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El Testigo Fiel
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Documentación: Orígenes: Contra Celso
Libro VI


Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII

Libro Sexto

1. ¿Platón en lugar de Cristo?

En este sexto libro que ahora emprendemos contra las acusaciones de Celso contra los cristianos, no deseamos, piadoso Ambrosio, impugnar, como alguien creería, lo que él toma de la filosofía. Y es así que Celso ha alegado muchos pasajes, señaladamente de Platón, comparándolos con otros de las sagradas letras, capaces de convencer a un hombre inteligente. Y dice a este propósito "que mejor han sido dichas esas cosas por los griegos, sin tanto aparato de que fueran anunciadas por un dios o hijo de Dios". A esto respondemos que el objeto de los que predican la verdad es hacer bien a los más posibles y llevar a ella, por amor a la humanidad, a todos en absoluto, no sólo a los inteligentes, sino también a los necios; ni sólo tampoco a los griegos, sino también a los bárbaros. Y obra aún de mayor bondad' es convertir, quien sea capaz de ello, a los rústicos y vulgares. De donde resulta evidente que quienes tal intento tienen han de buscar un modo de hablar que pueda aprovechar a todos y atraer la atención de cualquier oído. Aquellos, empero, que se desentienden en absoluto de la gente vulgar, como de seres serviles, incapaces de seguir la ilación de los discursos bien dichos y de los razonamientos bien ordenados; los que sólo miran a los que se han formado en las letras y ciencias, ésos limitan lo que debiera ser bien común a un sector realmente muy estrecho y limitado.

2. La virtud interna de la palabra divina

Esto digo para defender la sencillez de estilo de las Escrituras, que recriminan Celso y otros como él, y que parece quedar en la sombra ante la brillantez de la dicción de los griegos. La verdad es que nuestros profetas, Jesús y sus apóstoles miraban a una manera de decir que no sólo contuviera la verdad, sino que pudiera también atraer al pueblo. Luego, una vez convertidos e iniciados, cada uno se levantaría según sus fuerzas a las cosas misteriosamente dichas en el lenguaje al parecer sencillo. Y si se nos permite hablar un tanto audazmente, el estilo muy bello y trabajado de Platón y de los que escriben como él, a muy pocos ha sido de provecho (si es que ha aprovechado a alguno); a muchos, empero, el de quienes enseñan y escriben con más sencillez y mirando, a par, a la práctica y al común de las gentes. El hecho es que a Platón sólo se lo ve en manos de los que parecen ser doctos; a Epicteto, en cambio, vemos que lo admira todo el mundo, todo el que tenga alguna gana de aprovecharse, pues se dan cuenta del bien que les hace su lectura.

Al hablar así, no intentamos menospreciar a Platón, pues el mundo inmenso de los hombres ha sacado también de él provecho; lo que queremos es poner de manifiesto lo que quisieron decir los que decían: Y mi palabra y mi predicación no estribó en discursos elocuentes de sabiduría humana, sino en ostentación de espíritu y de poder, a fin de que nuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en poder de Dios (1Co 1). Ahora bien, la palabra divina dice que no basta lo que se dice, por muy verdadero y elocuente que sea, para llegar al alma humana, si no se da, a par, al que habla un poder que viene de Dios y si en sus palabras no florece aquella gracia que tampoco se da sin disposición divina a los que hablan provechosamente. Y es así que en el salmo 67 dice el profeta: El Señor dará palabras a los que llevan la buena nueva con virtud grande (Ps 67,12).

Demos, pues, de barato que, en ciertos puntos, las mismas doctrinas se hallan en los griegos y entre los que profesan nuestra religión; pero no tienen en uno y otro caso la misma virtud para atraer las almas y conformarlas con ellas. Por eso los discípulos de Jesús, que, respecto de la filosofía griega, eran gentes ignorantes, recorrieron muchos pueblos de la tierra y suscitaban en sus oyentes, según el mérito de cada uno, las disposiciones que el Verbo quería, y ellos, según la inclinación de su libre albedrío a aceptar lo bueno, se hicieron mucho mejores.

3. La revelación natural de Dios

Manifiesten, pues, norabuena, hombres antiguos y sabios, su sentir a los que son capaces de entenderlos; y, señaladamente, Platón, hijo de Aristón, defina en una de sus cartas el bien sumo, diciendo: "El bien primero no es en modo alguno decible, sino que, por la mucha familiaridad, viene a estar en nosotros y súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma" (PLAT., Epist. VII 34le). También nosotros, al oír esto, lo aceptamos como cosa bien dicha, pues eso y cuanto bien se dice Dios lo ha manifestado. Por eso justamente afirmamos que quienes han conocido la verdad acerca de Dios y no practicaron la religión digna de esa verdad, merecen el castigo de los pecadores. Y es así que sobre ellos dice literalmente Pablo: La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que suprimen la verdad por la iniquidad. Porque lo que puede conocerse de Dios es manifiesto para ellos, puesto que Dios se lo ha manifestado. Porque lo que El tiene de invisible, entendido, desde la creación del mundo, por medio de las criaturas, se contempla claramente: su eterno poder y su divinidad. De suerte que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se desvanecieron en sus razonamientos, y su corazón insensato quedó entenebrecido. Los que decían ser sabios se hicieron necios, y así mudaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de una imagen de un hombre mortal, y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles (Rom 1,18-23).

Ahora bien, también suprimen la verdad, como lo atestigua nuestra doctrina, los que piensan que el bien primero no es en manera alguna decible y afirman que, "gracias a la mucha familiaridad o trato con la cosa misma y a fuerza de convivencia, súbitamente, como de chispa que salta, se torna luz encendida en el alma y a sí mismo se nutre".

4. "Debemos un gallo a Esculapio"

Sin embargo, los que tales cosas escribieron acerca del bien sumo, se bajan al Pirco para hacer oración a Artemis, a la que tienen por diosa, y a ver la fiesta que organizan gentes vulgares (PLAT., Pol. 327a). Y los que tan altamente filosofaron sobre el alma y explicaron la suerte que espera a la que vivió bien, abandonan la grandeza de las cosas que Dios les manifestó y piensan en cosas viles y minúsculas, como la paga del gallo a Asclepio (PLAT., Phaid. 118a). Contemplaron, cierto, lo invisible de Dios y las ideas por la creación del mundo y las cosas sensibles, de las que se remontaron al mundo inteligible; vieron de manera no poco noble su eterno poder y divinidad; mas no por eso dejaron de desvanecerse en sus razonamientos, y su corazón insensato se revolcó entre tinieblas e ignorancia acerca del culto de Dios. Y es de ver cómo los que alardean de su propia sabiduría y de la ciencia de Dios se postran ante la semejanza de una imagen de hombre mortal, para honor, dicen ', de Dios mismo. Y a veces, como los egipcios, se rebajan a los volátiles, cuadrúpedos y reptiles. Pero demos que, al parecer, algunos se hayan remontado sobre todo eso; sin embargo, se hallará que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y dieron culto a la criatura en lugar del Creador . Por eso, ya que los sabios y eruditos entre los griegos erraron en sus prácticas acerca de la divinidad, Dios escogió lo necio de este mundo para confundir a los sabios; y escogió lo innoble, lo débil, lo despreciado, lo que no tiene ser, para destruir lo que tiene ser, y así, a la verdad, nadie pueda gloriarse delante de Dios (Ps 1).

Nuestros primeros sabios, empero, Moisés, el más antiguo de todos, y los profetas que le sucedieron, sabiendo que el bien primero no es en modo alguno decible, escribieron ciertamente, como si Dios se manifestara a sí mismo a los dignos y capaces, que Dios fue visto por Abrahán, Isaac y Jacob . Mas quién fuera el que fue visto, y de qué naturaleza, y de qué modo y a quién semejante de los que hay entre nosotros4, son puntos que dejaron para que los examinaran quienes pueden mostrarse semejantes a aquellos a quienes se apareció Dios, que no fue visto, por cierto, con ojos corporales, sino con el corazón limpio. Y es así que, según nuestro Jesús, bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).

5. La luz, tema bíblico

En cuanto a lo otro de que "súbitamente, como de chispa que salta, se enciende una luz en el alma", antes que Platón lo supo la palabra divina, que dijo por el profeta: Encended para vosotros luz de conocimiento (Os 10,12). Y Juan, que fue posterior al profeta mentado, dice: Lo que se hizo, en el Verbo era vida, y la vida era la luz de los hombres, luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene al mundo, al mundo verdadero e inteligible, y lo hace a él mismo luz del mundo . Esta luz brilló en nuestro Corazón, para iluminar el Evangelio de la gloria de Dios en la faz de Cristo (Os 2). Por eso dice un profeta antiquísimo que profetizó muchas generaciones antes de Ciro (le llevaba en efecto cuarenta generaciones: cf. Mt 1,17): El Señor es mi luz y mi salvador, ¿a quién temeré? ( Ps 26,1). Y: Lámpara para mis pies es tu ley, y luz para mis sendas (Ps 118,105). Y: Señalado se ha sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor (Ps 4,7). Y: En tu luz veremos la luz (Ps 35,10). E incitándonos a esta luz, la palabra divina nos dice por el profeta Isaías: Ilumínate, ilumínate, Jerusa- lén, porque viene tu luz y la gloría del Señor ha amanecido sobre ti (Is 60,1). Y el mismo Isaías, profetizando el advenimiento de Jesús, que nos aparta del culto de los ídolos, estatuas y démones, dice: Una luz ha aparecido a los que se sentaban en la región y sombras de la muerte; y otra vez: El pueblo que se sentaba en las tinieblas ha visto una luz grande (Is 9,2).

He ahí, pues, la diferencia entre lo que bellamente dice Platón acerca del sumo bien y lo que se dice en los profetas sobre la luz de los bienaventurados. Y es de ver también que la verdad que sobre esto hay en Platón de nada aprovechó a sus lectores en orden a la verdadera religión, ni al mismo Platón, que tales cosas especuló acerca del bien primero. El estilo, empero, sencillo de las divinas letras hace que se sientan llenos de Dios quienes debidamente las leen, y esta luz se alimenta en ellos por el aceite con que en cierta parábola se dice que las vírgenes. prudentes sustentan la luz de sus lámparas.

6. Lo que se puede y lo que no se puede escribir

Celso cita otro pasaje de la carta de Platón que dice así: "De haberme parecido que estas cosas podían escribirse o decirse suficientemente para el común de las gentes, ¿qué cosa más bella pudiéramos hacer en la vida que escribir cosas tan útiles a los hombres y sacar a luz la naturaleza ante los ojos de todos?" (PLAT., Epist. VII 341d). Pues discurramos también brevemente sobre este punto. Que Platón tuviera o no algo más sagrado que escribir que lo que escribió, o algo más divino que lo que dejó a la posteridad, es punto que dejamos examine quien quiera según sus fuerzas; lo que queremos demostrar es que nuestros profetas pensaron cosas más altas que las que escribieron. Así Ezequiel recibe el rollo de un libro, escrito por ciclante y por detrás, en que había lamentaciones, canto y ayes, y, por mandato de la palabra divina, se come el libro, para no escribirlo y entregarlo a los indignos (Ez 2,9-10 Ez 3,1). Y de Juan se escribe haber visto y hecho algo semejante . Pablo, por su parte, oyó palabras indecibles, que no es lícito al hombre pronunciar (Ez 2). Y de Jesús, que es superior a todos estos hombres, se dice que hablaba la palabra de Dios a sus discípulos en particular , y señaladamente al retirarse de entre la muchedumbre; mas qué cosas les dijera, no ha quedado escrito. No pareció, en efecto, a los evangelistas ser posible escribir o decir estas cosas de modo conveniente para los muchos. Y, a decir verdad, con venia de tan grandes varones, mejor que Platón sabían ellos, por las ideas que por gracia de Dios recibían, qué cosas debían escribirse y cómo debían escribirse, y qué otras no debían en manera alguna escribirse para el vulgo; y no menos qué cosas debían decirse y qué otras callarse. Y el mismo Juan, para enseñarnos la diferencia de lo que se debe, o no, escribir, dice haber oído siete truenos que lo instruían acerca de ciertas cosas, pero que le prohibían, a par, poner por escrito sus palabras .

7. Ni Moisés ni los apóstoles dependen de Platón

Por lo demás, en Moisés y los profetas, que son más antiguos no sólo que Platón, sino también que Hornero, y aun anteriores a la invención de las letras entre los griegos (cf. IV 21), se pueden hallar cosas dignas de la gracia de Dios, que los inspiraba, y llenas de altos pensamientos. Y no hablaron así, como piensa Celso, malentendiendo a Platón. ¿Cómo iban a entender, ni bien ni mal, al que no había aún nacido? Y si se quiere aplicar el dicho de Celso a los apóstoles de Jesús, que fueron ciertamente posteriores a Platón, véase si no resulta de suyo absurdo decir que Pablo, fabricante de tiendas, y Pedro, pescador, y Juan, que dejó las redes de su padre, enseñaron cosas tan sublimes acerca de Dios por haber malentendido lo que dice Platón en sus cartas. Y aquí Celso, que ha discantando muchas veces que los cristianos piden fe inmediata, repite la misma canción como una novedad no antes dicha (cf. I 9; VI 10-11). Por nuestra parte, empero, nos remitimos a lo que sobre ello hemos dicho.

Celso cita otro pasaje de Platón en que dice que, "valiéndose de preguntas y respuestas" (PLAT., Epist. VII 344b), ilumina con sus pensamientos a los que siguen su filosofía. A propósito de lo cual, demostremos por las sagradas letras que también a nosotros nos exhorta la palabra divina a cultivar la dialéctica. Así Salomón dice: La instrucción no argüida extravía . Y Jesús, hijo de Sirac, que nos dejó el libro de la Sabiduría, afirma: La ciencia del insensato son discursos sin examen . Los argumentos, pues, son mejor recibidos entre nosotros, pues sabemos que quien preside a la Iglesia ha de ser idóneo para argüir a los que contradicen . Y, si es cierto que algunos son negligentes en el ejercicio de atender a las lecturas sagradas (Ez 1), y de escudriñar las Escrituras , y en buscar, según el mandato de Jesús (Mt 7,7), el sentido de ellas, y pedir a Dios luz sobre ello y llamar para que se nos abra lo que tiene cerrado, no por eso la palabra divina está vacía de sabiduría.

8. ¿Platón, hijo de Apolo?

Luego cita otros pasajes de Platón para probar que "el bien es conocido de pocos", porque los muchos, "henchidos de desdén nada bueno y de alta y vana esperanza, como si hubieran aprendido cosas sagradas" (PLAT., Epist. VII 341e), dan ciertas cosas por verdaderas, y añade: "A pesar de que Platón pone estas palabras por proemio, no cuenta, sin embargo, prodigios, ni tapa la boca a quien quiera preguntar s qué es a la postre lo que él profesa; ni manda sin más ni más que se empiece creyendo que Dios es tal o cual, y tiene tal o cual hijo, y que éste, bajado del cielo, habló conmigo. Pues también sobre esto puedo decir que Aristandro, si no me engaño, escribió sobre Platón no haber sido hijo de Aristón, sino de un fantasma que, en forma de Apolo, se acercó a Anfictione. Y otros muchos platónicos han dicho lo mismo en la vida de Platón'. ¿Y qué decir de Pitágoras, que tantos prodigios se atribuyó a sí mismo, que en una fiesta general de los griegos mostró su muslo de marfil, y dijo reconocer el escudo de cuando era Euforbo, y del que se dice haber sido Platón "cristianizado'" por visto el mismo día en dos ciudades? El que quiera tachar de milagrería una historia sobre Platón y Sócrates, puede echar mano también del cisne que se puso junto a Sócrates en sueños y del maestro que, al presentársele el niño, dijo: "Este era, pues, el cisne" (Dioc. LAERT., III 5). Y a "milagrería" atribuirá también el tercer ojo que Platón vio tenía el mismo. A los maliciosos y con ganas siempre de censurar las experiencias visionarias de los hombres que descuellan sobre el vulgo, jamás les faltará materia de calumnia y acusación. Y así se mofarán, como de una fantasía, del demonio o genio de Sócrates (cf. PLAT., Apol. 3Id).

No inventamos, pues, prodigios increíbles al explicar la vida de Jesús, ni sus verdaderos discípulos escribieron discursos semejantes sobre El. Pero Celso, que alardea de saberlo todo y que alega tantas cosas de Platón, se calló adrede, a lo que creo, el texto sobre el Hijo de Dios que se halla en la carta de Platón a Hermias y Coriseo. He aquí las palabras de Platón: "Y juraréis por el Dios de todas las cosas, príncipe de lo que es y de lo que será, padre y señor de la mente y de la causa; al que, si somos de veras filósofos, conoceremos con tanta claridad como cabe en hombres bienaventurados" (PLAT., Epist. VI 323; cf. CLEM. ALEX., Strom. V 102).

9. Platón, u cristianizado" por Orígenes

Celso cita otro pasaje de Platón que dice así: "Todavía tengo intención de hablar largamente de estas cosas; pues acaso, dichas éstas, aparecerá más claro aquello de que hablo. Hay, en efecto, una palabra verdadera, contraria a quien se atreva a escribir nada sobre tales cosas, palabra por mí dicha ya antes, pero que parece debe repetirse aquí. En todo ser que existe hay tres factores de los que es. menester venga la ciencia; el cuarto es la ciencia misma; el quinto hay que poner lo que es cognoscible y verdadero. De éstos, el primero es el nombre, el segundo la palabra, el tercero la imagen y el cuarto la ciencia" (PLAT., Epist. VII 342ab). Según esto, pudiéramos decir que Juan es introducido antes de Jesús como voz que grita en el desierto (Mt 3,3) por analogía con el nombre de Platón; segundo, después de Juan, viene Jesús, mostrado por aquél, a quien se aplican las palabras: El Lagos se hizo carne , por analogía con el logas o palabra de Platón. Platón pone en tercer lugar la imagen; pero nosotros, aplicando el nombre de imagen a otra cosa, diremos más claramente que la impresión de las llagas que después del Logos se da en el alma, es el Cristo que mora en cada uno, y viene del Cristo Logos. Ahora bien, la sabiduría, que es Cristo y mora en los perfectos de entre nosotros (Mt 1), corresponde al cuarto elemento platónico, que es la ciencia, sépalo el que sea capaz de ello 7.

10. La fe cristiana no es ajena a la razón

Luego dice: "Ya ves cómo Platón, aunque ha asentado que el bien primero no es decible con palabras, aduce, sin embargo, la razón de esta dificultad, para que no parezca se refugia en lo inargüible; pues tal vez la nada misma pudiera explicarse con palabras". Celso alega el pasaje para demostrar que no debe creerse simplemente, sino dar razón de lo que se cree. Pues también nosotros vamos a aprovechar un texto de Pablo en que reprende a quien cree al azar, aquel en que dice: A no ser que hayáis creído al azar (Mt 1).

Por lo demás, con sus repeticiones, nos fuerza Celso a que también nosotros nos repitamos. Así, después de las bravuconadas que ha dicho, como si fuéramos verdaderos bravucones, dice que "Platón no es arrogante ni miente, diciendo haber inventado algo nuevo ni haber bajado del cielo para anunciarlo, sino que confiesa de dónde procede lo que dice". Ahora bien, quien tenga ganas de contradecir a Celso pudiera decir que también Platón bravuconea cuando, en el discurso del Timeo que pone en boca de Zeus, dice: "Dioses de dioses, de los que yo soy artífice y padre", etc. (PLAT., Tim. 41a). Y si quiere defenderse eso por la mente de Zeus en ese discurso de Platón, ¿por qué quien examina la mente o sentido de las palabras del Hijo de Dios o del Creador en los profetas no dirá algo más que Zeus en el discurso del Timeo? Pues lo que distingue a la divinidad es la predicción de lo futuro, que no se dice según la naturaleza humana, y por cuyo cumplimiento se juzga haber sido el Espíritu divino quien lo predijo.

Así, pues,'no decimos a todo el que se nos acerca: "Ante todo cree que este de quien te hablo es el Hijo de Dios". No, a cada uno acomodamos nuestro discurso, conforme a su carácter y disposición, pues sabemos cómo debemos responder a cada uno (Col 4,6). Hay algunos a quienes sólo cabe exhortar a que crean, y eso les predicamos; a otros, empero, nos acercamos, en lo posible, con argumentos "por medio de preguntas y respuestas" (PLAT., Epist. VII 344b). Ni decimos tampoco lo que en son de chunga dice Celso: "Cree que este de quien te hablo es hijo de Dios, por más que fue prendido de la manera más deshonrosa y ajusticiado ignomi-niosísimamente, y hace como quien dice unos días andaba, a los ojos de todos, errante vergonzosamente" (cf. I 62; II 9). Ni tampoco afirmamos: "Por esto cree aún más" ". No, nosotros procuramos decir a cada uno muchas más cosas aún que las arriba expuestas (II 10.17.18 etc.).

11. Jesús, Hijo de Dios

Después de esto dice Celso: "Si unos (refiérese a los cristianos) proclaman a éste y otros a otro, y todos tienen a mano como un santo y seña: Cree, si quieres salvarte, o márchate, ¿qué harán los que de veras quieren salvarse? ¿Tendrán que tirar dados al aire para adivinar a dónde hayan de volverse y a quién adherirse?" A esto también responderemos partiendo de la evidencia de los hechos: Si hubiera muchos de quienes se contara, como se cuenta de Jesús, haber venido a vivir entre los hombres como hijos de Dios, y cada uno de ellos se hubiera atraído gentes que lo siguieran, de suerte que resultara dudoso, por la similitud de sus pretensiones de filiación divina, quién fuera el atestiguado por sus creyentes, habría lugar de decir: "Si unos proclaman a éste y otros a otro, y todos tienen a mano, como común santo y seña: Cree o márchate", etc. Pero la verdad es que por todo lo habitado de la tierra se predica a Jesús como único Hijo de Dios, que vino a vivir entre los hombres. Porque los que, a la manera de Celso, supusieron que Jesús hizo falsos prodigios y por eso quisieron también hacerlos ellos, imaginando habrían de poseer el mismo poder sobre los hombres, se demostró que no eran nada. Tales Simón Mago, natural de Samaría, y Dositeo, oriundo de la misma región. El uno decía ser la fuerza de Dios, llamada grande , y el otro se vendía por el mismo Hijo de Dios. Porque en ninguna parte de la tierra hay simonianos, y eso que Simón, con el fin de atraerse más adeptos, libró a sus discípulos del peligro de muerte que se enseña a abrazar a los cristianos, enseñándoles a mirar la idolatría como cosa indiferente. Además, los simonianos no fueron en absoluto objeto de persecución, pues el demon malo que perseguía la doctrina de Jesús sabía que, por las enseñanzas de Simón, ninguna de sus particulares intenciones sería destruida. En cuanto a los dositeanos, ni en sus comienzos florecieron; ahora, empero, han decaído absolutamente, de suerte que se dice no llegar su número a treinta (cf. I 57).

También Judas el Galileo, como escribe Lucas en los Hechos de los Apóstoles, quiso proclamarse a sí mismo como hombre grande, y antes de él Teudas; pero, como su doctrina no era de Dios, fueron muertos, e inmediatamente se dispersaron los que habían creído en ellos . No echamos, pues, dados al aire para adivinar a dónde hayamos de volvernos y a quién seguir, como si hubiera muchos que pudieran atraernos a sí, anunciándonos haber venido por disposición divina al género humano. Pero basta ya de esto.

12. Sabiduría humana y divina

Pasemos, pues, a otra acusación de Celso, que no conoce nuestros textos, sino que los tergiversa, y así nos achaca afirmar nosotros que "la sabiduría de los hombres es necedad delante de Dios", siendo así que Pablo dice que la sabiduría del mundo es necedad delante de Dios (Col 1). Y añade que "la causa de ello está de muy atrás dicha"; y la causa, según él se imagina, es que, por este texto, sólo queremos atraer a los incultos y tontos. Pero, como él mismo indica, lo mismo dijo ya más arriba (I 27; III 44.50.55.74.75; VI 13.14), y nosotros, según nuestras fuerzas, refutamos su discurso. Sin embargo, quiso hacer ver que esto fue inventado por nosotros y tomado de los sabios griegos, según los cuales, una es la sabiduría humana y otra la divina. Y alega a este propósito dos textos de Heráclito, uno en que dice: "El carácter humano no tiene conocimiento, lo tiene, empero, el divino", y otro: "Un hombre maduro es reputado necio respecto de la divinidad, como un niño respecto de un hombre maduro" (HERACL., fragm.78-79, Diels). También cita de la Apología de Sócrates, escrita por Platón, estas palabras: "Porque yo, atenienses, no por otra razón he adquirido este renombre (de sabio), sino por algún linaje de sabiduría. Pero ¿de qué sabiduría? La que es tal vez sabiduría humana, pues en ésta pudiera yo ser sabio" (PLAT., Apol. 20d). Tales son las citas de Celso; pero yo puedo añadir a ellas otra tomada de la carta platónica a Hermias, Erasto y Coriseo: "No obstante ser viejo, afirmo que a Erasto y Hermias les falta, además de esa hermosa sabiduría de las formas, la otra sobre los hombres malvados e inicuos, que es una fuerza de prevención y defensa. Son, en efecto, inexpertos, por haber vivido mucha parte de su vida con nosotros, que somos hombres moderados y no malvados. Por eso dije que les faltaban estas cosas, a fin de que no se vean forzados a descuidar la verdadera sabiduría y se entreguen más de lo debido a la sabiduría humana, también necesaria" (PLAT., Epist. VI 322de) *.

13. La sabiduría divina, carisma del Espíritu

Así, pues, según esto, hay una sabiduría divina y otra humana. Y la humana es la que se llama, según nosotros, sabiduría del mundo, que es necedad delante de Dios; la divina, empero, que es distinta de la humana, si es realmente divina, procede de la gracia de Dios, que la da a los que se hacen idóneos para recibirla; a aquellos señaladamente que, por conocer la diferencia que va de una a otra, dicen a Dios en sus oraciones: Aunque alguien fuere perfecto entre los hijos de los hombres, si de él se aparta tu sabiduría, será reputado en nada . Y por nuestra parte afirmamos que la sabiduría humana es palestra del alma; el fin, empero, la divina, que se dice también ser manjar sólido del alma por el que dijo: De los perfectos es el manjar sólido, de los que por el hábito tienen ejercitados sus sentidos para discernir lo bueno y lo malo .

Antiguo, a la verdad, es este modo de pensar, y su antigüedad no se remonta, como piensa Celso, a Heráclito y Platón. Efectivamente, mucho antes que éstos, distinguieron los profetas una y otra sabiduría. De momento basta citar, de las Palabras de David, lo que se dice del sabio en sabiduría divina: No verá, dice, la corrupción, cuando viere morir a los sabios (Ps 48,10). Así, pues, la divina sabiduría, en cuanto es distinta de la fe, es el primero de los que se llaman carismas o dones de Dios; el segundo después de ella es la llamada gnosis o ciencia, que se concede a los que saben puntualmente estas cosas; y el tercero es la fe, pues también han de salvarse los sencillos que se acercan según sus fuerzas a la religión. De ahí que se diga en Pablo: A uno, por el Espíritu, se le da palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu (Ps 1). Por eso no se ve que cualquiera participe de la sabiduría divina, sino los que descuellan y se distinguen entre todos los que profesan el cristianismo; ni nadie expondrá los temas de la sabiduría divina "a las gentes más incultas, a los esclavos e ignorantes".

14. Los cristianos no son un hatajo de incultos

Celso, a la verdad, llama incultísimos, esclavos e ignorantes a los que ignoran, creo, sus propios temas y no están instruidos en las ciencias de los griegos; nosotros, empero, tenemos por la gente más inculta a los que no se avergüenzan de hablar a seres inanimados , invocan para salud a lo enfermo, piden vida a lo muerto y suplican socorro de lo más impotente. Y si hay quienes sostienen que eso no son los dioses, sino imitaciones y símbolos de los verdaderos dioses (cf. III 40; VII 62), no por eso dejan de ser incultos, esclavos e ignorantes los que se imaginan que de manos de artesanos puedan salir imitaciones de la divinidad (cf. I 5); y afirmamos que los últimos de los nuestros están libres de esta incultura e ignorancia, mientras los más inteligentes entienden y comprenden la divina esperanza. Pero también decimos no ser posible comprenda la divina sabiduría quien no se haya ejercitado en la humana; lo que no empece para que confesemos que, en parangón con la divina, toda humana sabiduría es necedad. Luego, cuando su deber era demostrar su tesis, nos llama "hechiceros" y dice que "huimos a todo correr de gentes educadas, por tenerlas por poco preparadas para ser engañadas, y atrapamos los más rústicos" (cf. I 27). Es que no vio cómo desde los orígenes y desde el principio hubo entre nosotros sabios formados también en las ciencias de fuera; un Moisés, que lo estaba en toda la sabiduría de los egipcios ; Daniel, Ananías, Azarías y Misael en todas las letras de los asidos , de suerte que se halló saber ellos diez veces más que los sabios de allí. Y, actualmente, si se comparan con la turbamulta, las iglesias tienen pocos sabios que se hayan convertido procedentes de la que nosotros llamamos sabiduría carnal; pero los tienen incluso los que se han pasado de esa sabiduría a la divina.

15. La humildad cristiana

Seguidamente, como quien ha oído campanadas sobre la humildad, pero no la ha entendido puntualmente, quiere Celso desacreditar la que nosotros enseñamos, que, según él, sería una mala inteligencia de palabras de Platón en algún pasaje de las Leyes: "Dios, según nos dice la misma tradición antigua, teniendo en sí el principio, fin y medio de todo lo que existe, camina por vía recta y marcha conforme a naturaleza. A él acompaña siempre la justicia, vengadora de las infracciones de la ley divina, y todo el que quiera ser feliz la ha de seguir humilde y morigerado" (PLAT., Leg. 715e). Pero no advirtió que hombres mucho más antiguos que Platón oraban de esta manera: Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni se alzaron mis ojos altaneros, ni he caminado en cosas grandes, ni en maravillas que me sobrepasan, mas he sentido humildemente (Ps 130,1-3). El pasaje pone además de manifiesto que el humilde "no se abate indecorosa e inconvenientemente, postrándose sobre sus rodillas y echándose a tierra boca abajo, vistiendo hábitos de mendigos y ensuciándose de ceniza la cabeza ". Y es así que el humilde, según el profeta, no obstante caminar en cosas grandes y maravillosas que están por encima de él, que son los dogmas verdaderamente grandes y los maravillosos pensamientos, se humilla bajo la poderosa mano de Dios (Ps 1). Ahora bien, si hay quienes, no penetrando por su ignorancia la doctrina sobre la humildad, hacen esas cosas, no hay por qué culpar a nuestra religión, sino tener consideración a quienes en su ignorancia aspiran a lo mejor; pero, por esa misma ignorancia, no lo consiguen. Más humilde y ordenado efectivamente que el humilde y ordenado de que habla Platón es el que, ordenado caminar en cosas grandes y maravillosas que lo sobrepasan, es, no obstante, humilde, porque, aun estando entre esas cosas, se humilla voluntariamente, no bajo el primero que viene, sino bajo la poderosa mano de Dios, por amor de Jesús, maestro de esta doctrina: El, que no tuvo por rapiña ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo; y, visto en lo externo como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz . Y es tan grande esta doctrina de la humildad, que por maestro de ella tenemos, no a quienquiera, sino a nuestro gran salvador mismo que dijo: Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29).

16. ¿Jesús, plagiario de Platón?

Luego nos viene Celso con que la sentencia de Jesús contra los ricos: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19,24), fue dicha derechamente por Platón, y Jesús no habría hecho sino corromper el pasaje platónico que dice "ser imposible que uno sea extraordinariamente bueno y extraordinariamente rico" (PLAT., Leg. 743a). Pero ¿quién que sea medianamente capaz de interpretar los hechos no se reirá de Celso, no sólp de entre los que creen en Jesús, sino de entre los demás hombres, al oírle decir eso? ¡Jesús, que nació y se crió entre los judíos, que era tenido por hijo de José, el carpintero, y no aprendió las letras no sólo de los griegos, pero ni siquiera (de los hebreos, como atestiguan con amor a la verdad las Escrituras que de El tratan (Mt 13,54; Me 6,2; lo 7,15), habría leído a Platón y, enamorado de la sentencia de éste sobre los ricos de que "es imposible ser uno a par extraordinariamente bueno y rico", la corrompió y de ella hizo la suya de "ser más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico entre en el reino de los cielos"! Si Celso no hubiera leído los evangelios con odio y hostilidad, sino con amor a la verdad, hubiera comprendido por qué se tomó el camello, animal giboso y torcido por constitución, como término de comparación con el rico, y qué quería decir el ojo estrecho de la aguja para quien dijo ser estrecho y angosto el camino que lleva a la vida (Mt 7,14). Y hubiera podido notar que, según la ley, este animal se cuenta como impuro, pues tiene algo aceptable, que es ser rumiante; pero algo también reprensible, que es no tener la pezuña hendida; hubiera examinado cuántas veces y a qué propósitos se toma el camello como ejemplo en las divinas Escrituras, y ver así la mente de la palabra divina sobre los ricos, y no hubiera pasado por alto las bienaventuranzas de Jesús en favor de los pobres y sus imprecaciones contra los ricos (Mt 5,3; Le 6,2).. ¿Hablaba así de pobres y ricos respecto de las cosas sensibles, o conoce el Logos una pobreza de todo punto bienaventurada y una riqueza de todo punto condenable? Porque ni el más vulgar alabaría sin distinción a los pobres, la mayor parte de los cuales son de malísimas costumbres 12. Pero basta de esto.

17. Las tinieblas, escondrijo de Dios

Luego pretende Celso rebajar lo que nuestras Escrituras dicen acerca del reino de Dios (cf. I 39; III 59; VIII 11); pero nada cita de ellas, como si no merecieran que él las extractara; o acaso porque ni las conocía; alega, en cambio, textos de Platón, tomados de las cartas y del Pedro, como cosas divinamente dichas, lo que no tendrían nuestras letras. Vamos, pues, a alegar nosotros unas pocas cosas para contrastarlas con lo que dice Platón, no sin elocuencia, pero que no fue parte para que el filosofo adoptara una conducta, digna siquiera de sí mismo, en orden a la religión del Hacedor del universo. Esa religión no debió mancharla ni profanarla con la que nosotros llamamos idolatría, o, usando el nombre que diría el vulgo, con la superstición.

Ahora bien, en el salmo 17 se dice, con cierto estilo hebraico, acerca de Dios que puso por su escondrijo las tinieblas (Ps 17,12). Con lo que quiso dar a entender la Escritura que es oscuro e incognoscible lo que dignamente pudiera pensarse de Dios, como quiera que El mismo se esconde entre tinieblas de los que no pueden soportar los esplendores de su conocimiento 13 ni verlo a El mismo, ora por causa de la impureza del espíritu, ligado que está al cuerpo de humillación humano , ora por su misma limitada capacidad para comprender a Dios. Rara vez llega a los hombres el conocimiento de Dios y en muy pocos se encuentra, y, para poner este hecho de manifiesto, se escribe de Moisés haber entrado en la oscuridad donde estaba Dios (Ex 20,1). Y del mismo Moisés se dice: Sólo Moisés se acercará a Dios, pero los otros no se acercarán (Ex 24,2). Otra vez, para representarnos el profeta lo profundo de las doctrinas sobre Dios, profundidad incomprensible para quienes no tienen aquel espíritu que todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios (Ex 1), dice así: El abismo es su veste, como un manto (Ps 103,6). Es más, nuestro mismo Salvador y Señor, Verbo que es de Dios, nos hace ver la grandeza del conocimiento del Padre cuando nos dice que, digna y principalmente, sólo por El mismo es comprendido y conocido y, en segundo lugar, por los que tienen iluminada su mente por el mismo Verbo-Dios: Nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revelare (Mt 11,27). Y es así que ni al increado y primogénito de toda la creación (Col 1,15) lo puede nadie conocer dignamente como el Padre que lo engendró, ni al Padre como el que es Verbo vivo, sabiduría y verdad suya.

Participando de El, que es quien quita del Padre las tinieblas que puso por su escondrijo y el abismo de que se cubrió como de veste, y revelándonos así al Padre, lo conoce todo el que es capaz de conocerlo.

18. Sublimidades platónicas

Estas pocas cosas he pensado alegar de entre tantas como los hombres santos pensaron acerca de Dios, para demostrar que, para quienes tienen ojos capaces de ver lo que de sagrado hay en las Escrituras, las letras inspiradas de los profetas contienen algo de más venerable que los discursos platónicos tan admirados por Celso. Ahora, pues, el texto de Platón alegado por Celso es de este tenor: "En torno al rey de todas las cosas gira todo, y todo es por causa suya, y él es la causa de todo lo bello. Lo segundo gira en torno a lo segundo, y lo tercero en torno a lo tercero. Ahora bien, el alma humana apetece conocer esas cosas y su naturaleza, mirando a lo que está emparentado con ella, nada de lo cual la satisface. Respecto, empero, del rey y de las cosas que he dicho, no sucede nada semejante" (PLAT., Epist. II 312e) " . Por mi parte pudiera citar lo que se dice sobre los que llaman los hebreos serafines, que se describen en Isaías y velan la faz y los pies de Dios (Is 6,2), y sobre los que se llaman querubines, que describió Ezequiel, y sobre sus formas, digámoslo así, y de qué modo se dice ser Dios llevado por los mismos (Ez 1,5-27 Ez 10,1-21). Mas como estas cosas están dichas de forma muy oscura por razón de los indignos e irreligiosos, incapaces de seguir la magnificencia y sublimidad de la ciencia de Dios, no he creído conveniente disertar en este escrito acerca de ellas.

19. Platón y los profetas

Seguidamente dice Celso que algunos cristianos, tergiversando dichos de Platón, "se glorían de un Dios supraceleste y trascienden el cielo de los judíos". No dice aquí Celso con toda claridad si trascienden también el Dios de los judíos o sólo el cielo por el que juran los judíos (Mt 5,34). Ahora bien, no es nuestro propósito hablar aquí de los que predican un Dios distinto del que adoran los judíos; queremos más bien defendernos a nosotros mismos y mostrar cómo los profetas de los judíos, que nosotros aceptamos, no pudieron tomar nada de Platón, pues fueron más antiguos que él. Luego tampoco hemos tomado de Platón la frase que dice: "En torno al rey de todas las cosas gira todo, y por causa de él es todo". No, nosotros hemos aprendido cosas mejor dichas por los profetas, una vez que Jesús y sus discípulos nos aclararon la mente del Espíritu que hablaba por ellos, y que no era era otro que el Espíritu de Cristo. Ni fue tampoco el filósofo quien primero habló del lugar supraceleste; mucho antes había hablado David de la profundidad y muchedumbre de ideas acerca de Dios de quienes se remontan por encima de lo sensible, cuando dijo en el libro de los Salmos: Load a Dios los cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos loen el nombre del Señor (Ps 148,4).

Por mi parte, no dudo de que Platón aprendió de algunos hebreos las palabras que escribe en el Pedro, o que, como algunos han escrito (cf. IOSEPH., Contra Ap. II 36; IUSTIN., Apol. I 59-60, y CLEM. ALEX., passim) 1S, después de leídos los escritos proféticos, citó de ellos lo que dice: "El lugar supraceleste ni )o ha cantado hasta ahora poeta alguno terreno, ni lo cantará jamás dignamente", etc. (PLAT., Phaidr. 247c). Donde se dice también esto: "Este lugar ocupa la esencia sin color ni figura, intocable, la que es de verdad esencia, sólo contemplable por la inteligencia, piloto del'alma, sobre la que versa el género de la verdadera ciencia" (ibid.). En los discursos de los profetas estaba educado Pablo, y ansiando las cosas supraterrenas y supracelestes y no dejando piedra por mover para alcanzarlas, dice en su segunda carta a los corintios : Porque una tribulación nuestra, momentánea y ligera, nos produce, sobre toda ponderación, un eterno peso de gloria, a condición de que no miremos las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son transitorias, y las que no se ven, eternas (Ps 2).

20. Comentario paulino y platónico

Para quienes son capaces de entender, Pablo presenta aquí derechamente las cosas sensibles, a las que llama cosas que se ven, y las inteligibles, sólo comprensibles por la mente, a las que da nombre de cosas que no se ven. Y sabe además que las cosas sensibles y que se ven son temporales, y las inteligibles y que no se ven, eternas. Y como quería llegar a la contemplación de las cosas eternas, sostenido por su deseo de ellas, toda tribulación la reputaba por nada y por cosa ligera. Y en el momento mismo de la tribulación y los trabajos, lejos de dejarse abatir por ellos, se le hacía ligero todo tormento por razón de la contemplación de aquellas realidades eternas. Porque nosotros tenemos un sumo sacerdote que, por la grandeza de su poder y de su inteligencia, atravesó los cielos, a Jesús, Hijo de Dios . El prometió a los que de veras aprendan las verdades divinas y conforme a ellas vivieren, llevarlos por encima de las cosas terrenas, pues dice: Para que, donde yo voy, estéis también vosotros . Por eso, nosotros esperamos que, después de los trabajos y combates de aquí, llegaremos a lo más alto de los cielos, y, tomando, según nos enseña Jesús, fuentes de agua que salta hasta la vida eterna y, abarcando ríos de contemplaciones, estaremos con las que se llaman aguas encima de los cielos que alaban el nombre del Señor (Ps 148,4-5). Y en tanto lo alabamos, "no seremos llevados fuera de la circunferencia del cielo" (PLAT., Phaidr. 247c), sino que contemplaremos continuamente lo invisible de Dios; no ya entendido por nosotros por las criaturas desde la creación del mundo , sino, como dijo el auténtico discípulo de Jesús, cara a cara; a lo que añade: Cuando viniere lo perfecto, desaparecerá lo parcial (Ps 1).

21. Mitología celeste

Las Escrituras recibidas en las iglesias de Dios nos hablan de siete cielos, ni, en general, de un número determinado de ellos; sí, de cielos, ora sus palabras se refieran a las esferas de los que llaman los griegos planetas, ora quieran enseñar algo más misterioso. Que haya para las almas un camino hacia la tierra y desde la tierra, Celso lo afirma, siguiendo a Platón (PLAT., Phaidr. 248cd; Tim. 41d-42e), y dice que pasa por los planetas; pero Moisés, el más antiguo de nuestros profetas, en una visión de nuestro antepasado16 Jacob, dice haber visto éste un ensueño divino, una escalera que llegaba hasta el cielo, y ángeles de Dios que subían y bajaban por ella, y al Señor fijo en su punta . Si Moisés, con este relato de la escalera, aludía a eso o quiso dar a entender cosas más altas, no lo sabemos. Sobre el tema escribió Filón un libro (PHILO, De somniis), que merece prudente e inteligente examen por parte de los amadores de la verdad.

22. Los misterios de Mitra

Luego, queriendo Celso ostentar su erudición en el libro escrito contra nosotros, expone también ciertos misterios persas, en que dice: "También se da oscuramente a entender esto en la doctrina de los persas y en los misterios de Mitra, que son de origen persa. Hay, efectivamente, en ellos una representación de las órbitas del cielo, de la fija y de la de los planetas, y del paso por ellas del alma. He aquí el símbolo: una escalera de siete puertas y en su cima una octava puerta. La primera de las puertas es de plomo, la segunda de estaño, la tercera de bronce, la cuarta de hierro, la quinta de aleación, la sexta de plata y la séptima de oro. La primera la atribuyen a Cronos (Saturno), significando con el plomo la lentitud de este astro; la segunda a Afrodita (Venus), comparando con ella lo brillante y blando del estaño; la tercera a Zeus (Júpiter), por ser de base broncínea y firme; la cuarta a Kermes (Mercurio), porque tanto el hierro como Kermes resisten todo trabajo, ganan dinero y están muy elaborados; la quinta a Ares (Marte), por ser desigual y varia por causa de la mezcla; la sexta a la Luna, por ser de plata, y la séptima al Sol, por dorada, metales que imitan los colores del Sol y la Luna". Luego examina la causa del orden de los astros así enumerados, indicado simbólicamente en los nombres de la varia " materia, e inserta discursos musicales con la teología persa que expone. Luego tiene empeño en añadir una segunda explicación, que se atiene también a teorías musicales. Ahora bien, me ha parecido fuera de lugar alegar aquí los textos de Celso sobre el particular, pues sería hacer lo mismo que él hace, trayendo impertinentemente a cuento, para acusar a cristianos y judíos, no sólo sentencias de Platón, con que debiera haberse contentado, sino también, como él dice, "los misterios persas de Mitra y su explicación". Mas sea mentira o verdad lo que los persas predican acerca de Mitra, ¿por qué razón expuso Celso esos misterios con preferencia a otros y sus explicaciones? Porque no parece que los misterios de Mitra gocen entre los griegos de más predicamento que los eleusinos o los de Mecate, que se muestran a los iniciados en Egina. Y si prefería describir misterios bárbaros con sus interpretaciones, ¿por qué no echó más bien mano de los egipcios, de que muchos alardean, o de los capadocios bajo la advocación de Artemis en Comana, o de los tracios o de los mismos romanos, en que se inician los miembros más nobles del senado? Y si le pareció impertinente tomar nada de ellos, por no venir en absoluto a cuento para acusar a judíos y cristianos, ¿cómo no vio la misma impertinencia en los misterios mitríacos?

23. Misterios bíblicos

Mas si alguien desea iniciarse en una ciencia misteriosa sobre la entrada de las almas a lo divino, no por datos de la más oscura secta citada por Celso, sino por libros originariamente judaicos, leídos en las sinagogas, pero que también los cristianos aceptan, o por otros puramente cristianos, lea las visiones del profeta Ezequiel consignadas al final de su profecía (Ez 48,31-35); o lea también, del Apocalipsis de Juan, la descripción de la ciudad de Dios, la Jerusalén celeste, de sus cimientos y sus puertas . Y si es capaz de entender por símbolos el camino señalado para los que han de caminar a lo divino, lea el libro de Moisés que lleva por título Números y busque quien lo introduzca sobre los misterios que encierran los campamentos de los hijos de Israel; averigüe de qué naturaleza eran los campamentos ordenados hacia las partes de oriente, que son los primeros; de qué naturaleza los ordenados hacia el sudoeste y sur, cuáles junto al mar y cuáles, mencionados los últimos, hacia el norte . En estos pasajes hallará seguramente ideas no despreciables y no, como imagina Celso, de las que piden oyentes necios y esclavos. Comprenderá, en efecto, de quién se habla en ellos, así como la naturaleza de los números allí designados y que convienen a cada tribu. Exponer aquí cada uno de estos puntos no nos ha parecido oportuno.

Por lo demás, sepa Celso, y los que lean su libro, que en ningún pasaje de las Escrituras tenidas por auténticas y divinas se dice existan "siete cielos"; y que ni nuestros profetas, ni los apóstoles de Jesús ni el Hijo mismo de Dios dicen nada que "hayan tomado de los persas o de los cabiros".

24. El diagrama de los ofitas

Después de lo que dice tomado de los misterios mitríacos, afirma Celso: "Quien quiera examinar a la vez un misterio o iniciación cristiana y el antedicho de los persas, comparándolos unos con otros y poniendo al desnudo el misterio cristiano, comprenderá la diferencia que va de uno a otro". Y es de notar que, cuando Celso sabía nombres de sectas, no vaciló en citar las que parecía conocer; pero donde más era menester hacer eso, si las sabía, y señalar qué secta usa el diagrama que describe, no lo hace. Sin embargo, por lo que sigue me parece que su diagrama, descrito en parte, se funda en malas inteligencias de la secta, a mi juicio, más oscura, "la de los ofitas. Llevados de nuestro amor a la verdad, hemos dado con ese diagrama, en que encontramos fantasías, como las llamó Pablo, de hombres que se cuelan en las casas, y cautivan a mujerzuelas, cargadas de pecados, traídas y llevadas de concupiscencias varias, que están siempre aprendiendo y no son jamás capaces de llegar al conocimiento de la verdad (Ez 2). Pero el diagrama era tan de todo en todo inverosímil, que ni siquiera lo aceptaban las mujerzuelas, tan fáciles de engañar, ni esos rústicos en grado superlativo, prontos a dejarse llevar por todo lo que tenga visos de probabilidad. Como quiera que sea, por más que hemos recorrido por muchos lugares de la tierra y hemos inquirido por todas partes a los que profesaban saber algo, a nadie hemos encontrado que enseñara lo que contiene el diagrama.

25. Se describe, en parte, el diagrama

En él había una pintura de diez círculos, separados entre sí, pero encerrados dentro de otro círculo, que se decía ser el alma del universo y se llamaba Leviatán. De éste decían las Escrituras de los judíos, sea cual fuere su sentido oculto, que fue plasmado por Dios como un juguete. Así hallamos en los Salmos: Todo lo has hecho sabiamente, la tierra henchida está de tus hechuras. ¡Mira ese grande mar, su anchura inmensa! Por él corren las naves, animales pequeños, otros grandes, y ese dragón, juguete que tú hicieras (Ps 103,24-26). En lugar de dragón, el texto hebraico trae leviathan. Ahora bien, el impío diagrama dice ser el alma que penetra el universo ese leviatán que tan claramente condena el profeta. Hallamos también en él al que se llama Beemoth, colocado después del círculo más bajo. El autor de este abominable diagrama inscribió a este leviatán sobre el círculo y en el centro de éste, de forma que puso dos veces su nombre.

Dice además Celso que "el diagrama estaba dividido por una gruesa raya negra", y afirma habérsele dicho que ésta era la gehenna, llamada también tártaro. Como quiera que en el Evangelio hallamos escrito gehenna como lugar de tormentos (Mt 5,22), hemos inquirido si aparece ese nombre en algún pasaje de las antiguas Escrituras, más que más que también los judíos emplean la palabra.

Hemos hallado, pues, que en la Escritura se nombra un "valle del hijo de Ennom"; pero hemos sabido que en el texto hebreo, en vez de valle, aunque con el mismo significado, se dice "valle de Ennom y gehenna" Iss; 39 (32,35). Leyendo más despacio, hemos hallado que la gehenna o valle de Ennom se enumera en la suerte que le tocó a la tribu de Benjamín, donde estaba también Jerusalén. Y examinando la ilación o consecuencia de haber una Jerusalén celeste con la herencia de Benjamín y el valle de Ennom, hemos descubierto algo que puede aplicarse al tema de los castigos, a la purificación, por el tormento, de tales almas, según el texto que dice: Mirad que el Señor viene como fuego de horno de fundición y como hierba de batanero; y se sentará a fundir y purificar, como si fuera plata y oro .

26. Celso da golpes de ciego

Y así, en torno a Jerusalén serán castigados los que son fundidos, porque admitieron en la sustancia misma de su alma la maldad, que figuradamente se llama en alguna parte plomo. De ahí que, en Zacarías, la iniquidad estaba sentada en un talento de plomo . Ahora bien, todo lo que sobre este tema pudiera decirse, ni son cosas que puedan explicarse a todos ni es éste momento oportuno. Ni deja de tener también su peligro confiar claramente a la escritura estos te mas, como quiera que el vulgo no necesita más enseñanza sobre este punto sino que un día serán castigados los que pecan. Ir más allá de esa enseñanza no es cosa provechosa, pues hay quienes a duras penas se contienen, por el miedo al castigo eterno, de precipitarse en el torrente de la maldad y de los pecados que de ella nacen.

Así, pues, ni los autores del diagrama ni Celso conocen la doctrina sobre la gehenna; pues ni aquéllos blasonarían de pinturas y diagramas como si con ellos pusieran la verdad ante los ojos, ni Celso hubiera insertado en su escrito contra los cristianos, como acusación contra ellos, cosas que los cristianos no dicen, sino algunos que tal vez ni existen ya, sino que han desaparecido de todo punto o, por lo menos, se han reducido a un puñado, contables con los dedos de la mano. Y como no atañe a los que profesan la filosofía platónica salir en defensa de Epicuro y sus impías doctrinas, así tampoco nos incumbe a nosotros defender lo que en el diagrama se contiene ni rebatir lo que dice Celso contra el mismo. Por eso omitimos como cosas impertinentes y dichas al aire todo lo que a ese propósito dice Celso. Con más energía que Celso condenaríamos nosotros a quienes se dejaran vencer por tales doctrinas.

27. Las viejas calumnias anticristianas

Después de lo que dice del diagrama, se inventa cosas extrañas, que no toma siquiera de malas inteligencias, acerca del que los autores eclesiásticos llaman el sello (CF 2) y ciertas voces alternas o diálogo, en que "el que imprime el sello es llamado padre, y el que lo recibe se llama joven e hijo, y responde: Estoy ungido con el ungüento blanco del árbol de la vida" (cf. Re-cognitiones Clem.,45). Cosa que no hemos oído se haga ni entre los herejes. Luego define el número dicho por los que administran el sello "de los siete ángeles que asisten a cada lado del alma cuando está el cuerpo para morir; de ellos, unos son ángeles de la luz; otros, de los que se llaman arcón-ticos". Y añade que "el principal de los que tienen nombre de arcónticos de llama Dios maldito". Luego, atacando esa expresión, condena con razón a los que osan hablar de ese modo. En este punto, también nosotros compartimos la indignación de los que reprenden a los tales, supuesto haya quienes llamen maldito al Dios de los judíos, al Dios que llueve y truena y es creador de este mundo, al Dios de Moisés y de la creación del mundo narrada por él.

Sin embargo, parece que Celso no tuvo en estas palabras buena intención, sino la más perversa que le inspiró el odio, indigno de un filósofo, contra nosotros. Quiso, en efecto, que quienes no conocen de cerca nuestra religión, al leer su libro, nos declaren la guerra, como a gentes que llaman maldito al Dios, artífice bueno de este mundo. Y paréceme ha hecho algo semejante a aquellos judíos que, a los comienzos de la predicación del cristianismo, esparcieron calumnias contra nuestra doctrina, como la de que sacrificábamos un niño y luego nos repartíamos sus carnes. Otra, que, cuando los que profesaban la doctrina de Cristo querían cometer pecados tenebrosos, apagaban la luz (en sus reuniones) y cada uno se ayuntaba con la primera que topara. Estas calumnias, por muy insensatas que fueran, dominaron antaño a muchísima gente y persuadieron a los extraños a nuestra religión que así eran los cristianos (cf. ARIST., 17 (siríaco); IUSTIN., Apol. I 27; II- 12; Dial, cum Tat. 25; ATHEN., Leg. III 31; THEOPH., Ad Autol. III 4; MIN. FEL., IX 28; Eus., HE V 1,14.52;

TERTULL., Apol. IV 11). Y aun ahora engaña a algunos, que por esa causa se abstienen de entablar la más sencilla conversación con los cristianos ".

28. La secta de los oñtas, ajena al cristianismo

Algo semejante me parece a mí intentar Celso al afirmar que los cristianos llaman "Dios maldito" al Creador. Así, quien le crea esa calumnia contra nosotros, se sentirá incitado a aniquilar, de ser posible, a los cristianos, como a los más impíos entre los hombres. Sin embargo, confundiendo las cosas, alega la causa por que el Dios de la cosmogonía mosaica sea dicho Dios maldito: "Parejo Dios merece se le maldiga, según los que piensan eso sobre él, pues maldijo a la serpiente, que introducía a los primeros hombres en la ciencia del bien y del mal" 1B.

Pero Celso debiera saber que quienes aceptan la historia de la serpiente en el sentido de que aconsejó bien a los primeros hombres, gentes que sobrepasan a los titanes y gigantes míticos, llamados por ello ofitas, están tan lejos de ser cristianos, que no van a la zaga del mismo Celso en condenar a Jesús, y no admiten en su gremio a nadie que no haya antes maldecido a Jesús. He ahí, pues, la insensatez suma de Celso, que, en sus discursos contra los cristianos, toma por cristianos a quienes no quieren oír ni el nombre de Jesús, ni siquiera como hombre sabio o de costumbres morigeradas. ¿Qué puede haber más tonto y loco, no sólo que quienes quieren llamarse por la serpiente, como autora del bien, sino que Celso, cuando piensa que las acusaciones contra los ofitas tengan algo que ver con los cristianos? Antaño, a la verdad, aquel filósofo griego que amó la pobreza y quiso mostrar un ejemplo de vida feliz, sin que fuera óbice a la felicidad el carecer absolutamente de todo, se puso a sí mismo nombre de cínico ( = perruno; cf. II 41: Grates); pero estos impíos blasonan de llamarse ofitas, tomando su nombre de la serpiente (ophis), el animal más enemigo del hombre y que más horror le infunde, como si no fueran hombres, cuyo enemigo es la serpiente, sino serpientes también ellos. Y se glorían de un tal Eufrates, como iniciador de tales impías doctrinas 20.

29. Cristianos y judíos creen en el mismo Dios

Luego, como si insultara a los cristianos al condenar a los que llaman "maldito al Dios de Moisés" y de su ley, imaginando ser cristianos los que eso dicen, prosigue Celso: "¿Qué cosa puede haber de más necia y loca que pareja sabiduría estúpida? Porque ¿en qué erró el legislador de los judíos? ¿Y cómo aceptar su cosmogonía por no sé qué alegoría típica, como tú te explicas, y hasta la ley de los judíos, y luego, hombre impiísimo, sólo a regañadientes alabas al hacedor del mundo, que les hizo todo género de promesas, como aseverarles que dilataría su linaje hasta los confines de la tierra y los resucitaría de entre los muertos con su misma carne y sangre? El inspiró también a los profetas,

¿y tú insultas a este Dios? Por otra parte, cuando los judíos te aprietan, confiesas adorar al mismo Dios que ellos; pero cuando tu maestro Jesús legisla cosas contrarias a Moisés (cf. VI 18), buscas otro Dios en lugar de éste, que es el Padre".

Pero también aquí calumnia patentemente este nobilísimo de Celso a los cristianos al decir que, cuando son apretados por los judíos, confiesan adorar al mismo Dios que ellos; cuando, empero, Jesús manda cosas contrarias a la ley de Moisés, buscan otro en su lugar. La verdad es que, ora discutamos con los judíos, ora entre nosotros mismos, sólo conocemos un mismo Dios, el Dios a quien de antiguo dieron culto los judíos y aun ahora profesan dárselo, y en modo alguno somos impíos contra El. Por lo demás tampoco afirmamos que Dios haya de resucitar a los muertos con la misma carne y sangre, como ya anteriormente tratamos (IV 57; V 18-19.23). Y es así que no decimos que el cuerpo animal que se siembra en corrupción, ignominia y flaqueza, se levante tal como fue sembrado (CF 1). Mas sobre esto bastante hemos hablado arriba (V 18-19).

30. Otra vez el diagrama

Seguidamente vuelve al tema de los siete démones ar-cónticos, que realmente no se nombran entre cristianos, sino usados, a lo que creo, por los ofitas. Y, a la verdad, en el diagrama que nosotros adquirimos de ellos, hallamos un orden semejante al que expone Celso. Dice, pues, Celso que el primero estaba representado en forma de león; pero no cuenta el nombre que le dan éstos, a la verdad, impiísimos sectarios; nosotros hemos encontrado que este que tiene forma de león decía aquel abominable diagrama ser Miguel, el ángel del Creador, de que hablan con loa las sagradas Escrituras. Del mismo modo dice Celso que el segundo, que le sigue, es un toro; el diagrama que nosotros teníamos decía que el tau-riforme era Suriel. El tercero dice Celso que era anfibio y silbaba hórridamente; pero el diagrama decía que el- tercero era Rafael en forma de dragón. Del mismo modo dice Celso que el cuarto tenía forma de águila; según el diagrama, el aquiliforme era Gabriel. El quinto dice Celso que tenía el rostro de oso; según el diagrama, el ursiforme era Thauthabooth.

Luego dice Celso que el sexto se decía entre ellos que tenía cara de perro; el diagrama decía ser éste Erataoth. Luego dice Celso que el séptimo tenía rostro de asno y se llamaba Thaphabaoth u Onoel; pero nosotros hallamos en el diagrama que este que tiene forma de asno se llama Thartharaoth. Por lo demás, nos ha parecido exponer puntualmente estas cosas porque no parezca ignoramos lo que Celso alardea de saber; es más, los cristianos presentamos más puntualmente que él estas fantasías, que conocemos bien, no como dichos de cristianos, sino de hombres de todo punto ajenos a la. salud y que no reconocen a Jesús como salvador, ni como a Dios, ni maestro ni hijo de Dios.

31. Fantasías gnósticas

Mas, si alguno gusta de saber las fantasías de aquellos charlatanes, con las que quisieron, sin lograrlo, atraer adeptos a su doctrina, como si poseyeran no sabemos qué misterios, oiga lo que enseñan se diga, después de atravesar la que llama barrera de la maldad, a las puertas de los arcontes (= príncipes) eternamente encadenadas:

"Rey solitario, vínculo de la ceguera, olvido inconsciente, yo te saludo, fuerza primera, guardada por el espíritu de la providencia y sabiduría, de donde soy enviado puro, hecho ya parte de la luz del Padre y del Hijo. La gracia esté conmigo; sí, Padre, esté conmigo".

Y de aquí dicen que proceden los poderes de la ogdóada. Luego, al pasar el que llaman Yaldabaoth, enseñan a decir: "¡Oh tú, Yaldabaoth, primero y último, nacido para imperar con audacia, palabra que eres dominante de una mente pura, obra perfecta para el Hijo y el Padre!, traigo un símbolo marcado con la marca de la vida, después de abrir al mundo la puerta que tú cerraste con tu eternidad, para pasar de nuevo libre tu goder. La gracia esté conmigo; sí, Padre, esté conmigo".

Y dicen que con este árcente simpatiza la estrella Fenonte (phainon - Saturno). Luego piensan que quien ha pasado Yaldabaoth y ha llegado a Yao debe decir: "¡Oh tú, Yao, segundo y primero, señor de los ocultos misterios del Hijo y del Padre, que brillas en la noche, soberano de la muerte, parte del inocente, llevando ya tu propio...!, como un símbolo, me dispongo a entrar en tu imperio, después de dominar por una palabra viva al que nació de ti. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo".

Luego viene Sabaoth, al que piensan hay que decir: "Señor de la quinta autoridad, poderoso Sabaoth, defensor de la ley de tu creación, destruida por la gracia, con una pén-tada más poderosa, déjame pasar, contemplando un símbolo intachable de tu arte, preservado por la imagen de una figura, un cuerpo liberado por la péntada. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo".

Seguidamente viene Astafeo, al que creen hay que decir lo siguiente:

"Señor de la tercera puerta, Astafeo, inspector del primer manantial del agua, mirando a un iniciado, déjame pasar, purificado que estoy por el espíritu de una virgen, contemplando la esencia del mundo. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo".

Después de éste viene Eloeo, al que piensan ha de decirse lo siguiente:
"Señor de la segunda puerta, Eloeo, déjame pasar, pues te traigo un símbolo de tu madre, la gracia escondida por las potencias de las autoridades. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo".

Al último lo llaman Oreo, y a éste piensan que le dicen:
"Tú que pasaste intrépidamente la barrera del fuego y alcanzaste el imperio de la primera puerta, déjame pasar, mirando el símbolo de tu propia fuerza, destruido por una figura del árbol de la vida, tomado por la imagen según la semejanza de un hombre inocente. La gracia esté conmigo, Padre, esté conmigo".

32. Mezcolanzas de gente ignara

La supuesta erudición de Celso, que es más bien vana curiosidad y charlatanería, nos ha obligado a mentar todas estas fantasías, pues queremos demostrar a los que leyeren su escrito y nuestra refutación del mismo que, para nosotros, no constituyen un embarazo esos saberes de Celso, por los que intenta calumniar a los cristianos que no piensan ni saben nada de eso. Y si nosotros hemos querido saber y citar todo eso, es para evitar que esos embaucadores, alardeando saber más que nosotros, engañen a los que se dejan arrebatar por el estruendo de los nombres. Y más pudiéramos aún alegar para demostrar que conocemos lo que forjan esos embusteros, pero renegamos de todo ello, como de cosas ajenas e impías que no concuerdan con las doctrinas verdaderamente cristianas, que nosotros confesamos hasta la muerte.

Sin embargo, es de saber que quienes todo eso han inventado, al no entender las artes de la magia ni discernir los dichos de las Escrituras divinas, lo han confundido todo; así de la magia han tomado a Yaldabaoth, Astafeo y Oreo, y de las Escrituras hebraicas a laoia, tal como se dice entre los hebreos, y a Sabaoth, Adoneo y Eloeo; ahora bien, los nombres tomados de las Escrituras son sinónimos de un solo y mismo Dios. No comprendiéndolo esos enemigos de Dios, como lo confiesan ellos mismos, se imaginaron ser uno Yao, otro Sabaoth y un tercero, distinto de éste, Adoneo, que las Escrituras dicen Adonai, y otro, en fin, Eloeo, que los profetas dicen, en hebreo, Eloí.

33. Se vuelve sobre el diagrama

Seguidamente expone Celso otros cuentos, en el sentido de que "algunos se transforman en las figuras de los arcontes, de suerte que unos se llaman leones, otros toros, otros dragones, águilas, osos y perros". Por nuestra parte, en el diagrama que poseíamos hallamos también lo que Celso llama la figura cuadrangular y lo que aquellos infelices dicen ante las puertas del paraíso. Allí estaba pintada, como diámetro de un círculo ígneo, una espada fulgurante, como si montara guardia al árbol de la ciencia y de la vida. Ahora bien, Celso o no quiso o no pudo citar los discursos que, según las fábulas de aquellos, impíos, dicen en cada puerta los que van a pasar por ellas; nosotros lo hemos hecho, para demostrar a Celso y a los lectores de su escrito que conocemos el fin de esa profana iniciación y la rechazamos como ajena a la reverencia de los cristianos por las cosas divinas.

34. Gran tirada de Celso

Después de alegar todo lo antedicho-y lo que, por el estilo, hemos añadido nosotros-prosigue diciendo Celso: "Y todavía amontonan cosas sobre cosas: discursos de los profetas, y círculos sobre círculos, y emanaciones de una iglesia terrena, y de la circuncisión, y una virtud que fluye de cierta virgen Prúnico, y un alma viviente, y el cielo degollado para que viva, y la tierra degollada por una espada, y muchos degollados para que vivan, y la muerte que cesa en el mundo cuando muera el pecado del mundo, y una bajada, estrecha de nuevo, y puertas que se abren por sí mismas. Y por doquiera es de ver allí el árbol y la resurrección de la carne por el árbol; sin duda, a lo que yo me imagino, porque su maestro fue clavado en un madero y fue carpintero de oficio. Porque, si la suerte hubiera querido que se precipitara desde un despeñadero, o hubiera sido arrojado a una sima, o se hubiera ahorcado con una soga, o hubiera sido zapatero, picapedrero o herrero, tendríamos un despeñadero de la vida sobre los cielos, o una sima de la resurrección, o una cuerda de la inmortalidad, o una piedra bienaventurada, o un hierro del amor, o un cuero santo. Ahora bien, ¿qué vieja de las que cuentan un cuento para adormecer al niño, no se avergonzaría de canturrearle tales cosas?".

Aquí me parece que mezcla Celso cosas que ha oído y no entendido. Es probable, en efecto, que haya oído fraséenlas de cualquier secta de por ahí, y, no habiendo penetrado su sentido, ha amontonado aquí palabras sobre palabras, a fin de demostrar a quienes nada saben, ni de nosotros ni de las sectas, que él sabe, por lo visto, todo lo que atañe a los cristianos (I 12). El pasaje citado nos lo pone de manifiesto.

35. Refutación punto por punto

Porque valemos de los discursos de los profetas es cosa, efectivamente, nuestra, pues por ellos demostramos ser Jesús el Mesías por ellas de antemano anunciado, y por los escritos proféticos comprobamos ser cumplimiento de las profecías lo que acerca de El narran los Evangelios. En cuanto a hablar "de círculos sobre círculos", tal vez sea cosa de la secta susodicha, que encierra en un solo círculo-que dicen ser el alma del universo y leviatán-los siete círculos de los ángeles arcónticos (cf. VI 25 ubi de decem drculis sermo est). Pero tal vez sea una mala inteligencia de lo que dice el Eclesiastés: En círculos girando marcha el viento, y otra vez a sus círculos retorna .

Lo de "emanación de una Iglesia terrena y de una circuncisión" tal vez fue tomado de lo que algunos dicen sobre que la Iglesia de la tierra es emanación de una Iglesia celeste y de un tiempo mejor, y que la circuncisión prescrita por la ley es símbolo de cierta circuncisión hecha allí en cierta purificación. En cuanto a Prúnico, así llaman los valentinia-nos a no sabemos qué sabiduría según su extraviada sabiduría, cuyo símbolo quieren sea la mujer que sufrió por doce años flujo de sangre (Mt 9,20-22). Celso, que lo confunde todo: lo de los griegos, lo de los bárbaros y.lo de los herejes, no lo entendió, y así habló "de la virtud que fluye de cierta virgen Prúnico".

Lo de "alma viva" tal vez se diga en los misterios de algunos valentinianos, que aplican la expresión al que ellos llaman el demiurgo animal; acaso también se diga por algunos así-y no es innoble dicho-alma viva la del que se salva, para distinguirla del alma muerta (del que no se salva).

De lo que no sé nada es de ese "cielo degollado, ni de la tierra degollada por una espada, ni de muchos degollados para que vivan". Y no sería extraño que Celso se sacara todo eso de su propia cabeza.

36. Orígenes puntualiza

Ahora bien, que la muerte cesará en el mundo tan pronto cese el pecado del mundo, lo pudiéramos decir nosotros para explicar lo que misteriosamente se dice en el Apóstol, y es de este tenor: Mas cuando hubiere sometido a todos los enemigos bajo sus pies, entonces, como postrer enemigo, será también destruida la muerte (Mt 1). Y también se dice: Cuando esto corruptible se vistiere de incorrupción, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Absorbida ha quedado la muerte por la victoria (Mt 1). "De una bajada que de nuevo se estrecha", tal vez hablen los que introducen la transmigración de las almas. De "puertas que se abren por sí mismas" no sería improbable hablaran algunos que aludieran y explicaran este texto: Abridme ya las puertas de justicia; por ellas que haya entrado, le daré al Señor gracias. Esta es la puerta del Señor; por ella sólo entrarán los justos (Ps 117,19-20). Y otra vez se dice en el salmo 9: Sácame de las puertas de la muerte, y así publicaré, junto a las puertas de la hija de Sión, tus alabanzas (Ps 9,14-15). Puertas de la muerte dice la palabra divina que son las que llevan a la perdición del pecado, y puertas de Sión, por lo contrario, las buenas obras; y lo mismo las puertas de justicia, que vale tanto como decir las puertas de Ja virtud, y éstas se abren por sí mismas a los que fervorosamente siguen las acciones virtuosas.

Acerca, empero, del árbol de la vida fuera más oportuno discutir al interpretar lo que atañe al paraíso de Dios, que se describe en el Génesis, plantado por el mismo Dios . Muchas veces hizo ya Celso mofa de la resurrección, que no entendió; y ahora, no contento con lo dicho, afirma que la resurrección de la carne viene de un madero; sin duda, a lo que pienso, por malentender lo que se dice simbólicamente que por un árbol vino la muerte y por un árbol la vida; la muerte por Adán, la vida por Cristo (Ps 1). Luego se burla del madero, y por dos capítulos lo hace objeto de su risa, diciendo que nosotros lo veneramos o porque nuestro maestro fue clavado en una cruz, o porque fue de oficio carpintero. Pero no vio que del árbol de la vida se escribe ya en los libros de Moisés, ni que, en los evangelios recibidos en las iglesias, no se escribe que Jesús mismo fuera carpintero .

37. Pocos entienden lo que enseña la Iglesia

Imagínase Celso que hemos nosotros inventado el árbol de la vida para entender figuradamente la cruz y, en armonía con ese error suyo, dice que, "si la suerte hubiera querido que fuera precipitado desde un despeñadero, o arrojado a una sima, o que se hubiera ahorcado con una soga", nos hubiéramos inventado un despeñadero de la vida sobre los cielos, una sima de la resurrección o una soga de la inmortalidad". Y luego dice también: "Si por haber sido carpintero se ha inventado el árbol de la vida, fuera lógico que, de haber sido zapatero, se nos hablara de un cuero santo; de haber sido picapedrero, de una piedra bienaventurada; de haber sido herrero, de un hierro de amor". Ahora bien, ¿quién sin más no ve lo vano de la acusación, pues no hace sino insultar a hombres a quienes se había propuesto convertir, como a gentes embaucadas?

Lo que dice seguidamente armonizaría muy bien con los que han fantaseado los arcontes en forma de leones, con cabezas de asnos y cuerpos de dragones, y con quienquiera invente cuentos semejantes; pero no con los creyentes de la Iglesia. A la verdad, aun una vieja borrachuela se avergonzaría de canturrear para adormecer a un niño cuentos como los que inventan los de las cabezas de asno y los discursos, digámoslo así, que han de decirse en cada puerta. Lo que creen, empero, los fieles de la Iglesia no lo sabe Celso, como, por lo demás, son muy pocos los capaces de comprenderlo; aquellos, digo, que, según el mandato de Jesús , consagran su vida entera a escudriñar las Escrituras, y en el escrutinio del sentido de las sagradas letras ponen más empeño que los filósofos griegos para adquirir una supuesta ciencia.

38. Más sobre el diagrama

Pero no contento el magnífico señor con lo que sacara del diagrama, con el fin de acumular acusaciones contra nosotros, que nada tenemos que ver con tal diagrama, quiso añadir otras cosas, a modo de paréntesis, y las toma de nuevo de aquellos herejes, como si fueran nuestras. Dice, en efecto: "No es la menor de las cosas que están inscritas entre los dos círculos supracelestes de arriba, entre ellas, dos: "Mayor" y "Menor", que entienden del Hijo y del Padre". Efectivamente, en el diagrama hemos hallado el círculo menor y mayor, en cuyo diámetro estaba escrito: Padre e Hijo. Y entre el mayor, dentro del cual estaba el menor, y otro compuesto de dos círculos, el interior amarillo, el exterior azul, hallamos inscrito el diafragma (o valla) en forma de hacha, y encima de él un círculo pequeño, que tocaba al mayor que los primeros y llevaba inscrito ágape (amor), y más abajo, tocando al círculo, tenía escrito zoé (vida). En el segundo círculo, que encerraba y comprendía otros dos círculos y otra figura romboidal, estaba inscrito: Providencia de la sabiduría, y dentro de la sección común a los dos: naturaleza de la sabiduría. Y encima de la sección común a los dos había un círculo, en que estaba inscrito gnosis (ciencia), 'y debajo otro, en que estaba inscrito: sínesis (inteligencia).

Todo esto hemos insertado también en nuestro razonamiento contra Celso, para demostrar a nuestros lectores que conocemos más a fondo que él-y no de oídas-lo que también nosotros condenamos. Ahora bien, si los que se enorgullecen de estas fantasías profesan también algún embuste mágico, y esto es para ellos la cifra y trasunto de la sabiduría, es cosa que nosotros no afirmamos, pues es punto que no hemos averiguado. Celso, que muchas veces ha quedado convicto de falsos testimonios y acusaciones sin razón, sabrá si también en esto miente o ha tomado todo eso de gentes extrañas y ajenas a nuestra fe y lo ha insertado en su escrito.

39. Mitología comparada

Luego, contra los que "ejercen cierta magia y hechicería e invocan con nombres bárbaros a ciertos démones" dice que "obran de modo semejante a los que, sobre los mismos démones, parecen hacer prodigios ante gentes que ignoran ser unos los nombres de ellos entre los griegos y otros entre los escitas". Luego, tomándolo de Heródoto (IV 59), explica que "Apolo se llama Gorgosiro entre los escitas; Posidón, Tagimasada; Afrodita, Argimpasa, y Hestia, Tabito". Compruebe quien pueda si también en esto no miente Celso a par de Heródoto, pues los escitas no saben una palabra de que los griegos supongan las mismas cosas que ellos acerca de los que tienen por dioses. Porque ¿qué prueba hay de que Apolo se llame Gorgosiro entre los escitas? Yo no pienso que, vertido al griego, Gorgosiro tenga la misma etimología que Apolo, o que Apolo, traducido a la lengua escita, quiera decir Gorgosiro. Y así tampoco se atribuirá la misma significación a otros nombres, pues los griegos partieron de unos hechos y significaciones para dar nombre a los que tenían por dioses, y de otros los escitas; de otros, por el mismo caso, los persas, los indios, etíopes o libios; o como quisieron llamar a Dios cada uno de los pueblos que no mantuvieron la primigenia y pura concepción del Creador del universo. Pero de esto hemos dicho bastante anteriormente (I 24; V 45), cuando quisimos demostrar que tampoco era lo mismo Sabaoth que Zeus y alegamos de las divinas letras algo sobre las lenguas. Pasamos, pues, de buena gana por alto estos puntos, sobre los que nos obliga Celso a la repetición.

Luego hace un revoltijo de cosas de magia, que acaso no pueda aplicar a nadie, pues no hay quienes practiquen la magia so pretexto de hacer un acto de religión de este tipo, o tal vez lo aplique a Jos que se valen de estos medios con los bobalicones, para hacerles ver que pueden hacer algo por virtud divina; como quiera, he aquí sus palabras: ¿"Qué necesidad hay de enumerar los que han enseñado purificaciones, o himnos de expiación, o fórmulas apotropaicas, o ruidos o configuraciones demónicas de vestidos, o de números o de piedras, o plantas, y de todo género de remedios de males?" Mas la buena razón no pide que nos defendamos de nada de eso, pues de todo ello no nos toca la más leve sospecha.

40. Calumnia exorbitante

Después de esto, paréceme que Celso hace algo semejante a quienes, llevados de su odio profundo a los cristianos, afirman delante de quienes no los conocen haber sorprendido ellos de hecho a los cristianos comiendo carnes de niños y uniéndose al puro azar con las mujeres de entre ellos (cf. VI 27). Estos dichos son ya reconocidos aun por el común de las gentes, hasta por gentes de todo en todo ajenas a nuestra religión, como calumnias contra los cristianos. Pues, por modo semejante, pudiera verse que habla Celso con intención calumniosa cuando dice "haber visto en manos de muchos ancianos que son de nuestra opinión, libros con nombres bárbaros de démones y fórmulas mágicas". Y añade que "estos (los ancianos, naturalmente, de nuestra opinión) nada bueno prometen, sino todo para daño de los hombres". ¡Ojalá todo lo que dice Celso contra los cristianos fueran enormidades como ésa! El vulgo mismo las rebatiría, pues saben por experiencia ser falsas, por haber convivido con la mayoría de los cristianos y no haber oído jamás nada semejante sobre ellos.

41. Sobre la fuerza de la magia

Seguidamente, como si se hubiera olvidado que su objeto era escribir contra los cristianos, dice que un tal Dionisio, músico egipcio con quien él trató, le dijo sobre la magia que "ésta tiene poder sobre los incultos y de costumbres corrompidas; pero que nada puede contra los que profesan la filosofía como quienes se han prevenido con un sano régimen de vida". Ahora bien, si nuestro objeto fuera ahora discutir el tema de la magia, añadiríamos algo a lo que antes (II 51; IV 33; VI 32) hemos dicho sobre el mismo. Mas, como tenemos que alegar lo que convenga mejor para refutar la obra de Celso, sólo diremos acerca de la magia que quien quiera comprobar si pueden o no convencerse los filósofos por ella, lea lo que escribió Merágenes en los Recuerdos de Apolonio de Tiana, mago y filósofo; ahí dice, no un cristiano, sino un filósofo, que filósofos no vulgares que acudieron a él como a un charlatán, quedaron convencidos por la magia de Apolonio. Entre ellos, si no recuerdo mal, habla del famoso Eufrates y de un epicúreo. Mas lo que nosotros afirmamos-y lo sabemos por experiencia-es que quienes, por medio de Jesús, dan culto al Dios del universo y viven conforme a su Evangelio, y noche y día hacen uso con fervor y reverencia de las oraciones que tienen prescritas, éstos, decimos, no son atacables ni por la magia ni por los démones. Y es así que, con toda verdad, el ángel de Señor su campo pone en derredor de aquellos que lo temen, y El los salva. (Ps 33,8)

Y los ángeles de los que son pequeños en la Iglesia, ordenados que están para guardarlos, se dice que están contemplando en todo momento la faz del Padre del cielo (Mt 18,10), sea lo que fuere eso de la faz y del contemplar.

42. El diablo, ¿rival de Dios?

Seguidamente, Celso nos ataca desde otro lado diciendo: "Cometen además los más impíos errores, que proceden igualmente de la suma ignorancia que sufren acerca de los divinos enigmas, al oponer a Dios una especie de rival, al que llaman diablo y, en lengua hebrea, satanás. Ahora bien, eso son ideas mortales y no es ni piadoso decir que el Dios máximo, nada menos, cuando quiere hacer algún bien a los hombres, tenga quien se le oponga y lo reduzca a la impoten cía (cf. VIII 11; PLAT., Politicus 270a). El Hijo de Dios, pues, es vencido por el diablo y, atormentado por él, nos enseña también a nosotros a despreciar sus tormentos, anunciando de antemano que satanás mismo aparecerá igualmente y llevará a cabo grandes y maravillosas obras, arrogándose la gloria de Dios. No hay, sin embargo, que dejarse engañar por ellas " , y apartarse de Jesús, sino creerle a El solo.

Treta, por cierto, patentemente de un charlatán que toma sus medidas y se precave contra quienes puedan pensar contra él y llevarse en su lugar la ganancia" (cf. II 38.45.47.73; sobre la ganancia 19; II 55).

Luego, queriendo explicar los enigmas de cuya mala inteligencia salió nuestra doctrina sobre satanás, dice: "De cierta guerra divina nos hablan misteriosamente los antiguos, como Heráclito cuando dice: "Es de saber que la guerra es universal, y la justicia contienda, y todo se produce por contienda y necesidad" (fragm.80, Diels). Y Ferecides, que fue mucho más antiguo que Heráclito, presenta el mito de los ejércitos enfrentados, y da por capitán del uno a Crono y del otro a Ofione, contándonos sus retos y combates, y las condiciones entre ellos establecidas, a saber, que cualquiera de los dos que cayera al Ogeno (= Océano) se diera por vencido, y el que lo arrojó y venció fuera dueño del cielo". Este sentido dice Celso que "tienen también los misterios sobre los titanes y gigantes, de los que se cuenta haber trabado combate con los dioses; y los de los egipcios, que hablan de Tifón, Horus y Osiris".

Después de exponer todo eso sin habernos explicado de qué modo y manera contiene todo aquello un sentido superior y lo otro son sólo malas inteligencias de lo mismo, se desata en injurias contra nosotros diciendo "no poderse comparar aquello con lo que se dice de un diablo, que sería un demon, o (aquí se acercan algo más a la verdad) un charlatán que piensa de modo distinto". Así entiende también a Hornero, que en las palabras que pone en boca de Hefesto hablando con Hera, aludiría misteriosamente a cosas semejantes a las de Heráclito y Ferecides y a los que introducen los misterios de titanes y gigantes. Dice así:

"Porque ya otrora a mí, que, enardecido, me disponía a defenderte, del pie asido,

precipitóme del umbral celeste". (Iliada, 1,590-91.) Y lo mismo cuando Zeus le dice a Hera:

"¿No recuerdas / cuando yo te colgué del alto cielo,

y a los pies te pusiera sendos yunques, y en las manos esposas irrompibles de oro puro,

y allá tú te quedaste,

suspendida en el éter y en las nubes? Los dioses del Olimpo se irritaron, pero nadie, llegándose a tu lado, fue capaz de soltarte,

y al que yo en el intento sorprendía, lo agarraba, y, del celeste umbral precipitado,

en la tierra paraba medio exánime". (Iliada, 15,18-24.)

Y comentando los versos homéricos dice que "toda esa arenga de Zeus a Hera son palabras que dice Dios a la materia; y estas palabras a la materia dan misteriosamente a entender que, estando ésta al principio desordenada, Dios la ordenó, trabándola y adornándola con ciertas proporciones; y de los démones, que rondaban en torno a ella, a cuantos fueron insolentes, los precipitó camino de nuestro mundo". Así dice Celso haber entendido Ferecides estos versos de Hornero, por lo que dijo: "Debajo de aquella región está la región del Tártaro, a la que guardan las hijas del Bóreas, las Harpías y Thiella adonde Zeus arroja al dios que se insolente". Ideas semejantes dice expresar "el peplo o manto de Atenea, que todo el mundo contempla en la procesión de las Panateneas. Por él se pone, en efecto, ante los ojos, dice, que una diosa sin madre y sin mancha domina a los audaces hijos de la tierra".

Después de aceptar las fantasías de los griegos, epiloga así acusando nuestra doctrina: "Que " el Hijo de Dios sea atormentado por el diablo nos enseña también a nosotros a permanecer firmes cuando seamos por él atormentados. También esto es de todo punto " ridículo. Lo que en mi opinión debiera hacer es castigar al diablo mismo y no amenazar a los hombres atacados por él".

43. Pasajes bíblicos sobre el diablo

Pues veamos ahora si quien nos echa en cara que cometemos los más impíos errores y nos desviamos de los divinos enigmas, no cae él mismo en patente error, pues no ha com prendido que los escritos de Moisés, mucho más antiguos no sólo que Heráclito y Ferecides, sino que el mismo Hornero (IV 21), hablan ya de este maligno, que cayó del cielo. Y es así que la serpiente , de donde procedió el Ofioneo de Ferecides, causa que fue de la expulsión del hombre del paraíso divino, algo de eso da misteriosamente a entender, al engañar por la promesa de la divinidad y de cosas más altas al sexo femenino, al que se nos cuenta haber seguido también el varón. Y el exterminador de que habla Moisés en el Éxodo (Ex 12,23), ¿qué otro puede ser sino el que es causa del exterminio o perdición de quienes le obedecen y no combaten y resisten a su maldad? Ni era tampoco otro el macho cabrío emisario del Levítico (16,8.10), al que llama el texto hebreo Azazel; la persona a quien le tocaba en suerte, tenía que echarlo al desierto para preservación de mal.

Porque todos los que por la maldad son de la parte del maligno, por ser contrarios a los que pertenecen a la herencia de Dios, son desiertos de Dios. Y los hijos de Belial del libro de los Jueces (19,22; 20,13), ¿de quién sino de éste se dicen ser hijos por su maldad? Aparte todos estos pasajes, en Job, que es más antiguo que el mismo Moisés, se escribe cómo el diablo se presenta a Dios y pide poder contra Job para dejar caer sobre él las más graves tribulaciones: primero, la pérdida de todos sus bienes y de sus hijos, luego cubrirle todo el cuerpo con la enfermedad que se llama elefantíasis . Y paso por alto lo que dice el Evangelio sobre el diablo que tienta al Salvador ( Mt 4,1-11), por que no parezca que saco la prueba contra Celso de libros más recientes. Y a lo último de la historia de Job, cuando el Señor habla desde la tormenta y las nubes lo que está escrito en el libro que lleva su nombre, pueden tomarse no pocas cosas que se refieren al dragón . Y nada digo de los pasajes de Eze-quiel que parecen hablar del faraón, y de Nabucodonosor o del principe de Turo (Ez 26-32), ni de los de Isaías en que se entona una lamentación sobre el rey de Babilonia (Is 14,4), por los que no poco puede aprenderse acerca del principio y génesis que tuvo la maldad, que se produjo por haber perdido algunos sus alas (cf. PLAT., Phaidr. 246bc y supra IV 40) y haber otros seguido al primero que las perdió.

44. Doble concepto de satanás

No es, en efecto, posible que el bien accidental y por añadidura sea igual a lo que es substancialmente bueno. Este bien, no hay peligro de que falte nunca al que toma, digamoslo así, el pan vivo para su conservación; y, si a alguno le falta, fáltale por su culpa, por haber sido negligente en participar del pan vivo y de la bebida verdadera . Así alimentada y regada, se apresta el ala, según dice también el sapientísimo Salomón hablando del verdadero rico: Se preparó para sí mismo alas como de águila, y vuelve a la casa de su señor .

Era menester, en efecto, que Dios, que sabe aprovecharse para fin conveniente hasta de quienes por su maldad se han apartado de El, colocara en alguna parte del universo a los así malos y estableciera una palestra de la virtud para los que quisieran luchar según ley (Is 2) a fin de recuperarla. Su fin era que, probados allí por la maldad de la tierra, como otro en el fuego, y habiendo hecho todo lo posible por que nada impuro entrara en su naturaleza racional, aparecieran dignos de remontarse a lo divino y fueran levantados por el Logos hasta la más alta bienaventuranza y, si puedo darle este nombre, a la cima más alta del bien.

En cuanto al nombre que suena en hebreo satán y más helénicamente es pronunciado por algunos satanás (LE 10,18 LE 2), significa, trasladado al griego, "adversario" (an-tikeimenos). Y es así que todo el que se abraza con la maldad y vive conforme a ella, al obrar contra la virtud, es un satanás, es decir, adversario del Hijo de Dios, que es justicia, verdad y sabiduría. Pero, más propiamente, adversario es el primero de todos los que, viviendo en paz y bienaventuranza, perdió las alas y cayó de la bienaventuranza; el que, según Ezequiel (28,15), caminaba intachable en todos sus caminos hasta que se halló en él iniquidad. Y siendo sello de semejanza y corona de belleza en el paraíso de Dios, como si estuviera ahito de bienes, paró en perdición, como se dice de él misteriosamente: Te has hecho perdición y no subsistirás para siempre (28,19).

Ahora bien, al confiar a este escrito estos breves puntos, no sin audacia y exponiéndonos a peligro, tal vez no hemos dicho nada que valga la pena. Mas si alguno, con tiempo para examinar las Sagradas Escrituras, junta en un cuerpo lo que dicen por dondequiera acerca de la maldad, cómo nació primeramente y de qué modo se destruye, verá que ni Celso ni ninguno de aquellos cuya alma arrastró este maligno demon y la apartó de Dios y de la recta concepción de Dios y de su Verbo, entendió ni por sueños lo que quisieron decir Moisés y los profetas acerca de satanás.

45. Cristo, cima del bien; el anticristo, cima del mal

Mas como Celso pone también sus objeciones a nuestra doctrina sobre el que se llama anticristo, sin haber leído lo que sobre él se dice en Daniel (8,23ss; 11,36) ni en Pablo (LE 2), ni lo que el Salvador mismo profetiza en el Evangelio acerca de su venida (Mt 24,27 LE 17,24), vamos a decir también algo sobre este tema. Como son distintos unos de otros los rostros de los hombres, así también lo son los corazones . Es, pues, evidente que hay diferencias en los corazones de los hombres, tanto de los que se inclinan al bien, pues no todos se han moldeado y formado igualmente para él, como de los que, por negligencia de lo bueno, se arrojan a lo contrario. Y aun en estos mismos, hay en unos como un torrente de mal, en otros menos. ¿Qué absurdo hay, pues, en suponer hay en los hombres dos cimas, digámoslo así, una de bondad y otra de lo contrario, de suerte que la cima de bondad se halle en el hombre que se entendía en Jesús (cf. II 25), del que fluyó al género humano tan gran conversión y curación y mejoramiento, y la de lo contrario en el que se llama anticristo? Ahora bien, Dios, que en su presciencia comprende todas las cosas, viendo estas opuestas cimas, quiso dárselas a conocer a los hombres por medio de los profetas, a fin de que los que entendieran sus palabras se adhirieran a lo mejor y se guardaran de lo contrario. Ahora bien, era menester que una de las cimas, la mejor, se llamara, por su excelencia, hijo de Dios, y la contraria diametralmente a ésta, hijo del demon maligno, de satanás y del diablo. Además, como lo malo se nota estar sobre todo en la profusión de la maldad y alcanzar la cima de ella precisamente cuando finge lo bueno " , de ahí es que en el malo, por la cooperación de su padre el diablo, se den signos y prodigios y milagros de mentira (LE 2). Porque muy superior a las ayudas que los dé-mones malignos prestan a los hechiceros para engañar a los hombres y hacerles cometer las peores acciones, es la ayuda del diablo mismo para seducir al género humano. Ahora bien, de este que se llama anticristo habla Pablo, enseñando y determinando con .alguna oscuridad cuándo y de qué manera y por qué causa aparecerá en el género humano. Y es de ver si lo que Pablo expone no es cosa sacratísima y que no merece la más mínima burla.

46. El anticristo en Pablo y Daniel

Dice así: Os rogamos, hermanos, acerca del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con El, no os dejéis conmover de vuestro sentir ni os alborotéis por palabra, ni por espíritu, ni por supuesta carta nuestra en el sentido de que ha llegado ya el día del Señor. Que nadie os engañe por ningún modo; porque si antes no viniere la aposta-sía y se revelare el hombre del pecado, el hijo de la perdición, el adversario y que se exalta sobre todo lo que se llama Dios o cosa sagrada, de suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a sí mismo por Dios... ¿No recordáis que estas cosas os decía, cuando estaba aún entre vosotros? Y ahora sabéis lo que lo retiene, a fin de que se revele en su momento. Y es así que ya está operando el misterio de la iniquidad; sólo que el que ahora retiene sea quitado de en medio, y entonces se revelará el inicuo, a quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el resplandor de su advenimiento; a aquel, cuyo advenimiento es, según la operación de satanás, en todo poder y signos y prodigios de mentira, y en todo engaño de iniquidad para los que perecen, por no haber abrazado el amor de la verdad para salvarse. Y por eso Dios les enviará una fuerza de error, para que crean en la mentira, y así sean juzgados todos lo que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad (LE 2).

Comentar cada uno de estos puntos no dice con el tema presente; pero hay en Daniel una profecía sobre el mismo anticristo, capaz de inspirar al lector prudente e inteligente admiración de las palabras verdaderamente divinas y proféticas, en que se habla acerca de los reinos por venir, comenzando por los tiempos de Daniel hasta la destrucción del mundo. El que tenga gusto, puede leerla; sin embargo, he aquí el pasaje que se refiere al anticristo: Y al término del reinado de éstos, cuando llegaren a su colmo los pecados, se levantará un rey de cara desvergonzada, y entendedor de astucias, y de mano fuerte, que destruirá cosas maravillosas, y prosperará y hará lo que bien le viniere, y destruirá a fuertes y a un pueblo santo. Y prosperará el yugo de su collar, la astucia estará en su mano y se exaltará en su corazón. Y por astucia destruirá a muchos, y sobre la perdición de muchos se sostendrá y los aplastará como huevos con la mano . En cuanto a lo que se dice en Pablo en el texto citado: De suerte que se asiente en el templo de Dios y se dé a sí mismo como Dios (LE 2), se dice también en Daniel con estas palabras: Y sobre el templo abominación de desolaciones, y hasta la consumación del tiempo se dará consumación de desolación .

He ahí lo que me ha parecido razonable alegar de entre otros muchos textos, a fin de que el lector pueda entender siquiera un poco de lo que los discursos divinos enseñan sobre el diablo y el anticristo. Contentémonos con esto y pasemos a otro texto de Celso, contra el que combatiremos según nuestras fuerzas.

47. £1 mundo, ¿hijo de Dios?

Así, pues, tras lo expuesto, prosigue Celso: "Por lo demás, intentaré explicar cómo les vino a la cabeza la idea misma de llamarlo (a Jesús) Hijo de Dios. Hombres antiguos, por ser este mundo obra de Dios, lo llamaron hijo de Dios y semidiós 2¡Y en verdad que este mundo y él son hijos semejantes de Dios!" Piensa, pues, Celso que llamamos a Jesús Hijo de Dios, tergiversando lo que se dice del mundo, como hechura que es de Dios, hijo suyo y dios. Y es que no fue capaz de ver, atendiendo a los tiempos de Moisés y de los profetas, que, antes de los griegos y antes de esos que llama Celso hombres antiguos, los profetas de los judíos profetizaron que hay en absoluto un Hijo de Dios. Tampoco quiso citar lo que dice Platón en sus cartas, de que nosotros hicimos mención antes (VI 8), acerca del que ordenó todo este universo, al que tiene él por Hijo de Dios. Así evitaba que Platón, a quien exalta muchas veces, le obligara a aceptar que el artífice de todo este universo es hijo de Dios, y el Dios primero y sobre todas las cosas, padre suyo.

Por lo demás, nada tiene de extraño que afirmemos estar el alma de Jesús hecha una sola cosa con tan grande Hijo de Dios y que ya no se separa de El, por la más alta participación del mismo; pues las divinas palabras de las sagradas letras conocen otras cosas que son dos por su naturaleza, pero que se consideran-y son-una sola entre sí. Así, del hombre y de la mujer se dice: Ya no son dos, sino una sola carne . Y a propósito del hombre perfecto, que se adhiere al verdadero Señor, que es Verbo, sabiduría y verdad, se dice: El que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El (LE 1).

Ahora bien, si el que se adhiere al Señor es un solo espíritu con El, ¿quién está más adherido o en grado igual que el alma de Jesús con el Señor, que es el Verbo en sí, la sabiduría, la verdad y la justicia en sí? Siendo esto así, no son dos cosas separadas el alma de Jesús y el primogénito de toda la creación (Col 1,15), el Logos Dios.

48. La Iglesia, cuerpo de Cristo

Por otra parte, cuando los filósofos de la Stoa afirman ser la misma la virtud del hombre y la de Dios y sacan la conclusión de que el Dios supremo no es más feliz que el sabio humano que ellos imaginan, sino que la felicidad de ambos es la misma (cf. IV 29), Celso no se ríe ni pone en solfa esta tesis 2B; mas cuando la palabra divina dice que el perfecto se adhiere por la virtud y se hace una sola cosa con el Logos en sí, de modo que, procediendo nosotros según ese principio, decimos que el alma de Jesús no se separa del Primogénito de toda la creación, se ríe Celso de que Jesús sea llamado Hijo de Dios, porque no ve lo que de El se dice, oculta y misteriosamente, en las divinas Escrituras.

Mas para llevar a la aceptación de lo dicho a quien quiera seguir la ilación de la doctrina y así aprovecharse, digamos lo siguiente: Las divinas letras dicen que la Iglesia entera de Dios es el cuerpo de Cristo, animado por el Hijo de Dios, y miembros de este cuerpo, que hay que mirar como un todo, son los creyentes, cualesquiera que fueren. Y es así que, como el alma vivifica y mueve al cuerpo, el cual, por naturaleza, no puede moverse por sí mismo de manera viva, así el Logos, moviendo y activando hacia el cumplimiento de sus deberes al cuerpo entero, que es la Iglesia, mueve a cada uno de los miembros de ella, que no hacen " nada fuera del Logos. Ahora bien, si este razonamiento, no desdeñable, tiene lógica, ¿qué dificultad hay que el alma de Jesús, y simplemente Jesús, por la suma e insuperable comunión con el Verbo mismo, no se separen del Unigénito y Primogénito de toda la cración, ni sean ya distintos 2S de El? Mas baste esto sobre este punto.

49. La cosmogonía mosaica

Pues veamos lo que sigue, y es que, con rotunda afirmación, sin aducir prueba alguna probable, condena la cosmogonía de Moisés con esta sola frase: "Además, su cosmogonía es muy simple". Ahora bien, si hubiera dicho en qué le parecía ser simple y hubiera alegado algún argumento para probarlo, hubiéramos tratado de impugnarlos; pero no me parece razonable demostrar, contra su afirmación, de qué modo no es simple.

Mas si alguno quiere ver despacio las razones que tenemos expuestas con patente demostración acerca de la cosmogonía de Moisés, eche mano de nuestros estudios sobre el Génesis desde el comienzo del libro hasta donde dice: Este es el libro de la creación del hombre . En ellos tratamos de demostrar por las mismas letras divinas qué es el cielo hecho al principio, y la tierra, y lo invisible e informe de la tierra; qué el abismo y las tinieblas que lo cubrían; qué el agua y el espíritu de Dios que se cernía sobre ella; qué la luz creada, qué el firmamento distinto del cielo hecho al principio, etc. .

También afirmó ser muy simple lo que se escribe acerca de la creación del hombre, sin alegar los textos ni impugnarlos; y es que, a lo que pienso, no disponía de razones capaces de refutar que el hombre fue hecho a semejanza de Dios . Mas tampoco entendió el paraíso plantado por Dios, ni la vida principal que en él llevaba el hombre, ni la que luego nació de la necesidad al ser arrojado de allí por su pecado y establecerse enfrente del paraíso de delicias. El que afirma que todo esto está dicho muy simplemente, entienda primero cada punto, y éste señaladamente: Ordenó a los querubines y la espada de fuego, que se blande sola, para guardar el camino del árbol de la vida ; a no ser que, por lo visto, Moisés escribiera todo eso sin pensar en nada, imitando a los poetas de la comedia antigua que por burla escribieron: "Preto se casó con Belerofonte" (cf. TH. KOCK, Att.

Com. fragm. p.406 fragm. 42), y el Pegaso procedía de la Arcadia. Pero los cómicos pegaron esas cosas para hacer reír; no es, empero, probable que quien dejó a un pueblo entero escrituras, sobre las que quería persuadir a los que las recibían como ley que estaban inspiradas por Dios, escribiera cosas absurdas y dejara sin sentido alguno que "ordenó (Dios) a los querubines y la espada de fuego, que se blande por sí misma, para guardar el camino de paraíso". Y dígase lo mismo acerca de lo demás sobre la creación del hombre, sobre la que filosofan los sabios hebreos.

50. Dificultades en la cosmogonía mosaica

Seguidamente, después de amontonar, por meras afirmaciones, las diferentes sentencias de los antiguos acerca del origen del mundo y de los hombres, dice que "Moisés y los profetas, que nos dejaron nuestros libros, por no saber cuál es la naturaleza del mundo y de los hombres, sólo compusieron puras tonterías". Ahora bien, si nos hubiera dicho la razón por que las divinas letras son pura tontería, nosotros probaríamos de refutar los argumentos que a él le parecen probables para demostrar que se trata de puras tonterías. Al no hacerlo, vamos nosotros a imitarlo y reírnos, afirmando que, por no haber sabido Celso, ni por semejas, cuál es la naturaleza de la mente ni de la razón que hay en los profetas, compuso un montón de puras tonterías, que tuvo la arrogancia de titular Discurso de la verdad.

Mas, como si fuera cosa que ha entendido clara y puntualmente, presenta Celso la objeción contra lo que se dice en la cosmogonía sobre los días, de los que unos pasaron antes de la creación de la luz y del cielo, del sol, de la luna y las estrellas, y otros después de su creación (cf. VI 60). Sobre esto notaremos sólo un punto para responderle: ¿Es que Moisés se olvidó de que había antes dicho: En seis días fue acabada la obra del mundo , y, por haberlo olvidado, añadió: Este es el libro de la creación de los hombres, el día que hizo Dios el cielo y la tierra? . Pero no hay probabilidad alguna de que, por no pensar en nada, después de lo dicho sobre los seis días, dijera lo de el día que hizo Dios el cielo y la tierra. Mas si alguno piensa que eso puede referirse al texto: Al principio hizo Dios el cielo y la tierra , sepa que, antes de las palabras: Hágase la luz, y fue hecha la luz; y las de: Llamó Dios a la luz día, se dice lo de que al principio hizo Dios el cielo y la tierra.

51. Ultimas observaciones sobre la cosmogonía mosaica

Ahora bien, no es nuestro propósito exponer la doctrina acerca de los seres inteligibles y sensibles, y de qué modo las naturalezas de los días están distribuidos entre ambas especies, ni tampoco discutir estos pasajes. Explicar la cosmogonía de Moisés nos exigiría tratados enteros, cosa que ya hemos hecho mucho tiempo antes de componer el presente tratado contra Celso. Según la capacidad de que hace muchos años disponíamos, discutimos sobre los seis días de la cosmogonía de Moisés ". Es de saber, sin embargo, que la palabra divina promete, por boca de Isaías, a los justos que, en la restauración, habrá días en que su luz eterna no será el sol, sino el Señor mismo, y Dios la gloria de ellos (Is 60,19). Por lo demás, malentendiendo alguna perversa secta que explica torcidamente lo de hágase la luz, como dicho en son de ruego por el Creador, dice Celso: "Porque, a la verdad, el Creador no se valió de la luz de arriba, como los que encienden sus lámparas con las de sus vecinos". Y entendiendo también mal alguna otra secta impía, dijo estotro: "Mas si había otro Dios maldito (VI 27) contrario al Dios grande, y hacía todo esto contra la intención de éste, ¿cómo es que le procuró la luz?" Por nuestra parte estamos tan lejos de defender eso, que estamos dispuestos a condenar con más energía a quienes así extraviadamente piensan y rebatir no lo que ignoramos de ellos, como Celso, sino lo que conocemos puntualmente, parte tpor habérselo oído "2 a ellos mismos, parte porque hemos le,ído despacio sus escritos.

52. Aberraciones varias sobre Dios

Después de esto dice Celso: "Por mi parte, nada voy a decir ahora acerca del origen y destrucción del mundo, ni si es increado e indestructible o creado e indestructible, o a la inversa". Por el mismo caso, tampoco nosotros diremos ahora nada acerca de esos puntos, pues no lo pide el tema que llevamos entre manos. Mas tampoco afirmamos que "el espíritu del Dios sumo viniera a los hombres como a extraños", según el texto: El espíritu de Dios se cernía por encima del agua .

Como tampoco afirmamos "haber sido tramadas algunas cosas por otro creador, distinto del

Dios grande, contra el espíritu de éste, consintiéndolo el Dios superior, cuando era menester fueran destruidos". Por eso vayanse en paz los que tales cosas dicen, lo mismo que Celso, que no los condenó adecuadamente; porque su deber era no mentar en absoluto tales aberraciones o, según le pareciera más humano, exponerlas cuidadosamente, para refutar luego lo que estuviera impíamente dicho. Ni tampoco hemos jamás oído que "el gran Dios diera su espíritu al demiurgo y luego se lo reclamara". Y después de tan impías palabras ", dice con tonta crítica: "¿Qué Dios hay que dé algo con intención de reclamarlo? Reclamar es de quien está necesitado, y Dios no necesita de nada". Y como quien dice algo ingenioso contra no sabemos quiénes, añade: "¿Cómo es que, al prestar, no cayó en la cuenta que prestaba a un maligno?" Y dice también: "¿Por qué consiente que el creador malo maniobre contra El?"

53. ¡Celso contra Marción!

Luego, confundiendo, a mi parecer, sectas con sectas y sin indicar que unas doctrinas pertenecen a una y otras a otra, presenta las dificultades que nosotros oponemos a Marción; y tal vez las haya entendido mal de algunos que condenan la doctrina con argumentos sin valor y vulgares, y, desde luego, con no sobrada inteligencia. Como quiera que sea, Celso expone lo que se objeta contra Marción, sin indicar que contra él habla, y dice así: "¿Por qué envía a escondidas y destruye las criaturas de éste? ¿Por qué irrumpe ocultamente y soborna y extravía? ¿Por qué a los que éste condena o maldice, como decís, El los atrae y se los lleva como si fuera un ladrón de esclavos? ¿Por qué enseña a escaparse del propio dueño y a huir del padre? ¿Por qué los adopta El mismo sin consentimiento del padre?" Y a esto añade como en tono de admiración: "¡Magnífico Dios que quiere ser padre de los pecadores que otro condena, de desheredados y, como vosotros decís, de la basura! . ¡Y al que envió para que los atrajera", no fue capaz de vengarlo cuando fue prendido!"

Luego, como si arguyera contra nosotros, que confesamos no ser este mundo obra de un Dios ajeno y extraño, dice así: "Pues si éstas son obras suyas, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar? ¿Cómo se arrepiente cuando los hombres se tornan ingratos y mal vados y censura su propio arte, y aborrece y amenaza y destruye sus propios vastagos? ¿Y adonde los saca de este mundo, que El mismo hizo?"

Paréceme que también aquí, por no haber aclarado bien cuáles son los males - y a fe que entre los griegos hay diferencias de opiniones sobre el bien y el mal - , se precipita a concluir que, según nosotros, por el hecho de afirmar que también este mundo es obra de Dios, Dios es hacedor del mal. Ahora bien, sea lo que fuere la cuestión del mal, sea Dios quien lo ha hecho o no, sino que sucede como accidente de lo principal; lo que yo admiro es que lo que Celso piensa seguirse de nuestra afirmación de que este mundo es también obra de Dios sumo, a saber, que Dios es autor del mal, se sigue también de lo que él mismo dice. Efectivamente, también a Celso se le puede preguntar: "Si esto es obra suya, ¿cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir y amonestar?" El peor mal que puede darse en los razonamientos, cuando alguien acusa a otros que no piensan como él de doctrinas que reputa por insanas, es ser él mismo mucho más atacable por las propias doctrinas.

54. El bien y el mal según la Escritura

Veamos, pues, nosotros brevemente qué haya de tenerse por bien o mal según las Escrituras, y qué hayamos de responder a las preguntas de Celso: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas? ¿Cómo es incapaz de persuadir o amonestar?" Ahora bien, propiamente hablando, según las divinas Escrituras, bienes son las virtudes y las acciones conforme a la virtud; como, propiamente hablando, males son lo contrario. De momento nos contentaremos con las palabras del salmo 33, que lo demuestran

así : ... Mas los que buscan al Señor, jamás carecerán de bien alguno. Venid, hijos; oídme; el temor del Señor quiero enseñaros. ¿Quién es el hombre que la vida quiere y busca días buenos? Pues reprime tu lengua de lo malo, y tus labios, de dichos embusteros. Apártate del mal y el bien abraza (Ps 33,10). Apartarse del mal y abrazar el bien no se dice aquí de los bienes o males corporales, así llamados por algunos, ni de los bienes externos, sino de los bienes y males del alma; pues el que se aparta de esos males y obra esos bienes, como quien quiere la vida verdadera, puede llegar a ella, y el que desea " ver días buenos, cuyo sol de justicia es el Logos, los verá, pues Dios lo librará del presente siglo malo y de los días malos de que habla Pablo: Rescatando él tiempo, pues los días son malos .

55. Dios no es autor del mal

Cabe, sin embargo, hallar pasajes en que las cosas corporales y exteriores que contribuyen a la vida natural son impropiamente llamadas bienes, y las contrarias, males. En este sentido dice Job a su mujer: Si hemos recibido los bienes de mano del Señor, ¿por qué no soportaremos también los males? . Ahora bien, como en las divinas Escrituras una vez se dice como en persona de Dios: Yo soy el que creo la paz y produzco los males (Is 45,7), y otra acerca de El mismo: Bajaron males de parte del Señor sobre las puertas de Jerusálén, estruendo de carros y de caballería , pasajes que han turbado a muchos lectores de la Escritura por no ser capaces de comprender lo que, según ella, se designa como bienes y males, es probable que, hallando en esto sus dificultades, dijera Celso: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?"; si no es que escribió esta frase por haber oído explicar con harta ignorancia lo que atañe a este tema.

Nosotros, empero, afirmamos que el mal propiamente dicho, o sea la maldad y las acciones que de ésta proceden, no las ha hecho Dios. ¿Cómo pudiera, en efecto, predicarse con seguridad el dogma del juicio, según el cual los malos son castigados a proporción de las malas acciones que hubieren cometido, y son, en cambio, bienaventurados y alcanzan las recompensas prometidas por Dios los que hubieren vivido según la virtud o hubieren practicado las acciones virtuosas, si fuera verdad que Dios hace los verdaderos males? Sé muy bien que quienes tienen la audacia de afirmar que también éstos vienen de Dios, alegarán ciertos dichos de la Escritura, pero no podrán alegar un contexto seguido de ella ". La Escritura, en efecto, condena a los que pecan y alaba a los que obran bien, y no por eso deja de decir aquellas cosas que, por no ser pocas, perturban a los que leen ignorantemente las divinas letras. Sin embargo, no me ha parecido convenir a la obra que llevo entre manos exponer ahora esos pasajes perturbadores, por ser muchos y necesitar su interpretación de largas discusiones.

En conclusión, Dios no hace los males, si por tales se entienden los que así se llaman en sentido propio; sino que de sus obras principales se siguen algunos, pocos en parangón con el orden del universo. Son como las virutas en espiral y el serrín que se sigue de las obras principales de un carpintero, o como los albañiles parecen ser la causa de los montones de cascote, como basura que cae de las piedras y polvo.

56. Los males corporales, medicina de Dios

Ahora, si se habla de los males que impropiamente se llaman así, de los males corporales y exteriores, no hay inconveniente en conceder que, a veces, haya enviado Dios algunos de ellos con el fin de convertir por su medio a quienes los sufrieron. ¿Y qué puede haber de absurdo en esa doctrina? Cierto que, usando impropiamente la palabra "mal", llamamos males los castigos que se imponen por padres, maestros o pedagogos a los que se educan, o los sufrimientos que causan los médicos a quienes, con el fin de curarlos, cortan o cauterizan, y decimos que el padre hace mal a sus hijos, o los pedagogos y maestros a los niños y los médicos a los enfermos; sin embargo, nadie condenará a quienes así golpean o cortan. Pues por modo semejante, si se dice que Dios hace cosas como ésas con el fin de convertir a los que necesitan de esos trabajos, nada de absurdo tiene pareja doctrina, ora se diga que bajan males de parte del Señor sobre las puertas de Jeru-salén , males que provienen de los trabajos que causan los enemigos, pero que se les imponen para su conversión; ora visite con vara las iniquidades de los que abandonan la ley de Dios y con azotes los pecados de ellos (Ps 88,33 Ps 31); ora diga: Tienes carbones de fuego, siéntate sobre ellos, y ellos serán tu ayuda (Is 47,14-15). Y por modo semejante explicamos el otro texto: El que crea la paz y produce los males (Is 45,7), pues Dios produce los males corporales, o externos, para purificar y educar a quienes no quieren educarse por la palabra y sana enseñanza. Esto en respuesta a la pregunta: "¿Cómo es que Dios hizo cosas malas?"

57. La amonestación y persuasión divina no atentan a la voluntad

En cuanto a la otra pregunta: "¿Cómo es Dios incapaz de persuadir y amonestar?", ya antes hemos dicho (cf. IV 3.40; VI 53) que, si esto es una acusación, la frase de Celso pudiera dirigirse a todos los que admiten una providencia. Sin embargo, es fácil defenderse diciendo que Dios no es incapaz de amonestar, pues amonesta por medio de la Escritura entera y de los que, por la gracia de Dios, enseñan a los oyentes. A no ser que se atribuyera al verbo "amonestar" (o reprender) un sentido propio, es decir, el de tener también éxito en el reprendido y ser oída " la doctrina del que enseña. Pero esto se aparta del sentido que el uso ha hecho corriente.

En cuanto a lo otro: "¿Cómo es incapaz de persuadir?", que pudiera también objetarse a todos los que admiten una providencia, hay que decir lo siguiente. El verbo "persuadirse" (peithesthai) es de los que se llaman de acción recíproca, análogo al de "cortarse" un hombre el pelo, que tiene que poner de su parte la acción de someterse al que se lo corta **. Por eso, no se requiere sólo la acción del que persuade, sino también, digámoslo así, la sumisión al que persuade, es decir, la aceptación de lo que dice el que persuade. De ahí que no deba decirse que Dios no persuade a los que no persuade por no poderlos persuadir, sino porque ellos no reciben las palabras persuasivas de Dios.

El que esto aplicara a los hombres que se llaman "artífices de la persuasión" (PLAT., Gorg. 453ass), no erraría; es posible, en efecto, que uno haya comprendido excelentemente los preceptos de la retórica, y use de ellos en forma debida, y haga cuanto cabe para persuadir, y, sin embargo, al no conquistar la voluntad del que debiera persuadirse, parezca que no persuade. Ahora bien, aunque el decir palabras persuasivas viene de Dios, el persuadirse no viene de Dios, como claramente lo enseña Pablo cuando dice: Esta persuasión no viene de quien os ha llamado . Ese sentido tiene también este texto: Si quisiereis y me escuchareis, comeréis los bienes de la tierra; mas si no quisiereis ni me escuchareis, la espada os devorará (Is 1,19-20). Para que uno quiera lo que dice el que le reprende y, oyéndole, se haga digno de las promesas de Dios, es menester la voluntad del que oye y que se incline a lo que se dice. Esta es la razón por que, a mi parecer, se dice tan enfáticamente en el Deuteronomio: Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, Dios tuyo, sino que temas al Señor, Dios tuyo, y que andes por todos sus caminos, y que lo ames y guardes sus mandamientos? .

58. £1 diluvio, purificación de la tierra

Tócanos ahora responder a esta otra pregunta: "¿Cómo es que se arrepiente cuando se hacen ingratos y malos, y tacha su propio arte, y aborrece, y amenaza, y destruye sus propios vastagos?" Pero en estas palabras calumnia Celso y tergiversa lo que se escribe en el Génesis, y es de este tenor: Como viera el Señor Dios que se habían multiplicado las maldades de los moradores de la tierra, y que todos pensaban adrede en su corazón para obrar el mal todos los días, se irritó el Señor de haber hecho al hombre sobre la tierra, y pensó en su corazón, y dijo Dios: Borraré al hombre que hice de la faz de la tierra, desde el hombre a la bestia, y desde los reptiles hasta las aves del cielo, pues me he irritado de haberlos hecho . Celso cita lo que no está escrito como si estuviera indicado por lo escrito. Efectivamente, ahí no se menciona el arrepentimiento de Dios, ni que tache y aborrezca su propia arte. Y si Dios parece amenazar el castigo del diluvio y destruir en él sus propias obras, a ello hay que decir que, siendo el alma del hombre inmortal, la que parece amenaza tiene por fin convertir a los que la oyen. Y la destrucción de los hombres es una purificación de la tierra, como dijeron los mismos filósofos griegos, de no despreciable autoridad, por estas palabras: "Mas cuando los dioses purifican la tierra" (PLAT., Tim. 22d; cf. IV 11-12.20-21.62.64.69). En cuanto a las expresiones como de pasiones humanas atribuidas a Dios, no poco hemos hablado ya anteriormente sobre ellas (I 71; IV 71-72).

59. Doble acepción de la palabra "mundo"

Sospechando luego Celso, o tal vez viendo por sí mismo lo que pueden responder los que defienden ese punto de los que perecieron en el diluvio, dice: "Y si no destruye sus propios vástagos, ¿dónde los saca de este mundo que El mismo hizo?" A esto decimos que Dios no saca en absoluto del mundo entero, que consta del cielo y de la tierra, a los que sufrieron el diluvio, sino que los libra de la vida en la carne y, al desatarlos de los cuerpos, los desata a par de la existencia sobre la tierra, a la que, en muchos pasajes, acostumbra la Escritura llamar "mundo". En el evangelio señaladamente según Juan es de ver cómo muchas veces se llama mundo la región terrestre, por ejemplo, en este texto: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo ; y estotro: En él mundo tendréis tribulación; - pero tened confianza, yo he vencido al mundo (16,33). Ahora, pues, si el sacar del mundo se entiende de esta región terrestre, nada de absurdo tiene la frase; mas, si se llama mundo el conjunto del cielo y la tierra, los que sufrieron el diluvio no son absolutamente sacados del mundo así llamado. Sin embargo, si entendemos este texto: No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven (Is 2), y estotro: Lo que en El hay de invisible, desde la creación del mundo, se contempla, entendido por medio de las criaturas , pudiéramos decir que, hallándonos entre lo invisible y, en general, entre lo que se llama no visto, hemos salido del mundo, como quiera que el Logos nos saca de aquí y nos traslada al lugar supraceleste para contemplar la belleza (PLAT., Phaidr. 247c).

60. Vuelta a la obra de los seis días

Después del texto examinado, como si a todo trance quisiera llenar su libro de muchas palabras, dice con otros términos lo mismo que poco antes (VI 50-51) hemos discutido: "Pero mucho más tonto es haber distribuido algunos días para la creación del mundo antes de que existieran días. Porque ¿qué días podía haber cuando no se había aún creado el cielo, ni estaba asentada la tierra, ni el sol giraba en torno de ella?" 3" ¿Qué diferencia hay entre esto y estotro: "Mas tomando la cosa desde el principio, ¿no sería absurdo que el Dios primero y máximo mandara: Hágase esto, lo otro y lo de más allá, y el primer día fabricara tanto o cuanto, el segundo un tanto más, y así el tercero, cuarto, quinto y sexto?"

Potencialmente ya hemos respondido a lo de "mandar que se haga esto, o lo otro, o lo de más allá", cuando adujimos el texto: El dijo y fueron hechos; El mandó y fueron creados (Ps 32,9 Ps 148,5), y dijimos que el creador inmediato es el Hijo de Dios, el Logos, el creador, digamos, propio del mundo; mas el Padre del Logos es primeramente creador por el hecho de haber ordenado a su Hijo, el Logos, que hiciera el mundo. Ahora bien, sobre que el primer día fue hecha la luz, el segundo el firmamento, el tercero se congregaron las aguas de debajo del cielo en sus lugares de reunión y así germinó la tierra lo que es administrado por la sola naturaleza, y el cuarto los luminares y las estrellas, y el quinto los animales que nadan y el sexto los de tierra y el hombre, dijimos según nuestras fuerzas en nuestros Estudios sobre el Génesis. Más arriba igualmente (VI 50) criticamos a los que, siguiendo una interpretación superficial, han afirmando que, para la creación del mundo, pasaron espacios de seis días, y adujimos el texto: Este es el libro de la creación del cielo y de la tierra, cuando fue creado, el día que hizo Dios el cielo y la tierra .

61. El descanso de Dios

Celso no entendió luego este texto: Y acabó Dios el día sexto sus obras, que hiciera, y el día séptimo descansó de todas las obras que hiciera, y bendijo Dios el día séptimo, y lo santificó, porque en él descansó de todas las obras que se propuso hacer ; y, pensando ser lo mismo cesó el día séptimo y descansó el día séptimo, dice: Después de esto, cansado, como si realmente fuera un mal trabajador, necesitó descansar en la ociosidad". Es que Celso ignora qué día sea ése, después de la creación del mundo, que opera en tanto subsiste el mundo, día del sábado y de la cesación de Dios, en que celebrarán fiesta juntamente con El los que durante los seis días hubieren hecho todas sus obras, y, por no haber omitido nada de lo que les incumbía, subirán a su contemplación y a la congregación entera de los justos y bienaventurados que en ella se comprende.

Luego, como si así hablaran las Escrituras o explicáramos nosotros que Dios descansó por estar fatigado de su trabajo, dice Celso: "No es bien decir que el Dios primero se canse, ni que trabaje con sus manos, ni que dé órdenes". Ahora bien, Celso dice no ser bien decir que el Dios primero se canse; mas nosotros diríamos que ni siquiera el Dios Verbo se cansa, ni cuantos han logrado ya un orden superior y divino, pues el cansarse es propio de los que están en un cuerpo. Sólo cabría inquirir si eso haya de decirse de cualquier cuerpo o sólo del cuerpo terreno o algo mejor que éste. Y tampoco es lícito decir que el Dios primero trabaje con las manos; y si se entiende propiamente eso de trabajar con las manos, ni si quiera el Dios segundo '" ni ser alguno divino. Pero cabe decirse impropia o figuradamente lo de trabajar con las manos, y así explicaríamos el texto: La hechura de sus manos anuncia el firmamento (Ps 18,2); y el otro: Sus manos afirmaron el cielo (Ps 101,26). En estos y parecidos pasajes entendemos figuradamente las manos y miembros de Dios. ¿Qué hay entonces de absurdo en que Dios obre en este sentido con sus manos? Y como no es absurdo que Dios obre en este sentido con sus manos, tampoco lo es que mande, a fin de que las obras llevadas a cabo por el que recibió el mandato sean bellas y laudables, por haber sido Dios quien mandó que fueran hechas.

62. La "voz" de Dios

Acaso entendió también Celso mal el texto: Porque la boca del Señor ha hablado esto (Is 1,20), o a los ignorantes que precipitadamente le explicaron otros semejantes, y, al no comprender a qué se ordena lo que se dice sobre los poderes de Dios con nombres de miembros corporales, dice así: "Dios no tiene cuerpo ni voz". A decir verdad, no se podrá decir que Dios tenga voz, si la voz es aire que vibra o percusión de aire, o una especie de aire, o como quiera definan la voz los que entienden de estas cosas. Sin embargo, la que se llama voz de Dios se dice ser vista como voz de Dios por el pueblo: Todo el pueblo veía la voz de Dios (Ex 20,18), tomándose el ver espiritualmente, para decirlo con la palabra usual en la Escritura . Y añade que "Dios no tiene nada de lo que nosotros sabemos". Pero no especifica qué cosas sabemos nosotros. Porque, si se refiere a miembros, estamos de acuerdo con él, sobrentendiendo "lo que sabemos según las denominaciones corporales y comunes". Mas si entendemos de modo universal "lo que sabemos", muchas cosas sabemos que atribuimos a Dios", pues El tiene virtud, bienaventuraza y divinidad. Mas, si entendemos en sentido más alto "lo que sabemos", puesto que todo lo que sabemos es inferior a Dios, no hay inconveniente en admitir que nada tiene Dios de lo que nosotros sabemos. Y es así que lo que hay en Dios es muy superior a cuanto "sabe no sólo la naturaleza del hombre, sino también quienes están por encima de ella". Mas, si Celso hubiera leído los dichos de los profetas, de un David que dice: Mas tú eres el mismo (Ps 101,28); y de un Malaquías: Yo soy y no me mudo , hubiera visto que ninguno de nosotros afirma se dé en Dios cambio ni de obra ni de pensamiento. Y es así que, permaneciendo el mismo, gobierna las cosas mudables, como corresponde a su naturaleza y como la razón misma persuade deben ser gobernadas.

63. £1 hombre, imagen de Dios

Luego no vio tampoco Celso la diferencia que va entre ser conforme a la imagen de Dios y ser "imagen de Dios" (Col 1,15); pues imagen de Dios es el Primogénito de toda la creación, el Logos en sí, la verdad en sí y la sabiduría en sí, que es imagen de su bondad , y hasta todo varón, cuya cabeza es Cristo, es imagen y gloria de Dios (Col 1). Ni comprendió tampoco en qué parte del hombre está impresa esa imagen de Dios, es decir, en el alma que no ha tenido, o que ya no tiene, al hombre viejo con sus obras (Col 3,9), y, por no tenerlo, se dice ser a imagen de su Creador. De ahí es que Celso diga: "Tampoco hizo al hombre imagen suya, pues Dios no es tal, ni se asemeja a forma otra alguna". Pero ¿es posible pensar que la imagen de Dios está en la parte inferior de hombre, ser compuesto, quiero decir, en su cuerpo y, como Celso lo interpretó, que éste sea la imagen de Dios? Porque, si el ser según imagen de Dios se da en el cuerpo solo, la parte superior, que es el alma, queda privada de ser a imagen de Dios, y ésta estaría en el cuerpo corruptible, cosa que nadie de nosotros dice. Mas si el ser a imagen de Dios está en el compuesto, seguiríase necesariamente que Dios es compuesto, y también constaría como de cuerpo y alma; así, lo superior de su imagen estaría en el alma; lo inferior, lo que atañe al cuerpo, en el cuerpo, cosa que nadie de nosotros afirma. Resta, pues, que el ser a imagen de Dios haya de entenderse del hombre interior, como lo llamamos nosotros , que se renueva y es naturalmente capaz de formarse a imagen del que lo creó (Col 3,10). Tal acontece cuando el hombre se hace perfecto, como es perfecto el Padre celestial (Mt 5,48), y oye el mandato: Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy santo , y aprende estotro: Sed imitadores de Dios . Entonces toma el hombre en su alma virtuosa los rasgos de Dios; y también el cuerpo del que, por razón de la imagen de Dios, ha tomado los rasgos de Dios, es un templo (Mt 1); el cuerpo, digo, del que tiene tal alma; y, en el alma, por razón de ser conforme a la imagen de Dios.

64. Platonismo y cristianismo

Luego ensarta Celso, por su cuenta cosas y más cosas, como concedidas por nosotros, siendo así que ningún cristiano que tenga inteligencia las concede. Porque nadie de nosotros concede que "Dios participe de figura o color". Ni tampoco participa de movimiento El, que, por estar firme y tener naturaleza firme, convida a lo mismo al justo cuando dice: Tú, empero, estáte aquí conmigo . Ahora bien, si hay frases que parecen atribuirle movimiento, como la que dice: Oyeron al Señor Dios que se paseaba por el paraíso al atardecer , hay que entenderlo en el sentido de que los que habían pecado se imaginaban que Dios se movía, o como se habla figuradamente del sueño de Dios, de su ira o cosas por el estilo.

Y tampoco participa Dios de la substancia (o esencia: ousía), pues El es participado, más bien que participa, y es participado por quienes tienen el espíritu de Dios. Por el mismo caso, nuestro Salvador tampoco participa de la justicia, sino que, siendo El la justicia misma, de El participan los justos.

Por lo demás, mucho - y difícil de entender - habría que decir acerca de la substancia, señaladamente si tratáramos de la substancia propiamente dicha, que es inmóvil e incorpórea. Habría que inquirir si Dios, "por su categoría y poder transciende toda sustancia" (PLAT,. Pol. 509b; cf. infra VII 38); El, que hace participar en la substancia a los que participan según su Logos, y al mismo Logos; o si también El es sustancia, a pesar de que se dice de El ser invisible en la palabra de la Escritura, que dice sobre el Salvador: El cual es imagen del Dios invisible (Col 1,15); texto en que la voz "invisible" quiere decir incorpóreo. Habría igualmente que investigar si el Unigénito y Primogénito de la creación debe decirse ser la substancia de las substancias y la idea de las ideas y el principio; pero que Dios, Padre suyo, transciende todos estos conceptos.

65. Los puntos sobre las íes

Ahora bien, Celso dice que "de El procede todo" después que, no sé cómo, separó todas las cosas de Dios (cf. IV 52); mas nuestro Pablo: De El-dice-y por El y para El son todas las cosas , texto en que "de El" se refiere al origen de la existencia de todas las cosas; "por El" a su con servación, y "para El" a su finalidad. Verdaderamente "Dios no procede de nadie"; mas como afirma que "tampoco puede alcanzarse por razón", distingo lo que se entiende por razón. Si se entiende la razón que hay en nosotros, ora interna, ora proferida, también nosotros afirmaremos que Dios no es comprensible por la razón; pero, si entendemos este texto: En el principio era la razón (logos, verbo), y la razón estaba en Dios y la razón era Dios ; afirmamos que para esta razón es Dios comprensible, y no sólo es comprensible para ella, sino también para aquel a quien ella revelare al Padre (Mt 11,27). Con ello damos un mentís a la afirmación de Celso, según la cual "no puede alcanzarse a Dios por la razón". Y que "tampoco se lo pueda nombrar", necesita también de distinción. Efectivamente, si se quiere decir que no hay dicho ni expresión que pueda representar los atributos de Dios, la tesis es verdadera; como que muchas de las-cualidades de las cosas no son tampoco nominables. ¿Quién puede, en efecto, distinguir con un nombre la diferencia de dulzor de un dátil y de un higo? ¿Quién puede distinguir y representar por un nombre la propia cualidad de cada uno? Nada tiene, pues, de extraño que, en este sentido, no sea Dios nominable. Pero si nominable se toma en el sentido de que es posible representar algo de sus atributos para dar la mano al oyente y hacer que entienda algo de El en cuanto cabe en la naturaleza humana, no hay inconveniente en decir que Dios es nominable. Y del mismo modo distinguiremos lo de que "nada le pasa o padece que sea comprensible por un nombre". Verdad es, sin embargo, que Dios está fuera de todo padecimiento (cf. IV 72). Y baste sobre esto lo dicho.

66. Jesús, Dios, luz que nos ilumina

Veamos también el texto que sigue, en que introduce una especie de personaje que, oído lo que antecede, dice: "Entonces, ¿cómo puedo conocer a Dios? ¿Y cómo puedo saber el camino que conduce a El? ¿Y cómo me muestras a Dios? Porque la verdad es que ahora me estás echando tinieblas sobre los ojos y nada veo con claridad". Seguidamente, parece como que responde al que esas" dificultades siente, y cree dar la causa de que se derrame oscuridad en los ojos del que así habla, y dice: "Cuando se saca a luz brillante a los que estaban entre tinieblas, como no pueden resistir los resplandores de la luz, creen que se perjudican y dañan la vista y que se quedan ciegos" ". A lo que diremos que en tinieblas están sentados y envueltos por ellas todos los que miran a las malas artes de pintores, plasmadores y escultores, y no quieren levantar los ojos y remontarse, por su mente, de todo lo visible y sensible al artífice del universo, que es luz; en la luz se halla, empero, todo el que ha seguido los esplendores del Logos, que le hizo ver con cuánta ignorancia e impiedad y desconocimiento de lo divino adoraba esas cosas en lugar de Dios; del mismo Logos, que llevó de la mano la mente de quien quiere salvarse hasta el Dios increado y supremo. Y es así que el pueblo sentado en las tinieblas-el pueblo de los gentiles-vio una luz grande; y una luz se levantó para los que estaban sentados en la región y sombras de la muerte (Mt 4,16), una luz que es Jesús Dios.

Así, pues, ningún cristiano le responderá a Celso ni a ninguno de los que condenan la palabra divina: "¿Cómo puedo conocer a Dios?", pues cada uno de ellos, en cuanto cabe, conoce a Dios. Y ninguno dirá: "¿Cómo sabré el camino que lleva a El?", pues ha oído al que dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida y gustado, en el caminar mismo, el provecho de caminar. Y ningún cristiano le diría a Celso: "¿Cómo me muestras a Dios?"

67. No tenemos nada que ver con las tinieblas

Sin embargo, en las palabras susodichas, algo verdadero dijo Celso, y es que, oyendo alguien sus razones y viendo que son razones de tinieblas, le responde: "Estás echando tinieblas sobre mis ojos". Indudablemente, Celso y los de su ralea quieren echar tinieblas sobre nuestros ojos; pero, con la luz del Verbo, disipamos nosotros las tinieblas de las doctrinas impías. Un cristiano le pudiera decir a Celso que no dice nada claro ni verdadero: "Nada veo claro en tus discursos". Así, Celso no nos saca de las tinieblas, a la luz brillante, sino que quiere echarnos de la luz a las tinieblas, haciendo de la luz tinieblas y de las tinieblas luz, cayendo de lleno bajo la hermosa sentencia de Isaías, que dice así: ¡Ay de los que hacéis de las tinieblas luz y de la luz tinieblas! (Is 5,20).

Nosotros, empero, puesto que el Verbo ha abierto los ojos de nuestra alma y vemos la diferencia entre la luz y las tinieblas, estamos decididos a per manecer a todo trance en la luz y no queremos tener nada que ver con las tinieblas. Ahora bien, como la luz verdadera (Is 1) es a par luz viviente, ella sabe a quién deben mostrarse los esplendores de la luz y a quién la simple luz, y no ofrecer su propio resplandor, por razón de la debilidad de los ojos del que debiera contemplarlo. Mas si hay que hablar en absoluto de "daño y perjuicio de la vista", ¿qué ojos diremos que lo padecen sino los de quien está dominado por la ignorancia de Dios e impedido por sus pasiones de ver la verdad?

Los cristianos, pues, no piensan en modo alguno que estén cegados por los discursos de Celso ni de ningún extraño a su religión; mas los que se sientan cegados por seguir a las muchedumbres de los extraviados y a las naciones de los que celebran fiestas en honor de los demonios, acerqúense al Logos que hace merced de los ojos. Así, a semejanza de aquellos pobres ciegos que se arrojaron junto al camino y fueron curados por Jesús por haberle dicho: Hijo de David, ten compasión de nosotros (LE 18,38 Mt 20,30), también ellos, objeto de misericordia, recobrarán ojos nuevos y hermosos, cuales puede crear el Verbo de Dios.

68. Conocemos a Dios por el Verbo hecho carne

Por eso, si Celso nos pregunta "cómo pensamos conocer a Dios y ser salvados por El", le responderemos que el Verbo de Dios, que está en los que lo buscan o lo reciben cuando se les manifiesta, es suficiente para dar a conocer y revelar al Padre, que, antes de su advenimiento, no era visto. ¿Y qué otro sino el Verbo de Dios puede salvar el alma del hombre y llevarla al Dios supremo? El, que en el principio estaba en Dios, por amor de los que estaban pegados a la carne y hechos como carne, se hizo carne, para ser comprendido por los que no podían contemplarlo en cuanto era Verbo y estaba en Dios y era Dios . Y, hablándose de El como ser corpóreo y predicado como carne (cf. IV 15), llama a sí mismo a los que son carne, a fin de configurarlos primero según el Verbo que se hizo carne, y los levante luego a contemplarlo tal como era antes de hacerse carne; de suerte que, aprovechados y remontándose de la iniciación según la carne, digan: Mas si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos (Mt 2).

Se hizo, pues, carne y, hecho carne, puso su tienda entre nosotros , y no estuvo fuera de nosotros. Sin embargo, puesta su tienda y estando entre nosotros, no conservó su primera forma; pero, levantándonos al espiritual monte elevado, nos mostró su forma gloriosa y la brillantez de sus vestiduras. Y no sólo de sí mismo, sino también de la ley espiritual, que es Moisés, aparecido glorioso junto con Jesús; y nos mostró también toda profecía, que no murió después de su encarnación, sino que fue levantado al cielo, de lo que fue símbolo Elias (Mt 17,1-3). Ahora bien, el que esto contemplara pudo decir: Vimos su gloria, una gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad . Ahora bien, con harta ignorancia se inventó Celso lo que piensa responderíamos a su pregunta de "cómo pensamos conocer a Dios y ser salvados por El". Por nuestra parte le podemos decir lo que acabamos de exponer.

69. El Verbo, igual en grandeza al Padre

Sin embargo, conjetura Celso nuestra respuesta y declara consignarla en estos términos: "Como quiera que Dios es grande y difícil de contemplar, metió su propio espíritu en un cuerpo semejante al nuestro, y lo envió, para que pudiéramos oírlo y aprender de El". Pero, según nuestra doctrina, no es sólo grande el Dios y Padre del universo, pues hizo partícipe de sí mismo y de su grandeza al Unigénito y Primogénito de toda la creación (Col 1,15), para que, siendo imagen del Dios invisible (ibid.), reprodujera también en la grandeza la imagen del Padre. No era, en efecto, posible ser imagen adecuada, digámoslo así, y hermosa del Dios invisible si no reprodujera también la imagen de su grandeza.

Por lo demás, también, según nosotros, es Dios invisible, puesto que no es cuerpo; sin embargo, es visible para quienes son capaces de contemplar con el corazón, es decir, con la mente; pero no con un corazón cualquiera, sino puro (Mt 5,8). No es bien, en efecto, que un corazón manchado contemple a Dios. Puro debe ser lo que haya de contemplar dignamente a lo puro. Concedamos, enhorabuena, que Dios es difícil de contemplar; pero no es El solo difícil de contemplar para alguien, sino también su Unigénito. Difícil, efectivamente, de contemplar es el Dios Verbo, difícil igualmente la sabiduría, con que Dios hizo todas las cosas (Ps 103,24). Porque ¿quién puede contemülar la sabiduría con que Dios hizo cada una de las cosas? No envió, pues, Dios a su Hijo, como si El fuera difícil de contemplar y el Hijo fácil. Por no comprenderlo Celso, nos puso a nosotros en la boca estas palabras: "Como quiera que Dios es difícil de contemplar, metió su propió espíritu en un cuerpo semejante al nuestro, y lo envió acá, para que pudiéramos oírlo y aprender de El". Sin embargo, como hemos hecho notar, también el Hijo es difícil de contemplar, como Verbo Dios que es, por quien todo fue hecho y que puso su tienda entre nosotros.

70. En qué sentido es Dios espíritu

Mas si Celso hubiera entendido lo que decimos acerca del Espíritu de Dios y que cuantos son conducidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios , no hubiera afirmado por su cuenta, atribuyéndonoslo a nosotros: "Habiendo metido Dios su espíritu en un cuerpo, nos lo envió acá". La verdad es que Dios da siempre parte de su espíritu a quienes son capaces de participar del mismo, que mora en los que lo merecen, y no por corte ni división. Y es así que no es cuerpo lo que nosotros entendemos por espíritu, como tampoco lo es el fuego que se dice ser Dios en este texto: Nuestro Dios es fuego consumidor . Todo eso se dice figuradamente para representar, por los nombres corrientes y corpóreos, la naturaleza inteligible. Cuando se dice que los pecados son leña, hierba y paja, no diremos que los pecados son cuerpos; y cuando se dice que las buenas obras son oro, plata y piedras preciosas (Ps 1), no diremos tampoco que las buenas obras son cuerpos. Por el mismo caso, aunque se diga que Dios es fuego que consume la lefia, la hierba y la paja y toda substancia de pecado, no entenderemos que El sea cuerpo; ni, cuando se dice ser fuego, lo entenderemos como cuerpo. Porque es costumbre de la Escritura, para distinguir lo sensible de lo inteligible, llamar a esto último espíritu y espiritual, como cuando dice Pablo: Nuestra suficiencia, empero, viene de Dios, el cual nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, que no es de letra, sino de espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica (Ps 2). Aquí llama "letra" la interpretación sensible (o material) de las divinas Letras, y espíritu, a la inteligible (o espiritual). Lo mismo, consiguientemente, en estotro: Dios es espíritu. Porque, como samaritanos y judíos cumplían los preceptos de la ley de forma material y externa, le dijo el Salvador a la samaritana: Llega la hora en que ni en Jerusalén ni en ese monte adorarán al Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran es menester que lo adoren en espíritu y en verdad . Palabras con que enseñó que no debe adorarse a Dios con carne ni sacrificios carnales, sino con espíritu. Y es así que Jesús mismo pudiera ser comprendido como espíritu a proporción como alguien le sirve en espíritu e inteligiblemente.

Pero tampoco hay que adorar al Padre con signos externos, sino con verdad, que fue hecha por obra de Jesucristo, después que la ley fue dada por Moisés . Porque, cuando nos convertimos al Señor (y el Señor es espíritu), se quita el velo puesto sobre el corazón cuando se lee a Moisés (Ps 2).

71. Estoicismo y cristianismo

Realmente, por no haber comprendido Celso la doctrina sobre el espíritu (y es así que el hombre animal no percibe las cosas del espíritu de Dios, pues son para él locura, y no puede comprenderlas porque se disciernen espiritualmente (Ps 1), piensa que, al afirmar nosotros que Dios es espíritu, en nada nos diferenciamos, en este punto, de los estoicos griegos, según los cuales Dios es espíritu, que lo penetra todo y todo lo contiene en sí mismo. La verdad es que la inspección y providencia de Dios lo penetra todo, pero no como el espíritu de los estoicos. Cierto también que la providencia abarca todo lo que es objeto de ella y .todo lo comprende; pero no comprende como un recipiente cuando lo comprendido es también un cuerpo; sino como una fuerza divina que comprende lo comprendido.

Cierto que, según los estoicos, para quienes los primeros principios son corporales y someten, por ende, todas las cosas a destrucción, y estarían dispuestos a destruir al mismo Dios supremo si esto no les pareciera demasiado absurdo, el Logos de Dios, que desciende hasta los hombres y a las mínimas cosas, no sería otra cosa que un espíritu corpóreo; mas, según nosotros, que nos esforzamos en demostrar que el alma racional es superior a toda naturaleza corpórea y substancia invisible e incorpórea, el Dios Logos no puede ser cuerpo; aquel Logos, decimos, por quien todo fue hecho y que llega para que todo se haga por El, no sólo hasta los hombres, sino también hasta las criaturas que son tenidas por mínimas y regidas sólo por la naturaleza. Allá, pues, los estoicos, que pegan fuego a todo; nosotros no sabemos que una substancia incorpórea pueda ser pasto del fuego, ni que se disuelva en fuego el alma del hombre, ni la substancia de los ángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades.

72. Divagaciones de Celso

De ahí es que, como quien no entiende la doctrina sobre el espíritu de Dios, vanamente dice Celso: "Dado que el Hijo de Dios, que nació en cuerpo humano, es espíritu por don de Dios, sigúese que ni el mismo Hijo de Dios puede ser inmortal". Luego confunde una vez más por su cuenta la doctrina, como si algunos de nosotros no confesáramos ser Dios espíritu, sino su Hijo, y se imagina refutarnos diciendo: "No hay naturaleza alguna de espíritu tal que permanezca siempre". Es como si, al decir nosotros que Dios es fuego consumidor , nos replicara que no hay naturaleza alguna de fuego tal que permanezca siempre. Es no ver en qué sentido decimos ser fuego nuestro Dios y qué es lo que consume: los pecados y la maldad. Conviene, en efecto, a un Dios bueno consumir por el fuego de los castigos la maldad, después que cada uno, en la lucha, ha mostrado qué clase de atleta ha sido.

Luego sienta una vez más por su cuenta cosas que nosotros no decirnos: "Es menester que Dios recobre de nuevo su espíritu; de donde se sigue que Jesús no pudo resucitar con su cuerpo, pues no iba Dios a recibir de nuevo el espíritu qua había dado, después de mancharse con la naturaleza del cuerpo". Ahora bien, fuera necio responder a razones que se presentan como si fueran nuestras, y no son nuestras.

73. "Non horruisti virginis uterum"

Luego se repite Celso; pues, habiendo hablado tanto anteriormente en son de burla sobre el nacimiento de Dios de una virgen, a lo que ya contestamos según nuestras fuerzas (I 32-37), dice ahora: "Pero, si quería enviar de sí mismo un espíritu (o soplo), ¿qué necesidad había de soplarlo en el vientre de una mujer? Podía, en efecto, como quien sabía ya plasmar hombres, haberle plasmado también a éste un cuerpo y no arrojar su propio espíritu a tamaña suciedad. Así, a la verdad, de haber nacido inmediatamente de lo alto, no se le hubiera negado fe". También esto lo dijo por ignorar cuan puro y virginal y sin corrupción alguna fue el nacimiento de aquel cuerpo que estaba destinado a servir para la salud de los hombres. Y el que alega la doctrina estoica y pretende particularmente " saber lo relativo a las cosas indiferentes, opina que la naturaleza divina es arrojada a una impureza y queda manci liada, ora permanezca en el seno de la mujer hasta que se le forme el cuerpo, ora tome simplemente un cuerpo. Hace Celso algo así como los que opinan que los rayos del sol se manchan sobre el barro y los cadáveres malolientes, y que ya no permanecen allí puros ".

Mas, admitiendo la hipótesis de Celso de que se hubiera plasmado para Jesús un cuerpo sin nacimiento, los que lo hubieran visto no hubieran creído inmediatamente que no venía de nacimiento; pues lo que se ve no anuncia sin más el origen de donde procede. Así, si suponemos que, hay una especie de miel que no procede de las abejas, por el simple gusto o vista, nadie podría afirmar que no es producto de ellas. Como tampoco la que procede de las abejas indica por la sensación su origen; sólo la experiencia muestra que es producto de las abejas. Así, también la experiencia nos muestra que el vino se saca de la uva; pues el gusto no hace referencia alguna a la cepa. Pues, por modo semejante, un cuerpo sensible no delata de suyo la manera como tuvo origen. Lo dicho convence a cualquiera por el ejemplo de los cuerpos celestes, cuya existencia y brillantez percibimos con solo mirarlos; pero la percepción no nos sugiere ciertamente si se trata de cuerpos creados o increados. Por lo menos acerca de este punto han surgido diversas opiniones. Es más, los mismos que dicen ser cuerpos creados no están de acuerüo sobre cómo son creados, pues tampoco aquí nos sugiere la mera percepción cómo hayan sido creados, por más que la razón nos fuerce a creer que lo fueron.

74. Las burlas de Celso suplen sus razones

Seguidamente repite lo que ya muchas veces ha dicho sobre la sentencia de Marción (II 27; V 54; VI 53), y en parte expone bien la doctrina de éste, en parte la malentiende también. Como quiera, no hay por qué le respondamos ni refutemos nosotros. Luego añade una vez más por su cuenta lo que va en favor de Marción y lo que va contra él, diciendo a qué reproches escapan sus partidarios y a cuáles se exponen. Y cuando quiere defender la doctrina según la cual Jesús fue profetizado, por el gusto de impugnar a Marción y a los suyos, dice paladinamente: "¿Cómo se demostrará ser hijo de Dios el que sufrió tales suplicios, de no haber sido predicho que los pasaría?" Luego se burla y, según tiene por costum bre, hace chacota, introduciendo dos hijos de Dios, uno del demiurgo y otro del Dios de Marción. Luego describe sus combates singulares, diciendo ser teomaquías iguales a las de las codornices y de los padres; o que inútiles ya éstos y chocheando por la vejez, no se atacan ya uno a otro para nada, sino que dejan que luchen los hijos. Aquí será bien decir contra Celso lo que él mismo dijo anteriormente (VI 34): ¿Qué vieja que adormece a un niño no se avergonzaría de decir cosas como las que él dice en el que titula Discurso de la verdad? Su deber era atacar nuestras razones objetivamente; pero, dando de mano a los argumentos objetivos, se entretiene en burlas e injurias, imaginando sin duda que está componiendo una farsa o algún poema burlesco; y no ve que tal manera de conducir sus razonamientos pugna con su propio propósito de hacernos abandonar el cristianismo y que sigamos sus doctrinas. Si éstas las hubiera tomado él más en serio, acaso fueran más persuasivas; mas como no hace sino burlarse, reírse y hacer el bufón, diremos que, por falta de razones serias, que ni tenía ni sabía, vino a parar en estas charlatanerías.

75. La figura externa de Jesús

Luego añade: "Puesto que había en su cuerpo un espíritu divino, forzoso era que se distinguiera en absoluto de los demás por la grandeza, fuerza, voz, majestad o elocuencia; imposible es, en efecto, que quien tiene algo divino superior a los demás no se distinga en nada de nadie. El cuerpo, empero, de Jesús en nada se diferenciaba de nadie, sino que dicen haber sido pequeño, feo y vulgar". Por aquí se ve bien una vez más que cuando Celso quiere acusar a Jesús alega las Escrituras, como si tuviera fe en ellas, si es que, aparentemente, le ofrecen asidero para sus críticas; mas los pasajes en que pudiera parecer se dice lo contrario de los que se han tomado para acusar, ésos no da Celso señales ni de conocerlos.

Ahora bien, estamos de acuerdo en que se escribe haber sido feo el cuerpo de Jesús, pero no, como afirma Celso, vulgar o innoble; ni tampoco se dice claramente que fuera pequeño. He aquí el texto escrito en Isaías cuando profetiza que no vendría al mundo en forma hermosa ni con superior belleza: Señor, ¿quién ha creído lo que hemos oído? Y el brazo del Señor, ¿a quién le ha sido revelado? Proclamamos en su presencia, como un niño, como una raíz en tierra sedienta. No tiene forma ni gloria, y lo vimos, y no tenía forma ni hermosura; sino que su forma era sin honor y deficiente en parangón con los hijos de los hombres (Is 53,1-3). Así, pues, en este texto se fijó Celso, pues se imaginaba que le podía servir para acusar a Jesús; no atendió, en cambio, a lo que se dice en el salmo 44, que es de este tenor: Pues cíñete la espada, ¡oh poderoso!, sobre el muslo, tu prez y tu hermosura; con próspera ventura monta el carro y reina (Ps 44,4-5)".

76. Inconsecuencias de Celso

Mas demos que Celso no leyera por sí mismo la profecía, o que, habiéndola leído, fuera inducido por quienes se la malinterpretaron a no referirla a Jesús; mas ¿qué dirá sobre el Evangelio, en que subido Jesús a un monte elevado, se transfiguró delante de sus discípulos y apareció glorioso, cuando también Moisés y Elias, aparecidos gloriosos, hablaban de la muerte que había de sufrir en Jerusalén? (Mt 17,1-3). ¿O es que, cuando un profeta dice: Lo vimos y no tenía forma ni hermosura, etc. (Is 53,2), admite Celso que esta profecía se refiere a Jesús-ciego, por lo demás, al admitir ese texto, pues no ve que el hecho de que muchos años antes de su nacimiento se profetizara incluso su figura es prueba magna de que ese Jesús, al parecer deforme, es Hijo de Dios-, mas cuando otro profeta habla de que hay en El prez y hermosura (Ps 44,4), ya no quiere que la profecía se refiera a Cristo? Ahora bien, si pudiera sacarse claramente de los evangelios que no tenía forma ni hermosura, sino que su forma era sin honor y deficiente en parangón con los hijos de los hombres , pudiera decirse que Celso no había hablado según el profeta, sino según el Evangelio; mas, dado caso que ni los evangelios ni los apóstoles afirman que Jesús no tuviera forma ni hermosura, queda patente que Celso se ve forzado a tomar como verdadero lo que dice la profecía acerca de Cristo.

Ahora bien, eso no permite ya que prosperen sus acusaciones contra Jesús.

77. A quiénes aparece la hermosura de Jesús

Y en cuanto a lo otro que dice: "Puesto que en su cuerpo había un espíritu divino, era de todo punto forzoso que se distinguiera de los demás por su grandeza, por su voz, su fuerza, su majestad o su elocuencia", ¿cómo no vio la excelencia de este cuerpo, que se ajustaba a la capacidad de los que lo miraban, y así era provechoso, apareciendo tal como a cada uno le convenía mirarlo? (cf. II 64s; IV 16; VI 68). Y no es de maravillar que la materia, que por naturaleza es variable y mudable y transformable en todo lo que quiere el creador, y capaz de toda cualidad que quiera el artífice, tuviera unas veces la cualidad por la que se dice que no tenía forma ni hermosura, otras una cualidad tan gloriosa, impresionante y maravillosa que los tres apóstoles que subieron con Jesús al monte, ante la visión de tanta belleza, cayeron rostro por tierra (Mt 17,6). Pero Celso dirá que todo esto son ficciones, que en nada se diferencian de los cuentos, como todo lo que se dice sobre los milagros de Jesús (cf. III 27; V 57); sobre lo cual nos hemos defendido despacio anteriormente (I 42.63; II 15).

Por lo demás, tiene algo de misterioso la doctrina según la cual las diversas formas de Jesús se refieren a la naturaleza de la Razón divina (Logas), que no se presenta igualmente a la muchedumbre que a quienes son capaces de acompañarla hasta el monte elevado a que hemos aludido. Y es así que, para quienes están aún abajo y no preparados todavía para subir, la Razón divina no tiene forma ni hermosura; pues para los tales su forma es sin gloria y deficiente en parangón con las razones que se forjan los hombres, figuradamente llamados en este texto hijas de los hombres. Podemos, en efecto, decir que las razones de los filósofos, que son hijas de los hombres, aparecen más hermosas que la Razón de Dios, que se predica a los muchos y pone de manifiesto la locura de la predicación (Mt 1); y por esa locura de la predicación puesta de manifiesto, los que sólo ven eso dicen: Lo miramos y no tenía forma ni hermosura (Is 53,2). Para aquellos, empero, que han cobrado fuerza para acompañarle y seguirle y subir con El al "monte elevado, Jesús les presenta forma más divina; y esa forma ve el que es como Pedro, que pudo sostener en sí, por el Logos, la construcción de la Iglesia y recibió tamaña fuerza, que contra él no prevalecería puerta alguna del infierno (Mt 16,18), levantado que fue por el Logos de las puertas de la muerte, a fin de anunciar todas las alabanzas de Dios en las puertas de la hija de Sión (Ps 9,14- 15); y la ven también los que, por tener su origen de palabras de gran voz, nada les faltará para ser hijos del trueno .

Mas ¿de dónde pudiera venirle a Celso y a los enemigos de la Razón divina, que no examinan con amor a la verdad la doctrina del cristianismo, el conocimiento de las diferentes formas de Jesús? Y yo añado también de sus edades y de cualquier acción por El hecha antes de su pasión y resurrección de entre los muertos.

78. Ningún bien se ha hecho nunca sin el u Logos"

Seguidamente dice Celso: "Además, si Dios, despertando de largo sueño, como el Zeus del poeta cómico (Com. Att. fragm.3 p.406; fragm.43 (T. Kockj), quería librar de sus calamidades al género humano, ¿por qué, a la postre, mandó a un rincón de la tierra ese espíritu que decís? Más bien debiera haber soplado igualmente en muchos cuerpos y haberlos enviado por todo lo descubierto de la tierra. Por lo menos el cómico, para hacer reír en el teatro, escribió que, al despertar Zeus, despachó a Hermes camino de los atenienses y lacedemonios. ¿Y tú no piensas poner más en ridículo al Hijo de Dios al ser enviado a los judíos?" Una vez más es de ver la irreverencia de Celso, que, de forma indigna de un filósofo, alega un poeta cómico y compara con Zeus dormido, que envía luego a Hermes, a nuestro Dios, creador del universo.

Ya antes hemos dicho que Dios no envió a Jesús al género humano como si despertara de largo sueño; que si bien, por causas razonables, cumplió ahora la economía o dispensación de la encarnación, en todo momento dispensó sus beneficios al género humano. Y es así que ningún bien se hace entre los hombres sin que el Verbo divino more en las almas de quienes, siquiera por breve tiempo, son capaces de recibir esas operaciones suyas. Además, que Jesús viniera, al parecer, a un rincón de la tierra, se hizo también con buenas razones. Convenía, en efecto, que el Cristo profetizado viniera a los que conocían a un solo Dios, y leían a sus profetas y sabían que el Mesías era predicado, y viniera en el momento en que, de un rincón, la palabra divina se derramaría por todo lo descubierto de la tierra.

79. Cristo hace muchos cristos

Por eso, para que todo el orbe de los hombres fuera iluminado por el Verbo de Dios, no fue menester que hubiera por dondequiera muchos cuerpos y muchos espíritus semejantes al de Jesús, pues bastaba que el Verbo único, naciendo en Judea como sol de justicia , enviara desde allí sus rayos, que llegan al alma de los que quieren recibirlo. Mas, si se quiere ver muchos cuerpos llenos " de espíritu divino, a la manera del que había en el solo Cristo, que trabajan por dondequiera para la salud de los hombres, considere a quienes por dondequiera predican sanamente y con recta vida la doctrina de Jesús, los cuales son también llamados cristos por las divinas Escrituras en este texto: No toquéis a mis cristos, ni maldad cometáis con mis profetas (Ps 104,15). Efectivamente, a la manera que hemos oído que viene el anticristo, y no menos sabemos que hay en el mundo muchos anticristos (Ps 1); así, sabiendo que ha venido Cristo, vemos que, por El, muchos se han hecho cristos en el mundo; aquellos que, como El, han amado la justicia y aborrecido la iniquidad, y, por eso, también a ellos ungió Dios, el Dios de Cristo, con el óleo del regocijo (Ps 44,8). Ahora bien, Aquél, por haber amado la justicia y aborrecido la iniquidad más que sus compañeros, recibió las primicias de la unción y, si cabe decirlo así, la unción entera del óleo del regocijo; sus compañeros, empero, recibieron de su unción la parte de que fue capaz cada uno. Por eso, puesto que Cristo es cabeza de la Iglesia (Col 1,18), de suerte que Cristo y la Iglesia forman un solo cuerpo, el ungüento ha bajado de la cabeza a la barba de Aarón, símbolo que es del varón perfecto, y llegó, en su descenso, hasta la franja de su vestidura (Ps 132,2). Quede esto dicho contra la irreverente frase de Celso de que "hubiera convenido soplar igualmente sobre muchos cuerpos y enviarlos por todo lo descubierto de la tierra".

Así, pues, el poeta cómico, para hacer reír, presentó a Zeus durmiendo, despierto luego y que envía a Kermes a los griegos; mas la razón, que sabe que la naturaleza divina es incapaz de sueño, nos enseñará que Dios dispone las cosas del mundo según sus propios momentos, según pide lo razonable. Pero no es de maravillar que, por ser los juicios de Dios grandes y difíciles de explicar, caigan en el error las almas sin ciencia y, con ellas, Celso. Nada, pues, hay de ridículo en que el Hijo de Dios fuera enviado a los judíos, entre los cuales vivieron los profetas; partiendo de allí corporalmente, por su virtud y espíritu, se levantaría sobre el mundo de las almas que no quería seguir privado de Dios.

80. Los judíos, pueblo destinado a perecer

Después de esto, se le antojó a Celso decir que "los caldeos son pueblo divinísimo desde el principio", cuando de ellos se propagó entre los hombres la engañosa astrología. Entre los pueblos divinísimos cuenta también Celso a los magos, de quienes toma su nombre la magia, que de ellos pasó a las demás naciones para ruina y perdición de los que usan de ella. En cuanto a los egipcios, Celso mismo los tiene anteriormente en error (III 17), como gentes que tienen magníficos recintos de los que ellos consideran sus templos, y dentro no hay sino monos, cocodrilos, cabras, áspides o cualquier animal por el estilo. Ahora, empero, le da a Celso por decir que también los egipcios son pueblo divinísimo, y divinísimo desde el principio, seguramente porque desde el principio han sido hostiles a los judíos. También los persas, que se casan con sus madres y se ayuntan con sus hijas, le parecen a Celso ser un pueblo inspirado de Dios (V 27), y hasta los indios, de algunos de los cuales dijo anteriormente (V 34) que comen carne humana. De los judíos, empero, señaladamente los antiguos, que nada de esto hacen, no sólo no dijo ser pueblo divinísimo, sino que han de perecer inmediatamente (VIII 69). Y esto dice ya de ellos como un augur, por no ver la dispensación de Dios acerca de los judíos y su sagrada y antigua república; como tampoco vio que, por su caída, vino la salud a las naciones, y que su caída es riqueza del mundo y su menoscabo riqueza de las naciones, hasta que entre la plenitud de las naciones y después de ello se salve todo Israel , del que no tiene idea Celso.

81. Final del libro sexto

Luego, no sé por qué razón, le da por afirmar acerca de 'Dios que, "no obstante saberlo todo, no supo que enviaba a su Hijo a hombres malvados que pecarían y lo ajusticiarían". Pero ahora parece olvidarse de propósito de la doctrina, según la cual todo lo que había de sufrir Jesucristo fue de antemano visto y predicho por los profetas de Dios (LE 24,26-27). Lo eual no concuerda con eso de que "Dios ignorara que enviaba a su Hijo a hombres malvados que pecarían y los ajusticiarían".

Cierto que inmediatamente dice que, para defensa, decimos nosotros haber sido todo esto profetizado (cf. VII 2). Pero nuestro libro sexto ha adquirido ya bastante volumen; por lo cual damos aquí fin a nuestro razonamiento, para comenzar, con el favor de Dios, el séptimo, en que Celso cree refutar nuestra doctrina de que los profetas predijeron todo lo que a Jesús se refiere. Sin embargo, como el tema es largo y necesita de largo razonamiento, no hemos querido abreviarlo, forzados por la extensión del libro, ni tampoco, a trueque de no acortar el razonamiento, hacer el tomo sexto demasiado grande y desmedido.

 

Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII
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