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El Testigo Fiel
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Documentación: Contra Celso
Libro IV


Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII

Libro Cuarto

1. Invocación

En los tres libros anteriores hemos expuesto, sagrado Ambrosio, nuestro pensamiento contra el escrito de Celso, y ahora acometemos el cuarto contra lo que sigue, no sin invocar antes a Dios por medio de Cristo. ¡Ojalá se nos concedan palabras como aquellas de que se escribe en Jeremías, cuando se representa el Señor hablando con el mismo profeta: Mira que he puesto mis palabras en tu boca como fuego. Mira que te he constituido hoy sobre los pueblos y reinos, para que arranques y destruyas, para arruinar y asolar, para que edifiques y plantes! . Porque también nosotros necesitamos ahora de palabras que arranquen de raíz cuanto va contra la verdad, de toda alma que ha sido dañada por el escrito de Celso o por ideas semejantes a las de Celso; necesitamos también de pensamientos que derriben todo edificio de falsas opiniones y lo que Celso1 construye en su libro, edificio semejante al de los que dijeron: Ea, vamos a construir una ciudad y una torre cuya punta llegue hasta el cielo . Pero necesitamos también de sabiduría, que derrueque toda arrogancia que se alza contra el conocimiento de Dios (Mt 2), la arrogancia señaladamente de Celso, que bravuconamente se alza contra nosotros. Pero no debemos pararnos en el arrancar y derribar lo que acabamos de decir; menester es que, en lugar de lo arrancado, plantemos plantas conformes a la agricultura de Dios (Mt 1) y, en lugar de lo derribado, construir un edificio de Dios y un templo para gloria de Dios. Por eso, también nosotros hemos de rogar al Señor, que da lo que se escribe en Jeremías, nos conceda palabras para edificar el edificio de Cristo y plantar la ley espiritual y los discursos proféticos en armonía con ella. Y lo que ahora señaladamente me incumbe demostrar contra lo que seguidamente dice Celso es que fueron bien hechas las profecías que versan sobre Cristo. Y es así que, enfrentándose con unos y otros: con los judíos, que niegan haya venido el Mesías, pero que esperan su venida, y con los cristianos, que confiesan ser Jesús el Mesías profetizado, dice lo que sigue.

2. La disputa más vergonzosa, según Celso

"Que algunos de entre los cristianos y los judíos afirmen unos haber bajado ya, otros que ha de bajar algún dios o hijo de Dios a la tierra para juzgar lo que aquí pasa, es la disputa más vergonzosa, que no necesita de largos razonamientos para su refutación". Aquí parece Celso decir puntualmente de los judíos que no algunos, sino todos piensan haber de venir alguien sobre la tierra; de los cristianos, empero, que sólo algunos dicen haber bajado ya a la tierra. Porque indica a los que por las Escrituras judaicas demuestran que se ha cumplido ya el advenimiento del Mesías y parece saber que hay algunas sectas según las cuales Jesús no es el Mesías profetizado. Ahora bien, ya anteriormente (I 49-57; II 28-30) discutimos según nuestras fuerzas las profecías acerca de Cristo; por eso no repetimos lo mucho que se podría decir sobre el tema, para no dar en machaconería. Pero es de notar que, si con alguna lógica, siquiera aparente, quería refutar la fe en las profecías acerca de la venida de Cristo, ora se entienda para la por venir, ora se dé por ya cumplida, su deber era citar esas profecías a que apelamos cristianos y judíos en nuestras mutuas disputas. De este modo hubiera por lo menos dado la impresión de refutar a los seducidos por lo que él cree ser mera probabilidad que los lleva a aceptar las profecías y la fe en Jesús como Mesías fundada en las mismas profecías. Pero lo cierto es que, ora por np ser capaz de impugnar las profecías acerca de Cristo, ora porque ignoraba en absoluto lo que sobre El estaba profetizado, Celso no alega ni un solo texto profético, a pesar de que son innumerables los que versan sobre Cristo. Y aun se imaginf acusar los escritos proféticos sin alegar lo que él llamaría probabilidad de los mismos. En todo caso ignora que los judíos no dicen en absoluto ser Dios o Hijo de Dios el Mesías que ha de bajar a la tierra, como anteriormente expusimos (I 49).

3. Por qué bajó Dios a la tierra

Ya que dijo que, según nosotros, Dios había ya bajado a la tierra, pero que, según los judíos, todavía tiene que venir como juez, cree que la cosa se refuta por sí misma como lo más vergonzoso y que no necesita de largos argumentos, y dice: "¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios?" Y es que no ve que el fin que nosotros atribuimos a la bajada de Dios es principalmente convertir las que el Evangelio llama las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6 Mt 15,24) y, en segundo lugar, quitar a los antiguos judíos, en castigo de su incredulidad, el que se llama reino de Dios y pasarlo a otros agricultores, que son los cristianos, a fin de que den a Dios, a debido tiempo, los frutos del reino de Dios, cuando cada acción es fruto del reino (Mt 21,43-41). Ahora bien, sólo un poco hemos dicho, de entre lo mucho que pudiera decirse, a la pregunta de Celso: "¿Qué sentido tiene pareja bajada de Dios a la tierra?"; pero Celso, por su cuenta y riesgo, afirma cosas que no decimos ni nosotros ni los judíos, y sigue preguntando: "¿Acaso para enterarse de lo que pasa entre los hombres?" Nadie, en efecto, entre nosotros afirma que Cristo viniera al mundo para enterarse de lo que pasa entre los hombres. Luego, como si alguien le hubiera asegurado que bajó para enterarse de lo que pasa entre los hombres, se replica a sí mismo: "¿Luego es que no lo sabe todo?" Seguidamente, como si le hubieran respondido que, en efecto, todo lo sabe, se vuelve a preguntar: "Entonces, si lo sabe y no lo endereza, ¿es que no lo puede enderezar con su poder divino?" Pero todo esto es hablar a lo tonto. Y es así que en todo tiempo, por su palabra, que desciende a las almas santas a lo largo de las generaciones y hace amigos de Dios y profetas , Dios endereza a los que oyen lo que se les dice; y, por el advenimiento de Cristo, endereza por medio de la doctrina cristiana, no a los que se niegan a aceptarla, sino a los que se determinan a vivir vida superior y agradable a Dios.

Yo no sé qué linaje de enderezamiento o corrección desea Celso cuando hace esta pregunta: "¿Es que no le era posible enderezarlo por su poder divino, si no enviaba expresamente a alguien para este menester?" ¿Acaso quería Celso que la corrección se hiciera apareciéndose Dios a los hombres, quitándoles de golpe la maldad e implantando en ellos la virtud? Que otro averigüe si esto concuerda con la naturaleza y si es posible; por nuestra parte, digamos que la cosa sea posible.

¿Dónde estaría entonces nuestro libre albedrío? ¿Dónde la alabanza por abrazar la virtud, y la loa por repudiar la mentira?.

Mas dado que eso se conceda, que sea posible y cosa conveniente, ¿por qué no había de preguntar alguien con más razón de forma absoluta, diciendo como Celso: ¿No era posible a Dios crear a los hombres por su poder divino sin que tuvieran necesidad de corrección, buenos y perfectos de suyo, sin que la maldad existiera en absoluto? Parejas preguntas pue den inquietar a ignorantes e incapaces, no al que sabe penetrar la naturaleza de las cosas. Y es así que, si a la virtud se le quita su carácter de voluntaria, se la despoja de su misma esencia. El tema requiriría un tratado completo.

Sobre él han discantado no poco los mismos griegos al hablar de la providencia; lo que no hubieran, dicho es lo que afirmó Celso preguntando: "Ahora bien, ¿lo sabe y no lo endereza, ni puede enderezarlo por su poder divino?" Por lo demás, nosotros mismos en muchos pasajes (I 57; II 35.78; III 28) hemos tocado estos puntos según nuestras fuerzas, y las sagradas letras los ponen en claro a quienes son capaces de entenderlas.

4. Jesús vino a salvar a todos los hombres

Ahora bien, lo que Celso nos objeta a nosotros y a los judíos se puede retorcer contra él: Dinos, amigo, ¿conoce el Dios supremo lo que pasa entre los hombres, o no lo conoce? Si admites que hay Dios y providencia, como lo da a entender tu escrito, necesariamente lo sabe. Y si lo sabe, ¿cómo es que no lo arregla? ¿O es que nosotros tendremos necesidad de defender por qué, sabiéndolo, no lo endereza, y tú, que no muestras claramente en tu escrito ser epicúreo, sino que afectas conocer la providencia, no tendrás, por el mismo caso, que explicarnos por qué Dios, no obstante saber todo lo que pasa entre los hombres, no lo endereza todo ni los libra a todos, por su poder divino, de la maldad? Nosotros no nos avergonzamos de decir que Dios está continuamente enviando correctores a la humanidad; pues que haya entre los hombres palabras que provocan a lo mejor, a don de Dios se debe. Mucha es, sin embargo, la diferencia entre los ministros de Dios, y pocos son los que con entera pureza predican la verdad y operan una corrección completa. Entre éstos hay que cantar a Moisés y a los profetas. Pero sobre todos éstos descuella la corrección operada por Jesús, que no quiso curar sólo a los que vivían en un rincón de la tierra (cf. IV 23.36; VI 78), sino, en cuanto de El dependió, a todo el mundo; pues como salvador vino de todos los hombres (Mt 1).

5. "Dios no cabe ya en el mundo", según Celso

Luego, ese nobilísimo de Celso, no sé de dónde toma la objeción que nos pone como si nosotros dijéramos que "Dios mismo baja a los hombres". De donde se imagina deducirse que "abandona su propio trono". Es que ignora el hombre el poder de Dios y cómo el Espíritu del Señor llena todo el orbe de la tierra, y lo que mantiene unido a todo, conoce toda voz . No es capaz de comprender el dicho del profeta : ¿No lleno yo el cielo y la tierra?, dice el Señor . No ve que, según la doctrina de los cristianos, todos vivimos en El, y en El nos movemos y somos, como enseñó Pablo en el discurso a los atenienses . De donde se sigue que, aun cuando el Dios del universo descienda, por su propia virtud, con Jesús, al género humano, y aun cuando el Verbo, que al principio estaba en Dios y era El mismo Dios , venga a nosotros, no se queda sin asiento ni abandona su trono, en el sentido de que un lugar queda vacío de El, y otro, que antes no lo tenía, ahora queda lleno. No, el poder y divinidad de Dios viene a morar entre los hombres por medio de quien quiere y en quien encuentra lugar, sin necesidad de cambiar de sitio, ni dejando un lugar vacío de sí y llenando otro. Y aun suponiendo, digamos, que Dios abandona a uno y llena a otro, pero no afirmamos eso en sentido espacial (IV 12; V 12). Lo que decimos es que el alma de un hombre malo y sumido en el vicio es abandonada de Dios; el alma, empero, del que está decidido a vivir conforme a la virtud o que procura adelantar en ella o que vive ya conforme a ella, ésa afirmamos estar llena o participar de un espíritu divino. No es, por tanto, necesario que, al descender Cristo a nosotros o al volverse Dios a los hombres, abandone su trono excelso y se trastorne el orden de las cosas, como se imagina Celso, diciendo: "La mínima porción del universo que se cambie, todo rodará trastornado". Mas, si hay que decir que, con la presencia del poder de Dios y el advenimiento del Verbo a los hombres, algo cambia, no vacilaremos en afirmar que quien recibe el advenimiento del Verbo de Dios en su alma cambia de malo en bueno, de intemperante en moderado, de supersticioso en religioso.

6. ¿Dios un nuevo rico?

Mas, si quieres " también que respondamos a lo más ridículo que dice Celso, escúchense sus palabras: "O acaso siendo Dios desconocido entre los hombres y sintiéndose por ello disminuido, quiso darse a conocer y discernir a creyentes e incrédulos, como los nuevos ricos, que hacen alarde de sus tesoros. Mucha ambición y bien humana le levantan los cristianos a Dios". Decimos, pues, que desconocido Dios por los hombres malos, quiere ser conocido, no porque se sienta disminuido, sino porque su conocimiento libra de la infelicidad a los que lo poseen. Tampoco quiere discernir a los creyentes y a los incrédulos, ora more El mismo por inefable y divino poder en algunas almas, ora envíe a su Mesías. Lo que El quiere es librar de toda infelicidad a los que creen en El y aceptan su divinidad, y quitar a los incrédulos todo lugar a excusa de que no creyeron por no haber oído ni sido enseñados. ¿Qué razón hay, por tanto, para achacarnos que nos imaginamos a Dios como a los nuevos ricos, que hacen alarde de sus riquezas? No hace Dios alarde ante nosotros cuando quiere que entendamos y meditemos sobre su excelencia. No; lo que quiere es infundir en nuestras almas aquella bienaventuranza que nos da su conocimiento, y por ello se afana por que logremos familiaridad y unión con El por medio de Cristo y la perenne inhabita-.ción de su Verbo en nosotros. En resolución, la religión cristiana no levanta a Dios ambición humana de ninguna especie.

7. ¿Se acordó Dios tarde de juzgar

a los hombres?

Mas no sé por qué caminos, después de soltar las tonterías que hemos citado, afirma luego lo que sigue: "No quiere Dios ser conocido porque El personalmente lo necesite, sino que nos procura su conocimiento para nuestra propia salud, a fin de que se hagan buenos y se salven los que lo reciben; y los que no, demostrada su maldad, sean castigados". Y una vez hecha pareja aseveración, entra en dudas y dice: "¿Luego ahora, después de tantos siglos, se ha acordado Dios de juzgar la vida humana, y nada se le importó antes?" (cf. VI 78). A esto diremos no haber habido jamás tiempo en que Dios no quisiera juzgar la vida humana, sino que siempre cuidó de ello, dando ocasiones de practicar la virtud para corrección del animal racional. Y es así que en todas las generaciones, descendiendo la sabiduría de Dios a las almas que halla santas, hace amigos de Dios y profetas . Y en las sagradas letras son de ver en cada generación hombres santos y capaces del Espíritu divino, que trabajaron con todas sus fuerzas en la conversión de sus contemporáneos.

8. El misterio de la dispensación divina

Nada tiene, por lo demás, de extraño que, en ciertas generaciones, aparecieran profetas que, por el especial fervor y firmeza de su vida, superaron en su capacidad de recepción de la divinidad a otros profetas, ora contemporáneos suyos, ora anteriores o posteriores. Pues, por el mismo caso, tampoco es de maravillar haya habido un momento en que algo de todo punto señero haya venido al género humano que no haya tenido par en los que lo precedieron ni lo tendrá en los por venir. Ahora bien, la razón de todo esto entraña puntos demasiado misteriosos y profundos para que puedan en absoluto llegar a oídos vulgares. Para aclarar todo esto y responder a lo que se objeta contra el advenimiento de Cristo, es decir: "¿Luego ahora, después de tantos siglos, le vino a Dios a las mientes juzgar al género humano, y no se preocupó antes de ello?", hay que tocar la teoría de las partes, y esclarecer por qué, cuando el Altísimo dividió las naciones y dispersó a los hijos de Adán, puso los lindes de los pueblos según el número de los ángeles de Dios, y vino a ser parte suya su pueblo de Jacob, cuerda de su herencia Israel (cf. infra V 25-30). Y habrá que explicar también la causa por que se nace dentro de cada parte, bajo el dominio de a quien cupo la parte, y por qué vino a ser razonablemente parte del Señor su pueblo de Jacob y cuerda de su herencia Israel. Y otro problema es por qué de primero fue Israel parte del Señor y cuerda de su herencia Jacob; de los posteriores, empero, le dice el Padre al Salvador: Pídeme, y darte he las naciones en herencia, y en posesión los lindes de la tierra (Ps 2,8). Existen, en efecto, ciertas conexiones y consecuencias, inefables e inexplicables, acerca de la distinta economía o dispensación divina en el gobierno de las almas humanas.

9. "Autos epha" : Ipse dixit

Así, pues, mal que le pese a Celso, después de muchos profetas que corrigieron al antiguo Israel, vino Cristo para corregir al mundo entero. Y no necesitó, al estilo de la primera dispensación de la salud, de látigos, cadenas y tormentos contra los hombres; pues, cuando el sembrador salió a sembrar (Mt 13,3), bastó la enseñanza para esparcir por dondequiera su doctrina. Ahora bien, si ha de venir un tiempo que señale al mundo su límite necesario por el mero hecho de haber principio; si el mundo ha de tener fin y darse al fin el justo juicio de todos los hombres; menester es que el filósofo creyente demuestre la doctrina de Cristo por medio de toda clase de pruebas, ora las tome de las Escrituras divinas, ora de la ilación de los razonamientos; mas el creyente ordinario y sencillo, que no es capaz de seguir las especulaciones variadísimas de la sabiduría de Dios, menester será que se entregue a sí mismo a Dios y al Salvador de nuestro linaje, y contentarse con su "El lo dijo" más bien que con cualquier otra autoridad (cf. I 7).

10. E1 temor y la esperanza, medios de corrección humana

Seguidamente, sin aducir, como de costumbre, prueba ni demostración alguna, nos imagina como unos charlatanes que habláramos impía y sacrilegamente de Dios, y dice: "Es, pues, patente que no charlatanean estas cosas acerca de Dios con la santidad y reverencia debida". Y cree que lo hacemos así para espantar al vulgo y que no decimos la verdad al hablar de los castigos necesarios para los que hubieren pecado. De ahí que nos compare con los que "en los cultos de Baco, introducen fantasmas y terrores". Ahora bien, si en los cultos o iniciaciones báquicas hay alguna razón plausible o no hay tal, a los griegos cumple decirlo y a ellos oigan Celso y sus cofrades. Nosotros, respecto de nuestra religión, nos defenderemos diciendo que nuestro intento es mejorar al género humano, y para este fin nos valemos, ora de amenazas de castigos que creemos ser necesarios en general y, tal vez, no sin provecho para quienes en particular los hayan de sufrir, ora de promesas en favor de los que hubieren vivido bien; promesas que comprenden la bienaventuranza en el reino de Dios para quienes fueren dignos de tenerlo por rey.

11. Diluvios y conflagraciones

Seguidamente quiere demostrar que nada maravilloso ni nuevo tenemos que decir acerca de diluvios y conflagraciones (cf. I 19, IV 41), sino que más bien malentendimos lo que sobre el tema se cuenta entre griegos y bárbaros, y por ello dimos fe a nuestras Escrituras. He aquí sus palabras: "Tal idea les vino por haber malentendido lo que aquéllos dicen sobre esto, a saber, que, después de ciclos de largos tiempos y de retornos y conjunciones de astros, se siguen conflagraciones y diluvios; y como el último diluvio aconteció bajo Deucalión, el período de las mutaciones del universo pide ahora una conflagración. Esto les hizo decir con errónea opinión que Dios bajaría armado de fuego como un verdugo". A esto responderemos ser muy extraño que Celso, que hace alarde de haber leído mucho y saberse muchas historias, no tenga idea de la antigüedad de Moisés, al que algunos escritores griegos cuentan haber nacido en tiempos de Ina co, hijo de Foroneo 3. Los egipcios y hasta los compiladores de las historias fenicias confiesan ser personaje antiquísimo. Lea quien quisiere los dos libros de Flavio Josefo Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Ap. I 13,70ss), donde puede enterarse cómo Moisés fue más antiguo que cuantos han afirmado que, tras largos períodos de tiempo, se dan diluvios y conflagraciones en el mundo. Eso dice Celso que han malentendido judíos y cristianos, y, por no entender lo de la conflagración, han dicho que "Dios bajará al mundo armado de fuego, como un verdugo".

12. Dios no sube ni baja

Ahora bien, no es éste momento de discutir si se dan o no, periódicamente, diluvios y conflagraciones, y si así lo entiende también la Escritura divina, entre otras, en estas palabras de Salomón: ¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se hará, etcétera 4. Baste notar solamente que Moisés y algunos profetas, hombres que fueron antiquísimos, no tomaron de otros la idea de la conflagración del mundo; antes bien, si se atiende a las fechas, fueron otros los que, malen-tendiendo lo que ellos dijeron y no reproduciéndolo puntualmente, inventaron esas periodicidades, que no se distinguen ni por sus cualidades propias 5 ni por las adventicias. Por lo demás, nosotros no atribuimos el diluvio ni la conflagración a ciclos y- períodos de las estrellas; para nosotros, la causa de estas catástrofes es el torrente de la maldad que lo invade todo y se limpia por un diluvio o una conflagración. En cuanto a que baje el mismo Dios que dijo: ¿Acaso no lleno yo cielo y tierra?, dice el Señor , es locución que entendemos figuradamente. Baja, efectivamente, Dios de su grandeza y altura cuando dispone por su providencia las cosas de los hombres, y señaladamente de los malos. La costumbre quiere se diga que el maestro se abaja o condesciende con los niños, y los sabios o muy adelantados con los jóvenes recién convertidos a la filosofía, sin que eso signifique que bajan corporalmente; pues, por modo semejante, si alguna vez se dice en las divinas Escrituras que baja Dios, hay que entenderlo de la manera como se usa comúnmente esta palabra. Y dígase lo mismo de "subir".

13. Dios, fuego que consume

Mas ya que Celso nos achaca en son de fisga decir que "Dios bajará del cielo armado de fuego a la manera de un verdugo", y nos fuerza, a contratiempo, a discutir cuestiones harto profundas, digamos algunas cosas que basten para insinuar a nuestros oyentes la refutación de la burla de Celso, y pasaremos seguidamente a lo demás. Dice, efectivamente, la palabra divina que Dios es fuego consumidor y que ante su acatamiento corren ríos de juego y hasta que El entra como fuego que derrite y como lejía de lavadores para fundir a su pueblo . Ya, pues, que se dice ser fuego que consume, consideremos qué cosas conviene sean consumidas de todo punto por Dios. A esto decimos que la maldad y las acciones inspiradas por la maldad, que figuradamente se llaman madera, hierba y paja, son consumidas por Dios. Por lo menos del malo se dice que sobre el fundamento ya puesto, sobreedifica madera, hierba y paja (Mt 1). Ahora bien, si alguien demostrara que no fue ése el sentido que dio a sus palabras el escritor, y fuera capaz de presentarnos al malo sobreedificando materialmente madera, hierba y paja, es evidente que también habría que entender el fuego material y sensiblemente. Pero si, por lo contrario, se entienden figuradamente las obras del malo, que se dicen ser madera, hierba y paja, ¿cómo no ha de saltar a la vista de qué calidad sea el fuego que consume tales maderas? El fuego, dice el Apóstol, probará la calidad de la obra de cada uno. Aquel cuya obra que sobreedificó permanezca, recibirá galardón; aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá daño (Mt 1). Ahora bien, la obra abrasada de que aquí se habla, ¿qué otra puede ser sino todo lo que se hace por maldad? Luego nuestro Dios es fuego consumidor en el sentido que acabamos de explicar; y en este sentido entra como fuego que derrite, para fundir a la criatura racional, llena del plomo de la maldad, y de toda otra materia impura, que adulteran el oro y la plata, digámoslo así, de la naturaleza del alma. En este sentido, finalmente, se dicen salir ríos de fuego del acatamiento de Dios, que elomina toda la maldad que se mezcla por toda el alma.

Mas baste esto para refutar el dicho de Celso: "Esto les hizo decir con errada opinión que Dios bajará con fuego a la manera de un verdugo .

14. La inmutabilidad de Dios

Mas veamos lo que seguidamente dice Celso con grandes pretensiones por estas palabras: "Pero tomemos, dice, nuestro razonamiento de más arriba con nuevos argumentos. No voy a decir cosas nuevas, sino de antiguo averiguadas . Dios es bueno, y hermoso, y feliz y habita en el lugar más bello y mejor. Ahora bien, si descendiera a los hombres, tendría que sufrir un cambio, y un cambio que será de lo bueno a lo malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la miseria y del estado mejor al peor. ¿Quién, pues, escogería semejante cambio? Además, sólo al ser mortal7 le conviene, por naturaleza, mudarse y transformarse; al inmortal, empero, mantenerse siempre igual y en un estado. Luego no es posible que Dios sufra ese cambio". Paréceme haber dicho" lo conveniente sobre este punto al explicar en qué sentido dicen las Escrituras que Dios baja a las cosas humanas; para tal bajada no es menester que Dios cambie, como se imagina Celso que decimos nosotros, ni pasar de bueno a malo, o de hermoso a feo, ni de la felicidad a la miseria, ni del lugar mejor al peor. Porque, permaneciendo El inmutable, condesciende por su providencia y dispensación de la salud a las cosas humanas. La verdad es que nosotros alegamos las divinas letras, que dicen ser Dios inmutable, por ejemplo, en este texto: Mas tú eres siempre el mismo (Ps 101,28), y en estotro: Yo no me mudo . Los dioses, empero, de Epicuro, corno compuestos que están de átomos y por ser, en cuanto compuestos, disolubles, están afanados en sacudir los átomos que les traen la corrupción. Lo mismo digamos del Dios de los estoicos9, que, siendo cuerpo, unas veces posee la sustancia o esencia íntegra, que es la mente, cuando se da la conflagración; otras, cuando se establece el nuevo orden, viene a formar parte del mismo. Y es así que ni aun éstos

son capaces de penetrar la noción natural de Dios, como ser de todo punto incorruptible, simple, incompuesto e indivisible.

15. Condescendencia divina en la encarnación

Ahora bien, el que bajó a los hombres estaba en la forma de Dios y, por amor a los hombres, se anonadó a sí mismo , para poder ser comprendido por los hombres. Mas no por eso se dio en El cambio de bueno a malo, pues no cometió pecado (Ps 1); ni de hermoso a feo, pues no conoció pecado (Ps 2); ni pasó de la felicidad a la miseria. Se humilló ciertamente a sí mismo ; mas ni aun al humillarse, por conveniencia del género humano, dejaba de ser feliz. Tampoco se dio en El paso de un estado buenísimo a otro malísimo; pues ¿cómo calificar de malísima la bondad y humanidad? Es momento de decir que el médico que ve cosas terribles y toca cosas desagradables para curar á los enfermos (HIPÓCRATES, De Flatibus 1), no pasa " de bueno a malo, de hermoso a feo, o de felicidad a miseria. Y eso que el médico que ve cosas espantosas y toca cosas desagradables, no está de todo en todo inmune de caer en esas mismas cosas. Mas el que curó las heridas de nuestras almas por el Verbo Dios, que en El moraba, era incapaz de toda maldad. Y si por haber asumido el Dios Verbo, inmortal, cuerpo mortal y alma humana le parece a Celso que cambia y se transforma, sepa que el Logos, permaneciendo en su esencia Logos, nada padece de lo que padece el cuerpo o el alma. Pero al condescender a veces con el que no es capaz de mirar los centelleos y resplandor de su divinidad (cf. PLAT., Pol. 518a; cf. VI 17), viene a hacerse como carne y se habla de El corporalmente, hasta que quien así lo ha recibido, levantado poco a poco por el mismo Logos, pueda contemplar también su forma, digámoslo así, principal.

16. Diversas formas de manifestarse el Verbo

Porque hay, como si dijéramos, diversas formas, en que el Logos se manifiesta a cada uno de los que han venido a conocerlo, adaptándose a la condición del principiante, del que está más o menos adelantado, o cerca ya de la virtud o en posesión de la misma. Luego nuestro Dios no se transformó, como se imagina Celso y los de su ralea, sino que, cuando subió al monte excelso , puso de manifiesto otra forma, muy superior a la que solían ver los que se habían quedado abajo por no poderlo seguir hasta la altura. Y es así que los de abajo no tenían ojos que pudieran ver la transformación del Logos en algo glorioso y divino. Difícilmente podían comprenderlo tal como era, de suerte que quienes eran impotentes para ver su naturaleza superior decían de El: Lo vimos y no tenía forma ni belleza: su forma era sin honor, deficiente en parangón con los hijos de los hombres (Is 53,2). Sea esto dicho contra lo que supone Celso, que no entendió los cambios (como se usa de ordinario la palabra) o transformaciones de Jesús, ni lo que en El hay de mortal e inmortal.

17. El mito de Dioniso

¿Acaso no parecerán estas cosas, señaladamente si se entienden de la manera que se debe, mucho más sagradas que lo que se cuenta de Dioniso, engañado por los titanes, derribado del trono de Zeus, desgarrado por aquéllos, vuelto luego a componer, gozando así de una especie de resurrección, y subido por fin al cielo? " ¿O es que es lícito a los griegos aplicar mitos como ése a dar razón del alma y explicarlos figuradamente, y se nos cerrará a nosotros la puerta para dar una explicación congruente, en todo de acuerdo y armonía con las Escrituras, obra que son del Espíritu divino, que habitó en almas puras? Por donde se ve que Celso no entendió para nada el sentido de nuestras letras; de ahí que desacredite su propia interpretación, no la de las Escrituras mismas. De haber entendido lo que conviene a un alma que ha de vivir la vida eterna y qué deba pensarse de su naturaleza y de sus principios, no se hubiera así burlado de que el Inmortal haya venido a un cuerpo mortal, no a la manera de la reencarnación platónica, sino según otra teoría más alta. Y hubiera visto un con el fin de convertir a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24), como dice misteriosamente la Escritura, y que bajaron de los montes; a ellas se dice en algunas parábolas (Mt 18,12-13 LE 15,4) haber bajado el pastor, que dejó en los montes las que no se habían descarriado.

18. Vuelta sobre los cambios de Dios

Al insistir Celso sobre cosas que no entiende, él tiene la culpa de que nos repitamos, decididos como estamos a no dar ni la impresión de dejar en el aire nada de lo que dice. Dice, pues, seguidamente: "O Dios se cambia verdaderamente, como éstos dicen, en un cuerpo mortal, y ya antes se ha dicho ser imposible I2; o El, desde luego, no se cambia, pero hace que se lo parezca a los que lo miran, y entonces engaña y miente. Ahora bien, el engaño y mentira son de suyo cosa mala, y sólo a manera de medicina se pudiera echar mano de ellos/ con intención de curar a amigos enfermos o locos, o contra enemigos, para prevenir un peligro (cf. PLAT., Pol. 382c; 389b; 459cd). Pero ningún enfermo ni loco es amigo de Dios, ni tiene Dios por qué temer a nadie para prevenir un peligro por el engaño". A esto puede responderse, partiendo de la naturaleza del Logos divino, que es Dios, o de la naturaleza del alma de Jesús. Partiendo de la naturaleza del Logos decimos que, como la calidad del alimento, ajustándose a la naturaleza del niño, se transforma en leche en la nodriza, o como el médico lo prepara de acuerdo con la conveniencia del enfermo, y al más fuerte se lo ofrece más fuerte; así Dios transforma la potencia del Lagos, cuya naturaleza es alimentar al alma humana, de acuerdo con la capacidad de cada hombre. Y así, para unos, se hace, como dice la Escritura, leche espiritual sin engaño (LE 1); a otros, como más flacos, se les da como legumbre; a otros, ya perfectos ll, como manjar sólido . Y no desmiente el Logos su naturaleza al hacerse para cada uno el alimento que es capaz de recibir, ni miente ni engaña.

Mas, si alguno supone el cambio en el alma de Jesús al venir al cuerpo, será cosa de preguntarle en qué sentido habla de cambio. Porque, si se entiende la sustancia o esencia, tal cambio no se da ni en el alma de Jesús ni en otra alma racional alguna. Mas, si se quiere decir que, mezclada como está con el cuerpo, padece algo por causa de éste y del lugar a que vino, ¿qué de extraño le acontece al Logos porque envíe, movido de su grande amor a los hombres, un salvador al género humano? Y es así que nadie de cuantos antes prometieran curar a los hombres pudo cuanto el alma de Jesús mostró por sus obras, y eso que, voluntariamente, por amor a nuestro linaje, condescendió con las miserias humanas. Esto lo sabe muy bien la palabra divina, y así lo dice en muchas partes de las Escrituras.

De momento, sin embargo, baste citar un solo texto de Pablo, que dice así: Tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo en si Cristo Jesús; el cual, existiendo en forma de Dios, no tuvo por rapiña ser igual a Dios; sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo, y, hecho a semejanza de hombre y visto en su figura como hombre, se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le hizo gracia de un nombre que está sobre todo nombre .

19. Argumentación "ad hominem"

Concedan otros a Celso que Dios no cambia, pero hace pensar a los que lo ven que ha cambiado; en cuanto a nosotros, que estamos persuadidos de que la venida de Jesús a los hombres no fue apariencia, sino verdad que salta a los ojos, nada tenemos que ver con la acusación de Celso.

Sin"embargo, nos defendemos así: ¿No dices tú mismo, Celso, que por manera de medicina se concede echar mano del engañó y mentira? ¿Qué tendría entonces de absurdo que, si tal medicina había de curar, tal medicina se aplicara? Y es así que algunos razonamientos, dichos más bien con mentira que con verdad, suelen convertir a ciertos caracteres, como sucede con los razonamientos de los médicos con los enfermos. Mas esto sea defensa nuestra sobre otros puntos (cf. II 24).

Tampoco es absurdo que el que cura a los amigos enfermos, cure también al género humano amigo con remedios que nadie usaría de propósito, sino habida cuenta con las circunstancias. Por el mismo caso, el género humano, que estaba loco, tenía que ser curado por métodos que el Logos veía ser acomodados a locos para volverlos al sano juicio. Pero dice también Celso que "cosas como ésas se hacen también con los enemigos, para prevenir un peligro; pero que Dios no tiene que temer a nadie para engañar y eludir así el peligro de los que conspiran contra él". Cosa de todo punto superflua y sin razón sería responder a lo que nadie dice acerca de nuestro Salvador. Sin embargo, al defendernos "ningún enfermo o loco es amigo de Dios". Porque nuestra defensa dice que esta dispensación de salud no fue instituida para los enfermos o locos que ya son amigos, sino para los que por la enfermedad de su alma y su pérdida de juicio son aún enemigos, a fin de que se hagan amigos de Dios. Y es así que claramente se dice de Jesús haberlo aceptado todo por amor de los pecadores (Mt 9,13), a fin de librarlos del pecado y hacerlos justos.

20. Dios viene a purificar la tierra

Luego introduce de un lado a judíos que inquieren las causas por que está aún por cumplirse el advenimiento de Cristo, y de otro a cristianos que hablan, como de cosa hecha, de la venida del Hijo de Dios, entre los hombres. Ea, pues, consideremos también esto con la brevedad posible. Dicen, en efecto, los judíos de Celso que, "estando la vida llena de toda maldad, es preciso que Dios envíe a alguien, a fin de que los inicuos sean castigados y se purifique el mundo entero, a la manera como sucedió en el primer diluvio". Como se dice que los cristianos añaden aún a esto otras cosas, es evidente que también ellos aceptan eso. Ahora bien, ¿qué hay de absurdo en que, al difundirse la maldad, venga al mundo alguien que lo purifique y dé a cada uno lo que se merezca? Porque no es estilo de Dios no poner dique a la maldad y renovar las cosas. Los griegos mismos conocen una purificación periódica de la tierra, por el diluvio o el fuego, según dice Platón en alguna parte: "Mas cuando los dioses, para purificar la tierra, la inunden de aguas, los que están en los montes", etc. (PLAT., Tim. 22d; cf. supra I 19; IV 11). ¿Habrá, pues, que decir que, si los griegos afirman estas cosas, sus tesis son sagradas y dignas de consideración; pero que, si nosotros demostramos lo mismo que place a los griegos, la doctrina pierde toda su belleza? La verdad es que aquellos a quienes interesa la trabazón y exactitud de toda la Escritura, se esforzarán en demostrar no sólo la antigüedad de sus autores, sino también el carácter sagrado y la congruencia de lo que escriben.

21. Confusión sobre la torre de Babel

Mas no sé por qué razón piensa Celso que el mismo fin que el diluvio, que purificó la tierra, según doctrina de judíos y cristianos, tuvo también el derribo de la torre de Babel.

Porque, aun suponiendo que la historia de la torre, tal como se halla en el Génesis (11,1-9), no contenga un sentido misterioso (cf. V 29ss), sino que sea tan llana como se lo imagina Celso, ni aun así se ve que sucediera para la purificación de la tierra; a no ser que tome Celso por purificación de la tierra la llamada confusión de las lenguas. Sobre esta confusión, en momento más oportuno, dará una explicación quien tenga para ello competencia, cuando se trate de exponer qué sentido histórico tenga ese pasaje y qué haya de entenderse anagógi-camente. Pero Celso se imagina además que Moisés, al escribir la historia de la torre y de la confusión de lenguas, no hizo sino corromper lo que se cuenta de los hijos de Aloeo Ilíada 5,385-7; Odisea 11,305-20). A esto hay que decir que la historia de los alóadas no creo yo la contara nadie antes de Hornero; la de la torre, empero, estoy persuadido haberla escrito Moisés, que es anterior, no sólo a Hornero, sino también a la invención del alfabeto griego. ¿Quiénes, pues, corrompieron los escritos de quién? ¿Los que cuentan la historia de los alóadas la de la torre, o la de los alóadas el que escribió la de la torre y la confusión de las lenguas? Mas para oyentes imparciales es evidente que Moisés es más antiguo que Hornero ".

Pero Celso compara también lo que cuenta Moisés en el Génesis (Mt 19,1-29) sobre Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por el fuego, con el mito de Faetonte ". El error de Celso es uno solo: no haber observado la antigüedad de Moisés y haber procedido en todo llevado de ese error. Porque los que cuentan el mito de Faetonte parecen ser posteriores a Hornero, que fue a su vez muy posterior a Moisés. No negamos, pues, la fuerza purificadera del fuego ni la destrucción del mundo ordenada al aniquilamiento de la maldad y renovación del universo, pues afirmamos haberlo aprendido de los profetas, como hemos dicho antes (I 36-37; III 2-4), hablando de lo por venir, demuestran haber salido verdaderos en muchas cosas que han acontecido, y dan pruebas de que en ellos hubo un espíritu divino, es evidente que también hay que creerlos en lo que está aún por venir o, mejor dicho, hay que creer al Espíritu que hay en ellos.

22. Castigo del pueblo judío por la muerte de Jesús

"En cuanto a los cristianos-son palabras de Celso-, añaden ciertas razones a las alegadas por los judíos, y dicen que ya ha sido enviado el Hijo de Dios por causa de los pecados de los judíos, y que éstos, por haber dado muerte a Jesús y abrevádole con hiél (Mt 27,34), se atrajeron contra sí mismos la cólera " de Dios". Demuestre ahora el que tenga gana de demostrarlo ser mentira que la nación entera de los judíos quedara destruida antes de cumplirse una sola generación desde que Jesús sufrió todo eso de parte de ellos. Porque yo calculo que la destrucción de Jerusalén avino cuarenta y dos años después que crucificaron a Jesús. Y jamás, desde que hay judíos, se cuenta que por tanto tiempo se los apartara de sus ceremonias y culto al ser conquistados por pueblos más poderosos. Si alguna vez parecían estar, por sus pecados, abandonados de Dios, no por eso dejaban de ser visitados por El, volvían a su tierra, recuperaban sus propiedades y practicaban sin obstáculo sus ritos tradicionales. Una de las pruebas, por tanto, de que Jesús fue algo divino y sagrado es haber venido por causa suya al pueblo judío, por tanto tiempo, tales y tantas calamidades. Y con seguridad diremos que no se restablecerán, pues cometieron el crimen más impío que cabe imaginar atentando contra la vida del Salvador del género humano, en la ciudad misma en que. practicaban el culto tradicional de Dios, símbolo que era de grandes misterios. Era menester, por ende, que la ciudad en que Jesús padeció todo eso fuera destruida desde sus cimientos, se dispersara la nación judía y pasara a otros el llamamiento a la bienaventuranza; a los cristianos, digo, a quienes se enseñó la doctrina acerca de la religión sincera y pura y recibieron leyes nuevas en armonía con la nueva constitución universal. Porque las antiguas, como dadas a un solo pueblo gobernado por gentes de la misma nacionalidad y costumbres, no podían ser ahora observadas por todos.

23. Sarta de improperios

Luego, burlándose, según costumbre, de la casta de judíos y cristianos, los compara a todos a una "ristra de murciélagos" (Odyssea 24,6-8; cf. PLAT., Pol. 387a), o a hormigas que salen de su nido, o a ranas que celebran sus sesiones al borde de una charca (PLAT., Phaid. 109b), o a gusanos que allá en un rincón de un barrizal tienen sus juntas y se ponen a discutir quiénes de ellos son más pecadores y discursean así: "A nosotros nos lo revela y anuncia Dios todo de antemano, y, abandonando el cosmos y el curso del cielo y despreciando la tierra inmensa, con nosotros solos conversa, y a nosotros solos manda sus heraldos, y nunca deja de mandarlos y buscar" modos como gocemos eternamente de su convivencia". Y en su ficción nos compara a gusanos que dijeran: "Existe Dios, y después de El venimos nosotros, que fuimos por El hechos semejantes en todo a Dios. Todo nos está sometido: la tierra, el agua, el aire, las estrellas; todo se hizo por causa nuestra y todo está ordenado a nuestro servicio". Y los gusanos que se inventa Celso, es decir, nosotros, decimos: "Ahora, como sea cierto que hay entre nosotros quienes pecan, vendrá Dios mismo, o enviará a su Hijo, a fin de abrasar a los inicuos y de que tengamos los demás vida eterna con El". Y termina Celso su sarta de improperios: "Más tolerable sería todo esto entre gusanos y ranas que no lo que entre sí discuten judíos y cristianos".

24. La grandeza del hombre no se mide por la de su cuerpo

Para refutar estos improperios, preguntamos a quienes aprueban que así se nos ataque: ¿Todos los hombres suponéis que son una ristra de murciélagos, u hormigas, ranas, o gusanos, en parangón con la excelencia de Dios, o no metéis en esa comparación al resto de los hombres, sino que aún los tenéis por hombres por su carácter racional y por seguir leyes estatuidas; y sólo a cristianos y judíos, por no ser de vuestro gusto sus doctrinas, los vilipendiáis y parangonáis con todos esos animales?

Respondáis lo que queráis a mi pregunta, tendremos a punto la réplica y trataremos de demostrar que no hay razón para hablar así ni de todos los hombres en general ni de nosotros en particular. Supongamos por de pronto digáis que, ante Dios, todos los hombres pueden compararse a esos viles animales, pues la pequenez del hombre no es comparable con la excelencia de Dios. ¿De qué pequenez habláis? Respondedme, amigos. Porque, si os referís a la del cuerpo, sabed que, ante el tribunal de la verdad, la excelencia o inferioridad no se juzga por el cuerpo. A esa cuenta, buitres y elefantes serían superiores al hombre, pues son mayores, más fuertes y de más larga vida que el hombre ". Mas nadie en su sano juicio dirá que, por la sola razón de sus cuerpos, son estos irracionales superiores a los racionales. Porque la razón levanta al animal racional a una excelencia muy por encima de todos los irracionales. Mas ni siquiera puede decirse eso de aquellos seres buenos y bienaventurados, ora se trate de démones buenos, como los llamáis vosotros; ora de ángeles de Dios, como es costumbre llamarlos nosotros, o de cualesquiera otras naturalezas superiores a los hombres. No; la razón de su superioridad es que su elemento racional ha llegado a perfección y está dotado de toda virtud.

25. La comparación de Celso deshonra al ser racional

Mas si despreciáis la pequenez del hombre, no por razón de su cuerpo, sino de su alma, y pensáis que es inferior a los otros seres racionales, señaladamente a los virtuosos-y lo es precisamente por la maldad que hay en ella-, ¿por qué han de ser los malos cristianos y los que entre los judíos viven mal ristra de murciélagos, u hormigas, o gusanos, o ranas, con más razón que los malvados de las otras naciones? La verdad es que, según esto, todo el que vive en un aluvión de maldad es un murciélago, un gusano, una rana y una hormiga en parangón con los otros hombres. Así, aunque uno fuera un Demóstenes por su elocuencia, pero tan malvado como él y de obras tan malas como las que él hizo (cf. PLUTARCH., Mor. 847e; AISCH., III 174 alii), o pasara por el orador Antifonte, que niega la providencia en los libros que rotuló Sobre la verdad, título algo parecido al del libro de Celso, no por eso dejan éstos de ser gusanos que se revuelcan en un rincón de un barrizal, el de la impericia e ignorancia. Por lo demás, como quiera que fuere, el animal racional no puede razonablemente compararse con unos gusanos desde el momento que tiene disposición para la virtud. Estas tendencias a la virtud no nos permiten comparar con gusanos a los que la poseen en potencia y no pueden destruir de todo punto sus gérmenes. Por todo lo cual se ve claro que ni siquiera los hombres en general son gusanos comparados con Dios. Porque la razón (logas) que procede del Logos, que está en Dios , no nos permite considerar al animal racional como totalmente ajeno a Dios; ni tampoco los que entre cristianos y judíos son malos-y que a la verdad no son ni cristianos ni judíos-pueden compararse con más razón que los otros malos con gusanos que se revuelcan en un rincón de un barrizal. Si, pues, la naturaleza de la razón no permite aceptar eso, es evidente que no podemos insultar a la naturaleza humana, creada para la virtud aun cuando peque por ignorancia, ni compararla con parejos animales.

26. Quiénes son los verdaderos gusanos

Mas si, por el mero hecho de que a Celso no le placen las doctrinas de cristianos y judíos, que ni siquiera da muestras de conocer en absoluto, éstos son gusanos y hormigas y el resto de la humanidad no, vamos a comparar con M las de los otros hombres las doctrinas que patentemente aparecen a los ojos de todos como enseñanzas de cristianos y judíos. Para quienes una vez acepten haber ciertos hombres de la especie de gusanos y hormigas, ha de aparecer evidente que los verdaderos gusanos, hormigas y ranas son los que han perdido la sana idea de Dios y, por mera apariencia de religión, adoran animales irracionales, estatuas y cosas creadas, cuando por la belleza de ellas debieran haber admirado al que las creara y a El solo darle culto . Hombres son, empero, y aún algo más estimable que hombres, los que, siguiendo su razón, pueden levantarse de piedras y maderas, y hasta del oro y la plata, tenidos por la materia más preciosa; los que, levantándose aun de la hermosura del mundo al Hacedor de todas las cosas, a El se entregan enteramente. Y puesto que sólo El puede mantener cuanto existe y escudriñar los pensamientos de todos y oír la oración de todos, a El hacen subir sus oraciones y todo lo hacen en su pre sencia, como testigo de todo lo que sucede; y, pues saben que oye todo lo que se dice, se guardan de decir lo que no pueda, sin desagrado, llegar a los oídos de Dios. Mas si tamaña piedad, que no se rinde a los tormentos ni a los peligros de muerte ni a las argucias de la razón, nada aprovecha a los que la practican para que no se los compare con gusanos, aun en el supuesto de que fueron a ellos comparados antes de practicarla,

¿es que quienes vencen el instinto más vehemente del placer sexual, que a tantos les reblandece los ánimos como la cera (PLAT., Leg. 633d), y lo vencen porque están persuadidos de que no pueden unirse de otro modo con Dios si no se remontan a El por la templanza, ésos, digo, os parecen a vosotros ser hermanos de gusanos, congéneres de hormigas y semejantes a ranas? ¿Y qué decir del esplendor de la justicia que guarda los derechos del prójimo y del semejante , la equidad, la humanidad y bondad? ¿Nada valdrá todo eso para que no sea un murciélago quien lo practica? Los que se revuelcan, en cambio, en la disolución -y tal hacen la mayoría de los hombres-, y los que tienen sin escrúpulo trato con rameras y hasta enseñan que ello no va contra ley alguna de decencia (cf. infra IV 45), ésos ¿no son gusanos que se revuelcan en el cieno? Y lo son señaladamente si se los compara con quienes han aprendido a no tomar los miembros de Cristo y el cuerpo, morada del Verbo, y hacerlos miembros de una meretriz (CF 1), y saben muy bien ya que el cuerpo de un ser racional y consagrado al Dios del universo es templo del mismo Dios a quien ellos adoran, y tal se hace por ía pura idea que tienen del Creador. Ellos, que practican la templanza como un culto de Dios, se guardan de corromper, por ilícito comercio carnal, el templo de Dios (CF 1).

27. El verdadero cristiano

Paso por alto los otros vicios comunes entre los hombres y de que no están exentos ni los mismos que parecen profesar la filosofía, pues muchos son los espurios en la filosofía. Tampoco digo que muchos de esos vicios se dan entre quienes no son ni judíos ni cristianos. Lo que afirmo es que no se dan absolutamente entre cristianos si se examina lo que es verdaderamente cristiano; y si acaso vinieran a descubrirse, no sería entre los que frecuentan las reuniones y acuden a la oración común y no se los excluye de ella, a no ser que, como caso raro, se hallara alguno oculto entre tanta muchedumbre. No somos, pues, gusanos que celebramos nuestras juntas los que, fundándonos en las Escrituras que ellos creen sagradas, nos oponemos a los judíos y les demostramos haber sido abandonados por sus enormes pecados; nosotros, empero, que hemos recibido al Logos tenemos ante Dios las mejores esperanzas, no sólo por nuestra fe en El, sino también por la vida que llevamos, propia para unirnos con El, puros de toda maldad e iniquidad. Así, pues, el que a sí mismo se proclame judío o cristiano no puede decir que por nosotros principalmente hizo Dios el universo y mueve la máquina celeste. No; el que sea, como enseñó Jesús, limpio de corazón, manso y pacífico, pronto a soportar los peligros que lleva consigo la religión, ése podrá razonablemente confiar en Dios, y si entiende lo que se dice en las profecías, podrá decir también: "Todo eso nos lo ha revelado y anunciado Dios de antemano a los que creemos".

28. E1 amor universal de Dios

Pero Celso nos hace decir a los cristianos, a los que tiene por gusanos, que "Dios, abandonando el curso celeste y desdeñando la tierra inmensa, sólo con nosotros conversa, y a nosotros nos manda sus heraldos y no deja de mandarlos y de buscar modos como gocemos eternamente de su convivencia". A ello hay que decir que nos atribuye dichos que no nos han pasado por las mientes, siendo así que nosotros leemos y creemos que Dios ama todo lo que tiene ser y nada abomina de cuanto hizo; pues, de aborrecerlo, no lo hubiera hecho . Y leemos también: Tú perdonas a todos, pues tuyo es todo, ¡oh amador de las almas! Porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. Por eso, poco a poco reprendes a los que se extravían y, recordándoles lo mismo en que pecan, los corriges . ¿Cómo podemos decir que, "abandonando Dios el curso celeste y el universo entero y desdeñando la tierra inmensa, sólo conversa con nosotros", cuando en nuestras oraciones hallamos ser deber nuestro decir y pensar que la tierra está llena de la misericordia del Señor y que la misericordia del Señor se extiende a toda carne? (Ps 32,5). Nosotros sabemos que, por ser Dios bueno, hace salir su sol sobre malos y hítenos, y llueve sobre justos e injustos; El nos exhorta a que hagamos lo mismo a fin de ser hijos suyos (Mt 5,45) y nos enseña a que extendamos, en lo posible, nuestros beneficios a todos los hombres. Y es así que El mismo se dice salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes (Mt 1), y su Cristo, propiciación por nuestros pecados; mas no sólo de los nuestros, sino también de los de todo el mundo (Mt 1). Otras idioteces, aunque no tantas como escribió Celso, pudieron decir algunos judíos, pero no los cristianos, que saben que Dios encarece su amor para con nosotros por el hecho de que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. Y eso que por un justo con dificultad está nadie dispuesto a morir; por uno bueno, acaso se atreva alguien a morir . Mas lo cierto es que Jesús, que, por cierta costumbre tradicional a estos escritos, se dice ser también el Cristo de Dios, según nuestra predicación, vino al mundo por amor de los pecadores de dondequiera, para que dejen el pecado y se entreguen a Dios.

29. Hay muchas cosas superiores al hombre

Mas acaso eso de que "existe Dios y después de Dios venimos nosotros" lo malentendió Celso de alguno de esos que llamó gusanos. Y hace lo mismo que quienes condenaran toda una escuela filosófica por los dichos de cualquier rapaz temerario que, por haber oído tres días a un filósofo, se engríe sobre los demás como de seres inferiores que no saben palabra de filosofía. Sabemos, en efecto, que hay muchas cosas más estimables que el hombre, y hemos leído que Dios se puso en medio de la junta de dioses y no de aquellos dioses que el vulgo adora, pues todos los dioses de las naciones son demonios (Ps 95,5). Y leemos que, en el consejo de los dioses, Dios juzga en medio de los dioses (Ps 81,1). Y sabemos también que, si bien hay ios que se llaman dioses, en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), mas para nosotros sólo hay un Dios Padre, de quien viene todo y para quien somos nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por el que es todo y por quien somos riosotros (Ps 1). Sabemos también que los ángeles son tan superiores a los hombres, que éstos, cuando llegan a la perfección, se hacen semejantes a los ángeles. Porque en la resurrección de los muertos ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en casamiento, sino que los justos son como los ángeles del cielo y se hacen semejantes a los ángeles (LE 20,36). Y sabemos que, en el orden del universo, hay unos que se llaman tronos, otros dominaciones, otros potestades y otros principados , y vemos que de todos éstos nos quedamos muy atrás los hombres, siquiera tengamos esperanzas de que, viviendo bien y obrando en todo conforme a la razón, subiremos a la semejanza de todos ellos. Y finalmente, puesto que no se ha manifestado aún lo que seremos, sabemos que, cuando se manifestare, seremos semejantes a Dios, pues lo veremos tal como es (CF 1). Mas si se quiere mantener lo dicho por algunos, trátese de personas inteligentes o de poco inteligentes que malentendieron una sana doctrina, de que "Dios existe y después de El venimos nosotros", yo interpretaría el "nosotros" por "los racionales" y, con más razón, los racionales virtuosos. Porque, en nuestro sentir, la misma es la virtud de todos los bienaventurados, y hasta la misma la virtud del hombre y de Dios. Así se explica que se nos enseñe y mande: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). En conclusión: ningún hombre noble y bueno es un gusano que se revuelve en el cieno, ningún hombre piadoso es una hormiga, ningún justo es una rana. Y nadie puede razonablemente comparar con un murciélago un alma iluminada con la luz esplendente de la verdad.

30. ¡ No imitaremos a Celso!"

Paréceme también haber malentendido Celso las palabras: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra , y por eso les hace decir a sus gusanos: "Nosotros fuimos hechos por Dios en todo semejantes a El". Sin embargo, si hubiera comprendido la diferencia entre ser el hombre creado a imagen de Dios y serlo a su semejanza, y cómo se escribe haber dicho Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y haber Dios hecho al hombre a imagen suya, pero ya no a su semejanza, no nos hubiera hecho decir que "somos en todo semejantes a Dios". Tampoco decimos que nos estén sometidos los astros, pues la que se llama resurrección de los justos, que es entendida por los sabios, es comparada al sol, a la luna y a las estrellas por el Apóstol, que dice: Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella difiere de otra en gloria. Así también la resurrección de los muertos (Mt 1). Y sobre lo mismo profetizó también antaño Daniel (Da 12,3).

Dice también que decimos "estar todo ordenado para nuestro servicio". Acaso po oyó tal dicho de ningún hombre inteligente entre nosotros; acaso no tenga Celso idea de lo que se dice sobre que el mayor entre nosotros debe ser siervo de todos (Mt 20,26 Mt 23,11). Por otra parte, cuando los griegos dicen: "El sol y la noche sirven a los mortales" (Eurip., Phoen. 546; cf. infra IV 77), se alaba el dicho y se le dedican comentarios; pero si nosotros o no lo decimos o lo decimos en otro sentido, también en eso nos calumnia Celso. A nosotros, que, según él, somos gusanos, nos hacía decir Celso: "Puesto caso que algunos de entre nosotros pecan, Dios mismo vendrá a nosotros, o nos enviará a su Hijo, a fin de abrasar a los impíos, y que nosotros, las restantes ranas, gocemos con El de vida eterna". He aquí cómo ese venerable filósofo hace objeto de burla, risa y sarcasmo, como si fuera un charlatán, la doctrina acerca del juicio divino y del castigo de los inicuos y premio de los justos. Y pone por epílogo de sus improperios: "Más tolerable sería" todo esto si se dijera entre gusanos y ranas que no lo que cuentan y entre sí discuten judíos y cristianos".

Pero nosotros no vamos a imitar a Celso diciendo cosas por el estilo de los filósofos que profesan conocer la naturaleza del universo, y que discuten entre sí acerca de la constitución del todo, y sobre la manera como tuvo origen el cielo y la tierra y cuanto hay en ellos; sobre si son las almas increadas y no hechas por Dios, aunque sea Dios quien las gobierna, y cambian de cuerpo, o si, infundidas juntamente con los cuerpos, perviven o no perviven a la muerte. Cabría, en efecto, hablar sin respeto y no creer en la sinceridad de los que se han consagrado a la investigación de la verdad, hacer chacota de ellos y desacreditarlos diciendo que son gusanos que se revuelven en el barro de la vida de los hombres, gentes que desconocen su propia medida y por ello sientan afirmaciones sobre temas tan difíciles como si los hubieran comprendido, y hablan muy seguros, como si las hubieran contemplado con sus ojos, sobre cosas que nadie puede intuir sin inspiración superior y poder divino. Y es así que nadie entre los hombres conoce lo que es el hombre, sino el espíritu del hombre que está en él; así nadie conoce lo que es Dios, sino el espíritu de Dios (Mt 1). Pero no estamos tan locos que comparemos con una reata de gusanos, o cosas semejantes, la profunda inteligencia (usamos la palabra en el sentido común) de hombres que no se ocupan en los asuntos del vulgo, sino en la búsqueda de la verdad. Y amadores que somos de la verdad, damos testimonio de que algunos filósofos griegos conocieron a Dios, pues Dios mismo se les reveló, siquiera no lo reconocieran como a Dios ni le dieran gracias. Se desvanecieron en sus propios razonamientos y, proclamándose sabios, se tornaron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de una imagen de un hombre corruptible, y hasta volátiles, cuadrúpedos y reptiles .

31. Elogio de las instituciones judaicas

Luego, para demostrar que judíos y cristianos no se diferencian en nada de los animales que ha enumerado, dice que "los judíos fueron esclavos fugitivos de Egipto, que jamás llevaron a cabo cosa digna de cuenta, gentes que jamás merecieron ni entrar en lista". Ya anteriormente (III 5-8) hemos dicho que los judíos no fueron esclavos fugitivos ni egipcios, sino hebreos que se asentaron en Egipto. Mas si Celso piensa que basta para demostrar que fueron gentes indignas ni aun de entrar en lista el hecho de que apenas si se hace mansión de su historia entre los griegos, le diremos que quien mire atentamente a su primitiva constitución y orden de sus leyes hallará haber sido hombres que ofrecieron sobre la tierra una sombra de la vida celeste. Entre ellos sólo se tenía por Dios al Dios supremo, y ningún fabricante de imágenes tenía derecho de ciudadanía 3. Así, en su constitución, no se admitía a pintor ni escultor alguno, pues a todos estos artífices los rechazaba la ley, a fin de evitar toda ocasión de fabricar imágenes o estatuas, que seducen a los hombres ignorantes y los arrastran a desviar los ojos del alma, de Dios a la tierra. Había, pues, entre ellos una ley de este tenor: No infrinjáis la ley, ni os forméis estatua alguna esculpida o imagen de hombre ni de mujer, ni figura de bestia alguna de las que se mueven sobre la tierra, ni figura de ave alguna alada de las que vuelan bajo el cielo, ni figura de reptil alguno de los que se arrastran sobre la tierra, ni figura de pez alguno de los que habitan las aguas bajo tierra . La intención de la ley era que miraran siempre a la verdad y no plasmaran imágenes irreales, que mentían al verdadero macho y a la verdadera hembra, o la naturaleza de las bestias o el género de volátiles, reptiles o peces. Venerable también y magnífico era .este otro precepto: No suceda que, levantando los ojos al cielo y viendo el sol y la luna y las estrellas, todo el ornamento del cielo, te extravíes y los adores y sirvas . ¡Cuál sería la constitución de una nación entera en que no se permitía ni aparecer al afeminado! Es también de admirar que en su constitución se desterraba a las rameras, incentivo que son de la pasión de los jóvenes . Había también tribunales constituidos por los hombres más justos, que durante mucho tiempo hubieran dado pruebas de vida sana, a quienes se confiaban los juicios. Por su carácter puro y más que humano, se decía eran dioses, siguiendo una costumbre tradicional de los judíos (Ps 81,1 Ex 22,28). Y era de ver a una nación entera que profesaba la filosofía; y justamente para tener vagar y escuchar las leyes divinas se instituyeron entre ellos los llamados sábados y demás fiestas. ¿Y a qué hablar del orden de sus sacerdotes y sacrificios, que contienen símbolos sin número explicados por los eruditos?

32. Nada hay firme en la naturaleza humana

Sin embargo, como quiera que nada hay firme en la naturaleza humana, también aquella constitución tenía que degenerar y disolverse con el andar del tiempo. Mas la providencia, después que cambió lo que en su venerable doctrina necesitaba de cambio para adaptarlo universalmente, en vez de ella dio a los hombres creyentes de dondequiera la religión sagrada de Jesús. Este, dotado no sólo de inteligencia, sino también de naturaleza divina, echó por tierra la doctrina de los démones que se complacen en el incienso, en la sangre y en los perfumes que suben de la grasa (cf. III 28) y, a la manera de los titanes y gigantes míticos, impiden a los hombres pensar en Dios. Jesús, empero, sin dársele nada de las asechanzas de los que asechan principalmente a los mejores, estableció leyes, que llevan a la bienaventuranza a los que viven conforme a ellas. Y ya no tendrán que halagar en modo alguno a los démones por medio de sacrificios, sino que los despreciarán de todo en todo, fiados en el Logos de Dios, que ayuda a los que levantan sus ojos a Dios. Y como Dios quería que se impusiera en el mundo la doctrina de Jesús, nada pudieron los démones, y eso que no dejaron piedra por mover a fin de que no hubiera ya cristianos "¡. Y es así que azuzaron a los emperadores, al senado, a los gobernadores de las provincias y hasta a la chusma del pueblo, que no se daba cuenta de la irracional y malvada acción demónica contra la doctrina cristiana y sus seguidores.

Pero el Logos de Dios, más poderoso, aun impedido, que todas las cosas, tomando, como si dijéramos, por aliciente para crecer los mismos obstáculos que se le ponían, fue avanzando y ganando cada vez más almas . Tal era, en efecto, la voluntad de Dios.

Aunque dicho por vía de digresión, todo nos parece necesario, pues queríamos responder a lo que dice Celso sobre los judíos, que habrían sido "esclavos fugitivos de Egipto" y que, hombres queridos de Dios, "nada habrían llevado a cabo digno de cuenta". Mas también a lo otro de que "no merecían ni entrar en lista", decimos que, retirándose como raza escogida y regio sacerdocio (Ex 1) y evitando el trato del vulgo a fin de no contaminar sus costumbres, eran protegidos por el poder divino. No ambicionaban, como la mayor parte de los hombres, anexionarse otros reinos, ni tampoco estaban tan abandonados que, por su pequenez, fueran fácil presa de extraños y perecieran de todo en todo. Y así aconteció mientras fueron dignos de la protección divina. Mas cuando, al pecar la nación entera, fue menester convertirlos a su Dios por medio de calamidades, eran abandonados unas veces por más, otras por menos tiempo, hasta que, bajo la dominación romana, en castigo del más grande de los pecados, que fue haber dado muerte a Jesús, han quedado completamente abandonados.

33. Poder mágico de los nombres de los patriarcas

Seguidamente ataca Celso lo que se cuenta en el libro primero de Moisés, que se titula el Génesis, y dice que "los judíos intentaron, descaradamente", remontar su genealogía a la primera casta de hechiceros y embusteros, fundándose en ciertas voces oscuras y ambiguas, envueltas en no sé qué "tinieblas, que ellos explican a gentes ignorantes e insensatas; y eso que jamás, en tanto tiempo pasado, se pretendió semejante cosa"; Paréceme que aquí expresó Celso muy oscu ramente su pensamiento. Y es probable que, en este punto, la oscuridad fue buscada adrede, pues vio ser muy fuerte el argumento que prueba que el pueblo judío desciende de tales antepasados. Por otra parte, no quiso dar la impresión de ignorancia en asunto tan importante acerca de los judíos y su nación. Y es, efectivamente, claro que los judíos traen su genealogía de los tres patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob; estos nombres, unidos al de Dios, tienen tanta fuerza, que no sólo los de la nación usan en sus oraciones a Dios y en los conjuros de démones la fórmula: "El Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", sino también casi todos los que tratan esta materia de las encantaciones mágicas (cf. I 22.24; V 45). Se encuentra, en efecto, a menudo en los tratados de magia esta invocación de Dios, y, en los conjuros contra los démones, al de los patriarcas se junta el nombre de Dios, como familiar suyo que se lo supone. Ahora bien, paréceme que Celso no ignoró del todo esto que judíos y cristianos alegan para probar que Abrahán, Isaac y Jacob, padres del pueblo judío, fueron hombres santos, pero no lo quiso exponer claramente por no sentirse capaz de rebatir ese argumento.

34. Se argumenta por el poder mágico

Preguntamos, en efecto, a todos los que se valen de esas invocaciones de Dios: Decidnos, amigos,

¿quién fue Abrahán, qué grandeza hubo en Isaac, qué virtud en Jacob, para que el nombre de Dios, unido con los nombres de ellos, obre tales milagros? ¿Y de quiénes aprendisteis, o podéis aprender, lo que aquellos hombres llevaron a cabo? ¿Quién se ocupó en escribir la historia de ellos, ora exalte directamente a aquellos hombres por sus misteriosos poderes, ora dé a entender por secretas alusiones algo grande y maravilloso para quienes son capaces de contemplarlo? Y como nadie, en respuesta a nuestras preguntas, podrá presentar historia alguna de griegos o bárbaros, y si no historia, algún escrito místico, como fuente de lo que se cuenta de estos hombres, nosotros alegaremos el libro llamado Génesis, en que se contienen los hechos de aquellos hombres y los oráculos que Dios les dirigiera. Y ahora preguntamos: El hecho de que también vosotros toméis los nombres de esos tres progenitores del pueblo judío, pues sabéis por experiencia que por su invocación se realizan no despreciables cosas, ¿no prueba el carácter divino de los mismos? Ahora bien, a esos hom bres sólo los conocemos por los libros sagrados de los judíos. Es más, también se nombra a menudo contra démones u otros poderes malignos "el Dios de Israel", o "el Dios de los hebreos", o "el Dios que ahogó en el mar Rojo al rey de los egipcios y a los egipcios". Ahora bien, la historia de todo eso que se nombra y la interpretación de los nombres la sabemos por los hebreos, que, en sus letras y lengua patria, lo exaltan y explican. ¿Cómo, pues, decir que los judíos, al intentar °" remontarse en su genealogía al tronco primero de aquellos hombres que Celso supone haber sido "hechiceros y embusteros", desvergonzadamente intentan referirse a sí mismos y sus orígenes a ellos? El hecho de que sus nombres sean hebraicos atestigua a los hebreos, cuyos libros sagrados están en lengua y caracteres hebraicos, que su pueblo pertenece a la familia de aquellos hombres. Y es así que, hasta hoy día, los nombres judíos, que llevan el cuño de la lengua hebrea, o están tomados de sus propios libros o, simplemente, de cosas significadas por la lengua hebrea.

35. Celso elude la demostración de lo que dice

El lector del escrito de Celso puede ver si lo que sigue no alude también a esto: "E intentaron remontar su genealogía hasta el tronco primero de hechiceros y embaucadores, fundándose en voces oscuras y ambiguas y como envueltas en tinieblas". Oscuros, en efecto, son estos nombres y no están a la luz y alcance del vulgo; mas para nosotros no son ambiguos, aun cuando los tomen gentes ajenas a nuestra religión; lo que ignoro es por qué Celso, que no explica su ambigüedad, los rechaza sin más. La verdad es que, si quería rebatir razonablemente la que él tenía por desvergonzadísima genealogía de los judíos, que blasonan de Abra-hán y sus descendientes, su deber era exponer el tema en su integridad; y luego refutar valientemente, por la verdad tal como él la viera y por los argumentos en su favor, lo que a su tesis se opusiera. Mas ni Celso ni otro alguno que se proponga explicar la naturaleza de los nombres invocados para obrar milagros será capaz de dar razón exacta de ellos, ni menos demostrar que fueron despreciables hombres cuyos solos nombres son poderosos no sólo entre los de la propia nación, sino también entre los extraños.

A Celso cumplía también mostrar cómo nosotros malin-terpretamos esos nombres a ignorantes y estúpidos, y enga fiamos así (como él se imagina) a quienes nos oyen; él, empero, que se ufana de no ser ni ignorante ni estúpido, daría su verdadera interpretación. Añadió, sin embargo, acerca de estos nombres, de los que traen los judíos su ascendencia, que "jamás, en tan largo tiempo pasado, hubo discusión alguna sobre ellos; ahora, empero, litigan los judíos sobre ellos contra algunos" (que Celso no especifica). Haga ver el que quiera quiénes son esos que reclaman, con algún viso de probabilidad, contra los judíos, en el sentido de no ser exacto lo que judíos y cristianos cuentan acerca de quienes llevan esos nombres, y de que hay otros que los explican con la más alta sabiduría y verdad. Por nuestra parte, estamos persuadidos de que nadie podrá hacer ver cosa semejante, pues es patente haberse tomado esos nombres del hebreo, que sólo entre judíos se usa.

36. La historia del estado primitivo del hombre

Luego cuenta Celso ciertas historias que no tienen que ver con la palabra divina, acerca de gentes que reclamaron para sí antigüedad, como los atenienses, egipcios, árcades y frigios, y de quienes dicen haber nacido entre ellos algunos de la tierra (cf. I 37), y en prueba de ello aduce sus argumentos, y viene a parar a lo que sigue: "Los judíos, acurrucados allá en un rincón de Palestina (cf. VI 78), gentes de todo punto ignaras, que no oyeron que eso fue de antiguo cantado por Hesíodo y otros varones incontables, divinamente inspirados, compusieron la leyenda más absurda y sin gracia de cierto hombre plasmado por mano de Dios y por éste insuflado, y de una mujer sacada del costado del hombre; Dios habría dado sus mandatos, pero una serpiente se habría opuesto a ellos, y habría podido más la serpiente que los mandatos de Dios; puro cuento de viejas, en que presentan, con la mayor impiedad, a Dios ya desde el principio como un impotente, incapaz de convencer ni a un hombre solo al que acababa de plasmar". Este eruditísimo y sapientísimo Celso, que no se cansa de echar en cara a judíos y cristianos su ignorancia e incultura, pone aquí muy bien de manifiesto la puntual manera como entendía los tiempos en que floreciera cada escritor, griego o bárbaro. Así se imagina que Hesíodo y otros innumerables, a los que llama "varones divinamente inspirados", fueron más antiguos que Moisés y sus escritos, cuando se demuestra que Moisés fue anterior con mucho a la guerra de Troya (cf. IV 21). No fueron, pues, los judíos los que compusieron la Jeyenda más absurda y sin gracia acerca del hombre nacido de la tierra, sino los hombres, según Celso, divinamente inspirados, Hesíodo y los otros incontables, los que no se enteraron ni oyeron tradiciones mucho más antiguas y venerables de Palestina y escribieron sobre los orígenes aquellas historias, Eeas y Teogonias. Son los que, en sus mitos, atribuyen nacimiento y mil otros absurdos a los dioses (con razón los expulsa Platón de su República (Pol. 379cd), como corruptores de los jóvenes, a Hornero y a los que componen tales poemas) Por cierto que Platón no pensó fueran divinos hombres que tales poemas nos dejaron. Pero Celso, epicúreo (si es éste el que escribió también otros dos libros contra los cristianos), juez más competente que Platón, es probable que por solo tema contra nosotros llamara divinamente inspirados a quienes no tenía por tales.

37. Antropomorfismo innocuo

Nos echa en cara Celso que nos inventemos "un hombre plasmado por manos de Dios". Pero el libro del Génesis no menciona las manos de Dios ni en la creación, ni en la plasmación del hombre. Job y David sí dicen: Tus manos me crearon y plasmaron . Mucho habría que decir para explicar el pensamiento de los que esto dijeron, no sólo sobre la diferencia entre crear y plasmar, sino también acerca de las manos de Dios. Los que no entienden qué significan esas y otras expresiones semejantes de las Escrituras divinas se imaginan que atribuimos al Dios supremo figura semejante a la humana. Según ellos, sería consecuente pensar que tiene Dios cuerpo alado; pues, literalmente entendidas, nuestras Escrituras dicen también eso de Dios (Ex 19,4). El tema presente no pide que entremos en la interpretación de este punto, más que más que lo estudiamos de propósito en nuestros comentarios al Génesis. De ver es, además, en lo que sigue, la malignidad de Celso. Dice nuestra Escritura en la plasmación del hombre: E inspiróle en el rostro un hálito de vida, y quedó hecho el hombre alma viviente ; mas él, con intento maligno de burlarse de la frase: inspiróle en el rostro hálito de vida, cuyo sentido no entendió siquiera, escribió: "Se inventaron un hombre plasmado por manos de Dios, al que éste insufló". De este modo, imaginando que el insuflar de Dios se parecía al hinchar soplando unos botos, se hacía chacota del dicho bíblico: "inspiró sobre su rostro hálito de vida". Dicho tropológico, que requiere explicación en el sentido de que Dios hizo al hombre partícipe de su espíritu inmortal, por lo que se dice también: Tu espíritu incorruptible está en todas las cosas .

38. La creación de la mujer en Moisés y en Hesíodo

Luego, terne en su propósito de desacreditar la Escritura, hizo también burla de este pasaje: Envió Dios sobre Adán un profundo sueño y, mientras dormía, le tomó una de sus costillas, y llenó de carne el vacío; luego, de la costilla que tomó a Adán formó una mujer, etc. . Celso no citó el texto mismo, que basta para hacer ver a quien lo oiga estar dicho alegóricamente. Mas él no quiso dar a entender que se tratara de una alegoría, por más que, más adelante (IV 89),, dice que "los más moderados entre judíos y cristianos, avergonzados de estos mitos, tratan de explicarlos, como pueden, alegóricamente". Pero cabe preguntarle: ¿Conque es bien interpretar alegóricamente lo que ese tu Hesíodo, divinamente inspjrado, dijo en forma mítica acerca de la mujer, que habría sido dada por Zeus a los hombres como una calamidad por precio del fuego (HESIOD., Erga 57), y te parece, en cambio, carecer de todo sentido razonable y de todo misterio lo que se cuenta de la mujer tomada de la costilla de Adán profundamente dormido y formada de ella por Dios?.

Mas no es proceder razonable no reírse, como de un mito, de lo que cuenta Hesíodo, sino que se lo admira como filosofía míticamente velada, y burlarse, en cambio, a moco tendido, sin más apoyo que el texto literal, del relato bíblico, al que no se concede30 sentido superior alguno. Porque si hay que reírse, por el solo tenor literal, de lo que se dice con sentido oculto, mira si no merece más risa Hesiodo, hombre, como tú dices, divinamente inspirado, cuando escribe lo que sigue:
"Irritado, Zeus le dijo, el que nubes amontona: Hijo de Jápeto, que a todos en tus trazas aventajas, te alegras de que el fuego me has robado
y engañado me has, para desastre grande tuyo y de cuantos adelante fueren.
A ellos yo les daré, en lugar del fuego, un mal en que ellos todos se complazcan, y de puro placer su daño abracen.
Así dijo y calló
el padre de los hombres y los dioses,
y a Efesto, ilustre artífice, mandóle que al instante
agua y tierra mezclara,
y en la mezcla pusiera voz humana, y fuerza viva y un rostro que a los dioses inmortales se asemeje,
rostro bello y amable de una virgen. Luego a Atena, que labores le enseñe, y un tejido
de mil varios adornos tejer sepa, y Afrodita, diosa de oro, en la bella cabeza vierta gracia,
y el terrible deseo y los cuidados
que los miembros devoran. Orden Kermes, el guía, que aparece entre esplendores,
recibió de infundirle desvergüenza, cual de perro, y tendencia al embuste. Así les dijo, y a Zeus todos, señor, hijo de Cronos, obedecen.
Al punto de la tierra plasmó Efesto, el artífice ilustre,
la imagen de una virgen pudibunda,
por designio de Zeus, hijo de Cronos; luego Atena, la de ojos de lechuza, fue a ceñirla y adornarla; las gracias, altas diosas, y la augusta Pito,
su cuello circuyeron de áureas joyas, y las horas, de hermosa cabellera, una guirnalda en su cabeza, flores de primavera, le pusieron. Todo ornato,
a su cuerpo ajustó Palas Atena, y en su pecho, el guía que aparece entre esplendores, mentiras le metió y palabras dulces
y tendencia al embuste; por designios

de Zeus altitonante, voz humana
el mensajero de los dioses infundióle, y ya por nombre a esta mujer llamó Pandora,
porque todos / los que habitan olímpicos palacios hiciérbnle presentes de sus dones, gran desastre
para los hombres industriosos". (HESIOD., Erga 53-82.) Y a la vista salta la ridiculez de lo que se dice del tonel: "Pues el género humano vivía antes en la tierra,

sin males, sin trabajo doloroso,

sin las graves dolencias, que la muerte acarrean al hombre; mas las manos de la mujer quitaron la gran tapa

del tonel, salió todo y a los hombres calamidades mil así les trajo.

Sola allí la esperanza quedó dentro de la no rota estancia, ya en los labios

del tonel, sin que afuera ya volara; pues, punto antes, la gran tapa otra vez echóle encima". (Erga 90-98.)

A quien reverentemente alegorice estos versos, ora sea acertada la alegoría, ora no, le diremos:

¿Conque sólo a los griegos les es lícito filosofar con sentido oculto, y hasta a los egipcios, y a cuantos de entre los no griegos blasonan de la verdad de sus misterios? ¿Conque solos los judíos, su legislador y sus escritores te han parecido ser el trasunto de la estolidez entre los hombres? ¿Conque sólo esta nación crees no haber tenido parte alguna en el poder de Dios, siendo así que tan magníficamente fue enseñada a remontarse a la naturaleza increada de Dios, a mirarle a El solo y a poner en El solo sus esperanzas?

39. Un mito platónico

Celso hace también comedia de la serpiente, "que se opone a los mandatos que da Dios al hombre", imaginando ser el relato bíblico cuento parecido a los que se transmiten las viejas; pero no nombra, de propósito, el paraíso que se dice haber plantado Dios en Edén, hacia oriente, y cómo luego hizo brotar de la tierra todo árbol hermoso a la vista y sabroso para comer, señaladamente el árbol de la vida en medio del paraíso y el árbol de la ciencia del bien y del mal . Tampoco dice palabra acerca de lo que se cuenta sobre estas cosas, capaces por sí solas de convencer al que con buena voluntad leyere que todo esto debe entenderse, sin menoscabo de la reverencia, tropológlcamente. En prueba de lo cual, vamos a comparar lo que en el Banquete, de Platón, dice Sócrates sobre el Eros, y que se pone en boca de él por ser el más importante de los interlocutores del Sympo-sion. He aquí el texto de Platón:

"Cuando nació Afrodita, celebraron los dioses un banquete, al que, entre otros, asistió Poros, hijo de Metis. Ya que hubieron comido, llegó, al sabor de la fiesta, Penía, que era una mendiga, y se quedó a la puerta. Así, pues, Poros (ebrio de néctar, pues no existía aún el vino) se entró en el huerto de Zeus y allí cogió un pesado sueño. Penía entonces, aguijada por su pobreza, trazó manera de tener un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. De ahí que Eros vino a ser acompañante de Afrodita, como engendrado en su natalicio y por ser, a par, amante de lo bello, pues también Afrodita es bella. Así, como hijo de Poros y Penía, la condición de Eros es primeramente ser pobre; y mucho dista de ser delicado y hermoso, como se imagina el vulgo. No, Eros es duro y áspero, anda los pies descalzos, no tiene casa, se tiende siempre en el suelo, sin lecho, durmiendo en puertas y caminos a la intemperie. Como tira a la naturaleza de su madre, vive siempre en indigencia. Pero, por la de su padre, conspira a lo bueno y hermoso, es valiente, audaz y constante; experto cazador, eterno trazador de nuevos ardides; es enamorado y dador de inteligencia; filósofo de por vida, encantador terrible, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni mortal ni inmortal, sino que, el mismo día, unas veces prospera y vive, cuando se ve en abundancia; otras se muere y, por lo que tiene de su padre, revive de nuevo. Todo lo que adquiere, se le escurre siempre, de suerte que Eros ni está nunca indigente ni es tampoco rico. E igualmente se halla entre sabiduría e ignorancia" (PLAT., Symp. 203bc).

Ahora, pues, los que esto leyeran, si les da por imitar la malignidad de Celso-¡lo que Dios no permita entre cristianos!- tomarán a chacota este mito y se mofarán de aquel gran filósofo que fue Platón. Pero si, examinando filosóficamente lo que se dice en forma de mito, logran descubrir el pensamiento de Platón, no podrán menos de admirar la manera como supo ocultar en forma de mito, por razón del vulgo, grandes verdades tal como él las veía, y decirlas, a par, como era menester para quienes fueran capaces de descubrir por los mitos la verdad que en ellos quiso poner su autor. Ahora bien, he querido traer aquí este mito de Platón, pues parece que el huerto de Zeus de que habla tiene alguna semejanza con el paraíso de Dios, y la Penía del uno puede compararse con la serpiente del otro, y Poros asediado por Penía, con el hombre asediado por la serpiente. Lo que no resulta claro es si a Platón se le ocurrió todo eso por azar o, como piensan algunos (CLEM. ALEX., Strom. 1,66,3), tratando en su viaje a Egipto con quienes explicaban también filosóficamente las creencias judaicas, aprendió algo de ellos, y unas cosas conservó, otras modificó, temeroso de ofender a los griegos si de todo punto mantenía la sabiduría de los judíos, gentes mal acreditadas entre el vulgo por lo extraño de sus leyes y lo original de su constitución política. Como quiera que sea, no es éste el momento de exponer ni el mito de Platón ni lo que atañe a la serpiente y al paraíso de Dios y cuanto se escribe haber acontecido en él. En los comentarios al Génesis tratamos de todo ello, como tema principal, según nuestros alcances.

40. Adán, el hombre

Afirma además Celso que "el relato de Moisés presenta con la mayor impiedad a Dios como un impotente desde el principio, incapaz de persuadir ni a un solo hombre, a quien El había plasmado". A esto decimos que habla Celso como si alguien acusara a Dios de la existencia del mal, que no habría sido capaz de impedir ni en un solo hombre, de suerte que hubiera nacido alguien que desde el principio no hubiera conocido el mal (cf. IV 3). Los que en este punto tienen interés en defender a la providencia, lo hacen con no escasos ni desdeñables argumentos; y de modo semejante filosofarán sobre Adán y su pecado los que saben que, en griego, Adán equivale a anthropos (hombre), y, cuando Moisés parece tratar de Adán, habla en realidad de la naturaleza humana. Y es así que, como dice la palabra divina, en Adán mueren todos (Ex 1), y todos fueron condenados a semejanza de la transgresión de Adán ; textos en que la palabra divina no tanto habla de un individuo cuanto de todo el linaje. Así, en la serie de cosas que se dicen como si se tratara de uno solo , la maldición de Adán alcanza a todos; y lo que se dice contra la mujer, no hay ninguna sobre la que no se diga. En cuanto al hombre, arrojado juntamente con la mujer del paraíso, vestido con aquella túnica de pieles que les hizo Dios después de la transgresión, tiene un sentido secreto y misterioso, muy superior al de Platón, cuando presenta al alma que pierde sus alas y cae a la tierra hasta que da con algo sólido (PLAT., Phaidr. 246bc; cf. infra VI 43).

41. El arca de Noé

Seguidamente dice: "Luego nos vienen con no sé qué diluvio y un arca prodigiosa, que lo encerraba todo, y de una paloma y un cuervo, como mensajeros, con lo que desfiguran y corrompen la historia de Deucalión ". Y es que (a lo que me imagino) no esperaban realmente que esto saldría a pública luz, sino que eran cuentos para niños pequeños". También aquí es de ver el odio, indigno de un filósofo, que profesa este hombre a la Escritura antiquísima de los judíos. Porque nada tenía que decir contra la historia del diluvio, ni cayó en la cuenta de lo que cabía objetar contra el arca y sus medidas; porque, si nos atenemos a la opinión corriente que supone haber sido el arca 300 codos de larga, 50 de ancha y 30 de alta, no era posible decir que cupieran en ella los animales de la tierra, catorce de cada especie pura y cuatro de impuros. Celso se contentó con decir ser "un arca prodigiosa que lo encerraba todo dentro". Pero ¿qué tiene de prodigioso un arca, que se dice haber sido fabricada en cien años, y era de 300 codos de larga, de 50 de ancha, hasta que los 30 codos de alta acababan en un solo codo de largura y anchura? ¿No era más maravillosa aquella construcción en que se parecía a una ciudad grandísima? Si elevamos las medidas al cuadrado, resulta que la base tuvo 90.000 codos de largo y 2.500 de ancho. ¿Cómo no admirar el plan al hacerla tan compacta y capaz de soportar una tormenta como la que trajo el diluvio? Porque no estaba calafateada de pez ni de otra materia semejante, sino de una fuerte capa de asfalto. ¿Cómo no admirar que, por providencia de Dios, se introdujeran en ella supervivientes de toda especie, para que la tierra recibiera otra vez semillas de todos los animales, y que Dios se valiera del hombre más justo, que había de ser padre de los que vendrían después del diluvio?

42. La paloma y el cuervo

Saca a relucir también Celso lo que se cuenta de la paloma, sin duda para dar la impresión de haber leído el libro del Génesis, sin poder decir palabra para demostrar que se trata de algo inventado.

Luego, siguiendo su costumbre de mudar ridiculamente los textos de la Escritura, transforma al cuervo en corneja, y opina que, al escribir esto Moisés, no hizo sino corromper lo que los griegos cuentan de Deucalión; si no es que piensa que ni siquiera es de Moisés ese escrito, sino de varios otros; esto, por lo menos, da a entender la frase: "falsificando y corrompiendo la historia de Deucalión"; y estotra: "Porque no esperaban, a lo que pienso, que todo esto saldría a pública luz". Mas ¿cómo imaginar que quienes daban sus escritos a una nación entera no esperaran que saldrían un día a pública luz? ¡Ellos que, por añadidura, profetizaron que esta religión se predicaría a todas las naciones ! Y cuando Jesús dice a los judíos: Os será quitado el reino de Dios y será dado a un pueblo que dará los frutos de él (Mt 21,43), ¿qué otra cosa disponía sino sacar El mismo a luz, por divina virtud, la Escritura de los judíos, que contiene los misterios del reino de Dios? Notemos, en fin, que cuando leen las teogonias de los griegos y sus mitos sobre los doce dioses, los realzan por la interpretación alegórica; mas, cuando quieren burlarse de lo nuestro, dicen por las buenas tratarse de cuentos para chiquillos.

43. Alusiones bíblicas varias

Habla también de una generación absurdísima de hijos y fuera de "sazón", y, aunque no los nombra, es evidente que se refiere a la de Abrahán y Sara . Aludiendo también a las "insidias entre hermanos", se refiere sin duda a las de Caín contra Abel o, además de éstas, a las de Esaú contra Jacob (4,8; 25,29-34; 27,18-29).. "La tristeza del padre" acaso sea la de Isaac por el viaje de Jacob, o la de éste por la venta de José en Egipto (28,1-5; 37,33-35). Al escribir de los "ardides de las madres", pienso que significa a Rebeca, que se las arregló para que las bendiciones de Isaac recayeran sobre Jacob, y no sobre Esaú (27,5-17). Ahora bien, si nosotros afirmamos que con todos éstos tuvo Dios la más íntima familiaridad o trato, ¿qué hay de absurdo en ello para quienes estamos persuadidos de que jamás se aparta su divinidad de quienes a El se consagran con una vida santa y constante? Se mofó también de "la riqueza que hizo Jacob en casa de Labán", por no entender a qué se refiere aquello de "las ovejas no señaladas eran de Labán, y las señaladas de Jacob" (30,43). Y añade: "Dios regaló a sus hijos con asnillos, ovejas y camellos". Y es que no vio que todas estas cosas les acontecían a ellos figuradamente, y fueron escritas por causa de nosotros, que hemos alcanzado el fin de los tiempos (Mt 1). Entre nosotros, las varias naciones que han recibido la señal, gozan de la ciudadanía del Logos de Dios, dadas que fueron en posesión al que figuradamente es llamado Jacob. Y es así que lo que se escribe de Labán y Jacob aludía a los que habían de creer en El de entre las naciones.

44. La interpretación alegórica, justificada por el ejemplo de San Pablo

Muy lejos del sentido de la Escritura, sigue diciendo Celso que "Dios dio también pozos a los justos". Porque no se percató que los justos no construyen cisternas, sino que cavan pozos, pues tratan de encontrar la fuente interna y el hontanar de los buenos refrigerios (PLAT., Phaidr. 243d), como quienes toman figuradamente el precepto que dice: Bebe las aguas de tu propio aljibe, y de los manantiales de tus pozos; el agua de tu fuente no se derrame por fuera, ni tus arroyos por las calles. Sé tu solo el dueño de ellas, y no entren a la parte contigo los extraños . Y es de notar que, en muchas partes, la palabra divina se vale de historias reales y las dejó escritas para presentar verdades superiores, veladamente indicadas; tales son esas de los pozos, las de los casamientos y diversas uniones de los justos. En momento más oportuno, el que escriba comentarios sobre ellas tratará de ponerlas en claro. Ahora bien, que también en tierra de filisteos construyeron pozos los justos, corno se escribe en el Génesis (26,15ss), pónese de manifiesto por los maravillosos que ahora se muestran en Ascalón, dignos de visitarse por lo extraño de su construcción, muy distinta de la de los otros pozos. Y que las esposas y criadas hayan de interpretarse alegóricamente, no lo enseñamos nosotros de nuestra cosecha, sino que lo hemos recibido de hombres sabios que nos han precedido. Uno de éstos, incitando a sus oyentes a la interpretación tropológlca, dijo así: Decidme los que leéis la ley, ¿es que no oís la ley misma? Está, en efecto, escrito que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la ¡libre. Pero el de la esclava nació según la carne, y el de la libre en virtud de la promesa. Lo cual está dicho alegóricamente. Se trata de los dos testamentos; uno del monte Sinaí, que engendra para servidumbre,.que es Agar. Y poco después: Mas la Jeru-salén, dice, de arriba es libre, y ella es madre nuestra . El que tenga gusto en ello, eche mano de la carta a los Calatas, y verá cómo se interpretan alegóricamente los casamientos y uniones con esclavas; por donde se ve que la palabra divina no quiere que imitemos las acciones tenidas por corporales de quienes eso hicieron, sino las que suelen llamar los discípulos de Jesús espirituales.

45. Las hijas de Lot

Deber fuera de Celso loar la sinceridad de los autores de las Escrituras divinas, que no ocultaron ni aun lo inhonesto y, por ese argumento, moverse a creer que tampoco es inventado lo que dicen sobre las cosas más maravillosas; pero el hombre hace todo lo contrario. Y así, sin haber examinado la historia de Lot y sus hijas en su sentido literal ni averiguado el que pueda tener anagógicamente, dijo que eran "cosas más abominables que las abominaciones de Tiestes" ". Ahora bien, no es necesario que de momento digamos lo que tiene el pasaje de tropológico, ni qué signifique Sodoma y lo que los ángeles dicen al que se salva de ella: No mires atrás en torno tuyo, ni te pares en todo el contorno; sálvate en el monte, no sea que tú también quedes envuelto en el desastre . Dejamos a un lado explicar quién fue Lot, quién su mujer, convertida en estatua de sal por haber mirado atrás, y quiénes sus hijas, que emborracharon a su padre para ser por él madres. Sin embargo, siquiera brevemente, vamos a suavizar lo que la historia tiene de escandaloso.

Los griegos mismos inquirieron la naturaleza de lo bueno, lo malo y lo indiferente. Los que de entre ellos mejor acertaron, ponen el bien y el mal en la sola deliberación de la voluntad, y afirman ser propiamente indiferente lo que se demuestra ser ajeno al propósito de la voluntad; ésta, por su parte, es laudable cuando se vale como debe de lo indiferente; reprensible, cuando lo hace indebidamente. Ahora bien, tratando el tema de lo indiferente, dijeron que, en ri gor, unirse un padre con su hija es cosa indiferente, siquiera no deba hacerse en sociedades bien ordenadas. Y para demostrar la indiferencia de tal acción, sientan la hipótesis de que, destruido todo el género humano, se quedara solo en el mundo el sabio con su hija. Y ahora inquieren si, lícitamente, podrá el padre tener comercio carnal con su hija para que no perezca, en la hipótesis sentada, todo el género humano.

Ahora bien, si esto se da por doctrina sana entre los griegos, y la defiende una escuela nada despreciable entre ellos como son los estoicos33, ¿serán inferiores al sabio que lícitamente se une con su hija en la hipótesis de los estoicos de la destrucción de todos los hombrss, unas chicuelas que sabían algo, pero no claramente, acerca de la conflagración del mundo, que habían visto cómo el fuego destruía su propia ciudad y comarca, y suponían que la supervivencia del género humano dependía de su padre y de ellas, y quisieron, por esa suposición, que se conservara el mundo? No ignoro que algunos se han escandalizado de esta determinación de las hijas de Lot y han condenado por impío su hecho; y, como de uniones impías, dicen haber nacido razas malditas, como son las de los moabitas y ammonitas. Y, a decir verdad, no se ve que la divina Escritura apruebe por bueno el hecho, ni tampoco que lo condene o reprenda. Como quiera que ello sea, cabe interpretarlo figuradamente, y puede también hasta cierto punto defenderse en sí mismo.

46. José y Belerofonte

Alude también Celso a cierto "odio", que me figuro ser el de Esaú contra Jacob ; aquel Esaú que la Escritura nos representa como hombre malo. Y aunque no expone con claridad la historia de Simeón y Leví, que vengaron el agravio de su hermana, violada por el hijo del rey de Siquén (34,2.25-31), los hace objeto de sus acusaciones. "Los hermanos que venden" son los hijos de Jacob, y "el hermano vendido" es José; el "padre engañado" se refiere a Jacob, quien, sin sospechar nada de sus hijos cuando le mostraron la túnica de varios colores de José, los creyó y comenzó a llorarlo por muerto, siendo así que estaba esclavo en Egipto (37,26-36). Y es de ver la manera como Celso, llevado de odio y no de amor a la verdad, ha ido seleccionando los casos. Donde la historia le pareció ofrecer algún asidero a la crítica, ahí se agarró, mas donde se ostenta una de la que pasaba por su señora, ni ante sus ruegos, ni ante sus amenazas (39,7-12), de eso ni palabra. Ahí, en efecto, pudiéramos ver a José que supera lo que se cuenta de Bele-rofonte (Illiada 6,155-195), que prefirió ser echado a la cárcel antes que perder su castidad 34. Y aunque pudiera haberse defendido y justificado contra su acusadora, calló magnánimamente, encomendando su causa a Dios.

47. Prosigue la historia de José en Egipto

Luego, de paso y muy oscuramente, hace Celso mención de los sueños del copero y panadero mayores y del faraón, y de su solución, de la que resultó que el faraón sacara de la cárcel a José y le concediera el segundo puesto entre los egipcios . Mas ¿qué tiene de absurdo esa historia, aun tomada en sí misma, para traerla a cuento como capítulo de acusación? ¡El, que tituló Discurso de la verdad un discurso que no expone verdad alguna, sino que se reduce a acumular acusaciones contra cristianos y judíos! "Y a los hermanos que lo vendieron y que con ocasión de un hambre fueron enviados a negociar con sus asnos", dice Celso que "les concedió gracia el vendido y les hizo cosas" que ni siquiera expone (43-44). También menciona el "reconocimiento", pero no sé con qué intención ni qué pueda hallar de extraño en tal reconocimiento. Ni Momo mismo (cf. PLAT., Pol. 487a; LUCÍAN., De conser. hist. 33) pudiera razonablemente hallar nada que criticar en cosas que, aparte su interpretación tropológica, tienen tanto atractivo. Pone también "la liberación del José vendido por esclavo y cómo vuelve con gran séquito al entierro de su padre" (50,4-14). Y cree que la historia contiene motivo de acusación, pues dice: "Bajo él (evidentemente bajo José), la brillante y maravillosa raza de los judíos, que se había propagado mucho en Egipto, recibió orden de habitar como forastera y apacentar sus ganados en tierras sin valor". Eso de que se les mandó apacentar sus ganados en tierras sin valor lo añadió Celso movido de su voluntad hostil, sin demostrar cómo la región egipcia de Gesén sea tierra sin valor. La salida de Egipto la llama Celso "fuga", sin mentar en absoluto lo que el libro del Éxodo escribe acerca de la salida de los hebreos de tierra de Egipto.

Por nuestra parte hemos citado también estos puntos como ejemplos del estilo de Celso, que alega, como objetos de acusación o de sus ganas de hablar por hablar, cosas que, ni aun literalmente tomadas, se prestan a crítica alguna, sin demostrar por un solo argumento lo que tiene por malo en nuestra Escritura.

48. Los mitos griegos no son decentes ni aun alegóricamente entendidos

Luego, como si su solo afán fuera mostrar su odio y hostilidad contra la doctrina de judíos y cristianos, dice Celso que "los más moderados entre judíos y cristianos tratan de explicar todo esto alegóricamente" (cf. I 17; IV 38), y añade que, "avergonzados de tales historias, buscan refugio en la alegoría". A esto puede respondérsele35 que, si hay mitos y leyendas dignas de avergonzarse de ellas a la primera, ora se compusieran con oculto sentido, ora de cualquier otra manera, ¿de cuáles hay que decir eso con más razón que de los mitos y leyendas griegas? Aquí dioses hijos mutilan a sus padres dioses (HESIOD., Theog. 164-182), y padres dioses se comen a sus hijos dioses (ibid., 453-467), y una diosa madre entrega al padre de los hombres y los dioses, en lugar del hijo, una piedra (ibid., 481-491); y el padre tiene trato sexual con su hija, y la mujer intenta encadenar al marido, tomando como colaboradores para echarle las cadenas al hermano del atado y a su hija (litada 1,400)". ¿Y a qué detenerme en trazar la lista de las absurdas leyendas de los griegos sobre sus dioses, vergonzosas de suyo, por más que se las interprete alegóricamente? Ahí está, por ejemplo, Crisi-po de Solos, que pasa por haber ilustrado la escuela estoica con sus discretos escritos, e interpreta cierta pintura de Samos, en que se representa a Hera haciendo con Zeus lo que no puede decirse. Dice, en efecto, en sus escritos el grave filósofo que la materia, recibiendo las razones seminales de dios, las conserva en sí misma para el orden del universo. Porque la materia, en la pintura de Samos, es Hera, y dios, Zeus.

Mas justamente por ese mito y por otros infinitos por el estilo, no queremos nosotros ni nombrar por el nombre de Zeus al Dios supremo, ni llamar Apolo al sol, ni Artemis a la luna. Nosotros practicamos una piedad pura para con el Creador, reverenciamos sus hermosas obras y no mancillamos, ni de nombre, las cosas divinas, pues nos place la sentencia de Platón en el Filebo, que no quiere que se tome el placer por Dios: "Porque mi reverencia, dice, ¡ oh Protarco!, a los nombres de los dioses es muy profunda" (PLAT., Phil. 12bc; cf. I 25). Así, pues, nosotros tenemos verdadera reverencia al nombre de Dios y a sus hermosas criaturas, hasta el punto de que, ni so pretexto de interpretación tropológlca, admitimos mito alguno que pueda corromper a los jóvenes (cf. PLAT., Pol. 377-378).

49. La interpretación alegórica en Pablo

Si Celso hubiera leído imparcialmente nuestra Escritura, no hubiera dicho que nuestros libros "no admiten interpretación alegórica". Efectivamente, por las profecías en que se escriben hechos históricos, mejor que por la historia misma, cabe ver qué historias se escribieron para ser interpretadas tropológlcamente, y fueron sapientísimamente dispuestas para acomodarse a la muchedumbre de los creyentes sencillos y a los pocos que tienen ganas, no menos que capacidad, para examinar las cosas inteligentemente. Además, si los que hoy pasan, según Celso, por moderados entre judíos y cristianos fueran los únicos en interpretar alegóricamente la Escritura, acaso pudiera suponerse algún viso de probabilidad a lo que dice nuestro adversario; pero el hecho es que los padres mismos de nuestros dogmas y los mismos escritores practican la interpretación tropológlca. Pues ¿qué da eso a entender sino que esas cosas fueron escritas para ser interpretadas tropológlcamente en su sentido principal?.

De entre muchísimos posibles, vamos a traer sólo algunos ejemplos para mostrar que Celso calumnia sin razón nuestros escritos al tenerlos por incapaces de admitir interpretación alegórica. Dice, en efecto, Pablo, apóstol de Jesús: En la ley está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla.

¿Es que se cuida Dios de los bueyes? ¿No habla más bien, de todo punto, por nosotros? Por nosotros, en efecto, fue escrito, porque el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla, con esperanza de tener parte debe trillar (Mt 1). Y en otro lugar dice el mismo: Está escrito, en efecto, que por esta causa abandonará el hombre padre y madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne. Este misterio es grande, pero yo lo entiendo de Cristo y la Iglesia . Y de nuevo en otro pasaje: Sabemos que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y todos se bautizaron, bajo Moisés, en la nube y el mar (Mt 1). Luego, interpretando la historia del maná y la del agua que se escribe haber brotado milagrosamente de la peña, dice lo que sigue: y todos comieron la misma comida espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Porque bebían de la peña espiritual que los seguía; la peña, empero, era Cristo (Mt 1). Asaf presenta las historias del Éxodo y de los Números como problemas y parábolas, según se escribe en el libro de los Salmos; pues, cuando se dispone a recordarlas, pone este proemio: Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. Yo abriré a las parábolas mi boca, arcanos expondré de tiempos idos, lo que oímos, lo que hemos conocido y nos contaron nuestros padres (Ps 77,1-3).

50. Interpretación alegórica de la ley mosaica

Además, si la ley de Moisés no tuviera nada escrito que debiera interpretarse por sentido oculto, no diría el pVofeta en su oración a Dios: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas (Ps 118,18); Mas lo cierto es que él sabía haber un velo de ignorancia echado sobre el corazón de los que leen y no entienden lo que debe interpretarse alegóricamente , velo que se quita por don de Dios cuando éste oye a un hombre que hace todo lo que está de su parte, ha ejercitado sus sentidos por el hábito a distinguir lo bueno de lo malo y le ha suplicado continuamente en la oración: Abre mis ojos por que pueda de tu ley contemplar las maravillas. ¿Quién, leyendo lo del dragón que vive en el río de Egipto, y los peces que se esconden en sus escamas (Ez 29,3), o que los excrementos del faraón llenan los montes de Egipto (32,6), no se mueve de suyo a inquirir quién es el que llena los montes de Egipto de tantos excrementos malolientes y qué montes de Egipto son ésos, y qué ríos hay en Egipto de los que el susodicho faraón baladrona diciendo: Míos son los ríos y yo los he hecho? (29,3). ¿Quién es ese dragón, que habrá que interpretar de forma que concierte con la interpretación de los ríos? ¿Y quiénes son esos peces que se esconden en sus es camas? Mas

¿a qué alargarme en demostrar lo que no necesita demostración? Sobre ello se dice: ¿Quién es sabio y entenderá estas cosas? ¿Quién inteligente y las conocerá? (Os 14,10). Sin embargo, me he extendido algo más en este punto, pues quería hacer ver la sinrazón de Celso al decir que "los más moderados entre judíos y cristianos se esfuerzan como pueden en interpretar todo esto alegóricamente; pero hay cosas que no admiten alegoría, sino que son cuentos derechamente tontísimos". Tontísimos son más bien los mitos de los griegos, y no sólo tontísimos, sino impiísimos; pues lo nuestro se acomoda hasta a la muchedumbre de los sencillos, cosa que no tuvieron en cuenta los que fingieron los mitos griegos. Por eso no deja de tener gracia que Platón expulsara de su república tales mitos y poemas (Pol. 379cd; cf. IV 36).

51. Escritos alegorizantes

Paréceme que Celso oyó campanadas sobre escritos en que se explica alegóricamente la ley; pero, de haberlos leído, no hubiera dicho: "Por lo menos las alegorías que parece se han escrito acerca de ellos son más feas y absurdas que los cuentos mismos, pues con una necedad de todo punto estúpida tratan de concordar lo que por ninguna de las maneras puede armonizarse". Esto parece decirlo de los escritos de Filón, o de otros más antiguos, como son los de Aristó-bulo ". Pero yo conjeturo que Celso no leyó esos libros, pues en muchos pasajes me parecen estar tan bien compuestos, que los mismos filósofos griegos quedarían convencidos de lo que dicen. No sólo tienen estilo cuidado, sino también ideas y doctrinas, a par que usan de los que Celso tiene por mitos de las Escrituras. Yo sé, por otra parte, del pitagórico Numenio (cf. I 15), comentador excelente de Platón y predicador de la doctrina de Pitágoras, que, en muchos pasajes de sus escritos, cita a Moisés y a los profetas y los interpreta, no sin probabilidad, alegóricamente; así, en su libro titulado Epops (= abubilla) y los libros Sobre los números y en los Sobre el espacio. Y en el libro tercero, Sobre el sumo bien, trae cierta historia sobre Jesús, aunque sin nombrar su nombre, y la entiende alegóricamente; si acertada o desacertadamente, no es éste momento de decidirlo. También alude a la historia de Jannés y Jambrés, que tuvieron que ver con Moisés (Os 2)3S. No es que nosotros sintamos orgullo de ella, pero alabamos a Numenio más que a Celso y otros griegos; pues, por amor al saber, quiso examinar nuestras doctrinas y tuvo la impresión de tratarse de escritos de sentido figurado, pero no tontos.

52. La "Disputa entre Papisco y Jasón"

Seguidamente, de entre todas las obras que contienen alegorías y comentarios con estilo y dicción no despreciables, escoge Celso la más pobre, que puede ciertamente aprovechar en materia de fe a la muchedumbre de los sencillos, pero no mover a los más inteligentes. Dice así: "Tal, por ejemplo, una disputa entre cierto Papisco y Jasón, que yo leí, y que no tanto merece risa cuanto compasión y odio. Ahora bien, no es mi propósito refutar esas tonterías, pues saltan a la vista de cualquiera, sobre todo para quien tenga la paciencia de leer el escrito mismo. Quiero más bien recordar la doctrina que pertenece al orden de la naturaleza, de que Dios no ha hecho nada mortal. Cuanto hay de inmortal es obra de Dios; lo mortal, empero, procede de lo inmortal (PLAT., Tim. 69cd). El alma, desde luego, es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza, y en cuanto a ésta, el cuerpo del hombre en nada se diferencia de un murciélago, de un gusano o de una rana. La materia es la misma, y a la misma corrupción están sujetos". No por eso desearía yo menos que quien ha escuchado toda esta declamación de Celso y su afirmación de que la obra titulada Disputa de Papisco y Jasón sobre Cristo no tanto merece risa cuanto odio, la tomara en sus manos y tuviera la paciencia de leerla ". No cabe duda que, al no hallar en el libro nada digno de odio, condenaría a Celso. Quien desprevenidamente lo leyere hallará que tampoco mueve a risa un libro en que se presenta a un cris tiano discutiendo con un judío a base de las Escrituras judaicas y haciendo ver que las profecías acerca del Mesías convienen a Jesús. Y, a decir verdad, tampoco el otro interlocutor da mal cobro de su razón ni hace mal su papel de judío.

53. Odio y compasión, incompatibles

Yo no sé cómo se las arregla Celso para juntar cosas que no admiten mezclarse ni pueden de suyo suceder a la par a la naturaleza humana; y así dijo que el mentado libro merece compasión y odio. En efecto, a cualquiera se le alcanza que quien es objeto de compasión no puede serlo de odio mientras se le compadece; ni el que es objeto de odio puede serlo de compasión mientras se le odia. Y añade Celso que no se propone refutar tales tonterías, pues opina que "salta a los ojos de cualquiera, aun antes de toda refutación lógica, tratarse de cosas malas, dignas de compasión y odio". Nosotros, empero, exhortamos a quien diere con esta defensa contra las acusaciones de Celso, tenga la paciencia de leer nuestros escritos sagrados y, en la medida de sus fuerzas, conjeture por lo escrito la intención de los autores, su conciencia y su disposición de ánimo. Porque hallará hombres que defienden ardientemente sus creencias, y algunos que afirman escribir una historia que ellos vieron por sus ojos y comprendieron ser maravillosa y digna de ponerse por escrito para provecho de futuros lectores. Atrévase, si no, alguien a decir que la fuente y origen de toda utilidad para los hombres no está en creer en el Dios del universo, hacerlo todo con la intención de agradarle en todo absolutamente, no admitir ni por pensamiento nada que pueda desagradarle, pues sabemos que seremos juzgados no sólo de obras y palabras, sino también de todo pensamiento. ¿Y qué otra doctrina convertirá más eficazmente la naturaleza humana en orden a vivir bien, que la fe o persuasión de que el Dios supremo ve todo lo que decimos y hacemos, y hasta lo que pensamos?

Compare quiSn quisiere otro camino para convertir y mejorar juntamente no a uno que otro, sino, en lo posible, a las más grandes muchedumbres; de la comparación de los dos caminos pudiera verse puntualmente qué doctrina dispone para el bien.

54. El enigma de la creación

En el pasaje que hemos citado de Celso, paráfrasis del Timeo (69cd), se escribe que "Dios no hizo nada mortal, sino sólo lo inmortal; lo mortal, empero, es obra de otros. El alma, desde luego, es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza. De ahí que el cuerpo del hombre no se diferencia en nada del cuerpo de un murciélago, de un gusano o de una rana; la materia es la misma, e idéntico el principio de corrupción". Vamos a discutir esto brevemente, demostrando que, o no quiere hacer valer su sentir epicúreo, o, como pudiera decirse, lo cambió posteriormente por otro mejor, o, como pudiera también decirse ", sólo fue homónimo del Celso epicúreo. El que tales afirmaciones hacía y se abalanzaba a hablar, no sólo contra nosotros, sino también contra la noble escuela filosófica que reconoce por maestro a Zenón de Citio ", era menester que demostrara que los cuerpos de los animales no son obra de Dios, y que un artificio tan complicado como se muestra en ellos no procede de la inteligencia primera. Y en cuanto a la muchedumbre de plantas de toda especie, que son gobernadas por una naturaleza inherente a ellas, incapaz de percepción, nacidas para servicio de los hombres y de los animales al servicio de los hombres, o como quiera que sean, no debiera contentarse con afirmar, sino "enseñar" también no haber sido una inteligencia perfecta la que infundió tantas cualidades en la materia de las plantas (cf. 56-57).

Mas si supuso a los dioses artífices de todos los cuerpos, por suponer que sólo el alma es obra de Dios, ¿no fuera consecuente que quien tantas ocupaciones distribuía y daba a tantos su faena nos demostrara con algún sólido argumento las diferencias de los dioses, unos ocupados en la fabricación de cuerpos humanos, otros (pongamos por ejemplo) de los animales domésticos y otros de las fieras? Y el que veía a unos dioses crear dragones, áspides y basiliscos; a otros, insectos según sus especies; a otros, toda clase de plantas y hierbas, tenía el deber de decirnos la causa de tal división del trabajo. Lo cierto es que, de haberse entregado al estudio riguroso del asunto, acaso hubiera mantenido la tesis de un solo Dios artífice de todas las cosas, que hizo cada cosa para un fin y por una causa; o, de no haber mantenido esa tesis, hubiera visto qué podía responder a que, por su naturaleza, la destructibilidad de una cosa es indiferente, y que nada tiene de absurdo que el mundo, aun estando compuesto de elementos disímiles, sea obra de un solo artífice, que dispone las diferencias de las especies para conveniencia del todo. O, finalmente, debiera no haber abierto en absoluto la boca sobre tema tan difícil, si no iba a probar lo que pretendía enseñar. A no ser que quien nos acusa de profesar fe desnuda (I 9ss) pretenda que nosotros creamos a sus puras afirmaciones. Y eso cuando él prometió no afirmar, sino enseñar.

55. E1 Dios hacedor de cielo y tierra

Yo no digo que, de haber tenido Celso "paciencia y constancia", como él dice, para leer los libros de Moisés y los profetas, hubiera parado mientes por qué se pone la frase "Hizo Dios" al hablar del cielo y la tierra y del llamado firmamento, lo mismo que de los luminares y las estrellas; luego se repite sobre los grandes peces y toda alma de reptiles que produjeron las aguas según su especie, y sobre todo volátil alado según su especie; y luego sobre todas las fieras de la tierra según su especie, y sobre las bestias según su especie, y sobre todos los reptiles de la tierra según su especie, y, finalmente, sobre el hombre . Sobre otras cosas no se dice "hizo"; y así, sobre la luz, la palabra divina se contenta con decir: Se hizo la luz, y sobre la congregación en un solo lugar de toda el agua bajo el cielo con la frase: Hízose así. E igualmente sobre los productos de la tierra, cuando produjo la tierra hierba de pasto que esparce su semilla según su especie y semejanza, y árboles frutales que dan fruto, cuya semilla está en él mismo según su especie sobre la tierra . Y hubiera inquirido42 a quién o a quiénes se dirigen los mandatos que se escribe da Dios sobre crear cada parte del mundo. En tal caso no hubiera tachado de ininteligible y sin sentido alguno misterioso los libros escritos por Moisés o, como diríamos nosotros, por el espíritu divino que moraba en Moisés, inspirado por el cual profetizó también. Pues mucho mejor que los llamados videntes por los poetas, sabía él "lo presente y futuro y lo pasado" (Ilía-da 1,70).

56. Hay algo más que materia en los seres

Dice también Celso que "el alma es, desde luego, obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza, y, en cuanto a ésta, no hay diferencia alguna entre un cuerpo de murciélago, de gusano, de rana o de hombre; la materia es la misma, e igual el principio de corrupción de todos". A este razonamiento hay que responder que, si por ser la misma la materia que subyace en el cuerpo de un murciélago, de un gusano, de una rana o de un hombre, en nada se diferencian estos cuerpos entre sí, es evidente que tampoco se diferenciarán del sol, de la luna, de las estrellas o de cualquier otro de los que los griegos llaman dioses sensibles (cf. infra V 10). La misma es, en efecto, la materia que subyace en todos los cuerpos, materia propiamente sin cualidades ni figura, que no sé de quién recibirá las cualidades según Celso, que no quiere que nada mortal sea obra de Dios. A no ser que, apretado, quiera saltar de Platón, según el cual el alma sale de cierta crátera (PLAT., Tim. 41de), y se refugie en Aristóteles y los peripatéticos, que afirman ser el éter inmaterial y de una quinta naturaleza, diversa de los cuatro elementos. Mas contra esta teoría combaten con denuedo los platónicos y estoicos. Y contra ella combatiremos también nosotros, despreciados que somos de Celso, cuando se nos pida explicar y demostrar lo que se dice así en el profeta: Los cielos pasarán, mas tú subsistes; cual vestido envejecen, como manto los pliegas y se mudan; mas tú eres siempre el mismo (y no saben de término tus años) (Ps 101,27). Pero baste esto contra Celso, que afirma "ser el alma obra de Dios, pero el cuerpo de otra naturaleza"; de donde se seguiría que el cuerpo de un murciélago, de un gusano o de una rana no se diferenciaría en nada de un cuerpo etéreo.

57. La variedad de los cuerpos

Véase, pues, si vale la pena adherirse a quien con tales doctrinas acusa a los cristianos, y abandonar una teoría, según la cual, por sus cualidades inherentes, se dan diferencias en los cuerpos y en lo que a ellos atañe. Porque nosotros sabemos muy bien que hay cuerpos celestes y terrestres, y una es la gloria de los celestes y otra la de los terrestres; y ni siquiera es la misma entre los celestes, pues una es la gloria del sol y otra la de las estrellas, y aun entre las mismas estrellas una difiere de otra en gloria. Por eso nosotros, que esperamos la resurrección de los muertos, afirmamos que se dan cambios en las cualidades de los cuerpos; pues algunos de ellos se siembran en corrupción y se levantan en incorrupción; se siembran en ignominia y se levantan en gloria; se siembran en flaqueza y se levantan en fuerza; se siembran cuerpos animales y se levantan espirituales (Ps 1). Y todos los que admitimos la providencia demostramos que la materia subyacente es capaz de recibir las cualidades que quiera darle el Creador, y, por voluntad de Dios, esta materia tiene ahora tal cualidad, y luego otra, digamos, mejor y más excelente.

Mas como quiera que hay modos señalados, desde que hay mundo y mientras lo haya, para los cambios de los cuerpos, no sé si también, cuando suceda " un modo nuevo y extraño después de la destrucción del mundo y la que nuestras letras llaman consumación , nada tenga de extraño que "ya ahora del cadáver de un hombre salga transformada una serpiente, de la médula espinal, como piensa el vulgo, y de un buey una abeja, y de un caballo una avispa, y de un asno un escarabajo, y, en general, de los muertos, gusanos". Pero, en opinión de Celso, esto demuestra que ninguna de estas cosas es obra de Dios, sino que las cualidades, por órdenes que no se sabe de dónde vienen, pasan de unas a otras, y no son obra de una razón divina que las cambie en la materia.

58. ¿Viene toda alma de Dios?

Todavía tenemos algo más que decir contra la proposición de Celso de que "el alma es obra de Dios, pero el cuerpo es de otra naturaleza". Verdad de tanta importancia no sólo la sentó sin demostración alguna, sino también sin la debida distinción. No puso, efectivamente, en claro si toda alma es obra de Dios o sólo el alma racional. Arguyámosle, pues, que, si toda alma es obra de Dios, lo serán evidentemente las de los más viles irracionales, y así todo cuerpo será de naturaleza distinta que el alma. La verdad es que, más adelante (cf. infra IV 88), dice que "los animales irracionales son más caros a Dios que nosotros, y tienen noción más pura de lo divino", lo que parece demostrar que no sólo es obra de Dios el alma de los hombres, sino también, y con mayor razón, la de los animales irracionales. Así se sigue, en efecto, de que se diga son más caros a Dios que nosotros. Mas si sólo el alma racional es obra de Dios, en primer lugar, tesis tan importante no la afirmó con bastante claridad; y, en segundo lugar, de haber dicho, sin definir bien los términos, que no toda alma, sino sólo la recional, es obra de Dios, sigúese que tampoco todo cuerpo es de naturaleza distinta de la del alma. Pero, si no todo cuerpo es de distinta naturaleza, sino que el cuerpo de cada animal corresponde a su alma, sigúese evidentemente que el cuerpo de un ser cuya alma es obra de Dios será diferente de otro en que more un alma que no es obra de Dios. De donde resulta ser falso que un cuerpo de murciélago, de gusano o de rana no se diferencie de un cuerpo humano.

59. Anito y Sócrates

A la verdad, absurdo fuera considerar unas piedras más puras o menos puras que otras, y unos edificios más o menos puros que otros, según se destinen para honor de Dios o para receptáculo de cuerpos miserables y manchados, y no haber diferencia de cuerpos a cuerpos, según en ellos moren entes racionales o no, y, de entre los racionales, los virtuosos o los hombres más malvados. Esta diferencia hizo que algunos se propasaran a divinizar los cuerpos de hombres eminentes por haber albergado un alma virtuosa, y arrojar y hasta deshonrar los cuerpos de los muy malvados. No diré yo que así se obra del todo rectamente; pero tal conducta tuvo origen de una idea recta. ¿Es que un sabio, al morir Anito y Sócrates, tendrá el mismo cuidado de la sepultura del cuerpo de Sócrates que del Anito? ¿Acaso construirá para ambos el mismo monumento o la misma tumba? Sea esto dicho por la frase de "los que ninguno es obra de Dios", en que "los que" se refiere al cuerpo del hombre, o a las serpientes que salen del cadáver; al del buey, o a las abejas que salen del cadáver del buey; al del caballo o del asno y a las avispas que salen del cuerpo del caballo o a los escarabajos del asno. Ello nos ha obligado a volver sobre las palabras: "El alma es, desde luego, obra de Dios; pero el cuerpo es de otra naturaleza".

60. E1 cambio perpetuo

Luego dice que "la naturaleza de todos los cuerpos antedichos es la misma y una sola, que va y viene en un cambio alternante". Respecto de esto, es evidente por lo antes dicho que no sólo los cuerpos antedichos tienen una naturaleza común, sino también los celestes. Y, si esto es así, evidente es también que, según él (no sé si también según la verdad), una sola es la naturaleza de todos los cuerpos que va y viene en un cambio alternante. Y según los que admiten la destructibilidad del mundo, así es evidentemente; y los que no la admiten ni tampoco aceptan el quinto cuerpo, tratarán de demostrar que, también según ellos, una sola es la naturaleza de todos los cuerpos, que va y viene en un cambio alternante. Y así justamente permanece lo que se destruye en orden a un cambio; porque lo que subyace, que es la materia, permanece aun destruida la cualidad, según los que opinan que es increada. Sin embargo, si se pudiera demostrar por una buena razón que no es increada, sino que fue hecha para alguna utilidad, es evidente que no tendría, respecto al permanecer, la misma naturaleza que suponiéndola increada. Pero nuestro propósito ahora es responder a las acusaciones de Celso y no disertar sobre la naturaleza.

61. ¿El el mundo mortal o inmortal?

Dice también Celso que "nada que nazca de la materia es inmortal". A esto le diremos que, si "nada que nazca de la materia es inmortal", o este mundo todo es inmortal, y en tal caso no procede de la materia, o tampoco él es cosa inmortal. Ahora bien, si el mundo es inmortal, como place a los que sostienen que sola el alma es obra de Dios y afirman que salió no sabemos de qué crátera (PLAT., Tim. 41de), demuéstrenos Celso que no se hizo de la materia sin cualidades, sin olvidar su principio de que "nada que nazca de la materia es inmortal". Pero si el mundo, por "ser producto de la materia, no es inmortal; el mundo mortal, ¿estará o no estará sujeto a corrupción? Si está sujeto a corrupción, lo estará como obra de Dios; y entonces, en la corrupción del mundo, ¿qué hará el alma, que es obra de Dios? ¡Díganoslo Celso! Mas si, tergiversando la noción de inmortal, nos dice que el mundo es inmortal porque, aun siendo corruptible, de hecho no se corrompe, pues es capaz de morir, pero de hecho no muere, sigúese que, según él, habrá algo a par mortal e inmortal, por ser capaz de lo uno y de lo otro; y habrá algo mortal que no muere, algo que, no siendo por naturaleza inmortal, por el hecho de no morir, se llamará propiamente inmortal. ¿En qué sentido, pues, dentro de esta distinción, dirá que "nada nazca de la materia es inmortal"? Por donde se ve que las ideas que Celso consigna en sus escritos, si se las aprieta y examina bien, no resisten la prueba de lo noble e irrebatible.

Y dicho esto, añade: "Baste lo dicho sobre este punto. El que sea capaz de oír y buscar más, lo sabrá". Pues veamos nosotros, que, según él, somos unos estúpidos, lo que se ha seguido de haberle podido oír y buscar siquiera un poco.

62. La existencia del mal

Seguidamente se imagina Celso que, por unas frasecillas suyas, vamos a comprender la cuestión sobre la naturaleza del mal, tan traída y llevada en múltiples y no despreciables tratados y diversamente resuelta, y así dice: "Los males en lo que existe, ni antes, ni ahora, ni después pueden ser menores o mayores. Una sola y misma es, efectivamente, la naturaleza del universo, y la génesis u origen de los males es siempre la misma". Pero también esto parece una paráfrasis de un paso del Teeteto, en que Platón le hace decir a Sócrates: "Mas ni es posible que los males desaparezcan de entre los hombres, ni que se asienten entre los dioses", etc. (PLAT., Theait. 176; cf. VIII 55). Pero, a mi parecer, ni siquiera entendió exactamente a Platón ese sabiazo de Celso, que quiere abarcar toda la verdad en este solo escrito y que rotuló Doctrina verdadera su libro contra nosotros. Y es así que la frase del Timeo que dice: "Mas cuando los dioses purifican la tierra por el agua" (PLAT., Tim. 2d), da bien a entender que, purificada la tierra por el agua, tiene menos males que antes de ser purificada. Y, siguiendo a Platón, decimos que son a veces menos los males, fundándonos en lo que se dice en el Teeteto sobre que "los males no pueden desaparecer de entre los hombres".

63. Un dogma bellísimo

Por lo demás, no sé cómo se las arregla Celso que, a lo que suenan las frases de este libro, admite la providencia, para decir que los males no son mayores ni menores, sino que tienen, como si dijéramos, límites definidos, con lo que destruye un dogma bellísimo, el de que la maldad es indefinida y los males, propiamente hablando, no tienen límites. Y, a mi parecer, de la tesis de que los males no han sido, ni son, ni serán mayores o menores, se sigue que, a la manera que la providencia, en opinión de los que admiten un mundo indestructible, mantiene el equilibrio de los elementos, no permitiendo que predomine uno solo de ellos con riesgo de que perezca el mundo, así habría también una especie de provi dencia que vigilaría sobre los males, que son tantos, a fin de que no se hagan ni mayores ni menores.

Todavía hay otro modo de refutar la teoría de Celso acerca del mal, tomado de los filósofos que estudiaron el problema del bien y del mal. Estos filósofos demostraron, por la historia misma, que, a los comienzos, las rameras se entregaban a quienes quisieran fuera de las ciudades y con máscaras en la cara; luego, dándoseles de todo un bledo, se quitaron las máscaras, si bien, por no permitirles las leyes entrar, se quedaron aún fuera de las ciudades; finalmente, como la perversión fuera creciendo día a día, se atrevieron a entrar también en las ciudades. Así dice Crisipo en su Introducción sobre el bien y el mal. Que los males aumenten y disminuyan, puédese deducir del hecho que los llamados hombres "dudosos" (o eunucos) se prostituyeron un tiempo, entregados al arbitrio y deseos de los que se les acercaban; posteriormente, empero, fueron expulsados por los ediles. Y de males sin número que, del torrente de la maldad, han invadido la vida de los hombres, puede decirse que no existían antes. Por lo menos las historias más antiguas, a pesar de que se desatan en improperios contra los que pecan, nada saben de los que practican cosas no decibles.

64. La variación, ley del universo

¿No resulta, por ésta y semejantes consideraciones, ridículo Celso, al pensar que los males no pueden ser ni más ni menos de lo que son? Porque, aun cuando la naturaleza del universo sea una sola y la misma, de ahí no se sigue en absoluto que la génesis de los males sea siempre también la misma. Una sola y la misma es la naturaleza de este hombre particular; sin embargo, no siempre se comporta del mismo modo respecto de su mente, de su razón y de su obrar. Hay tiempo en que no tiene siquiera razón; otro, en que con la razón abraza la maldad, que se difunde más o menos; y hay tiempo en que se convierte a la virtud y en ella adelanta más o menos y hasta llega a veces a la virtud misma que alcanza en más o menos grados de contemplación. Lo mismo, y con mayor razón, cabe decir sobre la naturaleza del universo; aun cuando ésta sea una y la misma genéricamente, sin embargo, no siempre suceden en el universo las mismas cosas y de la misma especie. No siempre hay buenas cosechas ni siempre malas; ni siempre lluvias ni siempre sequías. Así tampoco están determinadas las buenas o malas cosechas de almas superiores, y la profusión de las inferiores tiene también sus crecientes y decre cientes. Para quienes se proponen inquirirlo, en lo posible, todo puntualmente, les es necesaria esta doctrina del mal que no permanece siempre en un ser por razón de la providencia, que o vela sobre la tierra, o la purifica con diluvios o conflagraciones. Y acaso no purifique sólo la tierra, sino también el universo entero, cuando, al multiplicarse en él la maldad, necesita de purificación.

65. La cuestión "unde malum?"

Después de esto dice Celso: "Cuál sea la naturaleza del mal, no es fácil lo entienda quien no profese la filosofía; pero baste decir para la muchedumbre que el mal no viene de Dios (PLAT., Pol. 379c), sino que es inherente a la materia y habita entre lo mortal (lo., Theait. 176a), mas el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio al fin; y, según los períodos señalados, forzoso es que siempre haya sucedido lo mismo, lo mismo sucede y lo mismo sucederá" (PLAT., Polit. 269c-270a). Dice, pues, Celso que no es fácil conocer el origen del mal para quien no profese la filosofía; lo que daría a entender que el filósofo puede entender fácilmente la génesis del mal; el no filósofo no la comprendería tan fácilmente, le costaría su trabajo; pero, al cabo, sería capaz de comprenderla.

Nosotros, empero, tenemos que decir a eso que el origen del mal no es fácil de entender ni para un filósofo; y acaso el comprenderlo con pureza no sea posible ni aun a los filósofos si no se ve claramente, por inspiración de Dios, qué cosas son males, ni se esclarece cómo se originaron, ni se entiende de qué manera desaparecerán. En todo caso, como haya que contar entre los males la ignorancia de Dios y hasta sea el mayor de los males no saber la manera de dar culto a Dios y practicar la piedad con El, aun Celso tendrá que reconocer que algunos de los que profesaron la filosofía no conocieron en absoluto el origen del mal, como se ve claro por las diferentes escuelas que en ella existen. En cuanto a nosotros, nadie que no se dé cuenta de que es un mal pensar que se mantiene la piedad en las leyes establecidas conforme a lo que comúnmente se entiende por constituciones políticas, será capaz ode entender la génesis del mal. Y tampoco lo será quien no hubiere discutido a fondo lo que atañe al llamado diablo y a sus ángeles (Mt 25,41): quién fue antes de convertirse en diablo, y cómo se hizo diablo, y por qué causa los que se llaman ángeles suyos apostataron juntamente con él. El que quiera entender ese origen tendrá que discurrir con la mayor puntualidad sobre los démones, que no .son obra de Dios en cuanto démones, sino sólo en cuanto seres racionales de la especie que fueren. Otro problema es cómo vinieron a ser tales que su mente los constituyó en el orden de los démones. En conclusión, si hay algún tema de los que entre los hombres necesitan " inquisición difícil de cazar para nuestra naturaleza, entre ellos hay que contar la génesis del mal.

66. E1 mal no es inherente a la materia

Luego, como si tuviera cosas recónditas que decir acerca del origen del mal, pero que se las calla y sólo dice lo que se ajuste a las muchedumbres, dice que, para éstas, basta decir sobre el origen del mal "que los males no vienen de Dios, sino que están inherentes a la materia y habitan entre lo mortal". Ahora bien, que el mal no venga de Dios, es cosa cierta. También, según nuestro Jeremías, es claro que de la boca del Señor no saldrán los males y el bien (Thren 3,38)", pero que la materia que habita entre lo mortal tenga la culpa del mal, no es, según nosotros, verdad (cf. supra III 42). La verdad es que la culpa de la maldad que hay en cada uno la tiene su propia voluntad, y esa maldad es el mal, y males son también las acciones que proceden de ella. Y, hablando con rigor, según nosotros, ningún otro mal existe. Sin embargo, sé que este tema requiere mucho trabajo y demostración, con la gracia de Dios que ilumine la voluntad; trabajo y demos tración que podrá llevar a cabo quien fuere por Dios juzgado digno de conocer también esta cuestión.

67. El eterno retorno

Yo no sé realmente qué provecho pensó sacar Celso en su escrito contra nosotros al tocar de pasada un dogma que necesitaría de larga y probable demostración que hiciera ver, en cuanto cabe, que "el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio al fin, y, según los períodos determinados, es forzoso que lo mismo haya sucedido siempre, suceda ahora y sucederá después". Si esto fuera verdad, se acabó nuestro libre albedrío. Efectivamente, si según los ciclos determinados es forzoso que siempre haya sucedido lo mismo, lo mismo suceda ahora y lo mismo haya de suceder después en el período de lo mortal, sigúese evidentemente que Sócrates tendrá que ser siempre filósofo, y se le acusará de introducir nuevas divinidades y corromper a la juventud (XENOPH., Memor. I 1,1), y serán Anito y Meleto los que lo acusen y el consejo del Areópago quien lo condene a beber la cicuta. Por modo semejante, será eternamente necesario, según los períodos determinados, que Falaris" sea tirano y Alejandro de Peras cometa las mismas atrocidades, y que los condenados al toro de Falaris mujan siempre dentro del mismo. Si esto se concede, no sé cómo pueda mantenerse nuestro libre albedrío y quepan ya razonablemente alabanzas ni vituperios. Habrá que decir contra pareja hipótesis de Celso que, si el ciclo de lo mortal es el mismo desde el principio hasta el fin, y según los períodos determinados forzosamente ha sido siempre lo mismo y lo mismo es ahora y lo mismo será después, forzoso será también que Moisés salga siempre de Egipto con el pueblo de los judíos, y Jesús venga de nuevo al mundo para hacer lo mismo que ya hizo, no sólo una vez, sino infinitas, según los períodos. Es más, en los períodos determinados, los mismos serán cristianos, y otra vez, después de otras infinitas, escribirá Celso su libro contra ellos.

68. Los estoicos van más allá que Celso

Ahora bien, según Celso, sólo el período de lo mortal fue, es y será forzosamente el mismo según los ciclos determinados; pero la mayoría de los estoicos dicen que tal es no sólo el período de lo mortal, sino también el de lo inmortal y de lo que ellos tienen por dioses. En efecto, después de la conflagración universal que ya se ha dado infinitas veces y se dará otras infinitas, el mismo orden se estableció y el mismo se establecerá desde el principio hasta el fin. Sin embargo, para suavizar en lo posible los absurdos, dicen, no sé con qué razón, los estoicos que todos los que vengan según el período serán indistinguibles de los que fueron en períodos anteriores. Así, Sócrates no nacerá de nuevo, sino alguien indistinguible de Sócrates, que se casará con una mujer indistinguible de Jantipa y será acusado por señores indistinguibles de Anito y Meleto (cf. V 20). Ahora bien, yo no entiendo cómo el mundo haya de ser siempre el mismo y no sólo indistinguible uno de otro, y lo que en él acontezca no será lo mismo, sino solamente indistinguible. Sin embargo, más oportuno será discutir de propósito lo que dice Celso y lo que sientan los estoicos, pues alargarnos sobre ello no dice con el momento ni con el tema presente.

69. Dios, labrador que trabaja sobre el mundo

Después de esto dice Celso que "no se da al hombre lo visible, sino que cada cosa nace y perece por razón de la salud del todo, según el cambio de unas en otras de que antes he hablado" (IV 57.60). Superfluo es detenernos en la refutación de esta tesis, refutación que hemos expuesto ya según nuestras fuerzas. También hemos hablado sobre que "los males no puedan ser ni mayores ni menores". E igualmente sobre que "Dios no tenga necesidad de nueva corrección". Porque Dios no corrige al mundo cuando lo purifica por medio de un diluvio o una conflagración, como un hombre que ha construido algo deficientemente o ha fabricado un objeto contra las reglas del arte, sino para impedir que se propague más la inundación de la maldad, y, en mi opinión, aniquilándola del todo para provecho del universo. Ahora, si hay alguna razón, o no, para que después de ese aniquilamiento vuelva otra vez a brotar la maldad, es tema que se examinará ex professo en otro tratado. Así, pues, por la nueva corrección, Dios quiere siempre instaurar lo caído; porque, si es cierto que, según el orden de la creación del universo, todo está por El ordenado de la manera más bella y segura, no por eso deja de ser necesario curar a los que sufren de la maldad y al mundo entero que está como manchado por ella. Y nunca se descuidó Dios, ni se descuidará, de hacer en cada tiempo lo que conviene que haga en un mundo mudable y cambiable. Y a la manera como el labrador, según las diferentes estaciones del año, ejecuta labores agrícolas distintas sobre la tierra y sus productos, así Dios ordena todos los siglos como una especie de estaciones, digámoslo así, haciendo en cada una de ellas lo que pide la raza noble para todo el universo. Y eso, en su pura verdad, sólo Dios lo conoce con entera claridad y sólo El lo lleva a cabo.

70. El mal es siempre malo

También sentó Celso cierta tesis acerca del mal, que es del tenor siguiente: "Aun cuando algo te parezca un mal, todavía no está averiguado que lo sea, pues no sabes lo que te conviene a ti, a otro o a todo el universo". Muestra realmente este modo de hablar alguna discreción; mas, por otra parte, da a entender que la naturaleza del mal no es de todo punto reprochable, pues cabe que sea conveniente para el todo lo que en un individuo es tenido por un mal" . No quisiéramos que nadie, malenténdiendo lo que decimos, tomara ocasión de obrar mal, pensando que su maldad es útil, o, por lo menos, puede ser útil para el todo; por eso diremos que Dios, respetando nuestro libre albedrío, se vale de la maldad de los malos para la ordenación del universo, sometiéndolos al provecho del todo; mas no por eso deja de ser reprensible el malo, y como reprensible se le somete a un servicio que cada uno debe abominar por más que sea de provecho para el todo. Es como si se dijera que, en una ciudad, un reo de tales o tales crímenes, condenado por ellos a ciertos trabajos públicos, provechosos para la comunidad, ejecuta, desde luego, cosas útiles a la ciudad entera, pero él tiene que ocuparse en cosa que nadie, medianamente inteligente, quisiera para sí. Y Pablo, apóstol de Jesús, nos enseña que aun los más malvados contribuyen, desde luego, al bien del todo, pero ellos de por sí se hallan en estado abominable; los más útiles, empero, para el todo son los muy buenos, que tienen en sí mismos motivo para que se los coloque en el mejor lugar. He aquí sus palabras: En una gran casa, no sólo hay utensilios de oro y plata, sino también de madera y arcilla, y unos para honor y otros para deshonor. Ahora bien, el que se purificase a sí mismo, será utensilio para honor, santificado y útil para su señor, apercibido para toda obra buena (Mt 2). Me parece necesario poner esta acotación a la tesis de Celso: "Aun cuando algo te parezca un mal, todavía no está averiguado si .lo es, pues no sabes lo que te conviene a ti o a otro", a fin de que nadie tome ocasión de este pasaje para pecar, imaginando que, por su pecado, será útil al todo.

71. La condescendencia divina

Después de esto, por no entender lo que se dice de Dios en las Escrituras, como si estuviera sujeto a pasiones humanas, se burla Celso de pasajes en que aparecen increpaciones de cólera contra los impíos y amenazas contra los que pecan. A lo que debemos decir que, así como nosotros, al hablar a niños pequeñitos, no desplegamos toda nuestra elocuencia en el decir, sino que acomodamos lo que decimos a la flaqueza de nuestros oyentes y hacemos lo que nos parece conveniente para la conversión y corrección de los niños como niños; así parece que el Verbo de Dios dispuso las Escrituras, atemperando lo que convenía decir a la capacidad y provecho de los oyentes. Y, de modo general, acerca de este modo de predicar las cosas de Dios se dice así en el Deu-teronomio: "Ha condescendido contigo el Señor Dios tuyo, como condescendería un padre con su hijo" . Así habla la Escritura, como si dijéramos, tomando carácter humano para bien de los hombres. Nada, en efecto, hubieran sacado las muchedumbres de que Dios, asumiendo el papel que a su majestad convenía, les hubiera dicho lo que a ellas tenía que decir. Sin embargo, el que se consagre a explicar las divinas Escrituras, si sabe contrastar lo que dicen espiritualmente con los que se llaman espirituales (Mt 1), hallará, por ellas mismas, el sentido de lo que dicen para los débiles y lo que consignan para los inteligentes, que muchas veces se encuentra en el mismo texto para quien sabe leerlo.

72. La ira de Dios

Nosotros hablamos realmente de la ira de Dios, pero no entendemos sea una pasión suya, sino algo de que se vale para castigar de manera dura a los que han cometido pecados particularmente graves. Ahora, que la llamada ira de Dios y el que se dice furor suyo se ordenen a nuestra corrección, y que ésta sea la doctrina de la misma palabra de Dios, se ve por lo que se dice en el salmo 6: Señor, no me arguyas en tu furor ni me corrijas en tu ira (Ps 6,2); y en Jeremías: Corrígenos, Señor, pero con juicio, y no con furor, no sea que nos reduzcas a pocos . En el libro segundo de los Reyes (Ps 2) puede leerse que la ira de Dios persuadió a David a hacer el censo del pueblo, y en el primero de los Paralipómenos (Ps 1) se dice haber sido el diablo; el que compare entre sí ambos pasajes, comprenderá a qué fin se ordena la ira-una ira de la que Pablo afirma que somos todos hijos cuando dice: Eramos por naturaleza hijos de ira como los demás .

Que la ira no es una pasión en Dios, sino que cada uno se la atrae por sus pecados, nos lo pondrá Pablo de manifiesto en este texto: ¿Es que desprecias la riqueza de su bondad, de su paciencia y longanimidad, por no caer en la cuenta de que la bondad de Dios te está llamando a penitencia? Mas por tu obstinación y por la impenitencia de tu corazón, acumulas para ti mismo ira en el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios . ¿Cómo puede, pues, acumular cada uno para sí mismo ira en el día de la ira, si por ira se entiende una pasión? Además, la palabra divina nos enseña que no nos airemos en absoluto, y así dice en el salmo 36: Cesa en tu ira y abandona el furor (Ps 36,8), y en Pablo: Deponed también vosotros todo esto: la ira, el furor, la maldad, la blasfemia y palabras torpes (Col 3,8), y no iba a atribuir a Dios una pasión de que quiere nos apartemos nosotros enteramente.

Otro punto por donde es evidente que ha de entenderse figuradamente lo que se dice de la ira de Dios es que también se le atribuye el sueño, del que parece quererlo despertar el profeta cuando dice: Levántate. ¿Por qué duermes, Señor? (Ps 43,24); y otra vez: Se levantó el Señor como de un sueño, como un guerrero embriagado de vino (Ps 77,65). Si, pues, el sueño significa cosa distinta de lo que pudiera entender una interpretación superficial de la palabra, ¿por qué no habrá de entenderse de modo parecido lo que se diga de la ira?

En cuanto a las amenazas, son anuncios de lo que les vendrá a los malos. En este sentido se podrían también llamar amenazas lo que dice un médico al paciente: "Te tendré que cortar y aplicarte el cauterio si no obedeces a mis prescripciones y no sigues este o el otro régimen de comidas y no te conduces así o asá". No atribuimos, pues, a Dios pasiones humanas, ni sostenemos sobre El ideas impías, ni erramos al exponer, comparándolas entre sí, las explicaciones que tomamos de las mismas Escrituras. Ni los que entre nosotros predican inteligentemente la palabra de Dios se proponen otra cosa que librar en lo posible de su simpleza a los oyentes y hacerlos inteligentes.

73. Celso promete dar razón del universo

Como consecuencia de no entender lo que se escribe de la ira de Dios, dice Celso: "¿Cómo no tener por ridículo que, tratándose de un hombre que se irritara contra los judíos, los aniquilara del menor al mayor, pegara fuego a sus ciudades y así dejaran de existir; pero, tratándose del Dios supremo, que, como dicen, se irrita, y enfurece y amenaza, envíe a su hijo y sufra cosas tales?" Ahora bien, si los judíos, después de hacer con Jesús lo que se atrevieron a hacer, perecieron del menor al mayor y vieron abrasadas sus ciudades, todo eso padecieron no por otra ira sino por la que ellos se acumularon para sí mismos; pues el juicio de Dios que, por disposición del mismo Dios, vino sobre ellos, recibe por uso tradicional de los hebreos el nombre de ira. En cuanto al Hijo del Dios supremo, padece voluntariamente por la salud de los hombres, como hemos expuesto, según nuestras fuerzas, más arriba (I 54.55.61; II 16.23).

Luego dice: "Mas para que nuestro argumento no se circunscriba únicamente a los judíos (pues no me propongo hablar de ellos), sino que se extienda, como prometí (IV 52), a toda la naturaleza, expondré con más claridad lo anteriormente dicho". ¿Qué hombre modesto que lea estas frases y tenga el sentimiento de la flaqueza humana, no se irritará de la irritante arrogancia de quien anuncia que va a dar cuenta y razón de toda la naturaleza, arrogancia pareja a la que mostró dando a su libro el título que lleva? Pues veamos qué es lo que promete decir acerca de toda la naturaleza y qué es lo que va a poner en claro.

74. El hombre, fin principal de las cosas

Luego nos recrimina largo y tendido por decir que Dios lo ha hecho todo para el hombre. Y quiere demostrar, por la historia de los animales y por la industria de que dan pruebas, que todo se produce no menos por razón de los animales irracionales que de los hombres. Y paréceme a mí hablar Celso como quienes, llevados del odio de sus enemigos, acusan a éstos de lo mismo por que son alabados sus mejores amigos. Porque así como a éstos los ciega el odio para no ver que están acusando a sus mejores amigos en lo mismo que piensan vituperar a sus enemigos; así Celso, hombre de pensamiento confuso, no vio que acusa a los filósofos de la Stoa, que, no sin razón, anteponen al hombre y, en general, a la naturaleza racional, a todos los irracionales. Por esta naturaleza racional dicen ellos que hizo principalmente la providencia todas las cosas. Lo racional, como cosa principal que es, tiene razón de hijos que nacen; lo irracional, empero, y lo inanimado lo tiene de membrana que se forma a par del niño. Yo, por mi parte, me pongo esta comparación: los inspectores de los víveres y del mercado sólo cumplen su cargo por razón del hombre, pero gozan también de lo que sobra los perros y otros animales; así la providencia provee principalmente a los racionales; pero, por concomitancia, de lo que se hace por razón de los hombres gozan también los irracionales. El que dijera que los encargados del mercado no proveían más a los hombres que a los perros por el hecho de que también los perros gozan de la abundancia de los víveres, cometería un error; por el mismo caso, Celso y los que piensan como él, cometen una impiedad contra Dios, que provee a los racionales, al afirmar que todo esto no se da más para alimentar a los hombres que a las plantas y árboles, a las hierbas y espinas ".

75. Todo es obra de Dios

Porque piensa primeramente "no ser obras de Dios los truenos, relámpagos y lluvias", con lo que ya epicureiza con alguna mayor claridad; y en segundo lugar afirma que, "aun concediendo que todo ello sea obra de Dios, no sucede más para alimentarnos a nosotros que a las plantas y árboles, yerbas y espinas", con lo que sienta, como verdadero epicúreo, que todo esto sucede al acaso y no por providencia. Y es así que, si todo esto no nos aprovecha a nosotros más que a las plantas y árboles, a las hierbas y espinas, es evidente que no proceden de la providencia, o, en todo caso, no de una providencia que se cuide más de nosotros que de los árboles, la hierba y las espinas. Cada uno de los dos extremos es claramente impío, y fuera necio contradecir tales cosas, cuando impugnamos al que nos acusa de impiedad. A cualquiera se le alcanza, por lo dicho, quién es el impío.

Luego dice: "Aunque se diga que todo esto se cría para los hombres (se trata evidentemente de las plantas y árboles, de las hierbas y espinas), ¿qué razón hay para decir que nacen más bien para los hombres que para los más fieros animales?" Diga, pues, Celso sin rebozo que tamaña variedad de productos de la tierra no es obra de la providencia, sino que un concurso fortuito de átomos produjo tantas cualidades. Si por casualidad también serían semejantes entre sí tantas especies de plantas, árboles y hierbas, no habría habido una razón artífice que las creara, ni tendrían su origen en una inteligencia que sobrepasa toda admiración. Pero nosotros, los cristianos, que estamos consagrados al Dios único que creó todas estas cosas, damos también gracias al artífice de ellas porque nos preparó tan magnífico hogar a nosotros y, por causa nuestra, a los animales que están a nuestro servicio:

Así para el ganado pastos creas,

y en servicio del hombre verde hierba,

y el pan se saque de la tierra, y dulce vino que regocije el corazón del hombre.

La cara con el óleo resplandece

y el pan conforta el corazón del hombre. (Ps 103,14)

Y que Dios preparara también alimento para los más fieros animales, nada tiene de maravillar, pues otros filósofos dijeron que también estos animales fueron creados para ejercicio del animal racional ", y uno de nuestros sabios dice en algún lugar: No digas: ¿Qué es esto o para qué es esto? Porque todo ha sido creado para sus fines. Ni digas tampoco: ¿Qué es esto o para qué? Porque todo se buscará en su momento oportuno .

76. La necesidad, madre de las artes

Luego Celso, en su tema de que la providencia no creó más bien para nosotros que para los más feroces animales los productos de la tierra, dice: "A la verdad, nosotros, con fatigas y trabajos, apenas si a fuerza de sudores logramos nuestro sustento; para ellos, empero, "todo nace sin siembra y sin arado" (Odyssea 9,109; cf. LUCR., Rerum nat. 218ss). Y es que no vio que, queriendo Dios que se ejercitara la inteligencia humana, para que no permaneciera ociosa e ignorante de las artes, hizo al hombre necesitado. Así su necesidad misma le obligaría a inventar las artes, unas para alimentarse, otras para protegerse. Y, en efecto, para los que no habían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía, mejor les era carecer de las cosas a fin de sentirse acuciados a inventar las artes por el uso de su inteligencia que no, por abundar de todo, dejar su inteligencia sin cultivo. Lo cierto es que la carencia de lo necesario para la vida inventó la agricultura, el cultivo de la vid, las artes de la huerta, no menos que las de carpintería y herrería, que proporcionan instrumentos para las artes al servicio de la comida. La necesidad de protección o vestido inventó, por otra parte, el arte textil, de cardar la lana y de hilar y, de otra, la arquitectura o arte de construir. La indigencia de lo necesario para la vida hizo también que, gracias a la navegación y arte náutica, los productos de una parte se transporten a otra en que carecen de ellos. De modo que, en este aspecto, es de admirar la providencia por haber hecho convenientemente al animal racional más indigente que a los irracionales 50. Así se explica que los irracionales tengan a mano su alimento, pues no les queda ni ocasión para inventar artes; y tienen también vestido natural, unos de pelos, otros de plumas, quiénes de escamas, quiénes de conchas. Sea esto dicho en respuesta a la frase de Celso que dice: "Nosotros, a la verdad, con fatigas y trabajos, apenas si a fuerza de sudores logramos alimentarnos; para ellos, empero, todo nace sin siembra y sin arado".

77. El día y la noche, al servicio del hombre

Luego, olvidándose de que su objeto es acusar a judíos y cristianos, alega contra sí mismo el verso yámbico de Eurípides, que contradice su opinión, y, acometiendo derechamente contra la sentencia, la tacha de mal dicha. He aquí las palabras de Celso: "Y si se alega el verso de Eurípides:

"Sol y noche / para servir están a los mortales" (Poiniss. 546; cf. supra IV 30),

¿por qué más a nuestro servicio que al de las hormigas y moscas? Porque también a ellas la noche les sirve para descansar y el día para ver y trabajar". Lo que resulta claro es que ya no son sólo cristianos y judíos los que han dicho que el sol y cuanto hay en el cielo está a nuestro servicio, sino también el que, según algunos (CLEM. A., Strom. V 70,2; ATHEN., 158e.651a), es el filósofo de la escena, que siguió las lecciones de Anaxágoras sobre la naturaleza (Dioc. LAERT., II 10 alibi). Aquí toma, por sinécdoque, un solo ser racional, que es el hombre, y dice que todo en el universo está ordenado a servir a todos los seres racionales, y por el universo se toman a su vez, por sinécdoque, "el sol y noche que están para servir a los mortales". O acaso también llamó día el poeta trágico al sol que produce el día, enseñando que los seres que más necesitan del día y de la noche son los que están bajo la luna; no así otros, en el grado que los ponemos sobre la tierra. El día, pues, y la noche, que se hicieron por razón de los seres racionales, están al servicio del hombre. Mas, si de lo que se hizo por razón de los hombres gozan también de refilón hormigas y moscas, que trabajan de día y descansan por la noche, no por eso se debe decir que el día y la noche se hicieron también para hormigas y moscas. No, lo que debe pensarse es que, por designio de la providencia, fueron hechas por razón del hombre, y no por otra razón.

78. El hombre, rey de los animales

Luego se objeta a sí mismo lo que se dice en favor de los hombres, de que por su causa fueron creados los animales irracionales, y dice: "Y si alguien nos llamara reyes de los animales, por el hecho que nosotros cazamos a los animales irracionales51 y nos los comemos, le responderemos:

¿Por qué no habremos sido nosotros con más razón hechos para ellos, puesto que ellos nos cazan y se nos comen? Más que más que nosotros necesitamos de trampas y armas, y de muchos hombres y perros que nos ayuden a darles caza; a ellos, empero, desde el primer momento y de por sí la naturaleza les proveyó de armas con que nos someten fácilmente a su dominio". Mas aquí justamente puede verse la gran ayuda que se nos ha dado en la inteligencia, muy superior a toda arma que parezcan tener las fieras. Así, los que somos corporalmente mucho más débiles que muchos "2 animales y muy inferiores a algunos en volumen, dominamos por nuestra inteligencia a las fieras, y cazamos a los enormes elefantes. A los que por su naturaleza son capaces de domesticarse, los sometemos a nuestra mansedumbre; los que no son domesticables o cuya domesticación no nos parece haya de reportarnos utilidad, con toda seguridad por nuestra parte, cuando queremos, por muy fieras que sean, los tenemos encerrados; y, cuando necesitamos alimentarnos de sus carnes, los matamos como si fueran mansos. En conclusión, el Creador hizo esclavos a todos los animales del animal racional y de la inteligencia natural. Y hay menesteres para los que nos valemos de los perros, por ejemplo, para guardar los ganados de bueyes u ovejas y de las casas, y otros para los que nos servimos de bueyes, como para la agricultura; para otros, en fin, echamos mano de bestias o animales de cargas3. Por modo semejante se dice también que se nos han dado las especies de leones, osos, leopardos y jabalíes para ejercitar los gérmenes de valor que hay en nosotros (cf. IV 75).

79. En los orígenes del mundo

Luego se dirige contra la casta de hombres que se dan cuenta de su propia superioridad por la que sobrepasan a los irracionales: "A lo que vosotros decís que Dios os haya dado capacidad para cazar a las fieras y aprovecharos de ellas, os diremos que, probablemente, antes de existir ciudades, y artes y sociedades como las actuales, armas y redes, los hombres eran arrebatados y comidos por las fieras, pero hubo de ser rarísimo que las fieras fueran cazadas por los hombres". Sobre esto es de ver que, si es cierto que los hombres cazan a las fieras y las fieras arrebatan a los hombres, hay mucha diferencia entre los que, por su inteligencia, superan a las que sólo sobresalen por su ferocidad y crueldad y dominan los que no se valen de su inteligencia para no sufrir nada de parte de las fieras. En cuanto a eso de "antes de haber ciudades y artes y sociedades como las actuales", paréceme ser cosa de quien ha olvidado lo que antes dijera sobre que "el mundo es increado e incorruptible y que sólo en la tierra se dan los cataclismos y conflagraciones, y que ni siquiera vienen sobre toda la tierra a la vez tales catástrofes" (cf. I IV 41). Así, pues, como los que suponen un mundo increado no pueden señalar su comienzo, así tampoco un tiempo en que no había ciudades ni se habían inventado por ninguna parte las artes. Mas demos que le concedamos eso, que está en consonancia con nuestra doctrina, aunque no con la de él ni con lo que arriba dijo: ¿qué tendrá que ver esto para probar que a los comienzos los hombres eran arrebatados y comidos por las fieras, pero las fieras no eran cazadas por los hombres? Porque si el mundo fue hecho por designio de la providencia y Dios preside al universo, es forzoso que las chispas del género humano (PLAT., Leg. 677b) estuvieran a los comienzos bajo cierta custodia de seres superiores, de suerte que, al principio, hubo estrecho comercio de la naturaleza divina con los hombres. Así lo comprendió el poeta de Ascra cuando dijo:

"Comunes los banquetes, los asientos

unos fueron entonces a los dioses inmortales

y a los hombres a muerte condenados". (HES., fragm.82 (216), ed. Rzach.)

80. Los primeros hombres según la Biblia

La misma palabra divina, de que es autor Moisés, nos presenta a los primeros hombres que oyen la voz y oráculos divinos y ven a veces a ángeles de Dios que venían a visitarlos. Y es verosímil que, al principio del mundo, gozara la naturaleza humana de mayor ayuda, hasta que, avanzando en inteligencia y demás virtudes e inventadas las artes, pudieran vivir por sí mismos, sin necesidad de la tutela y gobierno de quienes, con sus apariciones maravillosas, servían a la voluntad de Dios.

Sigúese de ahí ser mentira que, a los comienzos, fueran los hombres arrebatados y comidos por las fieras, pero que rarísima vez se daría el caso de que las fieras fueran cazadas por los hombres. Y por aquí se ve también claro ser mentira lo que dice igualmente Celso: "De suerte que, en este aspecto, Dios sometió más bien los hombres a las fieras". No, Dios no sometió los hombres a las fieras, sino que las hizo cap-turables por su inteligencia y por las trampas contra ellas, obra de la inteligencia. Y es así que, no sin asistencia divina, inventaron los hombres modos de salvarse de las fieras y lograr dominio sobre ellas.

81. La vida social de algunos animales

Mas este ilustre señor no se percata de que destruye, en cuanto de él depende, doctrinas provechosas de muchos filósofos que admiten la providencia y sientan que todo lo hace por razón de los seres racionales, juntamente con la armonía que en este punto tienen con ellas los cristianos; ni ve tampoco qué gran daño y obstáculo resulta para la piedad admitir la tesis de que, para Dios, no hay diferencia alguna entre hormigas, abejas y hombres. De ahí que diga: "Mas si parece que los hombres se distinguen de los animales porque edificaron54 ciudades y establecen una constitución política, autoridades y mando supremo, eso no prueba nada, pues lo mismo hacen las hormigas y abejas. Así, las abejas tienen una reina, con su séquito y servidumbre, y entre ellas hay guerras y victorias, y se mata " a los vencidos; hay ciudades, y hasta suburbios o arrabales, y relevo en el trabajo y procesos contra los holgazanes y malos; por lo menos expulsan y castigan a los zánganos". Tampoco aquí vio Celso la diferencia que va de lo que se ejecuta por razón y cálculo y lo que procede de la naturaleza irracional y de la mera habilidad del instinto. La causa de esas obras no es una razón inherente a los que las hacen, puesto que no tienen razón alguna, sino que el eterno Hijo de Dios y rey de cuanto existe creó una naturaleza irracional o instinto para ayuda, irracional, de los seres que no han sido dotados de razón56.

Ahora bien, ciudades sólo han existido entre los hombres con sus muchas artes y ordenaciones legales; en cuanto a constituciones políticas, autoridades y mandos supremos, o son las que así se llaman propiamente, ciertas disposiciones y operaciones virtuosas, o las que, abusivamente, se denominan así por imitar, en lo posible, aquéllas; a ellas, efectivamente, miraron los excelentes legisladores al establecer las mejores constituciones políticas, autoridades y mandos supremos.

Nada semejante cabe hallar entre los irracionales, por más que Celso traslade a hormigas y abejas nombres que indican razón y puestos a cosas racionales, como son los de ciudad, constituciones políticas, autoridades y mandos supremos. Por todo lo cual no hay para qué alabar a las hormigas o abejas, pues no obran por razón; de admirar es, en cambio, la naturaleza divina que extiende a los irracionales una como imitación de lo racional. Acaso para confundir a los racionales, que, al contemplar las hormigas, se volverán más trabajadores y más dados a almacenar lo que pueda serles de provecho; y al considerar las abejas, obedecerán al que manda y dividirán el trabajo útil a la constitución política para salud de las ciudades.

82. Prosigue el tema de las abejas

Tal vez también esa especie de guerras que se dan entre las abejas sea una lección de cómo hayan de hacerse las guerras justas y ordenadas si alguna vez han de hacerse entre los hombres. En cuanto a ciudades y arrabales, no exiten entre las abejas, sino colmenas y sus celdas hexagonales, y el relevo en el trabajo, todo por razón de los hombres que emplean la miel para muchas cosas, para curación de cuerpos enfermos y para alimento puro. Tampoco debe compararse lo que las abejas hacen contra los zánganos con los juicios contra holgazanes y malvados en las ciudades, ni con los castigos que se les imponen; como antes dije (IV 81), debemos más bien admirar en estas cosas a la naturaleza ", y también al hombre, que es capaz de reflexionar sobre todo y ordenarlo todo, como auxiliar de la providencia; y no sólo lleva a cabo las obras de la providencia de Dios, sino también las de su propia providencia.

83. La hormiga compasiva

Ya que ha hablado Celso de las abejas con el fin de vilipendiar no sólo entre cristianos, sino entre todos los hombres, las ciudades y constituciones políticas, las autoridades y mandos supremos y las guerras hechas por la patria, añade ahora el elogio de las hormigas. Su intento con este elogio es rebajar 5> el cuidado del hombre por su comida, y, con su razonamiento sobre las hormigas, desacreditar la previsión del invierno 5", por no tener nada que supere la previsión irracional de las hormigas en lo que él se imagina verla. Dice Celso sobre las hormigas que, "cuando ven una compañera cansada, se quitan unas a otras la carga". Ahora bien, ¿no pudiera con esto desviar, por lo menos en cuanto de él depende, a algún hombre sencillo, de los que no son capaces de penetrar la naturaleza de todas las cosas, de los que ven agobiados por la carga, y de tomar parte de sus fatigas? Alguno, en efecto, que necesite la instrucción de la palabra divina y que no la entiende en absoluto, podrá decir: "Si, pues, en nada nos distinguimos de las hormigas, ni siquiera cuando ayudamos a los cansados de llevar pesos muy graves, ¿a qué hacemos en vano cosa semejante? Las hormigas, desde luego, como irracionales que son, no hay peligro de que se ensoberbezcan por comparar sus obras con las de los hombres; los hombres, empero, que, por su razón, son capaces de oír de qué manera se vilipendia su amor a los demás, sí que pueden recibir de suyo daño de Celso y de sus palabras. Y es que no vio, en su afán de apartar del cristianismo a los que leyeran su libro, que aparta también a los no cristianos de la compasión para los que gimen bajo las más graves cargas. Su deber era, empero, si era filósofo, que sintiera el amor a sus semejantes, no destruir, a par del cristianismo, las doctrinas provechosas a los hombres, sino favorecer, en lo posible, aquellas bellas cosas que el cristianismo comparte con el resto de los hombres.

84. Las hormigas, ¿seres racionales?

Dice además que "a las hormigas muertas les destinan las vivas un lugar aparte, y éste hace para ellas de sepulcro familiar". A lo cual hay que decir que cuanto más alto elogio haga de los animales irracionales, tanto más exalta (aun sin quererlo) la obra del Verbo, que lo ordena todo. Y no menos muestra la industria del hombre que sabe vencer por su razón hasta las ventajas de los animales irracionales. Mas ¿a qué hablar de irracionales, cuando a Celso no le parecen ser siquiera irracionales los que, según las nociones comunes a todos, así se llaman? Por lo menos no opina que las hormigas sean irracionales ese que nos anunció iba a hablarnos de toda la naturaleza (IV 73) y alardea de la verdad en el título mismo de su libro. Dice, en efecto, de las hormigas.

Y en cuanto a que las hormigas atacan a los gérmenes de los frutos que recogen para que no germinen, sino les duren para comer todo el año, el hecho no ha de atribuirse a una razón que se diera en ellas, sino a la naturaleza, madre universal (CLEM. ALEX., Paid. II 85,3), que de tal manera adornó a los irracionales que no dejó ni al más pequeño sin alguna huella de la razón natural. A no ser que Celso (que gusta de platonizar en muchos puntos) no quiera dar solapadamente a entender que toda alma es de la misma forma (PLAT., Tim. 60cd; cf. supra IV 52) y que el alma del hombre no difiere en nada de la de hormigas y abejas; teoría de quien hace bajar el alma de la bóveda del cielo para entrar no sólo en un cuerpo humano, sino en cualquier otro cuerpo (PLAT., Phaidr. 246b-247b). Los cristianos no aceptarán nada de eso, pues de antemano han comprendido que el alma humana fue creada a imagen de Dios, y ven ser imposible que la naturaleza, creada a imagen de Dios, pierda de todo punto la marca que lleva y tome otra, no sabemos a imagen de qué animales irracionales.

como si tuvieran diálogos entre sí, lo siguiente: "Además, cuando se encuentran unas con otras, traban conversación entre sí, por lo que no yerran los caminos. De donde se sigue que poseen una razón perfecta y nociones comunes de ciertas cosas universales y voz para expresar lo que les pasa". El conversar uno con otro se hace por medio de la voz, que expresa algún pensamiento, y muchas veces cuenta lo que se llaman casos fortuitos; ahora, atribuir cosa igual a las hormigas, ¿no será el colmo de lo ridículo?.

85. Hombres y hormigas, mirados desde el cielo

Y, para que lo indecoroso de sus doctrinas quede también patente a los por venir, no tiene pudor de añadir a todo eso lo que sigue: "Ea, pues, si uno mirara desde el cielo a la tierra, ¿en qué le parecería diferente lo que hacemos nosotros y lo que hacen hormigas y abejas?". El que, en esta hipótesis, mirara del cielo a la tierra contemplando las obras de los hombres y lo que hacen las hormigas, ¿no es así que verá los cuerpos de hombres y hormigas, pero no tendrá en cuenta la mente racional, que se mueve por el discurso, de un lado, y la mente irracional, de otro, movida sólo, irracionalmente, por impulso e imaginación, acompañada de cierta natural habilidad efectiva? Pero es absurdo que quien mirara lo que se hace en la tierra quisiera contemplar desde pareja distancia los cuerpos de hombres y hormigas, y no le interesara mucho más ver las distintas naturalezas de las mentes y discernir si la fuente de los impulsos es racional o irracional. Porque una vez vista esa fuente de todos los impulsos, se le aparecería evidente la diferencia y excelencia del hombre, no sólo sobre las hormigas, sino sobre los mismos elefantes. Efectivamente, por muy grandes que sean sus cuerpos, no vería otro principio sino (digámoslo así) el de la irracionalidad; en los racionales, empero, vería la razón, que es común ai nombre con los seres celestes y divinos y acaso con el mismo Dios supremo, a cuya imagen se dice haber sido creado , pues la imagen del Dios supremo es el Logos o razón (Col 1,15 Col 2).

86. Los animales, también "magos"

Luego, como si estuviera empeñado en una especie de lucha por rebajar al género humano y ponerlo al nivel de los irracionales, no quiere omitir nada de lo que se cuenta de los animales y muestre su superioridad, y así dice que también la magia se da en algunos de ellos, para que tampoco se gloríe en eso particularmente el hombre ni blasone de su excelencia sobre los irracionales. He aquí sus palabras: "Y si algún orgullo sienten los hombres por la magia, cierto es que también en esto son más sabias las serpientes y águilas. Por lo menos conocen muchos remedios y medicinas, y en particular las virtudes de ciertas piedras para salud de sus crías. Cosas que, cuando los hombres dan con ellas, se imaginan poseer un tesoro". Primeramente, yo no sé por qué razón llamó Celso magia la experiencia o conocimiento natural que los animales tengan de ciertos remedios cuando el nombre de magia suele aplicarse a cosa distinta. Si no es que, por lo visto, como buen epicúreo, intenta solapadamente desacreditar toda práctica mágica, como cosa que estriba sólo en la charlatanería de los hechiceros. Demos, sin embargo, de barato que los hombres, sean hechiceros o no, se enorgullecen mucho de esta ciencia; ¿cómo decir ya sin más que las serpientes saben más que los hombres por el hecho de que se valgan del hinojo para la agudeza de la vista y la celeridad del movimiento, siendo así que ese remedio físico sólo lo alcanzan por instinto y no por raciocinio? Los hombres, empero, no llegan a eso mismo por puro instinto natural, a la manera de las serpientes, sino parte por experiencia, parte por razón y, a veces, por raciocinio y ciencia. Lo mismo se diga sobre que las águilas hayan encontrado la piedra llamada de su nombre que llevan al nido para salud de sus críasso. ¿Cómo concluir de ahí que son las águilas más sabias que los hombres, que, por su razón e inteligencia, fundándose en la experiencia, han hallado el mismo remedio que a las águilas les fue dado por la naturaleza?

87. Las cuatro cosas mínimas

Mas demos que los animales conocen además otros remedios; ¿qué tendrá que ver esto con la tesis de que no sea el instinto natural, sino la razón la que encontró en ellos tales remedios? De haber sido la razón la inventora, no se daría sólo ése, aisladamente, en las serpientes, o, si se quiere, un segundo y hasta un tercero, y otro en las águilas, y así sucesivamente en los otros animales, sino que se darían tan tos como en los hombres. Mas lo cierto es que, del hecho de que los remedios se inclinan aisladamente a la naturaleza de cada animal, se sigue patentemente no haber en ellos sabiduría ni razón, sino cierto instinto o disposición natural, creada por el Logos, para tales remedios con miras a salvar su vida. Sin embargo, si quisiera atacar en esto de frente a Celso, me valdría de una sentencia de Salomón, tomada de los Proverbios, que dice así: Cuatro cosas hay mínimas sobre la tierra, pero que son más sabias que los sabios: las hormigas, que no tienen fuerza y, sin embargo, preparan su sustento en el verano; los damanes, casta inválida, pero que tienen sus manidas en las rocas; la langosta, que no tiene rey, pero marcha, como a una orden, en escuadrón cerrado; y el lagarto, que se apoya en las manos, es fácilmente asible, pero habita en los palacios de los reyes . Pero no me valgo de este texto por tenerlo por claro, sino que, de acuerdo con el título del libro, que es Proverbios, lo investigo como enigmático. Y es así que estos hombres tienen por costumbre dividir en muchas especies las sentencias, que dicen una cosa a primera vista y otra enuncian en su sentido secreto; y una de esas especies son los proverbios. Así se explica que se escriba haber dicho nuestro Salvador: Todo esto os lo he dicho en proverbios; mas viene la hora en que ya no os hablaré en proverbios . No s"on, pues, estas hormigas literales más sabias que los mismos sabios, sino las significadas por la forma proverbial. Y lo mismo hay que decir de los otros animales. Pero Celso tiene los libros de judíos y cristianos por la cosa más simple y vulgar, y opina que quienes los entienden alegóricamente no hacen sino violentar la mente de los autores (I 17; IV 38.51). Queden, pues, refutadas también así sus vanas calumnias; refutado también en lo que dice y afirma de serpientes y águilas como más sabias que los hombres.

88. ¿Conocen a Dios los animales?

Luego quiere sostener también, largamente, que las nociones sobre lo divino no son superiores en el género humano a las que se dan en todos los seres mortales; según él, algunos animales irracionales tienen ideas acerca de Dios, sobre el que tantas diferencias de sentir reinan entre los más inteligentes de todo el mundo, lo mismo griegos que bárbaros. He aquí sus palabras: "Mas si porque el hombre tiene ideas divinas se lo cree superior a los restantes animales, sepan los que eso afirman que lo mismo pretenderán muchos de los otros animales. Y con mucha razón. ¿Qué puede, en efecto, tenerse por más divino que prever y predecir lo por venir? (cf. VI 10). Ahora bien, eso lo aprenden los hombres de los animales, señaladamente de las aves, y los que entienden las señales de ellos son los adivinos. Si, pues, las aves y demás animales que tienen de Dios cualidades proféticas, nos avisan por medio de signos, verosímil es que estén naturalmente tanto más próximos al trato de Dios y sean más sabios y más queridos de Dios. Y hombres discretos dicen que tienen los animales sus conversaciones, más sagradas, claro está, que las nuestras, y que ellos conocen lo que dicen, y de hecho demuestran que lo conocen, pues predicen que las aves se marcharán acá o allá y que harán esto o lo otro y muestran luego que allá marcharon e hicieron lo que ellos predijeron. En cuanto a los elefantes, nada parece haber más veraz en el juramento que ellos, ni más fiel a lo divino". Véase aquí cómo amontona y da por averiguadas cosas que se discuten entre los filósofos, no sólo griegos, sino también bárbaros, que descubrieron por sí mismos o aprendieron de ciertos démones lo atañente a pájaros y otros animales, de los que se dice derivarse algún género de adivinación a los hombres. Porque se discute primeramente si se da o no se da arte alguna auspicial y, en general, adivinación alguna por medio de animales; y, en segundo lugar, los mismos que admiten la adivinación por medio de las aves no están de acuerdo sobre la causa de esta forma de adivinación. De ellos dicen unos que los movimientos de los animales proceden de ciertos démones o dioses mánticos; en las aves, para vuelos y voces distintas; en los otros animales, para moverse en una u otra dirección; otros afirman que las almas de los animales son especialmente divinas y aptas para esta función; opinión esta última absolutamente improbable.

89. Que aprenda Celso de las aves

Así, pues, si por lo antedicho quería Celso probar que los animales son más divinos y sabios que los hombres, deber suyo era demostrar largamente que la tal adivinación se da en absoluto, y presentarnos con toda evidencia su defensa; debiera luego haber refutado con buenos argumentos las razones de los que niegan parejas adivinaciones, y con buenos argumentos también repeler las razones de los que dicen ser démones o dioses quienes imprimen sus movimientos a los animales para la adivinación; y probar, en fin, después de todo esto, que el alma de los animales es más divina. De haber así mostrado postura de filósofo ante cuestiones de tamaña importancia, nosotros, según nuestras fuerzas, hubiéramos contestado a sus argumentos, refutando su tesis de que los animales irracionales son más sabios que el hombre, haciendo ver la falsedad de que tengan nociones de Dios más sagradas que las nuestras y no sabemos qué santas conversaciones entre sí.

Pero la verdad es que quien nos echa en cara que creamos al Dios supremo, pretende hacernos tragar que las almas de las aves tienen acerca de Dios más divinas y claras nociones que los hombres. De ser ello cierto, las aves tienen nociones de Dios más claras que Celso. Lo que no fuera de maravillar, tratándose de un Celso que tanto empeño pone en vilipendiar al hombre. Y es así que, en sentir de Celso, las aves tienen ideas más altas y divinas, no dirá ya que cristianos y judíos, que nos valemos de las mismas Escrituras, sino más altas y divinas también que cuantos entre los griegos hablaron de Dios, que eran, al cabo, hombres. Así, pues, según Celso la especie de las aves adivinatorias comprendió la naturaleza de lo divino mejor que un Ferecides, un Pitágoras, un Sócrates y Platón. La verdad es que tendríamos que frecuentar la escuela de las aves, que, como nos enseñan, en opinión de Celso, mánticamente lo por venir, así librarán a los hombres de toda duda acerca de la divinidad con solo que nos transmitan la idea clara que tienen ellas de la misma. Lo lógico fuera en todo caso que Celso, para quien las aves son superiores a los hombres, las tomara por maestras y se dejara de cuantos en Grecia se dieron jamás a la filosofía.

90. El hombre caza a las águilas

Aleguemos, de entre muchas posibles, sólo unas cuantas razones que demuestren la falsedad de esta opinión, ingratitud que supone en el hombre contra el que lo hizo; pues también Celso es hombre y, como tal, estando en honor, no lo entendió (Ps 48,13); por eso no sólo fue comparado con las aves y otros animales irracionales que tiene Celso por adivinatorios, sino que les concedió la preferencia en grado mayor que los egipcios, que adoran como dioses a animales irracionales; y a sí mismo, y, en cuanto de él dependió, a todo el género humano lo puso por debajo de ellos, dado caso que el género humano tiene acerca de Dios ideas peores o inferiores a las que tienen los irracionales.

Hay que averiguar, pues, primeramente, si existe o no absolutamente la adivinación por las aves y demás animales que se supone son mánticos, pues el argumento que se aduce por una y otra parte no es despreciable. De un lado, hay una razón que disuade admitir tal cosa, pues el ser racional, abandonando los oráculos divinos, se valdrá de las aves oen lugar de ellos; pero hay, de otro lado, otra razón que, fundándose en el hecho atestiguado por muchos, demuestra que, por su fe en la adivinación por las aves, muchos se libraron de los mayores peligros. Mas demos, de momento, de barato que puedan existir los auspicios o adivinación por las aves, para demostrar a los prevenidos que, aun en ese supuesto, el hombre es muy superior a los animales irracionales, aun los mánticos, y por ningún concepto puede ser comparado con ellos. Digamos, pues, que, de haber en ellos alguna virtud divina por la que conocieran de antemano lo por venir, y virtud tan rica que de su abundancia se derivara para quien quisiera el conocer lo futuro, es evidente que mucho antes conocerían lo que les toca a ellos mismos; y, conociendo lo que a ellos toca, no volarían por los parajes en que los hombres han puesto lazos y redes para cogerlos, o los arqueros hacen de ellos, en pleno vuelo, blanco para sus flechas (cf. IOSEPH., Contra Ap. I 22,201-204). Y si las águilas conocieran en absoluto de antemano las asechanzas contra sus crías, ora por parte de serpientes que suban hasta el nido para matarlas, o de ciertos hombres que se las llevaban para su recreo, o para cualquier otra utilidad o cuidado, no harían los nidos donde tales asechanzas se pudieran dar. Y, en general, ninguno de estos animales podría ser cazado por los hombres si fuera más divino y más sabio que los hombres.

91. Hornero por testigo

Además, si los pájaros luchan contra los pájaros y, como dice Celso, las aves mánticas y otros animales sin razón tienen naturaleza divina, ideas acerca de la Divinidad y conocimiento de lo por venir que revelan de antemano a otros, el gorrión de que habla Hornero no hubiera hecho el nido donde la serpiente se lo comería a él y a sus polluelos, ni la serpiente del mismo poeta hubiera dejado de guardarse no la cogiera el águila. Del primero dice así el admirable poeta ":

"Y entonces aparece un gran prodigio: un terrible dragón de rojo lomo, que el Olímpico mismo a luz echara, de debajo el altar salió de un salto, y de otro sobre el plátano subióse. Allí sobre la rama más cimera, había un nido de tiernos pajarillos, entre las hojas bien agazapados, ocho, y la madre nueve, que los cría. Entonces el dragón se los devora, mientras lanzan chillidos lastimeros. La madre en derredor revolotea, a sus dulces hijuelos lamentando; pero a ella también, en raudo giro, del ala la prendió rnientras chirriaba. Mas una vez que devorado había pajarillos y madre, el dios que lo mostró, lo hizo invisible, pues en piedra dejólo convertido, de Crono el hijo, de torcida mente. Allí, de pie nosotros, asombrados, el prodigio admirábamos: ¡qué terribles portentos perturbaran de los dioses las sacras hecatombes! (Ilíada 2,208-221; cf. Cíe., De divin. II 30,63-64).

Y de la segunda:

"(Vacilantes se encontraban al borde de la fosa) pues en pleno ardimiento por saltarla, un agüero les vino: águila de alto vuelo, que la hueste dejando hacia la izquierda, una sierpe llevaba entre las uñas, dragón rojizo, enorme, vivo aún y palpitante, que la lucha no había aún olvidado; pues, combado hacia atrás, en pleno pecho, al águila picó que le llevaba, junto al cuello, y el águila, transida de dolores, en medio lo soltó de los tro-yanos, mientras ella, chirriando, en las alas volaba de los vientos. Los troyanos de horror se estremecieron cuando vieron la sierpe retorcida, allí en medio de todos: ¡un prodigio / del portaégida Zeus!" (llliada 12,200ss; cf. PLAT., Ion. 539 b-d; Cíe., o.c., I 47,106).

¿O habrá que decir que el águila era adivina, no así la serpiente, cuando también de este animal se valen los augures? Y, pues la distinción es fácilmente refutable, ¿no lo será también afirmar que los dos sean adivinos? De haberlo sido la serpiente, ¿no se hubiera guardado de sufrir lo que sufrió de parte del águila? Y así por el estilo pudieran hallarse otros mil ejemplos que demuestren que los animales no tienen en sí un alma mántica, sino que, según el poeta y la mayoría de los hombres, "el Olímpico mismo a luz echóle" (Ilíada, 2,309), y, para cierta señal, también Apolo se vale del gavilán como mensajero, pues el gavilán se dice ser "mensajero veloz del dios Apolo" (Odyssea 15,526).

92. La adivinación, obra demónica

Mas, según nuestra explicación, hay ciertos démones malos, de raza, por decirlo así, titánica o gigantea, que fueron impíos con la verdadera divinidad y los ángeles del cielo, cayeron de él y se revuelcan ahora sobre la tierra entre los cuerpos más gruesos e impuros. Tienen alguna penetración de lo futuro, como desnudos que están de los cuerpos terrenos, y a obra como ésa se entregan con intento de apartar del Dios verdadero al género humano; para ello entran en los más rapaces y feroces de entre los animales y también en otros más astutos, y los mueven a lo que quieren y a donde quieren; o bien impulsan la fantasía de ellos a tales vuelos o movimientos. El fin que en ello persiguen es que los hombres, cautivos por la virtud mántica que pueda darse en los animales irracionales, dejen de buscar al Dios que lo abarca todo, ni traten de inquirir la religión pura, sino que caigan con su razón a la tierra, a las aves y serpientes y hasta a zorras y lobos. Y por cierto que expertos en esta materia han observado que los más seguros pronósticos se dan por tales animales, como quiera que los démones no pueden obrar tanto en los animales mansos como en éstos, que se les asemejan por la maldad, siquiera no sea verdadera maldad, sino algo parecido a maldad lo que se da en esos animales.

93. Animales puros e impuros

De ahí es que, entre las otras cosas por que admiro a Moisés, afirmo ser digno de admiración el haber distinguido las distintas naturalezas de los animales, ora aprendiera de la divinidad lo que a ellos atañía, no menos que a los démones afines a cada animal, ora que, avanzando en sabiduría, lo descubriera por sí mismo. El hecho es que, en su ordenación acerca de los animales , decretó fueran impuros todos los que entre los egipcios y el resto de los hombres son considerados como mánticos; y los demás, por lo general, puros. Así, en Moisés, se cuentan entre los impuros el lobo, la zorra, la serpiente, el águila, el gavilán y sus semejantes; y, por lo general, no sólo en la ley, sino también en los profetas, es de ver cómo estos animales se toman como ejemplo de las peores cosas, y nunca se mientan para bien ni el lobo ni la zorra. Parece, pues, que cada especie de démones tiene peculiar afinidad con cada especie de animales ", y, como entre los hombres hay algunos más robustos que otros, sin que esto tenga en absoluto que ver con su carácter, así habría también unos démones más fuertes que otros en cosas indiferentes; unos se valdrían de una especie de animales para engañar a los hombres según la voluntad del que es llamado en nuestras Escrituras príncipe de este mundo ; otros revelarían lo por venir por otra especie. Y es de ver hasta dónde llega la abominación de los démones, pues algunos de ellos toman la comadreja para anunciar lo futuro. Y juzgue cada uno por sí mismo qué será mejor admitir: que el Dios supremo y su hijo mueven las aves y demás animales para la adivinación, o que quienes mueven tales animales y no a los hombres, aunque haya hombres presentes," son démones malvados y, como los llaman nuestras sagradas Letras, impuros .

94. El estornudo, ¿signo divino?

Mas si el alma de las aves es divina porque por ellas se anuncia lo por venir, ¿no diremos que, donde se reciben predicciones por los hombres, hay más razón de ser divina el alma de aquellos por quienes tales augurios se oyen? Divina, pues, fue, según esto, la esclava que en Hornero muele el trigo, pues dijo sobre los pretendientes:
"¡Así la última vez, la vez postrera
en que aquí banqueteen, ésta fuese!" (Odyssea 4,685; cf. 20,105ss.)
Aquélla fue divina; ¿y no fue divino Ulises, el gran Uli-ses, amigo de la Atena homérica, sino que sólo se alegró de comprender los augurios que le venían de la divina molinera, como dice el poeta:
"Del augurio alegróse el noble Ulises"? (Odyssea 20,120; cf. 18,117.)
Y ahora veamos. Si las aves tienen alma divina y perciben a Dios o, como dice Celso, a los dioses, es evidente que también nosotros, los hombres, cuando estornudamos, lo hacemos por alguna especie de divinidad y virtud mántica que hay en nuestra alma ". Eso efectivamente atestiguan muchos; por lo que dice también el poeta:
"Mas él estornudó cuando ella oraba". Y Penélope:
"¿No estás viendo
que mi hijo ha estornudado a las palabras?" (Odyssea 17,541.545.)

95. Dios predice lo futuro por sus profetas

Mas la verdadera divinidad no se vale para anunciar lo futuro ni de animales sin razón ni siquiera de hombres cualesquiera, sino de las almas humanas más sagradas y puras, a las que inspira y hace profetas. Por eso, si hay algo admirablemente dicho en la ley de Moisés, por tal ha de tenerse este precepto: No usaréis de agüeros ni ejerceréis la magia . Y en otra parte: Porque las naciones que el Señor, Dios tuyo, destruirá de ante tu presencia, irán a oír augurios y oráculos; mas el Señor, Dios tuyo, no te ha permitido a ti eso . Y seguidamente añade: El Señor Dios tuyo te suscitará un profeta de entre tus hermanos (ibid., 15). Y hasta hubo ocasión en que, queriendo Dios apartar de los augurios por medio de un agorero, hizo que el espíritu dijera por boca del agorero: Porque no hay augurios en Jacob, ni adivinación en Israel. A su tiempo se le dirá a Jacob e Israel lo que hará el Señor . Todo esto y cosas semejantes las conocemos muy bien nosotros, y por eso queremos guardar el precepto que se dijo místicamente: Guarda con todo cuidado tu corazón , para que no penetre en nuestra mente nada demónico, ni un espíritu hostil lleve nuestra imaginación a donde le plazca. Oramos, empero, que brille en nuestros corazones la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (CF 2), por morar en nuestra imaginación el espíritu de Dios que nos pone ante los ojos las cosas de Dios; porque los que se guían por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios .

96. La previsión de lo futuro no es de suyo divina

Por lo demás, es de saber que prever lo futuro no es necesariamente cosa divina (cf. III 25; VI 10); de suyo es indiferente y puede darse en buenos y malos. Así los médicos, por su arte médica, prevén ciertas cosas, aunque moralmente sean malos. Así también los pilotos, aun suponiendo que sean malvados, conocen de antemano, por cierta experiencia y observación, cambios en el tiempo, la violencia de los vientos y las variaciones de la atmósfera; mas no por esto los llamará nadie hombres divinos, si se da el caso de que sean de malas costumbres. Es, por ende, falso lo que dice Celso: "¿Qué cosa pudiera nadie calificar de más divina que prever y anunciar de antemano lo futuro?" Falso también que "muchos animales pretendan tener nociones de Dios", pues ningún animal irracional tiene idea alguna de Dios. Falso, en fin, que "los animales sin razón estén más próximos del trato divino", cuando los hombres mismos, si son aún malos, por más que suban a la cima de lo humano, están lejos del trato divino. Sólo, por lo tanto, están cerca del trato de Dios los que son genui-namente sabios y sinceramente piadosos, como nuestros profetas, y señaladamente Moisés, de quien, por su extraordinaria pureza, da la palabra divina este testimonio: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los demás no se acercarán (Ex 24,2).

97. Un franciscanismo extremoso

¡Y cuánta impiedad no hay en el dicho de ese hombre que nos acusa a nosotros de impiedad (II 20), sobre que los animales sin razón son no sólo más sabios que la naturaleza humana, sino también más queridos de Dios! ¿Y quién no se horrorizaría de un hombre que afirma ser más caros a Dios una zorra o un lobo, un águila y un gavilán, que la propia naturaleza humana? Sería lógico decirle a ese tal que, si estos animales son más queridos de Dios que los hombres, es evidente que son más queridos que Sócrates, Platón, Pitá-goras y Ferecides y todos los otros teólogos que poco antes exaltara; y habría motivo para desearle que, pues estos animales son más queridos de Dios que los hombres, con ellos seas querido de Dios y te asemejes a los que, según tú mismo, son más queridos de Dios. Y no se imagine que este deseo es una maldición. Porque ¿quién no haría votos por semejarse de todo en todo a los que cree son más amados de Dios, para ser también él, como ellos, querido especialmente de Dios?

En cuanto a las conversaciones de los animales irracionales que Celso afirma ser más sagradas que las nuestras, atribuye la patraña no a gentes cualesquiera, sino a los inteligentes. Ahora bien, inteligentes de verdad sólo son los virtuosos, pues ningún malo es inteligente. Dice, pues, así: "Dicen los hombres inteligentes que tienen (los animales) conversaciones, más sagradas, desde luego, que las nuestras, y esos hombres inteligentes entienden de algún modo lo que dicen, y de hecho prueban que no lo ignoran. Habiendo, en efecto, dicho de antemano que los animales habían tratado en sus charlas de marchar a una parte y hacer esto o lo otro, muestran haber ido allá y haber hecho lo que ellos de antemano dijeron. "Pero la verdad es que ningún hombre inteligente contó parejas patrañas, ni sabio alguno afirmó que las conversaciones de los animales sean más sagradas que las de los hombres. Y si, para aquilatar la tesis de Celso, miramos las consecuencias, diremos que las conversaciones de los animales son más sagradas que las de los graves filósofos que fueron Ferecides, Pitágoras, Sócrates y Platón, y cualesquiera otros, lo que es a todas luces indecoroso y el colmo del absurdo. Y aun dado que creamos haya quienes por la confusa vocería de las aves conozca que van a ir a alguna parte y hacer esto o lo otro y de antemano lo anuncien, diremos que también esto lo revelan por símbolos o figuras los démones a los hombres, con el fin de engañarlos y que abatan o rebajen su espíritu del cielo y de Dios a la tierra y más abajo de la tierra.

98. Elefantes, cigüeñas y ave Fénix

Yo no sé de dónde habrá sacado Celso eso del juramento de los elefantes, de que sean más fieles que nosotros para con la divinidad y de que tengan conocimiento de Dios. Yo sé, efectivamente, que de este animal y su mansedumbre se cuentan muchas cosas maravillosas, pero no tengo idea de que nadie haya dicho nada sobre sus juramentos. A no ser que llamara Celso fidelidad a los juramentos la mansedumbre de este animal y cómo guarda, una vez hecho, su especie de contrato con los hombres. Pero ni aun esto es verdad. Se cuenta, en efecto, que, aunque raras veces, tras la aparente mansedumbre, ha habido elefantes que se han embravecido contra los hombres y han producido muertes, por lo que se los condenó a morir por tenérselos ya por inútiles.

Luego, para demostrar, como él se imagina, que las cigüeñas son más piadosas que los hombres, echa mano de lo que se cuenta de este animal, que paga amor con amor y da de comer a los que lo engendraron65. A esto hay que decir que las cigüeñas no hacen eso por intuición que tengan de su deber, ni por reflexión, sino por impulso de la naturaleza; pues la naturaleza, que así las hizo a ellas, quiso mostrar en los irracionales un ejemplo capaz de confundir a los hombres y enseñarles a pagar su deuda de gratitud para con sus progenitores. Mas, si Celso hubiera comprendido la diferencia que va entre hacer eso por razón y ejecutarlo irracionalmente y por instinto, no hubiera dicho que "las cigüeñas son más piadosas que los hombres".

Y siguiendo aún en su lucha en pro de la piedad de los animales sin razón, echa mano del animal de Arabia, el ave Fénix, que visita a Egipto en el intervalo de muchos años, trae a su padre muerto y enterrado en una bola de mirra y lo deposita donde está el templo del sol (cf. I Clem. I 25).

Efectivamente, esto es lo que se cuenta; mas dado que sea verdad, puede ser cosa también de instinto natural. La providencia divina quiso mostrar al hombre en tantas diferencias de animales lo vario de la constitución del mundo, que llega hasta las aves; e hizo también uno de especie única, para hacer que el hombre admire, no al animal, sino a quien lo hizo.

99. Síntesis de Celso y Orígenes

A todo esto une Celso este colofón: "No fue, pues, hecho el universo para el hombre, como tampoco para el león, ni para el águila o el delfín, sino para que este mundo, como obra de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes. A este fin está todo sometido a medida, no por el interés mutuo de las cosas, a no ser accidentalmente, sino por el interés del todo. De este todo se cuida Dios y jamás lo abandona su providencia, ni se hace peor, ni lo retorna Dios a sí mismo después de tiempos. No se irrita contra los hombres, como tampoco contra los monos ni las moscas, ni amenaza a los seres, cada uno de los cuales ha recibido su porción correspondiente". Pues respondamos a esto siquiera brevemente. Por lo anteriormente dicho creo haber demostrado cómo todo ha sido hecho para el hombre y para todo ser racional, pues para el animal racional fue principalmente creado todo. Diga, pues, Celso enhorabuena que no fue hecho el universo para el hombre, como tampoco para el león y demás animales que enumera; nosotros diremos que, efectivamente, ni para el león, ni para el águila, ni para el delfín hizo el Creador el mundo; sí, empero, para el animal racional y "para que este mundo, como obra que es de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes". Este punto convenimos estar bien dicho. Y no se cuida Dios solamente, como piensa Celso, del universo, sino también, aparte del universo, particularmente de todo ser racional. Nunca, ciertamente, abandona la providencia el universo; pues si una parte de él se torna peor por los pecados del ser racional, El ordena que se purifique y trata de atraérselo después de tiempos a sí mismo. Tampoco se irrita contra monos ni moscas; pero sí que juzga y castiga a los hombres por traspasar los impulsos naturales, y les amenaza por medio de los profetas y del Salvador, que vino a vivir con todo el género humano. Así, por la amenaza, se convierten los que la escuchan; mas los que descuidan las palabras propias para su conversión, reciben el castigo merecido, que es conveniente imponga Dios, según su voluntad, que mira al bien del todo, a quienes necesitan de esta cura y corrección tan penosa.

Mas el libro cuarto ha alcanzado ya volumen suficiente, y aquí, como quiera, ponemos término a nuestro razonamiento. Concédanos Dios por su Hijo, que es Dios Verbo, sabiduría, verdad y justicia, y todo lo demás que la teología de las Sagradas Escrituras predica sobre El, comenzar el libro quinto para bien de los lectores, y acabarlo felizmente por la presencia de su Verbo, que mora en nuestra alma.

Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII
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