Habiendo puesto fin al libro primero, en que respondemos al que Celso tituló Doctrina verdadera, allí donde el fingido judío cesa de hablar con Jesús, pues había adquirido ya volumen suficiente, determinamos componer estotro, en que respondemos a las acusaciones que dirige contra los que, del pueblo judío, han creído en Jesús. Y lo primero que le oponemos es por qué, dado caso que juzgara oportuno introducir un personaje ficticio, no hizo hablar Celso al judío contra los creyentes de la gentilidad, sino contra los venidos del judaismo. Dirigido su razonamiento contra nosotros, hubiera parecido tener visos máximos de probabilidad. Mas de temer es que ese hombre que blasona saberlo todo, no supiera lo que conviene atribuir a una persona ficticia. Como quiera que sea, consideremos qué. es lo que dice contra los que creen de entre los judíos. Afirma, pues, que, "habiendo abandonado su ley patria, por haberse dejado seducir por Jesús, fueron ridiculamente engañados y se pasaron, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida". Pero Celso no advirtió que los judíos que creen en Jesús no han abandonado la ley de sus padres (cf. V 61), pues viven conforme a ella, y llevan el nombre derivado de su pobreza en la interpretación de la ley. Y es así que "pobre" se dice entre los judíos "ebión", y ebiones (o ebionitas) se llaman aquellos judíos que han recibido a Jesús como Mesías' . El mismo Pedro se ve que, por mucho tiempo, guardó las costumbres de la ley de Moisés, como quien no había aún aprendido de Jesús a levantarse de la-ley según la letra a ley según el espíritu. Así lo sabemos por el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Efectivamente, al día siguiente de apa-recérsele un ángel a Cornelio, mandándole que enviara sus criados a Jope en busca de Simón, por sobrenombre Pedro: Subió Pedro al piso superior para hacer oración hacia la hora sexta, Y como tuviera hambre, quería comer.
Mientras le preparaban la comida, sobrevínole un arrobamiento, y vio el cielo abierto y cierto instrumento, como un gran mantel, que iba bajando, y, por sus cuatro puntas, se depositaba sobre tierra. En él había toda especie de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y volátiles del cielo. Y se dirigió a él una voz: "Levántate, Pedro, mata y come". A lo que Pedro respondió: "En manera alguna, Señor, pues en mi vida he comido nada profano e impuro". Y, por segunda vez, se le dirigió la voz: "Lo que Dios ha purificado, no lo tengas tú por profano" (Ac 10,9-15).
Por ahí se ve cómo Pedro observa aún las costumbres judaicas sobre las cosas puras e impuras. Y por lo que sigue se pone bien en claro haber necesitado de una visión para admitir en la doctrina de la fe a Cornelio, que no era israelita según la carne, y a los suyos, como judío que era aún Pedro, viviendo conforme a las tradiciones judaicas y despreciando todo lo ajeno al judaismo. Además, en su carta a los Gálatas nos informa Pablo cómo Pedro, que temía aún a los judíos, al venir a él Santiago dejó de comer con los gentiles: Se separó-dice-de los gentiles por miedo a los de la circuncisión (Ga 2,12). Y lo mismo hicieron los otros judíos y hasta Bernabé.
Y era natural no se apartaran de las costumbres judías los que eran enviados a la circuncisión en ocasión que los que parecían ser las columnas dieron a Pablo y Bernabé las manos en signo de comunión, para ir aquéllos a la circuncisión (Ga 2,9) y poder éstos predicar a los gentiles. Mas ¿qué digo que los que predicaban a los de la circuncisión se retrajeran y apartaran de los gentiles, cuando el mismo Pablo se hizo judío con los judíos para ganar a los judíos? (1Co 9,20). Por eso, como se escribe también en los Hechos de los Apóstoles (21,26), ofreció su ofrenda en el altar a fin de persuadir a los judíos que no había apostatado de la ley. De haber sabido todo esto Celso, no hubiera fingido al judío, que dice a los creyentes venidos del judaismo: "¿Qué os ha pasado, ¡oh ciudadanos!, para que abandonarais la ley paterna y, seducidos por ese con quien acabo yo de hablar, redículamente engañados, os hayáis pasado, como tránsfugas, a otro nombre y a otra manera de vida?"
Mas ya que hemos venido a hablar de Pedro y de los que enseñaron el cristianismo a los de la circuncisión, no tengo por inoportuno alegar unas palabras de Jesús, del evangelio de Juan, y dar su explicación. Se escribe, en efecto, haber dicho: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis comprenderlas ahora; mas, cuando viniere el Espíritu de la verdad, él os guiará a la verdad entera, pues no hablará de suyo, sino que dirá lo que oiga (Jn 16,12-13). El problema es aquí qué cosas fueron las que Jesús tenía que decir a sus discípulos y que éstos no podían comprender entonces. He aquí mi sentir: Los apóstoles eran judíos que se habían criado según la letra de la ley de Moisés; Jesús tenía que decirles cuál era la verdadera ley, de qué realidades celestes era figura y sombra el culto que se practicaba entre los judíos (He 8,5) y qué bienes por venir contenía, en sombra, la ley sobre comida y bebida, sobre fiestas, neomenias y sábados (He 10,1 Col 2,16-17).
Todas éstas eran las muchas cosas que tenía que decirles; pero bien veía Jesús ser dificilísimo arrancar del alma doctrinas con que se nace y en que se cría el hombre hasta su mayor edad, persuadido de que son divinas y de que no puede atentarse contra ellas sin cometer una impiedad; dificilísimo también demostrar, de forma que los oyentes se persuadan, que, en parangón con la eminencia de la ciencia según Cristo, es decir, según la verdad, todo eso es estiércol y 'daño (Ph 3,8). De ahí que difiriera decir esas cosas para momento más oportuno, el tiempo después de su pasión y resurrección. Y, a la verdad, inoportuno hubiera sido un auxilio para quienes no podían aún soportarlo, capaz que era de trastornar la idea que ya se habían formado de Jesús como Mesías e hijo del Dios vivo. Y véase si no tiene sentido aceptable entender asi las palabras del Señor : Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no las podéis comprender por ahora. Muchas son, en efecto, las cosas de la ley que piden interpretarse y aclararse según el sentido espiritual, y los discípulos no podían por entonces entenderlas, pues habían nacido y criádose entre judíos.
En mi opinión, por ser figura todo aquel culto y verdad lo que el Espíritu Santo les enseñaría, se dice que cuando viniere el Espíritu de la verdad, El os guiará a la verdad entera. Como si dijera: A la verdad entera de la realidad de las cosas, por las que vosotros, que nacisteis en las figuras, os imagináis tributar a Dios el verdadero culto. Y, conforme a la promesa de Jesús, el Espíritu de la verdad vino a Pedro y, ante los cuadrúpedos y reptiles de la tierra y las volátiles del cielo, le dijo: Levántate, Pedro; mata y come. Y vino sobre él cuando aún era supersticioso, pues respondió a la voz divina: ¡En manera alguna, Señor, pues en mi vida he comido cosa profana e impura! Y el Espíritu le enseñó la doctrina sobre las comidas verdaderas y espirituales: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano. Y después de aquella visión, el Espíritu de la verdad guió a Pedro a la verdad entera y le dijo las muchas cosas que, cuando Jesús estaba aún con él según la carne, no podía comprender. Mas sobre todo esto, otro momento habrá más oportuno para tratar de la interpretación de la ley de Moisés.
Pero nuestro propósito de momento es poner al descubierto la ignorancia de Celso cuando su judío dice a sus "conciudadanos" y a los israelitas que han creído en Jesús: "¿Qué os ha pasado para que abandonarais la ley de vuestros padres?" Et cetera. Mas ¿cómo puede decirse hayan abandonado la ley de sus padres quienes reprenden a los que no la oyen y les dicen: Decidme los que leéis la ley,
¿no oís la misma ley? Porque escrito está que Abrahán tuvo dos hijos, hasta donde dice: Todo lo cual es alegoría? (Ga 4,21-22). ¿Y cómo han abandonado la ley paterna los que en sus razonamientos recuerdan continuamente las instituciones paternas y dicen: ¿Acaso no dice eso mismo la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No le pongas bozal al buey que trilla. ¿Acaso se cuida Dios de los bueyes, o se dice en absoluto de nosotros? Por nosotros realmente fue escrito, etc. (1Co 9,8 Dt 25,4). El judío de Celso habla confundiéndolo todo, cuando pudiera haber dicho con más visos de probabilidad: "Algunos de vosotros habéis abandonado las costumbres so pretexto de explicaciones y alegorías; otros, aun explicándolas, como decís, espiritualmente, no por eso dejáis de observar las instituciones tradicionales; otros, sin explicación alguna, queréis recibir a Jesús como el Moisés profetizado y guardar, a par, la ley de Moisés según las instituciones tradicionales, pues en la letra creéis tener toda la inteligencia espiritual". Mas ¿por dónde iba a tener Celso idea clara en este punto, cuando más adelante trae a cuento sectas impías y de todo en todo extrañas a Jesús y hasta algunas que han abandonado al Creador, e ignora que hay israelitas que han creído en Jesús sin necesidad de abandonar su ley paterna? Y es que no le interesaba examinar cada tema con amor a la verdad para aceptar lo que encontrara de provechoso, sino que escribió todo eso movido del odio y empeñado de todo en todo en echar por tierra cuanto oyera y apenas lo oyera.
Seguidamente, el judío de Celso dice a los que han creído de su pueblo: "Ayer o anteayer, como quien dice, cuando nosotros castigábamos a ese mismo porque os embaucaba, habéis apostatado de la ley patria". En este punto ya hemos demostrado no saber exactamente nada de lo que dice. En lo que sigue, en cambio, paréceme mostrar alguna mayor habilidad: "¿O cómo es que empezáis por nuestros ritos y, más adelante, los despreciáis, siendo así que no podéis presentar otro origen de vuestra doctrina que nuestra ley?" Realmente, la primera instrucción de los cristianos se toma de los ritos sagrados de Moisés y de los escritos de los profetas; mas, después de la instrucción primera, el progreso de los así iniciados está en su explicación y esclarecimiento, buscando el misterio de la revelación, que por siglos eternos ha estado oculto, pero se ha manifestado ahora por las voces de los profetas (Rm 16,25), y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo (2Tm 1,20). Tampoco es verdad lo que se dice2 sobre que, más adelante, los que progresan en conocimiento, desprecian lo que está escrito en la ley. La verdad es que le conceden mayor honor, demostrando la profundidad de las sabias y misteriosas palabras de aquellos escritos, que los judíos no penetran a fondo, leyéndolos superficialmente y atendiendo más bien a lo narrativo.
Mas ¿qué tiene de absurdo que el comienzo de nuestra doctrina, es decir, del Evangelio, sea la ley? El mismo Jesús, Señor nuestro, dice a los que no creían en El: Si creyerais en Moisés, creeríais también en mí, pues de mi escribió él; mas si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras? (Jn 5,46-47). Es más, Marcos, uno de los evangelistas, dice: Comienzo del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, como está escrito en el profeta Isaías: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que prepare tu camino delante de ti (Mc 1,12). Con lo que hace ver el evangelista que el comienzo del Evangelio depende de las letras judaicas. No tiene, pues, sentido que el judío de Celso diga contra nosotros: "Porque, si alguien os anunció de antemano que vendría, por lo visto, el Hijo de Dios a los hombres, ése fue profeta nuestro y de nuestro Dios". ¿Qué acusación es contra los cristianos el que Juan, que bautizó a Jesús, fuera judío? Porque de que fuera judío no se sigue que todo creyente que abraza el Evangelio, ora venga de la gentilidad, ora de los judíos, tenga que guardar, según la letra, la ley de Moisés.
Luego, aunque Celso se repite sobre Jesús, diciendo por segunda vez (cf. supra II 4) haber sido castigado por los judíos como malhechor, nosotros no volveremos sobre nuestra defensa, contentándonos con lo arriba dicho. Luego el judío de Celso vilipendia como cosas rancias nuestra doctrina acerca de la resurrección de los muertos, del juicio de Dios, del premio de los justos y castigo de fuego de los inicuos, y, con decir que "nada nuevo enseñan los cristianos", se imagina haber derrocado al cristianismo (cf. I 4). Digamos a todo eso que nuestro Jesús, viendo que los judíos nada hacían digno de las enseñanzas de los profetas, les dio a entender por medio de una parábola (Mt 21,33) que se les quitaría el reino de Dios y se daría a los gentiles. Y así es de ver cómo todo lo que creen los actuales judíos son cuentos y charlatanería, pues les falta la luz para entender las Escrituras; los cristianos, empero, poseen la verdad, capaz de levantar y elevar el alma y mente del hombre y persuadirle que busque una ciudadanía, no en lugar alguno de la tierra, a semejanza de los judíos, sino en los cielos (Ph 3,20). Y ello se ve patente en quienes son capaces de penetrar los pensamientos encerrados en la ley y en los profetas y de exponérselos a los otros.
Concedamos que Jesús "siguió todas las costumbres de los judíos y hasta que tomara parte en sus sacrificios". ¿Qué tendrá esto que ver para que no hayamos de creer en El como Hijo de Dios? Sí, Jesús es hijo del Dios que dio la ley y envió a los profetas, y nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia', no transgredimos la ley. Hemos dado ciertamente de mano a las fábulas judaicas; pero, por la mística contemplación de la ley y los profetas, nos hacemos sabios y nos educamos. Y es así que los profetas, que no ciñen la inteligencia de sus dichos a la historia que salta a los ojos ni a la ley tal como suena en las frases y en la letra, dicen unas veces, cuando quieren justamente exponer historias: Abriré en parábolas mi boca, hablaré enigmas desde el principio (Ps 77,2); otras, rogando por la ley, como cosa oscura y que necesita de la ayuda de Dios para ser entendida, dicen en su oración: Revela mis ojos y consideraré las maravillas de tu ley (Ps 118,18).
Demuéstrese dónde aparece, ni por asomo, un dicho de Jesús proferido con altanería o arrogancia.
¿Cómo pudiera ser arrogante el que dice: Aprended de mi, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas? (Mt 11,29). ¿Cómo llamar "altanero" al que, durante una cena, se quita los vestidos ante sus discípulos, se ciñe una toalla, echa agua en un lebrillo, les va lavando uno por uno los pies, y reprende al que no quiere dejárselos lavar, diciéndole: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo? (Jn 13,8). ¿Cómo ser arrogante el que dice: Y yo he estado entre vosotros, no como el que se sienta a la mesa, sino como el que sirve? (Lc 22,27). Demuestre quien quiera en qué mintió y presente las mentiras grandes o pequeñas y haga así ver las "grandes mentiras" que dijo Jesús. Y todavía hay otro modo de refutar a Celso: Como no hay una mentira que sea más mentira que otra, así tampoco la hay que sea menos, como tampoco hay una verdad que sea más o menos verdad que otra verdad4. Y cuente quien quiera, el judío de Celso señaladamente, qué impiedades cometiera Jesús. ¿Acaso es cosa impía abandonar la circuncisión material, el sábado material, las fiestas materiales, los novilunios materiales, las distinciones de lo puro e impuro? ¿Es impiedad volver la mente a la ley digna de Dios, verdadera y espiritual, y que el embajador de Cristo (2Co 5,20) sepa hacerse judío con los judíos para ganar a los judíos, y como bajo la ley con los que están bajo la ley para ganar a los que están bajo la ley? (1Co 9,20).
Dice además: "Muchos otros, del pergeño de Jesús, pudieran aparecer ante gentes dispuestas siempre a' ser engañadas". Pues que el judío por cuya boca habla Celso nos presente no ya muchos, ni unos cuantos, sino uno solo como Jesús que, por su propio poder, haya introducido en el género humano una religión y doctrina provechosa para la vida y capaz de sacar al hombre de la ciénega de sus pecados.
Dice también que, "por parte de los que creen en Cristo, se acusa a los judíos de no haber creído en Jesús como Dios". Mas a esto respondimos ya anteriormente (I 67.69) e hicimos ver en qué sentido lo tenemos por Dios y cómo decimos, a par, que es hombre.
"¿Y cómo - dice - nosotros, que manifestamos a todos los hombres haber de venir el que castigaría a los malvados, lo íbamos a despreciar una vez venido?" No me parece razonable responder a pareja simpleza. Es como si otro por ahí dijera: ¿Cómo vamos a cometer un acto de disolución nosotros que enseñamos la templanza? ¿O cómo, predicando la justicia, íbamos a ser inicuos? Pues como cosas tales se dan entre los hombres, así cosa humana fue que quienes dicen creer en los profetas que hablan del advenimiento de Cristo, no creyeran al que vino según estaba profetizado. Y, si es menester añadir otra cosa, diremos que eso mismo lo habían predicho los profetas. Por lo menos Isaías dice con toda claridad: Con los oídos oiréis y no entenderéis; y con los ojos miraréis y no veréis. Porque se *ha embotado el corazón de este pueblo, etc. (Is 6,9). Y dígannos qué se profetiza a los judíos que oirán y mirarán, y no entenderán lo que se les dice, ni verán lo que miren como. se debe ver. Pero es evidente que, teniendo ante los ojos a Jesús, no vieron quién era; y, oyéndole, no entendieron por sus palabras su divinidad, la cual hizo pasar el cuidado que tuviera Dios de los judíos a los gentiles que creían en El (Mt 21,43). Así es de ver cómo, después de la venida de Jesús, están los judíos de todo en todo abandonados, sin nada de cuanto en lo antiguo tenían por sagrado, y no hay signo alguno de que entre ellos haya nada de divino. Y es así que ya no tienen profetas ni se dan entre ellos milagros, cuando entre los cristianos quedan aún, en cuantía considerable, rastro de ellos, y algunos mayores (Jn 14,12); y, si se da fe a nuestra palabra, nosotros mismos los hemos visto.
Pero sigue diciendo el judío de Celso: "¿Por qué íbamos a despreciar al mismo que de antemano anunciamos? ¿Acaso para ser castigados más que los otros?" A lo que hay decir que, por no haber creído en Cristo y por las demás insolencias que contra El cometieron, no sólo sufrirán "más que los otros" en el juicio venidero en que creemos, sino que lo han sufrido y sufren ya ahora. Porque ¿qué nación, sino sólo los judíos, es expulsada de su propia metrópoli y del propio lugar del culto tradicional? Y esto han sufrido, como las gentes más viles, no sólo por sus otros pecados, sino, principalmente, por los crímenes cometidos contra nuestro Jesús.
Después de esto dice el judío: "¿Cómo íbamos a tener por Dios a este que, entre otras cosas, como era voz común, nada cumplía de lo que prometía? Y luego, cuando nosotros lo convencimos, condenamos y qu'isimos conducirlo al suplicio, escondiéndose y huyendo de un lado para otro, fue preso de la manera más ignominiosa y traicionado por los mismos que llamaba sus discípulos.
Ahora bien, si era Dios-dice-, no tenía por qué huir ni consentir ser conducido atado y, menos que nada, ser abandonado y traicionado por los que convivían con él, con él se comunicaban en todo familiarmente y lo tenían por su maestro; él, creído salvador, hijo del Dios máximo y su mensajero".
A esto diremos que ni siquiera nosotros suponemos fuera Dios el cuerpo entonces visible y sensible de Jesús. Mas ¿qué digo del cuerpo? Ni el alma siquiera de la que se dice: Tristísima está mi alma hasta la muerte (Mt 26,38). Pero, según la docrina de los judíos, se cree ser Dios el que dice: Yo soy el Señor, Dios de toda carne (Jr 32,27), y aquello: Antes de mí no hubo otro Dios, ni lo habrá después de mí (Is 43,10), y se vale como de instrumento del alma y de la boca del profeta. Y Dios es también, según los griegos, el que dice:
"De la arena sé el número, conozco
las medidas del mar; yo entiendo al mudo,
yo escucho la voz misma del que no habla" (HEROD., 1,47),
y por boca de la Pitia habla y es oído. Así, según nosotros, el Dios Logos e Hijo del Dios del universo es el que dijo en Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), y Yo soy la puerta (Jn 10,7), y Yo soy el pan vivo, que bajó del cielo (Jn 6,50), y otras afirmaciones semejantes.
Tenemos, pues, derecho a acusar a los judíos de no haber tenido a Jesús por Dios, puesto que en muchos pasajes de los profetas está atestiguado como gran poder y como Dios, semejante al que es Dios y Padre del universo. A El afirmamos nosotros que le ordena el Padre en la cosmogonía de Moisés: Hágase la luz, y Hágase el firmamento, y todo lo demás que ordenó Dios se hiciera. A El igualmente le dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gn 1,3-6 Gn 26). Y el Logos, decimos, que recibió esos mandatos, lo hizo todo según el Padre le ordenara. Y lo decimos, no por conjetura propia, sino porque creemos en las profecías que corren entre los judíos, en las que, con las propias palabras, se dice de Dios y sus obras lo que sigue: El dijo y fueron hechas, El lo mandó y fueron creadas (Ps 148,5). Porque, si Dios mandó y fueron hechas sus obras, ¿quién era capaz de cumplir tamaño mandato del Padre, según lo que place al espíritu profético, sino el que es para (llamarlo así) el Logos y la verdad viva? Ahora bien, el que en Jesús dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, no es, ni siquiera según los evangelios, alguien que esté circunscrito, de suerte que no exista en ninguna parte fuera del alma y del cuerpo de Jesús (cf. IV 5.12; V 12); y ello resulta evidente por muchos argumentos, de los que sólo expondremos estos pocos que siguen. Juan Bautista, profetizando que de un momento a otro vendría el Hijo de Dios, que no estaría sólo en aquel cuerpo y alma, sino que se extendería a todas partes, dice sobre El: En medio de vosotros está uno quien vosotros no conocéis, y viene detrás de mí (Jn 1,26). De haber pensado que el Hijo de Dios sólo estaría donde estuviera el cuerpo visible de Jesús, ¿cómo hubiera dicho: En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis? Y Jesús mismo, levantando el pensamiento de sus discípulos a sentir altamente del Hijo de Dios, dice: Donde se juntaren dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Y tal es también la promesa que hace a sus discípulos cuando les dice: Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del tiempo (Mt 28,20).
Sin embargo, al decir esto, no intentamos separar de Jesús al Hijo de Dios; porque, después de la encarnación, el alma y cuerpo de Jesús se hicieron en grado sumo una sola cosa con el Logos de Dios. Y es así que si, según la doctrina de Pablo, que dice: El que se une al Señor es un solo espíritu (1Co 6,17), todo el que entiende qué es unirse al Señor y con El se une, es un solo espíritu respecto del Señor, ¿cuánto más divina y sublimemente será una sola cosa lo que entonces se compuso respecto del Logos de Dios? Y que ese compuesto era virtud o fuerza de Dios (1Co 1,18 1Co 24), lo demostró El ante los judíos por los milagros que hizo, siquiera Celso suponga haberse hecho por hechicería, y los judíos de entonces-no sé con qué fundamento-por poder de Beelzebub, cuando dijeron: Por virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, arroja los demonios (Mt 12,24). Pero nuestro Salvador los convenció de decir un enorme dislate, con sólo hacerles notar que todavía no había terminado el reino de la maldad. Ello resultará evidente para quienquiera lea discretamente el pasaje evangélico, que no es este momento de comentar.
Mas que Jesús "prometía y no cumplía sus promesas", es cosa que Celso tiene que probar y demostrar. Pero no podrá, sobre todo porque se imagina que puede tomar sus cargos contra Jesús y nosotros de relatos mal entendidos, y hasta de sus lecturas del Evangelio o de cuentos judaicos. Mas ya que el judío vuelve a decir: "Nosotros lo convencimos y condenamos y lo tuvimos por merecedor del suplicio", demuestren cómo lo convencieron los que buscaron contra El falsos testimonios; a no ser que sea-una gran prueba contra Jesús lo que dijeron sus acusadores: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios y en tres días volverlo a levantar (Mt 26,61). Pero El hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2,21), y ellos, como quienes no sabían entender según la intención del que habla, lo entendieron del templo de piedra, que era el que veneraban los judíos, más que el que debieran venerar, el verdadero templo de Dios, del Logos, de la sabiduría y de la verdad. Diga quienquiera cómo, "escondiéndose de la manera más ignominiosa, fue Jesús escapándose de acá para allá". Demuestre alguien lo que en El es digno de reproche.
Pero dice también que "fue prendido". A lo que podría yo decir que, si el ser prendido es cosa contra la voluntad, Jesús no fue prendido; pues, a debido tiempo, no rehusó caer en manos de los hombres, como cordero de Dios, para quitar el pecado del mundo (Jn 1,20). Sabiendo, pues, Jesús todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Y ellos le contestaron: A Jesús de Nazaret. Díjoles: Yo soy. Estaba también con ellos Judas, que le traicionaba. Así, pues, apenas Jesús dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra. Preguntóles El de nuevo: ¿A quién buscáis? Y de nuevo respondieron: A Jesús de Nazaret. Replicóles Jesús: Ya os he dicho que soy yo. Si, pues, me buscáis a mí, dejad marchar a éstos (Jn 18,4). Es más, al que lo quería defender y asestó un golpe al criado del sumo sacerdote cortándole la oreja, le dijo: Vuelve la espada a su sitio, pues todos los que espada tomaren, a espada perecerán. ¿O te parece que no puedo rogar a mi Padre, que me mandaría aquí mismo más de doce legiones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales es menester que así suceda? (Mt 26,52).
Mas si alguien piensa que todo esto son ficciones de los autores de los evangelios, ¿no serán más bien ficciones lo que inspira el odio y rencor contra Jesús y contra los cristianos? La verdad, empero, sólo puede estar en los que han demostrado la sinceridad de su adhesión a Jesús afrontando todo sufrimiento imaginable por amor de su doctrina. Pareja paciencia y constancia hasta la muerte no les vino ciertamente a los discípulos de Jesús de ganas de inventar acerca de su maestro lo que nunca fuera; y para todo espíritu inteligente es prueba evidente de que estaban convencidos de lo que escribieron, el hecho de que tales y tantas cosas soportaran por su fe en el Hijo de Dios.
Respecto a que Jesús "fue traicionado por los que llamaba sus discípulos", el judío de Celso toma realmente la noticia de los evangelios, siquiera, para dar más énfasis a su acusación, haga de Judas uno de los "muchos discípulos". Y tampoco tuvo curiosidad de mirar todo lo que está escrito sobre Judas. Y es así que, víctima de juicios contrarios y que pugnaban entre sí acerca de su maestro (cf. 1,61), ni se declaró con toda su alma contra El, ni guardó tampoco, con toda su alma, la reverencia que un discípulo debe a su maestro. Porque el que lo entregaba dio a la chusma que fue a prender a Jesús una señal diciendo: Al que yo besare, ése es; agarradlo firme (Mt 26,48). En lo cual aún guardaba un rastro de reverencia, pues, de no guardarla, lo hubiera traicionado con descaro, sin la ficción del beso. Esto ha de persuadir a todos respecto del motivo de Judas, que, junto con la avaricia, perversa razón para traicionar a su maestro, tenía mezclado en su alma algo que le venía de las palabras de Jesús, y era, digámoslo así, una especie de residuo de bondad. Está escrito, en efecto: Viendo Judas, el que lo había entregado, cómo había sido condenado, arrepentido, devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Y ellos le con testaron: ¿Qué nos importa a nosotros? Allá te las hayas. Y arrojando las monedas al templo, se retiró; y, marchándose, se ahorcó (Mt 27,3). Ahora bien, si el avaro Judas, que robaba lo que se echaba en la bolsa por razón de los pobres, volvió, arrepentido, las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, es evidente que las enseñanzas de Jesús, no del todo despreciadas y rechazadas por el traidor, pudieron inspirarle algún arrepentimiento. Y decir: He pecado entregando sangre inocente, era confesar el pecado cometido. Y es de ver cuan grande, cuan ardiente y vehemente fue el dolor, nacido del arrepentimiento de sus pecados, que ya no pudo aguantar la vida misma; y así, arrojado al templo el dinero, se retira, se va y se ahorca. El mismo se condenó a sí mismo, mostrando cuan grande había sido el poder de la enseñanza de Jesús hasta en el pecador de Judas, ladrón y traidor que no pudo despreciar enteramente lo que de Jesús aprendiera. ¿O es que dirán Celso y su panda ser ficciones todo lo que pone de manifiesto no haber sido total la apostasía de Judas, aun después de la alevosía cometida contra su maestro, y sólo será verdad que "fue traicionado por uno de sus discípulos"? ¿Es que quieren añadir a lo escrito que lo traicionó con toda su alma? Pero no es cosa que convenza tomarlo todo, en un mismo documento, con espíritu hostil, y dar fe a esto y negársela a lo otro.
Pero, si es menester alegar aún sobre Judas una razón que de todo punto lo confunda, diremos que, en el libro de los Salmos, el centesimo octavo, entero, contiene la profecía acerca de Judas. El salmo empieza así: ¡Oh Dios!, no calles mi alabanza, que una boca de pecador y de embustero se ha abierto contra mí (Ps 108,1-2), y en él se profetiza que Judas se separaría, por su pecado, del número de los apóstoles y sería elegido otro en su lugar. Esto se dice claramente en este pasaje: Y ocupe otro su oficio (v.8). Pero, en definitiva, demos que fuera traicionado por otro de sus discípulos peor aún que Judas, que echó de sí, como agua, digámoslo así, cuantas palabras oyera de Jesús. ¿En qué acusaría eso a Jesús o al cristianismo? ¿Con qué razón se alegaría eso como prueba de la falsedad de nuestra doctrina?.
Respecto de lo que sigue en Celso, ya hemos respondido anteriormente (II 10) y hemos demostrado que Jesús no fue prendido en la fuga, sino que se entregó voluntariamente por amor nuestro; de donde se sigue que, si fue prendido, lo fue voluntariamente, enseñándonos a aceptar también nosotros, de pleno grado, lo que hayamos de sufrir por la religión.
Pueriles me parecen también cosas como éstas: "Jamás fue traicionado un buen general, al frente de miles y miles de hombres, ni siquiera un capitán de bandidos, malvado él y al frente de las gentes peores, mientras pareció ser de provecho a sus bandas. Este, empero, traicionado por los que estaban bajo su mando, señal es que ni mandó como buen general, ni, engañado que hubo a sus discípulos, supo infundir a los engañados la benevolencia (digámoslo así) que se debe a un capitán de bandidos". Pueriles, decimos, porque es fácil hallar muchas historias de generales traicionados por sus íntimos, y de capitanes de bandidos apresados, porque sus gentes no fueron fieles a los pactos mutuos. Pero demos que ningún general ni capitán alguno de bandidos fuera jamás traicionado; ¿qué quita ni pone contra Jesús el hecho de que uno de sus discípulos le saliera traidor? Mas ya que Celso se las echa de filósofo, pudiéramos preguntarle qué acusación supone contra la filosofía de Platón el hecho de que, después de frecuentar veinte años su escuela, se apartara de ella Aristóteles, negara la doctrina acerca de la inmortalidad del alma y llamara "gorjeos platónicos" la teoría de las ideas (Dioc. LAERT., 5,9; su-pra I 13). ¿Es que, por haber desertado de él Aristóteles, ya no tiene fuerza la dialéctica de Platón, o será éste incapaz de demostrar sus pensamientos, y serán, por aquella deserción, falsos los principios platónicos? ¿No será más bien que, permaneciendo Platóri verdadero, como están prontos a afirmar los que siguen su filosofía, Aristóteles fue un malvado, ingrato para con su maestro? También Crisipo se ve, en muchos pasajes de sus escritos, que ataca a Oleantes, exponiendo doctrinas nuevas contra las de Cleantes, maestro suyo en su juventud, cuando se iniciaba aún en la filosofía. Y es de notar que de Aristóteles se dice haber frecuentado veinte años la escuela de Platón, y que Crisipo no pasó tampoco poco tiempo junto a Cleantes. Judas, empero, no llegaron a cuatro años los que pasó con Jesús. En fin, por lo que se escribe en las vidas de los filósofos, pueden hallarse ejemplos semejantes al de Judas, por el que acusa Celso a Jesús. Los pitagóricos levantaban un cenotafio al que, tras haberse convertido a la filosofía, corría otra vez a la vida vulgar (Dioc. LAERT., VIII 42; CLEM. AL., Strom. V 57,2-3); mas no por eso se invalidaban la razón y demostraciones de Pitágoras y los suyos.
Después de esto dice el judío de Celso: "Muchas cosas tengo que decir acerca de la historia de Jesús, verdaderas por cierto, pero no semejantes a las que fueron escritas por los discípulos de Jesús; pero las omito de buena gana". ¿Qué cosas de ésas, verdaderas, pero no como las que están escritas en los evangelios, que el judío de Celso omite? ¿No será que quiere cometer una imaginaria figura retórica, aparentando tener algo que decir cuando, en realidad, nada tenía que alegar fuera de los evangelios; nada, digo, que por su verdad pudiera impresionar al oyente ni que fuera una clara acusación contra Jesús y su doctrina?
Acusa además a los discípulos de "haber inventado que Jesús sabía y predijo de antemano todo lo que le sucedió". Sin embargo, que eso sea verdad, se lo vamos a demostrar a Celso, mal que le pese, por otras muchas profecías hechas por el Salvador, en que predijo lo que había de acontecer a los cristianos aun de generaciones por venir. ¿Quién por lo menos no se maravillará de esta predicción: Seréis conducidos por mi causa ante gobernadores y reyes en testimonio para ellos y las naciones? (Mt 10,18). Y dígase lo mismo de otras predicciones acerca de las futuras persecuciones de ^us discípulos. ¿Por qué otra doctrina, de cuantas han aparecido entre los hombres, se persigue a nadie? En tal caso, alguno de los acusadores de Jesús pudiera decir que, viendo El cómo se recriminan las doctrinas impías y embusteras, le pareció bien darse importancia prediciendo que lo mismo se haría con la suya. Y, a la verdad, si a alguien hubiera que llevar, por razón de doctrinas, ante gobernadores y reyes, ¿a quiénes mejor que a los epicúreos, que destruyen de todo punto la providencia, y hasta a los mismos del Peripato, según los cuales nada se logra por las oraciones ni por las víctimas que la gente se imagina ofrecer a la divinidad? (cf. De oratione 5,1)".
Alguno dirá que también los samaritanos son perseguidos por causa de su religión; a lo que contestamos que se los mata como a sicarios' por razón de la circuncisión, por suponerse que se mutilan a sí mismos contra las leyes vigentes, haciendo lo que sólo está permitido a los judíos. Por otra parte, nadie oirá a un juez que le proponga a un sicario empeñado en vivir según esa supuesta religión, esta alternativa: o dejarla y ser absuelto o, de perseverar en ella, ser condenado a muerte. Basta comprobar la circuncisión, para quitar de en medio al que la ha sufrido. Sólo a los cristianos (conforme a lo dicho por su Salvador: Ante gobernadores y reyes seréis conducidos por causa mía) los exhortan los jueces hasta el último aliento a que renieguen del cristianismo, sacrifiquen y juren según los usos comunes, y vivan así en casa tranquilos y sin peligro.
Y es de ver la autoridad con que dice estotras palabras: Todo el que me confesare delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre del cielo. Y a todo el que me negare delante de los hombres, etc. (Mt 10,32). Remóntate, te ruego, con el pensamiento al punto en que Jesús dice eso y considera que entonces no había aún sucedido lo que se profetiza. Acaso entonces dijeras, negándole crédito, que decía tonterías y hablaba por hablar, pues no se cumplirían sus palabras.
Mas, si dudas adherirte a su doctrina, si estas palabras se cumplen, si se afirma la enseñanza de las palabras de Jesús hasta el punto de que gobernadores y reyes se preocupen de matar a los que confiesan a Jesús, dime si, en este caso, no creemos que dice todo eso como quien ha recibido gran autoridad de Dios para sembrar esta doctrina en el género humano y como quien estaba persuadido de que triunfaría. ¿Y quién no se maravillará, remontándose con el pensamiento al punto en que Jesús enseña y dice: Este evangelio será predicado en todo el mundo en testimonio para ellos y los gentiles (Mt 24,14), si considera cómo, según lo que El dijo, el Evangelio de Jesucristo se ha predicado a toda criatura bajo el cielo (Col 1,23) 7, a griegos y bárbaros, a sabios e ignorantes? (Rm 1,14). Y es así que la palabra divina predicada con fuerza ha dominado a todo linaje de hombres, y no hay género de gentes que haya rehuido aceptar la enseñanza de Jesús.
Y si el judío de Celso no cree que Jesús supiera de antemano lo que le iba a suceder, considere cómo, cuando estaba aún en pie Jerusalén y dentro de sus muros se celebraba todo el culto de los judíos, Jesús predijo los acontecimientos que vendrían bajo los romanos. Porque no van a decir que los discípulos y oyentes de Jesús transmitieron la doctrina de los evangelios sin consignarla por escrito, ni que dejaran a los creyentes sin recursos escritos acerca del mismo. Y, en efecto, en éstos se escribe: Cuando viereis a Jerusalén cercada de campamentos, entended que está cerca su desolación (Lc 21,20). No había entonces por ningún cabo ejércitos en torno de Jerusalén que la cercaran, circunvalaran ni sitiaran. Todo eso comenzó cuando Nerón era aún emperador, y se prolongó hasta el imperio de Vespasiano, cuyo hijo, Tito, asoló a Jerusalén. Según escribe Josefo, por causa de Santiago, el Justo, hermano de Jesús, que se llama Cristo; pero, según demuestra la verdad, por causa de Jesús, el Mesías, Hijo de Dios (cf. supra I 47).
Celso, naturalmente, aun aceptando o concediendo que Jesús conociera de antemano lo que le iba a suceder, pudiera haber aparentado despreciar tal presciencia, como hizo con los milagros diciendo que se debieron a la magia. Aquí pudiera haber dicho que muchos conocieron lo que les iba a suceder por las varias maneras que existen de adivinación: por auspicios, augurios, sacrificios y astrología. Pero no quiso concederlo, como cosa mayor, y admitió, en cambio, hasta cierto punto, haber hecho Jesús milagros, si bien cree desacreditarlos con achaque de magia. Sin embargo, Flegón, en el libro trece o catorce (creo) de su Crónica', atribuyó a Cristo presciencia de algunos acontecimientos futuros, siquiera confunda a Pedro con Jesús, y atestigua haber acontecido según lo que él dijera. En todo caso, también él, por lo que dice sobre la previsión o presciencia, confirma, como sin querer, que la palabra de los padres de nuestra religión no estuvo vacía de virtud divina.
Dice Celso: "Como los discípulos de Jesús no podían disimular nada en cosas patentes, dieron en la flor de decir que El lo sabía todo de antemano". Y no advierte, o no quiere advertir, la sinceridad de los escritores sagrados que consignaron las dos cosas: que Jesús dijo a sus discípulos: Todos vosotros os escandalizaréis en mi esta noche (Mt 26,31), y dijo verdad, pues se escandalizaron. Y que a Pedro particularmente le profetizó: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces (26,34), y que, en efecto, tres veces lo negó. De no haber sido sinceros, sino dados (como piensa Celso) a escribir fantasías, no hubieran contado que Pedro negó a Jesús ni que sus discípulos se escandalizaron. Porque, aun cuando así hubiera acaecido, ¿quién podía demostrar que así acaeciera? A la verdad, si se mira a cierta conveniencia, hombres que querían enseñar a los lectores de los evangelios a despreciar la muerte por la confesión del cristianismo, debieran haber callado esos casos; sin embargo, ellos vieron que la palabra divina se apoderaría con su virtud de los hombres, y no tuvieron reparo en consignar tales cosas que, no sé por qué misterio, no habían de dañar a los lectores ni darían a nadie pretexto para negar la fe.
Pero muy estólidamente dice que "los discípulos de Jesús escribieron cosas como ésas para excusar lo que había contra Jesús". "Como si alguien-dice-, afirmando de uno que es justo, nos lo presenta cometiendo iniquidades; y diciendo que es santo, nos lo presenta cometiendo homicidios; y diciendo que es inmortal, nos lo pinta muerto; y a todo esto nos añade que él lo predijo todo". Salta a la vista la disparidad del ejemplo de Celso, pues nada tiene de absurdo que quien se había propuesto ser para los hombres ejemplo de cómo debían vivir", quisiera también demostrar cómo se debe morir por causa de la religión; para no decir nada del provecho que resultó a todo el universo de que Jesús muriera por los hombres, como lo hicimos ver en el libro precedente (I 54-55).
Luego opina Celso que toda la confesión de la pasión, lejos de resolver su argumento, lo fortalece. Es que ignora la filosofía que Pablo desarrolla sobre este punto y lo que dijeron los profetas.
Tampoco se enteró haber sido uno de los herejes quien dijo haber padecido Jesús aparentemente, no en la realidad (cf. IGNAT., Ad Trall. X). De haberlo sabido, no hubiera dicho: "Y es así que no decís haber sido a hombres impíos a quienes pareciera que Jesús padeció, sin haber padecido, sino que derechamente confesáis que padeció". No, nosotros no admitimos la apariencia de la pasión, para que su resurrección no resulte falsa, sino verdadera. Porque quien murió realmente, caso que resucite, resucita realmente; pero quien sólo aparentemente muriera, no resucitaría verdaderamente.
Mas ya que los incrédulos se mofan de la resurrección de Jesucristo, alegaremos aquí a Platón mismo, que cuenta cómo Er, hijo de Armenio, se levantó a los doce días de la pira y narró sus aventuras en el Hades (Pol. X 614-621). Y pues nos dirigimos a incrédulos, no será inútil para nuestro propósito recordar el caso de la mujer sin aliento, de que habla Hera-clides (PLIN., Ató. hist. VII 175; DIOG. LAERT., VIII 60.61. 61, alii). Y de muchos se cuenta haber vuelto de los sepulcros, no sólo el día mismo, sino al siguiente. ¿Qué tiene, pues, de extraño que quien en vida hizo cosas tan maravillosas y por encima de todo lo humano, y tan patentes, que quienes no pueden negar que las hizo, tratan de rebajarlas poniéndolas al nivel de las hechicerías; qué tiene, decimos, de extraño que también en su muerte llevara ventaja al común de los mortales, y su alma, que dejó de grado su cuerpo, volviera a él cuando le plugo, después que fuera de él cumplió ciertos hechos de salud? Algo así se escribe en Juan haber dicho Jesús mismo: Nadie me quita mi alma, sino que la dejo de mí mismo. Poder tengo de dejar mi alma y poder igualmente de tomarla (Jn 10,18). Y acaso por eso se dio prisa a salir del cuerpo, a fin de guardarlo intacto, y no se le quebraran las piernas, como a los ladrones que habían sido crucificados con El. Porque al primero le quebraron los soldados las piernas, y lo mismo al otro que había sido crucificado con El; mas, llegados a Jesús y viendo que había expirado, no le quebraron las piernas (Jn 19,32).
Ya hemos respondido a la pregunta de Celso: "¿Cómo puede, pues, probarse que lo supiera de antemano?" Respecto de esta otra: "¿Cómo puede ser inmortal un muerto?", sepa quien quiera saberlo que no es inmortal un muerto, sino quien resucita de entre los muertos. Ahora bien, no sólo no es inmortal un muerto, sino que Jesús mismo, que une en sí dos naturalezas, no fue inmortal antes de morir, precisamente porque tenía que morir. Es inmortal, empero, cuando ya no morirá más: Cristo, resucitado que he de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre El (Rm 6,9), aunque no lo quieran los que no son capaces de entender en qué sentido se dijeron estas palabras.
Sandez suma es también esto: "¿Qué dios, qué demon o qué hombre sensato, sabiendo de antemano que le iba a pasar todo eso, no hubiera tratado, en lo posible, de evitarlo, y no arrojarse a lo mismo que preveía?" Pues también Sócrates sabía que tenía que beber la cicuta y morir y, de haber hecho caso a Gritón (PLAT., Crit, 44-46), podía haberse fugado de la cárcel y no sufrir nada de eso. Sin embargo, según le pareció conforme a razón, prefirió morir como un filósofo que no vivir contra la filosofía. Y Leónidas, general de los lacede-monios, sabiendo que fatalmente tenía que morir con los defensores del paso de las Termopilas, no tuvo empeño en vivir ignominiosamente, sino que dijo a sus compañeros: "Vamos a tomar el desayuno para cenar en el Hades" (CICERÓN, Tuse, disp. I 42,101; PLUTARCHO, Mor. 225D-306D). Y el que tenga gusto en reunir anécdotas semejantes, las hallará en abundancia. ¿Qué tiene, pues, de extraño que Jesús, "aun sabiendo lo que le iba a acaecer, no lo evitara, sino que se arrojó a lo mismo que preveía?" El mismo Pablo, su discípulo, habiendo oído lo que le iba a suceder si subía a Jeru-salén, se arrojó intrépidamente a los peligros y reprendió a los que, deshechos en lágrimas, lo rodeaban y trataban de impedir su marcha a Jerusalén (Ac 21,12-14). Y muchos de nuestro tiempo sabían muy bien que, confesando el cristianismo, morirían y, con solo renegar de él, serían absueltos y recobrarían sus bienes; y, sin embargo, despreciaron la vida y aceptaron de buen grado la muerte por su religión.
Seguidamente, el judío de Celso dice otra sandez comparable a la anterior: "Si sabía de antemano que uno lo había de traicionar y otro de negar, ¿cómo es que no lo temieron como a Dios, de suerte que ni el uno lo traicionara ni lo negara el otro?" Pero este sapientísimo Celso no vio la contradicción en que cae. Porque si, como Dios, lo supo de antemano, y no era posible fallara su presciencia, tampoco lo era que el que había previsto lo traicionaría, no lo traicionara, y el que había previsto lo negaría, no lo negara. Y, de haber sido posible que el uno no lo traicionara ni lo negara el otro, de suerte que no se diera ni el traicionar ni el negar por el hecho de haber sido de antemano advertidos, ya no hubiera salido verdadero el que dijo que uno lo traicionaría y otro lo negaría. Porque, en realidad, conocía la maldad de dónde saldría la traición, y esa maldad no se destruía por la mera presciencia. Y, por el mismo caso, si sabía quién lo había de negar, predijo la negación, porque vio la flaqueza de que procedería la negación; pero esta flaqueza no podía desaparecer, así inmediatamente, por la mera presciencia.
¿Y de dónde sacaría Celso estotro: "Mas el uno lo traicionó, y lo negó el otro, sin tenerle el menor respeto"? Porque, respecto de Judas, que lo traicionó, ya hemos demostrado (II 11) ser mentira entregara a su maestro sin respeto alguno; y no menos evidente es respecto del que lo negó; pues, saliéndose afuera, lloró amargamente (Mt 26,75).
Superficial es también estotro: "Porque es evidente que si uno se percata de antemano que se acecha contra él, si lo advierte a sus acechadores, éstos se apartan y se guardan"; puesto que muchos han armado sus acechanzas aun a quienes las han presentido. Después, como quien saca la conclusión de su razonamiento, dice: "Luego todo esto no sucedió porque estuviera previsto, pues es imposible; antes bien, el haber sucedido demuestra ser mentira que fuera previsto, pues es de todo punto imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionar o negar". Pero, refutadas las anteriores premisas, refutada queda con ella la conclusión: "Todo esto no sucedió porque estuviera previsto". Nosotros decimos que sucedió porque era posible; y, puesto que sucedió, se demuestra ser verdadera la predicción, pues la verdad de una predicción de lo futuro se juzga por los sucesos reales. Mentira es, por ende, lo que dice Celso sobre que se demuestra ser mentira que Jesús predijera lo que predijo. Como es sin tomo lo otro de que "es imposible que quienes de antemano fueron advertidos persistieran en traicionarlo y negarlo".
Veamos qué dice seguidamente: "Todo esto, dice, lo predijo siendo Dios, y era forzoso que lo predicho se cumpliera. Un dios, consiguientemente, llevó a sus discípulos y profetas, con quienes él comía y bebía, nada menos que a ser unos impíos y sacrilegos, él, que debiera hacer bien, desde luego, a todos los hombres y, señaladamente, a sus/propios comensales. A no ser que digamos que quien ha comido a la mesa de un hombre, jamás cometerá contra él una insidia; el que ha comido, en cambio, con un dios, se la armó. Y, lo que es aún más absurdo, fue el dios mismo quien se la armó a sus comensales haciéndolos traidores e impíos".
Ya que quieres refute también los argumentos de Celso, que, para mí, son patentemente fútiles, voy a responder a eso como sigue. Celso opina que una cosa profetizada acaece precisamente por haber sido profetizada en virtud de una presciencia. Mas nosotros no concedemos tal cosa, sino que decimos no ser el profeta causa del hecho futuro porque predijera que iba a suceder; es más bien el hecho futuro, que hubiera sucedido predicho y sin predecir, el que procura la causa de que el profeta, que lo conoce de antemano, lo prediga. Y todo esto está en la presciencia del profeta: puede suceder una cosa y puede no suceder; pero de las dos sucederá una sola. Y no afirmamos que el profeta quite la posibilidad de que una cosa suceda o no suceda, y pueda decir, por ejemplo: "Esto sucederá absolutamente, y no es posible que suceda de otro modo". Y esto se da en toda presciencia que toca a nuestro libre albedrío, ora se trate de las Escrituras divinas, ora de las historias y leyendas de los griegos. Así el que los dialécticos llaman "razonamiento perezoso", sofisma como es, no lo sería según Celso; pero, según toda sana razón, es sofisma. Para que se entienda esto más claramente, aduciré, de la Escritura, las profecías sobre Judas o la presciencia que acerca de su traición tuvo nuestro Salvador; y de las leyendas griegas, el oráculo que se dio a Layo, dando de momento por bueno que sea verdadero, pues ello no afecta a nuestro razonamiento. Así, pues, sobre Judas se habla, en persona del Salvador, en el salmo 108, que comienza así: ¡Oh Dios!, no calles mi alabanza, porque la boca de un malvado y embustero se ha abierto contra mí (v.l). Si se mira bien lo que se escribe en el salmo, se verá que, si es cierto que fue de antemano sabido que Judas traicionaría al Salvador, también lo fue que él sería culpable de la traición y merecedor, por tanto, de las maldiciones que, por su maldad, se le echan en la profecía.
Padezca, se dice, todo esto, porque no se acordó de practicar la misericordia y persiguió a un hombre pobre y mísero (v.16). Luego pudo acordarse de practicar la misericordia y dejar de perseguir al que persiguió. Mas, pudiendo, no lo hizo, sino que cometió la traición; luego bien merece las maldiciones de la profecía contra él.
A los griegos les citaremos el oráculo que se dio a Layo, que es como sigue, ora se trate de su tenor literal, ora el trágico escribiera algo equivalente. Dícele, pues, el que sabía bien lo por venir:
"No siembres surco de hijos, contrariando el querer de los dioses; que si un hijo
engendrares, matarte ha el engendrado, y por un baño de sangre pasará tu casa entera". (EURÍP., Phoin. 18-20.)
También aquí se ve claro que estaba en mano de Layo "no sembrar surco de hijos", pues no le iba a mandar el oráculo algo que no pudiera hacer. Podía también sembrarlos y a ninguna de las cosas se le forzaba. Mas del no guardarse de "sembrar el surco de hijos", siguiéronse los desastres que nos cuenta la tragedia sobre Edipo y Yocasta y los hijos de ambos.
En cuanto al "argumento perezoso" ", que es puro sofisma, es como sigue y se dice, por ejemplo, a un enfermo, disuadiéndole, sofísticamente, de que llame al médico para curarse. Se formula así: Si está determinado que te levantes de la enfermedad, llames al médico o no lo llames, te levantarás. Mas si está determinado que no te levantes, llames al médico o no lo llames, no te levantarás. Es así que está determinado que te levantes de la enfermedad o está determinado que no te levantes, luego es inútil que llames al médico. Mas a este razonamiento se le puede oponer con gracia este otro: Si está determinado que engendres hijos, los engendrarás tanto si te ayuntas con mujer como si no. Y si está determinado que no engendres hijos, no los engendrarás, tanto si te ayuntas con mujer como si no. Es así que está determinado que engendres hijos o que no los engendres, luego en vano te ayuntas con mujer. Como en este caso es inconcebible e imposible engendrar hijos quien no se una con la mujer, y, por ende, no es vana tal unión; así, si la curación de la enfermedad se hace por vía médica, hay que acudir necesariamente al médico y es falso decir: En vano se llama al médico.
Todo esto hemos traído a cuento por lo que sentó ese sapientísimo de Celso diciendo: "Lo predijo como dios y era de todo punto necesario que lo predicho se cumpliera". Porque si ese "de todo punto" lo entiende como absolutamente necesario, no se lo concederemos, pues podía también no haber sucedido; mas si el "de todo punto" se entiende que sucederá algo que no deja de ser verdad, aunque sea también posible que no suceda, nuestro razonamiento queda intacto, y de que Jesús predijera la traición de uno de sus discípulos y la negación de otro no se sigue que fuera culpable de una impiedad o de una acción criminal. Porque quien, según nosotros, conoce lo que hay en el hombre (Jn 2,25), vio el mal carácter de Judas y el crimen que cometería llevado por su avaricia y de no tener la fe que debía en su maestro, y pudo, entre otras, decir aquellas palabras: El que mete conmigo su mano en el plato, ése me entregará (Mt 26,23).
Y es de ver también cuan superficial y palmaria mentira es la afirmación de Celso de que "no es posible que quien participa de la mesa de un hombre, atente contra él. Y si nadie atentaría contra un hombre, mucho menos pudiera, quien se ha sentado a un banquete con un dios, atentar contra ese dios". Porque ¿quién no sabe que muchos, después de compartir "la sal y la mesa", atentaron contra los que les ofrecieron hospitalidad? Llena está la historia de griegos y bárbaros de casos semejantes; y el poeta yámbico de Paros le echa en cara a Licambes haber infringido los pactos después de "la sal y la mesa", y le dice:
"Violaste el gran juramento, la sal y la mesa". (ARQUÍLOGO, fragm.96, Bergk.)
Y los que se interesan por la erudición histórica y a ella se entregan en cuerpo y alma, abandonando estudios más necesarios sobre cómo se haya de vivir, presentarán muchos más ejemplos de cuántos u antiguos comensales atentaron a quienes les ofrecieron su hospitalidad.
Luego, como quien resume en demostraciones e inferencias conexas su razonamiento, dijo: "Y, lo que es más absurdo, el mismo Dios atentó contra sus comensales, haciéndolos traidores e impíos". Pero ¿cómo pudiera demostrar que Jesús "atentó" contra sus discípulos o "los hizo traidores e impíos", "si no es por cierta inferencia que él imaginó, que cualquiera puede refutar con la mayor facilidad?.
Después de esto dice: "Si todo eso había él aceptado y se sometió al castigo por obedecer a su padre, es evidente que, siendo dios y sufriendo porque quería, no podía serle doloroso ni molesto lo que le venía según su talante". Celso no vio que se estaba contradiciendo a las primeras palabras.
Porque, si concede que fue castigado, pues así lo había El aceptado y por obediencia a su Padre se entregó a sí mismo, es evidente que fue castigado, y no era posible que los tormentos que le infligieron sus verdugos dejaran de serle dolorosos, pues el dolor está fuera del dominio de la voluntad. Mas si, por quererlos, no le eran dolorosos ni molestos los tormentos, ¿cómo admitió Celso que fue castigado? Es que no vio que, una vez que Jesús tomó, por su nacimiento, un cuerpo, lo tomó capaz de los dolores y de las molestias que acaecen a los que tienen cuerpo, si por molestia entendemos lo que no está en nuestra voluntad. Así, pues, como voluntariamente asumió un cuerpo no enteramente de otra naturaleza que la carne humana, así, con el cuerpo asumió también los dolores y molestias del cuerpo, que no estaba ya en su mano dejar de sentir; en mano, empero, de sus verdugos estaba infligirle dolores y molestias. Anteriormente (II 10) hemos defendido que, de no haber El querido caer en manos de los hombres, no hubiera caído. Si cayó fue porque quiso, por razón, como antes demostramos (I 54-55), del beneficio que de morir El por los hombres resultaría a todo el mundo.
Luego intenta demostrar haber sido para él doloroso y molesto lo que le avino, y que, aunque hubiera querido, no habría podido hacer que no lo fuera, y dice: "¿Por qué, pues, se queja y lamenta y ruega que pase por él de largo el miedo de la muerte, diciendo poco más o menos; ¡Oh Padre, si pudiera pasar de largo este cáliz!" También aquí es de ver la malignidad de Celso, que, sin parar mientes en la sinceridad de los autores de los evangelios, que pudieran haber callado lo que, según opina Celso, se presta a acusación, no lo callaron por muchas razones que, en momento oportuno, alegará quien comente los evangelios, falsea la frase evangélica, exagerándola y poniendo lo que no está escrito. Y es así que en ninguna parte se halla que Jesús se lamentara. Además, tergiversa las palabras de Jesús: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y omite lo que está inmediatamente escrito y es de este tenor: Sin embargo, no como yo quiero, sino como quieras tú (ibid.); palabras que ponen bien de manifiesto la piedad para su Padre y su propia grandeza de alma. También afecta no haber leído estotro texto: Sí no puede pasar de nú este cáliz, sino que tengo que bebería, hágase tu voluntad (Mt 26,42), que manifiesta igualmente la sumisión de Jesús a su Padre respecto a los sufrimientos que le estaban determinados. Con ello imita Celso a los impíos que leen malignamente la Escritura y hablan iniquidad contra lo alto (Ps 72,8). Son los que parecen haber leído: Yo mataré, y nos lo echan muchas veces en cara; pero no se acuerdan siquiera de la otra parte: Y yo haré vivir (Dt 32,39), siendo así que el dicho entero quiere decir que Dios mata a los que viven para mal común y obran conforme a la maldad, pero les infunde en su lugar vida superior y cual es natural de Dios a los que mueren al pecado. Leen que se dice: Yo heriré, pero ya no ven que lo otro: y yo curaré (Dt 32,39), es como lo que dice 12 un médico " que corta las carnes, hace dolorosas heridas, a fin de arrancar lo que daña e impide la salud; y es de ver cómo el médico no se cansa de hacer sufrir y cortar, hasta que, gracias a su cura, restablece al cuerpo en la salud que le conviene.
Tampoco leen entero el texto: Porque El hace la llaga y El la sana (Jb 5,18), sino que se quedan con: El hace la llaga. Así, el judío de Celso cita las palabras: " ¡ Oh Padre, ojalá pudiera pasar de mí este cáliz!", pero omite las que siguen, que demuestran la prontitud y valor de Jesús para padecer. Mas, de momento, omitimos estos puntos que requerirían larga explicación, dada con aquella sabiduría de Dios que se concede razonablemente a los que Pablo llama perfectos cuando dice: Sabiduría, empero, hablamos entre los perfectos (1Co 2,6), y sólo brevemente recordaremos lo que hace a nuestro propósito.
Ya hemos dicho anteriormente (II 9) que algunos dichos pertenecen al que en Jesús era primogénito de toda la creación (Col 1,15). Así éste: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), y otros por el estilo. Otros, en cambio, se refieren al hombre que se pensaba haber en El, por ejemplo: "Mas ahora buscáis matarme, a mí, que os he dicho la verdad que oí de mi Padre" (Jn 8,40). Así, pues, también aquí describe Jesús lo que había en su naturaleza humana, de débil en la carne humana y de animoso en su espíritu. Lo débil de la carne en estas palabras: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; lo animoso del espíritu en estotras: Sin embargo, no sea como yo quiero, sino como tú quieras (ubi supra). Es más, si hemos de mirar también el orden de las expresiones, observaremos que se dice primero lo que atañe, por así decir, a la debilidad de la carne, y es un solo dicho; y luego lo de la prontitud del espíritu, que son varios dichos. Un solo dicho es, en efecto, éste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; más de uno son, empero, éstos: No como yo quiero, sino como tú; y estotro: Padre mío, si no es posible que pase de mí este cáliz, hágase tu voluntad. De observar es que no se dijo: Pase de mi este cáliz, sino que se dijo piadosamente y con reverencia el dicho entero: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz.
Conozco también otra explicación de este lugar, que es como sigue: Como viera el Salvador las calamidades que el pueblo y Jerusalén habrían de padecer en castigo de los crímenes que contra El cometerían los judíos, por el solo amor que les tenía, no queriendo que el pueblo padeciera lo que iba a padecer, dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Como si dijera: Ya que por beber yo este cáliz de suplicios, toda la nación será abandonada por ti, ruégote que, si es posible, pase de mí este cáliz, a fin de que esta porción tuya (Dt 32,9) no sea enteramente abandonada en castigo del crimen que cometerá contra mí.
Por lo demás, si, como afirma Celso, nada sufrió Jesús en aquel momento doloroso ni molesto,
¿cómo podían los que estaban por venir aprovecharse de su ejemplo para soportar las molestias y trabajos por la religión, dado caso que El no sufriera lo que sufren los hombres, sino que fue todo apariencia?
Dice además el judío de Celso a los discípulos de Jesús que supone haber fingido todo esto: "Ni mintiendo fuisteis capaces de encubrir verosímilmente vuestras ficciones". A esto respondo que había un camino fácil para encubrir todo eso y era no consignarlo en absoluto por escrito. En efecto, de no contenerlo los evangelios, ¿quién nos podía echar en cara que Jesús dijera eso en el tiempo de su encarnación? Pero Celso no cayó en la cuenta ser imposible que los mismos hombres se engañaran sobre Jesús como Dios y Mesías profetizado, e inventaran sobre El, a ciencia y conciencia, claro está, de que no era verdad lo que se inventaban. De donde se sigue que, o no inventaron, sino que así sentían y sin mentir escribieron, o escribieron mintiendo y no sentían eso, ni, engañados, lo tuvieron por Dios.
Luego dice que algunos de los creyentes, "como si, en plena borrachera, acometieran contra sí mismos, alteran de su primer texto el Evangelio tres y cuatro y más veces, y lo trastornan para poder negar las objeciones que se les ponen". Yo no conozco quiénes alteren el Evangelio si no son los marcionitas y valentinianos, y acaso también los secuaces de Lucano 14. Pero esto que se dice no es culpa de nuestra doctrina, sino de quienes tienen audacia bastante para falsificar los evangelios. No es culpa de la filosofía que haya unos sofistas o unos epicúreos y peripatéticos o cualesquiera otros que sostienen falsas opiniones; así no es culpa del verdadero cristianismo haya quienes trastornan los evangelios e introducen sectas ajenas al sentido de la enseñanza de Jesús (cf. III 12; V 61).
Luego, el judío de Celso echa en cara a los cristianos que "se valgan de los profetas que de antemano anunciaron lo que atañe a Jesús". A lo dicho anteriormente (I 49-57), añadiremos ahora que, si Celso tiene, como dice, "consideración a los hombres", debiera haber citado las profecías y, defendiendo su sentido verosímil, presentar los argumentos que le parecieran capaces de refutar el uso que los cristianos hacen de ellas. De esta manera no daría la impresión de intentar resolver tamaño asunto con unas frasecillas, más que más cuando dice que "a infinitos otros se le podrían aplicar las profecías con mucha más verosimilitud que a Jesús" (cf. I 50-57). Deber suyo era haberse enfrentado cuidadosamente con esta prueba que los cristianos tienen por la más fuerte y exponer, profecía por profecía, que "se adaptan más verosímilmente a otros infinitos que no a Jesús". Pero ni siquiera cayó en la cuenta de que hablar así contra los cristianos tuviera visos de probabilidad en alguien ajeno a los escritos proféticos; pero lo cierto es que Celso puso en boca de un judío lo que jamás habría dicho un judío. Efectivamente, jamás convendrá un judío en que las profecías se puedan ajustar más verosímilmente a infinitos otros que no a Jesús. No, el judío dará la explicación que a él le parezca más clara, y tratará de oponerse a la interpretación de los cristianos. No dirá en absoluto cosas que merezcan fe, pero intentará sin duda hacerlo.
Ya antes dijimos (I 56) haberse profetizado que habría dos advenimientos de Cristo al género humano; por eso no hay necesidad de responder a lo que se supone dice el judío: "Los profetas afirman que el que ha de venir será señor de toda la tierra y de todas las naciones y ejércitos". Y muy a lo judío dijo también, a lo que yo creo, y muy de acuerdo con la rabia con que insultan a Jesús sin demostración, siquiera probable", alguna, que "no predijeron perdición semejante". Pero ni los judíos, ni Celso, ni nadie demostrará ser una "perdición" el que a tantos hombres convierte del aluvión de los vicios a una vida conforme a la naturaleza con templanza y demás virtudes.
Celso añade lo siguiente: "Nadie recomienda a Dios o al Hijo de Dios por tales signos y malas inteligencias y por argumentos tan poco nobles". Deber suyo era presentar tales malas inteligencias y refutarlas; deber igualmente demostrar por un razonamiento la poca nobleza de los argumentos; y si el cristiano parecía decir algo razonable, tratar de combatirlo y echar por tierra sus razones. En cuanto a lo que dijo debía haber acontecido con Jesús, aconteció, en efecto, como con alguien grande; pero Celso no quiso ver que aconteció, por más que la evidencia está en favor de Jesús. "Y es así que como el sol-dice-, al iluminarlo todo, se muestra primeramente a sí mismo, así debiera haber hecho el Hijo de Dios". Ya hemos dicho que así lo hizo, pues floreció en sus días la justicia y hubo abundancia de paz... (Ps 71,7). Lo que se cumplió apenas nacido, pues así quería Dios preparar a los pueblos para su doctrina. Todos estaban bajo un solo emperador romano, pues la incomunicación entre los pueblos que había traído la multiplicidad de reinos, hubiera dificultado a los apóstoles cumplir el mandato que Jesús les diera diciendo: Marchad y haced discípulos míos en todos los pueblos (Mt 28,19). Y es bien notorio que Jesús nació bajo el imperio de Augusto, el que allanó (digámoslo así) a muchedumbres de hombres sobre la tierra por el rasero de un solo imperio. El haber habido muchos imperios hubiera sido un obstáculo para la propagación de la doctrina de Jesús por todo el orbe, no sólo por las razones antedichas, sino porque las gentes, dondequiera, hubieran tenido que salir a campaña y combatir por su patria. El hecho se dio en tiempos antes de Augusto y aún más antiguamente, siempre que, como en la guerra de lacedemonios y atenienses, otros pueblos hubieron de luchar unos contra otros. ¿Cómo, pues, iba a imponerse una doctrina de paz, que no permite ni vengarse de los enemigos, si, al advenimiento de Jesús, la situación del orbe no hubiera adquirido en todas partes un carácter más suave?
Luego acusa a los cristianos "de sofisticar diciendo que el Hijo de Dios en su propio Logos"; y se imagina probar su acusación; pues, "proclamando que el Logos es Hijo de Dios, no presentamos un Logos puro y santo, sino un hombre conducido con la mayor ignominia al suplicio y puesto en un madero". Ya antes (II 9) hemos respondido, brevemente, a las acusaciones de Celso sobre este punto e hicimos ver cómo el primogénito de toda la creación (Col 1,15) tomó cuerpo y alma humana. Allí dijimos que Dios mandó sobre cosas tan grandes del universo y fueron creadas y cómo el que recibió ese mandato fue el Logos Dios. Y ya que es un judío el que dice eso, no estará fuera de lugar valemos del salmo (106,20): Envió su Logos y los curó, y los libró de sus corrupciones, texto que ya recordamos arriba (I 64). Yo, aunque he tratado con muchos judíos que profesan ser sabios, no he oído a ninguno que alabe el dicho de que "el Hijo de Dios es Logos", como dice Celso, cuando atribuye a su judío estas palabras: "Si el Logos, según vosotros, es el Hijo de Dios, también nosotros lo aceptamos".
Ya anteriormente (II 7) hemos dicho que Jesús no puede ser ni "un fanfarrón" ni "un mago" o hechicero; por eso no es menester repetir lo dicho, para no contestar a las repeticiones de Celso con otras repeticiones. Ahora, al meterse con la genealogía de Jesús, no dijo una palabra sobre la diferencia de las genealogías, problema que se discute entre los mismos cristianos y que algunos nos presentan como una acusación. Y es que Celso, el verdadero "fanfarrón", que proclama saber todo lo que atañe a los cristianos, no supo buscar inteligentemente las dificultades de la Escritura. Dice, empero, haber sido "unos insolentes los que hicieron descender a Jesús del primer hombre y de los reyes de los judíos". Y se imagina decir algo maravilloso añadiendo que "la mujer del carpintero no ignoraría venir de tan alta prosapia". ¿Qué tiene esto que ver con nuestro tema?
Demos que no lo ignorara. ¿Qué daña esa no ignorancia a nuestro propósito? Pero demos que lo ignoraba. ¿Es que por ignorarlo no venía del primer hombre? ¿No se remontaría por eso su alcurnia a los reyes de los judíos? ¿O es que piensa Celso ser forzoso que los pobres nazcan de gente aún más pobre-tona y los reyes de reyes? Me parece, pues, vano gastar tiempo en este punto, como quiera que es cosa patente haber nacido, aun en nuestros tiempos, de padres ricos e ilustres, hombres más pobres que María; y de padres oscuros, caudillos de pueblos y reyes.
"¿Qué hizo Jesús - dice Celso - de noble o insigne como Dios? ¿Despreció a los hombres y se rió y burló de lo que le acaeciera?" A quien así pregunta, ¿de dónde, sino de los evangelios, podemos responderle, si queremos presentar lo insigne y maravilloso que se dio en lo que le acaeciera? Ahora bien, los evangelios cuentan que la tierra tembló y se partieron las rocas y se abrieron los sepulcros (Mc 15,38 Mt 27,51). Y que el velo del templo se rasgó de arriba abajo y, por eclipse del sol, se produjeron tinieblas en pleno día (Lc 23,44). Ahora, si Celso cree a los evangelios donde se imagina le dan ocasión para acusar a Jesús ; y a los cristianos, y les niega crédito en cosas que demuestran su divinidad, tendremos que decirle: Amigo, o niega fe a todo y no pienses ni en acusar, o cree a todo y admira al Logos de Dios que se hizo hombre para hacer bien a todo el género humano. Por lo demás, obra insigne de Jesús es que hasta hoy, en su nombre, se curan aquellos que Dios quiere se curen. Sobre el eclipse acontecido en tiempo de Tiberio César, bajo cuyo imperio parece haber sido crucificado Jesús, y sobre los grandes terremotos de entonces, escribió Flegón, creo que en el libro trece o catorce de su Crónica (cf. II 14).
Para burlarse, según él cree, de Jesús, el judío de Celso escribe que conoce lo que dice el Baco de Eurípides: "El Dios mismo, con sólo que yo quiera, me desata" (Eurip., Bacchae 498).
Ahora bien, no son los judíos muy amigos de las letras griegas. Mas demos que algún judío lo haya sido hasta ese punto: ¿Se sigue que Jesús, por el hecho de que no se desató estando atado, no se pudiera desatar? Si no, crea por nuestras Escrituras que también Pedro, encadenado en la cárcel, desatándole un ángel las cadenas, salió de ella (Ac 12,6-9); y Pablo, juntamente con Silas, atado al cepo en Filipos, ciudad de Macedonia, fue desatado por virtud divina, en ocasión que se abrieron las puertas de la prisión (Ac 16,24-26). Pero lo probable es que Celso se ríe de todo esto, si no es que ni leyó de todo punto la historia. Porque seguramente hubiera dicho contra ella que también los hechiceros, con sus encantamientos, desatan cadenas y abren puertas. Y así equipararía los artilugios de los magos con lo que entre nosotros se cuenta.
"Mas ni siquiera el que lo condenó, dice, sufrió nada, como Penteo, que se volvió loco y se despedazó a sí mismo". Pero Celso no sabe que quien condenó a Jesús no fue tanto Pilato, que sabía que por envidia lo habían entregado los judíos (Mt 27,18), cuanto el pueblo judío, y éste sí que fue condenado por Dios, quedó desgarrado y disperso por toda la tierra, más despedazado que Penteo.
¿Y cómo es que pasó adrede por alto lo que se cuenta de la mujer de Pilato, la cual tuvo un sueño y quedó de él tan impresionada que le mandó decir a su marido: No te metas con ese hombre justo, pues por él he sufrido hoy mucho entre sueños? (Mt 27,19).
Y una vez más se calla Celso lo que pone de manifiesto la divinidad de Jesús, y trata de insultarlo por lo que está escrito en los evangelios. Y así trae a cuento los soldados que "hicieron de El chacota, lo cubrieron de un manto de púrpura, lo coronaron de espinas y le pusieron una caña en la mano". Ahora bien, ¿de dónde, Celso, has sabido todo eso, sino de los evangelios? Tú has visto que todo eso son cosas ignominiosas; mas los que las pusieron por escrito no consideraron que tú y los que a ti se parecen haríais burla de ellas, sino que otros tomarían de ahí ejemplo para despreciar a los que se ríen y mofan de quien muere voluntariamente por la religión. Admira más bien el amor a la verdad de los evangelistas y la nobleza de quien todo eso padeció voluntariamente por los hombres; y todo lo soportó con paciencia y magnanimidad, pues no se escribe que, por haber sido condenado a muerte, se "lamentara" ni pensara o dijera nada innoble.
Prosigue Celso: "¿Por qué, si no antes, ahora al menos, no muestra algo divino, y se libra a sí mismo de esta vergüenza y se venga a sí mismo y a su Padre de quienes los insultan?" A esto hay que decir que tal pregunta vale tanto como preguntar a los griegos que introducen la providencia y admiten los signos divinos o milagros: ¿Cómo es que Dios no castiga a los que escarnecen a la divinidad y destruyen la providencia? La defensa que sobre este punto aleguen ellos, la alegaremos también nosotros y aún mejor. Por lo demás, algún signo divino se produjo, el eclipse de sol y demás milagros, que pusieron de manifiesto haber en el crucificado algo divino y muy superior al vulgo.
Luego dice Celso: "¿Y qué dice cuando su cuerpo estaba puesto en el palo? ¿Qué icor salió de él 'cual a los dioses bienhadados correr suele' (Ilíada 5,340.)"?.
Celso habla en son de chunga, pero nosotros le demostraremos, mal que le pese, por los evangelios, que fueron escritos en serio, que del cuerpo de Jesús no corrió el icor mítico de que habla Hornero, sino que, estando ya muerto, uno de los soldados le hirió con la lanza su costado y salió sangre y agua. Y el que lo vio, lo atestigua y su testimonio 'es verdadero; y él sabe que dice la verdad (Jn 19,34). Ahora bien, la sangre de los cuerpos muertos se coagula y no brota de ellos agua limpia; pero la maravilla en el cuerpo muerto de Jesús fue que del costado del cuerpo muerto saliera sangre y agua. Pero la táctita de Celso es aducir frases de los evangelios, torcidamente interpretadas por añadidura, para acusar a Jesús y a los cristianos, y callar lo que demuestra la divinidad de Jesús; mas si se quiere escuchar los signos divinos, lea el Evangelio y vea cómo el centurión y su gente, que custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y los otros fenómenos, temieron sobremanera diciendo: Verdaderamente éste era hijo de Dios (Mt 27,54).
Después de esto, el judío '7, que sólo toma del Evangelio frases que cree prestarse a crítica, "le reprocha a Jesús el vinagre y la hiél, como si hubiera sido demasiado propenso a beber y no hubiera sido capaz de resistir la sed, como la resiste muchas veces cualquier otro". Esto tiene su explicación propia" en la tropología; pero aquí es menester10 dar la explicación ordinaria a la dificultad diciendo que fue predicho por los profetas. Efectivamente, en el salmo 68 se escribe en persona de Cristo: Y mezcláronme hiél en la comida, y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22). Digan los judíos quién es el que esto dice en la profecía y demuéstrennos por la historia quién tomó por comida hiél y fue abrevado en su sed con vinagre. Y si van tan lejos que digan que al Mesías que ellos piensan ha de venir le acontecerán estas cosas, nosotros les replicaremos: ¿Y qué inconveniente hay en que se haya cumplido ya lo profetizado? Y esto que se predijo con tantos años de anticipación, si se junta a las otras predicciones proféticas, es argumento bastante para mover a quien inteligentemente examine el conjunto de las cosas a admitir que Jesús es el Mesías profetizado e Hijo de Dios.
Después de esto nos dice a nosotros especialmente el judío: "¿Conque nos recrimináis a nosotros,
¡oh fidelísimos de vosotros!, porque no tenemos a éste por Dios ni convenimos con vosotros en que padeció todo eso en beneficio de los hombres, a fin de que también nosotros despreciáramos los suplicios?" A esto responderemos que, en efecto, recriminamos a los judíos que, criados a los pechos de la ley y los profetas que de antemano anuncian a Cristo, ni resuelven los argumentos con que nosotros demostramos que Jesús es el Mesías, resolución que les procuraría alguna excusa para no creer; ni, ya que no los resuelvan, creen en el que fue claramente profetizado y demostró a sus discípulos, aun después del tiempo de su encarnación, que todo eso lo sufrió por amor de los hombres. Y es así que el fin de su primer advenimiento no fue juzgar las obras de los hombres antes de enseñarles y darles ejemplo de cómo debían portarse, ni tampoco castigar a los malos y salvar a los buenos. No; el Señor quería primeramente sembrar su propia doctrina milagrosamente y con cierta virtud divina entre todo el género humano, tal como lo habían predicho también los profetas. Les recriminamos, además, que cuando les demostraba la virtud que habitaba en El 2° no le creyeron, sino que dijeron que, en virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, arrojaba del alma de los hombres a los' demonios (Mt 12,24 Mt 9,34). Les recriminamos también de que no reconocieran su amor a los hombres en no dejar no ya una ciudad, mas ni una aldea en que no anunciara el reino de Dios, sino que le calumniaron y vituperaron de vagabundo que andaba errante en un cuerpo innoble (I 61,69). Porque no es cuerpo innoble el que soportó tantos trabajos por el bien de quienes, dondequiera, pueden oír la palabra de Dios.
Mas ¿cómo no calificar de mentira patente lo que dice el judío de Celso, que "Jesús no convenció a nadie mientras vivió, ni siquiera a sus discípulos; fue castigado y sufrió tales ignominias"? Porque
¿de dónde nació la envidia contra El de los que entre los judíos eran príncipes de los sacerdotes, ancianos y escribas, sino de las muchedumbres que lo seguían hasta los mismos desiertos, persuadidas y subyugadas no sólo por la consecuencia de sus discursos-pues hablaba siempre tal como convenía a sus oyentes-, sino también por sus milagros, con que impresionaba a los mismos que no creían por la consecuencia de sus discursos? ¿Cómo no tener por mentira patente "que no convenciera ni a sus discípulos"? Cierto que, por miedo (pues no estaban aún ejercitados en la fortaleza), sufrieron lo que suelen sufrir los hombres, pero no hasta el punto de perder su fe en El como Mesías. Y es así que Pedro, des-.pués de negarle, al darse cuenta del mal que había hecho, salió afuera y lloró amargamente (Mt 27,75). En cuanto a los otros, si es cierto que se desalentaron ante lo que sucedió, aún lo siguieron admirando, y luego, al aparecérseles resucitado, se fortalecieron en la fe, mucho más que antes, de que El era Hijo de Dios.
Algo indigno de un filósofo sufrió Celso al imaginar que la superioridad de Jesús entre los hombres no consiste en su doctrina de salud y en su carácter puro: Jesús debiera haber obrado contra lo que pedía la persona que asumiera y, habiendo asumido la mortalidad, no morir, o, caso de morir, no con muerte que pudiera servir de ejemplo a quienes, justamente por ese hecho, sabrían morir por la religión y confesarla francamente ante quienes yerran en materia de religión e irreligión. Son los que tienen a los hombres religiosos por los más irreligiosos y se imaginan ser religiosísimos los que yerran sobre Dios y aplican a cualquier cosa menos a Dios la recta idea de Dios. Lo cual es señaladamente cierto cuando se abalanzan hasta quitar la vida a quienes se han rendido con toda el alma, hasta la muerte, a la evidencia de un Dios único y supremo.
Celso acusa además a Jesús por boca del ficticio judío de que "no se mostró puro de todos los males". Díganos entonces ese sabio de Celso de qué males no se mostró puro> Jesús. Porque si afirma que no estuvo limpio de los males propiamente dichos, demuestre claramente una sola obra mala en El; pero si entiende por males la pobreza y la cruz y las insidias de hombres malvados, es evidente que afirma haberle también sucedido males a Sócrates, que no había podido mostrarse limpio de todo mal2I. Ahora bien, cuan grande sea la muchedumbre de filósofos griegos pobres y que voluntariamente abrazaron la pobreza, el vulgo mismo lo sabe por lo que de ellos se escribe. Así, de un Demócrito, que dejó sus campos para pastos de ovejas; de un Grates, que se liberó a sí mismo haciendo merced a los tebanos de todo el dinero que logró de la venta de todos sus bienes (Dioc. LAERT., VI 87). Y Diógenes, por su extrema parquedad, vivía en un tonel, y nadie que tenga siquiera mediana inteligencia dirá que por ello viviera Diógenes entre males (Dioc. LAERT., VI 23).
Niega Celso, además, que Jesús "estuviera exento de toda reprensión". Pues demuéstrenos quién de los que abrazaron su doctrina consignó por escrito nada verdaderamente reprensible en Jesús. Y si su acusación de reprensible no se funda en ellos, muéstrenos dónde se informó para decir que no fue irreprensible. Jesús hizo creíbles sus promesas por los beneficios que hizo a los que se le adhirieron. Y nosotros, que vemos continuamente cómo se cumple lo que El dijo antes que sucediera: que este evangelio se predica en todo el mundo (Mc 13,10), que sus discípulos marchan a todos los pueblos y por dondequiera se anuncia su palabra (Mt 28,19) y son llevados ante gobernadores y reyes no por otra causa que su enseñanza (Mt 10,18), lo admiramos atónitos y día a día fortalecemos nuestra fe en El. Yo no sé con qué hechos mayores y más patentes quería Celso hiciera Jesús creíbles sus profecías; a no ser que, a lo que se ve, el Lagos, que es Jesús hecho hombre, no quisiera que sufriera nada humano, ni se convirtiera para los hombres en noble ejemplo de cómo haya que soportar los acontecimientos adversos. Estos le parecen acaso a Celso la cosa más lamentable e ignominiosa, pues para él el dolor es el mayor de los males, y el placer, el bien sumo. Mas pareja opinión no la sostuvo ninguno de los filósofos que creen en la providencia y confiesan que el valor, la constancia y magnanimidad son virtudes. En conclusión, no desacreditó Jesús la fe en El por lo que sufrió; más bien la fortaleció en quienes están dispuestos a abrazarse con el valor y saben, enseñados por El, que la vida propia y verdaderamente bienaventurada no es de este mundo, sino del que, según sus propias palabras, se llama siglo presente (Mt 12,32). El vivir, empero, en el que se llama siglo presente (Ga 1,4) es una desgracia o el primero y mayor combate del alma.
Luego se vuelve a nosotros y nos dice: "No diréis, por cierto, que, no habiendo logrado persuadir a los de la tierra, marchó al Hades a convencer a los de allá". Ahora, pues, mal que pese a Celso, le diremos que, mientras estuvo en el cuerpo, no persuadió a pocos, sino a tantos en número, que, por razón de su muchedumbre, se conspiró contra su vida; y, cuando vino a ser alma desnuda del cuerpo, conversó con almas desnudas del cuerpo y de ellos convirtió las que quisieron convertirse o las que, por las razones que El sabía, vio eran más idóneas.
Después de esto, no sé por qué razón dice algo por extremo tonto: "Si vosotros, inventándoos defensas absurdas sobre cosas en que ridiculamente habéis sido engañados, creéis realmente defenderos, ¿qué inconveniente hay en que también otros que fueron condenados a término aún más miserable sean tenidos por mensajeros de Dios más grandes y divinos que Jesús?" Pero es patente a todo el mundo que Jesús, que padeció lo que de El se escribe haber padecido, nada tiene que ver, absoluta y evidentemente, con quienes salieron de este mundo "de manera aún más miserable" por hechicerías o por cualquier otro crimen. Nadie, en efecto, puede presentar una obra de hechiceros que convierta a las almas de los muchos pecados que se dan entre los hombres y toda la inundación de la maldad.
Además, el judío de Celso, comparando a Jesús con ladrones, dice: "Con impudencia semejante pudiera alguien decir de un ladrón y asesino ejecutado: Este no era ladrón, sino un dios, pues predijo a su banda que padecería las cosas que efectivamente padeció". A esto puede decirse primeramente que no es el haber predicho que sufriría lo que sufrió, la razón por que nosotros tenemos tan alta idea de Jesús como cuando, por decirlo así, proclamamos con franqueza que vino a nosotros de parte de Dios. En segundo lugar decimos que esa comparación fue de algún modo predicha en los evangelios, pues Dios fue contado por los inicuos entre los inicuos (Mc 15,28); ellos, que prefirieron se diera libertad a un ladrón que por una sedición y homicidio había sido echado en la cárcel y se crucificara a Jesús, como en efecto lo crucificaron, entre dos ladrones (Mt 20,23 Mt 38). Y todavía sigue Jesús siendo crucificado entre ladrones en sus genuinos discípulos, que dan testimonio de la verdad, y sufre de parte de los hombres la misma condenación que los ladrones. Decimos, pues, que, si quienes aceptan todo tormento y todo género de muerte por su piedad para con el Creador y a trueque de conservarla sincera y pura conforme a la enseñanza de Jesús; si ésos, decimos, tienen algo de común con ladrones, es claro que también Jesús, padre de esta doctrina, es lógicamente comparado por Celso con ladrones. Pero ni El, que murió por el común provecho; ni sus discípulos, que padecen por la religión y son los únicos de entre los hombres a quienes se persigue por razón del modo de honrar a Dios que a ellos les parece mejor, son justamente ejecutados; ni en la conjura contra Jesús hubo rastro de religión.
De ver es también la superficialidad con que habla de los discípulos que Jesús tuvo en vida, diciendo: "Además, los que en vida convivieron con El y escucharon su voz y lo tenían por maestro, cuando lo vieron morir entre suplicios, no murieron con El ni por El, ni soñaron en despreciar los tormentos. Es más, negaron ser sus discípulos. ¡Y ahora vosotros morís con El!" Una vez más, para acusar nuestra doctrina, cree Celso en el pecado que cometieran los discípulos, apenas aún iniciados y débiles e imperfectos, y que se consigna en los evangelios, pero pasa completamente en silencio lo que después de su pecado llevaron a cabo: con qué libertad hablaron a los judíos, los infinitos padecimientos que de parte de ellos soportaron y cómo, finalmente, dieron su vida por la doctrina de Jesús. No quiso Celso oír que Jesús le predijo a Pedro: Mas, cuando seas viejo, extenderás tu mano, etc. A lo que añade la Escritura: Esto lo dijo significando con qué género de muerte glorificaría a Dios (Jn 21,18); ni que Santiago, apóstol y hermano de un apóstol, fue muerto a filo de espada por Herodes por causa de la doctrina de Cristo (Ac 12,2); ni cuánto hicieron Pedro y los otros apóstoles predicando libremente la palabra de Dios y cómo, después de azotados, salieron gozosos de la presencia del sanhedrin, porque habían sido tenidos por dignos de sufrir afrenta por el nombre de Jesús (Ac 5,41). De ese modo superaban muchas de las cosas que se cuentan entre los griegos sobre la constancia y valor de los que se consagraron a la filosofía. Así, pues, desde el principio se afianzó, sobre todo entre los oyentes de Jesús, su enseñanza sobre el desprecio de la vida que sigue el vulgo y el empeño por vivir vida semejante a la de Dios.
Mas ¿cómo absolver de mentira al judío de Celso cuando dice: "Mientras vivió en este mundo sólo pudo ganarse a diez marinos y alcabaleros, gentes perdidísimas (cf. I 62), y ni siquiera a todos"?
Porque es evidente que los mismos judíos pueden confesar que no fueron sólo diez los que ganó, ni sólo cien, ni mil, sino, de golpe, una vez cinco mil (Mt 14,21) y otra cuatro mil (15,38). Y hasta punto tal los ganó que le siguieron hasta el desierto, único capaz de contener tanta muchedumbre de gentes que creían en Dios por medio de Jesús. Y allí les ofreció no sólo discursos, sino también obras. Por lo demás, Celso, al repetirse, nos obliga también a repetirnos, pues queremos evitar piense nadie que pasamos por alto acusación alguna de las que nos hace. Y en el punto de que tratamos, según el orden que seguimos, dice: "Si viviendo no pudo El mismo convencer a nadie y, una vez muerto, todo el que quiere convence a tantos, ¿no será esto por extremo absurdo?" Mas si hubiera querido hablar consecuentemente, debiera haber razonado así: Si, una vez muerto El, persuade no simplemente todo el que quiere, sino el que quiere y puede a tanta gente, ¿cuánto más razonable no será pensar que, mientras estuvo en vida, persuadió a muchos más por su poderosa palabra y por sus obras?.
Luego, Celso nos hace esta pregunta: "¿Con qué razonamiento os movisteis a creer que éste era Hijo de Dios?" Y él mismo se da la respuesta como si fuera nuestra; pues finge que nosotros respondemos "habernos movido, porque sabemos que su suplicio fue para destruir al padre de la maldad". Pero nosotros nos movimos por otros infinitos motivos, de los que hemos expuesto anteriormente una parte mínima y, con la ayuda de Dios, expondremos otros, no sólo en la refutación que llevamos entre manos del que Celso tiene por Discurso verdadero, sino en muchos otros lugares. Y, como si nosotros dijéramos que tenemos a Jesús por hijo de Dios por haber sufrido suplicio de muerte, dice Celso: "¿Pues qué? ¿No fueron también otros ajusticiados, y no menos ignominiosamente?" En lo que hace Celso algo semejante a los más míseros enemigos de nuestra religión, los cuales se imaginan que, por contarse haber sido Jesús crucificado, es natural que demos culto a todos los crucificados.
Muchas veces ya (I 6,68.71; II 32), incapaz de negar los milagros que se escribe haber hecho Jesús, trata Celso de desacreditarlos como hechicerías; y muchas veces, según nuestras fuerzas, hemos replicado a sus razones. Mas ahora habla como si nosotros respondiéramos que hemos tenido a Jesús por Hijo de Dios "porque curó a cojos y ciegos". Y añade: "Y, según vosotros decís, resucitó también muertos" 23. Ahora bien, que curó cojos y ciegos, por lo cual lo tenemos por Mesías Hijo de Dios, es para nosotros patente por el hecho de que también está escrito en las profecías: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y oirán los oídos de los sordos; entonces saltará el cojo como ciervo (Is 35,5). También resucitó muertos, y que tales resurrecciones no sean ficción de los autores de los evangelios pruébase por esta consideración: de tratarse de una ficción, se hubieran consignado muchos más muertos resucitados y que llevaran más días en los sepulcros; pero, como no se trata de ficción, son muy contadas las resurrecciones de que se habla: la de la hija del presidente de la sinagoga, de la que, no sé por qué razón, dijo Jesús : No está muerta, sino que duerme (Lc 8,52), diciendo sobre ella algo que no conviene a todos los muertos; y la del hijo único de la viuda, del que tuvo compasión y lo resucitó haciendo parar a los portantes del féretro (Lc 7,11-17), y la tercera, la de Lázaro, que llevaba ya tres días en la tumba (Jn 11,38-44). Y añadiremos a este propósito para los de mejor inteligencia y, señaladamente, para el judío, que, como en los días del profeta Elíseo había muchos leprosos y ninguno de ellos fue curado, excepto Naamán, sirio; y como había muchas viudas en tiempo del profeta Elias, y a ninguna fue Elias enviado, excepto a Sarepta de Sidonia (Lc 4,27-29), pues sólo ella, por cierto juicio divino, fue digna del milagro que el profeta obró sobre los panes (1R 17,11-16); así, muchos muertos había en los días de Jesús, pero sólo resucitaron los que el Logos creyó idóneos para la resurrección, a fin de que lo que el Señor hacía no sólo fuera símbolo de ciertas cosas, sino que atrajera también por ello a muchos a la admirable doctrina del Evangelio.
Pero yo diría, además, que, conforme a la promesa de Jesús (Jn 14,12), sus discípulos hicieron mayores milagros que los que El hizo en el orden sensible. Y es así que continuamente se abren los ojos de ciegos de alma; y los oídos de quienes estaban sordos a las palabras de la virtud oyen de buena gana hablar de Dios y de la vida bienaventurada en Dios; y muchos cojos de los pies del que la Escritura llama hombre interior (Rm 7,22), ahora, curados por el Verbo, no saltan simplemente, sino que saltan como un ciervo, animal enemigo de las serpientes y superior al veneno de las víboras. Y estos cojos, una vez curados, reciben de Jesús potestad de pisar con los pies de que antes cojeaban por encima de las serpientes y escorpiones de la maldad y, en absoluto, sobre toda la maldad del enemigo (Lc 10,19). Y, al pisarlo, no reciben daño, pues también ellos se han hecho superiores a toda maldad y al veneno de los démones.
Ahora bien, Jesús no quiso simplemente avisar a sus discípulos que no prestaran atención a hechiceros y a quienesquiera prometen milagros por la vía que fuere (sus discípulos no necesitaban de este aviso), sino precaverlos más bien contra los que se proclamaran ser el Cristo de Dios y, por medio de ciertos aparentes prodigios, trataran de atraerse a los discípulos de Jesús. En este sentido dice una vez Jesús: Si alguno os dijere entonces: "Mirad, aquí o allí está el Cristo" (o Mesías), no lo creáis. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios hasta el punto de extraviar, si fuera posible, a los elegidos. Mirad que os lo he dicho de antemano. Si, pues, os dijeren: "Mirad que está en el desierto", no salgáis; "Mirad que está en los graneros", no lo creáis. Porque, como el relámpago sale de oriente y brilla hasta occidente, así será el advenimiento del Hijo del hombre (Mt 24,23). Y en otro lugar: Muchos me dirán aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos comido en tu nombre, y en tu nombre hemos bebido, y en tu nombre hemos arrojado los demonios y hemos hecho muchos milagros?" Y yo les responderé: "Apartaos de mí, porque sois obradores de iniquidad" (Mt 7,22).
Celso, empero, queriendo equiparar los milagros de Jesús con la magia humana, dice textualmente: "¡Oh luz de la verdad! Con sus propias palabras, según vosotros mismos consignasteis por escrito, anuncia que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes siendo unos malvados hechiceros". Y hasta nombra a un cierto Satanás como autor de tales tramoyas. Así, ni él mismo niega que todo esto no tiene nada de divino, sino que son obras de hombres malvados. Y, forzado de la verdad, descubrió los artilugios de los otros y desacreditó, a par, los suyos propios. Ahora bien,
¿no es cosa miserable tener, por las mismas obras, a uno por un dios y a otros por hechiceros? ¿Por qué razón, si a esos hechos nos atenemos, tener por más malvados a los otros que a éste, más que más que él nos vale de testigo? Todo eso confesó él mismo no ser signos de naturaleza divina, sino de gentes embusteras y padrones de toda maldad". Veamos en estas palabras si no queda Celso convicto de tergiversar nuestra doctrina, pues una cosa es lo que dice Jesús sobre los que obrarán milagros y prodigios, y otra la que afirma el judío de Celso. A la verdad, si Jesús dijera simplemente a sus discípulos que se guardaran de los que profesan hacer milagros y no añadiera quiénes dirán que son, tendría acaso algún lugar la sospecha del judío; pero de quienes quiere Jesús que nos guardemos es de los que afirman ser el Mesías, cosa que no hacen los hechiceros. Como dice, además, que algunos, no obstante vivir mal, harán milagros en el nombre de Jesús y arrojarán de los hombres los demonios, más bien se destierra, por decirlo así, por ese pasaje " la hechicería y toda sospecha de la misma. Se demuestra, en cambio, lo que hay de divino en Cristo y en sus discípulos, pues resulta posible que alguien, valiéndose del nombre de Cristo y movido, no sé cómo, por cierta potencia, parezca realizar milagros parecidos a los de Cristo para darse él mismo por Cristo; y otros, en el nombre de Jesús, otros parecidos a sus auténticos discípulos.
Y Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses, declara cómo un día se revelará el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, el que se opone y se levanta sobre todo el que se dice Dios o cosa santa, hasta el punto de sentarse en el templo de Dios y hacer él mismo ostentación de Dios. Y a los mismos tesalonicenses les dice: Y ahora ya sabéis lo que lo retiene para que se revele en su propio tiempo. Porque ya está operando el misterio de la iniquidad, sólo hasta que sea quitado del medio el que retiene. Y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor Dios matará con el aliento de su boca, y lo aniquilará con la manifestación de su advenimiento; a él, cuyo advenimiento es según la operación de Satanás en todo poder y signos mentirosos, y en todo linaje de embuste inicuo para los que se pierden. Y explicando la causa de que se le permita al inicuo venir al mundo, dice: Por no haber recibido el amor de la verdad para salvarse. Y por eso les envía Dios una operación de error para que crean en la mentira, y así sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad .
Pues diga ahora quienquiera si hay algo en el Evangelio o en el Apóstol que pueda dar lugar a sospecha de que, en ese pasaje, se preconiza la magia. Y a mano de quienquiera está tomar de Daniel la profecía sobre el anticristo (7,23-26). En conclusión, Celso tergiversa las palabras de Jesús, pues El no dice que vendrán quienes hagan milagros semejantes, siendo hombres malvados y hechiceros, y Celso afirma que eso dice. No, así como la virtud de los hechiceros de Egipto no era semejante a la gracia maravillosa de Moisés (Ex 7,8-12), sino que el fin demostró que en los egipcios se trataba de trucos y lo de Moisés era divino, así las obras de los anticristos y de quienes pretenden hacer milagros como si fueran discípulos de Jesús, se dicen ser signos y prodigios de mentira, que tienen fuerza en todo engaño de iniquidad para los que perecen; mas las obras y milagros de Cristo y de sus discípulos no dan por fruto el engaño, sino la salud de las almas. Porque
¿quién con un adarme de razón dirá proceda del engaño la enmienda de la vida y la represión, mayor cada día, de la maldad?
Algo vio, sin duda, Celso en la Escritura cuando le hizo decir a Jesús que "cierto Satanás armaría todas esas tramoyas". Pero saca una conclusión precipitada diciendo que "ni Jesús mismo niega que nada tiene todo eso de divino, sino que son obras de malvados". Con ello pone en el mismo género cosas que son género distinto. Como el lobo y el perro, aunque aparentemente se asemejan en la forma del cuerpo y en el aullido, no son de la misma especie, como no lo son tampoco la paloma torcaz y la doméstica; así nada tiene de semejante lo que se hace por virtud divina y lo que procede de la magia.
Pero, además, a las malignas argucias de Celso diremos también lo que sigue: ¿Conque pueden darse milagros de la magia en virtud de los malos espíritus y no podrá realizarse milagro alguno que proceda de la naturaleza divina y bienaventurada? ¿Conque la vida de los hombres tendrá que soportar lo peor y no le quedará por ningún cabo lugar para lo mejor? A mi parecer hay que sentar en todo este principio: Dondequiera hay algo malo que pretende ser de la misma especie que el bien, allí tiene por fuerza que haber algo bueno que se le oponga. Así, dado que hay cosas que se llevan a cabo M por magia, es de absoluta necesidad haya en la vida cosas que se realizan por operación divina. Y, lógicamente, o hay que negar ambas cosas y decir que no se da ni una ni otra, o, afirmada una y, señaladamente, la mala, hay que confesar también la buena. El que afirmara lo que procede dé la magia, pero negara lo que viene de la operación divina, me parecería a mí como el que afirmara que existen sofismas y proposiciones persuasivas, carentes de verdad, no obstante pretender demostrar la verdad, pero no verdad alguna entre los hombres, ni dialéctica con derecho de ciudadanía, opuesta a los sofismas. Ahora bien, si admitimos ser consecuente haya de haber entre los hombres algo que se opera por virtud divina desde el momento que es una realidad la magia y hechicería operada por malos espíritus, encantados por curiosos encantamientos y obedientes a las órdenes de los magos, ¿por qué no hemos de examinar con diligente examen a los que prometen realizar milagros, por su vida y carácter y circunstancias de los milagros, y ver si los hacen para daño de los hombres o para corrección de las costumbres? Así averiguaremos quién hace todo eso en servicio de los démones, y quién, estando en tierra limpia y santa (Ex 7,8), según alma y espíritu y hasta (opino yo) según el cuerpo delante de Dios, habiendo recibido cierto espíritu divino, realiza esas cosas para bien de los hombres y para incitarlos a creer en el verdadero Dios. Ahora bien, si es menester indagar, sin prejuicios, sobre los milagros, quién los hace con buen fin y quién con malo, de suerte que ni los condenemos todos, ni todos los admiremos y aceptemos como divinos, ¿cómo no ha de saltar a los ojos, por las circunstancias que concurrieron en Moisés y Jesús, pues por sus milagros se constituyeron pueblos enteros, haber hecho por virtud divina lo que de ellos se escribe que hicieron? A la verdad, por maldad y arte de encantamiento no se hubiera constituido todo un pueblo, que no sólo abandona los ídolos y templos, obra de hombres, sino que sobrepasa toda la naturaleza creada y se remonta al principio increado del Dios del universo.
Mas, puesto que es un judío el que habla en el libro de Celso, le podemos preguntar: ¿Cómo es, amigo, que tú crees ser cosas divinas las que tus Escrituras consignan haber hecho Dios por medio de Moisés y te esfuerzas en defenderlas contra los que las calumnian y las ponen al nivel de lo que hacen por arte de magia los sabios de Egipto, y niegas, en cambio, sea divino lo que tú mismo confiesas haber hecho Jesús, con lo que imitas a los egipcios, que están contra ti? El resultado, que fue constituirse toda una nación gracias a los milagros operados por Moisés, demuestra evidentemente haber sido Dios quien todo eso hizo por medio de Moisés. ¿Cómo no se demostrará lo mismo en el caso de Jesús, que llevó a cabo obra superior a la de Moisés? Y es así que Moisés sacó de Egipto a un pueblo que, por' tradición, como descendencia de Abrahán, guardaba la circuncisión y era celoso de las costumbres del mismo Abrahán, lo que lo disponía grandemente para seguirlo; y luego le dio leyes que tú crees ser divinas. Jesús, empero, acometió obra más audaz, pues introdujo la manera de vida conforme al Evangelio en modos de vivir de antes arraigados y en costumbres tradicionales y en formas de educación que seguían las leyes establecidas. Y, como Moisés necesitó de milagros para que le creyeran, no sólo el senado (de ancianos), sino también el pueblo-milagros que constan en las Escrituras-, ¿por qué no los había de necesitar también Jesús para ser creído de las gentes del pueblo, acostumbrados a pedir milagros y prodigios? Antes bien, debían ser mayores y más divinos en parangón con los de Moisés, pues tenían que apartar a los creyentes de las fábulas judaicas y de las tradiciones humanas que estaban vigentes entre ellos, y hacerles aceptar que quien esto enseñaba y llevaba a cabo era más grande que los profetas. ¿Y cómo no había de ser más grande que los profetas quien por los profetas había sido pregonado como Mesías y salvador del género humano?
Por lo demás,' todo lo que el judío de Celso dice contra los que creen en) Jesús puede retorcerse en contra de Moisés; de suerte que puede decirse que en nada se diferencian la magia de Jesús y la de Moisés; pues, de atenernos a lo que dice el judío1 de Celso, una y otra se prestan a los mismos reproches. Así, acerca de Cristo, dice el judío de Celso: "¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama eso Jesús sin ambages, según vosotros mismos lo consignasteis por escrito, pues vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros". Y sobre Moisés puede decir un incrédulo, sea griego, sea egipcio, sea cualquier otro, dirigiéndose al judío: "¡Oh luz de la verdad! Por sus mismas palabras proclama Moisés sin ambages, como vosotros mismos lo consignasteis por escrito, que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes, siendo malvados hechiceros". Escrito está, efectivamente, en vuestra ley: Si se levantare en medio de ti un profeta o uno que sueña sueños, y te diere una señal o prodigio y se cumpliere la señal o prodigio y te dijere: "Vamos y sigamos a dioses extraños que tú no conoces, y adorémoslos, no escucharás las palabras de aquel profeta o soñador de sueños", etc. (Dt 13,1-3). El judío, para desacreditar las palabras de Jesús, dice: "Y nombra a cierto Satanás como armador de tales tramoyas"; mas el que quiera retorcer esto contra Moisés dirá que "nombra a un profeta soñador que arme tales tramoyas". El judío de Celso dice sobre Jesús que "ni El mismo niega que todo esto nada tiene de divino, sino que son obras de malvados"; y, por el mismo caso, el que no tenga fe en Moisés, dirá, alegando el texto susodicho, que "ni el mismo Moisés niega que en todo esto no hay nada de divino, sino que son obras de malvados". Y lo mismo hará con estotras palabras: "Forzado por la verdad, descubrió Moisés a par los artilugios de los otros y refutó los suyos propios". Y al judío que arguye así: "¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga por un dios y a los otros por hechiceros?", se le podría contestar por el texto citado de Moisés: "¿Cómo, pues, no ser cosa miserable que, por las mismas obras, a uno se le tenga- por profeta y servidor de Dios y a los otros por hechiceros?" Mas ya que Celso insiste en este punto y añade a lo que ya hemos expuesto como cosas que pueden aplicarse a una y otra parte: "Porque
¿qué razón hay, por estos hechos, para tener a los otros por más malvados que a éste, cuando lo podemos tomar a él mismo por testigo?", añadiremos por nuestra parte lo ^siguiente: ¿Qué razón hay, por estos hechos, para tener por malvados aquellos a quienes prohibe Moisés dar fe, aunque hagan ostentación de milagros y prodigios, más que al mismo Moisés, por el hecho de que desautorizó a otros en punto a milagros y prodigios? Y machacando sobre lo mismo, como quien urge el argumento, dice: "Todo esto confesó él mismo no ser señales de una naturaleza divina, sino de impostores, padrones de toda maldad". ¿Quién es, pues, ese "él mismo"? Tú, judío, dices que Jesús; pero el que te eche en cara las mismas faltas aplicará ese "él mismo" a Moisés.
Luego el judío de Celso (para guardar el papel que desde el principio se le concede) dice en la arenga a sus propios conciudadanos que han creído en Jesús, pero apuntando, desde luego, a nosotros: "¿Qué os movió a creer, si no es que predijo resucitaría después de muerto?" También esto, como lo anterior, se puede retorcer contra Moisés. Le preguntaremos, pues, al judío: ¿Qué os movió a creer, si no es haber escrito acerca de su muerte estas palabras: Y muño allí Moisés, servidor de Dios, en tierra de Moab, por mandato del Señor, y lo sepultaron en Moab, cerca de la casa de Fogor. Y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar de su sepultura (Dt 34,5-6). Porque, como el judío toma ocasión de calumniar a Jesús porque dijo que resucitaría después de muerto, a quien así habla le podrá otro replicar que también Moisés escribió en el Deuteronomio (del que es autor) que nadie, hasta el día de hoy, conoce su sepulcro, con intención de hacerlo más venerable y exaltarlo, como desconocido para el género humano .
Después de esto, dice el judío de Celso a sus compatriotas que creen en Jesús: "Pues sí, vamos a creer que eso se os ha dicho. Pero ¿cuántos otros no nos vienen con prodigios semejantes para persuadir a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Ahí está un Zamolxis, criado que fue de Pitágoras (HEROD., 4,94), y el mismo Pitágoras en Italia (Dioc. LAERT., VII 41), y Rapsinit en Egipto, de quien se cuenta nada menos que haber jugado a los dados con Deméter en el Hades y que subió de allí con un pañuelo de oro como regalo de ella (HEROD., 2,122); a los que hay que añadir a Orfeo entre los odrisas, a Protesilao en Tesalia, a Heracles en el Ténaro, y a Teseo. Mas lo primero que habría que examinar es si realmente resucitó nadie jamás, de verdad muerto, con su propio cuerpo. ¿O es que pensáis que lo de los otros es puro cuento, y así lo parece, pero que vosotros habéis hallado un desenlace más verosímil y convincente de vuestro drama: aquel grito que lanzó sobre el madero en el momento de expirar, el terremoto y las tinieblas? ¡Y no veis que, vivo, no pudo socorrerse a sí mismo, para que resucitara después de muerto y mostrara las señales de su suplicio y las manos tal como habían sido taladradas! ¿Y quién vio todo eso? Una mujer furiosa, como decís, y algún otro de la misma cofradía de hechiceros, ora lo soñara por alguna disposición especial de su espíritu, ora, según su propio deseo, se lo imaginara con mente extraviada; cosa, por cierto, que ha sucedido a infinitas gentes; o, en fin, lo que es más probable, quisiera impresionar a otros con este prodigio y dar, con parejo embuste, ocasión a otros charlatanes mendicantes".
Ya, pues, que es un judío el que dice esto, defenderemos a nuestro Jesús, como si realmente nuestro adversario fuera un judío, retorciendo una vez más el argumento contra Moisés y diciéndole:
¿Cuántos otros nos vienen con prodigios semejantes a los de Moisés, con el solo fin de embaucar a los bobos que los escuchan, haciendo granjeria del embuste? Y en cuanto a mentar los prodigios de Zamolxis y Pitágoras, mejor diría con quien no tenga fe en Moisés que con un judío, que no suele tener muchas ganas de saber las leyendas de los griegos. Y más verosímil es que un egipcio, que no cree en los milagros de Moisés, aduzca el ejemplo de Rapsinit. El egipcio afirmará ser más probable que Rapsinit bajara a los infiernos y jugara a los dados con Deméter, le quitara a la fuerza un pañuelo de oro y lo mostrara como señal de haber estado en el Hades y que, en fin, subió de allá, que no lo que escribe Moisés de sí mismo sobre que penetró en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,21), y que él solo, con exclusión de los otros, se acercó a Dios. Escribió, efectivamente, así: Y sólo Moisés se acercará a Dios, mas los otros no se acercarán (Ex 24,2). Así, pues, nosotros, discípulos de Jesús, diremos al judío que así habla: Tú, que nos acusas de nuestra fe en Jesús, defiéndete ahora a ti mismo y di qué responderás al egipcio o a los griegos si las acusaciones que tú has presentado contra Jesús se retuercen contra Moisés. Y si denodadamente luchas por defender a Moisés como que, en efecto, hay razones convincentes y claras en su favor, sin darte cuenta, en lo que alegues en favor de Moisés, demostrarás, aun sin quererlo, que Jesús es más divino que Moisés.
El judío de Celso tiene por puro truco los cuentos sobre los héroes que se dice haber bajado al Hades y subido de allí nuevamente. Los héroes, según él, podían haber desaparecido por algún tiempo y sustraerse de la vista de todo el mundo y reaparecer luego como si volvieran del otro (esto parece, en efecto, dar a entender el lenguaje del judío respecto de Orfeo entre los odrisas, de Protesilao en Tesalia, de Heracles en el Ténaro y hasta de Teseo). (Enhorabuena! Pero nosotros le vamos a demostrar que lo que se cuenta acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos no puede parangonarse con estas fábulas. Efectivamente, cada uno de esos héroes de que se habla en los diversos lugares pudo sustraerse a las miradas de las gentes y luego, cuando le pareciera bien, volver a los que antes dejara. Pero Jesús fue crucificado en presencia de todos los judíos y, a la vista del pueblo, fue su cuerpo bajado de la cruz. ¿Cómo se atreven entonces a decir haber él inventado algo parecido a lo de los héroes, que bajara a los infiernos y de allí subiera de nuevo? Nosotros afirmamos más bien que, justamente por razón de las fábulas de los héroes que se cree haber forzado el camino del Hades y bajado allá, puede alegarse en favor de la crucifixión algo como lo que sigue: si suponemos que Jesús murió de muerte oscura y no patentemente ante todo el pueblo judío, y luego resucitara realmente, algún lugar pudiera haber para que de El se dijera lo que se sospecha de los héroes. Acaso, pues, a las otras causas por que fue crucificado Jesús pueda añadirse la de que murió públicamente sobre la cruz para que nadie pudiera decir que se sustrajo voluntariamente de la vista de los hombres, y sólo aparentemente habría muerto, no en realidad; y luego, reapareciendo, habría armado la tramoya de su resurrección. Pero, en mi sentir, el argumento claro y evidente es el de la vida de sus discípulos, que se entregaron a una doctrina que ponía, humanamente, en peligro su vida; una doctrina que, de haber ellos inventado la resurrección de Jesús de entre los muertos, no hubieran enseñado 20 con tanta energía. A lo que hay que añadir que, conforme a ella, no sólo prepararon a otros a despreciar la muerte, sino que lo hicieron ellos los primeros.
Y es de ver con qué absoluta ceguera habla el judío de Celso, dando por imposible que nadie resucite de entre los muertos con su propio cuerpo: "Pero habría, dice, que examinar si alguien, muerto de verdad, resucitó jamás con su propio cuerpo". Ningún judío habría dicho eso, desde el momento que cree lo que se escribe en el libro tercero y cuarto de los Reyes sobre los dos niños, de los que al uno resucitó Elias (1R 17,21-22) y al otro Eliseo (2R 4,34-35). Yo pienso que Jesús no vino a otro pueblo que el judaico, precisamente porque allí estaban acostumbrados a los milagros; así, comparando los milagros que ya ellos creían con los que Jesús hacía y de El se contaban, vinieran a convencerse de que éste, a quien pasaban cosas mayores y ejecutaba por su parte otras más maravillosas, era superior a todos los otros taumaturgos.
Luego, ya que el judío ha alegado las leyendas de los que armaron la tramoya de su propia resurrección " de entre los muertos, dice a los creyentes de entre los judíos: "¿O es que os imagináis que lo de los otros son cuentos, y tales parecen, pero que vosotros habéis hallado un desenlace de vuestro drama más congruente y convincente : aquel grito suyo sobre el palo cuando expiró?" Sobre esto responderemos al judío: Esos que tú has alegado, los tenemos también nosotros por cuentos; mas lo que cuentan las Escrituras que nos son comunes a vosotros y a nosotros y no sólo veneráis vosotros, sino por igual nosotros, eso afirmamos no ser en modo alguno cuentos. Por eso no creemos contaran patrañas los autores que en ellas consignaron resurrecciones de muertos, y en la de Jesús creemos como predicha por El mismo y anunciada por los profetas. Y fue tanto más maravillosa la resurrección de Jesús respecto de la de los niños dichos, cuanto que a éstos los resucitaron los profetas Elias y Eliseo; a El, empero, no lo resucitó ningún profeta, sino su Padre del cielo (Ac 2,24). Por eso fueron también mayores los efectos de la resurrección de Jesús que la de aquellos niños. ¿Qué trajo, en efecto, al mundo la resurrección de aquellos niños por obra de Elias y Eliseo, que pueda compararse con los bienes de la resurrección de Jesús al ser predicada y, por virtud divina, creída?
También tiene por fantasmagoría lo del terremoto y las tinieblas. A esto respondimos ya anteriormente (II 14,33), según nuestras fuerzas, alegando a Flegonte, que cuenta haber acaecido esos fenómenos al tiempo de la pasión de Jesús. Y prosigue diciendo Celso que "el que, vivo, no se socorrió a sí mismo, ¡ muerto iba a resucitar ! ". Y que Jesús "mostró las señales de su suplicio y cómo tenía taladradas las manos". Por nuestra parte le preguntamos a Celso a qué se refiere eso de que "no se socorrió a sí mismo". Porque si se refiere a la virtud, le responderemos que se socorrió en absoluto, pues nada indecoroso dijo ni hizo, sino que, verdaderamente, como oveja ofue conducido al matadero y, como cordero, estuvo mudo ante el que lo trasquila (Is 53,7); y el Evangelio atestigua que Jesús no abrió su boca (Mt 26,63 Mt 27,12-14). Mas si el "no socorrerse" lo toma de las cosas indiferentes y corporales, ya hemos demostrado por los evangelios que a ello fue de pleno grado.
Luego, ya que ha dicho, tomándolo del Evangelio, que Jesús, resucitado de entre los muertos, mostró las señales de su suplicio y las manos taladradas, pregunta así: "¿Y quién lo vio?" Y, a renglón seguido, calumniando a María Magdalena, que se escribe haberlo visto, se contesta: "¡Una mujer frenética, como vosotros decís!" Mas como no sólo se escribe haber visto ella a Jesús resucitado, sino también otros, también a estos trata de insultar el judío de Celso diciendo: "O algún otro de la misma banda de embaucadores".
Luego, como si fuera posible que uno se imagine a un muerto como si estuviera vivo, prosigue diciendo Celso como buen epicúreo: "Eso lo soñó alguien por cierta disposición de espíritu o, conforme a su deseo, se lo imaginó con opinión extraviada, y así lo propaló; fenómeno, dice, que se ha dado ya en infinitas gentes". Esto parece decirse con mucha astucia; sin embargo, no prueba menos un dogma necesario, a saber: que subsiste el alma después de la muerte y que, quien ha abrazado este dogma, no cree en vano sobre la inmortalidad del alma, por lo menos en su pervivencia; y así Platón, en el diálogo sobre el alma, dice que fantasmas como sombras se les han aparecido a algunos en torno a las tumbas (PLAT., Phaid. 81D; cf. infra VII 5). Ahora bien, esas apariciones que se dan en torno a los sepulcros proceden de algo que subsiste, del alma que subsiste en el llamado cuerpo esplendoroso ". Mas Celso no admite nada de eso, sino que quiere que las gentes sueñen despiertas y se imaginen las cosas, con opinión extraviada, conforme a su deseo.
Creer que así suceda entre sueños no está fuera de razón; pero no es verosímil en la vigilia, a no ser que se trate de gentes fuera de sí, que sufren delirio o melancolía. Seguramente, por haber previsto Celso esta objeción, llamó frenética a la mujer. Pero nada de eso indica la Escritura, de donde tomó Celso pie para sus acusaciones.
Así, pues, en opinión de Celso, también Jesús, después de su muerte, "emitía cierta apariencia de las llagas que se hizo en la cruz, pero no estaba verdaderamente herido". Mas, como cuenta el Evangelio, algunas de cuyas partes, según le viene en talante, cree Celso, si le dan pie para censurar, y otras no, Jesús llamó a sí a uno de sus discípulos que no creía y tenía el milagro por imposible.
Cierto que también él aceptaba el dicho de la mujer que decía haberlo visto, pues no tenía por imposible que se viera el alma de un difunto; lo que no tenía por cierto es que Jesús hubiera resucitado en cuerpo semejante al primero. De ahí es que no dijo solamente : Si no veo, no creo, sino que añadió: Si no meto la mano en el lugar de los clavos y no palpo su costado, no creeré (Jn 20,25). Así hablaba Tomás, porque creía ser posible que un cuerpo de alma puede aparecer a los ojos sensibles, parecido en todo a la forma anterior:
"a ella en talla parecida y ojos bellos y voz",
"en los vestidos que el héroe infortunado vistió en vida" (Hom., Ilíada 23,66s).
Llamando, pues, Jesús a Tomás, le dijo: Trae tu dedo aquí y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente (Jn 20,27).
Y era consecuente que todo lo que de El se había profetizado (y en las profecías entra también su resurrección), lo que El hizo y lo que le aconteció fuera coronado por este milagro señero.
Efectivamente, en persona de Jesús, había pre-dicho el profeta: Mi carne descansará con confianza, porque no dejarás mi alma en los infiernos, y no permitirás que corrupción tu santo vea (Ps 15,9- 10). Por lo demás, después de su resurrección se hallaba Jesús en una especie de estado fronterizo entre la solidez del cuerpo antes de la pasión y la aparición de un alma desnuda del cuerpo. Así se explica que, estando reunidos los discípulos y Tomás con ellos, vino Jesús, a puertas cerradas, se puso en medio de ellos y dijo: La paz sea con vosotros. Y luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo, etc. (Jn 20,26-27). Y en el evangelio de Lucas, cuando Simón y Cleofás 2" iban conversando entre sí sobre todo lo que les había acaecido, Jesús se les juntó en el camino. Y los ojos de ellos estaban cerrados para no reconocerlo; y El les dijo: ¿Qué conversación es esa que lleváis uno con otro mientras vais caminando? Y cuando se les abrieron los ojos y lo reconocieron, dice literalmente la Escritura: Y El desapareció de su presencia (Lc 24,31). Así, pues, aunque Celso se empeñe en equiparar otras apariciones y otros aparecidos con lo que se escribe de Jesús y de quienes lo vieron después de resucitado, todo el que inteligente y discretamente examine los hechos verá patente que se trata de algo más maravilloso.
Después de esto, ataca Celso la Escritura de forma que no debe desdeñarse, y dice: "Si Jesús quería realmente hacer ostentación de poder divino, debiera haberse mostrado a los que lo insultaron, al juez que lo condenó a muerte y a todo el mundo en absoluto". Porque, realmente, también para nosotros es evidente que, según el Evangelio, no fue visto Jesús después de su resurrección de la misma manera que aparecía antes en público y a la vista de todos. Cierto que en los Hechos se escribe que, durante cuarenta días, fue visto por sus discípulos y El les daba instrucciones sobre el reino de Dios (Ac 1,3); mas en los evangelios no se dice que estuviera siempre con ellos, sino que una vez se les apareció después de ocho días a puertas cerradas, y se puso en medio de ellos (Jn 20,26), otras veces por modos semejantes. Y Pablo, al final de su carta primera a los corintios, da a entender que no se presentaba ya ante el pueblo como antes de su pasión, pues dice así: Porque yo os he transmitido, en primer lugar, lo mismo que recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y se apareció a Cejas y luego a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos de los que la mayor parte viven aún, y algunos han muerto; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció también a mí (1Co 15,3). Ahora bien, poner en claro la causa por qué Jesús, después de resucitar de entre los muertos, no se manifestó del mismo modo que antes, es punto que encierra grandes y admirables cosas y que superan la comprensión, no ya solamente del vulgo de los creyentes, sino también, en mi opinión, de los muy adelantados. Sin embargo, en una obra que se destina a refutar un discurso contra los cristianos y su fe, veremos, razonablemente, de presentar sólo algunos puntos que convenzan a los oyentes de nuestra defensa.
Jesús, aun siendo uno solo, ofrecía muchos aspectos a la consideración, y no era igualmente visto por todos los que lo miraban. Que ofrecía muchos aspectos a la consideración se ve por dichos como éstos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; y: Yo soy el pan; y: Yo soy la puerta (Jn 14,6 Jn 36 Jn 10,9), y por otros innumerables. Y que, visto, no aparecía igualmente a todos los que lo miraban, resultará claro a quienes consideren por qué, cuando iba a transfigurarse en el monte elevado, no tomó consigo ni siquiera a todos los apóstoles, sino sólo a Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, porque estos solos eran capaces de contemplar a Moisés y Elias aparecidos en su gloria, oír lo que hablaran entre sí y la voz que vendría del cielo (cf. Mt 17,1-5). Yo pienso también que, antes de subir al monte, donde se le acercaron sólo sus discípulos a los que instruyó sobre las bienaventuranzas (cf. Mt 5,lss), cuando luego estuvo abajo en algún paraje del monte, ya atardecido, y curó a todos los que le fueron presentados, librándolos de toda enfermedad y de toda dolencia, no parecía Jesús el mismo a los enfermos que necesitaban de su cura que a quienes, por su salud, habían sido capaces de subir con El al monte. Igualmente, cuando explicaba en particular a sus discípulos las parábolas (Mt 13,19) que a las turbas de fuera se decían entre velos, los que escuchaban las explicaciones de las parábolas tenían mejores oídos que quienes las oían sin explicación; pero también mejor vista, del alma, desde luego, y, a mi parecer, también del cuerpo.
Que no apareciera siempre el mismo lo pone de manifiesto el hecho de que Judas, cuando lo iba a traicionar, dijo a las turbas que salieron con él como si no lo conocieran: Al que yo besare, ése es (Mt 24,48). Lo mismo creo ya da a entender el Salvador cuando dice: Cada día estaba enseñando en el templo, y no me prendisteis (ibid., 55).
Así, pues, teniendo nosotros esa idea de Jesús, no sólo en cuanto a su divinidad interior, oculta a las turbas, sino también en cuanto a su cuerpo, que se transfiguraba cuando quería y ante quienes quería, afirmamos que todos eran capaces de ver a Jesús antes de que despojara a los principados y potestades (Col 2,15) y antes de morir al pecado (Rm 6,10); mas una vez que despojó a principados y potestades y no tiene ya nada capaz de ser visto por las muchedumbres, no todos los que antes lo vieran eran ya capaces de verlo. De ahí que, por consideración a ellos, no apareció a todos después de su resurrección de entre los muertos.
¿Qué digo a todos? Ni siquiera con sus mismos apóstoles y discípulos estaba continuamente ni se les aparecía siempre, pues no podían soportar continuamente su contemplación. Y es así que, una vez acabada su dispensación, el resplandor de su divinidad era más intenso. Este resplandor lo pudo soportar Cefas-Pedro, que era como las primicias de los apóstoles, y después de él los doce, agregado Matías en lugar de Judas (Ac 1,26); después de ellos, se apareció30 a quinientos hermanos juntos, luego a Santiago, luego a todos los otros apóstoles, distintos de los doce, acaso a los setenta discípulos; por último, a Pablo, como a un abortivo que sabía en qué sentido decía: A mí, el más pequeño de todos los santos, me ha sido dada esta gracia (Ep 3,8). Y acaso la expresión el más pequeño equivalga a abortivo.. Ahora bien, como nadie puede razonablemente reprochar a Jesús que no tomara consigo a todos los apóstoles para subir al monte elevado, sino solamente a los tres antedichos, cuando quiso transfigurarse y mostrar la brillantez de sus vestidos y la gloria de Moisés y Elias que hablaron con El; así "adié tiene tampoco derecho a censurar los discursos apostólicos, según los cuales, después de su resurrección, Jesús no se apareció a todo el mundo, sino sólo a los que sabía tenían ojos capaces de contemplar su resurrección.
Yo creo será también oportuno, para apoyar lo que estamos diciendo, alegar el dicho del Apóstol acerca de Jesús: Porque Cristo murió y resucitó para ser señor de vivos y muertos (Rm 14,9). Porque es de notar en este texto que Jesús murió para ser señor de los muertos, y resucitó para serlo, no sólo de los muertos, sino también de los vivos. Entiende el Apóstol por muertos, de los que es señor Cristo, a los que enumera así en su primera carta a los corintios: Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos (1Co 15,52); y por vivos, a ellos y a los que han de ser cambiados, que son distintos de los muertos que han de resucitar. El texto sobre esto dice así: Y también nosotros seremos cambiados, que viene seguidamente de éste: Los muertos se levantarán primero.
Además, en la primera a los tesalonicenses, establece, con otras palabras, la misma distinción, diciendo ser unos los que duermen y otros los vivos. He aquí el texto: No queremos, hermanos, estéis en la ignorancia acerca de los que se duermen, para que no os pongáis tristes a la manera de los otros que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios reunirá con Jesús a los que se durmieron en EL' Con palabras del Señor os decimos, en efecto, que nosotros, los que vivimos, los que quedamos para el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se han dormido . La interpretación que nos pareció mejor a este pasaje la expusimos en los comentarios que compusimos sobre la carta primera a los tesalonicenses.
Y no es de maravillarse que no todas las muchedumbres que creyeron en Jesús vieran su resurrección, cuando Pablo, escribiendo a los corintios, de los que piensa no son capaces de más, dice: Por mi parte, juzgué no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado (1Co 2,2). Lo mismo viene a decir este otro pasaje: Porque no erais aún capaces, ni lo sois aún, pues todavía sois carnales (1Co 3,2-3). De este modo, pues, la Escritura, que todo lo hace con juicio divino, consignó acerca de Jesús que, antes de su pasión, se manifestaba sencillamente a todos, aunque tampoco siempre; mas después de la pasión, ya no se manifestó así, sino con cierta selección que medía a cada uno lo que le convenía. Y como se escribe que Dios se apareció a Abrahán (Gn 12,7), o a alguno de los santos (48,3), pero esta aparición no era continua, sino a intervalos y no se concedía a todos, así hay que entender haberse aparecido el Hijo de Dios de modo semejante a lo que se dice de aquéllos sobre aparecérseles Dios.
Hemos, pues, respondido según nuestras fuerzas y en cuanto cabe en obra como la presente, a lo que dijo Celso: "Si quería realmente hacer ostentación de su poder, debiera haberse aparecido a los que lo insultaron, al juez que lo condenó y a todo el mundo absolutamente". Pero no, no tenía que aparecerse al juez que lo condenó ni a los que lo insultaron; pues Jesús quería justamente evitar que el juez que lo condenó y los que lo insultaron no fueran heridos de ceguera, como lo fueron los de Sodoma, cuando intentaron abusar de la hermosura de los ángeles hospedados en casa de Lot. Este episodio se narra con estas palabras: Alargando los hombres las manos, tiraron de Lot y lo metieron en casa, y cerraron la puerta; mas a los que estaban junto a la puerta de la casa los hirieron, del menor al mayor, de ceguera, de suerte que se cansaron buscando la puerta (Gn 19,10-11). Quería, pues, Jesús mostrar su propia virtud, que es divina, pero a quienes eran capaces de verla y en la medida que podían verla. Y no hay otra razón por que evitara mostrarse, sino la incapacidad de los que no lo podían contemplar.
Es vano, pues, lo que alega Celso: "Porque no iba a temer aún a nadie, una vez que había muerto y siendo, como afirmáis, un dios; ni fue en absoluto enviado para estar oculto". Fue, efectivamente, enviado no sólo para ser conocido, sino también para estar oculto (cf. II 72; IV 15.19). Y es así que ni siquiera los que lo conocieron, conocieron todo lo que era, sino que algo de El se les ocultaba; y algunos no lo conocieron en absoluto. El, ciertamente, abrió las puertas de la luz a los que se habían hecho hijos de las tinieblas y de la noche, pero se esforzaron en hacerse hijos del día y de la luz. Y el Señor salvador vino, como buen médico, más bien a los cargados de pecados que a los justos (Mt 9,12-13).
Mas veamos lo que sigue diciendo el judío de Celso: "Pero, como quiera que sea, si tan grande era, debiera, para demostrar su divinidad, por lo menos haber desaparecido súbitamente del madero" ". Esto me parece a mí semejante al razonamiento de los que se oponen a la providencia, se pintan a sí mismos las cosas distintas de lo que son, tras lo cual exclaman: ¡Cuánto mejor sería el mundo si fuera como lo acabamos de describir! Porque, cuando pintan cosas posibles, se ve que, en cuanto de ellos depende y por su pintura, hacen el mundo peor de lo que es; y cuando parece que no pintan cosas peores que las de la realidad, se les puede demostrar que quieren lo que repugna a la naturaleza, y así, por uno y otro cabo, hacen el ridículo.
Ahora bien, que, en el caso presente, no era imposible, dada su naturaleza divina, que Jesús desapareciera, cuando hubiera querido, es cosa que se cae de su peso, y que se ve además claramente por lo que de El está escrito, por lo menos para quienes no aceptan sólo unas partes de la Escritura con el fin de acusar nuestra fe, y tienen otras por ficciones. Se escribe, en efecto, en el evangelio según Lucas, que, después de su resurrección, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a Simón y Cleofás; y, así que ellos tomaron el pan, se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero El desapareció de su presencia (Lc 24,30-31).
Mas nosotros vamos a demostrar que el haber súbitamente desaparecido corporalmente del madero no hubiera sido tan provechoso al fin general de su encarnación. Lo que se escribe haber acontecido a Jesús no agota su verdad entera en la mera letra e historia. Más hay que contemplar. Y es así que se puede demostrar cómo cada uno de esos acontecimientos es símbolo de otra cosa para los que con mayor inteligencia leen la Escritura. Ahora bien, el haber sido crucificado significa la verdad que se expresa al decir: Estoy crucificado con Cristo; y lo que significan estas otras palabras: ¡Lejos de mí gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! (Ga 2,20 Ga 6,14). Y su muerte fue necesaria por lo que dice el Apóstol: Porque, en cuanto al morir, de una vez murió al pecado (Rm 6,10). Y por lo que se dice el justo: Configurado a su muerte (Ph 3,10), y por lo otro: Si con El hemos padecido, con El también viviremos (2Tm 2,11). Pues, por el mismo caso, su sepultura se extiende a los que se han configurado a su muerte, y a los que con El han sido crucificados y con El han muerto, según lo dice el mismo Pablo: Porque junto con El hemos sido sepultados por el bautismo (Rm 6,4) y junto con El hemos resucitado.
Por nuestra parte, tenemos propósito de comentar lo que se escribe sobre su sepultura y su sepulcro y sobre quién lo sepultó en momento más oportuno, con más pormenor y en obra cuyo objeto principal sea ése. Por ahora baste mentar la sábana limpia, en que debía ser envuelto el cuerpo puro de Jesús, y el sepulcro nuevo que excavó José en la roca, donde nadie había aún yacido o, como dice Juan, en que nadie había sido aún puesto (Jn 19,41). Y es de considerar si esa armonía de los tres evangelistas que tuvieron cuidado de notar que el sepulcro había sido cavado o labrado en la roca, no podrá mover a alguno a examinar las razones o sentido oculto de lo que está escrito y contemplar algo digno de cuenta sobre esos puntos, no menos que sobre la novedad del sepulcro, que notaron Mateo y Juan, y sobre la observación de Lucas y Juan de no haber sido allí puesto aún ningún cadáver (Mt 27,60 Jn 19,41 Lc 23,53). Convenía, efectivamente, que quien no era semejante a los otros muertos y hasta en su cadáver dio señales de vida en el agua y la sangre que brotó de su costado (cf. supra II 36); convenía, digo, que quien era, por decirlo así, muerto nuevo estuviera en sepulcro también nuevo. Y como su nacimiento fue más puro que todo otro nacimiento, pues no nació de comercio carnal, sino de una virgen, así su sepultura debía tener la pureza simbólicamente manifestada por el hecho de que su cuerpo fue depositado en sepulcro nuevo, no construido por piedras de acarreo y que no tuviera unidad natural, sino cavado y labrado en una sola roca y formando un solo bloque.
Ahora bien, explicar lo que está escrito y como remontarse de la letra a las cosas que la letra significa, es tarea mayor y más divina, que se llevaría más oportunamente a cabo en obra especialmente destinada a ese tema; mas, si nos atenemos a la letra, hay que conceder que, pues Jesús había determinado sufrir ser colgado de un madero, había de aceptar lo que de su determinación se seguía, y, pues, como hombre, había sido ejecutado, morir como hombre y ser sepultado como hombre. Pero es que, además, si supusiéramos que en los evangelios se escribe que Jesús desapareció súbitamente de la cruz, Celso y los incrédulos hubieran también maliciado sobre lo escrito y hubieran formulado así su crítica: "¿Por qué entonces desapareció después de puesto en la cruz y no lo procuró antes de la pasión?" Ahora bien, si ellos saben por el Evangelio que "no desapareció súbitamente del madero" y se imaginan criticar lo que dice porque no está inventado como juzgan ellos, en el sentido de que hubiera desaparecido inmediatamente del madero, sino que narraron la verdad, ¿no fuera entonces razonable que también ellos creyeran en la resurrección de Jesús, y que, cuando quiso, entró una vez a puertas cerradas y se puso en medio de sus discípulos y, otra, después de dar pan a dos de sus amigos y de hablarles unas palabras, desapareció de su vista?
Mas ¿de dónde tomó el judío de Celso que Jesús se escondió? Dice, en efecto, sobre El: "¿Y qué mensajero, enviado para dar el mensaje, se escondió jamás cuando su deber era darlo?" Pero no se ocultó o escondió el que dijo a los que fueron a prenderlo: Cada día he estado enseñando públicamente en el templo, y no me prendisteis (Mt 26,55). Lo que sigue es una repetición de Celso, a la que ya hemos respondido, y nos contentaremos, por lo tanto, con lo antes dicho. Escrito queda, en efecto, anteriormente (II 63-67) acerca de estas palabras de Celso: "¿O es que tiene algún sentido que, cuando en vida no se le creía, predicaba a todos indistintamente; cuando, en cambio, podía presentar prueba de fe tan fuerte como su resurrección de entre los muertos, sólo a una mujerzuela, sólo a sus propios cofrades se les apareció a escondidas y de pasada?" Pero ni siquiera es verdad que se apareciera "a una sola mujerzuela", pues en el evangelio de Mateo se escribe así: Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, vino María de Magdala y la otra María a ver el sepulcro; y, de pronto, se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó y removió la piedra. Y poco después añade Mateo: Y he aquí que Jesús les salió al encuentro (evidentemente, a las Marías antedichas) y les dijo: Dios os guarde. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron (Mt 28,1-2 Mt 9). Sobre lo que dice Celso: "Ajusticiado, pues, fue visto por todos, resucitado, sólo de unos cuantos", ya hemos dicho algo anteriormente (II 63ss), al responder a la objeción de que "no fue visto por todo el mundo". Sin embargo, diremos también aquí que lo que en Jesús había de humano era visible a todo el mundo; lo particularmente divino, empero (y no hablo de lo que tiene relación con otras cosas, sino de lo distinto en sí), no era aprehensible a todos. Pero veamos cómo Celso se contradice patentemente a sí mismo. Efectivamente, después de decir que Jesús se apareció sólo a una mujerzuela y a sus propios cofrades, a escondidas y de pasada, añade a renglón seguido: "Ejecutado, pues, fue visto por todo el mundo; resucitado, de uno solo; cosa que debiera haber sido al contrario". Mas oigamos qué entiende por esa necesidad de que pasara lo contrario de que, al ser ejecutado, fuera visto por todos y, resucitado, por uno solo. Si nos atenemos a sus palabras, quería Celso algo imposible y fuera de razón: que, al ser ejecutado, fuera Jesús visto por uno solo; resucitado, por todo el mundo. ¿O qué otra explicación admite eso de que "debiera haber sido al contrario"?
Por lo demás, Jesús nos enseñó también quién era el que lo envió cuando dijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mt 11,27), y: A Dios no lo ha visto nadie jamás. El Hijo unigénito, que es Dios, que está en el seno del Padre, El nos los explicó (Jn 1,18). El, disertando sobre Dios, reveló a sus verdaderos discípulos la naturaleza de Dios. Rastro de sus palabras hallamos en lo que está escrito, y de ellas partimos nosotros para hablar de Dios. Así leemos que una vez se dice: Dios es luz, y no hay en El tinieblas de ninguna clase (1Jn 1,5); y otra vez: Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (Jn 4,22). En cuanto a los fines para que el Padre lo envió, son innumerables, y el que quiera puede conocerlos, ora por los profetas que de El hablaron de antemano, ora por los evangelistas. Y no poco podrá también saber por los apóstoles, señaladamente por Pablo. Además, Jesús ilumina a los piadosos y un día castigará a los pecadores, cosa que no vio Celso cuando dijo: "Para iluminar a los piadosos y compadecerse de los pecadores, arrepiéntanse o no."
Seguidamente dice: "Si quería permanecer oculto, ¿por qué se oyó la voz del cielo que lo proclamaba hijo de Dios? Y si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado y por qué murió?" Sin duda se imagina Celso demostrar aquí una disonancia sobre lo que de Jesús se escribe, por no ver que ni quería que todo lo suyo fuera conocido de todo el mundo y del primero que viniera, ni tampoco que todo quedara oculto. Así, la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios y dijo: "Este es mi hijo amado, en quien me he complacido" (Mt 3,17), no se escribe haber llegado a los oídos de las turbas, como pensó sin duda el judío de Celso. Y la misma voz que en el monte elevadísimo resonó desde la nube, sólo fue oída de los que subieron con El (Mt 17,5). Y es que la voz divina es de tal calidad que sólo es oída de aquellos que el que habla quiere que la oigan. Y nada digo por ahora sobre que la voz de Dios de que habla la Escritura, no es en absoluto aire que vibre o percusión del aire o cualquier otra definición que se dé en los libros sobre la voz (cf. infra VI 62)31; por eso se percibe por un oído superior y más divino que el sensible. Y cuando el que habla no quiere que su voz sea oída por todos, el que tiene oídos superiores oye a Dios; mas el que está sordo del oído del alma, no se da cuenta de que Dios está hablando. Esto vaya contra las palabras de Celso: "¿Por qué se oyó la voz del cielo, que lo proclamaba hijo de Dios?" En cuanto a las otras: "Si no quería permanecer oculto, ¿por qué fue ejecutado o por qué murió?", basta lo que anteriormente, y con extensión, hemos dicho sobre la pasión (II 23-24.69).
Seguidamente, el judío de Celso saca una consecuencia que no es consecuente. Porque de que Jesús "quisiera enseñarnos por los tormentos que sufrió a despreciar incluso la muerte", no se sigue que, "después de resucitado de entre los muertos, tenía que llamar públicamente a todos a la luz y declarar el fin por que había bajado del cielo". Llamarlos a todos a la luz, ya los llamó antes cuando dijo: Venid a mí todos los que estáis cansados y vais cargados, y yo os aliviaré (Mt 11,28).Y en cuanto a la causa por que bajo del cielo, escrita está en los discursos bien extensos que pronunció sobre las bienaventuranzas y en los que se consignan seguidamente en las parábolas y en las disputas con los escribas y fariseos. Y el evangelio de Juan nos expone "3 todo lo que Jesús enseñó; por donde se ve que su magnilocuencia no consistía en palabras, sino en realidades; y por los otros evangelios aparece claro que su palabra era de autoridad y provocaba admiración (Mc 1,27).
A todo esto pone como epílogo el judío de Celso: "Ahora bien, todo esto os lo hemos dicho tomándolo de vuestros mismos escritos, fuera de los cuales no necesitamos de otros testigos, pues vosotros os refutáis a vosotros mismos". Pero ya hemos demostrado que en lo que el judío dice contra Jesús o contra nosotros hay muchas tonterías que nada tienen que ver con lo que escriben nuestros evangelios. Y yo no pienso haya logrado demostrar que nos refutamos a nosotros mismos, sino sólo que se lo imagina. Y luego añade su judío como principio absoluto: "¡Oh Altísimo y Celeste! (cf. I 24): ¿Qué dios, venido a los hombres, deja de ser creído?" A esto hay que decir que, según la ley de Moisés, Dios se escribe haber estado de la manera más clara entre los hebreos, no sólo por los milagros y prodigios obrados en Egipto, por el paso del mar Rojo, por la columna de fuego y la nube de luz, sino también cuando se proclamó el decálogo a todo el pueblo; y, sin embargo, no se le prestó fe por los que lo vieron. Porque, de haber creído al que vieron y oyeron, no se hubieran fabricado el becerro de oro, ni hubieran cambiado su gloria por la imagen de un becerro que come heno (Ps 105,20), ni se hubieran dicho unos a otros ante el becerro : Estos, Israel, son tus dioses, que te han sacado de la tierra de Egipto"? (Ex 32,4). Y es de ver si no son los mismos los que, durante toda la travesía del desierto, no creyeron antaño a tan grandes milagros y epifanías de Dios, como se escribe en la ley de los judíos, y los que, a la venida maravillosa de Jesús, no se convencieron por sus discursos, dichos con autoridad, ni por los milagros que obró en presencia de todo el pueblo.
Lo dicho me parece bastar para quien quiera demostrar que la incredulidad de los judíos respecto de Jesús se da la mano con lo que, desde el principio, está escrito acerca de este pueblo. Porque a lo que dice el judío de Celso: "¿Qué dios, que viene a los hombres, deja de ser creído, sobre todo si se presenta a " los que lo estaban esperando? ¿Y por qué, a la postre, no se da a conocer a los que de antiguo lo esperaban?", responderíamos lo que sigue: ¿Qué vais a responder, amigos, a nuestras preguntas? ¿Qué milagros, a vuestro juicio, aparecen mayores: los que se obraron en Egipto y en el desierto o los que afirmamos nosotros haber hecho Jesús entre vosotros? Sí, según vosotros, aquéllos son mayores que éstos, ¿no se demuestra inmediatamente decir bien con el carácter de quienes no creyeron los milagros mayores que desprecien también los menores? Pues menores se suponen ser los que nosotros atribuimos a Jesús. Mas si los milagros de Jesús son iguales a los que consignó Moisés, ¿qué extraño fenómeno aconteció a un pueblo 3S que no cree en ninguno de los comienzos de las alianzas de Dios? Y es así que con Moisés empezó la legislación, en que están escritos vuestros pecados de incredulidad; s" y todo el mundo confiesa que, para nosotros, la nueva legislación y alianza comenzó con Jesús. Y, a la verdad, al no creer en Jesús, dais testimonio de ser hijos de los que, en el desierto, negaron fe a las divinas apariciones. Y lo que dijo nuestro Salvador, se dirá también contra vosotros que no creísteis en El: Así sois testigos de que aprobáis las obras de vuestros padres (Mt 23,31). Y en vosotros se cumple la profecía que dice: Vuestra vida estará colgando delante de vuestros ojos, y no creeréis en vuestra vida (Dt 28,66), pues no creísteis a la vida que vino al género humano.
Al introducir su ficticio judío, no tuvo Celso habilidad para poner en su boca cosas que no se pudieran retorcer contra él por los escritos de la ley y los profetas. Así, le echa en cara a Jesús cosas como ésta: "Amenaza y vitupera fácilmente, cuando dice: ¡Ay de vosotros!, y: De antemano os digo . Con lo que derechamente confiesa que no tiene fuerzas para persuadir; y eso, no ya a un dios, pero ni a un hombre discreto le pudiera pasar". Pues veamos si todo esto no se retuerce derechamente contra el judío. Y es así que, en los escritos de la ley y los profetas, Dios amenaza e increpa no menos gravemente que los "ayes" de Jesús en el Evangelio. Así, en estos pasajes de Isaías: ¡Ay de los que pegáis casa con casa y alindáis campo con campo; y: ¡Ay o de los que madrugáis muy de mañana y bebéis licores fuertes!; y: ¡Ay de vosotros los que tiráis de los pecados como de una cuerda larga!; y: ¡Ay de los que decís al mal bien y al bien mal!; y: ¡Ay de vosotros, que sois fuertes para beber vino! (Is 5,8 Is 11 Is 18 Is 20 Is 22). Los ejemplos pudieran multi¿necesitarás de apología que te diga que el Hermes homérico habla así a Ulises para prevenirle? Porque el lisonjear y decir cosas al sabor del paladar, estilo es de sirenas, pilcarse hasta lo infinito. Y semejante a esas amenazas es este otro pasaje: ¡Ay de la nación pecadora, del pueblo cargado de pecados, raza malvada, hijos pervertidos!, etc. (1,4). A lo que añade el profeta amenazas que no van a la zaga de las que dice el judío de Celso haber pronunciado Jesús. ¿O no es amenaza grande la que dice: Vuestra tierra está desierta, vuestras ciudades incendiadas, a vuestra vista devoran los extraños vuestra tierra, y, desolada, la devastan pueblos extranjeros? (1,7). ¿Y no es vituperio contra el pueblo lo que, en Ezequiel, le dice el Señor al profeta: En medio de escorpiones estás tú viviendo? (Ez 2,6).
¿Será, pues, cierto, Celso, que te dieras cuenta de lo que ponías en boca del judío cuando le hiciste decir sobre Jesús: "Amenaza y vitupera fácilmente cuando dice: ¡Ay de vosotros!, y: De antemano os digo"? ¿No ves que cuanto tu judío dice para acusar a Jesús, se puede retorcer contra él acerca de Dios? Porque al Dios que habla por los profetas se le puede derechamente acusar de lo mismo que se imagina el judío y pensar que es impotente para persuadir.
Además, a los que piensan que el judío de Celso tiene razón de recriminar eso a Jesús, pudiera yo decirles a este propósito que en el Levítico y Deuteronomio están consignadas innumerables maldiciones. Pues bien, si el judío, saliendo por los fueron de las Escrituras las sabe defender, también y mejor defenderemos nosotros los vituperios y amenazas que se supone haber pronunciado Jesús. Es más, enseñados como estamos por Jesús a entender más a fondo las letras de la ley que el mismo judío, nosotros sabremos defender mejor que él la ley de Moisés. Pero, en fin, el judío mismo, si se percata de lo que significan los discursos proféticos, podrá también hacer ver que Dios no amenaza ni reprende a la ligera cuando dice: "¡Ay de vosotros!"; y: "De antemano os lo digo". Hará ver, digo, cómo Dios dice cosas para la conversión de los hombres, cuales Celso opina no diría un hombre discreto. En cuanto a los cristianos, que saben ser un solo Dios el que habló por los profetas y por el Señor, demostrarán lo razonable de las que Celso tiene por amenazas y contumelias y así las llama. Digamos, pues, sobre este punto unas palabras, hablando con este mismo Celso, que profesa ser filósofo y baladrona saber todo lo nuestro (I 12): Ven acá, amigo. Cuando en Hornero le dice Kermes a Ulises: "¿Cómo así, infortunado, nuevamente,
por los altos y riscos vas errante?" (Odyssea 10,281),
¿necesitarás de apología que te diga que el Hermes homérico habla así a Ulises para prevenirle? Porque el lisonjear y decir cosas al sabor del paladar, estilo es de sirena,
"que un montón de cadáveres rodea", y que dicen:
"Ven acá, Ulises, ven, el muy loado,
¡oh tú, de los aqueos alta gloria!" (Odyssea 12,45.184.)
Ahora bien, si los que yo tengo por profetas y el mismo Jesús emplean la imprecación "¡ay!" y las que tú tienes por contumelias, con el fin de convertir a sus oyentes, ¿no habrá en tal manera de hablar alguna traza y acomodación a los oyentes, a los que tales palabras se aplican como una medicina saludable? A no ser que, por lo visto, quieras tú que Dios, o el que participa de la naturaleza divina, mire muy bien cuando habla con los hombres lo que conviene a su propia naturaleza, pero no lo que es bien anunciar a los hombres mismos que su Logos gobierna y guía, y cómo haya de hablarse a cada uno según su carácter. ¡Y qué ridiculez decir que Jesús no fue capaz de persuadir! Celso lo equipara no solamente al judío, que de ello tiene muchos ejemplos en las profecías, sino también con los griegos, entre los cuales ninguno de los que se hicieron famosos por su sabiduría fue capaz de persuadir a los que conspiraron contra ellos, a sus jueces o a sus acusadores a que, abandonando la maldad, emprendieran el camino que, por la filosofía, conduce a la virtud.
Después de esto, dice su judío - y es evidente que lo dice como si" siguiera la doctrina judaica: "Nosotros esperamos - ¡ qué duda cabe! - que resucitaremos un día en nuestro propio cuerpo y gozaremos de una vida eterna, y tendremos por ejemplo y guía al que nos será enviado, el cual nos mostrará no ser imposible a Dios resucitar a uno en su propio cuerpo". No sabemos realmente si un judío dirá que el Mesías esperado mostrará en sí mismo un ejemplo de la resurrección; pero pase, demos que eso piensa y dice. Pues respondamos al que ha afirmado habernos hablado por nuestras propias Escrituras: Tú, amigo, ¿has leído aquellos pasos que te imaginas prestarte materia de acusación, y no has pasado los ojos por donde se cuenta la resurrección de Jesús, y donde se dice ser El el primogénito de entre los muertos? (Col 1,18 Ap 1,5). ¿O es que, porque tú no quieras que esto se haya dicho, ya por eso no se dijo? Mas, como quiera que el judío de Celso confiesa y admite la resurrección de los cuerpos, no me parece este momento oportuno para discutir este punto con quien cree y afirma darse la resurrección. Y, para el caso, lo mismo me da que tenga una idea exacta de esa doctrina y sea capaz de dar razón de ella, o no lo sea, y sólo se adhiera a ella ficticiamente.
Todo esto sea dicho contra el judío de Celso. Mas, como tras esto prosigue diciendo: "¿Dónde está, pues, para que lo veamos y creamos?", le responderemos así: ¿Dónde está, pues, ahora el que hablaba por los profetas e hizo prodigios para que lo veamos y creamos que sois la porción de Dios? (Dt 32,9). ¿O es que a vosotros os es lícito justificar que Dios no se aparezca continuamente al pueblo hebreo, y a nosotros no se nos concede esa justificación respecto de Jesús, el cual, una vez resucitado, persuadió a sus discípulos de la verdad de su resurrección? Y hasta punto tal los persuadió, que, por lo que sufren, demuestran a todo el mundo cómo, puestos los ojos en la vida eterna y en la resurrección que les fue manifestada de palabra y obra, se ríen de todo lo que en la vida se tiene por doloroso.
Seguidamente dice el judío: "¿Acaso descendió del cielo para que no creamos?" A lo que diremos que no vino Jesús para provocar la incredulidad de los judíos. Eso sí, puesto que de antemano la conocía, la predijo, y de ella se valió para el llamamiento de los gentiles. Y es así que la caída de ellos vino a ser salud para las naciones (Rm 11,11). Sobre éstas dice Cristo mismo por boca de los profetas: Gentes para mí ignotas me han servido, apenas les hablé me obedecieron (Ps 17,44); y: Fui hallado por los que no me buscaban, me presenté ante quienes no preguntaban por mí (Is 65,1). Es además evidente que los castigos que los judíos han sufrido en esta vida, se deben a haberse portado como se portaron con Jesús. Digan, pues, lo que quieran los judíos, cuando, en acusación de ellos, nosotros decimos: Maravillosa fue en vosotros la providencia y benignidad de Dios, castigándoos y privándoos de Jerusalén y del llamado santuario y del culto veneradísimo. Porque, digan lo que quisieren en defensa de la providencia de Dios, nosotros la demostraremos aún mejor, y diremos haber sido maravillosa aquella providencia que se valió del pecado de aquel pueblo para llamar, por obra de Jesús, a su reino a los gentiles, ajenos que eran a los testamentos y extraños a las promesas (Ep 2,12). Y ya los profetas predijeron que, por los pecados justamente del pueblo hebreo, se escogería Dios no ya una nación particular, sino gentes selectas de todas partes; y, después de escoger lo necio del mundo (1Co 1,27), haría que un pueblo insensato poseyera las palabras divinas. El reino de Dios se les quitaría a ellos y sería dado a éstos (Mt 21,43). De entre muchos pasajes, baste, de momento, citar la profecía del cántico del Deuteronomio, acerca de la vocación de los gentiles, que dice así en persona del Señor: Ellos me han provocado a celos con dioses que no lo son, y me han irritado con sus ídolos; pues yo los provocaré a ellos a celos con un pueblo que no lo es, y los irritaré con una nación insensata (Dt 32,21).
Finalmente, como colofón a todo lo dicho, termina así el judío: "Fue, pues, un puro hombre, y tal cual lo pone de manifiesto la verdad y demuestra la razón." Yo no sé si un puro hombre, que se aventure a propagar por todo el mundo su religión y doctrina, es capaz, sin la ayuda divina, de llevar a cabo su intento y de vencer todo lo que se opone a la difusión de aquella doctrina: emperadores y gobernadores, el senado romano, las autoridades de todas partes y el pueblo mismo.
¿Y cómo es posible que la mera naturaleza de un hombre que no lleve en sí algo superior, convierta a tanta muchedumbre de gentes? Y no fuera de maravillar que se conviertan hombres inteligentes; lo grande es que lo hagan también gentes ajenas a toda inteligencia, sujetas a sus pasiones y que, cuanto viven más irracionalmente, más difícilmente se pasan a una vida más morigerada. Mas como Jesús era el poder de Dios y la sabiduría del Padre (1Co 1,24), salió con su empeño, y sale todavía, mal que pese a judíos y griegos que no creen en su palabra.
En conclusión, nosotros jamás dejaremos de creer en Dios conforme a las enseñanzas de Jesús y nos esforzaremos de buen grado por convertir a los que padecen de ceguera en materia de religión; por más que los de verdad ciegos nos dirijan a nosotros el insulto de ceguera; y los que de veras embaucan a los que los siguen, lo mismo entre judíos que entre griegos, nos acusen a nosotros de embaucar a los hombres. ¡Bonito embaucamiento si, en vez de intemperantes, se tornan temperantes o que tienden a la templanza; y, en vez de injustos, justos o que tienden -a la justicia; y, en vez de insensatos, prudentes o que caminan a la prudencia; y en vez de cobardes y viles y afeminados, valerosos y constantes; cualidades que mostrarán sobre todo en sus combates por la religión del Dios que creara todas las cosas! Vino, pues, Jesucristo, de antemano anunciado no por uno solo, sino por todos los profetas. Y fue cosa de la ignorancia de Celso haber puesto en boca de su fingido judío haber predicho al Mesías un solo profeta (I 49; II4).
Esto es lo que se finge decir el judío de Celso, como si hablara en nombre de su ley, y aquí en realidad acaba su discurso, pues no vale la pena mentar otras cosas que aún dije; yo también acabo aquí mi segundo libro en respuesta a la obra de Celso. Mas si Dios nos hace esa merced y a nuestra alma viene a morar la virtud de Cristo, en el tercer libro nos ocuparemos de lo que seguidamente escribe Celso.