En los seis libros anteriores, piadoso hermano Ambrosio, hemos impugnado, según nuestras fuerzas, las acusaciones de Celso contra los cristianos, y, en lo posible, nada hemos omitido sin contrastar y examinar y a que, según nuestros alcances, no hayamos contestado'. Ahora, después de invocar a Dios por medio del mismo Jesucristo, a quien recrimina Celso que, pues es la verdad , haga brillar en nuestro corazón los argumentos que refutan la mentira, comenzamos el libro séptimo, dirigiendo a Dios la oración de la palabra profética: Por tu verdad, destruyelos (Ps 53,7); quiere decir, evidentemente, a los discursos contrarios a la verdad, pues éstos quedan destruidos por la verdad de Dios. De este modo todos los que, destruidos esos discursos, se vean libres de toda distracción", podrán decir lo que sigue en el salmo: De. buen grado te sacrificaré (ibid., 8), ofreciendo al Dios del universo un sacrificio espiritual y sin humo.
Ahora se propone Celso censurar la doctrina según la cual cuanto atañe a Jesucristo fue profetizado por los profetas del pueblo judío. Y empecemos por examinar su opinión de que quienes introducen un Dios distinto del Dios de los judíos no pueden en modo alguno responder a sus objeciones. En cuanto a nosotros, que mantenemos el mismo Dios, dice que buscamos nuestro refugio en la defensa de las profecías acerca de Jesucristo. He aquí sus palabras: "Veamos dónde buscarán excusa: los que introducen un Dios distinto no tienen ninguna; los que admiten el mismo Dios que los judíos, nos dirán una vez más la sabia sentencia de que así tenía que suceder. ¿Prueba? Porque de antiguo estaba profetizado" (cf. VI 81). A esto contestaremos que cuanto Celso ha dicho contra Jesús y los cristianos en pasajes poco anteriores (VI 72-75.87), son cosas de tan poco tomo, que aun los que introducen otro Dios - y al hacerlo cometen una impiedad - pueden refutar con la mayor facilidad sus dichos. Y si no fuera inconveniente dar ocasión a los débiles de admitir dogmas falsos, nosotros mismos lo hiciéramos, con lo que demostraríamos la mentira de que quienes admiten un Dios distinto no tienen qué responder a las aserciones de Celso. Pero no; nosotros, aparte lo anteriormente dicho (I 35-37.48; II 28-29.37; III 2-4; VI 19-21), vamos ahora a emprender la defensa de los profetas.
Dice, pues: "Los oráculos dados por la sacerdotisa de Apolo Pítico, o las sacerdotisas de Dodona, o de Claros, o en los Branquidas, o en el templo de Ammón o por otro infinitos adivinos, por los que fue poblada casi toda la tierra, no los reputan en nada; mas lo que se dijo - o no se dijo - en Judea al estilo de aquellas gentes, y como aún hoy día lo acostumbran los que habitan en derredor de Palestina y Fenecía, eso sí lo tienen por cosa de maravilla e inmutable". Digamos, pues, acerca de los oráculos enumerados que pudiéramos recoger de Aristóteles y de los peripatéticos una serie no pequeña de textos para refutar lo que se dice sobre la Pitia y demás oráculos; y pudiéramos igualmente aducir lo que dice Epicuro y los que siguen su doctrina sobre los dichos oráculos, y demostrar así que, aun entre los griegos, hay quienes rechazan las supuestas profecías, admiradas en toda la Hélade (cf. PSEUDO-ARIST., De mundo 4; H. USE-NER, Epicúrea fragm.395).
Pero demos de barato no ser invenciones ni pretensiones de gentes que pretenden estar inspirados de Dios los oráculos de la Pitia y demás; pues veamos si, aun concedido eso, nos pueden demostrar quienes con amor a la verdad examinan las cosas que, aun quien acepte la realidad de esos oráculos, no tiene por qué aceptar que hay en ellos dioses de ninguna especie; sí, por lo contrario, ciertos démones malos y espíritus hostiles al género humano que impiden la ascensión del alma y su progreso en la virtud y el establecimiento de la verdadera piedad para con Dios. Se cuenta, pues, de la Pitia -oráculo que parece ser el más famoso de todos-que, sentada la profetisa de Apolo junto a la boca de la caverna Cas-tolia, recibe espíritu a través de los senos femeninos; llena de ese espíritu, pronuncia esos que se tienen por oráculos sagrados y divinos. Por donde es de ver si no se muestra impuro y profano ese espíritu al no entrar en el alma de la profetisa por poros abiertos e invisibles, mucho más puros que los senos femeniles, sino por partes que no es lícito mirar a un hombre honesto, no digamos tocarlas". Y esto no lo hace una o dos veces, cosa que fuera acaso tolerable, sino cuantas se cree que profetiza por inspiración de Apolo. Además, sacar fuera de sí a la que se supone profetiza y llevarla a un estado de frenesí, de modo que no esté absolutamente en sus cabales, no es obra del espíritu divino. Y es así que quien está poseso del espíritu divino debiera sacar más provecho, en orden a lo conveniente o útil, que cualquiera de los que buscan instruirse por los oráculos acerca de lo que puede ayudarles a llevar una vida moderada y conforme a naturaleza, y mostrarse más lúcido justamente en el momento en que lo divino se une con él.
Por eso, nosotros demostraremos por las Sagradas Escrituras que los profetas de los judíos, iluminados por el Espíritu Santo en la medida que les era provechoso a los mismos que profetizaban, eran los primeros en gozar de la venida a sus almas de un ser superior; y por el contacto, digámoslo así, con su alma del que se llama Espíritu Santo, se hacían más lúcidos de inteligencia y más brillantes de alma. Es más, el cuerpo mismo no era ya obstáculo para la vida de virtud, como muerto que estaba a la que nosotros llamamos prudencia de la carne . Porque estamos persuadidos que las obras del cuerpo y las enemistades contra Dios que surgen de la prudencia de la carne son mortificadas por obra de un espíritu divino. Ahora bien, si, cuando profetiza, sale la Pitia de sí y no está en sus cabales, ¿qué linaje de espíritu hay que pensar sea ese que derrama tinieblas en la inteligencia y razonamientos? Sin duda del linaje de los démones, que no pocos cristianos arrojan de quienes los padecen, y ello sin medio curioso alguno, sin fórmulas mágicas ni hechizos, sino con sola la oración y conjuros sencillos, cuales pudiera pronunciar el hombre más simple. Efectivamente, por lo general son hombres simples los que hacen eso, demostrándonos así la gracia que hay en la palabra de Cristo, la vileza y debilidad de los démones, pues no es menester para vencerlos y obligarles a que salgan, obedientes, del cuerpo y alma de los hombres, de sabio alguno, experto en demostrar la fe por argumentos lógicos.
Además, si no sólo entre cristianos y judíos, sino también entre muchos de los griegos y bárbaros se cree que el alma humana vive y persiste después de separarse del cuerpo; si la razón demuestra que el alma pura y no agravada con el plomo de la maldad se levanta sobre los aires camino de los lugares de los cuerpos puros y etéreos, dejando los gruesos cuerpos de acá abajo y las impurezas de que están llenos (cf. VI 73), y la mala, arrastrada por sus pecados hacia la tierra y sin poder ni respirar, anda por aquí errante y rodando, ora por los sepulcros, donde han sido vistas apariciones de almas umbrátiles, ora simplemente por parajes de la tierra (PLAT., Phaidon 81c,d; cf. supra II 60),
¿qué linaje de espíritus hay que pensar sean esos que, siglos enteros, por decirlo así, permanecen ligados a ciertas moradas y lugares, ora se deba a encantos mágicos, ora a su propia maldad? La razón, efectivamente, nos convence que deben tenerse por malos, espíritus que se valen de su poder adivinatorio, de suyo indiferente, para engañar a los hombres y apartarlos de Dios y de la pura piedad para con El. Y que sean tales demuéstralo también el hecho de que sus cuerpos, alimentados por los perfumes de los sacrificios y por las porciones de sangre y holocaustos, como quienes hallan ahí sus delicias, se quedan en esos lugares por amor, como quien dice, a la vida; a la manera de esos hombres malvados que no quieren saber nada de la vida pura fuera de los cuerpos, sino que, llevados de su amor a los placeres corporales, no aspiran a más vida que la que se lleva en el cuerpo terreno.
Por lo demás, si el Apolo de Delfos era dios, como se imaginan los griegos, ¿a quién mejor pudiera escoger por profeta sino a un sabio, o, dado caso que no lo hallara, a quien hiciera progresos en la sabiduría? ¿Y por qué no prefirió que profetizara un hombre, y no una mujer? Y ya que quiso fuera una mujer, por no poder disponer de un hombre o porque no hallara gusto más que en los senos femeniles, ¿no hubiera estado mejor escogerse una virgen, y no una mujer casada, que anunciara su voluntad?
Pero lo cierto es que el dios pítico, tan admirado por los griegos, no tuvo por digno de la posesión divina, como suponen los griegos, ni a un sabio, ni siquiera a un varón; y, dentro del sexo femenino, no se escogió a una virgen, ni sabia y formada en la filosofía, sino a una mujer vulgar. Acaso los hombres superiores eran demasiado buenos para que en ellos obrara la posesión divina. Por otra parte, si era dios, debiera haberse valido de su presciencia como de cebo, por decirlo así, para atraer a los hombres a la conversión, al cuidado de sí mismos y a la mejora moral. Pero lo cierto es que nada nos ha transmitido la historia sobre eso. Cierto que declaró a Sócrates por el más sabio de todos los hombres (PLAT., Apol. 21 A); pero oscureció su elogio con lo que añadió acerca de Eurípides y Sófocles:
"Sabio Sófocles, más sabio Eurípides".
Así, pues, si es cierto que Sócrates es tenido por superior a los poetas trágicos que el oráculo llamó sabios - poetas que luchan en la escena o sobre la orquesta s por razón de cualquier premio, y unas veces infunden pena y compasión a los espectadores, otras les arrancan risas irreverentes (pues ése es el objeto de los dramas satíricos)-, no se lo declara venerable en absoluto por su filosofía y amor a la verdad ni se lo alaba por ser venerable. Lo probable es que no tanto lo llamó Apolo el más sabio de los hombres por razón de su filosofía cuanto por la grasa de los sacrificios que le ofrecía a él y a los otros démones (XEN., Memor. I 1,2; cf. VI 4).
Y parece que los démones hacen lo que se les pide antes bien por razón de los sacrificios que se les ofrecen que no por razón de las obras de la virtud. Así se explica que Hornero, el mejor de los poetas, al contar lo sucedido y queriendo instruirnos sobre lo que mueve señaladamente a los démones a hacer lo que piden quienes les ofrecen sacrificios, introdujo a Grises, que, por unas pocas coronas y unos cuantos muslos de toros y cabras, alcanzó cuanto pidió contra los griegos por causa de su propia hija, es decir, que apremiados por la peste, le devolvieran a Criseida (HoM., Riada 1,34-53). Recuerdo haber leído en un filósofo pitagórico que escribió sobre lo que el poeta dice ocultamente que la oración de Grises a Apolo y la peste que éste manda a los griegos son prueba de que sabía Hornero haber ciertos démones que se complacen en las grasas de los sacrificios y conceden a quienes sacrifican, si se la piden, la destrucción de los otros. Y el que en Dodona, la de duros inviernos, sólo impera donde están sus intérpretes, que andan los pies descalzos y duermen sobre el suelo (HoM., llliada 16,23s), desechó al sexo masculino para la profecía y se vale de las sacerdotisas de Dodona, como lo expuso el mismo Celso. Mas, aunque demos que haya otro oráculo semejante en Claros, otro en los Branquidas y otro en el templo de Ammón, o en cualquier otro paraje de la tierra en que se adivina, ¿cómo se demostrará que hay allí dioses y no ciertos espíritus demónicos?
Los profetas, empero, de los judíos unos fueron sabios antes de recibir el carisma profético y la inspiración divina; otros se hicieron tales al ser iluminada su inteligencia por la profecía misma, escogidos que fueron por la divina providencia para serles confiado el Espíritu divino y las palabras que de El vendrían, por razón de lo inimitable de su vida, por su temple firme y libre y por su intrepidez absoluta ante la muerte y el peligro. Y, a la verdad, tales demuestra la razón misma que deben ser los profetas de Dios, ante los cuales parecen juegos de niños la firmeza de un Antístenes, de un Grates y de un Diógenes (cf. II 41). Ellos, por su amor a la verdad y por su libertad en reprender a los que pecaban, fueron apedreados, aserrados, tentados, pasados a filo de espada.
Anduvieron errantes, vestidos de pieles de ovejas y de cabras, privados de todo, maltratados, perdidos por los desiertos y montes, y por las cuevas y aberturas de la tierra; de los que no era digno todo el ornato de la tierra ; ellos, que miraban siempre a Dios y a las cosas invisibles de Dios, que no se ven por los sentidos y por eso son eternas (Ps 2).
Escrita está la vida de cada uno de los profetas; mas, de momento, basta aludir a la de Moisés, pues también de él se aducen profecías consignadas en la ley; a la de Jeremías, que consta en la profecía que lleva su nombre; y a la de Isaías, que superó toda ascesis al andar por tres años desnudo y descalzo (Is 20,2-3). Miremos también la dura vida de unos niños, de Daniel y sus compañeros, leyendo cómo bebían agua, se alimentaban de legumbres y se abstenían de carnes . Y el que sea capaz, vea lo que aconteció anteriormente, cómo profetizó Noé, cómo proféticamente Isaac bendijo a su hijo y cómo Jacob fue diciendo a cada uno de los doce: Venid, que voy a anunciaros lo que sucederá al fin de los días . Todos estos y otros infinitos, que fueron profetas de Dios, predijeron también lo atañente a Jesucristo. Por eso, ningún caso hacemos de las predicciones de la Pitia, ni de las sacerdotisas de Dodona, ni de las de Claros, de los Bran-quidas o del templo de Ammón ni de otros innumerables que se dicen adivinos. Admiramos, empero, a los profetas de Judea, pues vemos que su vida fuerte, firme y santa era digna de un Espíritu divino, que profetizó de manera nueva, que nada tenía que ver con las adivinaciones de los démones.
No sé por qué razón, después de decir Celso: "Lo dicho por los de Judea a la manera de aquellas gentes", añadió: "o lo no dicho". Con ello afirma, como un incrédulo, ser posible que no se dijeran aquellas cosas y se escribieran sin haberse dicho. Es que no advierte a los tiempos y que mucho antes dijeron los profetas infinitas cosas, incluso sobre el advenimiento de Cristo. Además,- con intención de desacreditar a los antiguos profetas dice que "profetizaron a la manera que aún hoy día acostumbran hacer los que viven en los contornos de Palestina y Fenicia". Pero no se ve claro si habla de hombres ajenos a la doctrina de judíos y cristianos, o de quienes profeticen a estilo de los profetas judíos. Mas como quiera que se tome lo que dice, se demuestra ser falso. Porque ni los que son ajenos a la fe han hecho jamás nada semejante a los profetas, ni se cuenta que, después de la venida de Jesús, haya habido nuevos profetas entre los judíos. Y es así que, por confesión universal, el Espíritu Santo los ha abandonado, por haber cometido una impiedad contra Dios y contra el que fue profetizado por sus profetas. Signos, empero, del Espíritu Santo se dieron muchos al comenzar Jesús su enseñanza, muchos más después de su ascensión, menos más adelante. Sin embargo, aún ahora quedan algunos rastros de El en unos pocos, cuyas almas están purificadas por el Logos y por una vida conforme al mismo (I 2; II 8.33). Porque un espíritu santo de disciplina huirá del embuste y se apartará de pensamientos insensatos .
Mas ya que Celso promete explicar cómo se profetiza en Fenicia o Palestina, como cosa que él ha oído y puntualmente observado, consideremos también este punto. Empieza diciendo que "hay diversas clases de profecías", pero no las explica. Tampoco hubiera podido, pues se trata de una baladronada mentirosa. Veamos, pues, la que dice ser más cabal entre los hombres de aquella tierra. "Muchos son -dice-esos profetas, gentes sin nombre, que con la mayor facilidad y por cualquier pretexto echan sus peroratas dentro o fuera de los templos. De ellos hay que andan mendigando (cf. 19; II 55 sub finem) y recorren las ciudades y se meten por los campamentos, movidos, dicen, a dar un oráculo. Cualquiera de ellos tiene a mano su acostumbrado discurso: "Yo soy Dios (o Hijo de Dios o Espíritu divino). Heme aquí que he venido, pues el mundo está ya pereciendo y vosotros, ¡oh hombres!, perecéis por vuestras iniquidades. Yo os quiero salvar, y me veréis que otra vez retorno con poder celeste. Bienaventurado el que ahora me dé culto; mas, sobre todos los otros, ciudades y lugares, arrojaré fuego eterno. Y los hombres que no saben sus propias penas, se arrepentirán y gemirán en vano; mas a los que me creyeren, los guardaré eternos". Seguidamente dice: "Después de estas baladronadas, añaden una tiramira de palabras desconocidas, desatinadas y totalmente oscuras, cuyo sentido ningún hombre inteligente pudiera hallar, pues realmente nada significan; pero a cualquier insensato o charlatán le da la mejor ocasión de entenderlas como se le antoja".
Ahora bien, si Celso hubiera sido sincero en su acusación, debiera haber citado literalmente las profecías, ora aquellas en que se presentaba hablando al Dios omnipotente, ora aquellas en que se creía hablaba el Hijo de Dios o el Espíritu Santo. Así se viera su empeño en refutar los dichos proféticos y mostrar que no eran divinamente inspirados aquellos discursos que contienen una conversión de los pecados o una reprensión de los hombres del tiempo o una predicción sobre lo por venir. Tal es la razón por que los contemporáneos de los profetas pusieron por escrito y conservaron sus profecías, a fin de que también los posteriores, al leerlas, las admiraran corno palabras de Dios, se aprovecharan no sólo de las que reprenden y exhortan a la conversión, sino también de las que predicen, convenciéndose, por su cumplimiento, haber sido un espíritu divino el que las predijo, y así perseveraran en Ja práctica de la religión conforme al Logos, creyendo a la ley y a los profetas. Ahora bien, todo aquello que los oyentes era bien entendieran inmediatamente, pues era parte para la corrección de sus costumbres, lo dijeron, conforme a la voluntad de Dios, sin velo de ninguna clase; lo misterioso, empero, lo que es objeto de contemplación y teoría, que va más allá de lo que puede oír el vulgo, lo expresaron por medio de enigmas y alegorías, los que se llaman discursos oscuros, parábolas y proverbios . De este modo, los que no rehuyen el esfuerzo, sino que soportan todo esfuerzo por amor de la virtud y la verdad, lo examinan y hallan su sentido, y, habiéndolo hallado, lo aplican según pide la razón. Pero este magnífico Celso, como despechado de no entender esos discursos de los profetas, se desata en insultos contra ellos, diciendo: "Después de esas baladronadas, añaden una tiramira de palabras desconocidas, desatinadas y totalmente oscuras, cuyo sentido no podría averiguar ningún hombre inteligente, pues realmente no lo tienen, pero dan buena ocasión a cualquier botarate o charlatán para aplicárselas como se le antoja". A mi parecer, aquí habla Celso maliciosamente, con intento de impedir, en cuanto de él dependa, que quienes lean las profecías traten de inquirir y examinar su sentido, y le pasa como a los que dijeron de cierto profeta que entró a cierto personaje y le anunció lo por venir: ¿A qué ha entrado a ti ese loco? .
Indudablemente, hay razonamientos más sabios que los que nosotros alcanzamos con que se puede demostrar que Celso miente en esto que dice, y que las profecías están divinamente inspiradas; sin embargo, según nuestras fuerzas, también nosotros lo hemos hecho, comentando verso por verso las que Celso llama palabras desatinadas y de todo punto oscuras, en nuestros estudios sobre Isaías, Ezequiel y algunos de los doce profetas menores 6 . Y si Dios nos diere algún progreso en la inteligencia de su palabra, en los tiempos que El quisiere, añadiremos a lo ya comentado lo que falta o lo que llegáremos a entender con claridad. Y otros también, dotados de inteligencia, que quieran estudiar la Escritura, podrán hallar su sentido, pues si es cierto que en muchos puntos es verdaderamente oscura, no lo es que, como afirma Celso, no tenga ningún sentido. Tampoco puede cualquier insensato o charlatán alisarlo todo y aplicar lo que se dice como se le antojare; no, sólo el que de verdad sea sabio en Cristo-y todo el que lo sea-puede presentar todo el contexto de lo que veladamente se dice en las profecías; hay que comparar lo espiritual con lo espiritual ( CF 1) y demostrar cada uno de los hallazgos por el uso ordinario de las Escrituras.
Tampoco es de creer Celso cuando dice haber oído con sus propios oídos a parejos hombres, pues en sus tiempos no hubo profetas parecidos a los antiguos. En tal caso, a la manera como se escribieron las profecías antiguas, se hubieran también consignado las posteriores por obra de quienes las recibieron y admiraron. A mi ver, es de todo punto patente la mentira de Celso cuando dice que "los supuestos profetas, argüidos por él, le confesaron tratarse de un fraude y que se inventaban los desatinos que pronunciaban". Su deber fuera haber citado los nombres de quienes dice haber oído con sus propios oídos, y así, por los nombres, si es que los podía alegar, apareciera claro a quienes pueden juzgar si decía la verdad o mentía.
Opina además Celso que quienes defienden la causa de Cristo por los profetas nada tienen que responder desde el momento en que aparece algo malo, torpe, impuro o abominable que se dice acerca de Dios. De ahí es que, como si no hubiera defensa alguna, se saca Celso infinitas conclusiones acerca de cosas que no se le han concedido. Pero es de saber que quienes quieren ordenar su vida conforme a las divinas Escrituras, y saben que la ciencia del insensato son discursos ininteligibles (Eccli 21,21); los que además han leído: Prontos siempre a responder a todo el que os pida razón de vuestra esperanza (CF 1), no se refugian solamente en que todo esto fue predicho (VII 2), sino que tratan de resolver las aparentes contradicciones y demostrar que nada hay en las Escrituras malo ni torpe, impuro ni abominable; a lo más, tal aparece a los Dios, como tal, no come que no saben cómo haya de entenderse la Escritura divina '. En cuanto a Celso, debiera haber alegado lo que en los profetas le pareció malo, lo que le dio impresión de torpeza, lo que tuvo por impuro o supuso ser abominable, dado caso que viera haber dicho los profetas cosas semejantes; así su razonamiento hubiera resultado más impresionante y más apto para lograr su intento. Pero la verdad es que nada alega, sino que se contenta con bravuconear que tales cosas aparecen en las Escrituras, levantándoles falso testimonio. Ahora bien, no hay razón que nos persuada a responder a ruidos hueros y demostrar que en los discursos de los profetas no hay nada malo ni torpe, impuro ni abominable.
Pero tampoco es cierto que "Dios haga o padezca cosas torpísimas", ni que "esté al servicio del mal", como piensa Celso; pues nada de eso fue predicho. Y si él afirma "haber sido predicho que Dios estaría al servicio del mal o que haría o padecería cosas torpísimas", debiera haber aducido los textos de los profetas que lo demuestren y no querer manchar sin razón a quienes le escuchan. Los profetas predijeron, desde luego, lo que padecería Cristo, y hasta dijeron la causa por que padecería; y también Dios sabía lo que padecería su ungido; pero ¿de dónde sacar que esos sufrimientos eran "lo más abominable e impuro que cabe imaginar", como afirma Celso? Pero acaso nos enseñe cómo efectivamente fueron cosas abominables e impurísimas las que sufrió Dios cuando dice que Dios "comiera carnes de oveja y bebiera hiél y vinagre, ¿qué otra cosa era sino comer porquerías?" Pero, según nosotros, Dios no comía carnes de oveja; pues, si es cierto que Jesús parecía comer, comía en cuanto llevaba un cuerpo. Respecto de la hiél y vinagre, que fueron profetizados en el salmo: Y mezcláronme hiél en la comida y en mi sed me abrevaron con vinagre (Ps 68,22), ya hablamos de ello anteriormente (II 37), y Celso nos fuerza a repetirnos. Y es así que todos los que acechan contra la palabra de la verdad ofrecen a Cristo, Hijo de Dios, la hiél de su maldad y el vinagre de su propia propensión a lo peor; pero El, una vez probado, no lo quiere beber (Mt 27,34).
Seguidamente, con intento de derrocar la fe de quienes aceptan la historia de Jesús por el hecho de haber sido profetizada, dice: "Ea, pues, ¿es que porque predijeran les profetas que el gran Dios-para no decir nada más grueso-había de ser esclavo o sufrir una enfermedad o morir, tenía Dios que morirse buenamente, ser esclavo o estar enfermo, sólo porque así fue predicho, para que, una vez muerto, se creyera que era Dios? Pero los profetas no pueden predecir nada de eso, pues es malo e impío. Luego no hay que mirar si predijeron o no predijeron, sino si la obra es digna de Dios y buena; porque a lo feo y malo, aunque en un arrebato de locura pareciera que lo profetizaban todos los hombres, no se le debe dar fe. ¿Cómo, pues, tener por santas las cosas hechas con éste, como si fuera Dios?" Por aquí se ve haber supuesto Celso que este capítulo de las profecías sobre Jesús tenía alguna fuerza para persuadir a los oyentes, y así trata de invalidar el razonamiento con otro argumento probable, y así dice: "Luego no hay que mirar si predijeron o no predijeron". Cuando, si quería impugnar nuestra tesis con demostraciones y no con sofismas, debiera haber dicho: Luego hay que "demostrar que no predijeron, o, si predijeron, que no se cumplió en Jesús lo que se dijo acerca del Mesías". Y luego aducir lo que él tuviera por demostración. Así se hubiera visto qué cosas dicen los profetas, referidas por nosotros a Jesús, y cómo Celso demuestra la falsedad de nuestra interpretación. Y se vería también si refuta noblemente los pasajes de los profetas que nosotros aplicamos a la historia de Jesús, o se le convence de querer violentar descaradamente la evidencia de la verdad, como si no fuera verdad.
Celso supone cosas imposibles e inconvenientes a Dios y dice: "Si eso se profetizara acerca del Dios supremo, ¿acaso, por el mero hecho de predecirse, habría que creer tales cosas acerca de Dios?" Y se imagina poder concluir de ahí que, aun cuando realmente los profetas hubieran predicho tales cosas acerca del Hijo de Dios, sería imposible creer lo que se predijo tenía que padecer o hacer. A esto hay que decir que la hipótesis de Celso es absurda, pues une entre sí cosas que terminan en contradicción. Lo cual se demuestra así: Si realmente los profetas del Dios supremo dicen que Dios será un esclavo y enfermará y hasta morirá', todo eso le acaecerá a Dios, pues es forzoso que los profetas del Dios sumo digan la verdad. Pero también es cierto que, si los verdaderos profetas del Dios sumo dicen esas cosas, puesto que lo imposible por naturaleza no es verdad, no puede acaecerle a Dios lo que verdaderamente dicen los profetas. Ahora bien, cuando dos premisas hipotéticas terminan en conclusiones contradictorias en el silogismo llamado de dos proposiciones, se destruye el antecedente de las dos premisas, que, en el caso presente, es que los profetas predijeran que el gran Dios sería esclavo, enfermaría o moriría. Concluyese, pues, que los profetas no predijeran que el gran Dios sería esclavo, enfermaría o moriría. Y el razonamiento se formula así: Si es A, también B; si es A, no es B; luego tampoco A.
Los estoicos aducen sobre esta materia el siguiente argumento: Si sabes que estás muerto, estás muerto; si sabes que estás muerto, no estás muerto; sigúese que no sabes que estás muerto. Y demuestran las premisas del modo siguiente: Si sabes que estás muerto, lo que sabes es verdad; luego es verdad que estás muerto. Pero, a la vez, si sabes que estás muerto, y es verdad que lo sabes ', no estás muerto. Mas como el muerto no sabe nada, es evidente que, si sabes que estás muerto, no estás muerto. Sigúese, como dije, de ambas premisas : Luego no sabes que estás muerto. Algo semejante sucede con la hipótesis de Celso al sentar la proposición que citamos.
Mas ni siquiera lo que hemos tomado como hipótesis tiene nada que ver con las orofecías acarea ds Jesús, pues las profecías no predijeron que Dios sería crucificado; ni siquiera las que hablan del que aceptó la muerte: Y lo vimos y no tenía forma ni hermosura; su forma era sin honor y muy inferior a la de los hijos de los hombres: hombre que está en azote y trabajo y que sabe soportar enfermedad (Is 53,2-3). Donde es de ver cómo llaman hombre al que sufrió cosas humanas. Y el mismo Jesús, que sabía puntualmente que lo que muere es hombre, dijo a les qus acechaban a su vida: Y ahora buscáis matarme, a mi, hombre que os he dicho la verdea que oí de Dios . Y si algo de divino había en el hombre que se suponía en él, y esto divino era el Unigénito del Padre y el Primogénito de toda la creación (Col 1,15), el que dice: Yo soy la verdad y yo soy la vida , y: Yo soy la puerta (10,9), y: Yo soy el camino (14,6), y: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo (6,50), de otro modo se habla de ello y de su naturaleza que del hombre que se entendía haber en Jesús. Por eso ni los cristianos más simples y que no se han criado entre razonamientos sutiles dirían jamás que haya muerto la verdad, o la vida, o el camino, o el pan vivo bajado del cielo, o la resurrección.
Efectivamente, el que enseñaba en el hombre que aparecía en Jesús dice ser la resurrección: Yo soy la resurrección (11,25). Tampoco hay nadie tan estúpido entre nosotros que diga: Ha muerto la vida, o ha muerto la resurrección. La hipótesis de Celso tendría lugar si afirmáramos haber predicho los profetas que moriría el Dios Verbo, o la verdad, o la vida, o la resurrección, o cualquiera otra de las cosas que dice ser el Hijo de Dios.
Así, sólo en un punto dice Celso verdad en este pasaje, a saber, que "los profetas no pueden predecir estas cosas, pues son malas e impías". ¿Y qué cosas son éstas sino que Dios sería esclavo y moriría? Es, empero, digno de Dios lo que fue profetizado por los profetas, a saber, que cierto resplandor e imagen de la naturaleza divina aparecería en la vida juntamente con el alma sagrada, encarnada, de Jesús, a fin de sembrar una doctrina que reconciliara con el Dios del universo a quienquiera la recibiera y la cultivara en su alma; doctrina que conducirá hasta el fin a todo el que tenga en sí la virtud del Dios Logos que habitaría en cuerpo y alma humanos. Y ello será de modo que los resplandores de El no se encierren en aquél sólo, ni se piense 10 que la luz que producen estos rayos, siendo como es el Dios Logos, esté en otra parte alguna.
Así, pues, por lo que a Jesús atañe, las cosas hechas a la divinidad que hay en El son cosas santas y no pugnan con la noción corriente de Dios ; y en cuanto era hombre, adornado que estaba más que otro cualquier hombre de la participación suma del Logos en sí y de la sabiduría en sí, sufrió como sabio y perfecto cuanto era menester sufriera el que todo lo hizo en favor de todo el género humano y aun de los otros seres racionales. Y nada de absurdo hay en que muriera el hombre, y que su muerte no sólo se pusiera por ejemplo de cómo haya que morir por la religión, sino que operara también un comienzo y progreso de la destrucción del diablo maligno, que se había apoderado de toda la tierra . Y signos de que el diablo ha sido derrocado son los que, por el advenimiento de Jesús, han huido por doquiera de los démones que los dominaban, y, una vez liberados de su servidumbre, se han consagrado a Dios y a una piedad para con El, que, en cuanto cabe, se hace más pura cada día.
Seguidamente dice Celso cosas como éstas: "¿No considerarán a su vez este punto? Si los profetas del Dios de los judíos predijeron que éste (Jesús) había de ser hijo de Dios, ¿cómo es que Dios, por medio de Moisés, da por ley que se busque la riqueza y el poder, que se llene la tierra, que se pase a cuchillo a los enemigos de toda edad y de todo sexo, cosa que hace El mismo, según Moisés, ante los ojos de los judíos, y les amenaza por añadidura que, si en esto no le obedecen, los tratará a ellos como a enemigos? Su hijo, en cambio, aquel hombre de Nazaret, legisla, por lo visto, lo contrario: que el rico, el ambicioso, el que pretende sabiduría y gloria no tiene siquiera acceso al Padre; que no hay que preocuparse de la comida y la despensa más de lo que se preocupan los grajos, y del vestido menos que los lirios; y al que nos ha dado un bofetón, hay que dejarle que nos dé otro. ¿Quién miente: Moisés o Jesús? ¿O es que el Padre, al enviar a éste, se había olvidado de lo que ordenara a Moisés? ¿O, condenando sus propias leyes, se arrepintió y manda a su mensajero para estatuir las contrarias?"
Realmente, aquí le pasa a Celso, que alardea de saberlo todo (I 12), la cosa más vulgar, al pensar respecto a la inteligencia de las Escrituras que no hay en la ley y en los profetas sentido alguno más profundo que lo que suena según la letra. Así no vio que la palabra divina no podía prometer de manera tan poco creíble la riqueza a quienes viven rectamente cuando puede verse que los más justos han vivido en suma pobreza. Ahí están los profetas, que, habiendo recibido el Espíritu divino por la pureza de su vida, anduvieron errantes, vestidos de pieles de ovejas y de cabras, faltos de todo, atribulados, maltratados, perdidos por desiertos, por montes, por cuevas y hendiduras de la tierra . Y es así que, según el salmista, muchas son las tribulaciones de los justos (Ps 33,20).
Si Celso hubiera leído la ley de Moisés, es probable que, al dar con este texto: Prestarás a muchas naciones, pero tú no pedirás prestado , que se dice al que guarda la ley, lo hubiera entendido en el sentido de que se le promete al justo acumular tanto de riqueza ciega (PLAT., Leges 63le; cf. supra I 24), que, por la abundancia de su dinero, el justo no sólo prestará a los judíos, ni sólo a una nación extraña, ni a des ni a tres, sino a muchas. ¿Qué de dinero no habrá adquirido el justo, como premio de su justicia, según la ley, para poder prestar a muchas naciones? Y, de acuerdo con esta interpretación, hay que suponer que el justo no tomará jamás prestado, pues está escrito: Tú, empero, no tomarás prestado. Ahora bien, ¿hubiera perseverado la nación fiel a la religión enseñada por Moisés de haber visto por vista de ojos que, de seguir a Celso, le mentía su legislador? No se cuenta, en efecto, de nadie que se hiciera tan rico que prestara a muchas naciones. Pero no es probable que, de habérseles enseñado a entender la ley como Celso se imaginaba y viendo al ojo la falsedad de las promesas de la ley, les quedaran ganas de luchar por ella. Mas si alguno alegare los pecados que se escriben de este pueblo como prueba de que despreciaron la ley, acaso porque la condenaron por embustera, le responderemos que deben leerse también los tiempos en que este pueblo, después de hacer lo malo en la presencia del Señor, se escribe haberse corregido y convertídose a la religión según la ley.
Además, si la ley les prometió que serían poderosos, diciendo : Tú dominarás a muchas naciones, pero sobre ti no dominarán , es evidente que ése hubiera sido un motivo más para que el pueblo condenara las promesas de la ley. Celso parafrasea también algunas expresiones según las cuales la tierra entera se llenaría de la casta hebrea; mas esto, según testimonio de la historia, aconteció más bien después del advenimiento de Jesús, por estar Dios irritado, digámoslo así, no porque les cumpliera sus bendiciones. Respecto de que se prometa a los judíos que matarían a sus enemigos, hay que decir que, si se leen y estudian atentamente las expresiones, se ve ser imposible la interpretación literal. Basta de momentó citar el pasaje de los salmos en que se introduce al justo diciendo entre otras cosas:
Quiero acabar diariamente
con todos los malvados de la tierra,
y así serán de la ciudad de Dios exterminados todos los malhechores (Ps 100,8).
Atendamos al texto y a la intención del que habla a ver si quien había antes contado hazañas que puede leer quien quisiere, puede ahora añadir que, no en otro tiempo del día, para atenernos a la letra, sino por ía mañana, mataba a todos los pecadores de la tierra sin dejar uno vivo. ¿Era posible exterminar de Jerusalén a todos los que obraban la iniquidad? Y así es fácil hallar en la ley frases por el estilo, como ésta: No dejamos a nadie con vida .
Alega también Celso haberse predicho a los judíos que, si no obedecían a la ley, sufrirían lo que ellos hacían a sus enemigos. Pero antes de que Celso añada nada a esto y eche mano de los que él se imagina contrastes entre la ley y la enseñanza de Cristo, digamos algo sobre lo antes dicho.
Afirmamos, pues, que la ley es doble, una que se toma a la letra, otra entendida en su espíritu como ya antes que nosotros han enseñado algunos ". Ahora bien, no tanto nosotros cuanto Dios mismo que habla en uno de los profetas llama a la ley tomada a la letra juicios no buenos y ordenaciones no buenas (Ez 20,25); la entendida, empero, en su espíritu es dicha según el mismo profeta, en persona de Dios, juicios buenos y ordenaciones buenas (ibid., 21). Pues no va a decir el profeta en el mismo pasaje cosas contrarias. Y en consonancia con él dijo también Pablo que la letra mata, que equivale a decir la ley tomada a la letra, y el espíritu vivifica (Ez 2), que vale tanto como la ley entendida en su espíritu. Efectivamente, como una vez dice Ezequiel: Les di juicios no buenos y ordenaciones no buenas, en que no podrán vivir, y otra vez: Les di juicios buenos y ordenaciones buenas en que no podrán vivir (Ez 20,25 Ez 21), así también Pablo, cuando quiere desacreditar lo que la ley tiene de letra, escribe: Ahora bien, si el ministerio de muerte, que fue escrito con letras en piedras, se hizo con gloria, hasta el punto de que los hijos de Israel no podían mirar fijamente al rostro de Moisés, por razón de la gloria de su rostro-de una gloria perecedera-, ¿cuánto más glorioso no será el ministerio del espíritu? (Ez 2). Mas, cuando admira y ensalza la ley, la llama espiritual, diciendo: Sabemos que la ley es espiritual , y la exalta así: De suerte que la ley es santa, y el mandamiento santo, y justo y bueno (ibid., 12).
Así, pues, si el texto de la ley promete riqueza a los justos, piense Celso que se trata, según la letra que mata, en la promesa de la riqueza ciega (PLAT., Leges 63 le); nosotros lo entenderemos de la vista aguda, según la cual es uno rico en toda palabra y en toda ciencia (Ez 1) y, según la cual, mandamos a los ricos en el tiempo presente, que no se ensoberbezcan, ni pongan su confianza en lo incierto de la riqueza, sino en el Dios vivo, que provee a todos largamento para el goce; que obren bien, sean ricos en buenas obras y se muestren prontos en dar y comunicar de lo suyo (Ez 1). Y es así que la riqueza de bienes verdaderos es redención del alma del varón, como dice Salomón; la pobreza, empero, contraria a ella, es funesta, y por ella no soporta el pobre la amenaza .
Por modo semejante a lo dicho sobre la riqueza, hay que decir también acerca del poder, según el cual se dice que un justo perseguirá a mil enemigos y dos ahuyentarán a diez mil . Ahora bien, si así se entiende lo de la riqueza, veamos si no se sigue de la promesa de Dios que quien es rico en toda palabra, y en toda sabiduría, y en toda ciencia, y en toda obra buena, preste a muchas naciones de su riqueza en palabra, sabiduría y ciencia, como prestó Pablo, al llenar de la predicación del Evangelio de Cristo desde los contornos de Jerusalén hasta el Ilíricó , a todas las naciones que recorrió. Y puesto que le fueron manifestados por revelación los misterios divinos, iluminada que fue su alma por la divinidad del Logos, él no tomó prestado ni tuvo necesidad de quien le suministrara la palabra divina. Y estando también escrito : Tú mandarás sobre muchas naciones, pero sobre ti no mandarán , al someter, por el poder que le venía del Logos, a la enseñanza de Cristo a las naciones, Pablo mandó sobre ellas, sin ceder un momento 1= a los hombres , como superior que era a ellos, y así también llenó la tierra.
Ahora, pues, si hay que interpretar lo del matar a la manera del poder que tiene el justo, diremos que cuando dice: Por la mañana mataba a todos los pecadores de la tierra, para exterminar de la ciudad del Señor a todos los que obran la iniquidad (Ps 100,8), por tierra entendía figuradamente la carne, cuyo sentir es enemistad para con Dios , y por ciudad de Dios su propia alma, en que había un templo de Dios, como quiera que tenía recta idea y concepción del mismo Dios; alma Que admiraban cuantos la miraban. Así, pues, apenas los rayos del sol de justicia brillaron sobre ella, fortalecido y rubustecido, por decirlo así, por ellos, el justo mató todo sentir de la carne, que son los pecadores de la tierra, y exterminó de la ciudad del Señor, que es su propia alma, todos los pensamientos que obran la iniquidad y todas las imaginaciones enemigas de la verdad.
En este sentido matan también los justos lo que se coge vivo de los enemigos y que procede de la maldad, de forma que no queda vivo ni un mal que pudiéramos llamar niño y recién nacido de la maldad. Así entendemos también el texto del salmo 136, que dice:
¡Oh hija de Babel, devastadora, dichoso el que la paga te pagare de cuantos males nos has hecho!
¡Dichoso el que agarrare a tus pequeños, y los estrelle en una peña! (Ps 136,8-9).
Porque los pequeños de Babilonia, que se interpreta confusión, son los confusos pensamientos que acaban de nacer y brotar en el alma, hijos que son de la maldad; el que los agarra y les rompe las cabezas sobre la solidez y firmeza de la razón, ése estrella contra una peña a los niños de Babilonia, y por ello es bienaventurado. Mande, pues, Dios enhorabuena matar sin distinción de edad ni de sexo todo lo que nace de la maldad, pues nada manda en ello contra lo que enseñó Jesús; y ante los ojos de quienes son judíos en lo secreto haga Dios matanza de todo lo que es enemigo y procede de la maldad. Y lo mismo podemos suponer significa que quienes no obedecen a la ley y palabra de Dios, equiparados a los enemigos y calificados por su maldad, hayan de sufrir lo que merecen sufrir los que se apartan de las palabras de Dios.
Por aquí se ve también claro que Jesús, "el hombre de Nazaret", no legisla en contra de lo que hemos dicho sobre la riqueza y los que la pierden cuando dice ser difícil que un rico entre en el reino de Dios (Mt 19,23), ora entendamos por rico simplemente al q-je está distraído por la riqueza e impedido por ella, como por espinas, para dar los frutos de la palabra (Mt 13,22), ora al que es rico en falsas doctrinas, de quien se escribe en los Proverbios: Más vale un pobre justo que un rico embustero (28,6).
De los textos evangélicos: El que de entre vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, y: Los gobernantes de las naciones, dominan sobre ellas, i¡ los que entre ellos tienen autoridad se llaman bienhechores (Mt 20,25-27 LE 22,25), es probable sacara Celso que Jesús prohibe la ambición de mando; pero no hay que pensar que ello se oponga al otro texto: Tú mandarás sobre muchas naciones, pero sobre ti no mandarán , sobre todo por la explicación que hemos dado del mismo.
Seguidamente hace Celso una objeción acerca de la sabiduría, imaginando que Jesús enseña no tener el sabio acceso al Padre (cf. supra VII 18). Preguntémosle: ¿De qué sabio se trata? Si del que se configura según la sabiduría de este mundo, que es necedad delante de Dios (LE 1), también nosotros afirmaremos que ese sabio no tiene acceso al Padre. Mas si, por sabiduría, se entiende a Cristo, puesto que Cristo es poder y sabiduría de Dios (LE 1), para ese sabio no sólo decimos que hay acceso al Padre; el que estuviere adornado del carisma que se llama palabra de sabiduría, que es dado por el Espíritu (LE 1), se distinguirá en gran manera de quienes carezcan de ese adorno.
En cuanto al andar tras la gloria entre los hombres, decimos que está prohibido no sólo por la doctrina de Jesús, sino también per la antigua Escritura. Por lo menos, cuando uno de los profetas se impreca a sí mismo si es reo de pecado, dice que el peor de los males que le pudiera suceder sería la gloria terrena. He aquí sus palabras:
Señor mío y Dios mío, si tal hice, si iniquidad mis manos manchan,
si fui causa de mal contra mi amigo, yo que he salvado a quienes
contra derecho y ley me combatían,
que mi alma persiga mi enemigo y le dé alcance, mi vida pisotee sobre el suelo
y entre el polvo mi gloria envuelta quede (Ps 7,4-6).
Mas tampoco los textos evangélicos: No os preocupéis sobre qué comeréis o beberéis; considerad las aves del cielo, o considerad los cuervos (LE 12,24), que no siembran ni recogen y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿Cuánto más no valéis vosotros que los pájaros? ¿Y a qué andar solícitos por el vestido? Considerad los lirios del campo, y lo que sigue (Mt 6,25-28); estos textos, decimos, no contradicen a las condiciones de la ley, según las cuales el justo comerá hasta hartarse , ni a lo que dice Salomón en este pasaje: El justo, al comer, harta su alma; mas las almas de los impíos sufren indigencia . Porque es menester atender a que, en la bendición de la ley, se da a entender la comida del alma, de que no se nutre el compuesto humano, sino sólo el alma. En cuanto a los textos del Evangelio, acaso puedan tomarse en sentido más profundo o en sentido sencillo, a saber, que no hay que angustiar al alma con preocupaciones por la comida y vestidos; el que practique la sobriedad debe antes bien estar persuadido que Dios le proveerá, con tal de que sólo se preocupe de lo necesario.
Celso cita estas palabras: "Al que te diere un bofetón, preséntale la mejilla para que te dé otro", pero no contrapone texto alguno de la ley que parezca contradecir a la doctrina del Evangelio; nosotros, empero, diremos que sabemos haberse dicho a los antiguos: Ojo por ojo y diente por diente, y también hemos leído: Pero yo os digo: Al que te diere un bofetón en una mejilla, preséntale la otra (Mt 5,38-39). Sin embargo, como me figuro que Celso ha oído rumores sobre quienes distinguen al Dios del Evangelio del de la ley y ello le inspira lo que afirma, digamos contra su tesis que también las letras antiguas conocen el precepto de presentar l:l la otra mejilla al que nos pegue en una. Por lo menos en las Lamentaciones de Jeremías está escrito: Bueno es para el hombre llevar el yugo desde su adolescencia. Siéntese solitario y calle cuando le fuere impuesto... Dé su mejilla al que le hiera, sacíese de oprobios . No se opone, pues '' el Evangelio al Dios de la ley, ni aun en ese precepto de presentar la otra mejilla; ni cabe preguntar si miente Moisés o Jesús; ni el Padre, al enviar a Jesús, se había olvidado de lo que ordenara a Moisés ni, condenando sus propias leyes, se arrepintió y mandó a su mensajero a establecerlas contrarias.
Ahora, si hay que decir siquiera unas palabras acerca de la antigua constitución política que antaño observaron los judíos de acuerdo con la ley de Moisés y la que ahora quieren corregir los cristianos conforme a la enseñanza de Jesús, diremos que ni la constitución política según la ley de Moisés, entendida a la letra, se ajustaba a la vocación de los gentiles, subditos que eran de los romanos, ni a los antiguos judíos les era posible mantener sin modificación su sistema de constitución si, por hipótesis, obedecían a la constitución conforme al Evangelio. Efectivamente, no era posible que los cristianos aplicaran la ley de Moisés en lo que atañe a matar a los enemigos o a quienes infringen la ley y se los juzga dignos de ser quemados o apedreados, pues ni los mismos judíos, que lo quieren, pueden ejecutar contra ellos '5 tales penas, como lo prescribe la ley. Mas, por otra parte, si a "los judíos de antaño, que poseían su propio sistema de constitución y territorio, se les quita el poder de atacar a sus enemigos y luchar por sus tradiciones patrias y de matar o castigar como fuere a los adúlteros y asesinos o de otro modo infractores de la ley, ya no queda sino que perecieran todos sin remedio, pues los enemigos atacarían a una nación enervada por su propia ley, que le prohibiría defenderse contra los atacantes. Ahora bien, la providencia que dio antaño la ley y ha dado ahora el Evangelio, al no querer que siguiera dominando el judaismo, destruyó su ciudad y templo, y acabó con el culto que, por medio de sacrificios y ritos prescritos, se tributaba a Dios en el templo. Mas a par que destruyó todo aquello, porque no quería se continuara practicando, hizo que día a día prosperara el cristianismo, y aún ahora ha acrecentado la libertad para predicarlo, a despecho y pesar de todos los obstáculos que se han opuesto para que la doctrina de Jesús no se difundiera por la tierra entera. Mas como era Dios quien quería que también los gentiles se aprovecharan de la enseñanza de Jesucristo, quedó desbaratado todo humano designio contra los cristianos; y así, cuanto más los humillaban por dondequiera los emperadores, ios gobernantes y los pueblos gentiles, tanto más crecían en número y se hacían más y más fuertes (Ex 1,7).
Seguidamente pone Celso, por todo lo largo, como dichas por nosotros, cosas que nosotros no decimos acerca de Dios, al que, según él, "tendríamos por de naturaleza corpórea y de cuerpo humano" (cf. VI 62-64), y trata de refutar tesis que nosotros no sentamos. Todo lo cual es superfluo citar y refutarlo también por nuestra parte. Si realmente dijéramos lo que él afirma que decimos acerca de Dios, y lo atacara, nos sería forzoso citar sus palabras, demostrar nuestra doctrina y deshacer la suya. Pero no; él se compone lo que no oyó de nadie, o, dado que lo oyera de alguien, sería de algún simple e inculto, de los que no entienden -el sentido de la palabra divina. Por lo cual no hay por qué perder tiempo en cosas superfluas. Las letras divinas afirman claramente ser Dios incorpóreo, por lo que a Dios no lo vio nadie jamás , y el primogénito de toda la creación se dice ser imagen del Dios invisible (Col 1,15), que es como si dijera del Dios incorpóreo. Anteriormente (VI 70) hemos dicho algo acerca de Dios al examinar en qué sentido entendemos el texto evangélico: Espíritu es Dios, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad lo deben adorar .
Después de lo que dice acerca de Dios, en que nos calumnia, nos pregunta Celso "adonde iremos y qué esperanza tenemos". Y como si ya le hubiéramos respondido, consigna nuestras palabras que serían: "A otra tierra mejor que ésta". Y ahora comenta: "Hombres divinos antiguos quieren saber de una vida bienhadada para almas bienhadadas. Unos la llamaron islas de los bienaventurados (HESIOD., Erga 171), otros Campos Elíseos, por acabarse allí los males presentes. Así Hornero:
"Mas a ti, / a los Campos Elíseos y a los lindes de la tierra le enviarán los inmortales, donde es el rubio Radamante
y la vida más fácil llevan los humanos". (Odyssea 4,563ss.)
Y Platón, que tiene al alma por inmortal, llama derechamente tierra el lugar o región a donde es enviada. Dice así: "Inmenso es el espacio, y nosotros, desde el Fasis a las columnas de Hércules, sólo ocupamos una mínima parte, como unas hormigas o ranas en derredor de una laguna, habitando en torno del mar; pero otros muchos habitan en muchos otros lugares semejantes. Hay, en efecto, en torno a la tierra muchas cavidades, de las más varias formas y tamaños, a las que confluyen el agua, la niebla y el aire. Mas la tierra misma es pura y está situada en el cielo puro" (PLAT., Phaid. 109ab).
Así, pues, Celso supone que hemos tomado la idea de una tierra mejor y muy diferente que la presente de ciertos hombres antiguos que él tiene por divinamente inspirados, señaladamente de Platón, que, en el Fedón, filosofa acerca de la tierra pura, sita en el cielo puro. Pero no ve que Moisés, que es más antiguo que el alfabeto griego (cf. IV 21; VI 7), presenta a Dios que promete a quienes vivieren conforme a su ley la tierra santa, buena y espaciosa que mana leche y miel (Ex 3,8). Y esta tierra buena no es, como algunos se imaginan, la Judea de aquí abajo, que está también situada en la tierra maldecida desde el principio en las obras de la transgresión de Adán.
Efectivamente, la maldición: Maldita la tierra en las obras de tus manos, con dolores comerás de ella todos los días de tu vida , sobre toda la tierra fue pronunciada. Con dolores, es decir, con trabajos come de la tierra todo hombre muerto en Adán (Ex 1), y come todos los días de su vida. Y, como maldecida, toda la tierra produce cardos y espinas toda la vida del hombre, que en Adán fue arrojado del paraíso; y todo hombre come su pan con el sudor de su frente, hasta que vuelve a la tierra de que fue tomado . Realmente, mucho habría que decir para explicar con entera claridad este pasaje; de momento, sin embargo, nos hemos contentado con estas breves observaciones, pues sólo queríamos disipar el error que supone haberse dicho de la Judea lo de la tierra buena, que Dios promete a los justos.
Ahora bien, si ioil;i la tierra misma está maldecida en las obras de Adán y de Jos que murieron en él, es claro que todas sus partes entran en la maldición, y, por ende, también la tierra de Judea, de suerte que no le cuadra lo de tierra buena y espaciosa, tierra que mana leche y miel (Ex 3,8), siquiera, simbólicamente, se demuestre ser la Judea y Jerusalén una sombra de la tierra pura, sita en cielo puro, de la tierra buena y espaciosa en que está la Jerusalén celeste. Disertando sobre ésta el Apóstol, como quien, resucitado con Cristo, buscaba las cosas de arriba (Col 1,3), y hallando un sentido ajeno a toda mitología judaica , dice: Sino que os habéis acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celeste, a la congregación de ángeles innumerables .
Mas para que cualquiera se persuada que no hablamos contra la mente del Espíritu divino acerca de la tierra buena y espaciosa de Moisés, estudie a todos los profetas que enseñan cómo todos los que se fueron errantes y se desterraron de Jerusalén han de volver a ella, y se asentarán sin falta en el que llama lugar y ciudad de Dios el que dice: En paz santa su lugar (Ps 75,3); y el que dice también: (jrande es el Señor, y digno sobre todo de alabanza, en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo, buena raíz de regocijo para toda la tierra (Ps 47,2-3). Baste de momento citar del salmo 36 lo que se refiere a la tierra de los justos: Los que esperan en el Señor herederán la tierra; y poco después: Pero los mansos poseerán la tierra y se deleitarán en paz copiosa, Y algo más abajo: Los que lo bendijeren heredarán la tierra; y otra vez: Los justos heredarán la tierra y habitarán en ella para siempre (Ps 36,9 Ps 11 Ps 22 Ps 29). Y es de ver si lo que se dice en el mismo salmo no indica claramente, para quienes sean capaces de entenderlo, la tierra pura situada en cielo puro: Espera en el Señor y guarda su camino, y El te exaltará para que poseas la tierra (ibid., 34).
A mi parecer, lo que Platón dice acerca de las piedras que aquí se tienen por preciosas y se dice ser emanación de piedras de una tierra mejor, hubo de tomarlo de lo que se escribe en Isaías sobre la ciudad de Dios y es como sigue: Haré de jaspe tus baluartes y de cristal tus piedras (¿o puertas?), y tu muralla de piedras preciosas. Y otra vez: Haré tus cimientos de zafiro (Is 54,12 Is 11). Los que toman en sentido más elevado las palabras del filósofo, interpretan alegóricamente el mito de las piedras en Platón; aquellos, empero, que hayan vivido de modo semejante a los profetas y bajo la inspiración divina y que consagraron todo su tiempo a la investigación de las sagradas letras, expondrán las profecías, de las que conjeturamos haber tomado Platón, a los que son aptos para entenderlas por razón de la pureza de su vida y del deseo de conocer los misterios divinos.
Nuestro objeto era solamente hacer ver que nosotros no tomamos de los griegos, ni de Platón especialmente, lo que decimos acerca de la tierra santa; ellos más bien, que fueron más recientes, no sólo que Moisés, que es antiquísimo, sino que la mayoría de los profetas, malentendieron algunas cosas dichas enigmáticamente acerca de esos puntos, o, leyendo las Sagradas Escrituras, las tergiversaron y dijeron lo que dijeron sobre una tierra mejor. Y es así que Ageo distingue claramente entre lo árido y la tierra, y llama árido el elemento sobre que habitamos. Dice así: Porque una vez más sacudiré el cielo y la tierra, y lo árido y el mar (Ag 2,6 [7]).
Celso remite para mejor momento la explicación del mito platónico del Fedón, diciendo: "No es fácil entienda cualquiera lo que Platón da a entender por estas palabras, a no ser quien sea capaz de comprender lo que significa eso de que por flaqueza y lentitud no podemos pasar hasta el último extremo del aire; y si la naturaleza fuera apta para resistir la contemplación, conocería ser aquél el verdadero cielo y la verdadera luz" (PLAT., Phaid. 109d,2). Imitándolo nosotros, por considerar que no dice con el tema de la presente obra, aplazaremos para los comentarios sobre los profetas explicar lo atañente a la tierra buena y a la ciudad de Dios que hay en ella. Sobre la ciudad de Dios hablamos ya según nuestras fuerzas en los comentarios a los salmos 45 y 47 '".
Por lo demás, la doctrina antiquísima de Moisés y de los profetas sabe que las cosas verdaderas llevan el mismo nombre que las terrenas, a las que de modo más general se dan esos nombres. Así hay una luz verdadera (Ag 1), y otro cielo distinto del firmamento , y un sol de justicia diferente del sensible . Y, e'n general, para distinguirlas de lo sensible, que no tiene verdad alguna, dice la Escritura: Dios, verdaderas son tus obras ; clasificando entre las verdaderas " las obras de Dios, y entre las inferiores las que se llaman obras de sus manos (Ps 101,26). Por lo menos, al reprender a algunos por boca de Isaías dice: No miran a las obras del Señor, ni consideran las obras de sus manos (Is 5,12). Y con esto baste sobre este punto.
El tema de la resurrección es largo y difícil de explicar , y pide, como ningún otro de los dogmas, un hombre sabio y hasta muy adelantado en sabiduría, para demostrar cuan digno de Dios y cuan magnífico es un dogma según el cual tiene alguna razón de germen el que las Escrituras llaman tabernáculo o tienda del alma, en que están los justos gimiendo, agravados, porque no quieren despojarse de él, sino sobrevestirse (CF 2). Nada de eso entendió Celso por haberlo oído de gentes ignorantes, incapaces de demostrar nada por razonamiento, y por eso hace chacota de nuestra doctrina. Será, pues, provechoso añadir a lo que anteriormente hemos dicho (II 55-67; V 18-20.57-8) siquiera una observación de pasada sobre este punto, y es que nosotros no hablamos de la resurrección por haber malentendido, como cree Celso, las teorías sobre la emigración de las almas. No, nosotros sabemos que el alma, incorpórea e invisible por su naturaleza, en cualquier lugar corporal que se hallare necesita de un cuerpo acomodado a la naturaleza de aquel lugar. Ese cuerpo lo lleva a veces después de despojarse del anterior, necesario antes, pero superfluo ahora en un estado posterior; otras, sobrevistiéndose sobre el que antes tenía, pues necesita de más excelente vestidura para lugares más puros, etéreos y celestes. Así, al venir a nacer en esta tierra, se despojó de la envoltura que le fue útil para la plasmación en el seno de la mujer embarazada ls, mientras estuvo en él; pero se revistió luego de la envoltura que era necesaria para quien iba a vivir en este mundo.
Además, dado que hay cierto tabernáculo y casa terrena (CF 2), necesaria en cierto modo al tabernáculo, dicen las letras sagradas que la casa terrena del tabernáculo se desmorona; el tabernáculo, empero, se sobreviste de una casa no hecha a mano, eterna en los cielos. Y añaden los hombres de Dios que lo corruptible se reviste de incorruptibili-dad, que difiere de lo incorruptible; y lo mortal se reviste de inmortalidad, que no es lo mismo que lo inmortal. La relación que hay entre la sabiduría y lo que es sabio, y entre la justicia y lo justo, la paz y lo pacífico, esa misma se da entre la incorruptibilidad y lo incorruptible, la inmortalidad y lo inmortal. He ahí, pues, a lo que nos incita la palabra divina al decir que nos revestimos de incorruptibilidad e inmortalidad, las cuales, como un vestido al que lo viste y lo lleva, no permiten se corrompa o muera quien de ellas se reviste. Y perdónesenos la audacia de haber dicho todo esto, por causa de Celso, que no entendió qué es lo que llamamos resurrección, y por ello hace nuestra doctrina objeto de risa y mofa.
Celso se imagina además que predicamos el dogma de la resurrección por conocer y ver a Dios, y así se inventa lo que le da la gana y dice cosas como éstas: "Cuando se ven completamente acorralados y rebatidos, como si nada hubieran oído, retornan de nuevo a su pregunta: ¿Cómo, pues, podemos conocer y ver a Dios? ¿Y cómo iremos a El?" Sepa, pues, el que guste de saberlo que, si es cierto que necesitamos de un cuerpo, entre otras cosas para estar en un lugar materia], y de cuerpo que corresponda a la naturaleza del lugar; si, por necesitar de un cuerpo, sobrevestimos nuestro tabernáculo de lo antedicho, para el conocimiento de Dios no necesitamos en absoluto de cuerpo. Porque lo que conoce a Dios no es el ojo del cuerpo, sino la mente que ve lo que es imagen de Dios y que ha recibido de la providencia de Dios la facultad de conocer al mismo Dios. Y a Dios conoce también el corazón limpio, del que ya no salen malos pensamientos, ni homicidios, ni adulterios, ni fornicaciones, ni robos, ni falsos testimonios, ni blasfemias, ni ojo malo, ni cosa alguna torpe: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Sin embargo, puesto que no basta nuestro propósito para mantener enteramente puro el corazón, sino que necesitamos que Dios nos lo cree tal, de ahí es que los que saben orar digan: Crea en nú, ¡oh Dios!, un corazón limpio (Ps 50,12).
Tampoco nos imaginamos que Dios esté en algún lugar para ir a preguntarle a nadie: "¿Cómo iremos a El?", pues Dios es superior a todo lugar, lo contiene todo y nada contiene a Dios. Así, pues, no se nos ordena que vayamos corporal-mente a Dios cuando se nos dice: Tras el Señor, tu Dios, caminarás , ni porque estuviera corporalmente pegado con Dios dijo el profeta en su oración: Mi alma a ti se adhiere (Ps 62,9). Nos calumnia, pues, Celso cuando dice que nosotros "esperamos ver a Dios con los ojos del cuerpo, oír su voz con los oídos y tocarlo con nuestras manos sensibles". Sabemos, en cambio, que las letras divinas hablan de ojos que llevan el mismo nombre que los del cuerpo, y lo mismo de oídos y manos y, lo que es más extraño, de una sensación más divina y distinta de la que así se llama corrientemente por el vulgo. Y es así que, cuando dice el profeta: Abre mis ojos, por que pueda de tu ley contemplar las maravillas (Ps 118,18), o: Todo precepto del Señor es limpio e ilumina los ojos (Ps 18,9), o: Ilumina mis ojos, no consientas me duerma yo en la muerte (Ps 12,4), no hay nadie tan estúpido que piense se contemplan con los ojos del cuerpo las maravillas de la ley divina, o que el precepto del Señor ilumine los ojos del cuerpo, o que se dé en éstos un sueño que acarrea la muerte. Por el mismo caso, cuando nuestro Salvador dice: El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt 11,15 Mt 13,9), a cualquiera se le alcanza que habla de oídos divinos. Y cuando se dice que la palabra del Señor fue en mano de Jeremías o de otro profeta, o la ley en mano de Moisés o: Busqué al Señor con mis manos, y no quedé engañado (Ps 76,3), no hay nadie tan insensato que no comprenda tratarse de manos trópicamente dichas, de las que dice también Juan: Nuestras manos palparon al Verbo de la vida (Ps 1). Y si quieres saber de la sensación superior, y no de la corporal de las Sagradas Escrituras, oye a Salomón, que te dice en los Proverbios: Encontrarás sensación divina .
No tenemos, pues, necesidad, como si así buscáramos a Dios, de marchar a donde nos manda Celso, a los oráculos de Trofonio, de Anfiarao y Mopso, donde dice que se ven dioses en forma humana, y, como dice Celso, "no falaces, sino manifiestos" (III 34.24; VIII 45). Porque nosotros sabemos que ésos son démones que se alimentan de las grasas y sangre y de los perfumes de los sacrificios (III 38), y así están retenidos en las cárceles fabricadas por su propio deseo. Esas cárceles tuvieron los griegos por templos de dioses; pero nosotros sabemos que se trata de moradas de démones embusteros. Luego, con maligna intención, dice Celso acerca de esos que él tiene por dioses en forma humana, que "los verá quien quiera, no pasando una sola vez de largo, como el personaje que engañó a éstos, sino conversando siempre con quienes quieran". Por estas palabras parece haber tenido a Jesús por un fantasma, que, después de su resurrección, se apareció a sus discípulos, que lo habrían visto pasar como de largo. Mas los que él llamó dioses en forma humana, ésos opina que conversan siempre con quienes quieren. Pero ¿cómo puede un fantasma-usando sus palabras-pasar de largo para engañar a los que lo contemplen y después de aquella visión operar cosas tan grandes y convertir las almas de tantos " y persuadirles a hacerlo todo para agradar a Dios, como quienes han de ser juzgados por El? ¿Y cómo ese que se llama fantasma expulsa demonios y lleva a cabo otras operaciones nada despreciables, sin limitarse, como a una herencia, a un solo lugar, a la manera de esos dioses en forma humana de Celso? Ese "fantasma" llegó a la tierra entera, congregando y atrayendo a su divinidad a quienesquiera encontrara inclinados a vivir vida santa.
Después de esto, que hemos refutado según nuestras fuerzas, prosigue diciendo Celso: "Pero ellos me preguntarán de nuevo: ¿Cómo conoceremos a Dios si no lo aprehendemos por la sensación?
¿Cómo es posible conocer nada sin la sensación?" (cf. VI 66; VII 33). Luego, respondiendo a esto, dice: "No de hombre, no de alma, sino de carne es esta voz. Sin embargo, escuchen como quiera, si es que son capaces de entender algo, como casta que son amilanada y pegada al cuerpo. Si, cerrando los ojos a los sentidos, los abrís a la inteligencia y, apartándoos de la carne, despertáis los ojos del alma, sólo de ese modo veréis a Dios. Y si buscáis un guía para este camino, tenéis que huir de embaucadores y charlatanes que hacen la corte a fantasmas, para no caer en la extrema ridiculez de maldecir como fantasmas (ídolos) a los otros dioses que se muestran claramente, y dar culto al que es más miserable que los de verdad fantasmas; es más, al que no es ya ni fantasma, sino puro muerto, al que le buscáis un padre semejante".
Lo primero que hay que decir de su prosopopeya, al atribuirnos palabras como dichas por nosotros en defensa de la resurrección de la carne, es ser virtud de quien introduce una persona mantener la intención y el carácter de la persona introducida; es vicio, empero, atribuir a la persona que habla palabras que no le convienen. Reprensibles son los que, en la prosopopeya, atribuyen una filosofía que ellos sin duda aprendieron, pero no es probable aprendiera su personaje, a gentes bárbaras e incultas o a esclavos o a quienes jamás oyeron palabra de filosofía ni les pasó a ellos por la cabeza; pero no menos reprensibles son los que atribuyen a quienes se supone sabios y conocedores de las cosas divinas, dichos de hombres incultos inspirados por vulgares pasiones y lanzados por pura ignorancia. Tal es la razón por que muchos admiran a Hornero (cf. WALZ, Rhet. graeci I 148-149), que sabe mantener las personas de sus héroes tal como las introduce desde el comienzo; a Néstor, por ejemplo, a Ulises, a Diomedes, Agamemnón, Tele-maco, Penélope o cualquier otro. Aristófanes, en cambio, se burla de Eurípides, como hombre que habla fuera de propósito (ARISTOPH., Acharn. 393ss), pues pone a menudo en boca de mujeres bárbaras o de esclavos doctrinas que él había oído de Anaxágoras o de otro sabio (cf. supra IV 77).
Ahora bien, si ésa es la virtud y ése el vicio al introducir una persona ficticia, ¿cómo no reírse, con razón, de Celso, que atribuye a los cristianos cosas que no dicen los cristianos? Porque, si fingió discursos de gentes ignorantes, ¿de dónde les viene a tales gentes que puedan discernir entre sensación e inteligencia, entre lo sensible e inteligible, y sienten tesis semejantes a las de los estoicos, que niegan las substancias (o esencias) inteligibles? Según ellos, por la sensación se percibe todo lo que se percibe, y toda percepción depende de las sensacio-jies (cf. Stoic. Vet. jrag. II 105-21). Y si se inventó discursos de los que cultivan la filosofía y examinan cuidadosamente y según el alcance de sus fuerzas la doctrina de Cristo, tampoco a éstos atribuye lo que les conviene. Nadie, en efecto, que sabe ser Dios invisible y haber obras invisibles, es decir, inteligibles, puede decir como si quisiera defender la doctrina de la resurrección: "¿Cómo, no percibiéndolo por la sensaclon, conocerán a Dios?" O: "¿Qué puede conocerse sin la sensación?" Y en libros no recónditos o sólo leídos por unos pocos, ávidos de saber, sino en los más populares, está escrito: Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, es visto con claridad por medio de las criaturas .
Por ahí cabe entender que, si bien los hombres en esta vida deben comenzar por las sensaciones y lo sensible para remontarse a la naturaleza de lo inteligible, no deben, sin embargo, pararse en lo sensible; ni tampoco dirán que, fuera de la sensación, no es posible conocer lo inteligible; y aunque preguntaran: "¿Quién puede conocer sin sensación?", demostrarán que no tiene razón Celso para añadir; "No de hombre, no de alma, sino de carne es esta voz".
Ahora, pues, los que decimos que el Dios del universo es inteligencia, y aun que transciende la inteligencia y la substancia (PLAT., Pol. 509b; cf. supra VI 64), invisible e incorpóreo, es lógico digamos que no será comprendido por nada, sino por lo que fue hecho a imagen de aquella inteligencia; ahora, para valemos de la palabra de Pablo, por espejo y enigma; más tarde, cara a cara (Ps 1). Y al hablar de "cara", nadie impugna falsamente, por razón de la expresión, lo que con ella se significa. Por este otro texto: Contemplando como en espejo a cara descubierta la gloria del Señor y transformado en la misma imagen de gloria en gloria (Ps 2), debe comprender cualquiera que no se trata ahí de cara sensible, sino que debe entenderse tropológicamente, como cuando se habla de ojos y oídos y otras cosas antes citadas (VI 61-62; VII 34) que llevan el mismo nombre que los miembros del cuerpo.
Ahora bien, un hombre, es decir, un alma que usa de un cuerpo, que se llama hombre interior y también alma, no responde lo que Celso escribió, sino lo que enseña el mismo hombre de Dios; y de la voz de la carne no puede usar un cristiano, que ha aprendido a mortificar por el espíritu las acciones de la carne y a llevar siempre en su cuerpo la mortificación de Jesús (Ps 2) y a mortificar los miembros que están sobre la tierra (Col 3,5), y sabe también qué significan estas palabras: No permanecerá mi espíritu en estos hombres para siempre, pues son carne , no menos que estotras: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios .
Pues veamos a qué nos llama para oír de él la manera como conoceremos a Dios. Y empieza por pensar que ningún cristiano entenderá lo que él dice. Dice, en efecto: "Sin embargo, escuchen como quiera, si son capaces de entender algo". Consideremos, pues, lo que ese filósofo quiere que oigamos de su boca; un filósofo, por cierto, que, debiéndonos enseñar, nos cubre de improperios; y que, debiendo mostrar su benevolencia con sus oyentes en el exordio de su discurso, nos regala el calificativo de "raza amilanada", a los que resisten hasta la muerte antes que renegar ni de palabra al cristianismo y están por esa causa dispuestos a arrostrar cualquier tormento y género de muerte.
Afirma también que somos "casta pegada al cuerpo", nosotros, justamente, que decimos: Y si alguna vez hemos conocido a Cristo según la carne, ahora, empero, ya no lo conocemos (Col 2); nosotros, decimos, que nos desprendernos con más facilidad de nuestro cuerpo por la religión que lo que le costaría a un filósofo quitarse el manto. Nos dice, pues, lo siguiente: "Si, cerrando los ojos a las sensaciones y apartándoos de la carne, despertáis el ojo del alma, sólo así veréis a Dios". Y, sin duda, se imagina que todo eso, quiero decir, la teoría de los dobles ojos, que él toma de los griegos (cf. PLAT., Symp. 219a; Soph. 254a; Pol. 519b.533d; Phaidon 99e), no ha sido antes objeto de especulación entre nosotros. Digamos, pues, que Moisés, describiendo la creación del mundo, introduce al hombre antes de la transgresión a veces como que ve, a veces como que no ve. Como que ve, cuando dice de la mujer que miró la mujer y vio que el árbol era bueno para comer y agradable para mirarlo con los ojos y hermoso para contemplarlo ; y como que no ve, no sólo cuando la serpiente dice a la mujer como sobre ojos ciegos: ¡No! Dios sabía que el día que comierais del árbol, se os abrirán los ojos, y en lo otro: Comieron y se les abrieron a los dos los ojos . Ahora bien, se les abrieron los ojos de la sensación, que en buena hora tenían cerrados, para no distraerse e impedir así la contemplación con el ojo del alma. Por el pecado, en cambio, se les cerraron, según mi opinión, los ojos del alma con que veían y se complacían en Dios y su paraíso.
De ahí es que también nuestro Salvador, conociendo esta doble especie de ojos en nosotros, dice aquello: Yo he venido a este mundo para juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos . Por los que no ven da a entender los ojos del alma, que la palabra divina hace perspicaces; y por los que ven, los ojos de las sensaciones, que ha cegado la palabra, a fin de que, sin distracción, mire el alma lo que debe. Así, pues, todo verdadero cristiano tiene despierto el ojo del alma, y cerrado el de la sensación; y en la proporción en que está despierto el ojo superior y cerrada la vista de las sensaciones, contempla cada uno al Dios supremo, y a su Hijo, que es Verbo y sabiduría, etc.
Después de lo que acabamos de examinar, Celso se imagina dirigir a todos los cristianos un razonamiento que, de decirse en absoluto, cuadraría a los que confiesan ser de todo punto ajenos a la doctrina de Jesús. Los ofitas, en efecto, como dijimos arriba (VI 28), que niegan totalmente a Jesús, y otros que sienten como ellos, son "los que cortejan a los fantasmas, impostores y hechiceros"; y ellos son "los que se aprenden míseramente de memoria los nombres de los porteros". En balde, pues, les dice a los cristianos: "Y si buscáis un guía para este camino, debéis huir de los embaucadores y magos, que hacen la corte a los fantasmas". Y por no saber siquiera Celso que esos tales están corno magos a su lado y no maldicen menos que él a Jesús y la religión de Jesús, dice confundiéndonos con ellos en su discurso: "De este modo nos os haréis de todo punto ridículos, blasfemando como fantasmas de los otros dioses que claramente se manifiestan, y dándole culto a él, más miserable que los de verdad fantasmas, y hasta ni siquiera ya fantasmas, sino realmente muerto, y buscándole un padre semejante".
La prueba de que Celso no sabe lo que dicen los cristianos y quiénes se inventan tales cuentos, sino que, imaginando darse en nosotros las culpas que a ellos achaca, dice contra nosotros cosas con las que nada tenemos que ver, nos la ofrece este texto: "Por este enorme engaño, y por aquellos maravillosos consejeros, y por las palabras demónicas, las que se dicen al león, y al de doble faz, y al asniforme y a los otros, y a los divinos porteros, cuyos nombres aprendéis míseramente de memoria, os volvéis locos los infortunados "°, sois llevados a los- tribunales y se os clava en un palo". No sabe Celso que ninguno de los que piensan que el leontiforme y el asniforme y el de doble faz son porteros de la senda hacia arriba, resiste hasta la muerte por la que a él la parece la verdad. Lo que nosotros hacemos con exceso, si aquí puede hablarse de exceso, entregándonos a todo linaje de muerte y a ser clavados en un palo, se lo atribuye Celso a los que nada de esto sufren; a nosotros, empero, que somos empalados por causa de la religión, nos echa en cara la mitología de ellos sobre el arconte cara de león, el de doble cara y todo lo demás. Así, pues, no huimos de las fábulas sobre el cara de león y demás por lo que diga Celso, pues jamás hemos aceptado en absoluto nada semejante; no, nosotros seguimos la doctrina de Jesús y decimos lo contrario que aquellos herejes, y no creemos que ni Micael ni ninguno de los enumerados sea tal de cara.
Consideremos ahora a quiénes quiere Celso que sigamos, a fin de no vernos privados de los antiguos guías y varones sagrados. Celso nos remite "a los poetas", como él dice, "divinamente inspirados, a los sabios y filósofos", cuyos nombres no cita. El hombre que nos promete señalarnos guías, apunta, de forma indefinida, a los inspirados poetas, sabios y filósofos. De haber puesto los nombres de cada uno de ellos, nos hubiera parecido razonable demostrar que nos daba guías ciegos respecto de la verdad para que también nosotros erremos; y, si no del todo ciegos, sí a quienes en muchos puntos erraron acerca de las verdaderas doctrinas. Así, pues, ora se empeñe Celso en que sea poeta divinamente inspirado Orfeo, o Parménides o Empédocles, o el mismo Hornero y Hesíodo, demuéstrenos el que quiera que quienes siguen a estos guías van por mejor camino y se aprovechan más en su vida que los que, dejando, por la enseñanza de Jesucristo, todos los ídolos y estatuas y hasta toda la superstición judaica, sólo miran, por el Logos de Dios, al Padre, Dios del Logos.
¿Y cuáles son los sabios y filósofos de los que quiere Celso oigamos tantas cosas divinas? Para ello tendríamos que abandonar al siervo de Dios Moisés y a los profetas del Dios del universo, que a la verdad dijeron infinitas cosas divinamente inspirados; y dejarlo a El mismo, que brilló para todo el género humano, anunció el camino de la religión y, en cuanto de él dependió, a nadie dejó sin gustar de sus misterios; antes bien, por el exceso de su amor a los hombres, a los más inteligentes les ofrece una teología o conocimiento de Dios, capaz de levantar al alma de las cosas de la tierra; no por ello deja de condescender con las capacidades inferiores de los hombres vulgares, de las mujeres simples y de los esclavos y, en general, de quienes sólo de Jesús pueden recibir ayuda para vivir, en cuanto cabe, vida mejor, con doctrinas sobre Dios que están a su alcance.
Seguidamente nos remite a Platón, como a más eficaz maestro de teología, y cita el texto del Timeo que dice así: "Ahora bien, al hacedor y padre de todo este mundo, obra es de trabajo encontrarlo e imposible que, quien lo encontrare, lo manifieste a todos" (PLAT., Tim. 28c). Y luego prosigue Celso: "Ya veis cómo buscan videntes y filósofos 21 el camino de la verdad y cómo sabía Platón que no todos pueden andar por él. Mas, como quiera, que los sabios la han hallado, para que alcancemos alguna noción de lo que no puede nombrarse (VI 65) y es la realidad primera, noción que nos lo manifieste o por comparación con las demás cosas o por separación de ellas o por analogía, quiero'" explicar lo, por otra parte, inefable; aunque mucho me maravillaría de que vosotros me podáis seguir, atados como estáis completamente a la carne y que nada miráis limpiamente" (cf. VII 36).
Magnífico y no despreciable es el texto citado de Platón; pero de ver es si no se muestra más amante de los hombres la palabra divina al introducir al Logos, que estaba al principio en Dios, Dios Logos hecho carne, a fin de que pudiera llegar a todos ese mismo Logos que Platón dice ser imposible que quien lo encontrare lo manifieste a todos. Ahora bien, diga Platón enhorabuena ser cosa de trabajo encontrar al hacedor y padre de todo este universo, a par que da a entender no ser imposible "3 a la naturaleza humana hallar a Dios dignamente; y, si no dignamente, más por lo menos de lo que alcanza el vulgo. Si eso fuera verdad, si Dios hubiera sido en verdad hallado por Platón o alguno de los griegos, no hubieran dado culto, ni hubieran llamado Dios ni adorado a otro que a El, ora abandonándolo, ora asociando con El cosas que no pueden asociarse con tan gran Dios. Nosotros, empero, afirmamos que la naturaleza humana no es en manera alguna suficiente para buscar a Dios y hallarlo en su puro ser, de no ser ayudada por el mismo que es objeto de la búsqueda.
Es, empero, hallado por lo que después de hacer cuanto está en su mano,"' confiesan que necesitan de su ayuda; y se manifiesta a los que cree razonable manifestarse, en la medida que un hombre puede naturalmente conocer a Dios y alcanzarlo un alma humana que mora aún en el cuerpo.
Además, al decir Platón que quien hallare al hacedor y padre del universo, es imposible que lo manifieste a todos, no afirma que sea inefable e innominable, sino que, aun siendo decible, sólo puede hablarse de El a pocos. Luego, como si se hubiera olvidado de las palabras que cita de Platón, dice Celso ser Dios innominable: "Mas, como quiera que fue hallado por los hombres sabios el camino de la verdad, para que alcancemos alguna moción del que no puede nombrarse y es la realidad primera"... Mas nosotros no sólo afirmamos ser Dios inefable, sino también otras cosas que están por bajo de El; cosas que, forzado a explicar, dijo Pablo: Oí palabras inefables, que no es lícito al hombre pronunciar (Col 2). Paso en que "oí" se emplea en el sentido de "entendí", a la manera del texto evangélico: El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt 11,15).
Realmente, también nosotros decimos ser difícil ver al hacedor y padre del universo; sin embargo, es visto, no sólo según el dicho: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8), sino según lo que dice el que es imagen del Dios invisible (Col 1,15): El que me ve a mí ve al Padre que me ha enviado . Nadie que tenga inteligencia dirá que, al decir Jesús: El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado, se refiere a su cuerpo sensible, que veían los hombres. En tal caso, habrían visto al Padre los que gritaron: Crucificólo, crucifícalo (LE 23,21), y Pilato, que tenía autoridad sobre lo que en Jesús había de humano , lo cual es absurdo. No, las palabras: El que me ve a mí, ve también al Padre que me ha enviado, no deben tomarse en interpretación ordinaria, y así se ve por el hecho de haberse dicho a Felipe: ¿Tanto tiempo como estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe? . Que fue lo que Jesús le respondió cuando Felipe le rogó diciendo: Muéstranos al Padre, y basta (ibid., 8). En conclusión, el que entiende cómo debe pensar acerca del Dios unigénito, Hijo de Dios, primogénito de toda la creación (Col 1,15) y cómo el Logos se hizo carne, verá cómo, contemplando la imagen del Dios invisible, conocerá ¿il padre y hacedor del universo.
Ahora bien, Celso opina que se conoce a Dios o por composición con otras cosas, a la manera de la que entre los geómetras se llama síntesis (= composición), o por separación de las otras cosas (= análisis), o por analogía, a la manera de la que entre los mismos geómetras se llama así, y que por lo menos puede uno llegar de este modo "a los umbrales de los buenos" (PLAT., Phileb. 64c). Sin embargo, cuando el Logos de Dios dice: Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo revelare (Mt 11,27), afirma que Dios es conocido por cierta gracia divina, que no se engendra en el alma sin intervención divina, sino por una especie de inspiración. Y, a la verdad, lo probable es que el conocimiento de Dios esté por encima de la naturaleza humana, lo que explicaría haya tantos errores entre los hombres acerca de Dios; y sólo por la bondad y amor de Dios a los hombres y por gracia maravillosa y divina llega ese conocimiento a quienes previo la presciencia divina que vivirían de manera digna del Dios que han conocido. Son los que por nada violan la piedad para con El (cf. V 52), así sean conducidos a la muerte por quienes ignoran lo que es la piedad y se imaginan ser cualquier cosa menos lo que ella es; así se los tenga igualmente por el colmo de la ridiculez (cf. VII 36).
Yo creo que Dios, al ver la arrogancia y el desprecio de los demás en quienes alardean de haber conocido a Dios y aprendido de la filosofía los misterios divinos, y, sin embargo, no de otro modo que los más incultos, se van tras los ídolos y sus templos y sus famosos misterios, escogió lo necio del mundo, a los más simples de estre los cristianos, pero que viven con más moderación y pureza que los filósofos, a fin de confundir a los sabios (Mt 1), que no se ruborizan de conversar con cosas inanimadas, como si fueran dioses o imágenes de los dioses. Porque ¿qué hombre con algún entendimiento no se reirá del que, después de tales y tantos discursos de la filosofía acerca de Dios, está contemplando las estatuas y dirige a ellas su oración o, por la vista de ellas, al que se imagina debe subir su oración desde lo visible y mero símbolo, cuando él la ofrece al que espiritualmente se entiende? Un cristiano, empero, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo, y todo el mundo templo de Dios 25. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, transciende el mundo todo. Y no se para ni ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste (PLAT., Phaidr. 247ac) guiado por el espíritu de Dios; y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en el mismo, por medio de su Hijo, el Logos Dios.
Pues veamos lo que dice nos quiere enseñar, caso de que podamos seguir sus enseñanzas, ya que dice estamos completamente atados a la carne-nosotros que, si vivimos rectamente y conforme a la doctrina de Jesús, oímos que se nos dice: Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el espíritu de Dios mora en vosotros -. Afirma además que nada vemos limpiamente nosotros que tratamos de no mancillarnos ni aun de pensamiento por los deseos del mal, y que decimos en nuestra oración: Crea en mi ¡oh Dios!, un corazón limpio, y un espíritu recto renueva en mis entrañas (Ps 50,12), a fin de contemplar a Dios con un corazón limpio, único que lo puede naturalmente ver (Mt 5,8). He aquí, pues, lo que dice: "Distinguimos la esencia y la generación (lo que es y lo que nace), lo inteligible y lo visible. A la esencia va ligada la verdad, a la generación el error. Ahora bien, sobre la verdad versa la ciencia, sobre lo otro, la opinión. La inteligencia tiene por objeto lo inteligible, la visión, lo visible (PLAT., Pol. 534a; Tim. 29c), pues la mente conoce lo inteligible, el ojo lo visible. Ahora bien, lo que en las cosas visibles es el sol, que, sin ser ojo ni visión, es causa de que el ojo vea y la visión se dé por su medio, y de que lo visible sea visto y todo lo sensible se produzca y hasta él mismo sea también contemplado; tal en las cosas inteligibles es Aquel que no es ni mente, ni inteligencia ni ciencia, sino causa de que la mente piense, y la inteligencia por él entienda, y la ciencia por él conozca, y los inteligibles todos y la misma verdad y la misma ciencia sea, siendo él más allá de todo, sólo por una inefable potencia, inteligible (PLAT., Pol. 508b). Esto se dice, naturalmente, para hombres que tengan inteligencia, y si también vosotros entendéis algo de ello, enhorabuena. Y si pensáis que un espíritu baja de parte de Dios para anunciar lo divino, sería este espíritu que tales cosas predica del que, ciertamente llenos, los hombres'antiguos tantas y tan buenas cosas anunciaron. Que si no las podéis comprender, callaos por lo menos y ocultad vuestra propia ignorancia y no digáis que están ciegos los que ven y cojos lo que corren, cuando sois vosotros los que estáis totalmente cojos o estropeados de alma, viviendo para el cuerpo, es decir, para un cadáver.
Respondamos a esta tirada de Celso. Nosotros procuramos no irritarnos por las cosas bien dichas así quienes las dicen sean ajenos a nuestra fe, ni las discutimos, ni tenemos interés en rebatir ninguna sana doctrina. Advertimos, empero, a quienes insultan a los que, según sus fuerzas, quieren practicar la religión del Dios del universo, de un Dios que lo mismo acepta la fe en El de gentes ignorantes que la piedad razonada de los más inteligentes, que con acción de gracias dirigen preces al hacedor del todo, y se las dirigen como por mediación del sumo sacerdote que enseño a los hombres la piedad pura para con Dios; a quienes a éstos llaman cojos y mutilados de alma y afirman que viven para un cadáver los que se esfuerzan en decir sinceramente: Porque, aun viviendo en la carne, no militamos según la carne, pues las armas de nuestra milicia no son carnales, sino que tienen su fuerza de Dios (Mt 2); les advertimos, repito, miren no hagan coja su propia alma y mutilen su propio hombre interior por el hecho mismo de difamar a hombres que piden a Dios ser de Dios. Al calumniar así a otros que están decididos a vivir bien, se cortarían a sí mismos la equidad y serenidad que fueron naturalmente sembradas por el Creador en la naturaleza racional.
Aquellos, empero, que, entre otras cosas, han aprendido de la palabra divina (y lo cumplen) a bendecir maldecidos, a perseverar perseguidos y a consolar difamados (Mt 1), son los que pueden enderezar bien los pasos de su alma, y purificarla y adornarla de todo punto. Ellos son los que no distinguen solamente de palabra lo que es de lo que se hace (la esencia, de la generación), y lo inteligible de lo visible, y ligan la verdad con la esencia y huyen a todo trance del error que se liga a la generación, sino que miran, como aprendiendo, no lo que nace y es visible y, por ende, pasajero, sino las cosas superiores, ora se las quiera llamar esencia; ora, por ser inteligibles, invisibles; ora, por estar naturalmente fuera del ámbito de la sensación, cosas que no se ven .
De este modo miran los discípulos de Jesús a lo que procede de la generación, de lo que se valen como de escalera para subir a la consideración de la naturaleza de lo inteligible. Y es así que lo invisible de Dios, es decir, lo inteligible, desde la creación del mundo, entendido por medio de las criaturas, se ve claramente por un proceso de intelección . Sin embargo, subiendo por las criaturas del mundo a lo invisible de Dios,, no se paran ahí; no, ya que se han ejercitado suficientemente en ello y lo han comprendido, se remontan hasta el eterno poder de Dios y, de modo absoluto, a su divinidad (ibid., 19.18). Y es que saben muy bien que Dios, por su amor a los hombres, manifestó su verdad y lo que de El puede conocerse no sólo a quienes a El se consagran, sino también a algunos que están fuera de la pura religión y piedad para con El. Algunos, empero, de los que, por providencia de Dios, se levantaron al conocimiento de tan grandes verdades, son impíos y no obran de manera digna de su ciencia, y oprimen en la iniquidad la verdad de Dios (ibid., 1,18). Así, dado ese conocimiento, no les queda ya lugar de defensa delante de Dios (ibid., 1,20).
Por lo menos la palabra divina atestigua que quienes comprendieron lo que Celso expone y profesaban vivir filosóficamente según esta doctrina, a pesar de que conocieron a Dios, no lo glorificaron ni dieron gracias como a Dios, sino que se desvanecieron en sus razonamientos , y, después de tanta luz del conocimiento de las cosas que Dios les manifestó, se entenebreció su precipitado e insensato corazón. Y es de ver, en efecto, cómo los que dicen ser sabios dan muestras de gran necedad cuando después de tan altos discursos en las escuelas de filosofía acerca de Dios y de lo inteligible, cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de una imagen de hombre corruptible, y hasta de volátiles, cuadrúpedos y reptiles. Por lo cual, abandonados ellos mismos por la providencia en castigo de no vivir de forma digna de las manifestaciones que Dios les hiciera, se revuelcan en las concupiscencias de sus corazones, para impureza, y deshonran sus propios cuerpos en indecencias e intemperancias, por haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y adorado y servido a la criatura en lugar del Creador .
Aquellos, empero, que por su ignorancia son despreciados por los filósofos y se dice que son locos y esclavos, aunque sólo se consagran de modo general a Dios, apenas reciben la doctrina de Jesús, tan lejos están de toda disolución e impureza y de toda deshonestidad en tratos sexuales, que, a la manera de sacerdotes perfectos, muchos de ellos se abstienen de todo comercio sexual (cf. I 26) y se mantienen completamente puros, y no sólo respecto de la carne. Entre los atenienses hay, creo, un solo hierofanta, y no teniendo seguridad de que dominará sus instintos masculinos en el grado que quiera, se unta las partes viriles con cicuta2S y así se lo tiene por puro para los ritos acostumbrados entre los atenienses. Entre los cristianos, empero, son de ver hombres que no necesitan de la cicuta para dar con pureza culto a la divinidad; les basta el Logos por cicuta para arrojar de su pensamiento toda concupiscencia y rendir a la divinidad el culto de sus oraciones. Entre los otros supuestos dioses, un número muy reducido de vírgenes (estén o no bajo la guardia de hombres; este punto no es ahora objeto de nuestra averiguación) se mantienen, al parecer, en la pureza por el honor debido a la divinidad; mas entre los cristianos se practica la perfecta virginidad no por los honores humanos, ni por paga y dinero, ni por alcanzar reputación; no, como ellos tuvieron por bien mantener el conocimiento de Dios, son por Dios conservados en mente aprobada y en la práctica de lo decente, llenos de toda justicia y bondad .
Ahora bien, todo esto lo he dicho no porque intente discutir lo que pensaron bien los griegos ni impugnar sus sanas doctrinas; no; mi intención es demostrar que eso mismo y hasta cosas más altas y divinas fueron dichas por los hombres divinamente inspirados (cf. VII 28.58), que fueron los profetas de Dios y los apóstoles de Jesús. Y esas cosas son averiguadas por los que quieren practicar un cristianismo más perfecto y saben que de la boca del justo el saber fluye y su lengua pronuncia cosa recta, lleva en su corazón la ley divina (y no vacilan, no, sus pasos) (Ps 36,30).
Mas aun entre aquellos que, por su ignorancia mucha o por su sencillez o porque les ha faltado quien los exhortara a una religión racional, no penetran a fondo estas doctrinas, sino que creen en el Dios del universo y en su Hijo unigénito, que es Verbo y Dios, es fácil hallar algo " de gravedad y pureza y nobleza de carácter y una simplicidad muchas veces excelente; cosas no alcanzadas por los que afirman ser sabios, a par que se revuelcan con muchachos en lo que no es lícito, practicando varones con varones la indecencia .
Ahora bien, Celso no explicó cómo con el nacer o fierí de las cosas va ligado el error, ni expuso tampoco su propio pensamiento, para considerarlo a fondo comparándolo con nuestras doctrinas; los profetas, empero, dando a entender algo misterioso acerca de lo que depende del nacimiento, dicen que debe ofrecerse un sacrificio por el pecado hasta por los recién nacidos, por no tenérselos por limpios de pecado. Dicen, en efecto: En iniquidades fui concebido y en pecados me gestó mi madre (Ps 50,7). Y hasta afirman que los pecadores se enajenaron desde el seno materno (Ps 57,4) y dicen extrañamente: Erraron desde el vientre, hablaron mentiras (ibid.). De esta manera, maestros sabios desacreditan toda la naturaleza de lo sensible, de modo que una vez dicen que los cuerpos son vanidad, como en este texto: // es ".vi c¡itc a la vanidad fue sometida la creación, no de su grado, sino por razón del que la sometió en esperanza ; y otra vez, vanidad de vanidades, como dijo el Eclesiastés: Vanidad de vanidades y todo vanidad . ¿Y quién rebajó tanto la vida terrena del hombre como el que dijo: A la verdad, todo es vanidad, todo hombre que vive? (Ps 38,6). Porque no dudó de la diferencia de vivir el alma en la tierra y fuera de la tierra, ni dijo:
"¿Quién sabe si el vivir es pura muerte
y en el morir está la vida?" (EURÍP., fragm.638, Nauck.)
Pero tiene valor para decir la verdad en este texto: Nuestra alma está en el polvo derrocada ( Ps 43,26), y en estotro: Y al polvo me has traído de la muerte (Ps 21,16). Y como se dice: ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? , dícese también: El que transformará el cuerpo de nuestra bajeza . Un profeta es también el que dijo: Humillástenos en el lugar de aflicción (Ps 43,20), donde llama lugar de aflicción al lugar terreno, al que fue arrojado Adán, es decir, el hombre, cuando fue echado, por su maldad, del paraíso, y el que dijo: Vemos ahora por espejo y en enigma, pero un día veremos cara a cara (Ps 1); y estotro: Mientras estamos en el cuerpo andamos lejos del Señor; por eso preferimos salir del cuerpo y llegar hasta el Señor (Ps 2), ¡qué profundas ideas tenía sobre el diverso vivir de las almas!.
Y ¿qué necesidad hay de oponer nada más a los dichos de Celso en el sentido de que mucho antes fue dicho todo eso entre nosotros, cuando de lo ya discutido aparece claro nuestro sentir? Aquí, sin embargo, sienta como una especie de tesis: "Y si pensáis que un espíritu baja de Dios para anunciar los misterios divinos, éste sería el espíritu que pregona todo esto, el espíritu que llenó a los hombres antiguos para que anunciaran muchos bienes". Pero ignora la diferencia entre todo eso y lo que nosotros tenemos puntualmente avsriguado. Nosotros decimos: Tu espíritu incorruptible está en todas las cosas; por lo cual, Dios castiga poco a poco a los que se desvian . Y afirmamos también, entre otras cosas, que las palabras: Recibid el Espíritu Santo dan a entender una cuantía de don diferente de la que se ve por estotras: Seréis bañados en Espíritu Santo después de no muchos días .
Ahora bien, lo difícil es considerar cuidadosamente estas cosas y ver la diferencia que va entre quienes a largos intervalos han recibido la comprensión de la verdad y un breve entendimiento de Dios, y los que por mucho tiempo están inspirados por Dios, están siempre en la presencia de Dios y son continuamente guiados por el espíritu divino . Si Celso hubiera examinado y comprendido todo esto, no nos hubiera tachado de ignorancia, ni nos hubiera ordenado no llamar ciegos a los que piensan que la religión se muestra en las artes materiales de los hombres, en la estatuaria, por ejemplo. Nadie, en efecto, que vea con los ojos del alma da culto a Dios de otro modo que el que enseña a mirar siempre al Creador del universo y a dirigirle a El toda oración y hacerlo todo como ante los ojos de Dios, ante un espectador que ve hasta nuestros pensamientos. De ahí que nosotros pidamos ver, para ser luego guías de ciegos, hasta que, acercándose ellos al Verbo de Dios, recobren los ojos del alma, entenebrecidos por la ignorancia. Y^ si hacemos cosas dignas del que dijo a sus discípulos: Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,14), y del Logos, que enseñó: La luz brilla en las tinieblas , seremos también luz de los que están en las tinieblas e instruiremos a los insensatos y enseñaremos a los niños.
Y no se irrite Celso de que llamemos cojos y mutilados de los pies del alma a los que corren a los lugares sagrados, como si de verdad fueran sagrados, por no ver que nada sagrado puede salir de manos de artesanos (I 5). Corren, a la verdad, los que practican la religión según la doctrina de Jesús, hasta que, llegados al término de la carrera, puedan decir con firme y verdadero espíritu: He combatido el buen combate, he consumado mi carrera, he guardado la fe; ahora me está reservada la corona Je la justicia (2 Tini 4,7). Y cada uno de nosotros corre, pero no como al azar, y lucha contra la maldad no como quien da golpes al aire (Mt 2). No; nosotros combatimos a los que están bajo el príncipe que tiene el impeño del aire, del espíritu que obra ahora sobre los hijos de la desconfianza .
Diga, por lo demás, Celso que vivimos para un cadáver, nosotros que oímos: Si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si, por el espíritu, mortificareis las obras de la carne, viviréis ; nosotros, que hemos, además, aprendido: Si por el espíritu vivimos, andemos también en espíritu . Y por vía de obras pudiéramos demostrar que miente el que dice que vivimos para el cuerpo, cosa muerta.
Después de todo eso, que hemos rebatido según nuestras fuerzas, dice contra nosotros: "¡Cuánto mejor os hubiera estado, ya que tantas ganas teníais de innovaciones, haber acudido a otro cualquiera de los que noblemente murieron y pudieran ser sujeto de un mito divino! Si no os gustaba Heracles y Asclepio y los que de antiguo están ya glorificados (III 22.42), ahí tenéis a Orfeo, hombre que, por confesión de todos, poseyó espíritu divino y que también murió violentamente. Pero quizá se adelantaron otros. Por lo menos os queda Anaxarco, que, echado en un mortero y majado allí despiadadamente, se burlaba, con la mayor serenidad, del tormento, diciendo: "Machaca, machaca el saco de Anaxarco, porque a Anaxarco no lo machacas". ¡Esa sí que es palabra de espíritu verdaderamente divino! Mas también a éste se adelantaron en seguida algunos físicos. ¿No querréis, pues, a Epicteto? El cual, como su amo se entretuviera en atormentarle la pierna, sonriendo y sin conmoverse, le decía: "Que me la vas a romper". Y rota, en efecto: "¿No decía yo-le dijo-que me la romperías?" ¿Qué dijo semejante vuestro Dios al ser atormentado? La Sibila misma, de la que algunos de vosotros se valen, os hubiera venido mejor para declararla hija de dios. Pero la verdad es que os habéis contentado con interpolar en los oráculos de aquélla todo género de blasfemias y, en cambio, hacéis dios a un hombre de la vida más execrable y de la muerte más ignominiosa. ¡Cuánto más apto para el caso os hubiera sido un Jonas junto a la calabaza , un Daniel que salió vivo de entre los leones u otros aún más prodigiosos!"
Ahora, pues, ya que nos remite Celso a Heracles, alegúenos algún escrito en que consten sus palabras y defienda su vergonzosa servidumbre con Onfale 2"; y demuéstrenos que era digno de honores divinos el que, violentamente y como un bandido, le quitó el buey al labrador y se lo comió, complacido de las maldiciones que le echaba el labrador mientras se lo comía. Lo que explica que hasta ahora, según se cuenta, el demon de Heracles recibe el sacrificio con ciertas maldiciones. Nos invita también Celso a que volvamos a hablar de Asclepio, siendo así que anteriormente (III 22-25) hemos hablado ya de él, y con lo allí dicho nos contentamos. ¿Y qué admiró en Orfeo para decir que, por confesión de todos, poseyó un espíritu religioso y vivió hermosamente? Mucho me admiraría no mueva ahora a Celso a ensalzar a Orfeo su gana de discutir con nosotros y rebajar a Jesús; si leyera, empero, los impíos mitos que atribuye a los dioses, Celso mismo no dejaría de rechazar sus poemas como más dignos de ser arrojados de toda buena república que los de Hornero (IV 36; sobre los mitos de Orfeo: I 16). Y es así que Orfeo dijo sobre los supuestos dioses cosas mucho peores que Hornero.
Heroico fue, desde luego, Anaxarco al decir al tirano de Chipre Aristocreonte (o Nicocreonte): "Tunde, tunde la bolsa de Anaxarco"; pero esto es lo único maravilloso que los griegos saben de Anaxarco; y si, como Celso pretende "°, está bien que ciertas gentes reverencien a un hombre por su virtud, de ahí no se sigue deba proclamarse dios a Anaxarco sTambién nos manda a Epicteto31, admirando su noble dicho; pero no es tan alto lo que Epicteto dijo al romperle el otro la pierna, que pueda compararse con las maravillosas obras y palabras de Jesús, a las que Celso no presta fe. Sin embargo, fueron pronunciadas por virtud divina y hasta ahora convierten '" no sólo a unos cuantos simples, sino a muchos inteligentes.
Después de ese catálogo de hombres ilustres, dice: "¿Qué dijo vuestro dios, al ser castigado, comparable con estos dichos?" A esto le podemos responder que el silencio de Jesús en sus azotes y demás tormentos puso de manifiesto más fortaleza y paciencia que lo dicho por cualquier griego puesto en trance difícil; eso si Celso quiere creer a lo que honradamente fue consignado por escrito por hombres amadores de la verdad; los que sinceramente narraron sus milagros, con éstos enumeraron también su silencio en los azotes. Y lo mismo al ser objeto de burlas, al vestírsele la clámide de -púrpura, coronarlo de espinas y ponerle en la mano una caña por cetro (Mt 27,14 Mt 28-29 Mt 39), dio pruebas de suma mansedumbre, sin pronunciar palabra baja ni de irritación contra los que tamaños desafueros cometían con El33.
Ahora bien, el que por fortaleza de ánimo calló en los azotes, y por mansedumbre sufrió todo lo que quisieron hacerle sus burladores, no iba a decir, por cobardía, como piensan algunos, lo que dijo en su oración: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no como yo quiero, sino como tú (Mt 26,39). Ahora bien, esto, que, al parecer, es rechazar lo que se llama el cáliz, tiene una razón que en otra parte hemos estudiado y expuesto. Sin embargo, aun tomando estas palabras en sentido obvio, veamos si esa oración no está dicha con la piedad debida a Dios. Y es así que todo el mundo piensa que la tribulación no debe ser preferida, sino que, cuando las circunstancias lo piden, se soporta lo que sucede contra nuestras preferencias. Y aun así, las palabras de Jesús: Mas no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú, no delatan un ánimo que se abate, sino que acepta de buen grado lo que acaece y prefiere las tribulaciones ordenadas por la providencia.
Luego, no sé yo por qué razón, quería Celso que proclamáramos a la Sibila hija de Dios mejor que a Jesús, y afirma que hemos interpolado en los poemas de aquélla muchas cosas blasfemas; pero no demuestra parejas interpolaciones. Y lo hubiera demostrado presentando los ejemplares antiguos puros, sin las interpolaciones que él se imagina. Y tampoco demuestra que sean blasfemas. Lo que hace es decir una vez más, no dos ni tres, sino muchas veces, que la vida de Jesús fue lo más infame que cabe imaginar (cf. I 62; III 50). Pero no se para en cada una de las acciones de Jesús que juzga por colmo de infancia; de haberlo hecho, no daría la impresión no sólo de que afirma sin demostrar, sino también de que insulta al que no conoce. Por otra parte, de haber expuesto los casos particulares de la vida infamísima, que en las acciones le parecieron tales, nosotros hubiéramos refutado punto por punto lo que a él se le antojara colmo de infamia.
En cuanto al cargo de que "Jesús murió de la muerte más miserable", lo mismo pudiera decirse de Sócrates y de Anaxarco, de quien poco antes ha hecho mérito, y de infinitos otros. ¿O es que la muerte de Jesús fue miserable y la de éstos no? ¿O la de aquéllos no fue miserable, y sí la de Jesús? Por aquí se ve también que el fin que Celso se propuso fue lanzar sus injurias contra Jesús, movido, a lo que creo, por algún espíritu maligno, al que Jesús habrá destruido y derrocado, para que no guste ya de grasas y sangre (III 28), de las que, alimentado, engañaba a los que buscan a Dios sobre la tierra en las imágenes o ídolos, en vez de levantar los ojos al verdadero Dios del universo.
Luego, como si su fin fuera llenar de borra su libro, quería Celso que tuviéramos por Dios a Joñas con preferencia a Jesús. Es decir, que a Joñas, que predicó penitencia a la sola ciudad de Nínive , lo prefiere Celso a Jesús, que la predicó a todo el mundo y con más éxito que Joñas. Al que extraña y milagrosamente pasó tres días y tres noches en el vientre de la ballena quiere Celso que lo proclamemos dios; al que aceptó, empero, morir por los hombres y atestigua Dios por medio de los profetas, a ése no lo tiene Celso por digno del segundo honor después del Dios del universo, honor merecido por las hazañas que llevó a cabo en el cielo y sobre la tierra. Y es de notar aún que Joñas fue tragado por el monstruo marino por huir para no predicar lo que Dios le había ordenado; Jesús, empero, aceptó la muerte por los hombres después que enseñó lo que Dios quería.
Luego dice que hubiéramos hecho mejor en adorar a Daniel, que salió ileso de entre los leones , que no a Jesús; siendo así que éste pisoteó la fiereza de todo poder adverso y nos dio potestad para caminar por encima de serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo (LE 10,19). Luego, cuando no tiene otros que alegar, dice: "O los que son más monstruosos que éstos", palabras con que insulta a la vez a Joñas y Daniel, pues el espíritu que moraba en Celso no sabía hablar bien de los justos.
Pues consideremos ahora el texto que sigue de Celso, que dice así: "Tienen también un precepto de no vengarse de quien los agravia. Si te pegan, dice, en una mandíbula, tú presenta también la otra (LE 6,29 Mt 5,39). Cosa ésta también muy antigua y que fue antes muy bien dicha. Sólo lo rústico de la forma les pertenece. Platón, en efecto, introduce a Sócrates, que tiene con Gritón la conversación que sigue:
-¿Luego por ningún caso se debe cometer injusticia?
-¡Por ningún caso!
-¿Luego tampoco el que la sufre puede devolver injusticia por injusticia, como piensan los muchos, dado caso que por ningún caso se debe cometer injusticia?
-No, evidentemente.
-Veamos otro punto: ¿Es lícito hacer mal, ¡oh Gritón!, o no es lícito?
-No es lícito, ciertamente, ¡oh Sócrates!
-Y volver mal por mal aquel a quien se ha hecho mal, como afirman los muchos, ¿es justo o no es justo?
- ¡De ninguna manera! Pues hacer mal a quien sea no se diferencia para nada del cometer injusticia.
-Dices bien; luego tampoco es lícito devolver injusticia por injusticia, ni hacer mal a nadie, sea lo que fuere lo que uno padezca de parte de otro (PLAT., Gritón 49bc). Esto dice Platón, y poco después lo que sigue:
"Considera, pues, también tú muy despacio si estás de acuerdo y piensas como yo, y vamos a partir en nuestra deliberación de este principio: Nunca es lícito cometer injusticia ni devolver injusticia por injusticia, ni al que sufre un mal vengarse devolviendo mal por mal. ¿O es que te retiras y no estás de acuerdo con este principio? Porque a mí, de tiempo atrás, me parece así, y aún me lo sigue pareciendo" (ibid., 49de).
Tal fue el sentir de Platón, pero fue también ya de antes doctrina de hombres divinos. Pero baste lo dicho acerca de este punto y de otros muchos que han corrompido (VI 15). El que tenga ganas de buscar más sobre el particular, lo encontrará (cf. IV 61).
Respondamos ahora a este punto y a todos los otros que Celso identificó por no poder contradecir su verdad, diciendo que fueron también dichos por los griegos. Si la doctrina es provechosa y la intención que se dice sana, lo mismo da que la diga Platón entre los griegos o algún otro de sus sabios, o los judíos por Moisés o algún profeta, o los cristianos en los discursos de Jesús que constan por escrito o en los que pronunciara alguno de sus apóstoles; no hay motivo de censurar lo dicho por judíos o cristianos por el hecho de que lo mismo se dijera entre los griegos, más que más si se demuestra que los libros de los judíos son más antiguos que los de los griegos ". Por el mismo caso, tampoco debe pensarse que lo dicho con la belleza del estilo helénico, haya de ser en absoluto mejor que lo anunciado más llanamente y con frases más sencillas entre judíos o cristianos, si bien la dicción primera de los judíos en que los profetas nos dejaron sus libros está en lengua hebrea y en sabia composición de la misma.
Pero hay que demostrar, por muy paradójica que parezca la tesis, que los mismos dogmas están mejor dichos en los profetas de los judíos y en los discursos de los cristianos; y lo demostraremos por una comparación tomada de los alimentos y la manera de prepararlos. Supongamos un alimento sano, que vigoriza a los que lo toman, y supongamos que se lo prepara y condimenta de forma que no lo tomen los rústicos, que, por haberse criado entre tugurios, no saben cómo se come eso, ni tampoco los pobres, sino sólo los ricos y gentes de delicado paladar; y otro alimento, no preparado al gusto de los que son tenidos por más delicados, sino como saben comer los pobres y los rústicos y la mayoría de las gentes; de éste comen miles y miles. Ahora bien, si del comer el primer manjar, preparado según el gusto de la gente delicada, sólo éstos gozaran de salud, y ninguno de los otros tiene afición a tales manjares; pero de comer el otro, pasan la vida sanos muchedumbres de hombres, ¿a qué cocineros alabaríamos más, desde el punto de vista del bien común, en razón de preparar alimentos sanos: a los que los preparan para provecho de los doctos o a los que lo hacen para la muchedumbre? Hemos de suponer que la salud y bienestar es el mismo, así se preparen los alimentos de una manera u otra; pero, evidentemente, el amor a los hombres y el sentido de lo social nos sugiere que contribuye más al bien común el médico que provee a la sanidad de muchos que no el que sólo mira a unos pocos.
Si la comparación está bien pensada, vamos a trasladarla a la calidad del alimento espiritual propio de animales racionales. Pues veamos si Platón y los sabios entre los griegos no se asemejan, en lo que dicen rectamente, a los médicos que sólo proveen a los que pasan por más delicados y desdeñan a la muchedumbre de las gentes; los profetas, empero, de los judíos y los discípulos de Jesús, que echan muy lejos a paseo las elegancias del estilo y la que llama la Escritura sabiduría de los hombres y sabiduría de la carne (Mt 1), que figuradamente quiere decir la lengua, pueden comparase a los que se determinan a preparar y condimentar la misma comida sanísima con un estilo que llega a las muchedumbres de los hombres y no es ajeno a su habla corriente; así, por la extrañeza, no los aparte de oír, como si se tratara de explicaciones insólitas. Y, efectivamente, si el objeto de la comida espiritual-llamémosla así-es hacer paciente y manso al que la come, ¿cómo no decir que está mejor aderezado el discurso que hace muchedumbres de pacientes y mansos, o por lo menos de los que adelantan en tales virtudes, que no el que sólo hace algunos, muy contables, y eso dando de barato que los haga en absoluto? (cf. VI 2).
Si Platón se hubiera propuesto aprovechar con sanas doctrinas a quienes hablan egipcio o siríaco, habría pensado primero en aprender las lenguas de sus futuros oyentes, y hubiera preferido barbarizar, como lo llaman los griegos, que no, permaneciendo griego, ser incapaz de decir nada útil para egipcios y sirios. Así, la naturaleza divina, que tiene providencía no sólo de los griegos que se creen instruidos, sino también de los otros, condescendió con la ignorancia de los oyentes; y, valiéndose de dicciones que le son familiares, invitó a oír la palabra divina a la turbamulta de los ignorantes. Estos, después de su primera iniciación en el cristianismo, pueden fácilmente hacer punto de honor comprender también los sentidos más profundos ocultos en las Escrituras. Y es así que, para quienquiera las conozca, es evidente que muchos pasajes de ellas pueden tener un sentido más profundo que el que aparece a simple vista, sentido que se manifiesta a los que se consagran al estudio de la palabra divina a proporción del tiempo que le dedican y el empeño en ponerla por obra.
Queda, pues, demostrado que, al decir Jesús, con harta rusticidad en sentir de Celso: Al que te hiriere en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quisiere contender contigo en juicio y quitarte la túnica, dale también el manto (LE 6,29 Mt 5,40), expresó e ilustró su doctrina, hablando así, de forma más provechosa a los hombres que no Platón en el Gritón. A Platón no pueden ni aun entenderlo la gente vulgar; y con trabajo lo logran los que han pasado por los estudios generales antes de entrar en la profunda filosofía de los griegos.
De considerar es también que el sentido de la paciencia no se corrompe por la sencillez del estilo; por lo que se ve que también en esto calumnia Celso nuestra doctrina, cuando dice: "Pero baste lo dicho acerca de estas y otras cosas que corrompen; el que tenga ganas de buscar más, lo encontrará" ".
Pues veamos ahora lo que sigue, que es de este tenor: "Pasemos ahora a otros temas. Los cristianos no soportan la vista de templos ni de estatuas, en lo que coinciden con los escitas, con los nómadas de la Libia y con los seres, gentes sin Dios, y con otras naciones ajenas a toda religión y a toda ley. Así piensan también los persas, según cuenta Heródoto por estas palabras: "Los persas sé que tienen las siguientes costumbres: no levantan estatuas, ni altares, ni templos, y tienen por necios a quienes tal hacen. La causa, a mi parecer, es que no piensan, como los griegos, que los dioses sean de forma humana" (HEROD., I 131). Heráclito igualmente se expresa así: "Y oran a estas estatuas como si uno se pusiera a hablar con las paredes de su casa, no sabiendo quiénes son los dioses y héroes" (ÜIELS-KRANZ, Die Fragm. I 151 fragm.5). ¿Qué nos enseñan los cristianos que no nos lo diga aquí mejor Heráclito? Bien secretamente da a entender ser bobo orar a las estatuas si uno no conoce "quiénes son los dioses y héroes". Tal es la doctrina de Heráclito; pero ellos deshonran sin distinción toda imagen. Si la razón que dan es que la piedra, o la madera, o el bronce, o el oro que fulano o zutano han trabajado, no es dios, valiente sabiduría. Porque ¿quién sino un tonto de remate puede creer que eso sea Dios y no ofrendas e imágenes de los dioses? Si es porque no es posible concebir imágenes divinas, por ser otra la forma de Dios, según opinan también los persas, no caen en la cuenta que se contradicen a sí mismos cuando dicen que Dios hizo al hombre su propia imagen y la cara semejante a sí mismo (VI 63). Pero concederán que estas imágenes se destinan al honor de alguien semejante o diferente en la forma, si bien explican no ser dioses, sino démones a los que tales imágenes se dedican, y, en fin, que quien adora a Dios no tiene que dar culto a los démones".
A esto hay que responder así: Si es cierto que los escitas, y los nómadas de la Libia, y los seres, a los que cuelga Celso que son ateos, y otras naciones sin religión y sin ley, y hasta los mismos persas no soportan mirar templos, altares ni imágenes, con ello no se dice que sea la misma la razón por que no lo soportan ellos y por que no lo soportamos nosotros. Es menester examinar la doctrina por que no soportan templos e imágenes los que no los soportan, a fin de alabar al que no los soporta partiendo de sanas doctrinas y reprender al que lo hace partiendo de doctrinas falsas. Y es así que un mismo hecho puede provenir de doctrinas diferentes. Así, por ejemplo, el adulterio lo evitan los secuaces de la filosofía de Zenón de Citio, y también los epicúreos y hasta algunos de entre la gente completamente inculta. ¡Pero hay que ver la diferencia de razones por que éstos evitan el adulterio! Los primeros, por razón del bien común y por ser contra la naturaleza " del animal racional corromper la mujer que ha sido antes destinada a otro por las leyes y destruir la casa de otro hombre; pero los epicúreos, cuando se abstienen del adulterio, no .lo hacen por esta razón, sino porque piensan que el fin de la vida es el placer, y muchos son los impedimentos del placer para quien ha cedido al placer único del adulterio. Así, a veces, cárceles, destierros y hasta la muerte; y frecuentemente, peligros al estar al acecho de que salgan de casa el marido y los que cuidan de sus intereses. Porque, si suponemos que el adúltero puede ocultarse al marido de la mujer y a todos sus domésticos y aquellos ante los que el adulterio pudiera acarrearle deshonor, el epicúreo, llevado del placer, lo cometería. En cuanto al hombre vulgar que, teniendo ocasión de cometer un adulterio, no lo comete, es fácil hallar que se abstiene por el temor a la ley y sus castigos, y no hay que pensar deje de hacerlo con miras a obtener por la continencia mayores placeres. Se ve, pues, que una misma obra, el abstenerse de cometer un adulterio, deja de ser la misma y se hace diferente por razón de los diferentes propósitos de los que se abstienen. Puede, en efecto, proceder de principios sanos, o de malos e impiísimos, como los del epicúreo y los de ese palurdo de nuestro ejemplo.
Ahora bien, a la manera como una misma acción, esta de abstenerse de cometer un adulterio, siendo aparentemente una, se la ve diferenciarse por las varias doctrinas y propósitos por que se hace; así los que no toleran se dé culto a la divinidad en altares, templos y estatuas: los escitas, los nómadas de la Libia, los seres, gentes sin Dios, y los persas, hacen eso movidos por principios diferentes que los que guían a judíos y cristianos para no tolerar ese supuesto culto tributado a la divinidad. Y es así que ninguno de esos pueblos repudia altares e imágenes porque piense que así se rebaja y degrada el culto a la divinidad a la materia configurada de una u otra forma, ni porque tengan idea de que ciertos démones moran de asiento en tales figuras o lugares, ora hayan sido invocados " con ciertas fórmulas mágicas, ora de otro modo hayan podido apoderarse de lugares, en que golosamente participan de las ofrendas de los sacrificios y van a la caza de placer ilícito y de hombres inicuos (cf. supra III 38). Los cristianos y judíos, empero, tienen preceptos como éstos: Al Señor Dios tuyo temerás y a El solo servirás ; y estotro: No tendrás dioses extraños fuera de mí; y: No te fabricarás ídolo, ni semejanza alguna de cuanto hay en el cielo arriba, ni en la tierra abajo, ni en el mar debajo de la tierra, y no lo adorarás ni servirás (Ex 20,3-4); y estotro: Al Señor Dios tuyo adorarás y a El solo servirás (Mt 4,10). Por estos mandamientos y otros semejantes, no sólo se apartan los cristianos de templos, altares y estatuas, sino que, cuando es menester, marchan serenamente a la muerte a trueque de no manchar su idea del Dios del universo con pareja iniquidad.
Respecto de los persas, ya dijimos anteriormente (V 41,44; VI 22) que no levantan ciertamente templos, pero dan culto al sol y demás criaturas de Dios; cosa que a nosotros nos está vedada, pues se nos ha enseñado a no servir a la criatura en lugar del Creador . Nosotros sabemos además que la creación será liberada de la servidumbre de la corrupción para pasar a la libertad de la gloria de los hijos de Dios; y: La expectación de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios; y: La creación ha sido sometida a servidumbre, no de su grado, sino por razón de Aquel que la sometió en esperanza . No hay, pues, por qué honrar en lugar de Dios, que de nada necesita (VI 52; VIII 21; cf. Act 17,25), y de su Hijo, primogénito de toda la creación (Col 1,15), a cosas sujetas a la servidumbre de la corrupción y a la vanidad, y que sufren este estado por una esperanza mejor. Baste, pues, esto, sobre lo antes dicho, acerca de la nación de los persas, que no toleran altares ni estatuas, pero sirven a la criatura en lugar del Creador. Nos alega además Celso el dicho de Heráclito que él interpreta en el sentido de que es necio hacer oración a las imágenes o estatuas si no se sabe cuáles son dioses o héroes. A esto hay que responder ser posible conocer a Dios y a su Unigénito y a los que Dios ha honrado con el título de dioses y participan de la divinidad (= los ángeles; cf. supra III 37), y son distintos de todos los dioses de las paciones, que son demonios (Ps 95,5); pero no es posible conocer a Dios y orar a las estatuas.
'Pero no sólo es necio orar a las imágenes, sino también, siguiendo el hilo de la gente, fingir que se ora a ellas, como hacen las filósofos peripatéticos y los que siguen la doctrina de Epicuro o Demócrito. Y es así que nada ficticio debe morar en el alma del hombre verdaderamente piadoso para con Dios. Nosotros, empero, una razón más que tenemos para no venerar las imágenes es la de no caer, en cuanto de nosotros dependa, en la idea de que tales estatuas son otros dioses. Por eso le reprochamos a Celso y a todos los que confiesan que tales estatuas no son dioses, que esos que aparentan ser sabios tributen un aparente culto a las estatuas. Y el vulgo los sigue y yerra pensando que no sólo las adoran por acomodación, y así da una caída del alma hasta imaginar que todo esto son dioses y no aguantan ni oír que no sean dioses lo que ellos adoran.
Ahora bien, Celso dice que no tiene a las estatuas por dioses, sino por ofrendas de los dioses; pero no pone en claro si se trata de ofrendas de los hombres o, como él las llama, de los dioses mismos. Pero es claro que se trata de ofrendas de hombres que erraron acerca de lo divino. Es más, ni siquiera pensamos que las estatuas representen una imagen divina, como quiera que no cabe describir la forma del Dios invisible e incorpóreo. Celso, por lo demás, se imagina que caemos en contradicción con nosotros mismos al afirmar, de un lado, que lo divino no tiene forma humana y creer, de otro, que Dios hizo al hombre su propia imagen, y a imagen de Dios lo hizo . A esto hay que decir lo ya anteriormente dicho (VI 63): la imagen de Dios se conserva, afirmamos nosotros, en el alma racional, que es apta para la virtud. Por cierto que, al no ver aquí Celso la diferencia entre imagen de Dios y a imagen de Dios, dice que decimos "haber hecho Dios al hombre imagen suya y en la faz semejante a El". Pero también sobre esto dijimos más arriba (VI 63).
Luego dice sobre los cristianos: "Sin duda concederán que estas imágenes se destinan al honor de alguien, semejante o diferente en su forma; pero añadirán que ni son dioses aquellos a quienes se dedican, ni quien adora a Dios debe dar culto a démones". Si Celso hubiera conocido la doctrina sobre los démones y lo que obra cada uno de ellos, ora invocado por los que son diestros en este arte, ora porque ellos voluntariamente se entregan a la operación que quieren y pueden; si hubiera penetrado, decimos, en la doctrina de los démones, que es amplia y difícil de captar a la naturaleza humana, no nos hubiera reprochado que digamos no debe dar culto a démones quienquiera adore al Dios de todas las cosas. Por nuestra parte, estamos tan lejos de dar culto a démones, que antes bien los arrojamos con oraciones y con otros medios que nos enseñan las Escrituras, de las almas humanas y de los lugares donde se han asentado, y a veces hasta de los animales. Y es así que, a menudo, los démones obran algunas cosas para dañar a los mismos animales.
Como quiera que anteriormente (I 69-70; II 63-66; III 41,43; VI 75-77; VII 16-17; 35-36.40; 45- 46.52) hemos hablado largamente sobre Jesús, no hay por qué repetirnos ahora para responder a este texto: "Ahora bien, por sí mismos quedan convictos de que no dan culto a un dios, ni siquiera a un demon, sino a un muerto". Dando, pues, sin más de mano a esto, veamos lo que sigue: "Pero yo les preguntaré primeramente por qué no haya de darse culto a los démones. ¿No se administra por cierto todo según la mente de Dios? ¿Y no viene de El toda providencia? ¿O es que cuanto en el universo acontece, sea obra de un dios o de ángeles, o de otros démones o héroes, no recibe todo su ley del Dios supremo? ¿Y no se ha ordenado al frente de cada cosa el ser que ha sido tenido por digno de recibir poder? Ahora bien, el que adora a Dios, ¿no dará con toda razón culto al que de Dios ha recibido sus poderes? Pero no es posible ", dice la Escritura, que uno mismo sirva a muchos señores" (cf. Mt 6,24).
También aquí es de ver cómo Celso arrambla con cosas que necesitan una investigación no despreciable, y de una ciencia de misterios muy profundos acerca de la administración del universo. Y es así que debe examinarse bien en qué sentido se dice que todo se administra según la mente de Dios. ¿Llega o no llega esa administración a los pecados que se cometen? Porque, si esa administración llega también a los pecados cometidos no sólo entre los hombres, sino también entre los démones y otros seres incorpóreos que por naturaleza pueden pecar, vea el que sienta la tesis de que todo se administra según la mente de Dios el absurdo que de ahí se sigue. Sigúese, en efecto, de esa tesis que los pecados y cuanto de la maldad se deriva se administran según la mente de Dios. Lo cual no es lo mismo que decir que suceden " sin que Dios lo impida. Pero si se entiende propiamente lo de "administrar", se dirá que también se administra lo que procede de la maldad- evidentemente, todo se administra según la mente de Dios-, y nadie que peque contraviene a la administración de Dios.
Por modo semejante hay que distinguir acerca de la providencia y decir que la tesis de que "toda providencia viene de Dios", contiene, desde luego, algo de verdad cuando la providencia se refiere a algo bueno; mas si decimos de manera general que todo lo que acontece es conforme a la providencia, aunque acontezca algo malo, será falso que "toda providencia venga de El"; a no ser que se diga que cuanto sucede por concomitancia de lo que es providencial, procede también de la providencia de Dios (VI 53).
Afirma también Celso que cuanto hay en el universo, ora sea obra de un dios, ora de ángeles y otros démones, todo recibe ley del Dios supremo; pero no afirma "discurso verdadero". Y es así que los seres transgresores de la ley no la transgreden porque sigan la ley del Dios supremo. Ahora bien, la palabra divina nos demuestra que son transgresores de la ley no sólo los hombres malos, sino también los démones y ángeles malos.
Ahora bien, de démones malos no sólo hablamos nosotros, sino casi todos los que sientan haber démones. Luego no todos los seres reciben o guardan una ley del Dios supremo. Y es así que cuantos por su inadvertencia, por iniquidad y maldad o por ignorancia de lo bueno se han apartado de la ley divina, no reciben la ley de Dios, sino (para usar una palabra nueva que viene de la Escritura) la ley del pecado . Ahora bien, según la mayor parte de los que sientan haber démones, los démones malos no guardan la ley de Dios, sino que la transgreden; pero, según nosotros, son trangresores todos los démones, pues, no siendo antes démones, se apartaron del camino del bien. Por eso, nadie que adore a Dios debe dar culto a los démones. La naturaleza de los démones se ve también clara por los que los conjuran por los llamados hechizos de amor u odio, para impedir ciertas acciones o para otros innumerables intentos, como lo hacen los que, por encantamientos o fórmulas mágicas, saben invocar y conjurar a los démones para lo que quieren. Por eso, todo el culto de los démones es extraño a quienes adoramos al Dios de todas las cosas; y el culto de los démones es culto de los falsos dioses, porque todos los dioses de las naciones son démones (Ps 95,5). Lo mismo aparece también claro por el hecho de que se hicieron curiosos conjuros " sobre los supuestos templos que parecen más eficaces al tiempo que se levantaron tales templos con sus correspondientes estatuas; conjuros que hacen los que, por fórmulas mágicas, consagran su tiempo al culto de los démones. De ahí nuestra resolución de huir, como de peste, del culto de los démones; y culto de los démones afirmamos ser todo lo que los griegos tienen por religión con sus altares, estatuas y templos de dioses.
Dijo también Celso que al frente de cada cosa está ordenado uno que ha recibido poder del Dios sumo y se ha tenido por digno de llevar a cabo alguna obra; pero es menester ciencia muy profunda y capaz de demostrar si, a la manera de los verdugos en las ciudades y de los oficiales de las repúblicas que entienden en cosas tristes, pero forzosas, así los dé-mones malos han sido destinados para determinadas funciones por el Logos que todo lo gobierna; como los bandidos de los desiertos que se nombran un capitán que los mande, así los démones, formando como escuadrones por los varios lugares de la tierra, se han nombrado también un príncipe que los guía en las acciones que emprenden, para robar y asaltar las almas de los hombres.
Ahora bien, el que quiera hablar bien sobre este punto para defender a los cristianos que se abstienen de dar culto a nadie que no sea el Dios supremo y al que es primogénito de toda la creación, el Verbo de Dios (Col 1,15), tiene que explicar textos como éste: Todos cuantos vinieron antes de mí son ladrones y salteadores, y las ovejas no los escucharon; y estotro: El ladrón no viene sino a robar y matar y destruir , y cualquier otro dicho semejante de las sagradas letras. Por ejemplo, éste: Mirad que os he dado potestad de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada os dañará (LE 10,19), y estotro: Andarás sobre el áspid y la víbora y al león pisarás y al dragón fiero (Ps 90,13).
Pero nada de esto sabía Celso, pues, de haberlo sabido, no hubiera dicho: "Y cuanto hay en el universo, ora sea obra de un dios, de ángeles, de démones o héroes, todo recibe su ley del Dios máximo, y al frente de cada cosa se pone aquel que ha sido juzgado digno de alcanzar poder. Ahora bien, al que ha alcanzado poder de Dios, ¿no será justo le dé culto todo el que adora a Dios?" A lo que añade: "No es posible que uno mismo adore a muchos señores".
Pero esto lo discutiremos en el libro siguiente, pues este séptimo que hemos escrito contra la obra de Celso ha adquirido ya suficiente volumen.