Evangelio representó en las vírgenes santas que esperan al Señor (cf. Mt 25,1-2). Porque (son) vírgenes manteniéndose alejadas del mal, recibiendo con amor al Señor, y cuelgan (o: encienden) su propia luz para la contemplación de la realidad (cf. Mt 25,1-13).
72.6. Almas prudentes que dicen: "Oh Señor, deseamos recibirte ya desde ahora; hemos vivido de acuerdo a lo que nos has ordenado sin transgredir ninguno de los preceptos. Por eso, también reclamamos las promesas, pero suplicamos lo que es útil, no lo que agrada, al igual que conviene pedirte lo más hermoso. También aceptaremos todo para [nuestro] provecho, aunque las pruebas que se presenten parezcan malas, aquellas que tu economía (= plan salvífico) nos presente para ejercitar la constancia".
Toda la vida del gnóstico es oración y homilía con Dios
73.1. En verdad, el gnóstico, por el alto grado de santidad [que posee], (está) más preparado a no obtener cuando pide, que a obtener aunque no pida. Porque toda su vida es una oración y una conversación con Dios, y si estuviere libre (o: limpio) de pecado, obtendrá completamente lo que desea. Puesto que dice Dios al justo: "Pide y te daré, piensa y haré" (cf. Mt 7,7).
73.2. Ciertamente, si se trata de lo que es útil, lo recibirá al instante; pero nunca pedirá lo inútil, porque no lo recibirá. Así sucederá lo que él quiere.
73.3. Y si uno de nosotros dijere que también algunos pecadores consiguen lo que suplican, ciertamente eso (sucede) rara vez, por la justa bondad de Dios, y se da también a los que pueden beneficiar a otros.
73.4. De ahí que el don surge no por el que pide, sino que la economía (= plan salvífico) realiza el justo beneficio previendo al que ha de salvarse por medio de aquellas cosas. Pero a cuantos son dignos les concede los verdaderos bienes incluso aunque no los pidan (cf. Mt 6,8).
73.5. Así, cuando uno es justo no a la fuerza, por miedo o por esperanza [de una recompensa], sino por libre elección, éste es el camino que se llama real que recorre la estirpe real; pero los otros [caminos] son desviaciones resbaladizas y escarpadas.
73.6. Por tanto, si alguno eliminara el miedo y el honor, no sé yo si los nobles filósofos que hablan con toda libertad soportarían las tribulaciones.
El gnóstico trabaja en la viña del Señor
74.1. Pero las concupiscencias y los otros pecados son llamados "cardos y espinos" (Jr 4,3; Ez 28,24; Mt 13,7. 22; Hb 6,8). Por tanto, el gnóstico trabaja en la viña del Señor (cf. Is 5,7; Mt 21,33; 20,1) plantando, podando, regando; siendo verdaderamente agricultor divino de lo plantado para la fe.
74.2. Ciertamente, los que no han hecho mal alguno merecen recibir la paga del descanso, pero el que ha hecho el bien por pura voluntad pide la paga como un buen trabajador (cf. Lc 10,7). Sin duda, también recibirá el doble por lo que no hizo [mal] y por lo que hizo bien.
74.3. El gnóstico no es tentado por nadie, excepto que Dios lo permita y eso en provecho de los que están con él. En todo caso son estimulados a la fe los incitados por su viril resistencia.
74.4. Sin duda, también por esto los bienaventurados apóstoles fueron llevados a la prueba y (dieron) testimonio de perfección para estabilidad y garantía de las iglesias.
74.5. El gnóstico, por tanto, teniendo en su interior la voz que dice: "A quien yo golpeare tú le has de compadecer" (cf. Jb 19,21; Sal 68 [69],27), también suplica para que los que le odian se arrepientan.
74.6. Porque no es también para los niños el presenciar en los estadios la ejecución impuesta a los criminales. Porque tampoco es posible que el gnóstico alguna vez sea educado por tales cosas o (pueda) divertirse, cuando por libre decisión se ha ejercitado para ser honesto (o: noble) y bueno, y con ello ha devenido insensible a los placeres. No cayendo nunca en pecado, no es educado con los ejemplos de males ajenos.
74.7. Ciertamente, está muy lejos de complacerse en placeres y en espectáculos rastreros quien también ha mirado con desdén las promesas mundanas aunque sean divinas.
74.8. "Porque no todo el que dice Señor, Señor; entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de Dios" (Mt 7,21).
74.9. Éste será el gnóstico trabajador, el que dominando "las concupiscencias mundanas" (Tt 2,12), aunque esté en la carne, y (está) perfectamente persuadido sobre las cosas que ha conocido, futuras y también invisibles, como que están más presentes que aquellas que tiene a los pies (o: a la vista; delante de él).
Capítulo XII: Sobre las virtudes del gnóstico (continuación)
El gnóstico ayuna de toda forma pecado
75.1. Éste es el trabajador bien dispuesto; ciertamente el que se alegra por lo que ha conocido, pero que humillado por rodar sobre la necesidad de la vida, no es juzgado aún digno de la participación activa de lo que ha conocido. Se aprovecha de esta vida como de algo ajeno por necesidad.
75.2. Él mismo conoce también los enigmas del ayuno de esos días, digo del cuarto y de la parasceve (= ayuno semanal los días miércoles y viernes). Porque uno está dedicado a Hermes (miércoles), y el otro a Afrodita (= viernes).
75.3. Así, durante (toda) su vida, ayuna de avidez de dinero al igual que del gusto por el placer, de los que nacen todos los males (cf. 1 Tm 1,10). Puesto que ya hemos establecido en repetidas ocasiones (cf. III,89,1,; VI,147,1) las tres principales variedades de prostitución, según el Apóstol: el gusto por el placer, la avaricia y la idolatría (cf. Ef 5,5).
El gnóstico está llamado a glorificar en sí mismo la resurrección del Señor
76.1. Por tanto, también según la Ley, él ayuna de las acciones perversas, y según la perfección del Evangelio (cf. Mt 5,21-48) [ayuna] de los malos pensamientos.
76.2. También se le presentan las tentaciones no para la purificación [de sí mismo], sino para provecho de los prójimos, como hemos dicho (cf. VII,74,3), recibiendo la prueba de dificultades y dolores, los menosprecia y los supera (o: repudia).
76.3. Pero el mismo discurso vale también sobre el placer. Porque lo más grande es haber sido probado y después mantenerse alejado (o: abstenerse). Puesto, ¿qué hay de grande si uno se abstiene de lo que no conoce?
76.4. El mismo que pone realiza (o: ejecuta) el mandamiento según el evangelio, celebra aquel día del Señor cuando rechaza un mal pensamiento y recibe uno gnóstico, glorificando en sí mismo la resurrección del Señor.
76.5. Pero también, cuando alcanza la comprensión de la contemplación científica, piensa que ve al Señor, dirigiendo sus ojos hacia lo invisible.
76.6. Y si pareciera ver lo que no quiere ver, reprime (o: contiene) la facultad de ver, cuando percibe que se está deleitando él mismo por la acción de la mirada; en tanto que él sólo desea ver y oír lo que le corresponde.
76.7. En seguida, al contemplar las almas de los hermanos, también ve la belleza de la carne con el alma misma, habituada a vigilar (o: supervisar: episkopéin) la mirada sólo en la belleza, sin el placer carnal.
"El gnóstico suple la ausencia de los apóstoles"
77.1. Pero son realmente hermanos por la discutida creación y según la conformidad de las costumbres y según el fundamento de las acciones, cuantos hacen, piensan y dicen las mismas santas y bellas acciones que el Señor quiso que esos mismos elegidos sintieran.
77.2. Porque ciertamente la fe es elegir en Él las mismas cosas, pero gnosis es haber aprendido y sentir en Él las mismas cosas, y la esperanza es desear en Él las mismas cosas. Y si [el gnóstico], por la necesidad de la vida, estuviera ocupado un poco de tiempo en el alimento, piensa que engaña fraudulentamente al estar solicitado por esa ocupación.
77.3. Ni en sueños mira a lo que sencillamente no se adapta al elegido. "Porque, extranjero y peregrino" (Sal 38 [39],13; Hb 11,13) durante toda la vida (es) todo el que, habitando en una ciudad, desprecia las cosas que en la ciudad son admiradas entre los demás, y vive en la ciudad como en un desierto, para que el lugar no le obligue, sino que su libre elección manifieste lo que es justo.
77.4. El mismo gnóstico, por decirlo resumidamente, suple la ausencia de los apóstoles, puesto que viviendo rectamente, conociendo exactamente, ayuda a los amigos, "traslada las montañas" (Mt 17,20; 21,21; 1 Co 13,2) de los prójimos y arroja (fuera) las anomalías (cf. Is 40,4) de sus almas.
77.5. No obstante, cada uno de nosotros es a la vez viña y trabajador de sí mismo (cf. Is 5,2; Mt 21,33). Pero (el gnóstico), aun practicando lo más sublime, quiere permanecer ignorado de los hombres, persuadiendo juntamente al Señor y a sí mismo de que vive según los mandamientos, prefiriendo aquellas acciones en virtud de su fe (cf. Lc 6,45).
77.6. -"Porque donde está la mente de uno, dice [el Señor], allí está también su tesoro" (Mt 6,21; Lc 12,34), así el [gnóstico] mismo (se tiene) por inferior a sí mismo para no mirar jamás con indiferencia, por la perfección en el amor, a un hermano caído en aflicción, si sabe que él mismo lleva la indigencia más fácilmente que el hermano.
El gnóstico es "familiar del Señor"
78.1. Así, por tanto, [el gnóstico] considera un dolor propio el dolor de aquel [hermano]; y si en aras de la beneficencia, al dar de su propia indigencia, padeciera algo desagradable, no se indigna por ello, sino que incluso aumenta la buena acción.
78.2. Porque posee una fe pura sobre el modo de obrar, alabando el Evangelio con las obras y la contemplación. Y no recoge para sí "el ser alabado por los hombres, sino por Dios" (Rm 2,29), realizando lo que el Señor le enseñó.
78.3. Estando absorbido él mismo por su propia esperanza, no gusta de la belleza mundana, mirando con desdén todas las cosas de aquí abajo. Tiene piedad de los que son castigados después de la muerte y a disgusto deben confesar mediante el castigo, pero él, con la conciencia tranquila, está siempre dispuesto para el éxodo (o: la partida), como si fuera "peregrino y extranjero" (Hb 11,13) de esta tierra, porque recuerda sólo su propia herencia, pero ocupándose de todas las demás cosas de aquí abajo como ajenas.
78.4. No sólo admira los mandamientos del Señor, sino que, por así decirlo, participa de la voluntad divina mediante la gnosis misma; (es) realmente familiar del Señor y de los mandamientos, elegido como justo, apto para dirigir y real, como gnóstico que desprecia todo el oro (que hay) sobre la tierra y debajo de ella y el reino [que abarca] de un confín a otro del océano, para tener fuertemente sólo la solicitud (o: el servicio) para con el Señor.
78.5. Pero también cuando come, bebe y se casa, si la razón lo decidiese, e incluso entre sueños, hace y piensa lo que es santo; así está siempre puro para la oración.
78.6. Y también reza con los ángeles, como si ya fuera "igual a los ángeles" (Lc 20,36), y nunca se encuentra fuera de su santa vigilancia; y aunque rece solo, tiene el coro asociado de los santos.
78.7. Él en persona conoce la doble fe: la fuerza del creyente y la superioridad en dignidad de lo creído; además también [conoce] la doble justicia: la del amor y la del temor.
El gnóstico lleva la señal de la cruz en sí mismo
79.1. Ciertamente se ha dicho: "El temor del Señor es sagrado (porque) permanece por los siglos de los siglos" (Sal 18 [19],10). Porque los que se convierten desde el temor hacia la fe y la justicia permanecen por los siglos. El temor procura en seguida la abstinencia del mal, pero el amor edificado sobre el libre albedrío estimula a obrar bien, para que uno escuche junto al Señor: "Ya no los llamo siervos, sino amigos" (Jn 15,15), y vuelva confiadamente a las plegarias.
79.2. Y la misma clase de oración es la acción de gracias por el pasado, por el presente y por el futuro, como ya presente por la fe, pero la adquisición de la gnosis precede a eso.
79.3. Y en consecuencia además pide igualmente vivir la vida circunscrita en la carne como gnóstico, como descarnado (lit.: no carnal, ásarkos), y obtener lo mejor, pero huir de lo peor.
79.4. Pero también solicita el alivio para nosotros, por los pecados cometidos, y la conversión hacia el reconocimiento. De esta manera, se adhiere rápidamente al que lo llama al tiempo del éxodo, cuando aquél llama, adelantándose, por así decir, por medio de la buena conciencia, apresurándose a dar gracias ya desde entonces, en unión con Cristo, procurando él mismo ser digno mediante la pureza para poseer sin mezcla (alguna) el poder de Dios suministrado por medio de Cristo.
79.5. Porque no quiere estar caliente por la participación en el calor ni luminoso por la del fuego, sino ser todo luz. Porque conoce con exactitud lo que significa: "Si no odian al padre y a la madre, e incluso a su propia alma, y si no llevan la señal" (Lc 14,26-27).
79.6. Porque odia las inclinaciones de la carne, que han hecho grande el encantamiento del placer, y mira con desdén todo lo referente a la función pública, también para ganarse el sustento material; pero también está precavido del alma corpórea, poniendo freno al espíritu irracional que se subleva, porque "la carne tiene deseos contrarios al espíritu" (Ga 5,17).
79.7. Pero "llevar la señal" (Lc 14,27; para Clemente la "señal" es la cruz) "es llevar por dondequiera la muerte" (2 Co 4,10), incluso en vida "renunciando a todo" (Lc 14,33), cuando no es lo mismo el amor del que engendra la carne y el del que crea el alma para la ciencia.
El gnóstico siempre da gracias a Dios
80.1. Estando él en disposición de hacer el bien, [el gnóstico] antes que hablar bien obra bien; (y) suplicando compartir los pecados de los hermanos en aras de la confesión pública y la conversión de los cercanos (cf. Ex 32,32; Rm 9,3), y deseando vivamente compartir sus propios bienes con los más amigos, y estos mismos amigos igualmente con él.
80.2. Verdaderamente, haciendo crecer las semillas depositadas en él conforme al cultivo que el Señor ordenó (cf. Mc 4,20), permanece sin pecado, y deviene dueño de sí mismo y reside en espíritu con sus semejantes en los coros de los santos, aunque todavía permanezca en la tierra.
80.3. Durante todo el día y la noche se alegra mucho hablando y practicando los mandatos del Señor (cf. Sal 1,2), no sólo cuando se levanta de madrugada y a mediodía, sino también cuando pasea, cuando se acuesta, cuando se viste y se desviste (cf. Dt 6,7; 11,19).
80.4. Y enseña al hijo, si el hijo fuere linaje [suyo], sin apartarse del mandamiento y de la esperanza, siempre dando gracias a Dios como los animales glorificantes, alegorizados por Isaías (cf. Is 6,2-3),
80.5. permaneciendo firme ante cualquier prueba;"El Señor ha dado -afirma [la Escritura]-, el Señor quitó" (Jb 1,21).
80.6. Porque precisamente era Job, que, incluso al ser privado de los bienes exteriores juntamente también con la salud del cuerpo, renunció a todo por amor al Señor. "Porque era -dice la Escritura- justo, santo, exento de toda maldad" (Jb 1,1. 8; 2,3).
80.7. Pero santo indica las cosas justas para con Dios según la economía (= plan salvífico); pero sabiendo eso era gnóstico.
80.8. Porque no (es) necesario, si vinieren bienes, deslizarse sobre las cosas humanas en exceso, ni a su vez, si (surgen) males, no [es necesario] odiarlos, sino estar por encima de ambos: pisoteando aquellos (= los males) y entregando (los bienes) a los necesitados. Pero el gnóstico es prudente en las relaciones sociales (para) no olvidarse que las relaciones sociales (pueden) devenir una disposición.
Capítulo XIII: Sobre las virtudes del gnóstico (continuación)
El gnóstico es caritativo y perdona
81.1. [El gnóstico] jamás se acuerda de quienes han pecado contra él, sino que perdona. Por eso también suplica justamente, diciendo: "Perdónanos, porque también nosotros perdonamos" (Mt 6,12; Lc 11,4).
81.2. Porque esto es también una de las cosas que Dios quiere: no desear nada con concupiscencia, no odiar a nadie; puesto que todos los hombres son obra de una única voluntad.
81.3. Y, ¿acaso nuestro Salvador no quiere que el gnóstico sea "perfecto como el Padre celestial" (Mt 5,48), es decir a Él mismo, que afirma: "Vengan aquí, hijitos, escuchen de mi el temor del Señor" (Sal 33 [34],12), y no quiere que (el gnóstico) ya no necesite del auxilio de los ángeles (cf. Sal 90 [91],11; Mt 4,6), sino que se haga digno de recibir [esa ayuda] directamente de Él, y tenga la custodia de Él mismo por medio de la obediencia (o: docilidad)?
81.4. Éste (gnóstico) reclama del Señor, y ya no suplica. Y sobre los hermanos necesitados, el gnóstico en persona no pedirá siquiera solicitará sobreabundancia de riquezas para repartir, sino que suplicará para aquellos el recurso de lo que necesiten.
81.5. Porque así es como el gnóstico da (o: regala) también a los necesitados la plegaria y la ofrece sin que se sepa y sin ostentación (cf. Mt 6,6) mediante su oración.
81.6. Ciertamente, pobreza, enfermedad y pruebas semejantes (lit.: de esas) muchas veces se encuentran (o: producen) como advertencia y corrección de los errores pasados, y como llamada de atención de las cosas futuras.
81.7. (El gnóstico), al suplicar el alivio para aquellos [hermanos], al igual que tiene el privilegio de la gnosis, realiza personalmente la beneficencia, no por vanagloria, sino por el hecho mismo de ser gnóstico, deviniendo instrumento de la bondad de Dios.
El gnóstico es "theophoro" (portador de Dios) y "theophoroymenos" (es llevado por Dios)
82.1. Pero se dice en las "Tradiciones" que el apóstol Matías decía continuamente que "si el vecino del elegido peca, ha pecado el elegido; porque si éste se comportara como ordena el Verbo, también el vecino consideraría su [tenor de] vida, y hasta el extremo de no pecar" (Tradiciones de Matías, fragmentos, 3).
82.2. ¿Qué diremos entonces sobre el gnóstico? "¿No saben -dice el Apóstol- que son templo de Dios?" (1 Co 3,16). Luego, (el gnóstico) es divino y también santo; portador de Dios y llevado por Dios.
82.3. Así la Escritura, al presentar el pecado como algo extraño, vende los transgresores (lit.: prisioneros) a los extranjeros (Jc 2,11-14; 4,2; 10,7; Is 50,1; Ba 4,6), cuando dice: "No mires a la mujer ajena con pasión" (Mt 5,28; cf. Pr 5,20; 6,24-25; 7,5; 23,23), dice abiertamente que el pecado es extraño y contrario a la naturaleza del templo de Dios (cf. 1 Co 3,16).
82.4. Pero hay un templo grande, como la Iglesia, y otro pequeño, como el hombre que conserva (o: salva) la semilla de Abrahán (cf. Jn 8,33. 37; Ga 3,16. 29). No deseará, por tanto, ninguna otra cosa quien tiene a Dios como descanso.
82.5. Así, dejando todo lo que estorba y abandonando toda la materia que lo distrae (lit.: que lo enorgullece), [el gnóstico] surca el cielo con la ciencia, penetrando las naturalezas espirituales, y alcanza todo principado y potestad de los tronos supremos (cf. Ef 1,21; 6,12; Col 1,16), tendiendo sólo a aquello que únicamente conoció.
82.6. Uniendo la paloma con la serpiente (cf. Mt 10,16), vive a la vez perfectamente y con buena conciencia, mezclando fe con esperanza, esperando ansiosamente el futuro.
82.7. Porque se da cuenta del don (o: regalo) que ha recibido deviniendo digno de haberlo alcanzado, y pasando de la esclavitud a la filiación adoptiva (cf. Rm 8,15), realiza además lo relativo (lit.: lo que sigue) a la ciencia -"conociendo a Dios, o mejor, siendo conocido por Él" (Ga 4,9)- , porque muestra las obras dignas de la gracia. Porque las obras siguen a la gnosis como la sombra al cuerpo.
El gnóstico da gracias a Dios y admira la creación
83.1. Con razón, por tanto, no se inquieta por nada de lo que pueda suceder, ni desconfía de nada de lo que conforme a la economía (salvífica) sucede para su bien (o: su utilidad), ni siquiera se avergüenza de morir, sintiéndose con la conciencia pura para mirar fijamente a las potestades, purificado, por así decir, de todas las impurezas del alma, y puesto que sabe muy bien que lo mejor para él tendrá lugar después del éxodo [de esta vida].
83.2. Por ello jamás antepone su placer y provecho a la economía (salvífica), ejercitándose él mismo por medio de los mandamientos para devenir en todo agradable al Señor y loable al mundo, ya que todo está bajo (el poder) del único Dios todopoderoso. "El hijo de Dios -dice [la Escritura]- vino a lo suyo y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).
83.3. También por eso en el uso de los bienes mundanos no sólo da gracias y admira la creación, sino que también recibe alabanzas, utilizándolos como conviene (cf. 1 Co 7,31), puesto que para él el objetivo es traspasar la contemplación mediante la actividad gnóstica y conforme a los mandamientos.
83.4. De ahí que recibiendo mediante la ciencia el viático de la contemplación y abrazado con magnanimidad a la grandeza de la gnosis, progresa hacia la santa remuneración después del éxodo [de esta vida] (cf. Hb 11,5).
83.5. Porque ha escuchado el salmo que dice: "Rodeen a Sión, cérquenla, informen (o: describan) sobre sus torres" (Sal 47 [48],13). Se da a entender, creo yo, que los que han recibido con profundidad al Verbo serán altos como torres y permanecerán firmes en la fe y la gnosis.
Capítulo XIV: Sobre las virtudes del gnóstico (conclusión)
El gnóstico no es rencoroso y ora por sus enemigos conforme al mandamiento del Señor
84.1 Y estas cosas sobre el gnóstico también se habrían de decir en germen a los griegos de una manera muy breve. Pero hay que saber que si el fiel vive correctamente una o incluso dos de estas cosas, sin embargo no lo hace en todas a la vez ni ciertamente con la ciencia suma, como el gnóstico.
84.2. Y además, respecto a la impasibilidad (apatheía: ausencia de pasiones), por así decir, en nuestro gnóstico, con la que se alcanza la perfección del fiel que avanza mediante el amor "hacia el varón perfecto, a la medida de la madurez" (Ef 4,13), se asemeja a Dios (cf. Platón, Teeteto, 176 B) y deviene verdaderamente "igual a los ángeles" (Lc 20,36), se podrían aportar muchos otros testimonios de la Escritura, pero pienso yo que es mejor, por la prolijidad del discurso, diferir esa pretensión para los que quieran trabajar y elaborar la doctrina según el ordenamiento (de textos) seleccionados de las Escrituras.
84.3. Pero tan sólo recordaré uno de la manera más concisa, como para no dejar el tema sin examen alguno. Así, dice el divino Apóstol en la primera "Carta a los Corintios": "Si alguno de ustedes tuviera un altercado con otro, ¿se atrevería a ser juzgado por uno de los [jueces] injustos y no por uno de los santos? ¿Acaso no saben que los santos juzgarán el mundo?" (1 Co 6,1-2), etc.
84.4. Al ser muy amplia la perícopa nosotros usaremos las expresiones importantes del Apóstol, y parafraseando con brevedad el discurso, presentaremos el contenido del pensamiento de lo expresado por el Apóstol donde traza la perfección del gnóstico.
84.5. Porque no sólo presenta al gnóstico en ser agraviado más bien que en agraviar, sino que también le enseña a no ser rencoroso (cf. 1 Co 6,7), no dando libertad para que rece contra el que le ha agraviado. Puesto que sabe que el Señor ha mandado claramente "rezar por los enemigos" (Mt 5,44; Lc 6,28).
84.6. Ahora bien, ciertamente afirma que pretender que el agraviado "sea juzgado por los injustos" (1 Co 6,1) no es otra cosa que aparentar corresponder y desear devolver por segunda vez mal por mal, lo cual es igualmente cometer también él mismo un agravio.
84.7. Pero al decir que algunos desean "ser juzgados por los santos" (1 Co 6,1) muestra a los que en la oración piden que la ambición (o: codicia, avidez) repercuta en los culpables y que los segundos (son) mejores que los primeros, aunque todavía no (sean) impasibles, para que sin ser en absoluto rencorosos, recen incluso por los enemigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,28), según la enseñanza del Señor.
El gnóstico aspira a imitar a Dios perdonando siempre
85.1. Así, también es bueno que los que pasan hasta la fe sean sensatos desde su conversión. Porque si también la verdad parece tener por enemigos a los celosos, sin embargo ella no es enemiga declarada de nadie (cf. Dt 32,21; 1 Co 10,22).
85.2. "Porque Dios hace lucir su sol sobre justos e injustos" (Mt 5,45) y envió al mismo Señor a justos a injustos; así también el que se esfuerza por parecerse a Dios (cf. Platón, Teeteto, 176 B), sin rencor alguno en absoluto "perdona setenta veces siete" (Mt 18,22) -o sea, durante toda la vida, durante toda la evolución cósmica, significada en el número siete (o: en los períodos septenarios)-, obra honradamente en todo, aunque incluso alguno durante todo el tiempo de su vida carnal agravie al gnóstico.
85.3. Porque no sólo pretende [el Apóstol] que el virtuoso (o: el bueno) entregue a otros el juicio de los que lo han agraviado, sino también que el justo quiera pedir de los jueces el perdón de los pecados cometidos contra él, y con razón: si los que se esfuerzan por agraviar, aunque inciten hasta la muerte, asaltan lo externo y relativo al cuerpo, que no es lo característico del gnóstico.
85.4. Pero si alguien juzgara a los ángeles apóstatas (cf. 1 Co 6,3), ¿no se haría él mismo apóstata por aquella ausencia de maldad según el Evangelio (cf. Mt 5,44; Lc 6,28)?
85.5. Dice [el Apóstol]: "¿Por qué no soportan mejor el agravio? ¿Por qué más bien no se dejan expoliar? Al contrario, ustedes agravian y expolian" (1 Co 6,7-8), suplicando evidentemente contra los que pecan por ignorancia, y "expoliando" la clemencia (filantropía) y bondad de Dios en lo que pueden a aquellos contra los que rezan, y "esto (siendo) hermanos" (1 Co 6,8); y no se habla sólo de los [hermanos] de fe, sino también de los prosélitos (cf. Dt 28,43).
El gnóstico debe mostrar que posee grandeza de ánimo
86.1. Porque nosotros no sabremos nunca, si también el que ahora es enemigo declarado, mañana ha de creer. Por ello se infiere claramente que si no todos son hermanos, al menos a nosotros nos debe parecer que los otros lo son.
86.2. Pero ahora también el sabio reconoce que todos los hombres (son) obra del único Dios, y que han sido revestidos de una sola imagen (cf. Gn 1,26) sobre una única sustancia, aunque algunos se encuentren más obcecados (o: enturbiados, oscurecidos) que otros; también adora mediante las criaturas la actividad (o: energía) [creadora] y por ella a su vez la voluntad de Dios.
86.3. "¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios?" (1 Co 6,9). Ciertamente peca el que devuelve mal por mal con hechos, con palabras o incluso con el pensamiento del querer, que, después de la educación de la Ley, el Evangelio determina con precisión (cf. Ga 3,24; Mt 5,28. 22).
86.4. "Y eso eran algunos" (1 Co 6,11), evidentemente como son ahora aquellos a los que no perdonan.
86.5. "Pero han sido lavados" (1 Co 6,11), no sencillamente como los otros, sino que con la gnosis se han desprendido de las pasiones animales (psíquicas), hasta parecerse en la medida de lo posible a la bondad de la providencia de Dios mediante la paciencia y la ausencia de maldad (o: rencor), haciendo que resplandezca lo mismo que el sol, "sobre justos e injustos" (Mt 5,45), la bondad de la palabra y de las obras.
86.6. Así, por tanto, el gnóstico debe perseguir eso mediante la grandeza de ánimo, o por la imitación del que es mejor. Pero hay una tercera razón (o: causa): "Perdona y serás perdonado" (Mt 6,14), como si el mandato obligara hacia la salvación por exceso de bondad.
86.7. "Pero han sido santificados" (1 Co 6,11); puesto que quien ha alcanzado ese estado consigue ser santo, ya que no cae de ninguna manera en pasión alguna. Al contrario, inmediatamente deviene santo como [si estuviera] ahora sin carne y por encima de esta tierra.
La Iglesia del Señor es un "coro espiritual y santo"
87.1. Por eso dice [el Apóstol]: "Han sido justificados en el nombre del Señor" (1 Co 6,11); por Él han sido hechos, por así decir, justos como Él, y han sido unidos "al Espíritu Santo" (1 Co 6,11), en la medida de lo posible.
87.2. ¿Acaso no dice: "Todo me está permitido, pero yo no me dejaré dominar" (1 Co 6,12), al hacer, pensar o decir (nada) contra el Evangelio? Y "los manjares para el vientre y el vientre para los manjares", que Dios "destruirá" (1 Co 6,13); es decir, [destruirá] a los que piensan así y viven como si hubieran nacido para comer, pero no a los que de verdad comen consecuentemente para vivir y que se dedican principalmente a la gnosis.
87.3. Y ¿no dice que ésos son como carne del cuerpo santo? Pero la Iglesia del Señor (cf. Ef 1,22-23; Col 1,24) (es llamada) alegóricamente cuerpo (cf. 1 Co 6,15; 12,12; Rm 12,4), el coro espiritual y santo, del que sólo ellos llevan el nombre; pero los que no viven conforme al Verbo son la carne.
87.4. Pero "este cuerpo", el espiritual, es decir la Iglesia santa, "no es para la fornicación" (1 Co 6,13), ni en manera alguna se ha de conciliar jamás con la apostasía del Evangelio en favor del modo de vida pagano.
El gnóstico debe ser perfecto como quiere el Padre
88.1. Porque fornica contra la Iglesia y contra "el propio cuerpo" (1 Co 6,18) quien se comporta en la Iglesia como un pagano, en las obras, en la palabra e incluso en el pensamiento mismo.
88.2. "Quien se une a la meretriz" (1 Co 6,16), a la actividad contraria a la Alianza, deviene otro cuerpo no santo, "en una sola carne" (Gn 2,24; 1 Co 6,16), en una vida pagana y con otra esperanza.
88.3. "Pero quien se une al Señor es un (solo) espíritu, un cuerpo espiritual" (1 Co 15,44); (es) otra clase de unión. Este (es) todo entero [su] hijo, hombre santo, impasible, gnóstico, perfecto, formado en la enseñanza del Señor y hecho próximo al Señor con obra, palabra y con su mismo espíritu, y recibirá aquella morada (cf. Jn 14,2) que está dispuesta para quien de esa manera se hace adulto (cf. Ef 4,13).
88.4. Es suficiente el ejemplo para quienes tienen oídos (cf. Mt 11,15). Puesto que no es necesario presentar en público el misterio, sino revelar lo suficiente como recuerdo para quienes participan de la gnosis; y éstos comprenden lo dicho por el Señor: "Sean perfectos como el Padre de ustedes" (Mt 5,48), perdonando totalmente los pecados, olvidando las ofensas (cf. Mt 6,12. 14) y viviendo en el estado de impasibilidad.
88.5. Porque como decimos perfecto médico o perfecto filósofo, así también, pienso yo, [decimos] perfecto gnóstico. Pero ninguno de éstos, por grandes que sean, recibe una semejanza con Dios. Puesto que no decimos impíamente, como los estoicos, que sea enteramente idéntica la virtud del hombre que la de Dios.
88.6. Pero, ¿no debemos ser perfectos como quiere el Padre? Porque es imposible e inasequible que uno devenga tan perfecto como lo es Dios. Pero el Padre quiere que nosotros lleguemos a ser irreprochablemente perfectos (cf. Mt 5,48) viviendo en la escucha (u: obediencia; ypakoé) al Evangelio.
88.7. Si, para completar lo que la frase dice, sobreentendemos lo que sugiere plenamente la perícopa, dejando (de comprender) lo que está reservado para los que pueden entender, conoceremos la voluntad de Dios y nos comportaremos piadosamente y a la vez con sentimientos magnánimos, conforme a la dignidad del mandamiento.
Capítulo XV: Sobre las herejías que dividen a los cristianos
Los disensos de las sectas
89.1. Pero después que consecuentemente nos hayamos defendido de las acusaciones hechas contra nosotros por los griegos y los judíos, y también las emprendidas por las sectas sobre la doctrina verdadera con algunas dificultades como las mencionadas antes, será bueno en primer lugar despejar el terreno de [esos] obstáculos preparándonos para resolver las dificultades, para continuar luego el (siguiente) Stromata.
89.2. Ciertamente, lo primero que nos dicen precisamente es que no se debe creer por el disenso de las sectas. Porque, ¿en cuál estaría la verdad, cuando unas dogmatizan una cosa y otras otra?
89.3. Nosotros les decimos que junto a ustedes, los judíos, y junto a los más ilustres filósofos griegos han surgido innumerables sectas, y no dicen sin duda que haya que temer el filosofar o (profesar) el judaísmo por ese recíproco disenso mutuo de sus sectas.
89.4. Pero además ya se ha dicho proféticamente por el Señor que las herejías se esparcirían (lit.: sembrarían) entre la verdad "como la cizaña" (Mt 13,25) en el trigo, y es imposible que lo predicho no suceda. Y la causa de esto (es) que la censura sigue a toda cosa buena.
No se deben transgredir las normas eclesiásticas
90.1. Ahora bien, si alguien también infringiera los pactos y eludiera la declaración que nos ha hecho (cf. 1 Tm 6,12), ¿acaso (por culpa) del que falsea la declaración (o: confesión) vamos a apartarnos de la verdad también nosotros?
90.2. Al contrario, lo mismo que es necesario al [hombre] razonable no mentir ni anular nada de lo que ha prometido, aunque algunos otros violen los pactos, así también conviene que nosotros no transgredamos las normas de la Iglesia (o: cánones eclesiásticos) de ningún modo. Ciertamente también nosotros custodiamos (u: observamos) sobre todo la declaración (o: confesión) sobre las cosas más importantes, pero aquellos la transgreden. Por tanto, hay que creer a los que se aferran firmemente de la verdad.
90.3. Pero también es posible responderles en esta apología con mayor amplitud diciendo que incluso los médicos, aunque posean opiniones enfrentadas según sus escuelas particulares, curan con la misma práctica [médica].
90.4. ¿Acaso uno que tenga enfermo el cuerpo y necesitado de curación no admitirá un médico por causa de las escuelas (existentes) en medicina? Ciertamente, nadie que tenga enferma el alma y esté repleto de ídolos (aduzca) el pretexto de las sectas si quiere curarse y convertirse a Dios.
90.5. Ciertamente, "las sectas existen a causa de los que son de virtud probada" (1 Co 11,19), dice [el Apóstol]; llama "de virtud probada" a los que han llegado a la fe, a los que se acercan a la enseñanza del Señor por una privilegiada elección, como banqueros aprobados que distinguen la moneda genuina del Señor de la falsificada, o bien a aquellos que ya han sido "de virtud probada" en la fe misma, por su vida y su gnosis.
Hay que buscar la auténtica verdad
91.1. Por esto necesitamos de una mayor solicitud y preocupación (o: previsión, prudencia) en el examen de cómo se debe vivir correctamente y cuál es realmente el culto divino (theosébeia).
91.2. Porque la verdad (es algo) difícil y arduo de alcanzar, por ello han surgido las [distintas] investigaciones y las sectas, orgullosas y ambiciosas (o: ávidas de honores), de quienes no aprendieron ni transmitieron con verdad, sino que se apoderaron de la opinión de la gnosis.
91.3. Por eso hay que investigar con solicitud la verdad auténtica, la que sólo se ocupa del Dios verdadero. Y a la fatiga seguirá el agradable (lit.: dulce) hallazgo y el recuerdo. Hay que disponerse igualmente al esfuerzo de la investigación por causa de las herejías, pero no se debe desistir en absoluto.
91.4. Porque cuando se presentan dos frutos, uno auténtico y maduro, y otro hecho de cera, muy parecido, no hay que rechazar a ambos por la semejanza, sino que hay que distinguir con contemplación comprensiva y con el razonamiento más decidido el [fruto] verdadero del que parece (igual).
91.5. Y lo mismo que si solo hay un camino real y otros muchos conducen ciertamente al precipicio, a un río impetuoso o al mar profundo, uno no temerá el ponerse en camino por causa del desacuerdo, pero deberá hacerlo por el seguro, real y frecuentado; del mismo modo uno no debe retirarse porque algunos digan sobre la verdad unas cosas y otros otras, sino que con mayor cuidado perseguirá la gnosis más exacta sobre esa misma verdad.
91.6. Por otra parte, aunque también las hierbas nazcan junto a las hortalizas en el huerto, no por eso los agricultores se abstienen del cuidado del huerto.
91.7. Puesto que por naturaleza tenemos diversos motivos para investigar lo que se [nos] dice, también debemos encontrar la ilación de la verdad.
91.8. Por eso también con razón se nos condena si no asentimos a lo que debemos obedecer, si no distinguimos (o: separamos) lo contradictorio, lo inconveniente, lo antinatural y lo falso de lo verdadero, consecuente, conveniente y conforme a la naturaleza; hay que usar esos incentivos para el conocimiento de la auténtica verdad.
Es necesario aprender por medio de las Escrituras
92.1. Ciertamente es vana la excusa misma para los griegos; porque es posible para quienes lo quieran encontrar también la verdad, pero para quienes proponen causas ilógicas (es) un juicio inexcusable (cf. Rm 2,1).
92.2. ¿Por qué anulan, por un lado, y admiten, por otro, que existe la demostración? Pienso que todos la reconocerán, a excepción de los que anulan la facultad de comprender.
92.3. Pero si (existe) la demostración, es necesario admitir la investigación y aprender convincentemente (apodícticamente) por medio de las Escrituras mismas, cómo ciertamente se extraviaron las herejías, y cómo en la verdad única y en la antigua Iglesia se encuentra la más rigurosa gnosis y en realidad la mejor escuela.
92.4. Y respecto de los que se desvían de la verdad, algunos tratan de engañarse sólo a sí mismos, pero otros también a los demás (o: prójimos).
92.5. Los primeros, llamándose sabios en apariencia, piensan que han encontrado la verdad, no teniendo demostración alguna verdadera; éstos se engañan a sí mismos teniendo por seguro que (ya pueden) descansar. Una mayoría de ellos no pequeña evita la investigación por causa de las confrontaciones, y rechaza también las enseñanzas por causa de la condena.
92.6. Pero los otros, los que engañan a quienes se les acercan, (son) muy astutos, y comprenden que no saben nada, a la vez que obscurecen la verdad con argumentaciones creíbles. Pero otras son, me parece a mí, las argumentaciones creíbles y otra la naturaleza de las verdaderas.
92.7. En tanto que también sabemos que es necesario decir la terminología (lit.: nombre, denominación) de las herejías por la diferencia [respecto] de la verdad. Los sofistas, transmitiendo una porción de esa diferencia para desgracia de los hombres, enterrándolas en las artes humanas que se han inventado, se jactan de estar al frente de una escuela más que de una reunión de fieles (ekklesía).
Capítulo XVI: Sobre las herejías
Dios, verdadero Padre y Maestro de la verdad
93.1. Ahora bien, quienes están decididos a fatigarse por lo mejor no desistirán de buscar la verdad hasta que (encuentren) la demostración en las Escrituras mismas.
93.2. En efecto, hay algunos criterios (humanos) que son comunes en los hombres, como los órganos de los sentidos, pero otros (son) propios de quienes han querido (o: preferido) y practicado la verdad, son las técnicas intelectuales y racionales de los razonamientos verdaderos y falsos.
93.3. Pero lo más importante (es) también rechazar la [falsa] opinión, deteniéndose en medio de la ciencia exacta y de la temeraria (o: arrebatada) presunción de conocimiento (doxosophía), y saber (o: conocer) que quien espera el descanso eterno conoce también que la entrada en él es laboriosa y "estrecha" (Mt 7,14).
93.4. Pero quien ha sido evangelizado una sola vez (cf. Hb 6,4; 4,6) y "ha visto la salvación" (Is 52,10; Lc 2,30; 3,6), dice [la Escritura], si lo supiera en esa hora, "no se vuelva hacia atrás como la mujer de Lot" (Gn 19,26; cf. Lc 17,31-32), ni hacia la vida precedente aferrada a las cosas sensibles, ni tampoco vuelva a las herejías; porque rivalizan ciertamente de alguna manera, puesto que no reconocen al verdadero Dios.
93.5. "Porque el que ama al padre o a la madre más que a mí" (Mt 10,37), el verdadero Padre y maestro de la verdad, que regenera, recrea y nutre al alma elegida, "no es digno de mí" (Mt 10,37); dice digno de ser hijo de Dios (cf. Mt 5,9; Lc 20,36; Rm 8,14; Ga 3,26) y discípulo, amigo (cf. St 2,23) y pariente de Dios a la vez.
93.6. "Porque nadie que mira hacia atrás y pone su mano en el arado está bien dispuesto para el reino de Dios" (Lc 9,62).
93.7. Ahora bien, por lo que parece, todavía muchos opinan (o: piensan) que María es parturienta (= no es virgen) por el nacimiento del Niño, cuan do [en realidad] no es parturienta -porque también algunos dicen que, después de haber dado a luz, la partera la encontró virgen- (cf. Protoevangelio de Santiago, 19,3--20,2).
Las herejías interpretan erróneamente las Escrituras, o las desprecian
94.1. Así son para nosotros las Escrituras del Señor: engendran la verdad y permanecen vírgenes (porque) los misterios de la verdad permanecen ocultos.
94.2. "Ha dado a luz y no ha dado a luz" (Is 7,14; Jb 21,10; cita no literal; cf. Hechos de Pedro, 24), dice la Escritura, como que concibió de sí misma y no ayudada por la unión de una pareja (lit.: acoplamiento).
94.3. Por eso las Escrituras han favorecido la concepción para los gnósticos, pero las herejías, al no conocerlas, las desdeñan como infecundas.
94.4. Pero teniendo todos los hombres el mismo discernimiento, unos ciertamente elaboran (lit.: hacen) (los argumentos) de fe siguiendo (o: eligiendo) los dictados de la razón, en cambio los que se unen a los placeres fuerzan la Escritura conforme a sus concupiscencias.
94.5. Pero, pienso yo, que el amante de la verdad necesita un vigor espiritual (lit.: psíquico). Porque (es) un gran sufrimiento que fracasen los que emprenden grandes proyectos, no poseyendo el canon de la verdad recibiéndolo de la verdad misma.
94.6. Y esos tales, desviados del camino recto, también fracasan de igual manera en la mayoría de las cosas particulares, por causa de no tener ejercitado adecuadamente el criterio de lo verdadero y de lo falso respecto a lo que se debe elegir (cf. Hb 5,14). Porque, si lo tuvieran, obedecerían a las divinas Escrituras.
Somos "educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad"
95.1. Así, del mismo modo que si un hombre deviniera una fiera, a la manera de los hechizados por Circe, así también dejaría de ser hombre de Dios y fiel al Señor quien injuria a la tradición eclesiástica y salta a opiniones de herejías humanas.
95.2. Pero quien se retrae de esa artimaña, obedeciendo las Escrituras y entregando su vida a la verdad, termina de alguna manera por [transformarse] de hombre en Dios.
95.3. Porque tenemos (como) principio de la doctrina al Señor que, por medio de los profetas, el Evangelio y los bienaventurados apóstoles, "en diversas ocasiones y de muchas maneras" (Hb 1,1) hace de guía desde el principio hasta el fin de la gnosis.
95.4. Pero si alguno respondiera que ese principio necesita de otro [principio], entonces de ningún modo se conservaría como principio. Así, por tanto, quien es fiel por sí mismo también es digno de fe en la Escritura del Señor y en su palabra, puesto que actúa por medio del Señor para el bien de los hombres.
95.5. Naturalmente nosotros usamos (la Escritura) en la búsqueda de criterio para las acciones; pero todo lo que está sometido a juicio no es creíble antes de ser juzgado, puesto que no constituye principio lo que debe ser juzgado (o: sometido a juicio).
95.6. Por tanto, es razonable que los que han recibido por fe el principio indemostrable, y, por abundancia, también reciben del mismo principio las demostraciones sobre el [mencionado] principio, seamos educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad.
95.7. Porque no confiaríamos sin más en los enunciados (o: explicaciones) humanos, con los que también se puede exponer lo contrario.
95.8. Pero si no basta simplemente con expresar sólo una opinión, sino que es necesario garantizar lo que se dice, nosotros no aguardamos el testimonio de los hombres, sino que garantizamos nuestra investigación con la palabra del Señor, la cual ofrece una prueba mayor que toda demostración, y mejor aún, es la única demostración que realmente existe.
95.9. Según esta ciencia son fieles quienes sólo prueban por las Escrituras, pero son también gnósticos los que siguen adelante para encontrar un conocimiento más perfecto de la verdad, puesto que también en la vida tienen una cierta superioridad los especialistas respecto a los profanos, y en comparación a las ideas comunes modelan mejor.
Las herejías violentan las Sagradas Escrituras
96.1. Del mismo modo también nosotros, demostrando perfectamente lo concerniente a las Escrituras a partir de ellas mismas, estamos persuadidos por la fe de manera convincente.
96.2. Y si los que siguen las herejías tienen la audacia de servirse de los escritos proféticos, en primer lugar no se sirven de todos, y no [lo hacen] de forma íntegra (lit.: perfecta), ni tampoco dan a entender el conjunto (lit.: cuerpo) ni el contexto (lit.: la trama, el tejido) de la profecía, sino que entresacando las frases ambiguas las traducen según sus propias opiniones, recogiendo de un sitio y otro unas pocas palabras, sin examinar su significado, sino que se contentan con la misma simple expresión.
96.3. Porque en casi todos los textos que aducen se puede encontrar cómo se acercan sólo a los nombres, substituyendo los significados, porque desconocen lo que expresan, ni utilizan aquellas selecciones [de textos] que presentan como la naturaleza de los mismos reclama.
96.4. Pero la verdad no se encuentra en cambiar los significados -porque de esta manera se saltan (o: enmiendan) toda verdadera enseñanza-, sino en considerar lo que es perfectamente propio y conveniente al Señor y Dios todopoderoso, y en confirmar cada una de las pruebas de las Escrituras mediante otros pasajes paralelos de las mismas Escrituras.
96.5. Así, por tanto, ellos no quieren volverse hacia la verdad, permaneciendo anclados en la arrogancia de su amor propio, ni desean abandonar de ninguna manera sus propias opiniones, violentando a las Escrituras. Y se apresuraron a divulgar falsos dogmas entre los hombres, enfrentándose manifiestamente a casi todas las Escrituras y refutados siempre por nuestras argumentaciones; lo único que ahora les queda (es) ciertamente no admitir a los profetas o atacarnos a nosotros como personas de otra naturaleza, incapaces de entender sus propias ideas; pero también algunas veces, refutados profundamente, se retractan de sus propios dogmas, avergonzados de confesar (públicamente) lo que se glorían de enseñar asimismo en privado.
Los misterios de la gnosis eclesiástica
97.1. Porque así se puede ver cómo son todas las herejías, teniendo en cuenta la maldad de sus mismos dogmas. Puesto que, una vez que les refutemos, demostrando claramente su oposición a las Escrituras, se podrá observar la doble actitud de los dirigentes de su doctrina.
97.2. Porque, o desaprueban la con secuencia de los [propios] dogmas, o la profecía misma, o mejor, sus mismas expectativas; pero de vez en cuando asumen la opinión que les parece más propicia, en vez de lo manifestado por el Señor mediante los profetas y lo que ha recibido a la vez el testimonio y la confirmación por el Evangelio y después también por los apóstoles.
97.3. Viendo el peligro que les amenaza, no sobre un solo dogma, sino sobre la continuidad (o: conservación) misma de sus herejías, no se esfuerzan por encontrar la verdad -porque al encontrarse con lo que hay en medio y a nuestro alcance, lo desprecian como vulgar-, sino en franquear rápidamente lo común de la fe (= los misterios de la gnosis y de la Iglesia), saliéndose de la verdad.
97.4. Porque no han aprendido los misterios de la gnosis eclesiástica, ni han recibido la grandeza de la verdad, omitiendo por pereza hasta la profundización de las obras (o: acciones) y, puesto que conocen de manera superficial, abandonan las Escrituras.
El modo de curar la presunción
98.1. Así, engreídos por una aparente sabiduría pasan la vida discutiendo, como dando muestras de que prefieren más aparentar que filosofar.
98.2. Precisamente basándose en principios de la realidad no necesarios, dejándose seducir (lit.: mover) por opiniones humanas y procurándose además necesariamente un fin coherente (que acompaña: akóloythos) con ellos mismos, luchan frente a las argumentaciones de quienes practican la verdadera filosofía y soportan cualquier cosa y mueven cualquier asidero, (como) se dice, aunque sea a costa de cometer la impiedad de no prestar fe a las Escrituras, antes que cambiar de parecer, por el orgullo de la secta y la muy celebrada precedencia de los asientos (cf. Lc 14,8) en las reuniones de fieles (ekklesías), prefiriendo el primer puesto (cf. Mt 23,6; Mc 12,39; Lc 20,46) en aquel ágape que lleva el falso nombre de amor.
98.3. Pero el profundo conocimiento que nosotros (poseemos) de la verdad procura que la fe pase de los que ya creen a los que todavía no creen, y (esa) fe, por así decirlo, se establece como la esencia de la demostración.
98.4. No obstante, como parece, toda herejía no tiene, por principio, oídos para oír lo provechoso, sino sólo para lo que provoca placer; porque alguno de ellos se hubiera curado si solamente hubiera querido obedecer a la verdad.
98.5. Pero hay una triple manera de curar la presunción, como también toda enfermedad: conocimiento de la causa, de la manera de eliminarla y, en tercer lugar, el ejercicio del alma para adquirir también el hábito de poder acompañar a los que juzgan rectamente.
Las herejías "están vacías del designio de Dios"
99.1. Como el ojo desordenado (cf. Mt 6,23), así también el alma manchada por las opiniones antinaturales no es capaz de discernir con perfección la luz de la verdad, ni siquiera incluso ver lo que tiene delante (lit.: en los pies). Se dice que también en el agua turbia se pescan (lit.: se toman o agarran) las anguilas, porque (están) como ciegas.
99.2. Y como los niños malos apartan al pedagogo, así aquellos rechazan de su propia reunión a las profecías, porque miran con malos ojos la argumentación y la advertencia.
99.3. Sin duda, entretejen (o: recomponen) innumerables mentiras e invenciones (o: fingimientos) para aparentar lógicamente que no aceptan las Escrituras.
99.4. Por eso no (son) piadosos, porque están indispuestos contra los divinos mandamientos, es decir, contra el Espíritu Santo.
99.5. Y al igual que se llaman almendras vacías no sólo a las que no contienen nada dentro, sino también a las que tienen algo inútil, así también decimos que los herejes están vacíos de los designios de Dios y de las tradiciones de Cristo, comenzando doctrinas verdaderamente amargas, igual que la almendra silvestre, no reteniendo lo que por la evidencia de la verdad no pudieron abandonar y esconder.
Los tres estados del alma
100.1. Como en la guerra el soldado no abandona el puesto asignado por el estratega, así tampoco nosotros podemos abandonar el puesto que nos ha asignado el Verbo, al que hemos tomado (como) guía de la gnosis y de la vida.
100.2. Pero la mayoría [de los hombres] no ha investigado con cuidado esto: si se debe seguir a alguien, y por ello a quién y cómo.
100.3. Porque tal cual sea la razón así también conviene que sea la vida para el creyente, de manera que pueda "seguir a Dios" (Diogeniano, Paroemiae, III,31), que "desde el principio todo lo lleva a término con rectitud" (Platón, Leyes, IV,716 A).
100.4. Pero después que alguien transgrede la razón, también por ello [ofende] a Dios; si por debilidad chocara súbitamente contra una imaginación, debe recurrir a las fantasías de la razón; pero si ha sido vencido por una costumbre ya arraigada en él, deviniendo, como dice la Escritura, "vulgar" (Ex 1,7), debe cesar completamente la costumbre y debe ejercitar el alma para contradecir a esa (costumbre).
100.5. Y si también pareciera que algunos son arrastrados por opiniones contradictorias, habrá que suprimirlas poco a poco y encaminarlas (o: enviarlas) con "los pacificadores" (Mt 5,9) de opiniones, que hechizan a los tímidos inexpertos con las divinas Escrituras, esclareciendo la verdad en conformidad con los [dos] Testamentos (= Sagradas Escrituras).
100.6. Pero, como parece, nos inclinamos más a la fama, aunque sea contradictorio, que a la verdad; porque es austera y modesta.
100.7. Ahora bien, tres son los estados del alma: el de la ignorancia, el de la opinión y el de la ciencia (cf. Platón, República, V,447 A-478 D); los que (están) en la ignorancia (son) los paganos, en la ciencia (está) la verdadera Iglesia, y en la opinión [permanecen] los herejes.
Capítulo XVI: Sobre las herejías (conclusión)
El gnóstico obedece al Señor y a las Sagradas Escrituras
101.1. Así, por tanto, se ve claramente que los que tienen ciencia no afirman fuertemente [argumentos] sobre lo que saben y que los que presumen sobre lo que se imaginan saber, cuando se trata de afirmar categóricamente [algo] sin demostración.
101.2. Por eso se desprecian y se burlan unos de otros, y sucede que el mismo pensamiento que para unos es ciertamente lo más estimado, para otros es condenado como locura.
101.3. Sin embargo, nosotros hemos aprendido que una cosa es el placer, que debe ser atribuido a los gentiles, pero otra cosa la disputa, que debe adjudicarse preferentemente a las herejías, otra la alegría, que se debe aplicar a la Iglesia, y otra también el gozo, que debe restituirse al verdadero gnóstico.
101.4. Y como si uno se aproximara a Iscómaco, le haría agricultor; si a Lampis, un navegante; si a Caridemo, un estratega militar; si a Simón, un jinete; si a Pérdix, un comerciante; si a Cróbilo, un cocinero; si a Arquelao, un bailarín; si a Homero, un poeta; si a Pirrón, un aficionado a las disputas; si a Demóstenes, un orador; si a Crisipo, un dialéctico; si a Aristóteles, un físico; y si a Platón, un filósofo; así también, el que obedece al Señor y se adhiere (o: se conforma, u obedece) a la profecía (= Sagrada Escritura) comunicada por Él, finalmente acaba siendo, a imagen del Maestro, un dios que peregrina corporalmente (= hijo de Dios o bienaventurado; cf. Empédocles, Fragmentos, 31B112,4).
101.5. Así, de esta altura caen quienes no siguen a Dios por donde Él guía; pero guía según las "Escrituras divinamente inspiradas" (2 Tm 3,16).
101.6. Ciertamente, siendo innumerables la cantidad de cosas que hacen los hombres, puede afirmarse que dos son el principio de todo pecado: la ignorancia y la debilidad -pero ambas dependen de nosotros, cuando no queremos aprender o dominar la concupiscencia-. Y ciertamente, por (culpa) de una no se juzga con rectitud; por la otra no se poseen los juicios para proceder consecuentemente con rectitud.
101.7. Porque quien tiene engañada la facultad de conocer no podrá actuar (bien), aunque pueda realizar perfectamente lo que haya ideado, y aunque tenga fuerza para juzgar lo que conviene, no se mostrará a sí mismo irreprochable, permaneciendo débil en las obras.
La finalidad del gnóstico en esta tierra es doble
102.1. Consecuentemente, se conceden dos géneros de educación en relación a cada uno de esos pecados; para una, la gnosis y la demostración visible del testimonio de las Escrituras; para la otra, la ascesis conforme a la razón educada desde la fe y el temor. Y ambas [formas de educación] progresan simultáneamente (o: crecen juntas) hasta el amor perfecto.
102.2. Porque el fin del gnóstico es doble en esta tierra, creo yo; por una parte la contemplación científica, y por otra la práctica. ¡Ojalá, por tanto, los herejes, aprendiendo también de estas notas recordatorias (memorias; ypómnema), sean sabios y se conviertan a Dios todopoderoso!
102.3. Pero, si como "las serpientes sordas que no escuchan el encanto" (Sal 57 [58],5-6; cf. Protréptico, 6,3) de lo que se ha dicho ciertamente de nuevo, pero muy antiguo, deben ciertamente ser educados por Dios, soportando las admoniciones paternas antes del juicio, y avergonzarse hasta el arrepentimiento; pero que no se expongan al juicio general precipitándose a sí mismos por culpa de una insolente desobediencia.
102.4. Porque existen también algunas correcciones parciales, que se llaman castigos, en las que incurren muchos de los nuestros que, dando un mal paso, se deslizan fuera del pueblo del Señor.
102.5. Pero como los niños son castigados por el maestro o por el padre, así también nosotros (lo somos) por la Providencia. Pero Dios no se venga -porque la venganza es la retribución del mal-; sin duda, castiga en aras del bien común y particular para los castigados.
102.6. He ofrecido estas cosas queriendo disuadir a los que aman aprender de la inclinación a las herejías. Y me he servido de estas palabras deseando vivamente que ellos cesen en su ignorancia superficial, en su necedad, en el desánimo, o como se quiera llamar, pero también intentando disuadir y conducir a la verdad a los que no (son) absolutamente incurables.
Las Sagradas Escrituras han sido divinamente inspiradas
103.1. Porque hay personas que por principio no aceptan escuchar a quienes exhortan hacia la verdad. Y empiezan a decir tonterías, lanzando palabras blasfemas contra la verdad, concediéndose a sí mismos saber las cosas más trascendentes, sin aprender, sin investigar, sin esforzarse, sin descubrir la coherencia. Uno debería compadecerse de ellos más que odiarlos por esa misma distorsión.
103.2. Pero quien pueda curarse, debe ser capaz de soportar, como fuego o hierro, la franqueza de la verdad que corta y cauteriza las falsas opiniones de aquellos, teniendo atentos los oídos del alma.
103.3. Ahora bien, esto será posible si, hostigados (o: presionados) por la pereza no rechazan la verdad, o la ambición de la gloria no les obliga a innovar.
103.4. Porque ciertamente (son) indolentes los que, procurándose de las divinas Escrituras las demostraciones apropiadas a las Escrituras mismas, eligen la argumentación improvisada y favorable a sus placeres.
103.5. Y desean la gloria los que por medio de argumentos ajenos falsifican deliberadamente lo conectado con las palabras divinamente inspiradas, transmitido por los bienaventurados apóstoles y maestros, a la vez que ellos se oponen a la tradición divina con enseñanzas humanas para consolidar su herejía.
103.6. Porque en verdad, entre tan importantes varones, lo digo según la gnosis de la Iglesia, por ejemplo, ¿qué es lo que han aportado (o: dejado atrás) Marción, Pródico y otros semejantes que no marcharon por el camino recto?
103.7. Porque no fueron superiores en sabiduría a los varones que les precedieron (= los apóstoles y sus sucesores), como para descubrir algo por encima de las verdades que aquellos dijeron; por el contrario, hubiera sido mejor para ellos, si se hubieran contentado con aprender lo transmitido previamente [por aquellos].
La enseñanza del Señor es nuestro alimente y bebida espiritual
104.1. Entonces, sólo nuestro gnóstico, envejecido en esas mismas Escrituras (y) salvando la versión apostólica y eclesiástica de las verdades, vive en la más completa observancia (u: ortodoxia) respecto del Evangelio (cf. 2 Tm 2,15); si tratara de encontrar argumentaciones, es enviado hacia lo alto por el Señor para descubrirlas en la Ley y los profetas.
104.2. Porque, pienso yo, que la vida del gnóstico no es otra cosa que obras y palabras consecuentes con la tradición del Señor.
104.3. Pero, "la gnosis no (es) de todos" (1 Co 8,7). Dice el apóstol: "No quiero que ignoren, hermanos, que todos estuvieron bajo la nube y participaron del alimento y bebida espirituales" (1 Co 10,1. 3-4), para demostrar con claramente que no todos los que escuchan al Verbo pueden entender la grandeza de la gnosis con hechos y palabras.
104.4. Por eso también añade: "Pero no se complació en todos ellos" (1 Co 10,5). ¿Quién? El que dijo: "¿Por qué me llaman Señor y no hacen la voluntad de mi Padre?" (Mt 7,21; cf. Lc 6,46) Es decir, la enseñanza del Salvador, que es para nosotros alimento espiritual y bebida que no conoce la sed (cf. Jn 4,14), "agua de vida" (Jn 4,14; Ap 21,6; 22,17) gnóstica.
104.5. Ciertamente -afirman- la gnosis se ha dicho que hincha (cf. 1 Co 8,1). Nosotros les decimos: posiblemente la gnosis aparente se diga que hincha, si uno interpreta la expresión (en el sentido) de enorgullecerse.
104.6. Pero si, como también es más probable, la voz del Apóstol indica pensar con grandeza y verdad, ciertamente queda resuelta la dificultad; y confirmamos lo dicho siguiendo a las Escrituras.
Toda la Ley se recapitula en el amor al prójimo
105.1. "La sabiduría ensalzó a sus propios hijos" (Si 4,11), dice Salomón. Porque sin duda el Señor no introdujo humo en la cabeza de los adolescentes durante su enseñanza, sino confianza en la verdad y que tengan pensamientos elevados en la gnosis transmitida mediante las Escrituras, dispuestos a despreciar lo que arrastra hacia el pecado; eso significa la expresión "ensalzó", porque la sabiduría planta una generosidad en los hijos que aprenden lo que ella enseña.
105.2. Así dice el Apóstol: "También conoceré no la palabra de los hinchados, sino el poder" (1 Co 4,19), [por ver] si comprenden las Escrituras (cf. Lc 24,45) con grandeza de alma (o: elevación de ideas) -lo cual es verdadero; y nada hay más grande que la verdad-. Porque ahí reside el poder de los hijos hinchados de la sabiduría.
105.3. Es como si dijera: yo sabré si tienen una gran elevación de miras justamente sobre la gnosis. Puesto que, según David: "Dios es conocido en la Judea" (Sal 75 [76],2), es decir, en los israelitas gracias a su profundo conocimiento.
105.4. Porque Judea se interpreta: confesión pública (exomológesis). Con razón ha dicho el Apóstol: "No fornicarás, no robarás, no desearás, y cualquier otro mandamiento se recapitulan en esta norma (o: palabra): "Amarás al prójimo como a ti mismo"" (Rm 13,9).
105.5. Porque no es necesario, como hacen los seguidores de las herejías, adulterar la verdad ni robar el canon de la Iglesia, complaciendo a las propias concupiscencias y ambiciones con engaño de los prójimos, a los que es necesario amar más que cualquier cosa para enseñarles a que permanezcan en relación con la verdad misma.
105.6. Por cierto, se ha dicho con claridad: "Anuncien entre los gentiles sus normas de conducta" (Sal 9,12), para que los que han oído antes no sean condenados, sino para que se conviertan. Pero quienes "han engañado con sus lenguas" (Sal 5,10; cf. 13 [14],3; Rm 3,13), ya tienen escritos los castigos.
Capítulo XVII: Sobre las herejías y la Iglesia
Los inventores de las herejías tienen una llave falsa, que no abre la puerta principal; y son mistagogos del alma de los impíos
106.1. "Los alcanzados por los discursos impíos y que promueven a otros, sin emplear bien al mismo tiempo los discursos divinos, sino con falsedad" (Platón, Leyes, X,891 D), ni entran ellos mismos en el reino de los cielos, ni permiten a los que han engañado alcanzar la verdad (cf. Mt 23,13; Lc 11,52).
106.2. Pero tampoco ellos tienen la llave de entrada, sino una falsa y, como se suele decir habitualmente, una llave falsa con la que no abren la puerta principal (cf. Jn 10,1-9), como nosotros entramos mediante la tradición del Señor (cf. Mt 16,19); pero abriendo una puerta falsa, perforando a escondidas el muro de la Iglesia, franqueando la verdad, se establecen como mistagogos del alma de los impíos.
106.3. En efecto, puesto que han construido asambleas humanas posteriores a la Iglesia católica, no se necesitan muchas palabras.
106.4. Porque la enseñanza del Señor durante (o: conforme a) su venida, comenzada bajo el imperio de Augusto y de Tiberio César, se termina hacia la mitad del periodo de Tiberio, y la [predicación] de sus apóstoles, al menos hasta el ministerio de Pablo, termina bajo Nerón; pero los que inventaron las herejías han surgido bajo los tiempos del emperador Adriano y se alargaron hasta la mitad (de la época) de Antonino el Viejo, al igual que Basílides, aunque se atribuya como maestro suyo a Glaucias, el intérprete de Pedro, como se vanaglorian ellos mismos. Y del mismo modo también dicen que Valentín ha sido discípulo de Teodas (personaje que nos es desconocido); y éste había sido conocido de Pablo.
La Iglesia "antigua" es una y católica
107.1. Porque Marción, existiendo en la misma época que ésos, fue coetáneo a ellos, aunque era de más edad. Tras él Simón escuchó durante algún tiempo la predicación de Pedro (cf. Hch 8,9-24).
107.2. Siendo así las cosas, es evidente que las más antiguas herejías han provenido de la más anciana y verdadera Iglesia, y además las que han venido después en el tiempo han innovado falsificaciones.
107.3. Por cuanto se ha dicho pienso que resulta claro que la verdadera Iglesia es una, que es la realmente antigua, y en ella están inscritos los justos conforme a la intención [de Dios].
107.4. Puesto que Dios es uno, y uno es el Señor, también por eso lo más honorable es alabado en virtud de su unidad, al ser imitación del único principio. Ciertamente a la naturaleza del que es Uno se encuentra ligada la Iglesia única, que es obligada a desgajarse en muchas herejías.
107.5. Así, por esencia, por concepto, por principio y por preeminencia afirmamos que es una la Iglesia antigua y universal, constituida "en la unidad de la fe" (Ef 4,13) única, que existe según los propios Testamentos, o mejor, conforme al Testamento único, en (dos) tiempos distintos, que por voluntad del único Dios, por medio del único Señor, reúne a los que ya están inscritos, a los que Dios ha predestinado, al haber conocido que serían justos antes de la creación del mundo (cf. Rm 8,28; Ef 1,4-5).
107.6. Pero también la preeminencia de la Iglesia, lo mismo que el principio de su constitución, está de acuerdo con la unidad, estando por encima de todas las demás cosas y nada hay igual o semejante a ella.
Las denominaciones de las diversas herejías
108.1. Ciertamente esto [lo dejaremos] para más tarde. Pero entre las herejías hay algunas que son mencionadas por un nombre, como la de Valentín, la de Marción y la de Basílides, aunque se jacten de atraerse la gloria de Matías; porque como una ha sido la enseñanza de todos los apóstoles, lo mismo la tradición.
108.2. Pero otras [toman el nombre] del lugar, como los peráticos (= los que vienen de ultramar); otras, del pueblo, como la de los frigios (= Montano y sus discípulos); otras, del comportamiento, como la de los encratitas; otras, de doctrinas particulares, como la de los docetas y la de los hematitas; otras, de hipótesis o de personajes célebres, como la de los cainitas y los llamados ofitas; otras, por lo que practicaron con descaro y enfrentadas contra la Ley, como los llamados entiquitas entre los simonianos.
Capítulo XVIII: Conclusión del libro séptimo de los "Stromata"
Interpretación alegórica de los animales puros e impuros
109.1. De modo que, por tanto, pondremos fin al discurso abriendo "para los aficionados a contemplar la verdad" (Platón, República, V,475 D-E) una pequeña ventana sobre la Ley sacrificial respecto a los animales puros e impuros, juzgando místicamente como impuros a los judíos vulgares (cf. Ex 1,7 LXX)