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El Testigo Fiel
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Documentación: Orígenes: Tratado sobre la oración
«El tratado De oratione es una verdadera joya entre las obras de Orígenes. Lo compuso, hacia el 233-234, a instancias de su amigo Ambrosio y de Taciana, su esposa o hermana. El texto se ha conservado en un códice de [...]

Cambridge, del siglo XIV (Codex Cantabrig Colleg. S. Trinitatis B. 8. 10 saec. XIV). Un códice de París, del siglo XV, contiene también un fragmento.
El tratado comprende dos partes. La primera (c.3-17) trata de la oración en general, y la segunda (c.18-30) del "Padre nuestro" en particular. En un apéndice (c.31-33), que viene a completar la primera parte, se habla de la actitud del cuerpo y del alma, de los gestos, del lugar y de la orientación de la oración, y, finalmente, de sus diferentes clases. Al final, Orígenes ruega a Ambrosio y a Taciana que se contenten, por el momento, con este escrito hasta que les pueda ofrecer algo mejor, más hermoso y más preciso. No parece que Orígenes haya tenido nunca la posibilidad de cumplir esta promesa.
Es el estudio científico más antiguo que poseemos sobre la oración cristiana.» (Quasten)
El texto es un OCR corregido del «Tratado de la Oración», de Orígenes, Edt. Apostolado Mariano, Colección ‘Los Santos Padres’, nº 54, Madrid, 1999 (el OCR está a disposición gratuitamente en el sitio, pero quien queira colaborar con esas ediciones puede comprar a muy bajo precio ejemplares en papel).



Introducción

1. De lo imposible a lo real

Hay cosas que por ser tan elevadas no están al alcance del hombre; nuestra naturaleza racional y perecedera no las puede comprender. Pero las conseguimos gracias a la infinita bondad de Dios que nos las prodiga por los méritos de Jesucristo y la cooperación del Espíritu. Realmente es imposible a la naturaleza humana poseer la sabiduría de aquel por quien todo fue hecho, como dice David: "Has hecho con sabiduría todas tus obras" (Sal 104,24). Lo imposible se hace posible por mediación de Jesucristo, nuestro Señor, "al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención" (1Cor 1,30). "¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad de Dios? ¿Quién podrá hacerse idea de lo que el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras las ideas que nos formamos, pues el cuerpo corruptible hace pesada el alma y esta tienda de tierra aprisiona al espíritu fecundo en pensamientos. Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga, hallamos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién ha podido rastrear cuanto contienen los cielos?" (Sb 9,13-16). ¿Quién negará que el hombre es incapaz de descubrir lo que hay en el cielo? Sin embargo, tal imposibilidad se hace posible por la "sobreabundante" gracia de Dios" (2Cor 9,14). Probablemente aquel que fue arrebatado al tercer cielo observó lo que hay en los tres cielos, pues "oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2Cor 12,4).

¿Quién se atreverá a decir que el hombre conoce los designios del Señor? Pues aún esto mismo Dios lo concede por medio de Cristo. Él dice: "No os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos porque todo lo que oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). Les da a conocer cuando son siervos la voluntad de aquel que no actúa más como señor sino como amigo de los que antes era señor. "En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (1Cor 2,11).

Si nadie más que el Espíritu de Dios conoce los pensamientos de Dios, es imposible que el hombre conozca los pensamientos de Dios. Pero mira cómo ahora viene a ser posible. "Nosotros, dice, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana sino del mismo Espíritu" (1Cor 2,12-13).

2. Objeto y modo de la oración. Con la gracia de Dios

1. Ahora, piadosísimo y muy trabajador Ambrosio, tú con la honradísima y varonil Taciana, liberada ya como Sara (Gn 18,11) de las femineidades, quizás os extrañéis de que cuando me propuse el tema de la oración comencé hablando de las cosas que son imposibles para el hombre pero que la gracia de Dios hace posibles. Efectivamente, convencido de mis limitaciones, una de esas cosas imposibles es presentar en forma precisa y digna un tratado sobre la oración: qué y cómo se ha de orar, qué decir a Dios en la oración, cuál sea el mejor tiempo para ella... Sabemos que Pablo hablaba con modestia de la grandeza de las revelaciones que él experimentó; temía, dice, que "alguien se forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí" (2Cor 12,6). Confiesa que no sabe orar "como se debe". Dice: "Pues nosotros no sabemos orar como conviene" (Rm 8,26). Es preciso, pues, no sólo orar sino orar como es debido y pedir lo que conviene. Sería deficiente nuestro esfuerzo por entender lo que debemos o pedir si nuestra oración no se hace como es debido. Asimismo, ¿de qué nos sirve orar "como es debido" si no sabemos qué pedir?

2. Forma lo primero, es decir, el qué debemos pedir, el contenido de la oración; el cómo se refiere a la disposición del que ora. Las frases siguientes se refieren al contenido de la oración: "Pedid cosas grandes y las pequeñas se os darán por añadidura; pedid por los que os maltratan" (Lc 6,28). "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su campo" (Mt 9,38; Lc 10,2).

"Orad para no caer en la tentación" (Lc 22,40; Mt 26,41; Mc 14,38). "Orad para que vuestra huida no sea en invierno ni en el día de sábado" (Mt 24,20; Mc 13,8). "Y al orar no charléis mucho, como los gentiles que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados" (Mt 6,7). Podrían aducirse más frases semejantes.

Lo siguiente se refiere al cómo, o modo de orar: "Quiero que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo manos piadosas, sin ira ni discusiones. Lo mismo las mujeres: que vistan decorosamente, preparadas con pudor y maestría, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos sino con buenas obras, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad" (1Tim 2,8-10). El siguiente pasaje también nos enseña cómo orar: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Luego vuelves y presentas la ofrenda" (Mt 5,23-24) ¿Podrá el hombre presentar a Dios una ofrenda mejor que la plegaria del suave olor, que brota de la conciencia, limpia ya del sucio olor de pecado? Otro ejemplo de cómo orar es éste: "No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo por cierto tiempo, para daros a la oración; luego volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia" (1Cor 7,5). Esto significa que "como es debido" no se logra sino cuando el misterio matrimonial, que ha de ser considerado con todo respeto, se realiza santamente, con reflexión y temperancia. La armonía del texto evita las desavenencias pasionales, acaba con la incontinencia y priva a Satanás de gozarse en nuestro mal.

Como los anteriores pasajes, también el siguiente nos enseña el modo de orar: "Cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno" (Mc 11,25). En Pablo hallamos: "Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta afrenta a su cabeza, y todo mujer que ora profetiza con la cabeza descubierta afrenta a su cabeza (1Cor 11,4-5). De este modo queda dicho "cómo orar".

3. Pablo conocía todos los dichos y muchos más de la ley y de los profetas, y de la plenitud del evangelio; podría explicarlos hábilmente entretejiendo su interpretación. Habla con estilo cuidadosamente elaborado y veraz, pues reconoce, a pesar de su buen entender, lo poco que sabe sobre el objeto de la oración y cómo se ha de orar. Añade: "No sabemos qué pedir ni cómo hemos de orar", pero indica que esa ignorancia le será perfeccionada a la persona merecedora de tal complemento. Por eso dice: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escruta las razones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8,26-27). En el corazón, de los escogidos, el Espíritu clama: "Abba, Padre" (Ga 4,6). Conoce muy bien nuestros gemidos en la tienda del cuerpo, suspiros de abatimiento por haber caído en pecado. "Intercede ante Dios con gemidos inenarrables" pues, por el amor misericordioso que tiene a la humanidad, hace suyos nuestros gemidos. Con su sabiduría ve "nuestra alma hundida en el polvo" (Sal 44,26) y prisionera en este "miserable cuerpo" (Flp. 3,21). "Intercede de modo especial ante Dios" no con súplicas corrientes sino con "gemidos inefables, que el hombre no puede pronunciar" (2Cor 12,4). Y no se contenta el Espíritu con interceder ante Dios sino que intensifica su petición "con especial ahínco". Creo que esto lo hace por aquellos que superan con generosidad las dificultades, como dice san Pablo: "Pero en todo salimos vencedores gracias a aquel que nos amó" (Rm 8,37). También por los gloriosos vencedores, no sólo por los que a veces son vencidos.

4. "Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré salmos con el espíritu pero también los cantaré con la mente" (1Cor 14,15). Frase que va de par con ésta: "Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rm 8,26). Porque nuestra mente no sería capaz de orar si no fuese secundando al Espíritu ni podríamos cantar salmos al Padre en Cristo con perfecto ritmo, melodía, medida y armonía, si "el Espíritu que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10) no alabase antes y cantase a aquél cuyas profundidades el mismo Espíritu ha penetrado y entendido en cuanto es posible. Me parece que uno de los discípulos de Jesús era consciente de que la debilidad humana está lejos de conocer cómo se ha de orar. Cuando se dio cuenta de ello, oyendo las sabias y poderosas palabras con que el salvador se dirigía al Padre en la oración, concluida ésta, el discípulo se acercó al Señor y le dijo: "Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos". El contexto dice así: "Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Maestro, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos" (Lc 11,1).

Podemos concluir que un hombre educado en la ley, y que había oído las palabras de los profetas asistiendo fielmente a la sinagoga no tenía idea de cómo orar hasta que vio al Señor "orando en cierto lugar". Tal afirmación sería necedad. El oraba según la costumbre de los judíos, pero vio que necesitaba saber mejor cómo orar. ¿Qué había enseñado Juan a sus discípulos sobre la oración cuando acudían a él de Jerusalén, de Judea y de las regiones cercanas para ser bautizados (Mt 3,56)? Él, por ser más que un profeta (Mt 2,9) entendió mejor ciertos temas de oración. Parece ser que lo había enseñado a sus discípulos, aunque no a todos los que bautizaba sino a los que le seguían como discípulos.

5. Como esas oraciones eran verdaderamente espirituales, porque el Espíritu oraba en el corazón de los santos, fueron escritas llenas de secretas y maravillosas enseñanzas. Hallamos en el primer libro de Samuel parte de la oración de Ana, porque "cuando ella prolongaba su oración ante el Señor" hablaba "en su corazón" (1Sam 1,11-13). No toda su oración fue puesta por escrito. El salmo 7 lleva por título "Oración de David" y el 90 "Oración de Moisés"; el 102 "Oración del afligido que en la angustia derrama su llanto ante el Señor". Estas oraciones por ser plegarias verdaderamente inspiradas y pronunciadas por el Espíritu están también impregnadas de enseñanzas de la sabiduría de Dios, de manera que podríamos decir de su contenido: "Comprenda estas cosas el sabio, el inteligente las entienda" (Os. 14,10).

6. Hacer un tratado de oración es tarea tan noble que requiere luces del Padre, que nos lo enseñe su Hijo primogénito y que el Espíritu nos capacite para entender y hablar con rectitud sobre tema tan elevado. Por eso yo, mero hombre, que no me precio de particulares luces sobre la oración, pienso que es justo invocar al Espíritu antes de comenzar este tratado sobre la oración a fin de que me sea dado pleno entendimiento y comprenda con claridad las oraciones contenidas en los Evangelios. Así, pues, comencemos el tratado sobre la oración.

PRIMERA PARTE

LA ORACIÓN EN GENERAL

3. Oración: voto y plegaria

1. En cuanto he podido observar, se menciona por primera vez en la Biblia la palabra oración cuando Jacob, huyendo de la ira de su hermano Esaú, marchó a Mesopotamia conforme le habían dicho Isaac y Rebeca. Así leemos: "Jacob hizo un voto diciendo: si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y me da pan que comer y ropa con que vestirme, y vuelvo sano y salvo a casa de mis padres, entonces el Señor será mi Dios y esta piedra que he erigido como estela será casa de Dios. De todo lo que me dieres te pagaré el diezmo" (Gn 28,20-22).

2. Téngase en cuenta que en este pasaje la palabra oración se emplea con sentido de promesa que cumplirá lo mencionado en la plegaria si consigue lo que ha pedido a Dios. Esto indica que la palabra oración frecuentemente significa algo distinto del sentido ordinario de la misma palabra. No obstante, el término oración se emplea en contextos conformes al uso corriente. Por ejemplo, en el Éxodo lo hallamos con sentido de plegaria después de la plaga de las ranas, segunda de las diez plagas. Entonces Faraón mandó a Moisés y a Aarón que rogasen por él al Señor para que se alejasen de él y de su pueblo las ranas que lo cubran todo. Literalmente dice así: "Faraón llamó a Moisés y a Aarón y les dijo: Pedid al Señor que aparte las ranas de mí y de mi pueblo, y yo dejaré salir al pueblo para que ofrezca sacrificios al Señor" (Ex. 8,4).

Si a alguno le cuesta creer que, por haberlo dicho Faraón, la palabra oración se usa en sentido primero y corriente de plegaria, fíjese en el texto siguiente "Respondió Moisés a Faraón. Dígnate indicarme cuándo he de rogar por ti, por tus siervos y por tu pueblo para que se alejen las ranas de ti y de tus casas quedándose únicamente en el río" (Ex. 8,5).

3 He notado que en la tercera plaga, la de los mosquitos, ni Faraón pide oraciones, ni Moisés ora. En la cuarta plaga la de las moscas, dice Faraón: "Ruega al Señor por mí" (Ex. 8,24). Moisés respondió: "En cuanto salga rogaré al Señor y mañana los tábanos se alejarán de Faraón, de sus siervos y de su pueblo" (Ex. 8,25). A continuación se lee: "Salió Moisés de la presencia de Faraón y rogó al Señor" (Ex. 8,26).

En la quinta y sexta plaga ni Faraón pidió oraciones ni oró Moisés, pero otra vez en la séptima plaga "Faraón hizo llamar a Moisés y a Aarón y les dijo: 'Ahora sí, confieso mi pecado. El Señor es justo y yo y mi pueblo somos los inicuos. Rogad al Señor que cesen ya los truenos y el granizo" (Ex. 9,27-28). Un poquito más adelante: "Salió Moisés de la ciudad, extendió sus manos hacia el Señor, cesaron los truenos" (Ex. 9,33). Dejemos para otro lugar la explicación de por qué no se dice que Moisés "oró" sino que "extendió sus manos hacia el Señor".

En la octava plaga dice Faraón: "Rogad al Señor vuestro Dios, que aparte de mí al menos esta mortandad. Salió Moisés de la presencia de Faraón y rogó al Señor" (Ex. 10,17-18).

4 Dijimos que el término oración se emplea con frecuencia en sentido distinto del uso corriente, como en el caso de Jacob. Con el mismo sentido se usa en el Levítico: "El Señor dijo a Moisés: 'Habla a los hijos de Israel y diles: si alguien quiere cumplir ante el Señor un voto relativo al valor en que ha apreciado a una persona, si se trata de un varón de veinte a sesenta años, el valor se estimará en 50 ciclos de plata o ciclos de santuario'" (Lv 27,13). Y en los Números: "El Señor dijo a Moisés: 'Diles esto a los hijos de Israel: si un hombre o mujer se decide a hacer voto de nazir se abstendrá de vino y de bebidas embriagantes'" (Nm 6,13). Siguen luego prescripciones referentes al nazireato y dice más adelante: "Aquel día consagrará su cabeza para los días de oración" (Nm 6,11-12, versión LXX). Y a continuación: "Este es el rito del nazir para cuando se cumplan los días de su nazireato" (Nm 6,13). Unos versículos después: "Este es el rito del nazir que ha prometido su ofrenda al Señor por razón de su naziareato" (Nm 6,21). Hacia el final de los Números encontramos: "Habló Moisés a los jefes de la tribu de los hijos de Israel y les dijo: 'Esto es lo que ha ordenado el Señor: si un hombre hace un voto al Señor o se compromete a algo conjuramento, no violará su palabra, cumplirá todo lo que haya salido de su boca'. Y si una mujer hace voto al Señor o adquiere un compromiso en su juventud, cuando está en casa de su padre, si su padre se entera del voto o del compromiso que ha contraído y su padre no le dice nada, serán firmes todos sus votos, y todos los compromisos contraídos serán firmes'" (Nm 30,14). Siguen luego algunas leyes referentes a estas mujeres con votos.

Con el mismo significado está escrito en los Proverbios: "Tenía que ofrecer un sacrificio de comunión y hoy he cumplido mi voto" (Prov. 7,14). Más adelante: "Lazo es para el hombre pronunciar un voto a la ligera y reflexionar después de haberlo hecho" (Prov. 20,25). Y en el Eclesiastés (5,4): "Es mejor no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos". En Hechos (21,23): "Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen un voto que cumplir".

4. Terminología: conclusión

1. Me parece razonable haberme entretenido al principio en distinguir los distintos sentidos de la palabra oración-voto en las Escrituras. Ocurre lo mismo con la palabra oración-plegaria. término empleado con frecuencia en el sentido más corriente de oración es también sinónimo de voto, como se aplica a Ana en el primer libro de Samuel; "El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, contra la jamba de la puerta del santuario del Señor. Estaba Ana llena de amargura y oraba al Señor llorando sin consuelo. Hizo este voto: ¡Oh Señor, Sebaoth! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré al Señor por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza" (I Sam 1,9-11).

2 Comparando "oró al Señor" con "hizo un voto", puede decirse que Ana hizo dos cosas: orar al Señor y ofrecer un voto. Lo primero (orar) equivaldría a plegaria mientras que lo segundo (ofrecer un voto) tiene el mismo sentido de los textos ya citados del Levítico y Números. La frase "le entregaré al Señor por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza" no es propiamente hablando una plegaria; es una especie de oración como el siguiente voto de Jefté: "Y Jefté hizo un voto al Señor: si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los amonitas será para el Señor y lo ofreceré en holocausto" (Jue. 11,30-31).

5. Objeciones contra la oración

1 Si además de lo dicho, he de continuar, como tú deseas, para examinar las razones de quienes sostienen que nada se consigue en la oración, y, por tanto, que orar es superfluo. no vacilaré en hacerlo en cuanto mis fuerzas lo permitan, sirviéndome en adelante del término más sencillo y común de oración. Hay quien ni siquiera en este sentido admiten la oración, se ríen con desprecio de los que oran, sea como sea la oración, y quieren acabar de una vez con la palabra sea cual sea su sentido.

Eso es una opinión muy desacreditada y no hay persona distinguida que la defienda. Apenas se hallará alguno que admitiendo la providencia de Dios sobre el universo no acepte la idea de oración. Lo niegan los que son totalmente ateos y, por tanto, niegan la existencia de Dios, o quienes admiten la idea de Dios pero niegan su providencia. Sin embargo, el poder adverso (2 Tes. 2,4.9), que quiere atribuir las doctrinas más impías al nombre de Cristo y a las enseñanzas del Hijo de Dios, ha logrado convencer a algunos de que no se debe orar. Son de tal parecer los que niegan rotundamente el mundo sensible y la práctica de los sacramentos, bautismo y eucaristía. Emplean tales sofismas que dan sentido diverso del que tienen a las verdades que se hallan en las Escrituras sobre la oración.

2. Estas son las razones que aducen para negar la oración los que admiten que Dios gobierna el mundo y que hay providencia. No intento ahora examinar lo que dicen quienes rechazan por completo a Dios y la providencia.

Dios conoce todas las cosas antes que existan. Nada de cuanto existe le es conocido en el momento de venir a la existencia, pues antes de eso ya le era conocido. Por tanto, ¿qué necesidad hay de dirigir una oración a aquel que sabe lo que necesitamos antes de pedírselo? El Padre celestial sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos (Mt 6,8). Lógicamente el Padre, por ser creador de todas las cosas, "ama todos los seres y nada de lo que hizo aborrece" (Sab. 11,24). Debe, pues, gobernar cada cosa sin que haya necesidad de orar. Lo hace como un padre que protege a sus hijos sin esperar a que ellos se lo pidan, porque son incapaces de pedírselo o porque, debido a su ignorancia, frecuentemente desean recibir cosas inútiles o perjudiciales. Pues lo que sucede entre padres e hijos sucede con mayor proporción entre Dios y nosotros.

3. Lo más probable es que Dios no solamente conozca de antemano lo que va a suceder sino también que lo tenga ya ordenado de manera que nada pueda acaecer contra lo dispuesto por él. Así, por ejemplo, sería tenido por tonto uno que rezase para que salga el sol y atribuya a su oración lo que nada tiene que ver con ella. De igual modo ha de tenerse por tonto a quien piense que las cosas suceden o no según que ore o deje de orar. Otro ejemplo: supongamos una persona que bajo los rigores del sol en verano sufre quemaduras y se imagina que orando va a cambiar la temperatura del sol como si estuviese en primavera. Tal persona rayaría en la locura. De igual modo estaría loco el que pensara que las circunstancias necesariamente impuestas al ser humano iban a cambiar por influjo de su oración.

4. "Torcidos están desde el seno los impíos" (Sal 58,4), y el justo "escogido desde el seno de su madre" (Ga 1,15). Está dicho: "El mayor servirá al menor aun antes de haber nacido, cuando no habían hecho ni bien ni mal, para que se mantuviese la libertad de la elección divina, que depende no de las obras sino del que llama" (Rm 9,11-12; Gn 25,23). De aquí se deduce que es inútil pedir perdón por los pecados o que venga el espíritu de fortaleza para afirmarnos en Cristo todo lo que podamos (Flp. 4,13).

Si somos pecadores, hemos sido ya desviados desde el seno materno. Pero si hemos sido elegidos ya en el seno materno nos sucederán las mejores cosas aunque no oremos. ¿Qué había rezado Jacob antes de nacer para que fuese profetizado su dominio sobre Esaú y que éste le sirviese? ¿qué impiedad cometió Esaú antes de nacer para que le odiasen? ¿para qué reza Moisés, como se dice en el Salmo 90, si Dios es su "refugio antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciese tierra y orbe" (Sal 90,12)?

5. En la Carta a los efesios acerca de los que se salvan está escrito que el Padre los "eligió en él", en Cristo, "eligiéndonos de antemano, antes de la creación del mundo, para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, para ser santos e inmaculados en su presencia" (Ef. 1,45). Así, pues, al que ha sido escogido "antes de la creación del mundo" le es imposible separarse de tal elección. Por consiguiente, no tiene necesidad de orar. Si, por el contrario, no ha sido escogido o predestinado, es inútil que ore. No será escuchado aunque rece mil veces. "Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó, a esos también los justificó; a los que justificó a esos también los glorificó" (Rm 8,29-30). ¿Para qué se esforzaba Josías, o para qué oraba y se angustiaba pensando si era o no escuchado, si estaba profetizado expresamente muchos años antes y lo que iba a hacer estaba no sólo determinado sino también anunciado de antemano a las multitudes? (2 Re. 22; 1 Re. 13,13). ¿Para qué reza Judas si su oración iba a "ser tenida por pecado" (Sal 109,7), pues había sido profetizado muchos años antes, desde los tiempos de David, que iba a perder su oficio y otro iba a ocupar su lugar"? (Hech 1,16-20; Sal 109,7). Puesto que Dios no cambia y de antemano dispone todas las cosas, no tiene razón de ser la plegaria, pues supone que le haría cambiar su plan como si él no hubiese fijado sus decretos de antemano. Como si estuviese esperando la oración de cada persona para ordenar las cosas conforme a la conveniencia de cada cual y sólo entonces lo reconoce como bueno, sin haberlo visto de antemano.

6. Traigamos aquí las razones aducidas en la precedente exposición con los términos de la carta que me has escrito: "Primero, si Dios conoce de antemano lo que va a suceder, y así va a ocurrir necesariamente, orar es inútil. Segundo, si todo sucede conforme a la voluntad de Dios y él lo ha determinado de manera que de lo establecido nada pueda cambiar orar es inútil". Creo será provechoso un previo razonamiento para resolver las dificultades puestas por gentes que no entienden de oración.

6. El libre albedrío

1. Algunas de las cosas que se mueven reciben de fuera su movimiento. Por ejemplo, las cosas inanimadas que forman un conjunto. También se mueven así algunos seres animados cuando no es el principio de vida lo que los mueve sino un agente que impulsa el conjunto en que están integrados. Las piedras y leña cortada cuando han sido arrancadas de la cantera o han perdido la capacidad de crecer, integradas en un conjunto reciben el movimiento de fuera de sí mismas. Claro está que los cuerpos de seres vivos, como las plantas, cuando otro los mueve no son movidos por el propio principio vital sino como las piedras o los troncos de leña sin vida. Aun cuando se muevan, ya que todo cuerpo es inestable e incorruptible, tienen su movimiento como consecuencia de la propia corruptibilidad.

Una segunda clase de seres que se mueven son las cosas cuyo movimiento les viene de la propia naturaleza, principio constitutivo de sí mismas. Les viene el movimiento de sí mismas,

según dicen los que hablan con mayor precisión. En los seres vivos hay una tercera clase de movimiento que se dice por sí mismos. Creo que el movimiento de los seres racionales es por sí mismo, por propia iniciativa. Si no hay movimiento proveniente de sí mismo o por sí mismo no podrá decirse que se trata de un ser vivo; sería como una planta movida sólo por la naturaleza o como una piedra arrojada a impulsos de algo fuera de ella. Pero si algo sigue la moción de su propia iniciativa, que decimos "por sí mismo" mismo" ha de ser necesariamente racional.

2 Por eso, quienes se empeñan en decir que no somos libres han de admitir que dicen una locura. Primero negando que somos seres vivos y segundo, que somos racionales. Lógicamente, si no nos moviésemos por nosotros mismos sino por algo que nos mueve desde fuera concluiríamos que se debe a una causa externa lo que hacemos nosotros mismos.

Al contrario. Reflexione cada cual sobre la propia experiencia y verá si no hay que decir en plena sinceridad que él es el que quiere, el que come, el que anda, el que da y acepta ciertas opiniones o rechaza otras como falsas. Si se niega el hecho de nuestra libertad nadie puede admitir ciertas opiniones, aunque las presente con mil ingeniosas razones y persuasivos argumentos. De modo semejante nadie podría hacerse idea de la vida humana. ¿Quién está persuadido de que nada hay cierto? ¿Quién de manera que dude de todas las cosas? ¿Quién no corrige a su criado cuando advierte que ha hecho algo mal? ¿Quién no reprende al hijo que falta al respeto de sus padres? ¿Quién no vitupera a la adúltera por su acción deshonrosa? La verdad se impone por sí misma. Por miles de razones ingeniosas que se den en contra, nos obliga a actuar, elogiar o vituperar, sobre la base de que disfrutamos de libertad y que sus actos pueden ser dignos de alabanza o vituperio.

3. Si disfrutamos de libertad, por muchas que sean nuestras inclinaciones a la virtud o al vicio y a cuanto haya de acaecer o no con todas las cosas desde la creación del mundo (Rm 1,20), todo lo conoce Dios antes que exista sea como sea la libertad. Cuanto Dios ha dispuesto previamente teniendo en cuenta lo que ha visto de antemano en los actos de nuestra libertad lo dispuso conforme a los méritos y actuación de nuestra libertad, lo cual está de acuerdo con su providencia y la libertad de nuestras acciones futuras. Por eso, la presciencia de Dios no es la causa de todo cuanto haya de suceder ni de los actos de nuestra libertad que se ejercita por la propia determinación. Aún en el supuesto de que Dios no conociese lo que va a suceder, no por eso perdemos la capacidad de obrar de diferentes maneras y de desear otras. Pero si en realidad Dios con su presencia dirige el universo, tanto más útil es nuestra libertad individual para su plan universal.

4. Por tanto, si Dios conoce previamente nuestra libertad individual es lógico que la divina providencia disponga conforme a lo que cada cual merece: oraciones ya previstas, disposiciones y deseos. Y como esto ha sido ya previsto de antemano todo queda enmarcado en el plan universal. Podría, pues, decir Dios: escucharé a este hombre que ora con rectitud y de verdad. En cambio, no escuchará al otro, porque ora con malas disposiciones o porque no le conviene lo que pide ni está conforme al plan de Dios. Y, por así decir, escuchará determinada oración de una persona pero no escuchará otra.

Alguno quizás se desconcierta pensando que como Dios conoce infaliblemente de antemano lo que va a suceder hace que las cosas de suyo indiferentes concurran por necesidad a lo previsto. Le respondo diciendo: Dios conoce definitivamente que tal persona no se inclina necesariamente por lo mejor ni tampoco deseará lo más vil de manera que se niegue rotundamente a seguir lo que sea provechoso. Dios podría decir: conceded a este hombre que ora las cosas que pide, pues es conforme a mis designios complacer a quien reza con buena disposición y perseverancia. Y pues lo pide con insistencia le daré más de lo que quiere y piensa (Ef. 3,20). Es propio de mi naturaleza vencer en generosidad y proporcionar más de lo que se puede imaginar. A quien resulte de este modo le enviaré un ángel que le ayude, que comience a cooperar con él y le acompañe el tiempo que necesite. A esta persona, que resulta ser mejor que la anterior, le enviaré, por decir así, otro ángel de más categoría que el otro. En cambio, a este hombre que retrocede hacia las cosas terrenas le retiraré el ángel auxiliar. Y cuando el ángel se ausente otro poder en proporción a su conducta le será dado, pues el tal hombre le da ocasión de asaltarle por su negligencia. Le inducirá a pecar, porque se le da por compañero de pecado.

5. Aquel qué dispone de antemano todas las cosas dirá, por ejemplo: Amón engendrará a Josías, que no seguirá los pecados de su padre. Seguirá el camino que llevó a la virtud desde antiguo y con la ayuda de quienes le acompañen será bueno y honrado. Destruirá el altar que inicuamente levantó Jeroboán (2 Re. 21-23). Sé que cuando mi hijo venga a vivir entre los hombres Judas será bueno y noble al principio, pero luego caerá en pecados contra la humanidad. Por lo cual, es justo que padezca tales cosas.

Presciencia probablemente sobre todas las cosas, pero ciertamente sobre Judas y otros misterios la tenía el Hijo de Dios, que, por su conocimiento de los acontecimientos futuros vio a Judas y los pecados que iba a cometer contra él. Por lo cual, antes de que naciese Judas dijo claramente por David: ¡"Oh Dios de mi alabanza, no te quedes callado!" (Sal 109,1). Pensamientos del salmo referidos a Judas.

Sé lo que va a pasar y cuánto se esfuerza Pablo por la verdadera fe. Por eso, por mi propia iniciativa antes de la creación, cuando se determine a la creación del mundo le voy a escoger y desde su nacimiento le asistiré con potestades que cooperen a la salvación de los hombres. Le voy a elegir "desde el seno de su madre" (Ga 1,15). Le guiaré al principio con celo juvenil permitiéndole que, por ignorancia y motivado por su fervor, persiga a los que creen en mi Cristo y guarde la ropa de los que apedrean a mi siervo y mártir Esteban (Hech 9,5). Haré esto para que cuando supere la locura de su juventud emprenda un nuevo camino hacia lo mejor sin que pueda enorgullecerse en mi presencia (1Cor 1,29), antes bien pueda decir: "Soy indigno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios" (1Cor 15,9). Y cuando reconozca lo bueno que seré con él después de los errores cometidos en su juventud pensando servir a la fe, dirá: "Mas por la gracia de Dios soy lo que soy" (1Cor 15,10). Va a mantenerse en su punto al ser consciente de lo que en su juventud hizo contra Cristo. "Por eso no se engreirá con la sublimidad de revelaciones" (2Cor 12,7) que bondadosamente le manifieste.

7. Libertad fijada a los astros

Respecto a las dificultades para que salga el sol hay que decir lo siguiente. También el sol tiene cierta libertad porque juntamente con la luna alaba al Señor. Está escrito: "Alabadle, sol y luna" (Sal 148,3). Lo mismo se puede decir de la luna y las estrellas. Continúa el texto: "Alabadle todas las estrellas de luz" (Sal 148,3). Dijimos que Dios se sirve de la libertad de cada uno de nosotros y la ordena al bien de los que están en la tierra. La misma conclusión se aplica a la libertad fija, segura, firme, del sol, la luna y las estrellas. Dios ha dispuesto el mundo celeste y el curso y movimiento de las estrellas en armonía con el universo. Si no es vana la plegaria con relación a los seres dotados de libertad con mucha más razón será útil cuando tiene por objeto una de las estrellas libres que se mueven por el cielo en prueba de la salvación del universo. Porque puede ir más lejos diciendo que hay cosas en la tierra a las que se añaden otras provenientes de ciertas circunstancias que provocan en nosotros inestabilidad o nos inclinan a una situación peor, de modo que hacemos o decimos cosas indebidas. Pero en el caso de realidades celestes ¿qué circunstancias les pueden sobrevenir que los desplace o cambie su curso tan útil al mundo? Cada uno de esos seres tienen un alma regulada por la razón e identificada con su propia causa. Se sirven de un cuerpo etéreo y purísimo.

8. Condicionamientos de la oración

1. Por lo demás, está puesto en razón que nos valgamos de ejemplos como el siguiente para exhortar a la gente a la oración y sacarla de su negligencia. Como no es posible tener hijos sin la cooperación de hombre y mujer así nadie podrá recibir lo que pide en la oración si no se cumplen determinadas disposiciones: creer como es debido, llevar vida ordenada antes de orar.

No han de repetirse palabras inútiles (Mt 6,7) ni cosas superfluas ni terrenas. No puede uno acudir a la oración con ira ni con ánimo alterado. No se comprende, efectivamente, cómo disponer tiempo para la oración sin estar previamente purificado. No es posible obtener por la oración el perdón de los pecados sin antes haber perdonado de corazón al que ha ofendido y juzga al hermano digno de recibir el perdón (Mt 18,35).

2. Creo que toda persona saca provecho de la oración cuando ora como es debido o pone empeño en ello. Ante todo es de gran provecho a toda persona el disponerse a la oración. Esto es presentarse ante Dios y hablarle personalmente como se habla a uno que se preocupe de nosotros y está presente. Surgen fantasías en nuestros recuerdos que manchan los pensamientos, pero creemos que son más útiles cuando es a Dios a quien recordamos. Así sucede porque hemos puesto nuestra confianza en Dios. El conoce las inclinaciones de lo más íntimo del alma cuando esta sintoniza con él para agradarle consciente de que está presente, percibe todos sus movimientos y escruta las entrañas (Sal 7,9; Jr 11,20; Rm 8,27; Ap. 2,23). Aun suponiendo que no hubiese más ventajas que el hecho de disponer la mente para la oración, no sería poca ganancia el haberse pacificado a sí mismo y mostrarse reverente cuando ora.

Si esto ocurre con frecuencia, los que se entregan con fiel perseverancia a la oración saben por experiencia que evitan muchos pecados y fomentan muchas virtudes. Pues si el recordar y considerar a un hombre de virtud ejemplar nos estimula a imitarle y a refrenar los impulsos de las pasiones, ¿con cuánta mayor razón el acordarse de Dios, Padre universal, a lo largo de la oración no será provechoso a quienes estén persuadidos de hallarse junto a él con quien hablan y que los escucha?

9. Mansedumbre y perdón

1. Se confirma lo dicho con los siguientes ejemplos de la sagrada Escritura. La persona que ora debe levantar "sus manos piadosas" plenamente desarraigada el alma de la pasión de la "ira", sin guardar enojo contra nadie antes bien perdonando todos los pecados con que le han ofendido (1Tim 2,8; Mt 6,12. 14; Lc 11,4). Luego, para que la mente esté libre de pensamientos extraños, durante el tiempo de la oración ha de olvidarse de todo lo que no sea oración. Tal hombre no puede menos de ser altamente bendecido. Lo enseña Pablo en su primera Carta a Timoteo diciendo: "Quiero que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo sus manos piadosas, sin ira ni discusiones" (1Tim 2,8). Además, en cuanto a la mujer, especialmente cuando ora, ha de tener compostura y modestia en alma y cuerpo, reverente ante Dios, desechando de su mente cuanto pueda turbarla. "Adórnese no con trenzados cabellos, oro, perlas o vestidos costosos" sino con lo que conviene a una mujer que hace profesión de piedad. No hay duda de que una mujer así, preparada para la oración, será dichosa. Lo enseña san Pablo en la misma carta cuando dice: "Lo mismo las mujeres, que vistan decorosamente, preparadas con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos sino con buenas obras, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad" (1Tim 2,9-10).

2. También el profeta David dice que una persona piadosa cuando ora ha de tener otras muchas propiedades. No estaría fuera de lugar declararlas para que veamos lo que puede sernos de gran provecho, aun cuando sólo consideremos la actitud y preparación para la oración en una persona realmente entregada a Dios. Dice David: "Hacia ti tengo los ojos levantados, tú que te sientas en los cielos" (Sal 123,1). "A ti, Señor, levanto mi alma, Dios mío" (Sal 25,1). Los ojos del alma están ya levantados de su preocupación por las cosas terrenas y han renunciado a las impresiones de éstas. Elevados están y penetran más allá del orden creado; llegan a una pura contemplación de Dios conversando con la reverencia que le es debida mientras que él los escucha.

¿Cómo estas cosas tan subidas no van a ser provechosísimas a "aquellos ojos que contemplan la gloria del Señor con rostro descubierto y que van siendo transformados en esa misma imagen cada vez más gloriosos" (2Cor 3,18)? Entonces participan en cierto grado de la inteligencia divina que irradió en ellos como se dice en este versículo: "Alza sobre nosotros la luz de tu semblante" (Sal 4,7). El alma se eleva y siguiendo al espíritu se separa del cuerpo. Sigue al Espíritu y se transforma en el mismo. Así lo dice el versículo: "A ti levanto mi alma" (Sal 25,1), pues en la medida que se despoja de la naturaleza el alma se transforma en espíritu.

3. Renunciar a toda maldad es acto de la mayor virtud, pues como dice el profeta Jeremías en eso se resume toda la ley. Dice así: "Cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto no les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio" (Jr 7,22) sino "amor y compasión practicado cada cual con su hermano..., no maquinéis mal uno contra otro en vuestro corazón" (Zac. 7,9-11). Cuando acudimos a la oración dejando olvidadas las injurias cumplimos el mandato del Señor: "Y cuando os ponéis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno" (Mc 11,25). Es evidente que cuando nos ponemos a orar de esta manera ya hemos conseguido lo mejor.

10. Confianza y perseverancia

1. Aun cuando no hubiésemos conseguido en nuestras oraciones otros resultados fuera de éstos, habríamos obtenido lo mejor, puesto que hemos logrado entender cómo se ha de orar. Claro que quien ora de este modo será escuchado mientras habla, pues está centrado en el poder de aquel que oye el "aquí estoy" (Is 58,9) y antes de orar ha depuesto cuanto se oponga al plan de la providencia. Esto se pone de manifiesto en el verso: "Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad" (Is 58,9). Esto quiere decir que una persona conforme con lo que ocurre no está ligada a nada de lo que sucede ni se revela contra Dios, que todo lo dispone para nuestra edificación. No murmura en el secreto de su corazón, aunque no lo escucharen los hombres. Tal murmuración sería como la de los malos sirvientes que critican en oculto las órdenes de su señor. Los que no se atreven a murmurar abiertamente y con toda su alma contra la providencia por cuanto les haya ocurrido, aun cuando quisieran hacerlo, por así decir, para que no se entere el Señor, Dios del universo. Así leemos en Job: "En todo esto no pecó Job, ni profirió la menor insensatez con sus labios" (Job. 1,22; 2,10). En el Deuteronomio se prohíbe la murmuración con estas palabras: "Cuida de no abrigar en tu corazón estos perversos pensamientos: 'ya pronto llega el año séptimo, el año de la remisión'" (Dt 15,9).

2. Por tanto, el hombre que se ha beneficiado orando de este modo está mejor dispuesto para aclamar "al Espíritu del Señor que llena el mundo" (Sb 1,7). El que llena cielos y tierra dice por el profeta: "¿Los cielos y la tierra no los lleno yo? Oráculo del Señor" (Jr 23,24). Por la mencionada purificación y la oración participaré en el Verbo de Dios que está en medio incluso de los que no le conocen (Jn 1,26).

Él nunca está ausente de la oración y ora al Padre constantemente junto con la persona para quien es mediador. El Hijo de Dios es sumo Sacerdote que se ofrece por nosotros (Hb 2,17; 3,1; 4,14; 5,10; 6,20; 7,26; 8,1; 9,11; 10,10) y abogado ante el Padre (Jn 14,16. 26; 15,26; 16,7; 1Jn 2,1). Ora con los que oran y suplica con los que suplica. Pero no ruega por aquellos que no oran constantemente por su medio. No será abogado ante Dios por los suyos si éstos no siguen sus enseñanzas de que "se debe orar siempre, sin desfallecer". "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. Había un juez en una ciudad, etc." (Lc 18,12). Y en otro pasaje anterior: "Les dijo también: si uno de vosotros tiene un amigo y acudiendo a él a media noche le dice, amigo préstame tres panes porque ha llegado de viaje un amigo mío y no tengo qué ofrecerle" (Lc 11,56). Y un poco más adelante: "Si no se levanta a dárselo por ser amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite" (Lc 11,8). El que cree en la palabra de Jesús, que no puede mentir, no dudará un instante en hacer oración, pues él dice: "Pedid y se os dará... porque todo el que pide recibe" (Lc 11; 9-10; Mt 7,7-8). El Padre bueno, realmente a quien pedimos el pan vivo, da al mismo Jesús y no las piedras que su adversario quería darle a él y a sus discípulos-a los que han recibido del Padre el Espíritu de filiación (Rm 8,15). "El Padre del cielo da un buen presente, haciendo bajar del cielo al Espíritu para los que lo piden" (Lc 11,13; Mt 7,11).

11. Orar con Cristo, con los ángeles y con los santos

1. El sumo Sacerdote ora con los que oran de corazón. Y también "los ángeles en el cielo se alegran por un pecador que se convierte más que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión" (Lc 15,7; Mt 18,13). Asimismo, las almas de los santos que ya descansaron. Esto se prueba con el pasaje de Rafael ofreciendo al Señor un sacrificio espiritual por Tobías y Sara. Después que ambos oraron, dice la Escritura: "Fue oída en aquel instante en la gloria de Dios la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos" (Tob. 3,16-17). El mismo Rafael, al dar a conocer lo que había hecho por ellos como ángel a las órdenes de Dios dice: "Cuando tú y Sara hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones". Y un poco más adelante: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada en la gloria del Señor" (Tob. 12,12. 15). Por tanto, conforme a las palabras de Rafael, "buena es la oración con ayuno, limosna y justicia" (Tob. 12,8).

Piensa también en Jeremías, que aparece en segundo libro de los Macabeos, distinguido "por su edad y su dignidad, rodeado de admirable y majestuosa soberanía" (2 Mac. 15,13). "Extendió su mano derecha y dio a Judas una espada de oro" (2 Mac. 15,15). Otro santo, ya fallecido, dio testimonio diciendo: "Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa. Jeremías, el profeta de Dios" (2 Mac. 15,14).

2. Si el conocimiento a que llegan los santos en esta vida es sólo mediante espejo y enigma y en la otra conocerán cara a cara (1Cor 13,12), necia cosa sería no suponer que lo mismo sucederá con las demás virtudes. Adquiridas ya en esta vida, solamente entonces lograrán su perfección. Como ha dicho el Señor, una de las más subidas virtudes será el amor del prójimo. Debemos suponer que los ya fallecidos con respecto a los que aún combaten esta vida, tienen esta virtud en mayor medida que cuando todavía revestidos de humana fragilidad se ejercitan en servicio de los demás. No solamente a los que están en el mundo se aplica el dicho: "Si sufre un miembro todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo" (1Cor 12,26). En realidad, el amor hace decir esto a los que ya no están en este mundo: "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿quién sufre escándalo sin que yo me abrase?" (2Cor 11,29). Cristo dice lo mismo cuando afirma que él está enfermo en cada uno de los santos enfermos y de modo semejante en el preso, desnudo, huésped, hambriento y sediento (Mt 25 35-40) ¿Quién que haya leído el evangelio ignora el hecho de que Cristo se atribuye a sí mismo lo que sucede a cuantos creen en él v cuenta como propios los sufrimientos de estos?

3 Si los ángeles de Dios se acercaron a Jesús y le sirvieron (Mt 4,11) no es justo suponer que los ángeles servían a Jesús solamente mientras estaba con los hombres, precisamente no para ser servido sino para servir (Lc 22,27). ¿Cuántos ángeles, pues, podremos pensar que sirven a Jesús agrupando a los hijos de Israel uno tras otro (Is 27,12), reuniendo a los dispersos (Jn 7,35; 10 16; 11,52) y rescatando a los que temen y le invocan (Hech 2,21; Rm 10,12-13)? Más que los apóstoles, los ángeles trabajan por el crecimiento y extensión de la Iglesia. Por lo cual, Juan en el Apocalipsis llama "ángeles" a algunos jefes de la Iglesia (Ap. 1,20; 2,1; 8,12 y 18; y 3,1, 7 y 14). No en vano, los ángeles de Dios, visibles a los ojos iluminados por la luz del conocimiento, suben y bajan sobre el Hijo del hombre (Jn 1,51).

4 Durante la oración, el que ora recuerda a los ángeles lo que necesita y ellos lo cumplen, si pueden, pues han recibido orden universal. Las siguientes comparaciones sirven a este propósito para aclarar lo que decimos. Imagínate que un médico deseoso de santidad se acerca a un enfermo que le haya llamado para que le cure. Suponte que el médico sabe cómo curar la enfermedad del paciente que lo desea. Es obvio que se inclinará a curar al hombre que lo pide suponiendo, con razón, que Dios así lo quiere y que Él ha escuchado la oración del paciente pidiendo la curación de su enfermedad. O imagínate que un hombre que tiene más de lo necesario para vivir y es generoso oye la súplica de un pobre que implora la ayuda de Dios en su necesidad. Es claro que socorrerá las necesidades del que lo pide como instrumento de la voluntad del Padre. Porque Dios, en el tiempo de la oración lleva al que puede socorrer las necesidades y que por su generosidad no se niega a ello; le guía y pone en el mismo sitio donde se halla el que pide ayuda.

5. Debemos pensar que cuando suceden cosas como éstas no ocurren al azar. Aquel que tiene "contados los pelos de la cabeza" en los santos (Mt 10,30; Lc 12,7) hace coincidir en el tiempo de oración al que le va a servir de instrumento para atender la buena obra que el otro venía pidiendo confiadamente. Así podemos pensar que los ángeles encargados de velar por nosotros como ministros de Dios coinciden con el que ora uniéndose a su petición. El ángel de cada cual, incluso de los "más pequeños" en la Iglesia, "siempre contemplan el rostro del Padre que está en los cielos" (Mt 18,10) y ve la divinidad de aquel que nos creó. El ora con nosotros y hace todo lo que puede por cooperar con nosotros en lo que pedimos.

12. La oración, arma poderosa

1. Además, pienso que las palabras de las oraciones de los santos tienen gran poder porque oran con espíritu y mente (1Cor 14,15). Mente es como una luz que surge del que ora (Sal 96,11; Is 58,10; Rm 3,13). Sale de la boca para debilitar con el poder de Dios el veneno espiritual proveniente de las potestades adversas. Estos poderes malignos influyen en la mente de quienes descuidan la oración y no tienen en cuenta el mandato de "orar siempre" (1 Tes. 5,17) que da Pablo conforme a las exhortaciones de Jesús. Sale del alma del que ora como un dardo que arroja el santo con su ciencia, razón y fe. Dardo que hiere los espíritus enemigos de Dios. Los derrota y aniquila cuando ellos quieren enredarnos con lazos de pecado (Sal 8,3; Prov. 5,22).

2. Ora "constantemente" (obras virtuosas y cumplimiento de los mandamientos son parte de la oración) el que une la oración al cumplimiento de los deberes y las obras buenas a la oración. La única manera de entender el mandato de "orar siempre" (1 Tes. 5,17), teniendo en cuenta nuestras limitaciones, es considerar que la vida del santo en conjunto es una gran oración. Lo que acostumbramos llamar oración es, por consiguiente, parte de esta oración. Ateniéndonos a la noción común de oración hay que practicarla tres veces al día. Esto se ve claro en la historia de Daniel que oraba tres veces al día aun cuando por ello corriese gran peligro (Dn 6,13). San Pedro subió a la terraza para hacer oración hacia la hora de sexta cuando vio el "lienzo" que bajaba del cielo atado por las cuatro puntas. Practicaba el segundo de los tres tiempos de oración, como dice David: "Porque a ti te suplico Señor ya de mañana oyes mi voz; de mañana te presento mi súplica y me quedo a la espera" (Sal 5,3). El último tiempo de oración queda indicado así: "El alzar de mis manos como oblación de la tarde" (Sal 141,2). A decir verdad, cumplimos debidamente con el tiempo de la noche sin esta oración de la que habla David cuando dice: "Me levanto a media noche a darte gracias por tus justos juicios" (Sal 119,62). Pablo, como se refiere en los Hechos de los Apóstoles, oraba hacia "media noche con Silas en Filipo y cantaban un himno a Dios de manera que los prisioneros pudieron oírles" (Hech 16,25).

13. Cristo, la Escritura, la experiencia

1 Si Jesús ora, y no sin razón, pues consigue en la oración lo que quizás no hubiera hecho sin ella, ¿quién de nosotros podrá mostrarse negligente para orar? Marcos dice que "de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde se puso a orar" (Mc 1,35). Dice Lucas: "Estando él orando en un cierto lugar, cuando terminó, le habló uno de sus discípulos" (Lc 11,1). Y en otro lugar: "Se pasó la noche en oración a Dios" (Lc 6,12). Juan deja constancia de la oración de Jesús cuando dice: "Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo dijo: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). El mismo evangelista escribe que el Señor dijo: "Yo sabía que tú siempre me escuchas" (Jn 11,42). Con esto nos muestra que quien ora "siempre" será escuchado "siempre".

2. Y ¿para qué presentar una larga lista de los que alcanzaron de Dios los mayores favores orando de la manera que deben? Cada cual puede por sí mismo hacer una selección de ejemplos tomados de la Biblia.

Ana, cuando todos la creían estéril, oró al Señor (1Sam 1,9) y por ello dio a luz a Samuel a quien se le compara con Moisés (Jr 15,1; Sal 99,6). Ezequías todavía sin hijos cuando Isaías le anunció que iba a morir, oró y fue contado en la genealogía del salvador (Mt 1,9-10; 2Re 20,1; Is 38,1). Cuando el pueblo estaba a punto de perecer por decreto, debido a las intrigas de Aman, la oración de Mardoqueo y Ester con el ayuno fue escuchada y dio lugar a un nuevo día de fiesta, además de las solemnidades que había mandado Moisés (Est 3,6. 7; 4,16. 17; 9,26-28), Judit, habiendo hecho oración, con la ayuda de Dios venció a Holofernes. Así una mujer hebrea humilló a la casa de Nabucodonosor (Jdt 13,49). Un viento fresco impidió que las llamas encendidas quemaran a Ananías, Azarías y Misael, porque fue escuchada su oración (Cántico de los tres jóvenes 27: Dn 3,50).

Por la oración de Daniel los leones de la cueva de Babilonia no abrieron la boca (Dn 6,22). Jonás no perdió la esperanza de ser escuchado cuando estaba en el vientre de la ballena que le había tragado. Salió luego y cumplió entre los ninivitas la misión que apenas había empezado (Jon 2,34).

3. ¡Cuántos beneficios tendríamos que contar cada uno de nosotros si quisiéramos recordarlos para glorificar a Dios! Almas que fueron estériles la mayor parte del tiempo en su vida, cuando cayeron en cuenta de que no habían producido nada y eran espiritualmente estériles alcanzaron con la oración perseverante que el Espíritu Santo las hiciera concebir palabras de salvación llenas de conocimiento de la verdad, que salieron luego a luz.

¡Cuántos son los enemigos que marchan contra nosotros! Son muchas, efectivamente, las huestes de poderes adversos en lucha, deseando arrancar de nosotros la fe en Dios. Pero no tememos porque ellos confían en carros y caballos mientras que nosotros confiamos en el nombre del Señor (Sal 20,8). Vemos que "vana cosa es el caballo para la victoria; ni con todo su vigor puede salvar" (Sal 33,17). El que confía en alabar a Dios (el nombre Judit equivale a decir "alabanza") despedaza incluso al jefe de los ejércitos del enemigo que con su palabra falaz y engañosa acobarda a muchos incluso de los que ya se tienen por creyentes. ¿Qué decir de aquellos que, sometidos repetidas veces a la tentación, difícil de superar y más ardiente que la llama, nada sufrieron, pasando por las tentaciones totalmente ilesos? Ni les afectaron en lo más mínimo los daños corrientes de quemaduras y olor de hoguera (Cántico de los tres jóvenes 27).

¡Cuántas fieras, es decir, espíritus malignos y hombres perversos irritados contra nosotros han fracasado y han cerrado la boca gracias a nuestras oraciones, sin poder ni siquiera golpear con sus dientes a los que entre nosotros habían venido a ser miembros de Cristo! (1Cor 6,15; 12,27). Con frecuencia el Señor favorece a los santos "rompiendo los dientes de los leones, quebrando sus muelas y diluyendo a los enemigos como aguas que pasan" (Sal 58,7). Sabemos que algunos, alejándose de los mandamientos de Dios han caído en las fauces de la muerte que los ha dominado, pero luego se han salvado arrepintiéndose de mal tan grande. Aunque estuvieron cautivos en el vientre de la muerte (Jon. 2,12), se salvaron porque no perdieron la esperanza. La muerte los desgarró y se los tragó, pero "el Señor enjugó las lágrimas de todos los rostros" (Is 25,8).

4. He creído necesario decir todo esto después de mencionar a los que se han beneficiado de la oración. Deseo que quienes anhelen vida espiritual en Cristo se dejen de pedir cosas terrenas y sin importancia. Y ojalá los que leen este tratado se adentren en los misterios de que es tipo lo antes dicho. Porque toda oración por los misterios espirituales que de antemano nos están reservados, está perfectamente hecha no por personas que militan "según la carne" (2Cor 10,3) sino por quienes "con el espíritu hacen morir las obras del cuerpo" (Rm 8,13). Los que con cuidadoso examen buscan el sentido espiritual entienden los beneficios de la oración mejor que quienes sólo ejercitan su mente a base del sentido literal. Procuremos, pues, nosotros no quedarnos sin hijos o estériles como fue el pueblo de Dios oyendo la ley espiritual. Evitemos la esterilidad para que podamos ser escuchados como lo fueron Ana y Ezequías; liberados como Mardoqueo, Ester y Judit de los enemigos espirituales que el malo envía a conspirar contra nosotros. Egipto es un homo de hierro (Dt 4,20; Jr 11,4), símbolo del poder terreno. Quien huye del mal de la vida humana sin que su corazón esté inflamado como un horno por el pecado ha de dar gracias no menos que los que fueron probados con el fuego refrigerador (Cántico de los tres jóvenes 27). El que haya sido escuchado en su oración diciendo: "No entregues a la bestia el alma de tu tórtola" (el alma que ora a ti, conforme al texto de los LXX, Sal 74,19) el que no ha sufrido daños de basiliscos y serpientes, porque, gracias a Jesucristo "ha pisado y hollado leones y dragones" (Sal 91,13) valiéndose del noble poder que dio Jesús para "pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga" (Lc 10,19) sin que tales fuerzas le causen ningún daño. Una persona así debe dar más gracias que Daniel, pues se ha librado de fieras más terribles y peligrosas que aquellas. Además, quien haya comprendido que la ballena de la historia de Jonás es la figura a la cual se refiere Job diciendo "maldíganla los que maldicen el día, los dispuestos a despertar al Leviatán" (Job. 3,8), que se arrepienta y ore y saldrá de ella, si por alguna desobediencia se hallare en el vientre de la ballena. Si se libra y persevera fielmente cumpliendo los mandamientos de Dios con ayuda del Espíritu será capaz de predicar a los ninivitas de hoy que están al borde de la perdición, siendo para ellos causa de salvación, pues ya tiene experiencia de la misericordia de Dios y busca que él no sea riguroso con los que se arrepienten.

5. Los grandes prodigios que dice haber llevado a cabo Samuel por su oración es algo que puede realizar espiritualmente quien de verdad confíe en Dios ahora, por haber merecido que Dios le escuche. Porque está escrito: "Quedaos para ver este gran prodigio que el Señor realiza ante vuestros ojos. ¿No es ahora la cosecha del trigo? Invocaré al Señor para que haga tronar y llover". Y un poco más adelante añade: "Invocó Samuel al Señor que hizo tronar y llover aquel mismo día" (1Sam 12,16-18).

El Señor dice a todos los santos y a los verdaderos discípulos de Jesús: "Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega. Ya el segador siega y recoge frutos para la vida eterna" (Jn 4,35-36). En este tiempo de siega el Señor hace prodigios a la vista de quienes escuchan a los profetas. Cuando uno enriquecido con el Espíritu Santo invoca al Señor, Dios envía del cielo truenos y lluvias que empapen el alma, para que quien antes estaba en pecado se halle ahora con gran reverencia delante del Señor y dispensador de gracias venerables y augustas en respuesta a la plegaria escuchada. Elías, que hizo cerrar los cielos durante tres años y medio a causa de los malvados, los abrió después (1 Re. 17,18; Lc 4,25; Sant. 5,17-18). Esto mismo tiene lugar en quien por medio de la oración recibe lluvia del alma, pues antes los cielos se la habían negado a causa de sus pecados.

14. Lo que debemos pedir

1. Ya que hemos hablado de los beneficios que por la oración reciben los santos, pensemos en el dicho: "Buscad lo grande; las cosas pequeñas os vendrán por añadidura. Buscad las cosas del cielo, las de la tierra os vendrán por añadidura". Cualquier símbolo o tipo de comparación con relación a lo verdadero y espiritual es "pequeño" y "terreno". El Verbo de Dios nos exhorta a que imitemos las oraciones de los santos y pidamos la verdad de lo que ellos conseguían en figura. Esto es: que pidamos las "celestiales" y "grandes" cosas indicadas por las terrenas y pequeñas. La frase quiere decir: "Vosotros, que deseáis ser espirituales, buscad por vuestras oraciones las cosas celestiales y grandes, para que obteniéndolas como celestiales heredéis el reino de los cielos y siendo grandes disfrutéis grandemente de las cosas buenas. En cuanto a las cosas que necesita vuestra vida corporal el Padre os las concederá a medida que las necesitéis".

2 Ya que el apóstol en su primera Carta a Timoteo expresa con cuatro palabras las cuatro ideas directamente relacionadas con la oración, será provechoso proponer el tema y ver si debidamente comprendemos los cuatro términos en el sentido que el los entendió. El texto dice así: "Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, adoraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres" (1Tim 2,1). Entiendo por peticiones súplicas encaminadas a conseguir algo que nos hace falta. Adoración es algo más noble; es alabar a Dios por sus prodigios. Súplica consiste en dirigirse con cierta confianza o atrevimiento a Dios pidiéndole algo. Acción de gracias es reconocer orando los beneficios recibidos de Dios, sea por grandes y notorios favores o los que conoce solamente quien los ha recibido.

3 Corresponden a la noción primera de la oración-petición los siguientes ejemplos: la palabra de Gabriel a Zacarías, cuando éste pedía el nacimiento de Juan. Así dice el texto: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan" (Lc 1,13) Otro, tomado del Éxodo, cuando hicieron el becerro de oro: "Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciendo: '¿Por qué, Señor, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, al que tu sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte?'" (Ex. 32,11). En el Deuteronomio: "Luego me postré ante el Señor; como la otra vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber por el pecado que habíais cometido" (Dt 9,18). Del libro de Ester: "Mardoqueo oró al Señor haciendo memoria de todas sus obras y dijo: '¡Oh, Señor, Señor, rey que gobierna todo el universo'". Y luego Ester: "Oró al Señor, Dios de Israel, y dijo: ¡Oh, Señor, rey nuestro!'" (Biblia LXX, Est. 13,89; 14,3).

4 A la segunda clase, oración-adoración, corresponden los siguientes ejemplos: En Daniel, "Azarías, de pie en medio del fuego tomó la palabra y oró así: 'Bendito seas, Señor'", etc. (Dn 3,24). En Tobías: "Anegada mi alma en tristeza, suspirando y llorando comencé a orar con gemidos: 'Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras. Misericordia y verdad son tus caminos. Tú eres el juez del universo'" (Tob. 3,12). Como los de la circuncisión han puesto un obelo sobre este pasaje de Daniel por no hallarse en el texto hebreo, y porque rechazan el libro de Tobías por no hallarse en el antiguo testamento, aduciré el pasaje sobre Ana en el primero de Samuel: "Estaba ella llena de amargura y oró al Señor llorando sin consuelo, e hizo este voto: '¡Oh Señor Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí'", etc. (1Sam 1,10-11). Luego en Habacuc: "Señor, he oído tu fama, tu obra venero. Señor. En medio de los años hazla revivir, en medio de los años dala a conocer, aun en la ira acuérdate de tener compasión" (Hab. 3,2). Definir esta oración es más claro porque lleva unida la alabanza en aquel que ora. También en Jonás: "Jonás oró al Señor, su Dios, desde el vientre del pez diciendo: Desde mi angustia clamé al Señor y él me respondió; desde el seno del seol y grité y tú oíste mi voz. Me habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar; una corriente me cercaba" (Jon. 2,13).

5. Los siguientes son ejemplos de la tercera clase de oración llamada súplica. En los escritos del apóstol se atribuye con acierto la adoración y la oración de súplica al Espíritu Santo, porque es mejor y de mayor influencia ante aquel a quien el Espíritu suplica. "Pues nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8,26-27). Porque el Espíritu "intercede de modo especial" mientras oramos. Me parece que es una súplica de intercesión lo que Josué dice sobre el sol que se paró en Gabaón: "El día que el Señor entregó al amorreo en manos de los israelitas, Josué se dirigió al Señor diciendo: Detente, sol, en Gabaón y tú, luna, en el valle de Ayyalón" (Jos. 10,12). Pienso que Sansón (Jue. 16,30) hizo una oración de súplica cuando gritó: "¡Muera yo con los filisteos! Apretó con todas sus fuerzas y la casa se derrumbó sobre los tiranos y sobre toda la gente allí reunida". Aun cuando no esté escrito que Josué y Sansón intercedieron sino que "dijeron" sus palabras, son de intercesión, distinta de la adoración. Fijémonos en sus palabras.

Ejemplo de acción de gracias son las palabras del Señor cuando dice: "Yo te bendigo. Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25; Lc 10,21). "Te bendigo", en este caso, es sinónimo de "te doy gracias".

6. No está fuera de razón dirigir peticiones, súplicas y acción de gracias a los santos. Súplicas y acción de gracias no sólo a los santos sino también a los hombres. Peticiones, sin embargo, únicamente a los santos, si se halla algún Pablo o Pedro que nos ayude a merecer los frutos del poder que ellos tienen para perdonar los pecados (Mt 9,6; Jn 20,23). Pero también, si injuriamos a alguno que no sea santo, al caer en cuenta de que le hemos ofendido, le pedimos perdón. Si se presentan estas súplicas al Señor, ¿con cuánta mayor razón podrán dirigirse a Cristo, quien, por voluntad del Padre, tantos beneficios nos concede? Hay que suplicarle como hizo Esteban diciendo: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hech 7,59). A ejemplo del padre del lunático diremos: "Señor, ten piedad de mi hijo" (Mt 17,15; Lc 9,38).

15. Al Padre por el Hijo

1. Si entendemos la oración en el sentido más estricto, no deberíamos dirigirnos a ningún ser creado, ni siquiera a Cristo hombre; únicamente a Dios, Padre universal a quien oraba nuestro salvador como queda dicho y él mismo nos enseñó a orar. Porque cuando oyó "enséñanos a orar" no nos enseñó a dirigirnos a él mismo sino al Padre, diciendo: "Padre nuestro que estás en el cielo, etc." (Lc 11,1; Mt 6,5). Porque si, como queda razonado en otro lugar, el Hijo es persona distinta del Padre, se sigue que la oración ha de dirigirse o al Hijo y no al Padre, a los dos, o sólo al Padre. Todos están de acuerdo en que la primera posibilidad, orar al Hijo y no al Padre, es afirmación absurda, contra toda evidencia. Si tuviéramos que dirigirnos a los dos, está claro que habríamos de hacerlo en plural diciendo en nuestra oración: "Ayudadnos, beneficiadnos, concedednos, guardadnos, etc.". La realidad es que las fórmulas de oración están en completo desacuerdo con esta idea. Nadie podría hallar en las Escrituras oraciones dirigidas con tal pluralismo. Por consiguiente, no queda más posibilidad que dirigir la oración únicamente a Dios Padre universal, aunque no sin el sumo Sacerdote constituido "con juramento" según el salmo: "Lo ha jurado el Señor y no ha de retractarse: tú eres sacerdote por siempre, según el orden de Melquisedec" (Sal 110,41).

2. Por eso, cuando los santos en sus oraciones dan gracias a Dios lo hacen por medio de Cristo Jesús. Si es cierto que para orar correctamente no hay que dirigirse a uno que es también orante, sino al Padre, a quien nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a dirigirnos en la oración, es no menos cierto que no hay que dirigir la oración al Padre sin el Hijo. Él mismo lo dice claramente: "Yo os aseguro: lo que pidáis al Padre en mi nombre os los dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea colmado" (Jn 16,23-24). No digo "pedidme" o simplemente "pedid al Padre" sino "lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará". Porque hasta que Jesús enseñó esto nadie había pedido al Padre en nombre del Hijo. Era verdad lo que dijo Jesús: "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre". Verdad asimismo: "Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea colmado".

3. Tal vez alguno piense que podemos dirigimos al mismo Jesucristo, porque en el Deuteronomio se dice de él que es adorado: "Cielos, exultad con él y adórenle los hijos de Dios" (Dt 32,43; Hb 1,6). Cabría decir que también la Iglesia, llamada Jerusalén por el profeta, es adorada por reyes y reinas, que son sus padres nutricios, como se dice en el siguiente pasaje: "He aquí que voy a alzar hacia las gentes mi mano y hacia los pueblos voy a levantar mi bandera; traerán a tus hijos en brazos y tus hijas serán llevadas a hombros. Reyes serán tus protectores y sus princesas nodrizas tuyas. Rostro en tierra se prosternarán ante ti, y el polvo de tus pies lamerán. Y sabrás que yo soy el Señor, y no se avergonzarán los que en mí esperan" (Is 49,22-23).

4. Cristo dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios" (Mc 10,18; Lc 18,19; Mt 19,17). También diría: "¿Por qué os dirigís a mí en la oración? Habéis de orar solamente al Padre, a quien yo mismo oro. Esto es lo que aprendéis de las sagradas Escrituras. Porque tú no has de dirigirte al sumo Sacerdote designado por el Padre en tu favor (Hb 8,3), ni al abogado a quien el Padre ha encargado que ore por ti (1Jn 2,1). Tú debes orar por medio del sumo Sacerdote y abogado, capaz de compadecerse de tus debilidades por haber sido probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado (Hb , 12), porque el Padre así me lo regaló. Considerad, pues, cuan gran presente cuando recibisteis al Espíritu de filiación (Rm 8,15) al renacer en mí, de manera que os llaméis hijos de Dios y hermanos míos. Habéis leído lo que yo dije por boca de David al Padre: 'Anuncié yo tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré' (Sal 22,22; Hb 2,12). No es razonable que oren al hermano aquellos que han sido juzgados dignos de ser hijos del mismo Padre. Debéis, pues, dirigiros conmigo y por mí solamente al Padre".

16. Pidamos lo mejor

1. Oyendo a Jesús decir esto, por su mediación reguemos a Dios todos nosotros diciendo lo mismo y no divididos en el modo de orar. ¿No estamos divididos cuando unos oramos al Padre y otros al Hijo? Los que dirigen su oración al Hijo con o sin el Padre pecan de ignorancia y gran simplicidad por carecer del conocimiento debido. Por tanto, oremos a Dios Padre. Supliquémosle por ser Señor, y le demos gracias por ser Dios, Padre y Señor, aunque no de esclavos. Con razón puede un padre ser considerado señor de su hijo. Es el Señor de los que por su medio han llegado a ser hijos. Como no es "Dios de muertos sino de vivos" (Mt 22,32; Mc 12,27; Lc 20,38) así no es el Señor de meros esclavos sino de quienes por su infancia vivían al principio en temor. Porque las marcas de los siervos de Dios y de sus hijos las ve solamente aquel que escruta los corazones.

2. Por tanto, el que pide a Dios cosas terrenas y sin importancia no hace de lo que dice Dios, quien sin prometer cosas terrenas o sin importancia ordenó pedir cosas celestiales y grandes.

Alguno podría replicar que los santos recibieron cosas temporales y pequeñas como respuesta a sus oraciones y que en el evangelio se dice que las "pequeñas cosas" nos serán dadas "por añadidura". Se le puede responder. Suponte que alguien nos regala un objeto cualquiera. No podemos decir que nos ha dado la sombra de tal objeto, porque no pensó en darnos las dos cosas, objeto y sombra. Su ofrecimiento se limitaba a una cosa sola. Pero recibimos la sombra juntamente con el objeto.

Del mismo modo, si lo pensamos con la atención puesta en Dios, los regalos que él nos da son dones espirituales a los cuales van unidos otros terrenos, concedidos a los santos para bien común (1Cor 12,7) o en proporción a su fe (Rm 12,6) o por liberalidad del donante (1Cor 12,11). Dios lo dispone sobradamente, aun cuando nosotros no comprendamos en cada caso qué razones tiene para ello.

3. El alma de Ana, cuando fue transformada su esterilidad, recibió mayor beneficio que su cuerpo por haber concebido a Samuel (1Sam 1,19-20).

Engendró Ezequías hijos para Dios más con su mente que con su descendencia corporal. Ester, Mardoqueo y el pueblo fueron liberados más de asechanzas espirituales que de las conspiraciones de Aman y sus compañeros. Más que el poder de Holofernes Judit aniquiló la fuerza del príncipe que intentaba destruirle el alma. ¿Quién no reconocerá la bendición espiritual que protege a todos los santos y que describen Isaac y Jacob cuando dicen: "Que Dios te dé el rocío del cielo" (Gn 27,28)? Cayó sobre Ananías y sus compañeros más que el rocío material que superó el fuego de Nabucodonosor. El profeta Daniel cerró la boca de los leones invisibles más que la boca de leones visibles, incapaces de atacar su alma. Así lo entendemos al leer las sagradas Escrituras. ¿No viene a ser como Jonás, santificado con la plenitud del Espíritu Santo, aquel que se libra del vientre de la ballena que se traga a todo el que aleje de Jesús nuestro salvador?

17. Luces y sombras

1. No debemos extrañarnos de que cuantos reciban objetos que, por así decirlo, van acompañados de sombra, a veces no se les dé ninguna. Así ocurre con los cuerpos físicos como observan los que estudian problemas científicos y en particular las sombras con respecto al objeto luminoso. Algunos cuerpos no proyectan sombras por cierto tiempo; otros, por así decirlo, dan una sombra reducida y algunos la hacen más larga. No debe, pues, sorprendernos grandemente que algunas veces no aparezca sombra alguna y otras sean más cortas o más largas en comparación con otras sombras. Sucede así por decisión de aquel que nos otorga las cosas principales: por razones ocultas y misteriosas en relación con el favorecido sucede que dan lo más importante sin que acompañe sombra alguna.

Haya o no haya sombras del cuerpo, ni agrada ni desagrada al que busca los rayos del sol, pues consigue lo más importante recibiendo su luz aunque no tenga sombra o ésta sea más corta o más larga.

Lo mismo sucede cuando recibimos los bienes espirituales y nos ilumina la luz de Dios con la posesión completa de los bienes verdaderos. No nos rompamos la cabeza por cosa tan insignificante como es la sombra. Porque todas las cosas materiales, sean las que fueren, se reducen a sombra pasajera y leve. De ningún modo se pueden comparar con los salvíficos y santos dones del Dios del universo. ¿Cómo se podrán comparar las riquezas : materiales con aquellas con que somos "enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento" (1Cor 1,5)? Y ¿quién sería tan loco como para comparar la riqueza de carne y hueso con la de la mente, fortaleza del alma, y recta coordinación de los pensamientos? Todo esto, regulado por la palabra de Dios, hace que los padecimientos corporales sean como rasguños sin importancia y aún menos.

2. Quien entienda lo que es la hermosura que tiene la esposa amada por el "esposo", el Verbo de Dios -quiero decir la hermosura del alma que florece con hermosura que supera la del cielo y la del universo-, se avergonzará de dar el mismo nombre a la belleza corporal de una mujer, un muchacho, un hombre. La carne no puede ser hermosura verdadera, pues toda ella es torpeza. Porque "toda carne es heno" y toda su gloria, manifiesta en lo que llaman hermosura de mujeres y muchachos, se puede comparar a una flor como dice el profeta: "Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba en cuanto le da el viento del Señor. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (Is 40,68). ¿Quién llamará nobleza a la que viene por nacimiento, según la gente, una vez conocida la nobleza de nacimiento de los hijos de Dios? Y ¿cómo no va a tener en nada todo reino terreno la mente que haya contemplado el inconmovible reino de Cristo? (Hb 12,28). Quien haya contemplado con claridad, en cuanto es posible a la mente humana mientras depende del cuerpo, el ejército de ángeles y a los capitanes del Señor en medio de ellos -arcángeles, tronos, dominaciones, principados, potestades celestes-, y comprenda que el Padre honra a tal alma con honor semejante a ellos, ¿cómo, aunque sea más efímera que una sombra, no la va a tener por lo más pequeño y despreciable comparado con ella lo que admiran los necios? Aun cuando le ofrecieren todas las cosas, las despreciaría con tal de no perder los verdaderos principados y los poderes más divinos. Debemos, pues, pedir aquellas cosas que son principales, verdaderamente grandes y celestiales. Y dejemos a juicio de Dios lo concerniente a las sombras que acompañan a los grandes bienes. Él sabe lo que necesitamos para nuestro cuerpo mortal antes de que se lo pidamos (Mt 6,8).

SEGUNDA PARTE

EL PADRENUESTRO

A) PREÁMBULO

18. Dos textos del Padrenuestro

1. En lo que precede se ha dicho lo suficiente sobre la oración, en cuanto me ha sido posible con la gracia que Dios me dio por Jesucristo, y en el Espíritu Santo, según creo. Si es así, el lector lo comprobará al verlo como inspirado. Ahora me atrevo a exponer la fuerza de la oración que el Señor nos dejó como ejemplo.

2. Ante todo hacemos notar que muchos no ven diferencia en la fórmula de oración que nos transmiten Mateo y Lucas. Este es el texto de Mateo: "Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del Malo" (Mt 6,9-13). La versión de Lucas es la siguiente: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos el pan sustancial de cada día y perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación" (Lc 11,2-4).

3. A los que son de la opinión antes mencionada hay que decirles ante todo que, si bien las palabras de ambos evangelistas son muy semejantes, en realidad hay diferencias como demostraré cuando las examine de cerca. En segundo lugar, no es posible que la misma oración haya sido promulgada en dos lugares diferentes: primero en el monte cuando "viendo a la muchedumbre, subió al monte, se sentó y sus discípulos se le acercaron; tomando la palabra les enseñaba" (Mt 5,1-2).

La primera versión, de Mateo, se halla en el contexto de las Bienaventuranzas y preceptos que acompañan. La segunda en "cierto lugar" donde "estaba orando" y "cuando acabó" la dijo como respuesta a uno de sus discípulos que pidió le enseñase a orar "como Juan enseñaba a sus discípulos" (Lc 11,1).

¿Cómo podemos admitir que las mismas palabras hayan sido enseñadas una vez en discurso continuado, sin que nadie lo hubiese pedido, y la otra como respuesta a la petición de un discípulo? Tal vez diga alguno que las oraciones contienen lo mismo aunque una fuese dicha en sermón continuado y la otra a petición de un discípulo que, al parecer, se hallaba ausente o no lo había entendido cuando fue pronunciado el discurso que recoge Mateo. En resumidas cuentas, sería mejor suponer que se trata de diferentes oraciones aun cuando tengan ciertas partes comunes. He mirado también en Marcos, por si no hubiese yo reparado en alguna oración semejante, pero no hay ningún vestigio.

19. Rectitud de intención

1. Como he dicho anteriormente, el que ora ha de disponerse antes para la oración. Veamos lo que dice nuestro Salvador por el contexto que precede inmediatamente a la oración en Mateo. Estas son sus palabras: "Y cuando oréis no seáis como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no charléis mucho como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así" (Mt 6,5-9).

2. Nuestro Salvador manifiesta frecuentemente su oposición a la vanagloria como pasión destructora. Lo hace aquí prohibiendo que cuando oren imiten a los hipócritas. Estos hacen alarde de piedad o generosidad delante de los hombres. Recordemos lo que dice el Señor: "¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene de solo Dios?" (Jn 5,44). Por tanto, debemos despreciar la gloria que procede de los hombres, aun cuando parezca tener fundamento. Busquemos la auténtica y verdadera gloria que viene de aquel que glorifica con sobrada generosidad a quien se ajuste a la manera de proceder el Señor. La vanidad hace que cuanto pudiera ser bueno y digno de alabanza se dañe cuando obramos para que nos vean, y por recibir gloria de los hombres (Mt 6,2.5). Por eso, no recibimos recompensa de Dios en tal caso. Si es cierto que toda palabra de Jesús es verdad, podríamos decir que son todavía más verdaderas cuando las dice con su expresión habitual de juramento. Así se dirige a los que con ostentación hacen bien al prójimo buscando gloria humana o que oran "en las sinagogas y en las esquinas para ser vistos de los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa" (Mt 6,5).

Como el rico de que habla Lucas: "recibió bienes" durante "esta vida" y no pudo por eso obtenerlos después de la vida presente. Así el hombre que recibe su "recompensa" por dar algo a otros o por la oración, pues no ha sembrado para el Espíritu sino para la carne, cosechará corrupción y no la vida eterna (Lc 16,25; Ga 6,8). El que da limosna "en las sinagogas y en las calles" haciéndolo conocer con "trompeta" para que le glorifiquen los hombres, cosecha para la carne (Mt 6,2). De ese modo obran los hombres que les gusta orar "en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados" para que quienes los vean los tengan por personas piadosas y santas (Mt 6,5).

3. Todo el que vaya por el camino ancho que lleva a la perdición (Mt 7,13), camino que nada tiene de rectitud y derechura sino que está lleno de curvas y revueltas (pues la recta está entrecortada en casi todo el camino) ora mal, "en las esquinas de las calles". Ávido de placer, supone no en una sino en muchas calles (Mt 6,5). En estas calles los que "mueren como hombres" (Sal 82,7) por haberse alejado de Dios glorifican y alaban a los que consideran tener la misma religión que ellos. Muchos al orar dan impresión de buscar más el propio placer que complacer a Dios (2Tim 3,4).

20. Dentro de sí

1. Hay diferencia entre iglesia y sinagoga. En la iglesia no hay mancha ni arruga ni cosa semejante (Ef 5,27). Es santa e inmaculada. No hay en ella bastardos ni eunucos o castrados (Dt 23,1-2). Ni tampoco egipcios o edomitas, cuyos hijos no son admitidos fácilmente en la iglesia hasta después de la tercera generación (Dt 23,7-8), ni se admiten los moabitas o ammonitas hasta que hayan pasado diez generaciones (Dt 23,3). "El centurión" construyó la sinagoga antes de conocer a Jesús, antes de que el Hijo de Dios diese testimonio de que "no había encontrado tanta fe en Israel" (Lc 7,9; Mt 8,10). Así el que gusta de "orar en las sinagogas" se diferencia poco del que ora en las "esquinas de las calles". Pero los santos no son así. No presumen de orar, lo hacen de corazón. No oran en las sinagogas sino en las iglesias; no en las esquinas de las plazas sino dentro del estrecho y recto camino. No rezan para ser vistos por los hombres sino para acercarse al Señor, Dios (Dt 16,16). Son hombres que entienden lo que es el año aceptable del Señor (Is 61,2; Lc 4,19) y que cumplen lo mandado: "Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante el Señor tu Dios" (Dt 16,16).

2. Debemos considerar atentamente la expresión "que se muestren", pues no es bueno nada de lo que sea mera apariencia (Ignacio, Rm 3). Su existencia es ostentación y no verdad; sin precisión ni verdad forma imágenes de impresiones erróneas. Por ejemplo, los actores de teatro no son lo que dicen ser; se los considera según la participación que tienen en lo que representan. De igual modo los que sólo tienen apariencias de virtud. No son virtuosos sino farsantes, "hipócritas", actuando en su propio teatro: "las sinagogas y esquinas de las calles". El que no es actor desecha todo lo que no es auténtico aprestándose a dar gusto en otro teatro que está por encima del que acabo de mencionar. Entra en su "habitación" a encontrarse con la riqueza allí acumulada, pues ha guardado para sí los tesoros de sabiduría y ciencia (Mt 6,6; Col 2,3; 1 Tim 6,18-19). Sin mirar ni salirse a las cosas de fuera, cierra todas las puertas de los sentidos para no disiparse por ellos ni ofuscar la mente con sus impresiones. Ora al Padre, que no rechaza ni abandona este lugar escondido sino que habita allí con su Hijo Unigénito. Pues él mismo dice: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). Claro está que si oramos de este modo intercedemos con el único justo, que es Dios y Padre nuestro. El no abandona a sus hijos, está con nosotros en lo escondido, nos mira y trae mayores tesoros a la "habitación" si cerramos la puerta.

21. Palabrería... no

1. En la oración no amontonamos "palabras vacías", tratamos de verdades divinas. Son vacías nuestras palabras cuando no queremos examinar las propias faltas ni consideramos la insensatez de la palabrería en la oración: palabras y hechos impuros, pensamientos y cosas impropias, reprochables, ajenas a la pureza del Señor. Así el que acumula palabras vanas se halla en peor condición que la sinagoga, a que antes aludimos, y en camino más peligroso que quienes se ponen en las encrucijadas de las calles, pues no tienen ni siquiera aparentes huellas de virtud. A juzgar por los textos del evangelio, los "paganos" hablan cosas vanas porque no tienen idea de la oración elevada y celestial; la que ellos hacen versa sobre cosas materiales y externas. Quienes pidiendo lo terreno se dirigen a lo más alto de los cielos se asemejan a los paganos que acumulan frases vacías.

2. Lo mismo da decir muchas palabras que "acumular palabras vacías". Lo material y corporal no forma verdadera unidad, realmente está dividido, se descompone, pierde su unidad. La virtud es una, los vicios son múltiples; una la verdad, muchas las mentiras; la verdadera justicia es una, sus falsificaciones muchas; una es la sabiduría de Dios, pero muchas son las "sabidurías de este mundo, que se van debilitando" (1Cor 2,6). La palabra de Dios es una pero muchas son las palabras ajenas a él. Por lo cual, no está exento de pecado el que mucho habla, y no se escucha al que piensa serlo por decir muchas palabras (Prov 10,19; Mt 6,7).

Por consiguiente, no oremos como los paganos que amontonan frases vacías y hablando mucho no hacen nada. "Tienen veneno como las serpientes" (Sal 58,5). Porque el Dios de los santos, por ser su Padre, sabe lo que necesitan sus hijos (Mt 6,8), pues son cosas dignas de que el Padre las conozca. Y si alguno desconoce a Dios y las cosas divinas no sabe lo que necesita. Está completamente equivocado imaginándose que necesita otras cosas. Quien piense que necesita lo mejor y más divino, lo que Dios aprueba, lo recibirá de Dios Padre, que lo sabe antes de que lo pidan.

Habiendo, pues, considerado lo que Mateo pone como preámbulo al texto de la oración que él nos ofrece, pasemos a considerar el contenido de la misma.

B) II INTERPRETACIÓN DEL PADRENUESTRO

a) PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO

22. Dios Padre

1. Bien merece la pena examinar atentamente el Antiguo Testamento por ver si en él se encuentra alguna oración donde se llame a Dios "Padre". Hasta ahora, aunque lo he buscado cuidadosamente, no he hallado nada. No quiero decir que a Dios no se le llame Padre y que no se ha llamado hijos de Dios a cuantos creen en él. Pero en ningún lugar he visto el atrevimiento confiado con que el Salvador invoca a Dios como Padre. Es posible observar que con frecuencia a Dios se le llama Padre y a cuantos siguen su palabra hijos. Por ejemplo, en el Deuteronomio: "Desdeñas a la roca que te dio el ser. Olvidas al Dios que te engendró" (Dt 32,18). Y otra vez: "¿No es él tu Padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?" (Dt 32,6). "Son hijos sin lealtad" (Dt 32,20). En Isaías: "Hijos crié hasta hacerlos hombres y ellos se rebelaron contra mí" (Is 1,2). En Malaquías: "El hijo honra a su padre, el siervo a su señor. Pues si yo soy padre, ¿dónde está mi honra?" (Mal 1,6).

2. Si bien es cierto que a Dios se le llama Padre y que se llama hijos a los nacidos de la palabra y de la fe en él, sin embargo, no aparece en el Antiguo Testamento tan cierta e indefectible esta filiación. En realidad, los pasajes citados muestran que los llamados hijos son culpables, pues, conforme al apóstol, "mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo con ser dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta el tiempo fijado por el padre" (Ga 4,1-2). Pero la "plenitud de los tiempos" llegó con la venida de nuestro Señor Jesucristo. Los que quieren reciben la adopción de hijos como enseña san Pablo con estas palabras: "Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: Abba, Padre" (Rm 8,15). Y en Juan: "Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios; a los que creen en su nombre" (Jn 1,12). Por el "espíritu de adopción de hijos" hemos aprendido por la primera Carta de san Juan referente a los nacidos de Dios que "todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios" (1Jn 3,9).

3. Así, pues, si entendiésemos lo que quiere decir Lucas al escribir: "Cuando oréis decid al Padre" (Lc 11,2), no nos atreveríamos a dirigirnos a él si no fuésemos hijos de verdad. Bajo cierto aspecto, a los pecados anteriores añadiríamos la culpa de impiedad. Quiero decir lo que Pablo escribe en la primera Carta a los corintios: "Nadie hablando por influjo del Espíritu de Dios puede decir: anatema sea Jesús" (1Cor 12,3). A la misma persona llama "Espíritu Santo" y "Espíritu de Dios". No está del todo claro lo que significa "Jesús es el Señor" en el Espíritu Santo, porque muchos hipócritas usan esta expresión, muchos herejes y a veces los mismos demonios cuando se sienten vencidos por la eficacia de este nombre. Nadie se atreverá a pensar que alguno de estos dice "Jesús es el Señor" en el Espíritu. No parece ni siquiera que digan "Señor Jesús", porque los únicos que dicen de corazón "Señor Jesús" sirven al Verbo de Dios. En todo cuanto hacen proclaman que no reconocen a otro Señor fuera de él. Si estos son los que dicen "Jesús es el Señor" todo el que peca maldice con hechos al Verbo Divino y con sus acciones grita "Jesús sea anatema". Por tanto, como unas personas dicen "Jesús es el Señor" y otras de disposición contraria dicen "Jesús sea anatema", así también todo "el que ha nacido de Dios" no peca pues participa de la semilla divina que aparta de todo pecado y dice con sus obras: "Padre nuestro que estás en el cielo". El Espíritu da testimonio al alma de que son "hijos de Dios", sus "herederos" y "coherederos con Cristo" cuando, por sufrir con él esperan fundadamente ser glorificados con él (Rm 8,16-17). Y para que no digan sólo a medias "Padre nuestro", ponen su corazón en lo que hacen. Este es la fuente y origen de las buenas obras, fe que justifica a la vez que su boca confiesa para la salvación (Rm 10,10).

4. Por eso, todas sus obras, palabras y pensamientos que el Verbo Unigénito configura consigo (Ga 4,19; Rm 8,29; 2Cor 3,18) vienen a ser imitación e imagen del Dios invisible (Col 1,15; 2Cor 4,4), el Creador que hace "salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45) para que esté en ellos la imagen del hombre celestial (1Cor 15,49), que es a su vez imagen de Dios. Son, pues, los santos imagen de la Imagen (1Cor 11,7), porque el Hijo es la Imagen (Col 1,15). Manifiestan la filiación al haberse configurado con el cuerpo glorioso de Cristo (Flp 3,21) y asimismo con aquel que está en el cuerpo. Se configuran con quien ya es cuerpo glorioso cuando se transforman por la renovación del alma (Rm 12,2). Si estos, pues, con el pueblo, en todo dicen "Padre nuestro que estás en el cielo" es evidente que "quien comete pecado", como se dice en la primera Carta de san Juan, "es del diablo, porque el diablo desde el principio peca". Como la "semilla" de Dios permanece en el "nacido de Dios" (1Jn 3,9), hay razón por la cual no puede pecar el que está configurado con el Verbo unigénito. Pero en todo el que comete pecado está presente la "semilla" del diablo, aun cuando permaneciendo en el alma la permita obrar el bien. Pero como el "Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1Jn 3,8) es posible que con la venida del Verbo de Dios a nuestra alma desaparezcan las obras del diablo y la semilla del mal, colocada en medio de nosotros, quede completamente destruida y nos convirtamos en hijos de Dios.

5. No imaginemos, pues, que las Escrituras nos enseñan a decir el "padrenuestro" sólo en algunos momentos de oración. Antes bien, si entendemos lo dicho antes sobre "orar siempre" (1 Tes 5,17) hagamos que toda nuestra vida sea una oración incesante en la cual decimos "Padre nuestro que estás en el cielo", y pongamos nuestro tesoro (Flp 3,20) no en medios terrenos sino en los cielos, en el trono de Dios. Porque el reino de Dios ha sido establecido en todos los que llevan la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49) y él mismo se ha hecho celestial.

23. ¿Qué es el cielo?

1. Cuando decimos que el Padre de los santos está en el cielo, no hemos de imaginar que tiene figura corporal y que allí habita en lugar determinado. Si Dios estuviera limitado por los cielos sería menor que ellos, pero en realidad es él quien lo contiene todo con el ineludible poder de su divinidad. Generalmente hablando las expresiones de la Biblia, que a simple vista indican literalmente un lugar donde Dios mora, han de entenderse con sentido espiritual y elevado conforme a la naturaleza de Dios. Así, por ejemplo, este pasaje de san Juan: "Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Luego dice: "Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía" (Jn 13,3). Y en otro lugar: "Habéis oído que os he dicho: me voy y volveré a vosotros. Si me amarais os alegraríais de que voy al Padre" (14,28). De nuevo en otro pasaje: "Ahora me voy al que me ha enviado y ninguno de vosotros me pregunta: ¿dónde vas?".

Si hubiera que interpretar estas frases con sentido espacial, tendríamos que hacer lo mismo con la siguiente: "Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

2. De seguro que esta expresión no se refiere a ningún cambio de lugar con respecto a la venida del Padre y del Hijo al que ama la palabra de Jesús. Pues tampoco las otras frases precedentes se han de entender en sentido local. La realidad es que el Verbo de Dios se hizo de nuestra condición y se rebajó de su dignidad cuando estuvo con nosotros. Luego pasa de este mundo al Padre, de modo que le contemplemos también en su perfección adonde vuelve después de la condición humilde con que se había despojado de su rango (Flp 2,7). Allí se muestra en su plenitud (Col 1,19; 2,9; Ef 1,23).

Nosotros también le seguiremos hasta alcanzar la plenitud liberándonos de todo vacío. Vaya, pues, el Verbo de Dios y abandone el mundo. Vaya hasta "aquel que le envió"; "vaya al Padre". Debemos entender también en sentido místico esta frase del final del evangelio de Juan: "Déjame, que todavía no he subido al Padre" (Jn 20,17). Si profundizamos santamente en la ascensión del Hijo hasta el Padre de manera más conforme a la naturaleza divina, entenderemos que se trata de una subida más del espíritu que del cuerpo.

3. He creído necesario hacer esta reflexión al comentar "Padre nuestro que estas en el cielo" rechazando la idea tan impropia que tienen de Dios quienes le imaginan en un lugar concreto de los cielos, de lo cual lógicamente se podría concluir que Dios es corpóreo. Esto llevaría consigo los más graves errores acerca de Dios: le imaginaríamos divisible, material y corruptible, propiedades comunes a todos los cuerpos. Admitamos que alguien nos pregunte, no por falta de respeto sino con sincero deseo de ver claro, por qué Dios no es de naturaleza material. Antes de la venida corporal de Cristo se hallan muchos pasajes en la Biblia que parecen asignar a Dios un lugar corporal. Me parece razonable citar algunos para remover los obstáculos que impiden a estas gentes ver la verdad, porque, llevados de la propia experiencia tan limitada, encierran al Dios del universo en lugar tan pequeño y estrecho.

Ante todo, leemos en el Génesis: "Oyeron luego el ruido de los pasos del Señor que paseaba por el jardín en la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron a la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín" (Gn 3,8). A los que no quieren acercarse a los tesoros de las sagradas Escrituras, ni aun siquiera llamando a la puerta (Lc 13,25), les hacemos unas preguntas: el Señor Dios llena cielos y tierra (Jr 23,24) ¿pero creen que de forma corporal los cielos son su trono y la tierra el escabel de sus pies? (Mt 5,34-35; Is 66,1). En comparación con los cielos y la tierra, el paraíso, que imaginan material, era un lugar muy pequeño. ¿Es posible pensar que Dios quedaba limitado al sitio donde oyeron sus pasos, lugar más reducido aún que el paraíso? Conforme a su manera de pensar, sería aún más absurdo que Adán y Eva, avergonzados ante Dios por haber pecado, tratasen de esconderse "de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín". El texto dice que de hecho "se escondieron". ¿Cómo, pues, explican que Dios pregunte a Adán: dónde estás?" (Gn 3,9).

4. En mi comentario al Génesis he tratado esto más ampliamente. Por ahora, por no pasar sin decir nada sobre cuestión tan importante, me baste recordar lo que dijo Dios en el Deuteronomio: "Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos" (2Cor 6,16; Ez 37,27; Lv 26,12) . Dios anda entre los santos como paseaba en el jardín, y todo el que peca se esconde de Dios, se aparta del camino y huye de su presencia. De este modo, Cam salió de la presencia del Señor y se estableció en el país de Nod, al oriente del Edén" (Gn 4,16).

Por consiguiente, Dios habita en el cielo como habita en cada santo, que lleva la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49) o en Cristo, en quien brillan para la salvación todos los lunares y estrellas del cielo (Flp 2,15; Ap 1,20; Gn 1,14. 16; Sab 13,2). Como los santos están en el cielo, allí también está Dios conforme a la siguiente expresión: "Hacia ti tengo los ojos levantados, tú que te sientas en los cielos" (Sal 123,1). Y esta otra del Eclesiastés: "No te precipites a hablar ni tu corazón se apresure a pronunciar una palabra ante Dios, pues Dios está en el cielo pero tú en la tierra" (Ecl 5,1). Quiere mostrar la diferencia que hay entre los que se hallan aún en el "cuerpo miserable" (Flp 3,21) y los que están con los ángeles encumbrados, con la ayuda del Verbo, hasta las sagradas potestades y hasta el mismo Cristo. No es, pues, cosa absurda que él sea, hablando con propiedad, el trono del Padre, pues se le llama alegóricamente "cielo" (Hb 1,8) y su iglesia llamada "tierra" es el escabel de sus pies.

5. He aducido algunos pasajes del Antiguo Testamento que parecen situar a Dios en un lugar concreto. Con esto, en la medida de mis fuerzas, intento que el lector de las Sagradas Escrituras se convenza de que hay en ellas un sentido más espiritual y elevado cuando parecen enseñar que Dios está en un lugar. Convenía suscitar esta cuestión al tratar del "Padre nuestro que estás en el cielo", para dejar claro que el ser de Dios es distinto del de las criaturas. Los seres que no participan de su vida disfrutan, sin embargo, de cierta gloria de Dios y de su poder. Por así decirlo, son como una emanación de la divinidad (Sab 7,25).

b) SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

24. El nombre de Dios

1. El que así ora se está refiriendo a algo que todavía no ha conseguido o teme que no haya de durar. Esto es claro porque en Mateo y Lucas, cuando somos invitados a decir "santificado sea tu nombre" el texto da a entender que todavía no ha sido santificado el "nombre" del Padre. Podría alguno preguntar: ¿Cómo es posible que el nombre del Padre no haya sido santificado todavía? Vamos a considerar qué se entiende por "nombre" del Padre y cómo se ha de santificar.

2. Nombre es una expresión en que se condensa y describe la cualidad propia de lo nombrado. Por ejemplo, el apóstol Pablo tiene características peculiares: del alma, por lo cual es lo que es; de la mente, por la que puede contemplar ciertas realidades; y en el cuerpo, por lo que es individuo único. Así el carácter específico de estas cualidades que no convienen a ninguna otra persona se indica con el nombre de "Pablo". Bajo este aspecto no hay nadie que sea igual. Pero en el caso de los seres humanos, como sus propiedades están sujetas a cambios, también cambian los nombres según dice la Escritura. Cuando cambió la cualidad de "Abram" (Gn 17,5) se le llamó "Abraham" (Gn 17,5). Cuando cambió "Simón" se le llamo "Pedro" (Mc 3,16; Jn 1,42). Cuando "Saulo" dejó de perseguir a Cristo se llamó "Pablo" (Hech 13,9). En el caso de Dios, que no cambia nunca pues permanece siempre el mismo, no hay más que un nombre, aquel con que se le designa en el Éxodo: "Yo soy" (Ex 3,14) o algo equivalente. Todos imaginamos algo sobre Dios y nos formamos ciertas ideas de él, pero no todos entendemos lo que es. Son escasos y, valga la expresión, menos que escasos, los que piensan comprender plenamente su santidad. Por consiguiente, se nos enseña que nos hagamos idea de que Dios es santo lo cual podemos percibir considerando que es creador, providente, juez; que él es el que escoge y abandona, acoge y rechaza, juzga digno de premio o castigo, según cada cual lo merezca.

3. Por estas y semejantes actuaciones de Dios, por así decir, se manifiesta la característica de lo que yo supongo quiere decir el "nombre" de Dios en las Escrituras. En el Éxodo se dice: "No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios" (Ex 20,7). En el Deuteronomio: "Como lluvia se derrama mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanca lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped. Porque voy a aclamar el nombre del Señor" (Dt 32,2-3). En los Salmos: "Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones" (Sal 45,18). El que aplica la idea de Dios a cosas impropias "toma el nombre de Dios en vano". Pero quien puede expresarse "como lluvia" que halla respuesta cooperativa en quienes lo escuchan produciendo fruto en las almas; el que puede dar alentadoras palabras como "el rocío" produciendo "lluvia mansa" o con muy fuertes aguaceros por medio de provechosas palabras con firme edificación en los oyentes; una persona así puede hacer todo eso gracias al nombre de Dios. Sabe que necesita de él para que todo llegue a su perfección; le invoca para que venga a su lado, pues él es realmente el que proporciona lo dicho anteriormente. Todo el que lo ve claro recordará las realidades divinas más bien que aprenderlas por primera vez, aun cuando piense que alguien se las está enseñando o que por sí mismo descubre los misterios de la religión.

4. El que ora debe atender lo dicho hasta aquí y pedir que sea santificado el nombre de Dios. Así se dice en los Salmos: "Engrandeced al Señor conmigo, ensalcemos su nombre todos juntos" (Sal 34,4). El profeta nos manda que con plena armonía de mente y corazón alcancemos el verdadero y alto conocimiento de las propiedades específicas de Dios. Esto es lo que quiere decir ensalzar "todos juntos" su nombre. Cuando uno participa de la emanación de Dios porque Dios le ha ensalzado y por la victoria de sus enemigos, los cuales no han podido alegrarse de ver al justo caído, entonces éste alaba el verdadero poder de Dios, del que participa. Lo muestra el salmo 30 con las siguientes palabras: "Yo te ensalzo, Señor, porque me has levantado; no dejaste reír de mí a mis enemigos" (Sal 30,1). Uno alaba al Señor cuando dentro de sí le dedica una morada según se expresa en el título del salmo: "Cántico de David para la dedicación de la Casa" (Sal 30).

5. Con respecto al hecho de que "santificado sea tu nombre" y las siguientes peticiones estén en modo imperativo hay que decir que con mucha frecuencia los traductores de los LXX emplearon imperativos en lugar de optativos. Por ejemplo, en los Salmos: "Enmudeced los labios mentirosos, que habláis con insolencia contra el justo" (Sal-31,19) en vez de decir "que callen". Luego: "El alrededor le atrape todo lo que tiene y saquen su fruto los extraños. Ni uno solo le tenga caridad" (Sal 109,11- 12). Se refiere a Judas, pues en todo el salmo se pide que tales cosas le sucedan.

Taciano no tuvo en cuenta que el verbo "hágase" en modo imperativo no siempre significa deseo. Y a veces por su forma ha de entenderse en imperativo. Por lo cual, sacó las conclusiones más impías sobre el versículo en que Dios dice: "Que haya luz" (Gn 1,3). Supone que Dios desea haya luz en vez de dar a entender que lo mandó. "Por eso" afirma Taciano con sus ideas impías que "Dios estaba en tinieblas". Tengo que preguntarle cómo hemos de entender estas frases: "Brote de la tierra verdor; hierbas de semilla y árboles frutales" (Gn 1,11) "Júntense las aguas de debajo del cielo en una sola masa" (Gn 1,9). "Bullan las aguas de bichos vivientes" (Gn 1,20). "Produzca la tierra seres vivientes" (Gn 1,24). Debemos concluir que Dios ruega porque "se junten las aguas que hay bajo los cielos" para que él pudiera asentarse en base sólida, o ¿que la "tierra produzca" para disfrutar de sus frutos? ¿qué necesidad tiene él de peces, pájaros, animales, y de luz para tener que pedirlos?

Y si en el caso de Dios es absurdo que él tenga que pedirlo, las formas de los verbos han de ser imperativas. Con mayor razón tenemos que decir lo mismo de la expresión "hágase la luz", que ha de estar en imperativo, no en optativo.

Me ha parecido necesario al tratar de la oración dominical aclarar la cuestión de los imperativos y recordar las diferentes interpretaciones de Taciano, quien, con sus impías enseñanzas, ha seducido a algunos que nosotros también hemos encontrado.

c) VENGA TU REINO

25. El reino de Dios

1. El reino de Dios, según palabras de nuestro Señor y salvador, "viene sin dejarse sentir. No dirán: 'Vedlo aquí o allí' sino que el reino de Dios está ya entre vosotros" (Lc 17,20-21) "Porque la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica" (Dt 30,14; Rm 10,8). Según esto, es claro que quien ora lo hace para que el reino de Dios nazca dentro de él, lleve fruto y se perfeccione. Porque toda persona santa es guiada por Dios, cumple sus leyes espirituales y permanece en sí mismo como en ciudad bien ordenada. Presente en él está el Padre y reina con el Hijo en aquel alma perfecta, según el versículo un poquito antes citado: "Y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23; Mt 13,23; Mc 4,20; Lc 8,15). Pienso que ha de entenderse por reino de Dios el bienestar espiritual de la mente que regula y ordena los sabios pensamientos. El reino de Cristo consiste en las sabias palabras dirigidas a quienes escuchan y en las buenas obras y otras virtudes que llevan a cabo. Porque el Hijo de Dios es para nosotros sabiduría y justicia" (1Cor 1,30). El pecador, en cambio, está bajo la tiranía del príncipe de este mundo (1Cor 2,6. 8; 2Cor 4,4). Todo pecador se hace amigo de este mundo, porque no se entrega a aquel "que se entregó a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este perverso mundo conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre", como se dice en la Carta a los gálatas (Ga 1,4). Quien libremente se somete a la tiranía del príncipe de este mundo está dominado por el pecado. Por lo cual, Pablo nos pide que no permanezcamos más en pecado, pues nos esclaviza. Nos amonesta en los siguientes términos: "No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias" (Rm 6,12).

2. Con relación a las dos peticiones "santificado sea tu nombre" y "venga tu reino" dirá alguno que si llega el momento en que su oración es escuchada, según queda dicho, habrá llegado el tiempo en que sea santificado el nombre de Dios y, por tanto, habrá llegado su reino. Si esto sucede, ¿cómo podrá continuar pidiendo razonablemente por lo que ya está presente como si aún estuviese ausente y seguir diciendo "santificado sea tu nombre, venga tu Reino"? A esto se responde. Quien pide "palabras de ciencia o palabras de sabiduría" (1Cor 12,8) siempre lo pide con rectitud, pues siendo escuchado acrecentará su sabiduría y ciencia. Pero conocerá "en parte" solamente por mucho que pueda conseguir en la vida presente. Y lo perfecto, que hace desaparecer "lo que es en parte" aparecerá "entonces" cuando la mente contemple "cara a cara" las realidades inteligibles por encima de las percepciones sensibles (1Cor 13,9-12). De igual modo ninguno de nosotros podrá lograr que sea santificado el nombre de Dios y que venga su reino mientras no alcance la perfección del conocimiento y sabiduría, y probablemente de otras virtudes también.

Nos hallamos en camino de perfección siempre que "olvidando lo que está detrás nos lanzamos a lo que está por delante" (Flp 3,14). A medida que progresamos alcanzaremos la cima del reino de Dios cumpliéndose la palabra del apóstol: "Cuando Cristo entregue a Dios Padre el Reino... para que Dios sea todo en todo" (1Cor 15,24-28). Por lo cual oremos "sin cesar" (1 Tes 5,17) como divinizados por el Verbo y digamos a nuestro Padre que está en el cielo: "Santificado sea tu nombre, venga tu reino".

3. Aclaremos un punto sobre el reino de Dios. Como no hay "relación entre la justicia y la iniquidad, ni entre la luz y las tinieblas, ni armonía entre Cristo y Belial" (2Cor 6,14-15) no pueden darse en el mismo sujeto reino de Dios y reino del pecado. Por tanto, si queremos que Dios reine en nosotros, no reine en modo alguno el pecado en nuestro cuerpo mortal" (Rm 6,12) ni sigamos sus preceptos cuando llama a nuestra alma para obras de la carne y cosas contrarias a Dios. Antes bien "mortifiquemos nuestros miembros terrenos" (Col 3,5) y produzcamos frutos del Espíritu (Ga 5,22; Jn 15,8. 16) para que el Señor se pasee dentro de nosotros, como si en realidad fuésemos un paraíso espiritual (Gn 3,8; 2Cor 6,16). Reine él solo sobre nosotros con su Cristo entronizado en el alma a la derecha del poder espiritual que deseamos alcanzar. Allí reine hasta que todos sus enemigos lleguen a ser escabel de sus pies. Desaparezcan sus enemigos con su autoridad y poder (1Cor 15,24; Mt 26,64; Mc 14,62; Lc 22,69; Sal 110,1; Is 66,1). Esto puede suceder en cada uno de nosotros llegando a destruir el último enemigo que es la muerte, para que Cristo pueda decir en nosotros: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?" (1Cor 15,26. 55). Que lo corruptible en nosotros se vista de "incorruptibilidad". "Que este ser mortal se revista de inmortalidad" (1Cor 15,53-54) para que reinando Dios en nosotros participemos de los bienes de la "regeneración y resurrección" (Mt 19,28).

d) HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

26. En la tierra como en el cielo

1. Lucas, después de "venga tu reino" omite esta petición y pone la siguiente: "Danos cada día nuestro pan sustancial" (Lc 11,3). Examinemos la petición que se halla solo en Mateo, conforme al comentario que venimos haciendo. Mientras estemos en la tierra los que oramos y como entendemos que en el cielo cumplen la voluntad de Dios todos los que allí están, pidamos que nosotros en la tierra hagamos la voluntad de Dios como la cumplen ellos en el cielo. Esto es verdad si no hacernos nada contra su voluntad. Y cuando nosotros "en la tierra" cumplimos la voluntad de Dios como ellos "en el cielo" entonces heredaremos el reino de los cielos (Mt 25,34) habiéndonos hecho semejantes a los que están en el cielo, pues, como ellos, llevamos la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49). Los que nos sucedan podrán hacerse semejantes a nosotros que ya habremos llegado "a los cielos".

2. Las palabras "en la tierra como en el cielo". Que se encuentran sólo en Mateo, pueden también aplicarse a las demás peticiones, pues esto es lo que se nos manda en la oración. Santificado sea tu nombre así en la tierra como en el cielo. Venga tu reino así en la tierra como en el cielo. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Los que están en el cielo han santificado el nombre de Dios, el reino de Dios ya está en ellos y ellos cumplen la voluntad de Dios. Todo esto que todavía no tenemos los que estamos en la tierra puede ser nuestro si merecemos que Dios nos escuche cuando lo pedimos.

3. Quizás alguno pregunte sobre "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo" y diga: ¿Cómo es posible cumplir la voluntad de Dios en el cielo donde hay "espíritus malignos" (Ef 6,12), lo cual explica que la "espada del Señor esté llena de sangre"? (Is 34,6). Si pedimos que se cumpla la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo ¿no estaremos pidiendo sin darnos cuenta que los espíritus del mal permanezcan en la tierra adonde han bajado del cielo? Hay muchos espíritus malos en la tierra debido a los espíritus del mal, vencedores "que están en las alturas" (Ef 6,12).

Alguno quizás interprete alegóricamente la palabra cielo identificándola con Cristo. Asimismo la tierra con la Iglesia. ¿Quién, realmente, merece como Cristo ser "trono" del Padre?, qué hay más adecuado que la iglesia para ser el "escabel de sus pies"? (Hb 1,8; Sal 45,7; Hech 7,49; Is 66,1; 23,4). De este modo resolverá fácilmente la cuestión planteada diciendo que todos los miembros de la Iglesia han de orar para disponerse a cumplir la voluntad del Padre (Jn 4,34) llevándola a perfecto cumplimiento. Porque quien esté unido a él puede hacerse un espíritu con él (1Cor 6,17) y hacer su voluntad de manera que se cumpla en la tierra con la misma perfección que en el cielo. Pues, como dice san Pablo, "el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él" (1Cor 6,-17). Creo que quien comprenda bien esta interpretación no la despreciará fácilmente.

4. Pero si alguno la contradice que la compare con el pasaje final de san Mateo cuando, después de la resurrección, dice el Señor a los once discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18). Teniendo ya autoridad sobre lo que hay en el cielo, él dice que le ha sido dada también autoridad en la tierra. Porque el Verbo había iluminado antes lo que está en el cielo mientras que "al fin de los tiempos" cuando las cosas de este mundo lleguen a ser perfectas como las del cielo, a ejemplo de la transformación obrada en el Salvador por la autoridad dada al Hijo de Dios. Por tanto, podemos concluir que, por la oración, quiere a sus discípulos colaboradores ante el Padre para que, como las cosas del cielo están sometidas a la verdad y al Verbo, el Señor perfeccione las cosas de la tierra con la potestad recibida tanto en la tierra como en el cielo y llevar todo a la perfección bendita de las cosas sometidas a su poder.

A la luz de esto, quien desea que el cielo sea el salvador y tierra la iglesia, y dice que el cielo es el primogénito de toda la creación (Col 1,15) en quien descansa el Padre como en su trono, hallará que es el hombre Dios con su poder divino, habiéndose humillado por haberse hecho obediente hasta la muerte (Flp 2,8) quien dijo después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18). Porque la humanidad del Salvador recibió autoridad sobre las cosas del cielo, que pertenecen al Unigénito. El Unigénito las comunica a la humanidad del Salvador por estar incorporada a la divinidad.

5. Queda por resolver la segunda dificultad: ¿cómo puede cumplirse la voluntad de Dios en el cielo cuando los espíritus malignos que están en las alturas celestes (Li 6,12) luchan contra los que están en la tierra? La dificultad puede resolverse de este modo. El que tiene su ciudadanía en el cielo (Flp 3,20) aunque esté todavía en la tierra atesora en el cielo (Mt 6,20; Lc 12,34), tiene su corazón en el cielo y lleva la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49). Una persona así ya no es terrenal. No es cuestión de lugar sino de voluntad libre; no pertenece a este mundo inferior sino al celestial, mejor que el de aquí abajo. De igual modo, los espíritus malignos que viven en lugares celestes (Ef 6,12) tienen ciudadanía en la tierra y, por cuanto combaten contra los hombres, atesoran en la tierra (Mt 6,19). Llevan la imagen del hombre terreno (1Cor 15,49), que es la obra maestra de Dios" (Job 40,19) creada para escarnio de los ángeles. Tales espíritus no son celestiales ni habitan en lugares celestes pues tienen tan mala disposición. Por tanto, cuando se dice: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" no debemos suponer que los espíritus malos están en el cielo, puesto que por su propia decisión han caído con el que "cayó del cielo como un rayo" (Lc 10,18).

6. Cuando nuestro Salvador dice que debemos pedir porque se cumpla la voluntad del Padre en la tierra como en el cielo no está mandando solamente orar para que sean como los del cielo quienes están en un lugar de la tierra. Más bien Dios manda orar porque quiere que todo lo que hay en la "tierra", es decir, las cosas más bajas y sus afines se hagan como las más dignas que tienen su ciudadanía en el cielo (Flp 3,20), las ya transformadas en "celestiales". Porque el pecador es "tierra" dondequiera se encuentre y terreno será si no se arrepiente (Gn 3,19). Pero el que cumple la voluntad de Dios y no desacata sus saludables leyes espirituales es "cielo".

Si, pues, somos tierra por el pecado, oremos para que también la voluntad de Dios nos disponga al arrepentimiento como transformó a los que nos han precedido y ahora son "cielo". Y si el Señor nos reconoce ya "cielo" y no "tierra" pidamos que la voluntad de Dios llegue a plenitud en la tierra como en el cielo. Quiero decir que la gente más baja se transforme de tierra en cielo, por así decir, para que en adelante no sean terrenales sino celestiales. Porque si la voluntad de Dios se cumple en la tierra como en el cielo, entendiéndolo como he dicho, entonces la tierra ya no es tierra. Lo diré más claro valiéndome de un ejemplo. Si la voluntad de Dios se cumple en el limpio corazón como en el impuro, el impuro se hará limpio de corazón. Y si la voluntad de Dios se cumple en los justos y en los injustos, los injustos se habrán transformado en justos. Por eso, si se cumple la voluntad de Dios "en la tierra" como "en el cielo" todos vendremos a ser "cielo". La carne de nada sirve para el cielo ni su aliada la sangre. "No pueden heredar el reino de los cielos" (Jn 6,63; 1Cor 6,9-10; 15,50). Pero serán escogidos para heredarlo si se transforman en la carne, tierra, polvo y sangre de los seres celestiales.

e) DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

27. Nuestro pan sustancial

1. En la versión de Lucas "danos cada día nuestro pan sustancial". Como algunos piensan que esta petición se refiere al pan material, justo es refutar su opinión y aclarar la verdad sobre "el pan de cada día". Hay que decirles: ¿cómo aquel que nos manda pedir cosas grandes y celestiales puede mandarnos pedir pan para el cuerpo, lo cual no es ni grande ni celestial? Parece como si se hubiese olvidado de sus enseñanzas y nos mandase presentar súplicas al Padre por algo terreno y sin importancia.

2. Siguiendo al maestro mismo, expondré lo que él enseña claramente sobre el pan. En el Evangelio de Juan dice a los que fueron a buscarle a Cafarnaún: "En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto señales sino porque habéis visto los panes y os habéis saciado" (Jn 6,26). El que come hasta saciarse de "los panes" que Jesús bendijo busca comprender mejor al Hijo de Dios y se apresura por ir hacia él. Por eso, mandó: "Obrad no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre" (Jn 6,27).

Los que lo oyeron preguntaban: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?". Y Jesús les respondió: "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado" (Jn 6,28-29). "Envió su palabra para sanarlos" (Sal 107,20) como está escrito en los salmos refiriéndose claramente a los enfermos. Los que creen en el Verbo "hacen obras de Dios" que son alimento para la vida eterna. Y él dijo: "Mi padre es el que da verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo" (Jn 6,32-33). El verdadero pan es aquel que nutre al hombre verdadero, hecho a imagen de Dios; y el que es alimentado por este pan se hará a imagen y semejanza del Creador (Gn 1,26-27; Col 3,9-10). ¿Qué puede alimentar al alma más que el Verbo o qué hay más valioso que la sabiduría del Verbo para la mente del que lo entiende? ¿qué puede convenir a la naturaleza racional mejor que la verdad?

3. Si alguien objeta a esto diciendo que Cristo no nos habría enseñado a pedir "el pan de cada día" si hubiera querido decir algo distinto del pan terreno, sepa que en el Evangelio de san Juan habla de diferente pan, como distinto de sí, y otras veces identificándose con ello. Ejemplo de lo primero es: "Moisés no os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo" (Jn 6,32). Ejemplo de que estaba identificando el pan consigo mismo es la respuesta dada a los que le dijeron: "Danos siempre de ese pan". Les dijo Jesús: "Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá nunca sed". Y un poco más adelante: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).

4. Todo alimento se llama "pan" en la Escritura, como se ve claro por los escritos de Moisés: "Estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua" (Dt 9,9). Múltiple y variada es la palabra nutritiva, pues no todos pueden alimentarse con la solidez de las divinas enseñanzas. Por eso, cuando Cristo quiere ofrecer alimento de atletas, propio para los más perfectos, dice: "El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51). Y un poquito más adelante: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me- come vivirá por mí" (Jn 6,53-57). Este "verdadero alimento" es la "carne" de Cristo, que existiendo como Verbo se hizo carne conforme a la expresión: "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). Y también vive en nosotros cuando le comemos y bebemos (Jn 1,14). Y cuando es repartido (Jn 6,11) se cumplen las palabras: "Hemos visto su gloria" (Jn 1,14). "Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,58).

5. Y Pablo, hablando a los corintios como "niños" y como gente que se comporta de modo vulgar (1Cor 3,1) dice: "Os alimenté con leche no con alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar; ni aún lo soportáis al presente, pues sois carnales" (1Cor 3,2-3). A los hebreos dice: "Tenéis necesidad de leche en lugar de manjar sólido. Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia, porque es niño. En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que por la costumbre tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal" (Hb 5,12-14). Pienso que las palabras "uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras" (Rm 14,2) se refieren ante todo a las palabras de Dios que alimentan el alma. No se refieren al alimento del cuerpo. El más fiel y perfecto puede participar en todo, como indican las palabras "uno cree poder comer de todo". Pero el otro que es más débil y menos perfecto se contenga con las enseñanzas más elementales que no le dan mucha fuerza, según lo expresa Pablo con las siguiente palabras: "El hombre enfermizo come solamente vegetales".

6. Me parece que Salomón enseña lo mismo en los Proverbios: el que por sus cortos conocimientos no puede entender las más vigorosas y elevadas enseñanzas pero se mantiene fiel en sus convicciones es mejor que otro inteligente y agudo, apto para captar estos temas con mayor profundidad pero que no ve claramente el valor de la paz y concordia universal. Dice así: "Más vale un plato de legumbre con cariño que un buey cebado con odio" (Prov 15,17). Con frecuencia una comida ordinaria y sencilla dada de buena gana, cuando nos invitan los que no pueden ofrecernos nada más, la preferimos a explicaciones sublimes y altisonantes contra el conocimiento de Dios (1Cor 10,5) y proclamando con despliegue de elocuencia doctrinas contrarias a la ley y los profetas que nos dio el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Mt 5,17; 7,12; 22,40; Lc 16,16).

Por consiguiente, para no enfermar por falta de alimento del alma o morir por hambre de la Palabra del Señor (Am 8,11; Rm 14,8; Ga 2,19) pidamos al Padre nos dé el "pan vivo", que eso quiere decir el "pan de cada día". Sigamos las enseñanzas de nuestro Salvador creyendo y viviendo más dignamente.

7. Consideremos ahora lo que significa "cada día" (epioú- siorí). Debemos conocer ante todo que la expresión "de cada día" no la emplean ni los griegos ni los sabios, ni es de uso frecuente entre las gentes. Parece más bien haber tenido origen en los Evangelios. Al menos Mateo y Lucas lo usan en igual sentido. Los que han traducido del hebreo las Escrituras lo han hecho igual en otros casos. ¿Qué griego ha usado jamás las formas "meter en los oídos" o "dar a oír" (enotizo akoutisthei) en vez de "escuchar" y "oír"? (Job 33,1; 31,34; 16,37; Is 1,2). Algo parecido a la expresión "de cada día" es lo que escribió Moisés cuando dice Dios: "Seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos" (Ex 19,5-ó). Me parece que estos dos términos se han formado de "ser" (ousa = sustancia). Lo referente al pan porque va unido a "ser", y lo otro porque significa al pueblo que habita en torno al "ser" y participa de él.

8. Los que opinan que sustancia (hypóstasis) principalmente se refiere a las realidades incorpóreas, lo refieren al "ser" en su sentido estricto, inmaterial, esencial, que no admite ni más ni menos, ni sufre pérdida alguna. Crecer o menguar es propiedad de los cuerpos sujetos a crecimiento o disminución, porque son corruptibles y necesitan de algo que les sirva de apoyo y nutrición. Crecen cuando hay más entrada que salidas, disminuyen cuando hay más salidas que entradas. Y cuando hay algo que no recibe nada está, por así decir, en estado de disminución absoluta.

Quienes piensan que "el ser" se refiere ante todo a lo material y secundariamente a lo incorpóreo dan las siguientes definiciones de "ser": materia prima (hylé) de la que están hechas todas las cosas, materia de los cuerpos o de la que éstos proceden y materia de lo que se llame "ser". Se plantean este dilema: o dicen que sustancia es primer sustrato, carente de cualidad, existente antes de cualquier ser..., o recibe todos los cambios y alteraciones mientras que el ser por definición permanece idéntico e invariable, subyacente a todo cambio o alteración. Según tales señores, por definición el ser no tiene cualidad ni figura ni medida determinada; es como el lugar donde todas las cualidades tienen asiento. Dicen que el ser, por definición, no participa de ninguna de estas cosas pero que es inseparable de ellas en cuanto potencia o capacidad de recibir cualquier energía o acto causado por la forma que lo alcance. Por su propio vigor de ser lo invade todo viniendo a ser causa de las cualidades y circunstancias concomitantes. Dicen también que el ser es intercambiable y divisible de manera que mezclándose con otra sustancia sigue siendo una unidad.

9. Discurriendo sobre el "ser sustancia" con motivo del pan "de cada día" y de la gente que lo quiere poseer, concluimos que se pueden distinguir sustancias diferentes. Por lo dicho anteriormente queda demostrado que hemos de pedir el pan espiritual. Se deduce, pues, que sustancia y pan han de entenderse idénticos. El pan corporal que se da a la persona para alimentarse se identifica con ella. Así también "el pan vivo bajado del cielo" dado al alma y al espíritu comunica su poder a la persona que se alimenta con ello. De este modo el pan que pedimos será "de cada día" en el sentido de que ha de ser "para nuestra sustancia", pan sustancial.

La persona al nutrirse se robustece de distinto modo según sea la calidad del alimento: sólido y adecuado para atletas, o a base de leche y vegetales. Eso sucede con la palabra de Dios, que se da como leche y vegetales a niños y enfermos o como carne para los que combaten. Cada cual se nutre en la medida en que se dispone a sí mismo a recibir el poder de la palabra, pudiendo en grado distinto hacer cosas diferentes y viniendo a ser diferente clase de personas. Naturalmente, también hay alimentos venenosos, otros que causan enfermedades, y algunos que no pueden distribuirse. Esto hace referencia analógica a las diferentes clases de doctrinas que se suponen nutritivas. Por tanto, "el pan de cada día", que es "pan para la sustancia", corresponde más de cerca a la naturaleza racional y está emparentado con lo más íntimo del propio ser. Al mismo tiempo proporciona salud, energía y fortaleza del alma. Y como el Verbo de Dios es inmortal comparte su propia inmortalidad con quien le come.

10. A este "pan de cada día para nuestra sustancia" me parece que se le da también otro nombre en la Escritura: "árbol de vida", porque quien alarga su mano y lo recibe "vivirá para siempre" (Gn 3,22). Como tercer nombre se le puede llamar con Salomón "sabiduría de Dios". El texto dice: "Es árbol de vida para los que a ella están asidos; felices son los que la abrazan" (Prov 3,18). Y como los ángeles se alimentan de la sabiduría de Dios y de su contemplación reciben la fuerza para cumplir sus tareas específicas, se dice en los salmos que los ángeles también se alimentan, mientras que el pueblo de Dios o "hebreos" comparten con los ángeles. Como si lo fueran están invitados al banquete de ellos. Así lo dice el salmo: "Pan de ángeles comió el hombre" (Sal 78,25). Ciertamente, no somos tan cortos de inteligencia como para pensar que los ángeles se nutren participando siempre de una especie de pan material como se nos dice que cayó del cielo para los que habían salido de Egipto. Ni que éste fue el pan que los hebreos compartieron con los ángeles, espíritus que sirven a Dios.

11. No está fuera de lugar que al discurrir sobre el "pan de cada día para nuestra sustancia", árbol de la vida, sabiduría de Dios y alimento que comparten hombres santos y ángeles, notemos también el pasaje del Génesis sobre los tres hombres que recibió Abrahán y participaron de las tres medidas amasadas de flor de harina, cocidas sobre las brasas (Gn 18,2). Tal vez estas cosas fueron escritas para entenderlas en sentido figurado, pues los santos pueden a veces compartir el alimento espiritual y racional no sólo con hombres sino con los poderes divinos, para provecho suyo o para mostrar que les ha sido otorgado poder de adquirir tan gran alimento. Se alegran los ángeles y se alimentan con tal manifestación. Se disponen a prestar su ayuda por todos los medios y a inspirarles con más elevadas doctrinas de aquel que alegra y, por así decirlo, les alimenta con doctrina previamente preparada. Nada de extraño que el hombre alimente a los ángeles cuando el mismo Cristo dice que "está a la puerta y llama" (Ap 3,20) hasta entrar donde le abren y comer con él lo que haya. Después, conforme a su poder de Hijo de Dios, compartirá sus propios alimentos con el que los haya recibido.

12. Quien participa del "pan de cada día para la propia sustancia" se fortalece en su corazón y viene a ser hijo de Dios (Sal 104,15; Sant 5,8; 1Tes 3,13). Pero el que come con "el dragón" no es más que un "etíope" espiritual transformado en serpiente por "los lazos del dragón" (Sal 74,13-14; Ap 12,3-17; 13,2. 4. 11; 16,13; 20,2). De modo que aun cuando diga que quiere bautizarse oirá al Verbo que le reprocha: "¡Serpientes, raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?" (Mt 3,7; Lc 3,7). Con respecto al cuerpo del dragón que comieron los etíopes, dice David: "Tú hendiste el mar con tu poder, quebraste las cabezas de los monstruos en las aguas; tú machacaste las cabezas del Leviatán y las hiciste pasto de las fieras" (Sal 74,13-14).

Puesto que el Hijo de Dios existe por esencia y también el adversario; si de hecho cada uno es alimento para su correspondiente grupo de personas ¿por qué dudaremos en aceptar que todos los poderes más nobles o inferiores y asimismo los hombres pueden alimentarse de estas cosas?

San Pedro iba a compartir su amistad con el centurión Cornelio y los reunidos con él en Cesárea; luego comunicando la palabra de Dios a los gentiles. Entonces vio un "gran lienzo" atado por las cuatro puntas, que bajaba del cielo; en él había toda clase de cuadrúpedos, reptiles de la tierra (Hech 10,11-12). Y cuando le fue dicho: "levántate, mata", él rehusó diciendo: "Jamás he comido nada profano e impuro" (Hech 10,14). Pero le reprendió la voz: "Lo que Dios ha purificado no lo llames tu profano" (Hech 10,15; 11,9). Seguramente, pues, los alimentos puros o impuros, conforme a la ley de Moisés, distinción hecha según una gran variedad de animales, dice relación a las costumbres de seres racionales. La ley enseña que hay alimentos buenos para nosotros, pero no todos hasta que Dios los purificó haciéndolos aptos (Mt 13,47).

13. Si esto es cierto y hay tal diferencia de alimentos, uno destaca entre todos: "nuestro pan sustancia de cada día". Hay que orar para ser digno de él y que, alimentados por el Verbo que estaba con Dios ya en el principio (Jn 1,1) nos divinicemos. Pero dirían algunos que el epioúsion ("nuestro pan sustancial de cada día") se compone de "venir sobre" (epieinai) de manera que se nos manda pedir el pan propio de nuestro futuro para que Dios nos lo de ahora anticipado. En consecuencia, el pan que nos será dado "mañana", por así decir, nos es anticipado "hoy", ya que el "hoy" significa el presente y "mañana" el mundo que ha de venir. Sin embargo, a mi juicio es mejor la primera interpretación.

Examinemos ahora la cuestión referente al "hoy" que añade Mateo y al "cada día" de Lucas. Se acostumbra en las Escrituras llamar con frecuencia "hoy" a toda época. Por ejemplo, "es el padre de los moabitas hasta hoy" (Gn 19,37) y "es el padre de los ammonitas hasta hoy" (Gn 19,38). "Y se corrió ese rumor entre los judíos hasta hoy" (Mt 28,15. En los Salmos "Ojalá oyerais hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95,7). Ejemplo muy claro se encuentra en el libro de Josué: "Si dejáis hoy de seguir al Señor es que os estáis rebelando hoy contra él" (Jos 22,18). Si "hoy" equivale a decir todo el siglo, quizás "ayer" signifique la época precedente. Sostengo la hipótesis de que así se ha de entender en los Salmos y en la Carta de Pablo a los hebreos. Se dice en los Salmos: "Mil años son a tus ojos como un día, un ayer que se va, una vigilia en la noche" (Sal 90,4). Tal vez sea éste el célebre milenio, idéntico al "ayer" y distinto del "hoy". En la carta del apóstol está escrito: "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre" (Hb 13,8). Nada de extraño que Dios vea toda una época como uno solo de nuestros días, y aun menos a sus ojos.

14. También debemos examinar si las palabras escritas sobre fiestas o festivales públicos que tuvieron lugar según días o meses, estaciones o años, se refieren a siglos (Ga 4,10). Porque si la ley proyecta su "sombra" en las cosas venideras (Hb 10,1) es necesario que muchos sábados sean "sombra" de muchos días y que los novilunios se fijen por intervalos de tiempo y se cumplan coincidiendo con no sé qué lunas y sol. Y si el primer mes y los días entre el diez y el catorce, y la fiesta de los ácimos desde el catorce al veintiuno (Ex 12,2. 3. 6. 15. 18) tienen una "sombra de mundo venidero", ¿quién es suficientemente sabio (Os 14,10) y tan amigo de Dios (Sant 2,23) que vea el primero de muchos meses y el décimo día y los demás?

Y ¿qué voy a decir de la fiesta de las siete semanas (Dt 16,9) y del séptimo mes cuyo día de la luna nueva se anuncia con trompetas y el décimo es el día de la expiación? (Lv 16,29; 23,24 y 27-28). Dios conoce estas cosas y por eso dio sus leyes. ¿Quién conoce con profundidad la mente de Cristo hasta el punto de comprender el sentido de los siete años en que los siervos hebreos obtenían la libertad, se perdonaban las deudas y quedaba de barbecho la tierra santa? (Ex 2,1-2; Lv 25,4-7; Dt 15,1-3). Hay una fiesta más importante aún que la de cada siete años o jubileo (Lv 25,8; 27,17). Pero nadie alcanza a tener idea clara de cuán grande sea esta fiesta y que en ella se cumplen verdaderas leyes. Lo entienden quienes hayan contemplado el plan del Padre disponiendo todas las edades conforme a sus inescrutables designios y caminos inexplorables (Rm 11,33).

15. Comparando los textos del apóstol me he quedado perplejo sobre cómo éste sea el "fin de los tiempos" en que Jesús "ha aparecido de una vez para siempre a fin de acabar con el pecado" si a este tiempo han de suceder otros siglos. Textualmente dice: "Se ha manifestado ahora de una sola vez en la plenitud de los tiempos para la destrucción del pecado mediante el sacrificio de sí mismo" (Hb 9,26). En Carta a los Efesios: "A fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia por su bondad para con nosotros" (Ef 2,7). Permitiéndome discurrir sobre este laberinto pienso de este modo: un año termina con su último mes y sigue luego el comienzo de otro. Así tal vez cuando muchas edades se hayan concluido, como si fuese un año de edades, por decirlo así, al final de la era presente vendrán otras cuyo principio se dice el mundo venidero. En ese mundo futuro mostrará Dios las riquezas "de gracia por su bondad", puesto que el mayor pecador que haya blasfemado contra el Espíritu Santo y que haya estado en pecado desde el inicio hasta el fin de su vida en el tiempo presente, después, en la época venidera será puesto en orden, yo no sé cómo.

16. Supongamos que alguno ve estas cosas y comprende lo que es una semana de siglos. Todo está enfocado al santo descanso sabático, habiendo entendido también un mes de siglos, santo novilunio de Dios. Si imagina un año de edades ha de contemplar también las fiestas del año en que todo varón se presentará delante del Señor Dios (Dt 16,16; Col 2,16). Si alcanza a los años de los grandes siglos correspondientes, comprenderá el santo año séptimo y las siete semanas de septenarios.

En consecuencia lógica de esta prolongada meditación cantamos himnos de alabanza a aquél que dio tan grandes leyes. ¿Cómo puede tal persona pensar que la mínima porción de una hora en una día de épocas tan grandes tiene poca importancia? ¿cómo va a dejar de hacer todo lo que puede para que, después de la preparación en este mundo merezca alcanzar "nuestro pan sustancial de cada día" en el tiempo llamado "hoy" o "de la vida"? Después de la precedente exposición ya se entiende lo que significa "cada día". Como Dios vive por infinidad de infinidades, el que pide a Dios no sólo "hoy" sino "cada día" llegará a alcanzarlo de "aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" (Ef 3,20). Si se me permite hablar hiperbólicamente, diré que alcanzará aún más de "lo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni al corazón del hombre llegó" (1Cor 2,9).

17. Me ha parecido necesario discurrir sobre el "hoy" y "cada día" para que entendamos cuando pedimos a Dios el pan de "cada día". Profundizamos nuestra reflexión preguntándonos sobre la palabra "nuestro" que pone Lucas. Según esto, no se dice "danos hoy nuestro pan sustancial" sino "nuestro pan sustancial dánosle cada día". Surge la cuestión de cómo este pan puede ser nuestro, según dice el apóstol: "La vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro" (1Cor 3,22).

f) PERDONA NUESTRAS DEUDAS ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES

28. Nuestras deudas

1. En la versión de Lucas: "Perdona nuestras ofensas porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende". Con relación a las deudas dice el apóstol: "Dad a cada cual lo que se le debe; a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor. Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13,7-9). Estamos en deuda, pues tenemos ciertas responsabilidades no sólo de dar sino también de hablar con amabilidad y de poner en práctica ciertas obras. Más aún, estamos "obligados" a tener buena disposición con los demás. Como estamos adeudados de tantas maneras o pagamos conforme está mandado en la ley de Dios, o, haciendo desprecio al Verbo, no lo pagamos y quedamos en deuda.

2. De igual modo hay que proceder en las deudas para con nuestros hermanos, sean estos regenerados con nosotros en Cristo o porque son hijos del mismo padre y madre que nosotros. Tenemos también deuda con respecto a los ciudadanos y por igual con todos los hombres. En particular con huéspedes y personas de tal edad que pudieron ser nuestros padres; deuda especial con quienes es justo honremos como hijos o hermanos. Así, pues, la persona que no cumple como se debe con el hermano queda en falta por su omisión. Nuestra deuda es mayor cuando dejamos de hacer en bien de los demás lo que nos obliga el Espíritu de sabiduría que ama a los hombres.

Tenemos obligaciones con nosotros mismos y las cosas referentes al cuerpo, no para derrochar a impulsos del amor desordenado. Estamos obligados a cuidarnos mucho del alma: fomentar pensamientos dignos, agudeza de ingenio, decir palabras provechosas, no hirientes o inútiles (Mt 12,3). Siempre que faltamos en cumplir obligaciones que tenemos con nosotros mismos se agrava nuestra deuda.

3. Sobre todo por ser nosotros hechura e imagen de Dios (Ef 2,10) hemos de mantener para con él una disposición de amor que brote del corazón de nuestras fuerzas y de nuestra mente (Mc 12,30; Lc 10,27; Mt 22,37; Dt 6,5). Si no cumplimos esto con perfección quedamos adeudados con Dios pues pecamos contra el Señor. Y en tales circunstancias ¿quién rezará por nosotros? Porque "si un hombre peca contra otro hombre, Dios será el árbitro; pero si el hombre peca contra el Señor ¿quién intercederá por él?" (1Sam 2,25), como dice Eli.

Por habernos comprado Cristo con su sangre le estamos adeudados, como un siervo está adeudado por la cantidad de dinero del que le compró. Estamos también adeudados con el Espíritu Santo "por el que fuimos sellados para el día de la redención" (Ef 4,30). Pagamos esta deuda cuando no le contristamos ni hacemos nada que le ofenda. Lo evitamos cuando él está presente en nosotros dando vida al alma (Jn 15,8; 1 Pe 3,18; 2Cor 3,6). Aunque no conocemos con claridad cuál sea el ángel asignado a cada uno de nosotros "que ve constantemente el rostro del Padre en los cielos" (Mt 18,10), sin embargo, está claro que quien lo considere verá que le somos deudores en algunas cosas. Si es verdad que estamos en un teatro ante el mundo, delante de los ángeles y de los hombres (1Cor 4,9) debemos saber que una persona en el teatro tiene que decir o hacer algunas cosas ante los espectadores. Si no las hiciere se le castiga porque de ese modo ha insultado a todo el teatro. A nosotros, somos deudores a todo el mundo, ángeles y hombres, por las cosas que aprenderíamos, si quisiésemos, de la sabiduría.

4. Viniendo a casos particulares diríamos que una viuda atendida por la Iglesia tiene una deuda; deuda tienen también el diácono y el presbítero. Gravísima es la deuda del obispo, que ha de pagarle al Salvador de toda la Iglesia, quien le sancionará si no la paga (1 Tim 5,3. 16. 17). El apóstol habla de una deuda común al hombre y la mujer cuando dice: "Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer dé igual al marido". Y añade: "No os neguéis el uno al otro" (1Cor 7,3-5).

¿Para qué hablar de todas las deudas que tenemos si el lector puede claramente verlo a través de lo dicho con todas las circunstancias? O nos pondrán presos si las pagamos o quedamos libres pagándolas. De todos modos no pasa una hora del día o de la noche en esta vida sin que tengamos alguna deuda.

5. Uno paga o se niega a pagar, pues en nuestra vida ambas cosas son posibles. Algunos hay que no deben nada a nadie (Rm 13,8). Algunos pagan casi todas las deudas, menos alguna cosilla que les quede, mientras que otros pagan algo y les queda casi todo por pagar.

Algunos no pagan nada sino que todo lo deben. Sin embargo, aun la persona que todo lo paga, sin quedar a deber nada, necesita del perdón por las deudas que tuvo anteriormente. El que de veras se esfuerza en hacerse como éste por algún tiempo a fin de pagar las deudas que le quedaban merece ciertamente perdón. Pero los hechos ilegales impresos en el alma quedan como cargo contra nosotros (Col 2,14). Conforme a esto seremos juzgados, pues son como documentos para ser aducidos cuando todos tengamos que comparecer ante el "tribunal de Cristo para que cada cual reciba conforme a lo que ha hecho" (Rm 14,10; 2Cor 5,10). Se refieren también a estas deudas las palabras de los Proverbios: "No seas de los que chocan la mano y salen fiadores de préstamos, porque si no tienes con qué pagar te tomarán el lecho en que te acuestas" (Prov 22,26-27).

6. Si tantas deudas tenemos con mucha gente, también es cierto que mucha gente tiene deudas con nosotros. Unos nos deben como a hombre, otros como a ciudadanos, otros como a padres o a hijos. Además, como a esposos las esposas y como a amigos los amigos. Pero cuando alguno de nuestros deudores se muestre moroso en pagar lo que nos debe, nos portaremos amablemente con ellos, sin enemistarnos, recordando nuestras propias deudas y con cuanta frecuencia hemos retrasado el pago tanto a los hombres como al mismo Dios. Porque si recordamos las deudas que no hemos pagado por no haber querido cuando tuvimos ocasión de hacer tal o cual cosa por el prójimo, deberíamos ser más amables con los que no nos han pagado lo que nos deben. Esto tiene lugar especialmente si tenemos en cuenta nuestras ofensas contra Dios, y nuestro lenguaje altanero (Sal 73,8) por ignorantes o por circunstancias que nos han sobrevenido.

7. Pero si no queremos mostrarnos amables con nuestros deudores, debemos recordar lo que sucedió al siervo que se negó a perdonar los cien denarios que le debía el compañero. Según la parábola del Evangelio, a él le habían perdonado antes. Por eso, el amo, enojado, le hizo pagar cuanto le había perdonado y le dijo: "No debías tú también compadecerte de tu compañero como yo me compadecí de ti? Y encolerizado su señor le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía" (Mt 18,33-34; 25,26). El Señor hizo la aplicación: "Eso mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mt 18,35). Cierto. Siempre que se arrepientan los que nos hayan ofendido hay que perdonarlos, aunque esto ocurra muchas veces. Está escrito: "Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: 'Me arrepiento', le perdonarás" (Lc 17,3-4). No seamos duros con los que se arrepienten. Son ellos los que se perjudican porque "quien deja la corrección se desprecia a sí mismo; quien escucha la corrección adquiere sensatez" (Prov 15,32).

Hemos de intentar por todos los medios posibles la curación de gente así, aún para las personas totalmente pervertidas, incapaces de reconocer los propios males y ebrios con borrachera más perniciosa que la del vino, aquella que proviene de las tinieblas del mal (Prov 20,1-7; Mt 24,49).

8. Lucas dice: "Perdónanos nuestros pecados", pues todo pecado es consecuencia de nuestras deudas. Dice lo mismo que Mateo, pero no limita el perdón sólo al deudor que se arrepiente. Dice que nuestro salvador nos manda orar de este modo: "Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe" (Lc 11,4).

Todos podemos perdonar a cuantos nos ofenden conforme a la expresión: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12) o la otra: "Porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe". Quien sigue a Cristo y es como los apóstoles, de modo que por los frutos se le conozca (Mt 7,16- 20; Lc 6,44); el que ha recibido al Espíritu Santo haciéndose espiritual, guiado por el Espíritu Santo como hijo de Dios juzga espiritualmente (1Cor 2,14-15; Rm 8,14; Ga 5,18). Uno así perdona lo que Dios perdona y retiene los pecados incurables como los profetas, no hablando con sus propias palabras sino las que Dios quiera (Jn 20,23). Así también sirve a Dios, el único que tiene poder para perdonar.

9. En el Evangelio de Juan las palabras sobre el perdón de los pecados son éstas: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20,22-23). Si alguien tomara estas palabras a la ligera culparía a los apóstoles de no perdonar todo lo perdonable y de retener pecados que Dios tampoco perdonaría.

Un ejemplo tomado de la ley nos ayudará a entender que Dios perdona los pecados a los hombres por medio de los hombres. Se prohibía a los sacerdotes en la ley ofrecer sacrificios por determinados pecados para que la gente obtuviera el perdón deseado. Pues aunque el sacerdote tiene autoridad para ofrecer sacrificios por pecados de inadvertencia o ciertos delitos, sin embargo no ofrece "holocaustos ni sacrificios de oblación" (Sal 40,7) por los pecados de adulterio, homicidio voluntario, o cualquier otra falta grave. De igual modo, los apóstoles y equiparados a ellos, como son los sacerdotes instituidos por el sumo sacerdote, que han recibido conocimiento del poder con que Dios perdona y saben, bajo la inspiración del Espíritu, por qué pecados y cómo hay que ofrecer sacrificios y por cuáles no deben hacerlo. Como procedió el sacerdote Eli cuando supo que sus hijos Ofní y Finés habían pecado. Comprendió que no podía contribuir al perdón de sus pecados, lo reconoció como caso perdido y dijo: "Si un hombre peca contra otro hombre Dios será el árbitro; pero si el hombre peca contra el Señor ¿quién intercederá por él?" (1Sam 2,25).

10. No sé cómo hay algunos que se arrogan poderes por encima de su dignidad sacerdotal. Tal vez por carecer de formación. Alardean de perdonar incluso la idolatría, adulterio y fornicación, suponiendo que todo se perdona con sólo orar por quienes se atrevieron a cometer tan graves pecados. Porque no han leído: "Hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que se pida" (1Jn 5,16). Recordemos aquí el caso de Job, que ofreció sacrificios por sus hijos diciendo: "No sea que mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón" (Job 1,5). Ofreció el sacrificio por dudar si sus hijos habían pecado, y por pecados que no habían sido manifiestos por palabra.

g) Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, MÁS LÍBRANOS DEL MALO

29. ¡Oh Dios, no me abandones!

1. Si el Salvador no nos manda pedir cosas imposibles, me parece justo preguntar por qué se nos ha mandado pedir que no nos deje caer en la tentación, siendo tentación toda la vida del hombre sobre la tierra. Estamos en tentación por el mero hecho de vivir en la tierra, rodeados de la carne que lucha contra el Espíritu, sus apetencias contra Dios, pues no aguanta la sumisión a la ley de Dios (Sant 4,1; 1Pe 2,11; Ga 5,17; Rm 8,7).

2. Job nos enseña que es tentación la vida del hombre sobre la tierra. Dice textualmente: "¿No es una milicia lo que hace el hombre por la tierra?" (Job 7,1). Lo mismo se dice en el Salmo 17: "Pero tú me librarás de la tentación" (Sal 17,30, vers. LXX). No escribió Pablo a los corintios que iban a estar libres de tentaciones sino que Dios no permitiría fueran tentados por encima de sus fuerzas. Dice así: "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1Cor 10,13).

Porque, o luchamos contra la carne que codicia y milita contra el Espíritu (Ef 6,12; Gal 5,17; Sant 4,1; 1Pe 2,11) o contra el principio de toda carne (Lv 17,11), sinónimo de la potencia rectora que habita en el cuerpo y llamamos "corazón". Es lucha que sufre todo el que está sometido a la tentación. El combate tiene lugar con los más fuertes y perfectos atletas, que no luchan "contra la carne y la sangre sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6,12). No son meramente humanas las tentaciones que sufren estos atletas. Incluso estos héroes. Todos estamos sujetos a la tentación.

3. ¿Cómo es eso de que nuestro Salvador nos mande orar para no caer en la tentación, cuando Dios tienta a todos de igual manera? Judit dijo a los ancianos de su tiempo y a cuantos leen su libro: "Recordad lo que hizo con Abrahán, las pruebas porque quiso pasar a Isaac, lo que aconteció a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando pastoreaba el rebaño de Labán, hermano de su madre. Cómo los puso a ellos en el crisol para sondear sus corazones. Así el Señor nos hiere a nosotros que nos acercamos a él, para amonestarnos, no para castigarnos" (Jdt 8,26). David manifiesta en general lo que sucede a todos los justos diciendo: "Muchas son las desgracias de los justos" (Sal 34,20). El apóstol dice en el Libro de los Hechos: "Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hech 14,22).

4. Muchas gentes que se interesan por la oración no entienden lo de "no nos dejes caer en la tentación". Si no lo entendemos tampoco nosotros, deberíamos decir que los apóstoles oraron y muchas veces no fueron escuchados. ¡Cuántos miles de sufrimientos a lo largo de sus vidas, con muchos trabajos, azotes, prisiones, peligros de muerte! (2Cor 11,23). Pablo recibió de manos de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces fue azotado con varas, una apedreado, tres veces naufragó, un día y una noche estuvo perdido en el mar (2Cor 11,24-25). Fue un hombre con tribulaciones de toda clase, con ansiedades, persecuciones, abatimiento (2Cor 4,8-9). Y a pesar de todo confiesa: "Hasta el presente pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan bendecimos. Si nos persiguen lo soportamos. Si nos difaman respondemos con bondad" (1Cor 4,11-13). Si los apóstoles no tuvieron respuesta a sus oraciones ¿qué esperanza puede tener una persona mucho más insignificante que ellos?

5. Se dice en el Salmo 26: "Escrútame, Señor, ponme a prueba, pasa a crisol mi conciencia y mi corazón" (Sal 26,2). Quizás alguno sin analizar con detenimiento el contenido del precepto del Salvador pueda suponer razonablemente que este versículo del Salmo está en contradicción con lo que nuestro Señor enseñó sobre la oración. Pero ¿quién ha supuesto jamás que estaría libre de tentaciones llevando sólo cuenta de los que él conoció? ¿cuándo será el tiempo en que no haya que luchar para mantenerse sin pecado?

¿Es alguno pobre? Tenga cuidado "no se dé al robo e injurie el nombre del Señor" (Prov 30,9) ¿Es rico? Que no se engría porque puede engañarse y llegar a decir: "¿Quién me ve?" (ibid.). En verdad, ni siquiera Pablo, "rico en todo palabra y en todo conocimiento" (1Cor 1,5) estuvo exento del peligro de pecar y de enorgullecerse por ello; le fue dado "un ángel de Satanás que le abofeteara para no engreírse" (2Cor 12,7). Incluso si alguien tiene conciencia tranquila y se mantiene alejado del mal lea lo que se dice de Ezequías en el segundo libro de las Crónicas: "Se ensoberbeció en su corazón" (2 Crón 32,25).

6. Por no haber hablado apenas de la pobreza, quizás alguno desdeñe las tentaciones del pobre como si él no las tuviese. Sepan que el Conspirador acecha para destruir al pobre (Sal 37,14), en particular cuando "el pobre no puede resistir a la amenaza" (Prov 13,8). ¿Para qué mencionar casos numerosos de quienes van al lugar de castigo del hombre rico del Evangelio (Lc 16,22-24) por no haber administrado rectamente las riquezas materiales? Y ¿cuántos otros perdieron la esperanza del cielo (Col 1,5) por sobrellevar indignamente la pobreza viviendo en libertinaje y bajezas que "no convienen a los santos"? (Ef 5,3). Ni tampoco los de moderadas pasiones que se hallan en medio de estos extremos de riqueza y pobreza están exentos de pecado.

7. Hay personas rebosantes de salud corporal que, por su vitalidad, piensan estar más allá de cualquier tentación. Pero ¿quiénes son precisamente sino ellos los que destruyen el templo de Dios? (1Cor 3,17). No hay por qué hablar más de esto, pues está a la vista de todo el mundo. ¿Acaso los enfermos se libran de provocaciones para destruir el templo de Dios cuando la misma ociosidad les ofrece ocasiones para consentir en pensamientos impuros? ¿Para qué voy a decir cuántas cosas, además de éstas, le turbarán, si por encima de todo cuidado no guardan el corazón? (Prov 4,23). Hay muchos que bajo el peso del sufrimiento y no sabiendo cómo sobrellevar de buen grado las enfermedades perjudican más al alma que al cuerpo cuando están enfermos. Otros muchos por evitar la deshonra han caído en la humillación eterna, porque se han avergonzado de llevar el glorioso nombre de Cristo.

8. Quizás piense alguno que no tendrá tentaciones cuando le glorifiquen los hombres. Pero ¿cómo podremos ahorrarnos la dura sentencia: "ya recibieron su recompensa"? (Mt 6,2). Esto fue dicho a quienes se complacían en la gloria de las gentes como si esto fuera algo bueno. Podremos librarnos de este reproche. "¿Cómo podéis creer vosotros que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene de sólo Dios?" (Jn 5,44). Y ¿para qué mencionar los pecados de orgullo de quienes se creen de la nobleza? Lo mismo por parte de la sumisión aduladora a los supuestos señores, debida a la ignorancia de los súbditos. Sumisión que aparta de Dios a los que fingen afecto pero en realidad carecen de amor, que es el más noble valor humano.

9. Por eso, como queda dicho, tentación es toda la vida del hombre en la tierra (Job 7,1). Pidamos, pues, vernos libres de la tentación. No puede menos de haber tentación mientras vivamos en este mundo. Lo que pedimos es no sucumbir cuando llegue la prueba. El que no vence cae dentro de la tentación como aprisionado en fuerte malla. El Salvador pasó por estas redes en atención a los que habían caído antes en ellas. Según el Cantar de los Cantares, "mirando por las ventanas" responde a los que antes han quedado presos en la tentación y les dice como a la esposa: "Levántate, amada mía, hermosa mía y vente" (Cant 2,9-10). Para demostrar que el hombre está sujeto a la tentación en todo tiempo añadiré que no está libre de tentaciones ni siquiera el que noche y día "se complace en la ley del Señor" (Sal 1,2) y se esfuerza en llevar a cabo la sentencia: "La boca del justo da frutos de sabiduría" (Prov 10,31).

10. ¿Para qué hablar de los muchos que dedicados al estudio de las Escrituras interpretaron erróneamente lo anunciado por la ley y los profetas? Lo tergiversaron por doctrinas ateas, impías, necias y ridículas. ¡Cuántos son los que tropiezan por este camino, aun cuando no se sientan culpables por la ofensa que hacen a las Escrituras! Muchos otros han sufrido la misma fatalidad con respecto a las Cartas y Evangelios figurándose con sus estupideces a un Hijo y a un Padre distintos de lo que enseña la verdad y la teología de los santos. Porque quien desconoce la verdad sobre Dios y su Cristo se aparta del verdadero Dios y de su Hijo unigénito. Imaginándose que el Padre y el Hijo son el fantasma que se han creado en su imaginación, esos sujetos no adoran en realidad. Les ocurre eso por no haber entendido que también hay tentación en la lectura de la Biblia y no estaba armado y listo para la batalla que le vino incluso allí dentro.

11. Por tanto, debemos orar no para estar libres de tentaciones, lo cual es imposible, sino para que en la tentación no caigamos como sucede a quienes son vencidos y quedan atrapados en ella. Vemos que aún fuera del Padrenuestro está escrito: "que no caigáis en tentación" (Mt 26,41; Mc 14,38; Lc 22,40). Esto se puede entender con lo que llevamos dicho. En la oración debemos decir a Dios Padre: "No nos dejes caer en la tentación". Por eso justamente podemos entender que Dios a uno que no ora ni ha sido escuchado le deje "caer en la tentación". Dios no hace caer a ninguno en la tentación como si lo entregara a la derrota. El que cae había sido ya antes vencido. La misma dificultad ocurre con esta frase, interprétese como se quiera: "Pedid que no caigáis en tentación" (Lc 22,40). Porque, si caer en tentación es un mal que nosotros pedimos no nos sobrevenga, ¿cómo no va a ser absurdo pensar que Dios, siendo bueno, de quien no pueden brotar malos frutos (Mt 7,18) tienda redes del mal a nadie?

12. Viene bien a este respecto añadir lo que Pablo dice en su Carta a los Romanos: "Jactándose de sabios se volvieron estúpidos y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso, los entregó Dios a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sus cuerpos". Seguidamente añade: "Por lo cual los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer se abrasaron en deseos los unos por los otros", etc. Y luego: "Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su muerte réproba, para que hicieran lo que no conviene" (Rm 1,22-24. 26-28).

Todo esto deben tenerlo en cuenta los que hablan de dos dioses y dan por supuesto que uno es el bueno, el Padre de nuestro Señor y otro es el Dios de la ley. A tales personas hay que decirles: supónganse que Dios, el bueno, hace caer en la tentación al que no consigue lo que pide. Supongan también que el Padre de nuestro Señor, a los que antes habían cometido algún pecado los abandona "a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonren entre sí sus cuerpos" (Rm 1,24). Supónganse que, como ellos mismos dicen, sin juicio ni castigo, los abandona a "pasiones infames" y "a mentes réprobas para que hagan lo que no conviene" (Rm 1,26-28).

Dando por supuesto todo eso los que ahora se hallan casi caídos ¿no se habrían entregado ellos mismos a las "apetencias de sus corazones" aun cuando no los hubiera abandonado Dios? No habrían ellos por sí mismos caído en "mentes réprobas" independientemente de si Dios los dejaba de su mano?

13. Sé muy bien que estos planteamientos contrarían grandemente a las gentes de quienes venimos hablando. Son gentes que se inventan otro Dios, distinto del creador de cielos y tierra, porque encuentran en la ley y los profetas muchas expresiones que, a su parecer, están en contradicción con el Dios que no podría ser bueno si de él hubieran venido tales palabras.

Por las dudas que suscita la frase "no nos dejes caer en la tentación" he citado los textos del apóstol. Veamos ahora si hallamos soluciones razonables para tales absurdos. Creo que Dios orienta toda alma racional en vista de su vida eterna. El alma conserva siempre su libre albedrío. Por su propia resolución alcanza los más nobles propósitos subiendo paso a paso hasta la cumbre del bien, o por descuido va descendiendo de mal en peor hasta el abismo del mal. La facilidad y rapidez con que algunos son perdonados les impide ponderar la gravedad en que han caído por la facilidad del remedio. De ahí que caigan fuertemente después de haberse levantado. En tales casos Dios, con razón, finge no ver el mal que sigue aumentando y parece despreocuparse de ello hasta llegar a ser incurable en ellos.

Con esto se propone Dios dejarlos hasta que se hastíen de ser tanto tiempo víctimas del mal y, hartos ya del pecado que desean, reconozcan el daño que se han hecho. Entonces odiarán lo que antes amaban; y pues con mayor vigor experimentan la curación pueden ahora beneficiarse de la salud del alma recuperada. Ejemplo. Una vez, la gente "mezclada" con los hijos de Israel "tenían muchas ganas de comer carne", y "los hijos de Israel también se sentaron y Lloraban diciendo: ¿Quién nos dará carne para comer? ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio, ahora tenemos el alma seca. No tenemos nada. Nuestros ojos no ven más que el maná" (Nm 11,4- 6). Y un poco más adelante: "Moisés oyó llorar al pueblo, cada uno en su familia, a la puerta de la tienda" (Nm 11,10). Y de nuevo el Señor dice a Moisés: "Dirás al pueblo: 'Santificaos para mañana, que vais a comer carne ya que os habéis lamentado a oídos del Señor diciendo: ¿Quién nos dará carne para comer? Mejor nos iba en Egipto. Pues el Señor os va a dar carne y comeréis. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte sino un mes entero hasta que os salga por las narices y os dé nauseas, pues habéis rechazado al Señor que está en medio de vosotros, y os habéis lamentado en su presencia diciendo: ¿Por qué salimos de Egipto?" (Nm 11,18-20).

14. Veamos si esta historia nos puede ayudar a resolver las contradicciones que hemos encontrado en "no nos dejes caer en la tentación" y en los textos del apóstol. La gente que se había mezclado con los hijos de Israel tenía muchas ganas de comer carne y lloraban. Y los hijos de Israel con ellos. Claro está que mientras obtuvieran lo que anhelaban no podían hartarse ni apagar su pasión. Pero Dios, que es benigno y justo, al concederles lo que deseaban, no quería les quedase apetito desordenado. Por eso les dice que comerán carne no un solo día, pues continuaría la pasión en su alma comiendo carne por tan corto tiempo. Dios quiso que comieran hasta sentir hastío. Así, pues, más que prometer concedérselo parece amenazarles con dárselo diciendo: Vais a estar comiendo carne no por cinco días o el doble de esto sino por todo un mes, hasta que os salga por las narices con repugnancia. Eso que suponíais bueno es realmente torpe y vergonzoso. Me propongo haceros libres cuando ya no codiciéis nada. Si realmente os liberáis de este modo, purificados de vuestros apetitos, recordando cuánto tuvisteis que sufrir para conseguirlo, no volveréis a caer en esta falta. Pero si, pasado mucho tiempo, os olvidáis de lo mucho que la codicia os hizo sufrir; si no hacéis caso y aceptáis la Palabra, que os libra perfectamente de toda pasión, entonces caeréis en el mal. Suspirando una vez más por vuestro caprichos en el futuro, volveréis a caer de nuevo en la misma pasión. Pero si odiáis lo que ahora deseáis con ansia, entonces os convertiréis hacia las cosas nobles y lo celestial que desprecian los que se nutren de bajezas.

15. Algo parecido sienten los que "cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles" (Rm 1,24). Por apartarse de Dios, él los "abandonó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos" (Rm 1,24). Ellos han degradado el nombre de Dios hasta equipararlo con un cuerpo sin alma, sin sentidos. Aquel que da a todos el poder sentir, pensar y aun obrar con perfección. Es justo que esa gente, por haber abandonado a Dios y ser abandonados por él caigan en "pasiones infames" y reciban "el pago merecido por su extravío" (Rm 1,26-27), que les indujo al amor degradante. Se les aplica la pena debida a su error entregándolos a pasiones infames en vez de purificarlos con el fuego espiritual (Is 4,4; Mal 3,2) haciéndoles pagar en la cárcel toda su deuda, hasta el último céntimo (Mt 5,25-26; Lc 12,58-59). Al ser entregados a pasiones ignominiosas, unas de abusos naturales y otras contra naturaleza, se manchan y degradan carnalmente como si no tuvieran alma ni entendimiento y fueran sólo corrupción. En cambio, con el fuego y cárcel no son castigados por sus yerros antes bien se enriquecen con la purificación que les proporcionan aquellos sufrimientos saludables. Se libran de la inmundicia y de la sangre de que estaban manchados hasta el punto de pensar que no podrían ya salvarse de su propia perdición. Así "lavará el Señor la inmundicia de la hija de Sión y las manchas de sangre de Jerusalén quedarán limpias por el viento justiciero y abrasador" (Is 4,4). El Señor vendrá "como fuego de fundidor y como lejía de lavandera" (Mal 3,2-3) lavando y purificando a los que necesitan tales remedios de purificación, porque no han querido reconocer a Dios como es debido. Pero cuando se les hayan aplicado estos remedios, odiarán de corazón su "mente réproba" (Rm 1,28). Dios no quiere que nadie acepte el bien por necesidad sino con plena libertad. Tal vez haya algunos que por larga costumbre del mal se les haga muy difícil entender la propia torpeza y la detesten considerándola como falsa apariencia del bien.

16. Podría pensarse aquí si no sería ésta la razón por la que se endureció el corazón de Faraón (Ex 7; 3; , 19; 9; 12. 35; 10,1 20. 27; 11,10), de modo que, cuando no lo tenía endurecido llegara a decir: "Ahora sí, confieso mi pecado; el Señor es justo, yo y mi pueblo somos inicuos" (Ex 9,27). Sin embargo, necesitó de mayor endurecimiento no fuese que cesando enseguida la dureza de corazón lo tuviese por malo y mereciese ser de nuevo endurecido. Por tanto, "no es injusto tender redes a los pájaros", como se dice en Proverbios (1,17), porque Dios los "lleva al lazo" según dice el Salmo: "Nos prendiste en la red" (Sal 66,11). Ni el más insignificante, el gorrión, "cae en el lazo" sin que el Padre lo consienta (Mt 10,29; Lc 12,6), si bien que el pájaro cae en el lazo por usar rectamente de su poder, de sus alas para subir a lo alto. Sobre estas bases oremos para no merecer que Dios en sus justos juicios nos deje caer en la tentación. El deja caer en la tentación a quien se "entrega a las apetencias del corazón hasta la impureza" (Rm 1,24). A todos estos los abandona a "pasiones infames" (Rm 1,26). Y por "no guardar el verdadero conocimiento de Dios los entrega a 'mente réproba' y conducta indigna" (Rm 1,28).

17. Esta es la utilidad de la tentación. Nadie conoce, ni el propio sujeto, lo que el alma haya recibido. Sólo Dios lo sabe. Por las tentaciones se pone de manifiesto, de manera que nos podamos conocer. Por eso podemos reconocer incluso los propios males que la tentación nos hace ver. En el libro de Job y en el Deuteronomio consta que las tentaciones sirven para manifestar lo que somos dando a conocer los secretos del corazón. Textualmente dice Job: "¿Piensas que te he probado por alguna otra razón que poner de manifiesto tu rectitud?" (Job 40,8, versión LXX). Y en el Deuteronomio: "Te humilló, te hizo sentir hambre, te dio a comer el maná..., te ha conducido a través de este desierto grande y terrible entre serpientes y escorpiones, lugar de sed y sin agua... para humillarte, probarte y conocer lo que habla en tu corazón" (Dt 8,2. 3. 15).

18. Si queremos recordar casos de la Biblia, sepamos que el fácil engaño y razonamiento insensato no apareció por primera vez cuando Eva escuchó la serpiente y desobedeció a Dios. Era así ya antes de la prueba. Por eso, se acercó la serpiente, que por su razonamiento sutil conoció la debilidad de Eva (Gn 3,1.6). Ni en el caso de Caín comenzó la iniquidad cuando mató a su hermano (Gn 4,8). Antes de eso, Dios, que conoce los corazones (Hech 15,8), "no miraba propicio a Caín y su oblación" (Gn 4,5). Pero su malicia se puso de manifiesto cuando mató a Abel. Si Noé no se hubiese emborrachado bebiendo del vino que él había cultivado, quedando desnudo, no se habrían puesto en evidencia ni la imprudencia e impiedad de Cam para con su padre ni la reverencia y respeto de sus hermanos (Gn 9,20-23). Las insidias de Esaú contra Jacob se conocieron con ocasión de la bendición en que fue desplazado Esaú; pero la inmoralidad e impiedad de este ya tenía "raíces" (Gn 27,41; Dt 29,18; Hb 12,15-16). No habríamos conocido la espléndida castidad de José, fuerte para no dejarse seducir por cualquier mal deseo, si su dueña no se hubiese enamorado de él (Gn 39,7).

19. Por tanto, durante la tranquilidad que haya en los intervalos de las tentaciones fortifiquémonos para resistir sus ataques y preparémonos para lo que pueda ocurrir. Pase lo que pase no nos pille de improviso sino que aparezcamos como disciplinados y con esmero. Cuando hayamos hecho todo lo que esté a nuestro alcance, Dios suplirá lo que falte por causa de la debilidad humana. "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designo" (Rm 8,28). Él no puede equivocarse.

30. Fuertes en la tribulación

1. Me parece que Lucas en la petición "no nos dejes caer en la tentación" nos enseña implícitamente que "nos libre del malo". Es posible que el Señor hablase más brevemente al discípulo, pues tenía mejor preparación que la multitud. Hablaría con mayor amplitud a la gente que necesitaba más explicación. Dios no nos libra del malo cuando éste, que nos pone asechanzas (Ef 6,11-12), cesa de atacarnos con sus artes y agentes que están a su disposición. Dios nos libra cuando estamos para conseguir la victoria con valentía resistiendo firmes contra lo que nos sucede. Así es como entendemos el texto: "Muchas son las desgracias del justo, pero de todas le libra el Señor" (Sal 34,20). El Señor no nos libra de las aflicciones cuando no las tenemos (aun cuando Pablo dice: "Estamos atribulados en todo"-2Cor 4,8-, como si no tuviéramos un momento sin aflicción sino cuando en nuestra aflicción, con la ayuda de Dios, "no nos dejamos abatir" (2Cor 4,8). Según la manera de hablar de los hebreos, "estar atribulado" se refiere a una circunstancia que nos acaece sin que nosotros lo podamos evitar, mientras que "ser abatido" se dice de quien libremente ha consentido en la tribulación dejándose vencer. Pablo, pues, tiene razón cuando dice que "estamos atribulados en todo pero no aplastados" (2Cor 4,8). Supongo que esto mismo quiere decir el salmista: "En la angustia me das alivio" (Sal 4,2). Porque es "alivio" el gozo y optimismo que en los momentos críticos nos viene de Dios con la cooperación y presencia del Verbo de Dios que nos anima y salva.

2. De modo semejante hay que entender la liberación del malo. No liberó Dios a Job privando a Satanás de que le acorralase con tentaciones, que las sufrió de veras, sino porque "en todo esto no pecó Job, ni profirió la menor insensatez contra Dios" (Job 1,22). Respondió Satán al Señor: "¿Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes. ¡Verás si no te maldice a la cara!" (Job 1,9-11). Pero el diablo se llenó de vergüenza por haber dicho cosas falsas contra Job. Pues cuando Job sufrió tantas cosas "no maldijo a Dios en su cara" como había dicho el enemigo, antes bien, dejado a manos del tentador, continuó bendiciendo al Señor. Respondió Job a su mujer cuando le decía: "Maldice al Señor y muérete" (Job 2,9). Job respondió: "Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (Job 2,10). Por segunda vez intervino el diablo: "¡Piel por piel. Todo lo que el hombre posee lo da por su vida. Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; verás si no te maldice a la cara!" (Job 2,4-5). El diablo fue vencido por ese atleta de virtud y quedó por mentiroso, porque Job, que pasó por tantos sufrimientos, "no pecó con sus labios" ante Dios (Job 2,10). Job luchó y venció dos veces. No entró en guerra por tercera vez porque la tercera batalla fue reservada para el Salvador. Triple combate que describen los tres evangelistas (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; Mc 1,12-13). Nuestro salvador en cuanto hombre ha vencido tres veces al enemigo.

3. Examinemos, pues, estas cosas pon gran cuidado y procuremos que ahonden en nuestro espíritu. Escuchemos a Dios y nos haremos dignos de que Él nos escuche. En la tentación supliquémosle que no nos abrasen las flechas encendidas del malo, cuando las arroje contra nosotros (2Cor 6,9; Ef 6,16). Como dice uno de los profetas (Os 7,6), se queman los corazones de quienes estaban predispuestos como un "horno encendido". Pero no arden los que con el escudo de la fe apagan todas las flechas encendidas que el malo envía contra ellos. Mientras tengan dentro de sí ríos de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14; 7,38) no prevalecerá la flecha del malo; serán fácilmente anuladas por el diluvio de divinos y saludables pensamientos que la contemplación de la verdad infunde en el alma de quien se esfuerza por ser espiritual.

TERCERA PARTE

CIRCUNSTANCIAS DE LA ORACIÓN

31. Disposición y compostura previas

1. Al concluir este tratado de oración, no me parece fuera de lugar hablar brevemente sobre la disposición y postura que uno debe guardar al hacer oración: lugar de oración, en qué dirección situarse, tiempo apto y especial para la oración, y cosas por el estilo. La disposición se refiere al alma, la postura al cuerpo. Así Pablo, como queda dicho al principio del tratado, describe la disposición diciendo que debemos orar "sin ira ni querellas"; la postura queda expresada con estas palabras: "Elevando hacia el cielo las manos" (1Tim 2,8). Me hace pensar que esto está tomado de los Salmos donde se habla de "el alzar de mis manos como oblación de la tarde" (Sal 141,2). Referente al lugar, dice Pablo: "Quiero que los hombres oren en todo lugar" (1Tim 2,8). Con respecto a la dirección se dice en el libro de la Sabiduría: "Con ello les enseñabas que deban adelantarse al sol para darte gracias y recurrir a ti al rayar el día" (Sb 16,28).

2. Me parece que inmediatamente antes de la oración hay que prepararse recogiéndose un poquito con lo cual estará el alma más atenta y diligente durante todo ese tiempo. Debe desechar cualquier tentación y pensamientos que distraigan. Dense cuenta, en cuanto les sea posible, de la majestad a quien se acercan, pensando lo impío que es estar en su presencia sin reverencia, perezosamente y con menosprecio. En ese tiempo olvídese de todas las cosas. Ha de entrar en oración de esta manera: extienda el alma, si fuere posible, en vez de las manos; en vez de los ojos, fije en Dios la mente; en vez de estar de pie, levante del suelo la razón y así la mantenga delante del Señor. De quien parezca haberle injuriado aparte su indignación tan lejos como quiera que Dios retire su enojo contra él. Si ha hecho mal o pecado contra muchas personas o tiene idea de haber obrado contra la propia conciencia.

Muchas y diferentes pueden ser las posturas del cuerpo, pero has de preferir entre todas la de brazos extendidos y mirada levantada, porque de esta manera el cuerpo viene a ser imagen de las características que el alma ha de tener en la oración. Quiero decir que se prefiera esta posición cuando no haya alguna circunstancia que lo impida. En determinadas circunstancias se puede orar sentado, por ejemplo, si las piernas no aguantan, debido a alguna enfermedad de consideración. Se puede orar estando acostado cuando hay fiebre o alguna otra enfermedad. Depende de las circunstancias. Por ejemplo, si viajamos por mar, o si no podemos dejar el trabajo para acudir a la oración formal. Entonces podemos orar como si aparentemente no estuviésemos haciéndolo.

3. Uno debe ponerse de rodillas cuando va a hablar de sus pecados ante Dios, pues suplica le sean perdonados. Entendamos que, como dice san Pablo, esta postura es símbolo de la "actitud humilde ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef. 3,14-15). Se entiende esto como genuflexión espiritual porque todo lo que existe adora a Dios en el nombre de Jesús a quien están sometidas todas las cosas. Parece decirlo el apóstol en estos términos: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos" (Flp. 2,10). No parece que los cuerpos celestes tengan rodillas, pues son de forma esférica según han demostrado los que investigan seriamente estos temas. Quién no admita esto, aceptará en cambio que cada miembro tiene su función propia, pues todo ha sido creado por alguna razón. Así, pues, se encontrará en este dilema: o dice que Dios ha dado inútilmente miembros a los cuerpos celestes o dice que también los órganos internos cumplen sus funciones en los cuerpos celestes. Es absurdo decir que son como estatuas, con apariencias de seres humanos por fuera pero dentro no se les parecen en nada. Son estas ocurrencias a propósito del "doblar la rodilla" del texto: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos en la tierra y en los abismos" (Flp. 2,10). El profeta dice lo mismo: "Ante mí se doblará toda rodilla" (Is 45,23).

4. Con respecto al lugar sepamos que ora bien en todas partes la persona que ora bien. Pues "en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre... dice el Señor" (Mal. 1,11). Y "quiero que los hombres oren en todo lugar" (1Tim 2,8). Pero todos pueden, si se me permite la expresión; tener un lugar santo para la oración en el propio hogar, donde puedan recogerse tranquilamente y sin distracción. Inspecciónese bien este recinto para evitar cualquier cosa impropia del lugar decoración o que sea fuera de lo razonable. Si algo hubiere indigno. Dios retiraría su mirada tanto de las personas como del lugar de la oración. Al reflexionar sobre este lugar sugiero una idea que puede parecer dura pero no despreciable para quien lo considere despacio. Se trata del lugar donde se haga vida matrimonial, legítimamente por supuesto, pero permitida según la expresión del apóstol: "por concesión, no por mandato". Cabe preguntarse si este sería lugar santo y puro a los ojos de Dios. Porque si a uno le resulta imposible sacar tiempo para orar como es debido, a no ser que "de común acuerdo" lo dispongan (1Cor 7,5) lo mismo se puede decir del lugar.

5. El lugar de oración, el sitio donde se reúnen los fieles, tiene probablemente gracia especial para ayudarnos, porque los í ángeles acompañan en las asambleas de los fieles. También el poder de nuestro Señor y Salvador, y las benditas almas de los difuntos y aún de los vivos, aunque esto no sea fácil de explicar. Con respecto a los ángeles podemos discurrir de este modo. Si es cierto que "acampa el ángel del Señor en torno a los que le temen y los libra" (Sal 34,8); si es cierto lo que refiere Jacob no sólo de sí mismo sino de todos los que confían en Dios cuando dice "el ángel que me ha rescatado de todo mal" (Gn. 48,16), entonces es probable que cuando mucha gente se reúne sólo para alabar a Jesucristo, el ángel de cada uno está en torno a los que temen al Señor, junto a la persona que le ha sido encomendada. Por consiguiente, cuando se reúnen los santos hay una doble iglesia o asamblea: la de los hombres y la de los ángeles. Refiriéndose a Tobías, dice Rafael que "no hacía más que presentar la oración de Tobías; leía ante la gloria del Señor el memorial" (Tob. 12,12). Luego dice lo mismo de Sara, la nuera de Tobías por casarse con el hijo de éste. ¿Qué diríamos, pues, cuando en muchas personas en el mismo camino, con el mismo ideal y sentimientos se reúnen formando el cuerpo de Cristo? Refiriéndose al poder del Señor presente en la iglesia, dice Pablo: "En nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu" (1Cor 5,4). Quiere decir que el poder de Jesucristo, el Señor, está con los corintios tanto como con los efesios. Si Pablo, todavía en cuerpo mortal, da por supuesto que está presente en espíritu durante las asambleas de los corintios, no debemos desechar la idea de que también las benditas almas de los difuntos acuden a las asambleas con más diligencia aún que los que tienen cuerpo. Por eso, no se menosprecien las oraciones comunitarias, ya que añaden algo excelente a quienes piadosamente se reúnen.

6. El poder de Jesús, el espíritu de Pablo y de otros parecidos a él, los ángeles del Señor protegen a cada uno de los santos, los acompañan en sus caminos y se reúnen con aquellos que piadosamente se congregan. Por eso hemos de procurar que nadie se haga indigno del ángel santo y despreciando a Dios se entregue al diablo por sus pecados e iniquidades. Tal persona, aun cuando no haya muchos que se le parezcan, no escapará por mucho tiempo a la providencia de los ángeles que cumpliendo la voluntad de Dios velan por el bien de la Iglesia. Ellos darán a conocer públicamente los errores de tal persona.

Pero los ángeles no cuidarán de quienes en gran número se reúnen al modo de sociedades de negocios para tratar de asuntos materiales. Así lo dice el Señor por Isaías: "Cuando venís a presentaros ante mí.... al extender vuestras palmas me tapo los ojos para no veros. Aunque menudeen vuestras plegarias yo no oigo" (Is 1,12-15). Quizás correspondiendo al pueblo santo y a los ángeles buenos antes mencionados existan otras agrupaciones de hombres perversos y ángeles malos. De tal consorcio podrían decir los ángeles santos y hombres piadosos: "No voy a sentarme con los falsos, no ando con hipócritas; odio la asamblea de los malhechores y al lado de los impíos no me siento" (Sal 26,45).

7. Por eso creo que los habitantes de Jerusalén y los de toda Judea fueron entregados a sus enemigos. Dios los abandonó porque con sus muchos pecados se habían apartado de la ley. Les negaron los ángeles su protección y los hombres buenos su apoyo. Así grupos enteros quedan abandonados y caen en la tentación. "Aun lo que creían tener se les quita" (Lc 8,18; Mt 13,12; 25,29; Mc 4,25; Lc 19,26). Como la higuera que fue "maldecida y arrancada de raíz" por no dar fruto cuando Jesús tenía hambre (Mc 11,20-21; Mt 21,18-19), se secaron y perdieron la poca vida de fe que tenían.

Me pareció necesario hablar de estas cosas al tratar del lugar de la oración y recomendar que se prefiera hacer en las asambleas de los santos congregados con gran reverencia en la iglesia.

32. Hacia el oriente

Digamos ahora una palabra con respecto a la dirección en que se ha de mirar al hacer oración. Cuatro son los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Cualquier persona reconoce sin la menor duda que debemos orar mirando al oriente, expresión simbólica del alma que mira al levante de la luz verdadera. Alguna persona, en cambio, prefiere orar sea cualquiera la dirección a que esté orientada la puerta de la casa, bajo la idea de que en lugar de mirar a la pared se inspira mejor contemplando el cielo, aunque la puerta de la casa no mire al oriente. Se le responde como sigue: por decisión humana los edificios miran indistintamente a una u otra parte, pero por naturaleza es preferible el oriente. Lo que es por naturaleza ha de anteponerse a lo arbitrario. Según esto, si alguien desea orar al aire libre ¿tendrá que mirar al oriente y no al occidente? Claro que sí. Es más razonable dirigirse hacia el oriente, por lo cual se procure hacer así en todas partes. Ya es bastante sobre el tema.

33. Fines de la oración: adoración, gracias, perdón, peticiones

1. Creo que debo concluir este tratado de la oración tocando brevemente cuatro puntos de que he hablado en distintos lugares de las Santas Escrituras. Todos deberían tenerlos en cuenta. Son éstos: al comenzar debemos dirigir fervorosa adoración al Padre, por Jesucristo, y el Espíritu Santo, glorificados y alabados igualmente con el Padre. Sigue la acción de gracias por los beneficios que todo el mundo recibe, y en particular cada cual por los propios. En tercer lugar, creo que uno debe acusarse sin compasión ante Dios de los propios pecados pidiendo dos cosas: primera que le libre del hábito de pecar, y segunda que le perdone todos los pecados cometidos. Después de esta confesión, a mi parecer, ha de añadirse la petición de grandes y celestes mercedes, para uno mismo en particular y para todo el mundo, empezando por los familiares amigos más queridos. La oración concluirá con una doxología o alabanza a Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo.

2. Como dije antes, he hallado estos puntos diseminados a lo largo de la Biblia. Ante todo, la adoración y alabanza se pueden ver en estas palabras del Salmo 104: "¡Alma mía, bendice al Señor! ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de mi manto. Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, levantas las aguas de tus altas moradas; haciendo de las nubes carro tuyo, sobre las alas del viento te deslizas; tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros. Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás. Del océano, cual vestido, la cubriste; sobre los montes persistían las aguas; al increparlas tú emprenden la huida, de tu trueno a la voz se precipitan" (Sal 104,17). Casi todo este salmo es una alabanza a Dios Padre. Cada cual puede por sí mismo seleccionar más ejemplos y comprobar con cuanta frecuencia recurre el tema de la alabanza por todas las Escrituras.

3. Como ejemplo de acción de gracias cito lo que se refiere en el libro segundo de Samuel sobre David. Cuando el profeta Natán le dio a conocer las promesas del Señor, lleno de admiración por tantos dones, exclamó David en acción de gracias: "¿Quién soy yo, Señor Dios mío, y qué es mi casa para que tanto me ames? Yo era insignificante a tus ojos. Señor, y tú anuncias a la casa de tu siervo grandes cosas para el futuro... ¿Qué más puede decirte David, pues conoces a tu siervo? Por amor a mí has realizado tan grandes cosas. Eres grande. Señor, nadie como tú, no hay nadie fuera de ti. Según tu corazón has realizado todas estas grandezas dándolas a conocer a tu siervo para que pueda glorificarte. Señor Dios mío" (2Sam 7,18-22, vers. LXX).

4. Ejemplo de confesión son estos textos: "De todas mis rebeldías líbrame" (Sal 39,9). "Que mis culpas sobrepasan mi cabeza como un peso harto grave para mí; mis llagas son hedor y putridez debido a mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día" (Sal 38,5-6).

5. Un ejemplo de petición es el siguiente: "No me arrebates con los impíos, ni con los agentes del mal" (Sal 28,3).

6. Y habiendo comenzado la oración con himnos de alabanza se termine también glorificando al Padre del universo por Jesucristo en el Espíritu Santo, a quien sea dada la gloria por siempre (Rm 16,27; Hb 13,21; Ga 1,5; 2Tim 4,18).

34. Palabra final

Ya veis, hermanos Ambrosio y Taciana, tan sinceramente deseosos de cultivaros en la piedad, las conclusiones hasta donde mis alcances pueden llegar al tratar de oración que tanto me preocupa, concretamente la oración del Evangelio según el texto de Mateo. Si os esforzáis por avanzar, "olvidando lo que dejáis atrás y lanzándoos a lo que está por delante"; si rezáis por mí y mis estudios, guardo la esperanza de que Dios me conceda poder añadir otro tratado sobre estos puntos, más extenso y con mayor profundidad y claridad. Por ahora, sin embargo, lee esto y perdona.

 

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