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El Testigo Fiel
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Documentación: Orígenes: De principiis
Libro I


Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV

Libro Primero

Dios

Dios no tiene cuerpo en ningún sentido

1. Sé que algunos pretenden decir, apoyándose incluso en nuestras Escrituras, que Dios es un cuerpo, alegando que lo que encuentran escrito en Moisés: "Nuestro Dios es un fuego consumidor" (Dt 4,24), y en el evangelio de Juan: "Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y verdad es necesario que le adoren" (Jn 4,24). El fuego y el espíritu, según ellos, no pueden entenderse sino como cuerpo. Ahora, me gustaría preguntar a estas personas qué dicen de lo que está escrito: "Dios es luz, y en Él no hay tinieblas" (1Jn 1,5), como dice Juan en su epístola.

Realmente Él es aquella luz que ilumina el entendimiento de todos los que son capaces de recibir la verdad, como se dice en los Salmos: "En tu luz veremos la luz" (Ps 35,10).

¿Y qué otra cosa ha de llamarse luz de Dios, en la cual vemos la luz, sino la virtud de Dios, iluminados por la cual conocemos ya la verdad de todas las cosas, ya al mismo Dios, que se llama la Verdad? Tal, pues, es el sentido de las palabras: "En tu luz veremos la luz", esto es, en tu Verbo y tu sabiduría, que es tu Hijo, en Él mismo, te vemos a Ti, el Padre. ¿Acaso porque se llama luz ha de creérsele semejante a la luz de nuestro sol? ¿Cómo podrá darse un intelecto, por leve que sea, que reciba de esta luz corporal la causa de su conocimiento y alcance por ella el entendimiento de la verdad?

Dios es fuego consumidor en sentido moral-espiritual

2. Si, entonces, ellos consienten esta afirmación nues tra sobre la naturaleza de esa luz, que la misma razón demuestra, y confiesan que Dios no puede entenderse como un cuerpo, según la intelección de esa luz, el mismo razonamiento podrá aplicarse al "fuego que consume" (Dt 4,24). Porque, ¿qué consumirá Dios en cuanto es fuego? ¿Podrá creerse acaso, que consume la materia corporal, como el leño, el heno, o la paja? Y si Dios es un fuego consumidor de las materias de esa índole, ¿qué se dirá con ello que merezca la alabanza de Dios? Consideremos, en cambio, que Dios consume ciertamente y extermina, pero consume los malos pensamientos de las mentes, consume las acciones vergonzosas, consume los deseos del pecado, cuando se introduce en las mentes de los creyentes, y de esas almas hechas capaces de su Verbo y su sabiduría al habitarlas juntamente con su Hijo según lo que está dicho: "Yo y el Padre vendremos a él, y en él haremos morada" (Jn 14,23), hace un templo puro para sí y digno de sí, consumiendo en ellas todos los vicios y pasiones.

Y a los que porque está dicho que Dios es espíritu, juzgan que Dios es cuerpo, juzgo que debe respondérseles de esta manera: es costumbre de la Sagrada Escritura, cuando quiere significar algo contrario a este cuerpo craso y sólido, denominarlo "espíritu", y así dice: "La letra mata, pero el espíritu da vida" (2Co 3,6), significando, sin duda, por "letra" lo corporal, y por "espíritu" lo intelectual, que también llamamos espiritual. El apóstol dice también: "Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, el velo persiste tendido sobre sus corazones; mas cuando se vuelvan al Señor será corrido el velo. El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor está la libertad" (2Co 3,15-17). Porque mientras los hombres no se convierten a la inteligencia espiritual un velo cubre su corazón, y por ese velo, es decir, por la inteligencia crasa, se dice y considera velada la propia Escritura; y por eso se dice que un velo cubría el rostro de Moisés cuando hablaba al pueblo, es decir, cuando se leía la ley públicamente (Ex 34,36). Pero si nos convertimos al Señor, donde esté también el Verbo de Dios y donde el Espíritu Santo revela la ciencia espiritual, entonces será quitado el velo, y, con el rostro descubierto, contemplaremos en las Santas Escrituras la gloria del Señor.

El Espíritu Santo no es un cuerpo

3. Y aunque muchos santos participan del Espíritu Santo, no puede entenderse el Espíritu Santo como un cuerpo que, dividido en partes corporales, es recibido por cada uno de los santos, sino que es un poder santificante en el cual, se dice, tienen participación todos los que han merecido ser santificados por su gracia. Y para que pueda comprenderse más fácilmente lo que decimos, tomemos un ejemplo aun de cosas distintas: son muchos los que participan el arte de la medicina; ¿acaso hemos de enten der que a todos los que participan de la medicina se les ha ofrecido un cuerpo llamado medicina y que se han hecho participantes de él llevándose cada uno una por ción? ¿O se ha de entender más bien que participan de la medicina todos aquellos que con mentes prontas y dis puestas perciben la intelección de este arte y disciplina?.

No debe entenderse, sin embargo, que se trata de un ejem plo absolutamente semejante cuando comparamos la medicina al Espíritu Santo, sino adecuado sólo para pro bar que no se ha de creer sin más, cuerpo aquello en que participan muchos; porque el Espíritu Santo difiere mucho tanto de la ciencia como de la disciplina de la medicina; el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí, mientras que la medicina no es nada semejante.

Dios es espíritu

4. Pero pasemos ya a las mismas palabras del Evangelio donde está escrito que "Dios es espíritu" 0n. 4,24), y mostremos cómo deben entenderse de acuerdo con lo que hemos dicho. Preguntemos, pues, cuándo dijo esto nuestro Salvador, a quién, y en respuesta a qué. Encontra mos que pronunció las palabra, "Dios es espíritu", hablan do a la mujer samaritana, a aquella que creía que se debía adorar a Dios en el monte Gerizim, según la opinión de los samaritanos. En efecto, la mujer samaritana pregunta ba, creyendo que era uno de los judíos, si se debía adorar a Dios en Jerusalén o en ese monte, y decía así: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar" (Jn 4,20). Así, pues, a lo que creía la samaritana pensando que según la prerrogativa de los lugares corporales Dios era adorado menos recta o debidamente por lo judíos en Jerusalén o por los samaritanos en el monte Gerizim, respondió el Salvador que el que quiere seguir al Señor debe guardarse de todo prejuicio sobre los lugares corporales, y dice así: "Llega la hora, y ésta es cuando verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad" (Jn 4,23-24). Y observa cuan consecuentemente asoció la verdad al espíritu, de modo que empleó el nombre de espíritu para establecer una distinción respecto de los cuerpos, y el de verdad para establecer una distinción respecto de la sombra o imagen. En efecto, los que adoraban en Jerusalén, sirviendo a la sombra o imagen de las cosas celestes, no adoraban a Dios en verdad ni en espíritu como tampoco los que adoraban en el monte Gerizim.

Dios es incomprensible e inconmensurable

5. Habiendo, pues, refutado, en la medida en que podemos, todos los sentidos que pudieran sugerir que nosotros pensamos de Dios algo corpóreo, decimos que realmente Dios es incomprensible e inconmensurable (inaestimabilem), pues si hay algo que podemos sentir o entender acerca de Dios, hemos de creer necesariamente que Dios es infinitamente mejor de lo que sentimos. En efecto, si viéramos un hombre que con dificultad pudiera mirar una chispa de luz, o la llama de una lamparilla, y quisiéramos hacer comprender a uno cuya vista no pudiera abarcar más luz que la mencionada claridad y esplendor del sol, ¿no deberíamos decirle que el esplendor del sol es indecible e incalculablemente mejor y más excelente que toda la luz que él ve? Así nuestra mente, por estar encerrada en la prisión de la carne y la sangre, y hacerse más embotada y obtusa por la participación de esta materia, aunque sea considerada como muy superior en comparación de la naturaleza corpórea, ocupa apenas el lugar de una chispa o de una lucecita cuando se esfuerza por comprender lo incorpóreo y procura contemplarlo. Pero ¿qué hay entre todos los objetos intelectuales, es decir, incorpóreos, que sea tan superior a los demás y les sea tan indecible a incalculablemente superior como Dios?

La agudeza de la mente humana, por más pura y clara que esta sea, no puede alcanzar ni contemplar la naturaleza divina.

Dios es homogéneo e indivisible

6. Pero no aparecerá absurdo si empleamos otra similitud para hacer más evidente la explicación de nuestro objeto: Nuestros ojos no pueden contemplar la naturaleza misma del sol, esto es, su sustancia; pero contemplando su resplandor, o los rayos que penetran quizá por las ventanas o por otros pequeños receptáculos de luz, podemos considerar cuál será la magnitud del propio hogar y fuente de la luz corpórea. Y así las obras de la divina providencia y el arte de este universo son como ciertos rayos de la naturaleza de Dios, en comparación de su propia sustancia y naturaleza. Y porque nuestra mente, por sí misma, no puede contemplar a Dios mismo como es, entiende al Padre del universo partiendo de la hermosura de sus obras y la belleza de sus criaturas. Por consiguiente, no se ha de pensar que Dios es cuerpo, ni está en un cuerpo, sino que es una naturaleza intelectual simple (simplex intellectualis natura), que no admite en sí ninguna adición; de modo que no puede creerse que tiene en sí algo mayor y algo inferior, sino que es por todas partes mónada y, por así decirlo unidad, y mente, y la fuente de la que toda la naturaleza intelectual o la mente toman su principio.

Por otra parte, la mente, para sus movimientos u operaciones, no tiene necesidad de ningún espacio físico, ni magnitud sensible, ni de hábito corporal, o color, ni de ninguna otra cosa de las que son propias del cuerpo o de la materia. Por eso aquella naturaleza simple que es toda mente, para moverse a operar algo, no puede tener dilación ni demora alguna, para que no parezca restringirse o circunscribirse en alguna medida, por una adición de este género, la simplicidad de la naturaleza divina; de suerte que lo que es principio de todas las cosas resulta compuesto y diverso, y sea muchas cosas y no una sola aquello que debe ser ajeno a toda mezcla corpórea, y constar por así decirlo, de la sola especie divina.

Que la mente no necesita lugar para moverse según su naturaleza es cosa segura aun partiendo de la consideración de nuestra mente. Ya que si la mente permanece en su propia medida y no está embotada por alguna causa, nunca sufrirá demora en la ejecución de sus movimientos a consecuencia de la diversidad de los lugares, ni adquirirá tampoco, en virtud de la cualidad de los lugares, aumento o incremento alguno. Y si alguien lo pretende fundándose en que, por ejemplo, los que navegan y están agitados por el oleaje del mar tienen la mente bastante menos vigorosa que suele estarlo en tierra, no debe creerse que les acontece esto por la diversidad del lugar, sino por la conmoción y agitación del cuerpo, al que la mente está unida o en el que está injerta. Porque el cuerpo humano parece vivir en el mar contra la naturaleza, y soportar entonces los movimientos de la mente desordenadamente, como por cierta incapacidad suya, siguiendo de un modo más obtuso el compás de aquélla. Lo mismo acontece en tierra cuando se sufre un ataque de fiebre: es indudable que si, por la violencia de la fiebre, la mente no desempeña su cometido no es culpa del lugar, sino que se debe acusar de ello a la enfermedad del cuerpo, que, turbándole y confundiéndole, no le permite prestar a la mente los servicios acostumbrados por las vías conocidas y naturales; ya que nosotros, los seres humanos, somos animales compuestos por la unión de un cuerpo y un alma. Y esto es lo que hizo posible que nosotros habitásemos sobre la tierra. Pero no puede considerarse que Dios, que es principio de todas las cosas, es un compuesto, porque resultarían anteriores al mismo principio los elementos, de los cuales se compone todo aquello, sea lo que fuere, que se llama compuesto. Tampoco tiene necesidad la mente de un tamaño corporal para hacer algo, o para moverse, como el ojo que se difunde al contemplar los cuerpos grandes, pero se contrae y comprime para ver los pequeños y reducidos. La mente, sin duda, necesita, una magnitud inteligible que no crece corporalmente, sino inteligiblemente. En efecto, la mente no crece a una con el cuerpo mientras tiene lugar el crecimiento corporal, hasta los veinte o los treinta años de edad, sino que por la instrucción y el ejercicio se va perfeccionando la agudeza del ingenio, y las facultades que se encuentran en él como en germen son provocadas a la inteligencia, haciéndose capaz de una comprensión mayor, no porque la aumente el crecimiento corporal, sino porque es perfeccionada por el ejercicio de la instrucción. Y no es susceptible de ella desde la infancia o desde el nacimiento, porque la contextura de los miembros de que la mente se sirve como de instrumentos de su propio ejercicio es aún débil y floja, y no puede ni sostener la fuerza de la operación de la mente, ni ofrecer la posibilidad de aprender una disciplina.

La mente como imagen intelectual de Dios

7. Pero si hay quien piensa que la mente misma y el alma son cuerpo, quisiera que me respondieran cómo puede abarcar las razones y aserciones de tantas cosas, y de cosas tan difíciles y sutiles. ¿De dónde le viene el poder de la memoria? ¿De dónde la facultad de contemplar las cosas invisibles? ¿De dónde el que un cuerpo pueda entender lo incorpóreo? ¿Cómo una naturaleza corporal investiga los procesos de las varias artes, y contempla los motivos de las cosas? ¿De dónde le viene el poder entender y sentir las verdades divinas, que son evidentemente incorpóreas? Podría pensarse que, así como nuestra forma corpórea, y la misma configuración de las orejas y de los ojos contribuyen en cierta medida al oído y a la vista, y todos los miembros formados por Dios tienen cierta adaptación que deriva de la misma cualidad de su forma para aquello que naturalmente están destinados a hacer, así también la configuración del alma y de la mente debe entenderse como apta y adecuadamente formada para sentir y entender todas las cosas y ser movida por los movimientos vitales. Pero no veo cómo podría describirse o expresarse el color de la mente en cuanto es mente y se mueve inteligiblemente.

Para confirmación y explicación de lo que hemos dicho sobre la mente o el alma partiendo de su superioridad respecto de toda naturaleza corpórea puede añadirse aún lo siguiente: a cada sentido corpóreo le es propia una sustancia sensible a la cual el mismo sentido se dirige.

Por ejemplo, a la vista, los colores, la configuración, el tamaño; al oído las voces y sonidos; al olfato, los vapores y los olores buenos y malos; al gusto, los sabores; al tacto, lo caliente y lo frío lo duro y lo blando, lo áspero y lo liso. Ahora bien, para todos es claro que el sentido de la mente es muy superior a todos esos sentidos que hemos mencionado. ¿Cómo, pues, no parecerá absurdo que esos sentidos inferiores tengan, como su correlato, sustancias, y que al sentido de la mente, que es una facultad superior, no responda correlato sustancial alguno, sino que la facultad de la naturaleza intelectual sea un mero accidente o consecuencia del cual los que tal afirman afrentan, sin duda?; al hacerlo, la sustancia más excelente que hay en ellos, y, lo que es más, el menosprecio alcanza al mismo Dios cuando creen que puede ser comprendido por medio de la naturaleza corpórea, porque, según ellos, es cuerpo también lo que puede comprenderse o sentir por medio del cuerpo. No quieren comprender que existe cierto parentesco entre la mente y Dios, de quien la misma mente es imagen intelectual; y por ello puede sentir algo de la naturaleza de la divinidad, sobre todo si está purgada y apartada de la materia corporal.

Diferencia entre ver y conocer a Dios

8. Pero, quizás, estas declaraciones pueden parecer que tienen menos autoridad para aquellos que quieren instruirse sobre las cosas divinas partiendo de las Sagradas Escrituras y que procuran también por ellas convencerse de la supremacía de la naturaleza de Dios respecto de la corpórea. Considera, pues, si no afirma esto el mismo apóstol cuando habla de Cristo diciendo: "El cual es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col 1,15).

La naturaleza de Dios no es, como algunos creen, visible para unos e invisible para otros, pues no dice el apóstol "la imagen de Dios invisible" para los hombres o invisible para los pecadores, sino que con gran firmeza hace una declaración sobre la misma naturaleza de Dios diciendo: "imagen del Dios invisible". Asimismo, Juan en su Evangelio, al decir que "a Dios nadie le vio jamás" 0n. 1,18), declara manifiestamente a todos los que son capaces de entender, que no hay ninguna naturaleza para la cual Dios sea visible; y no porque, siendo visible por naturaleza escape y exceda a la visión de la criatura demasiado frágil, sino porque es naturalmente imposible que sea visto. Y si me preguntaras cuál es mi opinión del mismo Unigénito y dijere que tampoco para Él es visible la naturaleza de Dios, que es naturalmente invisible, no te apresures a juzgar esta respuesta impía o absurda. En seguida te diré la razón. Una cosa es ver y otra conocer; ser visto y ver son cosas propias de los cuerpos; ser conocido y conocer es propio de la naturaleza intelectual. Por consiguiente, lo que es propio de los cuerpos no se ha de pensar del Padre ni del Hijo. En cambio, lo que pertenece a la naturaleza de la deidad es común al Padre y al Hijo (constat ínter Patrem et Filium). Finalmente, tampoco Él mismo dijo en el Evangelio que nadie vio al Padre, sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, sino que dice: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt 11,27). Con esto se indica claramente que lo que entre naturalezas corpóreas se llama ser visto y ver, entre el Padre y el Hijo se llama conocer y ser conocido, por la facultad del conocimiento, y no por la fragilidad de la visualidad. Por consiguiente, como de la naturaleza incorpórea e invisible no se dice propiamente que ve ni que es vista, por eso no se dice en el Evangelio que el Padre es visto por el Hijo, ni el Hijo por el Padre, sino que son conocidos.

A Dios se ve y se conoce por la mente

9. Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo. Igualmente se dice que se sirve de los oídos de los demás miembros que, trasladados de su sentido corporal, se aplican a las facultades del alma, como dice también Salomón: "Hallarás el sentido divino" (Pr 2,5). Él ya sabía que hay dos clases de sentidos en nosotros: uno mortal, corruptible humano; otro inmortal e intelectual, que en ese pasaje llamó divino. Por consiguiente es con ese sentido divino, no de los ojos, sino del corazón limpio, que es la mente, con el que Dios puede ser visto por aquellos que son dignos. En efecto, encontrarás que en todas las Escrituras, tanto antiguas como nuevas, el término "corazón" se usa con frecuencia en lugar de "mente", esto es, la facultad intelectual.

De esta manera, por tanto, aunque muy por debajo de la dignidad del tema, hemos hablado de la naturaleza de Dios, como los que la entienden bajo la limitación del entendimiento humano. En el próximo punto, veremos lo que se quiere decir por el nombre de Cristo.

Cristo

Examen de la naturaleza de Cristo, Hijo unigénito de Dios

1. En primer lugar, debemos notar que la naturaleza de aquella deidad que está en Cristo respecto a su ser Hijo unigénito de Dios, es una cosa, y que la naturaleza humana por Él asumida en estos últimos días con el propósito de la dispensación (de la gracia] es otro. Por lo tanto, primero tenemos que averiguar qué es el Hijo unigénito de Dios, viendo que es llamado por muchos nombres diferentes, según las circunstancias y las opiniones individuales. Ya que es llamado Sabiduría, según la expresión de Salomón: "El Señor me poseía en el principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen fundados. Antes de los collados, era yo engendrada" (Pr 8,22-25).

También es llamado el Primogénito de toda criatura, como el apóstol declaraba: "El primogénito de cada creación" (Col 1,15). El primogénito, sin embargo, no es por naturaleza una persona diferente de la Sabiduría, sino que es una y la misma. Finalmente, el apóstol Pablo dice que "Cristo (es) poder de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,24).

Cristo no fue engendrado en el tiempo, sino en la eternidad

2. No vaya alguno a imaginarse que queremos decir algo impersonal (aliquid insubstantivum) cuando lo llama- mos sabiduría de Dios; o suponga, por ejemplo, que lo entendemos no como un ser vivo dotado de sabiduría, sino algo que hace a los hombres sabios, dándose a sí mismo e implantándose en las mentes de los que son capaces de recibir sus virtudes e inteligencia. Si, entonces, se entiende correctamente que el Hijo unigénito de Dios es su sabiduría hipostáticamente existiendo (substantialiter), no sé si nuestra curiosidad debería avanzar más allá de esto, o albergar la sospecha de que esta hypostasis o sustancia contenga algo de una naturaleza corporal, ya que todo lo que es corpóreo es distinguido por la forma, o el color, o la magnitud. ¿Y quién en su sentido cabal ha buscado alguna vez forma, color, o tamaño en la sabiduría, respecto a su ser sabiduría? ¿Y quién que sea capaz de tener sentimientos o pensamientos respetuosos sobre Dios, puede suponer o creer que Dios el Padre existió alguna vez, incluso durante un instante de tiempo (ad punctum alicujus momenti) sin haber generado esta Sabiduría? Ya que en ese caso debe decir que Dios fue incapaz de generar la Sabiduría antes de que Él la produjera, de modo que Él llamó después a la existencia lo que anteriormente no existía, o que Él poseía el poder ciertamente, pero lo que no se puede decir de Dios sin impiedad es que no estaba dispuesto a usarlo; ambas suposiciones, es evidente, son impías y absurdas, ya que ello significaría que Dios avanzó de una condición de inhabilidad a una de capacidad, que aunque poseía el poder, lo ocultó, y retrasó la generación de Sabiduría. Pero nosotros siempre hemos mantenido que Dios es el Padre de Su Hijo unigénito, quien ciertamente nació de Él, y deriva de Él lo que Él es, pero sin comienzo ni principio, no sólo el que puede ser medido por cualquier división de tiempo, sino hasta el que sólo la mente puede contemplar dentro de sí misma, u observar, por así decirlo, con los poderes desnudos del entendimiento.

Por lo tanto debemos creer que la Sabiduría ha sido generada antes de cualquier principio que pueda ser com- prendido o expresado. Y ya que todo el poder creativo de la futura creación (omnis virtus ac deformatio futurae creatume) estaba incluido en la misma existencia de Sabiduría (tanto de aquellas cosas que tienen un original o de las que tienen una existencia derivada), habiendo sido formadas de antemano y arreglado por el poder de la presciencia; debido a las criaturas que hemos descrito y como si estuvieran prefiguradas en la Sabiduría misma, la Sabiduría dice, en las palabras de Salomón, que ella ha sido creada al principio de los caminos de Dios, puesto que ella contuvo dentro de sí los principios, o las formas, o las especies de toda la creación.

Cristo, Verbo revelatorio de Dios

3. De la misma manera en que hemos entendido que la Sabiduría fue el principio de los caminos de Dios, y se dice que es creada, formando de antemano y conteniendo dentro de ella las especies y los principios de todas las criaturas, debemos nosotros entender que ella es la Palabra (Verbo] de Dios, debido a su revelación a todos otros seres, esto es, a la creación universal, la naturaleza de los misterios y los secretos que están contenidos en la sabiduría divina; y por esta razón es llamada la Palabra, porque ella es, como así decir, el intérprete de los secretos de la mente. Y por tanto, ese lenguaje que encontramos en los Hechos de Pablo, donde se dice que "aquí está la Palabra de un ser viviente", me aparece correctamente usado. Juan, sin embargo, con más sublimidad y propiedad, dice en el principio de su Evangelio, definiendo a Dios mediante una especial definición, que es la Palabra: "Y Dios era la Palabra. Este era en el principio con Dios" (Jn 1,1). Dejemos, entonces, que quien asigna un principio al Verbo o la Sabiduría de Dios, tenga cuidado de no ser culpable de impiedad contra el Padre inengendrado, viendo que Él siempre ha sido Padre, habiendo generado la Palabra y poseído la sabiduría en todos los períodos precedentes, tanto si éstos son llamados tiempos o edades, o cualquier otro título que pueda dárseles.

Cristo es la razón de todo cuanto existe

4. Consecuentemente, este Hijo es también la verdad y la vida de todo lo que existe. Y con razón. Porque ¿cómo podrían ser aquellas cosas que han sido creadas vivas, a menos que deriven su ser de la vida? ¿O cómo podrían ser aquellas cosas que verdaderamente existen, a menos que procedan de la verdad? ¿O cómo podrían existir seres racionales de no ser que la Palabra o la razón haya existido previamente? ¿O cómo podrían ser sabios sin la existencia de la sabiduría? Pero ya que iba a ocurrir que también algunos cayeran de la vida y acarrearan su propia muerte por su declinación -porque la muerte no es otra cosa que apartarse de la vida-, y como no debía ser que lo que una vez fue creado para gozar de la vida pereciera completamente, fue necesario que, antes de la muerte, existiera un poder que destruyera la muerte venidera y que hubiera así resurrección -el tipo del cual estaba en nuestro Señor y Salvador-; y que esta resurrección debería tener su fundamento en la sabiduría, la Palabra y la vida de Dios.

Entonces, en segundo lugar, ya que algunos de los que fueron creados no iban a estar siempre dispuestos a permanecer inmutables e inalterables en la calma y goce moderado de las bendiciones que poseían, sino que, a consecuencia de lo bueno que estaba en ellos no siendo suyo por naturaleza o esencia, sino por accidente, debían pervertirse y cambiar, y caer de su posición, por lo tanto fue la Palabra y la Sabiduría de Dios que hizo el Camino. Y se ha llamado así porque esto conduce al Padre a los que andan en Él.

La distinta generación de las criaturas y del Hijo

Cualquier cosa que hayamos predicado de la sabiduría de Dios, tiene que entenderse y aplicarse de manera apropiada al Hijo de Dios, en virtud de su ser: Vida, Palabra, Verdad y Resurrección; ya que todos estos títulos están sacados de su poder y operaciones, y en ninguno de ellos se encuentra la más mínima razón para entenderlos de un modo corporal, que pudiera denotar tamaño, o forma, o color; porque aquellos hijos de los hombres que aparecen entre nosotros, o los que descienden de otras criaturas vivas, corresponden a la semilla de los que los han engendrado, o se derivan de aquellas madres, en cuyas matrices han sido formados y nutridos, independientemente de lo que ellos traigan a esta vida y llevan con ellos cuando nacen.

Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.

Confirmación de la Escritura

5. Vayamos a examinar ahora cómo aquellas declaraciones que hemos adelantado son mantenidas por la autoridad de la santa Escritura. El apóstol Pablo dice, que el Hijo unigénito es "la imagen del Dios invisible", y "el primogénito de toda creación" (Col 1,15), y escribiendo a los Hebreos, dice de Él que es "el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia" (He 1,3). Ahora, encontramos en el tratado llamado la Sabiduría de Salomón la descripción siguiente de la sabiduría de Dios: "Ella es el aliento del poder de Dios, y el flujo más puro de la gloria del Todopoderoso" (Sg 7,25). Nada que es contaminado, por tanto, puede encontrarse en ella. Porque ella es el esplendor de la luz eterna y el espejo inmaculado de la obra de Dios, y la imagen de su bondad. Ahora decimos, igual que antes, que la Sabiduría tiene su existencia en ninguna parte, sino en Él, que es el principio de todas las cosas; de quien también se deriva que es sabio, porque Él mismo es el único que es por naturaleza Hijo y, por lo tanto, llamado Unigénito.

Cristo, imagen del Dios invisible

6. Veamos ahora cómo debemos entender la expresión "la imagen invisible" (Col 1,15), de modo que podamos de esta manera percibir por qué Dios es correctamente llamado Padre de su Hijo. Saquemos, en primer lugar, nuestras conclusiones de lo que solemos llamar imágenes entre los hombres. A veces se llama imagen a algo que está pintado o esculpido en alguna sustancia material, como la madera o la piedra; y a veces se dice de un niño que es la imagen de su padre, cuando sus rasgos en ningún aspecto desdicen la semejanza con su padre. Pienso, por tanto, que el hombre que ha sido formado a imagen y semejanza de Dios puede compararse debidamente a la primera ilustración. Respecto a Él, de todos modos, lo veremos con más precisión, si Dios lo quiere, cuando tratemos de exponer el pasaje de Génesis.

Pero la imagen del Hijo de Dios, de quien ahora hablamos, puede ser comparada al segundo de los susodichos ejemplos, incluso respecto a esto: que Él es la imagen invisible del Dios invisible, en la misma manera que decimos, según la historia sagrada, que la imagen de Adán es su hijo Set. Las palabras son, "y Adán engendró a Set a su semejanza, conforme a su imagen" (Gn 5,3). Ahora, esta imagen contiene la unidad de naturaleza y sustancia pertenecientes al Padre y al Hijo. Porque si el Hijo hace, de la misma manera, todas las cosas que hace el Padre, entonces, en virtud de este hacer del Hijo semejante al Padre, es la imagen del Padre formada en el Hijo, quien es nacido de Él, como un acto de Su voluntad procedente de su mente. No soy, por tanto, de la opinión de que la sola voluntad del Padre debería ser suficiente para la existencia de todo lo que Él desea que exista. Porque en el ejercicio de su voluntad Él no emplea nada que lo que es dado a conocer por el consejo de su voluntad. Así, también, la existencia del Hijo es generada por Él. Este punto debe mantenerse por encima de todos los demás por aquellos que no permiten que nada puede ser inengendrado, esto es, nonato, salvo Dios el Padre únicamente.

Debemos tener cuidado para no caer en las absurdidades de los que imaginan ciertas emanaciones, para dividir la naturaleza divina en partes, y así dividir a Dios Padre tanto como pueden, pues aun albergar la más remota sospecha de tal cosa en cuanto a un ser incorpóreo es no sólo lo máximo de la impiedad, sino una señal de gran locura; siendo lo más remoto de cualquier concepción inteligente que pueda hacerse de la división física de una naturaleza incorpórea. Antes bien, como acto de la voluntad, proviene del entendimiento, y ni corta ninguna parte, ni la separa ni la divide, como algunos suponen que el Padre engendra al Hijo, a su propia imagen, a saber, que el que es invisible por naturaleza, engendró una naturaleza invisible. Porque el Hijo es la Palabra y, por tanto, no debemos entender que algo en Él sea reconocible por los sentidos.

Él es sabiduría, y en la sabiduría no puede haber ninguna sospecha de nada corpóreo. Él es ía luz verdadera "que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,10); pero Él no tiene nada en común con la luz del sol. Nuestro Salvador, por tanto, es la imagen del Dios invisible, puesto que comparado con el Padre, Él es la verdad; y comparado con nosotros, a quienes nos revela al Padre, es la imagen por la que venimos al conocimiento del Padre, a quien nadie conoce "sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27). Y su método de reve-revelación es por el entendimiento. Por Él, por quien el Hijo mismo es entendido, entiende, como consecuencia, al Padre también, según sus propias palabras: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).

Dios de luz y dador de luz

7. Pero ya que citamos el lenguaje de Pablo en cuanto a Cristo, donde dice de Él que "el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia" (He 1,3), vayamos a considerar qué idea tenemos que formarnos de esto. Según Juan, "Dios es luz" (1Jn 1,5). El Hijo uni génito, por tanto, es la gloria de esta luz, procediendo inse parablemente de Dios mismo, como el resplandor de la luz, e iluminando toda la creación. Porque, de acuerdo a lo que ya hemos explicado en cuanto a la manera en la que Él es el Camino, y que conduce al Padre; y en la que Él es la Palabra, interpretando los secretos de la sabiduría y los misterios del conocimiento, haciéndolos saber a la creación racional; y es también la Verdad, y la Vida, y la Resurrec ción, de la misma manera deberíamos entender el signifi cado de su resplandor; porque es por su esplendor que entendemos y sentimos lo que es la luz. Y este esplendor, presentándose cuidadosa y suavemente a los ojos frágiles y débiles de los mortales, y gradualmente educándolos y acostumbrándolos a soportar el resplandor de la luz, cuan do quita de ellos todo obstáculo y obstrucción de la visión, según el propio precepto del Señor, "saca primero la viga de tu propio ojo" (Lc 6,42), para hacerles capaces de aguan tar el esplendor de la luz, siendo también hecho en este sentido una especie de mediador entre hombres y la luz.

Imagen de la misma persona o sustancia de Dios

8. Pero ya que el apóstol lo llama no sólo el resplandor

de Su gloria, sino también la imagen misma de su persona o sustancia (He 1,3), no está de más preguntarse cómo puede decirse que se es la imagen misma de una perso na, excepto de la persona misma de Dios, independiente mente de ser el significado de persona y sustancia. Con sidera, entonces, si el Hijo de Dios, sabiendo que es su Palabra y Sabiduría, quien sólo conoce al Padre y lo revela a quien Él lo desea -es decir, a los que son capaces de recibir su palabra y sabiduría-, no puede, respecto a este punto de revelar y hacer conocer a Dios, ser llamado la imagen de su persona y sustancia; es decir, cuando aquella Sabiduría, que desea dar a conocer a otros los medios por los que Dios es reconocido y entendido, se describe ante todo a sí misma, pueda de esta manera ser llamada la misma imagen de Dios.

Con vistas a alcanzar un entendimiento mayor de la manera en la cual el Salvador es la imagen de la persona o la sustancia de Dios, utilicemos un ejemplo que, aunque no describa el tema que tratamos total o apropiadamente, puede, sin embargo, ser empleado por un solo propósito: mostrar que el Hijo de Dios, que era en forma de Dios, se despojó a sí mismo (de su gloria), por este mismo despoja-miento, nos demostró la plenitud de su deidad. Por ejemplo, supongamos que hubiera una estatua de tamaño tan enorme como para llenar el mundo entero, y que por esta razón nadie pudiera verla; y que otra estatua fuera formada pareciéndose totalmente en la forma de sus miembros, y en los rasgos del semblante, y en la naturaleza de su material, pero sin la misma inmensidad de tamaño, para que los que eran incapaces de contemplar a la de enormes proporciones, al ver la otra, reconocieran que han visto la primera, porque la más pequeña conservó de ella todos los rasgos de los miembros y semblante, y hasta la misma forma y el material, tan estrechamente que totalmente indistinguible de ella. Por tal similitud, el Hijo de Dios, despojándose de su igualdad con el Padre, y mostrándonos el camino del conocimiento de Él, ha sido hecho la misma imagen de su persona, para que nosotros, incapaces de ver la gloria de aquella maravillosa luz cuando se presenta en la grandeza de su deidad, podamos obtener, por haber sido hecho luz para nosotros, los medios de contemplar la luz divina mediante la contemplación de su resplandor.

Esta comparación de estatuas, desde luego, en cuanto pertenece a cosas materiales, no es empleada con ningún otro propósito que para mostrar que el Hijo de Dios, aunque colocado en la insignificante forma de un cuerpo humano, a causa de la semejanza de sus obras y del poder con el Padre, mostró que había en Él una grandeza inmensa e invisible, como dijo a sus discípulos: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9); y, "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). O: "El Padre está en mí, y yo en el Padre" (Jn 10,38).

El poder del poder

9. Veamos ahora cuál es el significado de la expresión que se encuentra en la Sabiduría de Salomón, donde se dice de la Sabiduría que "es una especie de aliento del poder de Dios, el flujo más puro de la gloria del omnipotente; el resplandor de la luz eterna; el espejo sin mancha de la obra o del poder de Dios; la imagen de su bondad" (Sg 7,25-26). Estas son las definiciones que da de Dios, señalando con cada una los atributos que pertenecen a la Sabiduría de Dios, llamando sabiduría al poder, la gloria, la luz eterna, la obra y la bondad de Dios.

Salomón no dice, sin embargo, que la sabiduría es el aliento de la gloria del todopoderoso, ni de la luz eterna, ni del actuar del Padre, ni de su bondad, ya que no era apropiado que se atribuyera ninguno de estos al aliento, sino que con toda la propiedad, dice que la sabiduría es el aliento del poder de Dios. Ahora, por el poder de Dios debe entenderse aquello por lo que es fuerte; mediante el cual Él designa, refrena, y gobierna todas las cosas visibles e invisibles; que es suficiente para todas aquellas cosas que Él gobierna en su providencia; entre las que Él está presente, como si fuera un individuo. Y aunque el aliento de todo este poder fuerte e inmensurable, y el vigor producido por su misma existencia, procede del poder mismo, como la voluntad de la mente, incluso esta voluntad de Dios, sin embargo está hecha para ser el poder de Dios.

Consecuentemente, se produce otro poder, que existe con las propiedades de sí mismo, una clase de aliento, como dice la Escritura, del poder primero e inengendrado de Dios, derivando de Él su ser, y nunca inexistente en ningún tiempo. Porque si alguno afirma que no existió anteriormente, sino que vino después en la existencia, pidámosle que explique la razón por la que el Padre, que le dio el ser, no lo hizo antes. Y si él concediera que hubo una vez un principio, cuando aquel aliento provino del poder de Dios, le preguntaremos otra vez, ¿por qué no antes del principio, que Él ha concedido?; y de este modo, exigiendo siempre una fecha más temprana, y yendo hacia arriba con nuestras interrogaciones, llegaremos a esta conclusión: que como Dios siempre ha poseído el poder y la voluntad, nunca ha habido ninguna razón de propiedad o de otro modo, por la que Él nunca haya poseído la bendición que Él desea.

Así queda demostrado que el aliento del poder de Dios siempre existió, no teniendo ningún comienzo, sino Dios mismo. Tampoco era apropiado que debiera haber otro principio excepto Dios mismo, del que deriva su nacimiento. De acuerdo a lo dicho por el apóstol, Cristo "es poder de Dios" (1Co 1,24), y debería llamarse no sólo el aliento del poder de Dios, sino el poder del poder.

El Padre y el Hijo son un mismo Dios

10. Vamos ahora a examinar la expresión "la sabiduría es el flujo más puro de la gloria del Todopoderoso" (Sg 7,25). Consideremos primero qué es la gloria del Dios Omnipotente, y luego entonces entenderemos qué es su aliento o flujo. Así como nadie puede ser padre sin tener a un hijo, ni señor sin poseer a un criado, Dios mismo no puede ser llamado omnipotente a menos que existan aquellos sobre los que pueda ejercer su poder; y por lo tanto, para que Dios pueda mostrarse todopoderoso es necesario que existan todas las cosas. Ya que si alguien tuviera algunos tiempos o porciones de tiempo, o como quiera que guste llamarlos, que hubieran dejado de ser, mientras que las cosas que iban a hacerse después todavía no existían, él indudablemente mostraría que durante aquellos años o períodos Dios no era omnipotente, sino que se convirtió en tal después de ello, a saber, a partir del momento en que comenzó a tener personas sobre los que ejercer su poder; y de este modo parecerá que ha recibido un cierto aumento, y haberse elevado de un estado inferior a otro superior, ya que no puede dudarse que es mejor para Él ser omnipotente que no serlo.

¿Y cómo no puede parecer absurdo que cuando Dios no poseía ninguna cosa que le convenía poseer, después, por una especie de progreso, iba a entrar en posesión de ellas? Pero si nunca hubo un tiempo en que no fue omnipotente, aquellas cosas por las que necesariamente recibe ese título debían existir también; y siempre debió tener aquellos sobre los que ejerció su poder, a los que gobernaba como el rey o príncipe, de lo que hablaremos con más extensión en lugar apropiado, cuando tratemos el tema de las criaturas.

Pero, incluso ahora, pienso que es necesario decir una palabra de advertencia, aunque muy por encima, ya que la cuestión que tenemos delante es saber cómo la sabiduría es "el puro flujo" de la gloria del Todopoderoso, no sea que alguien piense que el título de Omnipotente sea an- i terior en Dios al nacimiento de Sabiduría, por quien es llamado Padre, sabiendo que la Sabiduría, que es el Hijo de Dios, es el puro flujo de la gloria del todopoderoso. Que e quien sostenga esta sospecha escuche la declaración indudable de la Escritura al decir: "Hiciste todas ellas con e sabiduría" (Ps 104,24). Y la enseñanza del Evangelio: "Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1,3); y que entienda que ¡ el título de Omnipotente Dios no puede ser más viejo que el de Padre; ya que es por el Hijo que el Padre es todopoderoso.

Tocante a la expresión "la gloria del Todopoderoso", del cual la Sabiduría es el flujo, debe entenderse que la Sabiduría, por la cual Dios es llamado Omnipotente, parla ticipa en la gloria del Todopoderoso. Porque por medio de la Sabiduría, que es Cristo, Dios tiene poder sobre todas las cosas, no sólo por la autoridad de señor, sino también por la obediencia voluntaria de los subditos. Y para que entiendas que la omnipotencia de Padre y el Hijo son una y la misma, como Dios y el Señor son uno y el mismo con, el Padre, escucha el modo en que Juan habla en el Apocalipsis: "Así dice el Señor, el que es y el que era y el que ha venir, el Todopoderoso" (Ap 1,8). ¿Porque quién es el que ha de venir, sino Cristo?

Y como nadie debería ofenderse al ver que Dios es el Padre, y que el Salvador también es Dios; nadie debería ofenderse tampoco de que el Hijo sea considerado Omnipotente, igual que el Padre es llamado Omnipotente. De este modo se cumplirá el dicho verdadero que proclama: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y yo he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10). Ahora, si todas las cosas que son del Padre son también de Cristo, seguramente que entre esas cosas está la omnipotencia del Padre; e indudablemente el Hijo unigénito debe ser omnipotente, para que el Hijo pueda tener también todas las cosas que el Padre posee. "Y yo he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10), declara "para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre" (Ph 2,10-11).

La gloria y el señorío de Cristo

Por lo tanto Él es el flujo de la gloria de Dios en este sentido, que Él es omnipotente -la misma Sabiduría pura y sin mancha-, glorificado como el flujo de la omnipotencia o de la gloria. Y para que se entienda más claramente qué es la gloria de la omnipotencia, nosotros añadiremos lo siguiente. Dios Padre es omnipotente, porque Él tiene poder sobre todas las cosas, esto es, sobre el cielo y la tierra, el sol, la luna, y estrellas, y todas las cosas que hay en ellos. Y Él ejerce su poder sobre ellos mediante su Palabra, porque en el nombre de Jesús toda rodilla se doblará, las cosas del cielo y las cosas de la tierra, y las cosas bajo la tierra. Y si toda rodilla se doblará ante Jesús, entonces, sin duda, es a Jesús a quien todas las cosas están sometidas, y quien ejerce poder sobre todas las cosas; por quien todas las cosas están sujetas al Padre; ya que por la sabiduría, esto es, por la palabra y la razón, no por la fuerza y la necesidad, todas las cosas están sujetas. Por lo tanto su gloria consiste en esto, que Él posee todas las cosas, y esta es la gloria pura e inmaculada de la omnipotencia, que por la razón y la sabiduría, no por la fuerza y la necesidad, todas las cosas están sometidas.

La gloria pura e inmaculada de la sabiduría es una expresión conveniente para distinguirse de aquella gloria que no puede llamarse pura ni sincera. Pero cada naturaleza que es convertible y cambiable, aunque glorificada en los trabajos de justicia y sabiduría, por el mismo hecho de que la justicia o la sabiduría son cualidades accidentales, y ya que lo que es accidental también puede desaparecer, su gloria no puede llamarse pura y sincera. Pero la Sabiduría de Dios, que es su Hijo unigénito, siendo en todos los aspectos incapaz de cambio o alteración, y siendo esencial en Él toda buena cualidad, tal que no puede cambiarse ni mudarse, su gloria, por lo tanto, es declarada pura y sincera.

Luz de Luz

11. En tercer lugar, la sabiduría es llamada "resplan dor de la luz eterna" (Sg 7,26). En las páginas preceden tes hemos explicado la fuerza de esta expresión, cuando introdujimos la similitud del sol y el resplandor de sus rayos, y se mostró de la mejor manera posible cómo de bería entenderse esto. A lo que entonces dijimos sólo po demos añadir la siguiente observación. Se llama correcta mente eterno lo que no tiene principio de existencia, ni tampoco puede alguna vez dejar de ser lo que es. Y esto es la idea expresada por Juan cuando dice que "Dios es luz" (1Jn 1,5).

Ahora, su sabiduría es el resplandor de esa luz, no sólo respecto a ser luz, sino también a ser luz eterna, para que su sabiduría sea su resplandor eterno y para siempre. Si esto se entiende totalmente, se verá claramente que la existencia del Hijo es derivada del Padre, pero no en el tiempo, ni de cualquier otro principio, excepto, como hemos dicho, de Dios mismo.

Cristo, espejo del Padre

12. Pero la sabiduría también es llamada "el espejo sin mancha del actuar (energeia) de Dios" (Sg 7,26). Pri mero debemos entender, entonces, qué es el actuar del poder de Dios. Es una especie de vigor, por decirlo así, por el que Dios obra en la creación, en la providencia y en el juicio, o en la disposición y arreglo de cosas individuales, cada cual en su tiempo. Así como la imagen formada en un espejo refleja infaliblemente todos los actos y los mo vimientos de quien lo mira, así tiene que entenderse la Sabiduría cuando es llamada el espejo sin mancha del actuar del Padre; como el Señor Jesucristo, que es la Sabiduría de Dios, declara de sí mismo cuando dice: "Todo lo que Él hace, esto también hace el Hijo juntamente" (Jn 5,19), como acaba de decir: "No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre". Por lo tanto, el Hijo no se diferencia en ningún aspecto del Padre, en a poder y obrar, y la del Hijo no es diferente de la del Padre, sino uno y el mismo movimiento en todas las cosas, por así decirlo, por lo que es llamado "espejo sin mancha", para que mediante tal expresión se entienda que no hay ninguna desemejanza en absoluto entre el Hijo y el Padre. ¿Cómo, en verdad, pueden estar de acuerdo con las declaraciones de la Escritura, las opiniones de aquellos que dicen que algunas cosas están hechas conforme a la manera en que un discípulo se parece o imita a su maestro, o con la opinión de los que dicen el Hijo realiza en material corporal lo que primero ha sido formado por el Padre en su esencia espiritual, viendo que en el Evangelio se dice que el Hijo no hace cosas similares, sino las mismas cosas de una manera similar?

Bondad de la Bondad

13. Resta que investiguemos qué es "la imagen de su bondad" (Sg 7,26); y pienso que aquí debemos entender lo mismo que expresé hace poco, al hablar de la imagen formada en un espejo. Porque Él es la bondad primera de la que, indudablemente, ha nacido el Hijo, quien, en todos los sentidos, es la imagen del Padre, y puede llamarse con propiedad la imagen de su bondad. Porque no hay ninguna otra segunda bondad existiendo en el Hijo, salvo la que está en el Padre. Por eso, también el Salvador mismo dice correctamente en el Evangelio: "No hay ninguno bueno, sino el Padre Dios" (Lc 18,19). Mediante tal expresión se puede entender que el Hijo no es de una bondad diferente, sino de la única que existe en el Padre, de quien se dice con fuerza que es la imagen, porque Él no proviene de ninguna otra fuente, sino de aquella primera bondad, no sea que pudiera parecer que en el Hijo hay una bondad diferente de la que hay en el Padre. No hay allí ninguna desemejanza o diferencia de bondad en el Hijo. Y por lo tanto no debe ser imaginado como una especie de blasfemia, lo que se dice en las palabras, "ninguno hay bueno, sino sólo Dios" (Lc 18,19), como si aquí se negara que Cristo o el Espíritu Santo son buenos.

Pero, como ya hemos dicho, la primera bondad debe entenderse como residente en Dios el Padre, de quien el Hijo es nacido y el Espíritu Santo procede, conservando en ellos, sin género de duda, la naturaleza de aquella bondad que está en la fuente de donde se derivan. Y si en la Escritura hay otras cosas que se llaman buenas, sea un ángel, o un hombre; un criado, o un tesoro; un buen corazón, un árbol bueno, todos ellos llamados así impropiamente, ya que su bondad es accidental, no esencial.

Requeriría mucho tiempo y trabajo poner juntos todos los títulos del Hijo de Dios, tales como, por ejemplo, luz verdadera, puerta, justicia, santificación, redención, e incontables otros; y mostrar cómo y por qué motivos se dan cada uno de ellos. Satisfecho, pues, con lo que ya hemos avanzado, seguimos con nuestra investigación en aquellos asuntos que siguen.

El Espíritu Santo

1. El punto siguiente debe investigar tan brevemente como sea posible el tema del Espíritu Santo. Todos lo que, de algún modo, perciben la existencia de la Providencia, con- fiesan que Dios, que ha creado y dispuesto todas las cosas, es inengendrado, y lo reconocen como Padre del universo.

La autoridad única y superior de las Escrituras

Ahora, que a Él pertenece un Hijo, es una declaración no hecha sólo por nosotros; aunque esto pueda parecer una aserción suficientemente maravillosa e increíble a los que tienen reputación de filósofos entre los griegos y los bárbaros; algunos de los cuales, sin embargo, parecen haber concebido una idea de su existencia al reconocer que todas las cosas han sido creadas por la palabra o la razón de Dios. Nosotros, sin embargo, conforme a nuestra creencia en la doctrina, que mantenemos que es divinamente inspirada, creemos que no es posible explicar y traer dentro del alcance del entendimiento humano esta razón más alta y más divina del Hijo de Dios, de ningún otro modo que mediante las Escrituras, que sólo han sido inspiradas por el Espíritu Santo, esto es, los Evangelios y Epístolas, y la ley y los profetas, según la declaración de Cristo mismo.

Del Espíritu Santo nadie podía sospechar su existencia, excepto los que están familiarizados con la ley y los profetas, o los que profesan una creencia en Cristo. Porque aunque nadie sea capaz de hablar con certeza de Dios el Padre, sin embargo es posible adquirir algún conocimiento de Dios mediante la creación visible y los sentimientos naturales de la mente humana; y posible, además, confirmar este conocimiento por las Escrituras sagradas. Pero con respecto al Hijo de Dios, aunque "nadie conoce el Hijo, sino el Padre", es también desde la Escritura sagrada que se enseña a la mente humana cómo pensar del Hijo; y no sólo en el Nuevo, sino también en el Antiguo Testamento, mediante aquellas cosas que, aunque efectuadas por los santos, son figurativamente referidas a Cristo, en los cuales se puede descubrir su naturaleza divina y la naturaleza humana que asumió.

El Espíritu sólo es conocido por la Escritura

2. Ahora, qué es el Espíritu Santo, se nos enseña en muchos pasajes de la Escritura, como David en el Salmo 51, cuando dice: "Y no quites de mí tu Santo Espíritu" (Ps 51,11). Y por Daniel, cuando dice: "El Espíritu Santo que está en ti" (Da 4,8) . En el N.T. tenemos testimonios abun dantes, como cuando el Espíritu Santo se describe como descendiendo sobre Cristo, y cuando el Señor sopló sobre sus apóstoles tras Su resurrección, diciendo: "Tomad el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Y el saludo del ángel a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1,35). La declara ción de Pablo, de que nadie puede llamar Señor a Jesús, excepto por el Espíritu Santo (1Co 12,3). En los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo se dio por la imposición de manos de los apóstoles en el bautismo (Ac 8,18). De todo esto aprendemos que la persona del Espíritu Santo era de tal autoridad y dignidad, que el bautismo salvífico no era completo excepto por la autoridad de lo más excelente de la Trinidad, esto es, por el nombre del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; uniendo al Dios inengen-drado, el Padre, y a Su Hijo unigénito, también el nombre del Espíritu Santo. ¿Quién, entonces, no se queda asombrado ante la suprema majestad del Espíritu Santo, cuando oye que quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre puede tener la esperanza de perdón; ¡pero quien es culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón en este mundo presente ni en el venidero! (cf. Mt 12,32 Lc 12,10).

El Espíritu Santo es increado

3. Que todas las cosas han sido creadas por Dios, y que no hay ninguna criatura que exista, sino por haber derivado de Él su ser, está establecido en muchas declaraciones de la Escritura; así quedan refutadas y rechazadas aquellas aserciones falsamente alegadas por algunos respecto a la existencia de una materia coeterna con Dios, o de almas inengendradas, en las que Dios no tendría que implantar tanto el poder de la existencia, como la igualdad y el orden.

Para hasta en el pequeño tratado llamado El pastor o El ángel del arrepentimiento, compuesto por Hermas, tenemos lo siguiente: "En primer lugar, creemos que hay un Dios que creó y ordenó todas las cosas; quien, cuando nada existía anteriormente, causó que todas las cosas fueran; quien contiene todas las cosas, pero Él no es contenido por ninguna".

Y en el Libro de Enoc2i también tenemos descripciones similares. Hasta ahora no he hallado pasaje alguno de las Escrituras que sugiera que el Espíritu Santo sea un ser creado, ni siquiera en el sentido en que, como he explicado, habla Salomón de que la Sabiduría es creada, o en el sentido en que, como dije, han de entenderse las apelaciones del Hijo como "vida" o "palabra". Por tanto, concluyo que el Espíritu de Dios que "se movía sobre las aguas" (Gn 1,2) no es otro que el Espíritu Santo. Ésta parece la interpretación más razonable; pero no hay que mantenerla como fundada directamente en la narración de la Escritura, sino en el entendimiento espiritual de la misma.

El Espíritu escudriña lo profundo de Dios

4. Algunos de nuestros precursores han observado que en el Nuevo Testamento siempre que el Espíritu es llamado sin aquel adjetivo que denota cualidad, debe entenderse el Espíritu Santo; como por ejemplo, en la expresión: "Mas el fruto del Espíritu es amor, alegría y paz" (Ga 5,22). Y: "¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?" (Ga 3,3).

Somos de la opinión de que esta distinción también puede observarse en el Antiguo Testamento, como cuando se dice: "El que da respiración al pueblo que mora sobre la tierra, y Espíritu a los que por ella andan" (Is 42,5). Porque, sin duda, todo el que camina sobre la tierra (esto es, seres terrenales y corpóreos) es también un participante del Espíritu Santo, que lo recibe de Dios. Mi maestro hebreo también acostumbraba decir que los dos serafines de Isaías, que se describen con seis alas cada uno, y que claman: "Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos" (Is 6,3), debían entenderse como referidos al Hijo unigénito de Dios y al Espíritu Santo.

Y pensamos que la expresión que aparece en el himno de Habacuc: "En medio de los dos seres vivientes, o de las dos vidas, hazte conocer" (Ha 3,2), también debería ser entendido de Cristo y del Espíritu Santo. Porque todo conocimiento del Padre es obtenido por la revelación del Hijo y por el Espíritu Santo, de modo que ambos, llamados por el profeta "seres vivos", o sea, "vidas", existen como fundamento del conocimiento de Dios el Padre.

Así como se dice del Hijo, que "nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27 Lc 10,22), lo mismo se dice también del Espíritu Santo, cuando el apóstol declara: "Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (1Co 2,10). Y otra vez en el Evangelio, cuando el Salvador habla de las partes divinas y más profundas de su enseñanza, que sus discípulos no eran todavía capaces de recibir, les dice: "Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 16,12).

Debemos entender, por tanto, que así como el Hijo, quien solo Él conoce al Padre y lo revela a quien Él quiere, también el Espíritu Santo, que escudriña las cosas profundas de Dios, revela a Dios a quienes Él quiere: "Porque el Espíritu sopla donde Él quiere" (Jn 3,8). No debemos suponer, sin embargo, que el Espíritu deriva su conocimiento de la revelación del Hijo. Ya que si el Espíritu Santo conoce al Padre por la revelación del Hijo, pasa de un estado de ignorancia a uno de conocimiento; pero es tan impío como absurdo confesar al Espíritu Santo, y aun así, atribuirle ignorancia.

Porque aunque existiera algo más antes del Espíritu Santo, no fue por avance progresivo que llegó a ser Espíritu Santo, como si alguno se aventurara a decir que en el tiempo en que todavía no era el Espíritu Santo, ignoraba al Padre, y que después de haber recibido el conocimiento fue hecho Espíritu Santo. Ya que si este fuera el caso, el Espíritu Santo no debería contarse nunca en la Unidad de la Trinidad, a saber, en línea con el Padre y el Hijo inmutables, a no ser que no haya sido siempre el Espíritu Santo.

Cuando nosotros usamos términos como "siempre", "era" o "fue", o cualquier otra designación del tiempo, no deben tomarse en sentido absoluto, sino con la debida concesión; porque mientras el significado de estas palabras se relaciona con el tiempo, y los sujetos de los que hablamos son mentados por una extensión del lenguaje como existentes en el tiempo, en su naturaleza verdadera sobrepasan todo concepto del entendimiento finito.

Las operaciones del Espíritu

5. Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios.

Participantes de la naturaleza divina

6. Que las operaciones del Padre y el Hijo actúan tanto en santos como en pecadores, se manifiesta en esto: que todos los seres racionales participan de la palabra, esto es, de la razón, y por este medio llevan ciertas semillas de sabiduría y justicia, implantadas en ellos, que es Cristo. Mas todas las cosas, cualesquiera que sean, participan en el que realmente existe y que dijo por Moisés: "Soy el que soy" (Ex 3,14); participación en Dios Padre que es compartida por justos y pecadores, por seres racionales e irracionales, y por todas las cosas que umversalmente existen.

El apóstol Pablo también muestra que todos tienen una parte en Cristo, cuando dice: "No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo), o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para volver a traer a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón" (Rm 10,6-8). Pablo quiere dar a entender que Cristo está en el corazón de todos, en virtud de su palabra o razón, al participar en lo que son seres racionales.

También esa declaración del Evangelio que dice: "Si no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado, mas ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22), hace manifiesto y patente a todos los que tienen un conocimiento racional de cuánto tiempo está un hombre sin pecado, y a partir de qué período es responsable de él, cómo, por participar en la palabra o razón, los hombres, como se dice, han pecado, a saber, desde el momento que fueron capaces de entendimiento y conocimiento, cuando la razón implantada en su interior les indicó la diferencia entre el bien y mal; y después de haber comenzado a saber qué es el mal, son culpables de pecado, si lo cometen. Este es el significado de la expresión, "no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22), a saber, que desde el momento en que la palabra o razón divina comenzó a mostrarles internamente la diferencia entre bien y mal, deben evitar y guardarse de la malicia; contra el que es malo: "El pecado está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace" (). Además, que todos los hombres no están sin comunión con Dios, es enseñado en el Evangelio mediante las palabras del Salvador: "El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lc 17,20). Pero aquí debemos observar si esto no tiene el mismo significado que la expresión de Génesis: "y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente" (Gn 2,7). Porque si esto se entiende como referido a todos los hombres en general, entonces todos los hombres tienen una participación en Dios.

Participación en el Espíritu

7. Pero si esto se entiende con referencia al Espíritu de Dios, ya que Adán también profetizó algunas cosas, no se puede tomar como aplicación general, sino limitada a los santos. También, en los días del diluvio, cuando toda carne corrompió su camino delante de Dios, está escrito que Dios habló así de los hombres indignos y pecadores: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre" (Gn 6,3).

Por esto se ve claramente que el Espíritu de Dios es quitado de todos los que son indignos. En los Salmos también esto es escrito: "Escondes tu rostro, se turban; les quitas el espíritu, dejan de ser, y se tornan en su polvo. Envías tu espíritu, se crean; y renuevas la haz de la tierra" (Ps 104,29), lo que indica manifiestamente al Espíritu Santo, quien, después de que los pecadores e impíos han sido quitados y destruidos, crea para sí a un pueblo nuevo y renueva la faz de la tierra, que dejando a un lado, por la gracia del Espíritu, el camino viejo con sus hechos, comienza a andar en novedad de vida. Por lo tanto, esta expresión se aplica correctamente al Espíritu Santo, porque Él tendrá su morada no en todos los hombres, no en los que son carne, sino en los que su tierra ha sido renovada.

Finalmente, por esta razón fue la gracia y la revelación del Espíritu Santo concedida mediante la imposición de las manos de los apóstoles después del bautismo. También nuestro Salvador, después de la resurrección, cuando las cosas viejas pasaron y todas se hicieron nuevas, siendo Él mismo un hombre nuevo, y el primogénito de los muertos (Col 1,18), sus apóstoles también renovados por la fe en su resurrección, dice: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Esto es sin duda lo que el Señor quiso señalar en el Evangelio, cuando dijo que el vino nuevo no puede ser puesto en botellas viejas, sino que mandó que las botellas también fueran nuevas, esto es, que los hombres deberían andar en novedad de vida para que pudieran recibir el vino nuevo, esto es, la novedad de gracia del Espíritu Santo.

De esta manera, pues, actúa el poder de Dios Padre y del Hijo, extendido sin distinción a toda criatura; pero una participación en el Espíritu Santo sólo la encontramos en los santos. Y por lo tanto se ha dicho: "Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por Espíritu Santo" (1Co 12,3).

Y en una ocasión, hasta los apóstoles mismos apenas si fueron considerados dignos de oír las palabras: "Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros" (Ac 1,8). Por esta razón, también, pienso se deduce que quien haya pecado contra el Hijo de Hombre puede recibir perdón; porque si quien participa de la palabra o la razón de Dios deja de vivir conforme a ella, parece haber caído en un estado de ignorancia o locura, y por tanto merece perdón; mientras que quien ha sido considerado digno de participar del Espíritu Santo y recae, es por este mismo acto y obra, declarado culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo.

Gracia especial y gracia general de la Trinidad

Que nadie imagine que nosotros, al afirmar que el Espíritu Santo es concedido sólo a los santos, y que los beneficios u operaciones del Padre y del Hijo se extienden a buenos y malos, a justos e injustos, damos preferencia al Espíritu Santo sobre el Padre y el Hijo, o afirmamos que su dignidad es más grande, lo que ciertamente sería una conclusión muy ilógica. Porque es la peculiaridad de su gracia y operaciones las que hemos estado describiendo.

Además, no puede decirse que nada en la Trinidad sea más grande o más pequeño, ya que la fuente de la divinidad sola contiene todas las cosas por su palabra y razón, y por el Espíritu de su boca santifica todas las cosas que son dignas de santificación, como está escrito en el Salmo: "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, Y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca" Sal. 33,6).

También hay una obra especial de Dios Padre, además de aquella por la que concede a todas las cosas el don de vida natural.

Asimismo, hay un ministerio especial del Señor Jesucristo hacia los que confiere por naturaleza el don de la razón, por medio de la cual son capaces de ser correctamente lo que son.

Hay también otra gracia del Espíritu Santo, que es concedida en merecimiento, por el ministerio de Cristo y la obra del Padre, en proporción a los méritos de quienes son considerados capaces de recibirla. Esto es claramente indicado por el apóstol Pablo, cuando demostrando que el poder de la Trinidad es uno y el mismo, dice: "Hay diversidad de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho" (1Co 12,4-7). De lo que se deduce claramente que no hay ninguna diferencia en la Trinidad, sino que lo que es llamado don del Espíritu es dado a conocer por medio del Hijo, y operado por Dios Padre. "Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (1Co 12,11).

Recapitulación y exhortación

8. Habiendo hecho estas declaraciones en cuanto a la unidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, volvamos al orden en que comenzamos nuestra discusión.

Dios Padre concede la existencia a todos; la participación de éstos en Cristo, respecto a su ser palabra de razón, los hace seres racionales. De aquí se deduce que merecen alabanza o reprobación, en cuanto capaces de virtud y vicio. Sobre esta base, por tanto, la gracia del Espíritu Santo está presente, para que aquellos seres que no son ; santos en su esencia pueden ser hechos santos mediante la participación en Él.

Vemos, entonces, y en primer lugar, que derivan su existencia de Dios Padre; en segundo lugar, su naturaleza racional de la Palabra; en tercer lugar, su santidad del Espíritu Santo -los que previamente han sido santificados por el Espíritu Santo son hechos de nuevo capaces de recibir a Cristo, ya que Él es la justicia de Dios; y los que han ganado el avance a este grado por la santificación del Espíritu Santo, obtendrán no obstante el don de sabiduría según el poder y la operación.

Considero que este es el significado de Pablo, cuando él dice que "a unos da palabra de sabiduría, a otros palabra de conocimiento, según el mismo Espíritu" (1Co 12,8). Y mientras señala la distinción individual de dones, refiere la totalidad de ellos a la fuente de todas las cosas, con las palabras: "Hay diversidades de operaciones, mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos" (1Co 12,6). De donde también la obra del Padre, que confíe-re la existencia a todas las cosas, se revela más gloriosa y magnífica, mientras que cada uno, por la participación en Cristo, en cuanto sabiduría, conocimiento, y santificación, progresa y avanza a los grados más altos de perfección; y en vista de que es por participar del Espíritu > Santo que uno es hecho más puro y más santo, obtiene, cuando es hecho digno, la gracia de la sabiduría y del conocimiento, para que, después de limpiar y eliminar toda mancha de contaminación e ignorancia, pueda realizar un tan gran avance en la santidad y la pureza, para que la naturaleza que ha recibido de Dios pueda hacerse tal como es digna de Él que la dio para ser puro y perfecto, de modo que el ser que existe pueda ser tan digno como quien lo llamó a la existencia.

De este modo, quien es como su Creador quiere que sea, recibirá de Dios poder para existir siempre jamás. Que este puede ser el caso, y que aquellos que Él ha creado puedan estar sin cesar e inseparablemente presentes con Él, que es quien es, es la obra de la sabiduría, que les instruya y entrene para traerles a la perfección mediante la confirmación de su Espíritu Santo y la incesante santificación, por la que sólo son capaces de recibir a Dios. De este modo, entonces, por la renovación de la incesante operación del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo en nosotros, en sus varias etapas de progreso, seremos capaces en algún tiempo futuro quizás, aunque con la dificultad, de contemplar la vida santa y bienaventurada, en la cual (ya que es sólo después de muchas luchas que somos capaces de alcanzarla) nosotros deberíamos continuar, para que ninguna saciedad de aquella felicidad nos detenga alguna vez, sino que cuanto más percibamos su felicidad, más debería aumentar e intensificarse en nosotros el deseo de ella, mientras que nosotros con más prontitud y libertad recibamos y nos aferremos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Pero si la saciedad o cansancio toman alguna vez posesión de los que están de pie sobre la cumbre alta y perfecta de la meta, no creo que el tal sea depuesto de repente de su posición y caiga, sino que irá disminuyendo gradualmente y poco a poco, pero puede ocurrir a veces que si un breve lapsus tiene lugar, y el individuo rápidamente se arrepiente y vuelve en sí mismo, puede que no caiga completamente, sino que regrese sobre sus pasos y vuelva a su primer lugar, y de nuevo haga bueno lo que había perdido por su negligencia.

La defección o apartamiento

1. Para exponer la naturaleza de la defección o apartamiento de parte de quienes viven sin la debida atención, no parecerá fuera de lugar hacer uso de una similitud por vía de ilustración.

Supongamos, entonces, el caso de uno que se va introduciendo gradualmente en el arte o la ciencia, sea la geometría o la medicina, hasta que alcanza la perfección, después de haberse entrenado en sus principios y práctica durante un tiempo prolongado, hasta el punto de lograr un dominio completo de su arte. A esta persona nunca le ocurrirá que cuando se vaya a dormir despierte en un estado de ignorancia.

Nuestro objetivo aquí no es aducir o notar aquellos accidentes que son ocasionados por heridas o debilidad, ya que estos no se aplican a nuestra ilustración presente. Según nuestro punto de vista, en tanto que nuestro geómetra o médico siga ejercitándose en el estudio de su arte y en la práctica de su ciencia, el conocimiento de su profesión reside en él; pero si se retira de su práctica, y deja a un lado sus hábitos de trabajo, entonces, por su negligencia, algunas cosas se le escaparán gradualmente al principio, entonces, dentro de poco y cada vez más, con el paso del tiempo irá olvidando todo lo que sabía, hasta borrársele completamente de la memoria. Es posible, desde luego, que cuando al principio comienza a alejarse de sus estudios y a ceder a la influencia corruptora de una negligencia que todavía es pequeña, puede despertarse y volver rápidamente en sí, reparar las pérdidas que aún estaban recientes, y recuperar aquel conocimiento que hasta entonces sólo había sido borrado ligeramente de su mente.

Apliquemos esto ahora al caso de quienes se han dedicado al conocimiento y a la sabiduría de Dios, cuyos estudios y diligencia superan incomparablemente toda otra educación; y contemplemos, según la forma de similitud empleada, qué es la adquisición de conocimiento, o qué es su desaparición, sobre todo cuando oímos del apóstol que los que son perfectos contemplarán cara a cara la gloria del Señor en la revelación de sus misterios.

2. Pero en nuestro deseo de mostrar los beneficios divinos que nos han sido concedidos por el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, cuya Trinidad es la fuente de toda santidad, hemos caído, por lo que hemos dicho, en una digresión, habiendo considerado que el tema del alma, que por casualidad vino antes de nosotros, debería ser mencionado, aunque por encima, ya que estábamos tratando un tópico relacionado con la naturaleza racional. Consideraremos, sin embargo, con el permiso de Dios por Jesucristo y el Espíritu Santo, más convenientemente en el lugar apropiado el tema de todos los seres racionales, que se clasifican en tres géneros y especies.

Las naturalezas racionales

1. Después de la disertación, que brevemente hemos llevado a cabo con lo mejor de nuestra capacidad, en cuanto al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, procede que ofrezcamos unos pocos comentarios sobre el tema de las naturalezas racionales, sus especies y órdenes; sobre los cometidos de los poderes santos así como de los malignos, y también sobre los que ocupan una posición intermedia entre estos poderes del bien y el mal, que todavía están situados en un estado de lucha y prueba.

Poderes y dominios

En la santa Escritura encontramos nombres numerosos de ciertos órdenes y oficios, no sólo de seres santos, sino también de sus opuestos, que traeremos ante nosotros en primer lugar; el significado de lo cual procuraremos presentarlo, en segundo lugar, tanto como lo permita averiguar nuestra capacidad.

Hay ciertos ángeles santos de Dios a quienes Pablo llama "espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud" (He 1,14). En los escritos de Pablo también encontramos que los designa, según alguna fuente desconocida, como tronos y dominios; principados y poderes; y después de esta enumeración, como si supiera que había todavía otros oficios (officia) racionales y órdenes además de los ya mencionados, dice del Salvador: "Sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero" (Ep 1,21). De esto se deduce que había ciertos seres además de los que Pablo ha mencionado, que pueden ser nombrados en este mundo, pero que no han sido enumerados por él entonces, y que quizás no fueron conocidos por ningún otro individuo; y que allí estaban otros que no pueden ser nombrados en este mundo, pero que serán nombrados en el mundo por venir.

El diablo y sus ángeles y la lucha espiritual

2. Entonces, en segundo lugar, debemos saber que cada ser que está dotado de razón, y transgrede sus estatutos y limitaciones, indudablemente está implicado en pecado al desviarse de la rectitud y de la justicia. Toda criatura racional, pues, es capaz de merecer alabanza y censura; de alabanza, si en conformidad a aquella razón que posee, avanza a mejores cosas; de censura, si se aparta del plan y del curso de rectitud, por cuya razón es justamente sometido a dolores y penas.

Y esto también debe creerse como aplicable al diablo mismo y a los que son con él, que son llamados sus ángeles. Estos seres tienen que ser explicados para que podamos saber qué son.

El nombre de Diablo y Satán e Inicuo, también descrito como Enemigo de Dios, es mencionado en muchos lugares de la Escritura. Además se mencionan ciertos ángeles del diablo, y también un príncipe de este mundo, que es el diablo mismo o algún otro no claramente manifiesto. Hay también ciertos príncipes de este mundo de los que se habla como en posesión de una especie de sabiduría que vendrá a nada; pero si éstos son aquellos príncipes que son también los principados con quienes tenemos que luchar, u otros seres, me parece un punto sobre el que no es fácil para nadie pronunciarse.

Después de los principados, son mencionados ciertos poderes con los que también tenemos que luchar, y mantener una lucha hasta con los príncipes de este mundo y los gobernadores de estas tinieblas.

Ciertos poderes espirituales de maldad en lugares celestes, también son mencionados por Pablo. ¿Qué debemos decir, además, de los espíritus impuros mencionado en el Evangelio? Tenemos también ciertos seres celestes llamados por un nombre similar que, como se dice, doblan o doblarán la rodilla ante el nombre de Jesús.

Seguramente, en un lugar donde hemos hablado del tema de las naturalezas racionales, no es apropiado guardar silencio sobre nosotros mismos, seres humanos llamados animales racionales; es más, incluso este punto no debe ser ociosamente pasado por alto, ya que hasta de nosotros seres humanos se mencionan ciertos órdenes diferentes, según las palabras: "La parte del Señor es su pueblo; Jacob la cuerda de su heredad" (Dt 32,9). Otras naciones son llamadas parte de los ángeles, ya que "cuando el Altísimo dividió las naciones, y dispersó los hijos de Adán, fijó las fronteras de las naciones según el número de los ángeles de Dios" (v. 8). Por lo tanto, con otras naturalezas racionales, nosotros también debemos examinar a fondo la razón del alma humana.

Creación, determinismo y libertad

3. Después de la enumeración de tantos y tan importantes nombres de órdenes y oficios, en la que subyace la seguridad de que hay existencias personales, inquiramos si Dios, creador y fundador de todas las cosas, creó cierto número de ellos santo y feliz, de modo que no pudieran admitir ningún elemento de clase opuesta, y otro para que puedan ser capaces de virtud y de vicio; o si debemos suponer que Dios creó algunos para ser totalmente incapaces de virtud, y otros totalmente incapaces de maldad, pero con el poder de permanecer solamente en estado de felicidad, y otros capaces de ambas condiciones.

Para que nuestra primera investigación pueda comenzar con los nombres mismos, consideremos si los santos ángeles, desde el período de su primera existencia, han sido siempre santos, y son santos todavía, y serán santos, y nunca han admitido o tenido el poder de admitir ninguna ocasión de pecado. Entonces, en segundo lugar, consideremos si los que se llaman principados santos comenzaron desde el momento de su creación por Dios a ejercer poder sobre quienes les han sido sometidos, y si estos últimos han sido creados de tal naturaleza, y formados con el objetivo de estar sometidos y subordinados. De la misma manera, también, si los que llaman poderes fueron creados de tal naturaleza y con el expreso propósito de ejercer poder, o si su llegada a ese poder y dignidad es una recompensa y merecimiento a su virtud.

Además, si los que se llaman tronos ganaron también la estabilidad de felicidad al mismo tiempo de su venida al ser, de modo que tengan aquella posesión por la sola voluntad del Creador; o si los que llaman dominios se les confirió su dominio no como una recompensa por su habilidad, sino como un privilegio peculiar de su creación (conditionis pmerogativa), de modo que esto es algo que en un cierto grado es natural e inseparable en ellos. Mas si adoptamos la opinión de que los ángeles santos y los poderes santos, y los tronos benditos, y las virtudes gloriosas, y los dominios magníficos, tienen que considerarse como poseyendo los poderes y dignidades y glorias en virtud de su naturaleza, indudablemente se seguirá que aquellos . seres mencionados como la propiedad de los oficios de una clase opuesta deben considerarse en la misma manera; para que aquellos principados con quienes tenemos que luchar sean vistos, no como habiendo recibido aquel espíritu de oposición y resistencia a todo lo bueno en un período posterior, o habiendo caído del bien por la libertad de la voluntad, sino como habiéndolo tenido en ellos como la esencia de su ser desde el principio de su existencia.

De manera parecida también, este es el caso de los poderes y virtudes, en ninguno de los cuales la maldad fue subsecuente o posterior a su primera existencia. También de aquellos a quienes el apóstol llamó señores y príncipes de las tinieblas de este mundo, se dice, respecto a su gobierno y ocupación de las tinieblas, que no cayeron por perversidad de intención, sino por necesidad de su creación. El razonamiento lógico nos obligará a adoptar la misma postura con respecto a los espíritus malos y malignos y los demonios impuros. Pero si mantener esta opinión en cuanto a los poderes malignos y contrarios parece absurdo, como seguramente es absurdo que la causa de su maldad sea quitada del objeto de su propia voluntad y see atribuida de necesidad a su Creador, ¿por qué no estamos obligados también a hacer una confesión similar respecto a los poderes buenos y santos, a saber, lo bueno que hay en ellos no es suyo por esencia? Hemos mostrado evidentemente que este es el caso de Cristo y del Espíritu Santo solamente, sin duda del Padre también.

Porque se probó que no había nada compuesto en la naturaleza de la Trinidad, de manera que esas cualidades pudieran pertenecer a nosotros como consecuencias accidentales. De esto se sigue, que en el caso de las criaturas es el resultado de sus propias obras y movimientos, que aquellos poderes que parecen dominar a otros o ejercer poder y dominio, han sido preferidos y colocados sobre los que gobiernan o ejercen poder, y no a consecuencia de un privilegio peculiar inherente en sus constituciones, sino debido al mérito.

El testimonio de la autoridad de las Escrituras

4. Pero, para que no parezca que construimos nuestras aserciones sobre temas de tal importancia y dificultad sobre el fundamento de la sola inferencia, o que requerimos el asentimiento de nuestros lectores a lo que es únicamente conjetural, veamos si podemos obtener algunas declaraciones de la santa Escritura, por autoridad de la cual puedan mantenerse estas posiciones de una manera creíble.

En primer lugar, aduciremos lo que la Escritura santa contiene en cuanto a los poderes malos; después seguiremos nuestra investigación con respecto a otros, en cuanto el Señor quiera ilustrarnos, para que en asuntos de tal dificultad podamos averiguar qué es lo más cercano a la verdad, o cuál debería ser nuestra opinión de acuerdo a la norma de la religión.

Las profecías de Ezequiel y la naturaleza de los poderes celestiales

5. En el profeta Ezequiel encontramos dos profecías escritas sobre el príncipe de Tiro, la primera de las cuales podría parecer a alguien, antes de haber oído la segunda, que se refiere a algún hombre que fue el príncipe de los tirios. Por ello, de momento no tomaremos nada de la primera profecía; pues como la segunda es manifiestamente de tal clase que no puede entenderse de un hombre, sino de algún poder superior que había caído de una posición más alta, y reducido a una condición inferior y peor, tomaremos de ella una ilustración por la que pueda demostrarse con la mayor claridad que los poderes opuestos malignos no han sido formados o creados así por naturaleza, sino que cayeron de una posición mejor a otra peor, y se convirtieron en seres malvados; y que aquellos poderes benditos tampoco eran de tal naturaleza que fueran incapaces de admitir lo opuesto a su ser si tuvieran inclinación hacia ello, hechos negligentes y perezosos de no guardar con cuidado la bienaventuranza de su condición.

Porque si se relata que el que es llamado príncipe de Tiro estaba entre los santos, y era sin mancha, y fue colocado en el paraíso de Dios, y adornado también con una corona atractiva y bella, debe suponerse que tal personaje no puede ser en ningún grado inferior a ninguno de los santos. Ya que es descrito como habiendo sido adornado con una corona de atractivo y belleza, y como habiendo andado sin mancha en el paraíso de Dios, ¿y cómo puede alguien suponer que tal ser no era uno de aquellos poderes santos y benditos colocado en un estado de felicidad, al que debemos suponer dotado de un honor no inferior a éste?.

Pero dejemos que las palabras de la profecía misma nos enseñe: "Y fue a mí palabra del Señor, diciendo: Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha dicho Jehová: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; toda piedra preciosa fue tu vestidura; el sardio, topacio, diamante, crisólito, ónice, y berilo, el zafiro, carbunclo, y esmeralda, y oro; los primores de tus tamboriles y pífanos estuvieron apercibidos para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, cubri-dor; y yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de piedras de fuego has andado. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tu contratación fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín cubridor. Enaltecióse tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. Con la multitud de tus maldades, y con la iniquidad de tu contratación ensuciaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos, se maravillarán sobre ti: en espanto serás, y para siempre dejarás de ser" ().

Viendo, entonces, que tales son las palabras del profeta que dicen: "Tú ers el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura", o "en el día de tu creación, tú, querubín grande, yo te puse en el santo monte de Dios", ¿quién puede debilitar el significado de estas expresiones para suponer que este lenguaje se usa de algún hombre o santo, por no decir del príncipe de Tiro? ¿De qué hombre se puede decir que ha andado "en medio de piedras de fuego"? ¿O quién se debe suponer sin mancha del día mismo de su creación, y que la maldad se descubrió después en él, y que fue arrojado a la tierra?

El significado de esto es que aquel que no estaba aún sobre la tierra, es arrojado en ella, de cuyos lugares santos también se dice que están contaminados. Hemos mostrado que la cita del profeta Ezequiel respecto al príncipe de Tiro se refiere a un poder adverso, y por ello se demuestra claramente que aquel poder era antes santo y bienaventurado; de cuyo estado de felicidad cayó en el momento que se encontró iniquidad en él y fue arrojado a la tierra; y no fue así por naturaleza y creación. Somos de la opinión, por lo tanto, de que estas palabras se refieren a cierto ángel que recibió el oficio de gobernar la nación de los tirios, y a quien también se le confió el cuidado de sus almas. Pero para saber qué Tiro, o a qué almas de Tiro se refiere, deberíamos averiguar si se trata de Tiro que está situado dentro de las fronteras de la provincia de Fenicia, o algún otro del cual, este Tiro terrenal que conocemos, es el modelo. De las almas de los tirios, tanto si son las de los habitantes anteriores o las de los que pertenecen al Tiro entendido espiritualmente, no parece ser una cuestión cuyo examen corresponda hacer en este lugar; no deberíamos investigar asuntos de tanto misterio e importancia, que exigen un trato y una labor especial, de una manera superficial.

La profecía de Isaías sobre Lucifer

6. El profeta Isaías también nos enseña en cuanto a otro poder contrario: "¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas las gentes. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en lo alto junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi solio, y en el monte del testimonio me sentaré, á los lados del aquilón; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres en el sepulcro, a los lados de la huesa. Inclinarse han hacia ti los que te vieren, te considerarán diciendo: ¿Es este aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades; que á sus presos nunca abrió la cárcel? Todos los reyes de las gentes, todos ellos yacen con honra cada uno en su casa. Mas tú echado eres de tu sepulcro como tronco abominable, como vestido de muertos pasados á cuchillo, que descendieron al fondo de la sepultura; como cuerpo muerto hollado. No serás contado con ellos en la sepultura; porque tú destruíste tu tierra, mataste tu pueblo. No será nombrada para siempre la simiente de los malignos. Aparejad sus hijos para el matadero por la maldad de sus padres: no se levanten, ni posean la tierra, ni llenen la haz del mundo de ciudades. Porque yo me levantaré sobre ellos, dice Jehová de los ejércitos, y raeré de Babilonia el nombre y las reliquias, hijo y nieto, dice el Señor" (Is 14,12-22).

Con estas palabras se enseña claramente que quien e ha caído del cielo fue anteriormente Lucifer, quien solía surgir por la mañana. Porque si, como algunos piensan, era una naturaleza de tinieblas, ¿cómo se dice que Lucifer ha existido antes? ¿O cómo podría él surgir por la mañana si no tenía en él nada de luz? Pero hasta el mismo Salvador nos enseña al decir del diablo: "Yo veía a Satanás, como s un rayo, que caía del cielo" (Lc 10,18), porque durante un tiempo fue luz.

Además nuestro Señor, que es la verdad, comparó el poder de su propio advenimiento glorioso al relámpago con las palabras: "Porque como el relámpago que sale del e oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre" (Mt 24,27). Y no obstante, El lo compara con el relámpago, y dice que cae del cielo, para mostrar que durante un tiempo había estado en el cielo y había tenido un lugar entre los santos, disfrutando de una parte de aquella luz en la que todos los santos participan, por la que ellos son hechos ángeles de luz, y por la que los apóstoles son llamados por el Señor la luz del mundo (Mt 5,14).

De esta manera, entonces, este ser una vez existió como luz antes de perderse y caer de su lugar, convirtiendo su gloria en polvo, que es la marca peculiar de los malvados, como asimismo dice el profeta; de donde, también, se le llama el príncipe de este mundo, es decir, de una vivienda terrenal: ya que él ejerce su poder sobre los que son obedientes a su maldad, pues "todo este mundo" -porque llamó mundo a esta tierra- "está bajo el maligno" (1Jn 5,19), que es un apóstata.

Que sea un apóstata, es decir, un fugitivo, hasta lo dice el mismo Señor en el libro de Job: "Tú tomarás con un gancho el falso dragón", esto es, el fugitivo (Jb 40,10). Es seguro que por dragón debe entenderse el mismo diablo. Por tanto, si son llamados poderes contrarios, y como se dice, una vez estuvieron sin la mancha, aunque la pureza intachable sólo existe en el ser esencial del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, y como una cualidad accidental en toda cosa creada; y ya que lo que es accidental también puede desaparecer, y puesto que aquellos poderes opuestos fueron una vez intachables, y estuvieron entre los que todavía permanecen sin mancha, es evidente de todo esto que nadie es puro por esencia o naturaleza, ni tampoco contaminado por naturaleza.

La consecuencia de esto es que está en nosotros y en nuestras acciones ser felices y santos, o, por pereza y negligencia, caer de la felicidad en la maldad y la ruina, en tal grado que, por la gran habilidad en la malicia, por así decirlo (si un hombre puede ser culpable de negligencia tan grande), puede descender hasta el estado en el que será cambiado en lo que llaman un "poder opuesto".

El final o consumación

Prejuicio, dogma y discusión

1. El final o consumación parece ser una indicación de la perfección y la terminación de las cosas. Esto nos recuerda aquí, que si hay alguien lleno con el deseo de lectura y de entendimiento de asuntos de tal dificultad e importancia, debería llevar a su esfuerzo un entendimiento perfecto e instruido, no sea que quizás, si no ha tenido experiencia en cuestiones de esta clase, puedan parecerle vanas y superfluas; o si su mente está llena de preconcepciones y prejuicios sobre otros puntos, puede juzgar que estos son heréticos y opuestos a la fe de la Iglesia, cediendo así no tanto a las convicciones de la razón cuanto al dogmatismo del prejuicio.

Estos temas, ciertamente, son tratados por nosotros con gran solicitud y precaución a modo de una investigación y discusión, antes que como una decisión ya fija y cierta. Porque ya hemos advertido en las páginas precedentes aquellas cuestiones que deben exponerse en proposiciones dogmáticas claras, como pienso que he hecho con lo mejor de mi capacidad al hablar de la Trinidad. Pero en la ocasión presente nuestro ejercicio debe ser llevado, como mejor podemos, más bien en el estilo de una discusión que de una definición estricta.

El sometimiento final a Cristo

El fin del mundo, entonces, y la consumación final, ocurrirá cuando cada uno sea sometido al castigo por sus pecados; un tiempo que sólo Dios conoce, cuando Él otorgará a cada uno lo que se merece. Pensamos, en verdad, que la bondad de Dios en Cristo, llevará a todas sus criaturas a un final; hasta sus enemigos serán conquistados y sometidos. Porque la santa Escritura dice: "El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, en tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies" (Ps 110,1 He 1,13). Y si el significado de la lengua del profeta es aquí menos claro, podemos averiguarlo del apóstol Pablo, que habla más abiertamente así: "Porque es necesario que Él reine, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies" (1Co 15,25). Pero si hasta esta innegable declaración del apóstol no nos informa suficientemente sobre lo que significa "poner sus enemigos bajo sus pies", escuchemos lo que dice en las palabras siguientes: "Todos sus enemigos debajo de sus pies" ¿Qué es, entonces, este "poner bajo" por el que todas las cosas se someterán a Cristo?

Pienso que este es el mismo sometimiento por el que también nosotros deseamos someternos a Él, por el cual los apóstoles también fueron sometidos, así como todos los santos que han sido seguidores de Cristo. Porque el nombre "sometimiento", por el que nos sometemos a Cristo, indica la salvación que proviene de Él y que pertenece a sus siervos, según la declaración de David: "En Dios solamente está sometida mi alma: De Él viene mi salvación" (Ps 62,1).42

Conocer el principio por el final

2. Sabiendo, entonces, que tal es el final, cuando todos los enemigos serán sometidos a Cristo, cuando la muerte, el último enemigo, será destruida, y cuando el reino sea entregado por Cristo (a quien todas las cosas están sometidas) a Dios el Padre; contemplemos, digo, desde el final el comienzo de las cosas.

Porque el final es siempre como el principio; y, por tanto, como hay un fin de todas las cosas, debemos entender que hubo un principio; y así como hay un final de muchas cosas, así brotan de un principio muchas diferencias y variedades, que una vez más, por la bondad de Dios, por el sometimiento a Cristo y por la unidad del Espíritu Santo, son llamadas a un final, que es como el principio: todos los que doblan la rodilla ante el nombre de Jesús, haciendo saber así su sometimiento a Él; y estos son los que están en el cielo, en la tierra, y bajo la tierra; por lo cual se indican tres clases en todo el universo, a saber, aquellos que desde el principio fueron dispuestos, cada uno según la diversidad de su conducta, entre las órdenes diferentes, conforme a sus acciones; porque no había allí ninguna bondad esencial en ellos, como hay en Dios, Cristo, y en el Espíritu Santo. Porque sólo en la Trinidad, que es el autor de todas las cosas, existe la bondad en virtud de su ser esencial; mientras que los demás la poseen como una cualidad accidental y perecedera, y sólo entonces disfrutan de la felicidad, cuando participan en la santidad, en la sabiduría y en la misma divinidad. Pero si descuidan y desprecian tal participación, cada uno, por la falta de su propia pereza, uno más rápida, otros más lentamente, uno en un grado mayor, otro menor, es la causa de su propia caída.

Y, como ya hemos comentado, el lapso por el que un individuo cae de su posición es caracterizado por una gran diversidad, según los movimientos de la mente y la voluntad. Uno con más facilidad, otro con más dificultad, todos caen en una condición inferior; en esto debe verse el juicio justo de la providencia de Dios, que suceda a cada uno según la diversidad de su conducta, en proporción a su declinación y abandono.

La unidad final

Los que han sido quitados de su primer estado de bienaventuranza no han sido quitados irreparablemente, sino que han sido colocados bajo la regla de las órdenes santas y benditas que hemos descrito, para que sirviéndose de su ayuda éstos sean remodelados por los sanos principios de la disciplina, y así puedan recuperarse, y ser restaurados a su condición de felicidad. Por eso soy de la opinión, hasta donde puedo ver, que este orden de la raza humana ha sido designado para que en el mundo futuro, o en la era por venir, cuando será el cielo nuevo y la tierra nueva, profetizada por Isaías, pueda ser restaurada a esa unidad prometida por el Señor Jesús en su oración a Dios Padre, en nombre de sus discípulos: "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa" Qn. 17,20, 21). Y otra vez, cuando dice: "Para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa" (Jn 17,22). Esto es confirmado todavía más por el lenguaje del apóstol Pablo: "Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" (Ep 4,13). De acuerdo con esto el mismo apóstol nos exhorta: "Que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer" (1Co 1,10), pues en la vida presente estamos colocados en la Iglesia, en la cual está la forma del reino venidero, en semejanza de unidad.

Especulación sobre la condenación y la salvación final

3. De todos modos, debe tenerse en cuenta que ciertos seres que cayeron de ese principio del cual hemos hablado, se han hundido en tal profundidad de indignidad y maldad que parece totalmente inmerecido de ese entrenamiento e instrucción por el cual la raza humana, mientras está en la carne, es entrenada e instruida con la asistencia de los poderes divinos; y siga, por el contrario, en un estado de enemistad y oposición para con los que reciben esa instrucción y enseñanza. De ahí que la totalidad de esta vida mortal esté llena de luchas y pruebas, causadas por la oposición y la enemistad de los que caen de una condición mejor sin mirar hacia atrás, que son llamados el diablo y sus ángeles, y otras órdenes del mal, que el apóstol clasifica entre los poderes opuestos.

Pero si alguna de estas órdenes que actúa bajo el gobierno del diablo y obedece sus malvados mandamientos, ha de ser convertida a la justicia en un mundo de futuro debido a su posesión de la facultad de la libre voluntad, o si la maldad persistente y empedernida puede ser cambiada por el poder de hábito en naturaleza, es un resultado que tú mismo, lector, puedes aprobar, si en alguno de los mundos presentes, que se ven y son temporales, ni en los que no son vistos y eternos, aquella parte va a diferenciarse totalmente de la unidad final y la salud de cosas. Pero tanto en los mundos temporales que vemos como en los eternos que no vemos, todos los seres están ordenados conforme a un plan regular, en el orden y grado de sus méritos; de manera que unos al principio del tiempo, otros después, y otros hasta en los últimos tiempos, después de haber sufrido castigos más pesados y más severos, aguantados durante un largo período y durante muchas edades, mejoran, por así decirlo, por este método severo de entrenamiento, y son restaurados al principio por la instrucción de los ángeles, y posteriormente por los poderes de un grado más alto, y así, avanzando por cada etapa a una mejor condición, alcancen aquello que es invisible y eterno, habiendo atravesado, por una especie de educación, cada uno de los oficios de los poderes divinos. Por lo cual, pienso, debe deducirse como una inferencia necesaria, que cada naturaleza racional, al pasar de un orden a otro y avanzar por todos y cada uno, mientras están sometidos a los varios grados de habilidad y fracaso según sus propias acciones y esfuerzos, gocen del poder de su libre voluntad.

La renovación y la conservación de la materia

4. Pero ya que Pablo dice que ciertas cosas son visibles y temporales, y otras invisibles y eternas, nos ponemos a inquirir cómo son esas cosas que se ven y son temporales, si porque allí no habrá nada en absoluto después de los períodos del mundo venidero, en el que la dispersión y separación del principio sufren un proceso de restauración hacia el único y mismo final y semejanza; o porque, mientras la forma de las cosas que pasan, su naturaleza esencial no estará sometida a ninguna corrupción. Y Pablo parece confirmar la última idea, cuando dice: "La apariencia de este mundo se pasa" (1Co 7,31). David también aparece afirmar lo mismo en las palabras: "Los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, y tú permanecerás; y todos ellos como un vestido se envejecerán; como una ropa de vestir los mudarás, y serán mudados" (Ps 102,25). Porque si el cielo ha de ser cambiado, sin duda el que es cambiado no fallece, y si la apariencia del mundo pasa, no es en ningún caso una aniquilación o destrucción de su sustancia material lo que ha de tener lugar, sino una especie de cambio de cualidad y la transformación de su apariencia. Isaías también, al declarar proféticamente que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, indudablemente sugiere una idea similar. Para esta renovación del cielo y de la tierra, y esta transmutación de la forma del mundo presente, y este cambio de los cielos indudablemente serán preparados para los que andan a lo largo de aquel camino que hemos indicado y que tienden a la meta de la felicidad, de la cual se dice que hasta los mismos enemigos serán sujetados, y Dios será "todo en todos" (1Co 15,28).

Y si alguien se imagina que al final lo material, es decir, la naturaleza corpórea, será completamente destruida, no puede en muchos aspectos entender mi idea, cómo los seres tan numerosos y poderosos son capaces de vivir y existir sin cuerpos, ya que esto es solamente un atributo de la naturaleza divina, o sea, del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo: existir sin ninguna sustancia material y sin participar en ningún grado de corporalidad.

Otro, quizás, puede decir que en el final cada sustancia corporal será tan pura y refinada como el éter, de una pureza y claridad celeste. Sin embargo, cómo será todo esto sólo es conocido con certeza por Dios y por los que son sus amigos por Cristo y el Espíritu Santo.

Los seres incorpóreos y corpóreos

1. Los temas considerados en el capítulo anterior han sido tratados en un lenguaje general, la naturaleza de los seres racionales fueron tratados más por vía de inferencia lógica que por una definición dogmática estricta, a excepción del lugar donde tratamos, lo mejor que pudimos, de las personas del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Ahora tenemos que averiguar lo que son esas cuestiones para ser tratadas apropiadamente en las páginas siguientes según nuestra creencia dogmática, es decir, de acuerdo con el credo de la Iglesia. Todas las almas y todas las naturalezas racionales, sean santas o pecadoras, han sido formadas o creadas, y todas ellas, según su propia naturaleza, son incorpóreas; pero aunque incorpóreas han sido creadas, porque todas las cosas han sido hechas por Dios mediante Cristo, como Juan enseña de un modo general en su Evangelio, diciendo: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas; y sin Él nada de lo que es hecho, fue hecho" (Jn 1,1-3). El apóstol Pablo, además, al describir las cosas creadas por especies, números y órdenes, habla como sigue, mostrando que todas las cosas han sido hechas por Cristo: "Porque por Él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos, y las que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y por Él todas las cosas subsisten, y Él es la cabeza del cuerpo" (Col 1,16-18). Por lo tanto, Pablo declara manifiestamente que en Cristo y por Cristo todas las cosas fueron hechas y creadas, sean visibles, que son corpóreas, o invisibles, que no considero otra que los poderes incorpóreos y espirituales. Pero de las cosas que él ha llamado generalmente corpóreo o incorpóreo, me parece, por las palabras que siguen, que enumeran las varias clases, a saber, tronos, dominios, principados, poderes, influencias.

Estos asuntos han sido citados por nosotros, en nuestro deseo de seguir una manera ordenada la investigación del sol y de la luna, y deducir por vía de inferencia lógica, y averiguar si también deberían contarse correctamente entre los principados, debido a haber sido creados para dominar el día y la noche; o si deben ser considerados como dominando solamente el día y la noche mediante su oficio de iluminación, y no son en realidad señores de ese orden de principados.

La naturaleza astral es mutable

2. Cuando se dice que todas las cosas han sido hechas por Él, y que en Él han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, no puede haber duda de que también ha creado las cosas que están en el firmamento, que es llamado cielo, en el cual esas lumbreras son colocadas y están incluidas entre el número de las cosas celestes.

En segundo lugar, viendo que en el curso de la discusión se ha descubierto manifiestamente que todas las cosas han sido hechas o creadas, y que entre las cosas creadas no hay ninguna que no pueda admitir el bien y el mal, y ser capaz de lo uno y lo otro, ¿qué diremos de la opinión que ciertos amigos mantienen en cuanto al sol, la luna, y las estrellas, a saber, que son inmutables e incapaces de convertirse en lo opuesto de lo que son? Otro buen número ha sostenido esta misma opinión en cuanto a los ángeles santos, y ciertos herejes también en cuanto a las almas, que ellos llaman naturalezas espirituales.

Primero, pues, veamos qué razón se puede descubrir sobre el sol, la luna, y las estrellas, si es correcto que su naturaleza sea inmutable, y ofrezcamos primero las declaraciones de la Escritura santa, en la medida de lo posible.

Job parece afirmar que las estrellas no solamente pueden pecar, sino que en realidad no están limpias del contagio del pecado. Lo siguiente son sus palabras: "He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos" (Jb 25,5). Esto debe entenderse del resplandor de su naturaleza o sustancia física, como si se dijera, por ejemplo, que la ropa no está limpia; porque si este fuera el significado, entonces la acusación de una carencia de limpieza en el resplandor de su sustancia corporal implicaría un reflejo perjudicial sobre su Creador. Ya que si ellas son incapaces, a pesar de sus esfuerzos diligentes, de adquirir para ellas un cuerpo de mayor resplandor, o por su pereza, hacer menos puro el que tienen, ¿cómo incurrirán en censura por ser estrellas no limpias, si no reciben ninguna alabanza por ser así?

Las estrellas, criaturas vivas

3. Pero para llegar a un entendimiento más claro sobre estos asuntos, deberíamos inquirir primero sobre un punto: si es aceptable suponer que las estrellas viven y son seres racionales; entonces, después, si sus almas nacieron al mismo tiempo que sus cuerpos, o son anteriores a ellos; y también si, después del final del mundo, debemos entender que serán liberadas de sus cuerpos; y si, como nosotros dejamos de vivir, también ellas cesarán de iluminar el mundo. Aunque esta disquisición pueda parecer algo atrevida, como estamos incitados por el deseo de averiguar la verdad tanto como sea posible, no creo que sea ninguna absurdidad el intento de investigar un tema conforme a la gracia del Espíritu Santo.

Pensamos, entonces, que pueden designarse como criaturas vivas, por esta razón, porque se dice que reciben mandamientos de Dios, lo cual, generalmente, es el caso sólo de los seres racionales. "Que manda al sol, y no sale; y sella las estrellas" (Jb 9,7). ¿Qué son estos mandamientos? Estos, a saber, que cada estrella, en su orden y curso, deber arrojar sobre el mundo la cantidad de resplandor que le ha sido confiado. Para los que se llaman "planetas", el movimiento de sus órbitas de una clase, y los que son llamados aplanéis son diferentes.

Ahora, de esto se deduce manifiestamente que el movimiento de un cuerpo no ocurre sin un alma, ni tampoco los seres vivos pueden ser en ningún momento sin moción. Y viendo que las estrellas se mueven en tal orden y la regularidad que sus movimientos nunca parecen estar sometidos en ningún momento a descomposición, ¿no sería el colmo de la locura decir que una observancia tan ordenada en método y plan podría ser hecha o efectuada por seres irracionales?

En las escrituras de Jeremías, ciertamente, la luna es llamada reina de cielo (Jr 7,18). Si las estrellas viven y son seres racionales, entonces, indudablemente, entre ellas tiene que producirse un avance y un retroceso. Las palabras de Job: "Ni las estrellas son limpias delante de sus ojos" (Jb 25,5), me parecen sugerir esa idea.

¿Cuándo es creada el alma?

4. Ahora tenemos que averiguar si aquellos seres que en el curso de nuestra discusión hemos descubierto que poseen vida y razón, han sido dotados con un alma junto a sus cuerpos en el tiempo mencionado en la Escritura, cuando Dios hizo "lumbreras en la expansión de los cielos para apartar el día y la noche... para alumbrar sobre la tierra... hizo también las estrellas" (Gn 1,14-16); o si su espíritu fue implantado en ellos, no en la creación de sus cuerpos, sino sin ellos, después de haber sido hechos. Por mi parte, sospecho que el espíritu fue implantado en ellos desde fuera; pero vale la pena que lo demostremos con la Escritura, porque es demasiado fácil hacer afirmaciones en base a meras conjeturas, mientras que es más difícil establecerlas con el testimonio de la Escritura. Ahora bien, esto se puede establecer conjeturalmente del modo siguiente. Si el alma de un hombre, que es ciertamente inferior en cuanto alma de hombre, no fue formada juntamente con su cuerpo, sino que, como está escrito, fue implantada estrictamente desde fuera, mucho más debe ser este el caso con aquellas criaturas vivas que se llaman celestes.

Porque, en el caso del hombre, ¿cómo podría el alma, por ejemplo de Jacob, que suplantó a su hermano en la matriz, aparecer formada juntamente con su cuerpo? ¿O cómo podría su alma, o sus imágenes, ser formada juntamente con su cuerpo en quien, cuando estaba dentro de la matriz de su madre, fue lleno del Espíritu Santo? Me refiero a Juan, que saltó en la matriz de su madre y se re-regocijó porque el saludo de María había venido a los oídos de su madre Elisabet. ¿Cómo podría su alma y sus imágenes ser formada juntamente con su cuerpo, si antes de que fuera creado en la matriz, se dice que conocía a Dios y había sido santificado por Él antes de su nacimiento? Alguien, quizás, pueda pensar que Dios llena a los individuos de su Espíritu Santo, y les concede la santificación, no en base a la justicia y según sus méritos, sino inmerecidamente. Y ¿cómo vamos nosotros a evitar esa declaración: "¿Pues qué diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera" (Rm 9,14). O: ¿Hace Dios acepción de personas? (Rm 2,11). Ya que esta es la defensa de los que mantienen que las almas nacen juntamente con sus cuerpos. Creo que podemos formarnos una opinión al comparar la condición del hombre y mantener que lo mismo se aplica correctamente a los seres celestiales, que la misma razón y la autoridad de la Escritura nos muestran ser el caso de los hombres.

La sujeción de las criaturas

5. Pero, veamos si podemos encontrar en la Escritura alguna indicación que se aplique correctamente a estas existencias celestes. Lo siguiente es una declaración del apóstol Pablo: "Porque las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de grado, mas por causa del que las sujetó con esperanza, que también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8,20). ¿A qué vanidad fue sujetada la criatura, o a qué criatura se refiere, o cómo se dice "no de buen grado", y "con esperanza" de qué? ¿Y de qué manera la criatura será librada de la esclavitud de corrupción?

En otro sitio, también, el mismo apóstol dice: "Porque el continuo anhelar de las criaturas espera la manifestación de los hijos de Dios" (Rm 8,19). Y en otro pasaje: "Porque sabemos que todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora" (Rm 8,22). De ahí que tengamos que preguntarnos qué son los gemidos y qué los dolores. Veamos, entonces, en primer lugar, qué es la vanidad a la que la criatura fue sometida.

Sospecho que no es otra cosa que el cuerpo; ya que aunque el cuerpo de las estrellas es etéreo, es sin embargo material. Por eso también Salomón caracteriza toda la naturaleza corpórea como una especie de carga que debilita el vigor del alma, en la expresión siguiente: "Vanidad de vanidades, dice el predicador; todo es vanidad. Yo miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu" (Ez 1,2). A esta vanidad, entonces, está sujeta la criatura, especialmente esa criatura que, sin duda la más grande en este mundo, sostiene también un principado distinguido de labor, a saber, el sol, la luna, y las estrellas. Se dice que están sujetas a vanidad, porque son vestidas con cuerpos, y puestas aparte para el oficio de dar la luz a la raza humana. Por eso, Pablo comenta que estas criaturas fueron sujetadas no de buen grado (Rm 8,20). Porque no emprendieron un servicio voluntario de vanidad, sino porque esta es la voluntad de quien las hizo sujetar, y debido a la promesa del Sujetador a los que han sido reducidos a esta obediencia involuntaria, cuando el ministerio de su gran trabajo haya sido realizado, serán liberados de esta esclavitud de corrupción y vanidad cuando llegue el tiempo de la redención gloriosa de los hijos de Dios. Y toda la creación, habiendo recibido esta esperanza, y aguardando el cumplimiento de esta promesa, ahora, mientras llega aquel día, como sintiendo afecto hacia los que sirven, gime juntamente con ellos, y con ellos sufre pacientemente, esperando el cumplimiento de la promesa.

Viendo si las palabras siguientes de Pablo también pueden aplicarse a los que, aunque no de buen grado, se conforman a la voluntad de aquel que las sujetó y, en la esperanza de la promesa, fueron sujetados a la vanidad, cuando dice: "Porque deseo ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor" (Ph 1,23). Porque pienso que el sol podría decir de manera parecida: "Deseo ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor". Pablo, en verdad, añade: "Sin embargo, quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros" (Ph 1,24), mientras el sol podría decir: "Quedar en este cuerpo brillante y celeste es más necesario, debido a la manifestación de los hijos de Dios". Las mismas ideas deben aplicarse a la luna y a las estrellas.

Veamos ahora qué es la libertad de la criatura, o la terminación de su esclavitud. Cuando Cristo haya entregado el reino a Dios Padre, entonces también aquellos seres vivientes, cuando primero sean hechos del reino de Cristo, serán entregados juntamente con la totalidad del reino a la regla del Padre, cuando Dios sea todo en todos, ellos también, ya que son parte de todas las cosas, pueden tener a Dios en ellos, como Él está en todas las cosas.

Los ángeles

La asignación de cada ángel

1. Al tratar el tema de los ángeles, seguiremos un método similar, no debemos suponer que es resultado de un accidente que un oficio particular sea asignado a un ángel en particular, como a Rafael, por ejemplo, la cura y sanación; a Gabriel, la dirección de guerras; a Miguel, atender las oraciones y súplicas de los mortales.

No debemos imaginarnos que ellos obtuvieron estos oficios de otra manera que por sus propios méritos y por el celo y las excelentes cualidades que mostraron por separado antes de la formación de este mundo; para que después en el orden de los arcángeles, este u otro oficio se asignara a cada; mientras otros merecieron ser enrolados en la orden de los ángeles; y actuar según este o aquel arcángel, o aquel líder o cabeza de una orden. Todas estas cosas no han sido dispuestas, como he dicho, sin criterio y por casualidad, sino por una decisión justa y apropiada de Dios, que los colocó según sus merecimientos, conforme a su propia aprobación y juicio; para que a un ángel se le confiara la iglesia de los efesios; a otro, la de los esmir-neos. Un ángel debía estar con Pedro, otro con Pablo; y así con cada pequeño que están en la Iglesia, porque tal y tales ángeles, que diariamente contemplan el rostro de Dios, son asignados a cada uno de ellos. Y también tiene que haber un ángel que acampe alrededor de los que temen a Dios. Cosas todas ellas que deben creerse que no son realizadas por casualidad o por accidente, sino porque los ángeles han sido creados, a menos que en esta cuestión el Creador sea acusado de parcialidad; pero debe creerse que fueron consultados por Dios, el Juez justo e imparcial de todas las cosas, de acuerdo a sus méritos y buenas cualidades y al vigor mental de cada espíritu individual.

Fábulas sobre distintos creadores y personalidades

2. Digamos ahora algo sobre los que mantienen la existencia de una diversidad de naturalezas espirituales, para que podamos evitar de caer en fábulas ridiculas e impías como las de los que pretenden que hay una diversidad de naturalezas espirituales, tanto entre las existencias celestes como en almas humanas; por esta razón alegan que fueron llamadas a la existencia por creadores diferentes. Porque mientras me parece, y es realmente absurdo que al Creador mismo se le atribuya la creación de diferentes naturalezas de seres racionales, son, sin embargo, ignorantes de la causa de aquella diversidad. Porque dicen que parece inconsistente que el mismo Creador, sin ninguna razón de mérito, confiera a algunos seres el poder de dominio y a la vez someta a otros a la autoridad; conceda el principado a unos, y haga a otros subordinados a mandos.

Estas opiniones son completamente rechazables, a mi juicio, sí seguimos el razonamiento explicado arriba, por el que se mostró que la causa de la diversidad y la variedad entre estos seres es debida a su conducta, que ha sido marcada con la seriedad o con la indiferencia, según la bondad o la maldad de su naturaleza, y no de ninguna parcialidad de parte del Dispensador. Para que se pueda mostrar que este es el caso de los seres celestes, tomemos prestada una ilustración de lo que se hizo o se hace entre los hombres, para que a partir de las cosas visibles podamos, por vía de consecuencia, contemplar también las cosas invisibles.

Está indudablemente demostrado que Pablo y Pedro fueron hombres de naturaleza espiritual. Cuando Pablo actuó contrariamente a la religión, al haber perseguido a la Iglesia de Dios, y cuando Pedro cometió un pecado tan grave al ser identificado por la criada y negar conjuramento que no conocía a Cristo, ¿cómo es posible que estos de quien hablamos, fueran espirituales y cayeran en pecados de tal naturaleza, sobre todo como ellos decían con frecuencia, que un árbol bueno no puede dar frutos malos?

¿Y si un árbol bueno no puede producir fruto malo, cómo, según ellos, Pedro y Pablo se apartaron de la raíz del árbol bueno y cómo produjeron frutos tan malos? Y si se devuelve la pregunta que es generalmente inventada, que no fue Pablo quien persiguió, sino alguna otra persona, no sé quién estaba en Pablo; y si no fue Pedro quien negó, sino algún otro individuo en él; ¿cómo podría decir Pablo, si él no hubiera pecado, "yo no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la Iglesia de Dios?" (1Co 15,9). ¿O por qué lloró Pedro amargamente, si fue otro en él quien pecó? De lo cual se deduce que todas sus ridiculas aserciones no tienen fundamento.

Toda naturaleza es capaz del bien y del mal

3. Según nuestro punto de vista, no hay ninguna criatura racional que no sea capaz del bien y del mal. Pero de aquí no se sigue que porque decimos que no hay ninguna naturaleza que no puede admitir el mal, mantenemos que cada naturaleza ha admitido el mal, esto es, se ha hecho mala. Así como podemos decir que la naturaleza de cada hombre admite el ser un marinero, de esto no se sigue que cada hombre se convertirá en tal; o porque es posible para cada uno aprender gramática o medicina, no queda demostrado que cada hombre es médico o gramático; así, si decimos que no hay ninguna naturaleza que no pueda admitir el mal, no estamos indicando que necesariamente lo ha admitido. Porque, a nuestro parecer, ni hasta el mismo diablo era incapaz de lo bueno; sino que aunque capaz de admitir lo bueno, no lo deseó consecuentemente, ni hizo ningún esfuerzo hacia la virtud.

Porque, como se nos enseña en los dos pasajes que adujimos de los profetas, hubo una vez un tiempo cuando el diablo fue bueno, cuando anduvo en el paraíso de Dios entre los querubines. Entonces poseía el poder de recibir el bien o el mal, pero cayó de su curso virtuoso y se volvió al mal con todos los poderes de su mente; así como otras criaturas, que teniendo capacidad para una y otra condición, en el ejercicio de su libre voluntad, huyeron del mal y se refugiaron en el bien.

No hay ninguna naturaleza, pues, que no pueda admitir el bien o el mal, excepto la naturaleza de Dios -la fuente de todas las cosas buenas- y de Cristo; ya que es sabiduría, y la sabiduría sin duda no puede admitir la locura; y es la justicia, y la justicia ciertamente nunca admitirá lo injusto; y es la Palabra, o Razón, que ciertamente no puede ser hecha irracional; es también la luz, y es seguro que las tinieblas no reciben la luz. De igual forma también, la naturaleza del Espíritu Santo, que es santo, no admite contaminación; porque es santo por naturaleza o ser esencial. Si hay alguna otra naturaleza que es santa, posee esta propiedad de ser hecho santo por la recepción o inspiración del Espíritu Santo, no porque la tenga por naturaleza, sino como una cualidad accidental, por cuya razón puede perderse, a consecuencia de ser accidental. Así también un hombre puede poseer una justicia accidental, de la que es posible que caiga. Hasta la sabiduría que un hombre tiene es accidental, aunque esté dentro de nuestro poder hacernos sabios, si nos dedicamos a la sabiduría con todo el celo y el esfuerzo de nuestra vida; y si siempre perseguimos su estudio, siempre podemos ser participantes de la sabiduría; y este resultado seguirá, en mayor o menor grado, según los actos de nuestra vida o la pasión de nuestro celo. Porque la de Dios, como es digno de Él, incita y atrae todo hacia aquel final dichoso, donde el dolor, la tristeza y el sufrimiento dejarán de ser y desaparecerán.

La imparcialidad y la justicia de Dios

4. Soy de la opinión, hasta donde me parece a mí, que la discusión precedente ha demostrado suficientemente que no es por discriminación, ni por cualquier causa accidental, que "los principados" sostienen su dominio, o que las otras órdenes de espíritus han obtenido sus respectivos oficios; sino que han recibido los grados de su rango debido a sus méritos, aunque no sea nuestro privilegio saber o inquirir qué actos fueron, por los cuales ganaron un lugar en un orden particular. Esto es suficiente para demostrar la imparcialidad y la justicia de Dios que conforma la declaración del apóstol Pablo: "Porque no hay acepción de personas para con Dios" (Rm 2,11), quien más bien dispone todo según las obras y el progreso moral de cada individuo.

Así, pues, el oficio angelical no existe excepto como una consecuencia de sus obras; tampoco "los poderes" ejercen poder excepto en virtud de su progreso moral; ni tampoco los que se llaman "tronos", es decir, los poderes para juzgar y gobernar, administran sus poderes a no ser por su mérito; tampoco "los dominios" gobiernan inmerecidamente, porque este gran y distinguido orden de criaturas racionales entre las existencias celestes es ordenado en una variedad gloriosa de oficios.

Y la misma opinión debe mantenerse respecto a aquellas potencias contrarias que se han dado a sí mismas tales lugares y oficios, que ellos derivan la propiedad por la que son hechos "principados" o "poderes", o gobernadores de las tinieblas del mundo, o espíritus de maldad, o espíritus malignos, o demonios impuros, no de su naturaleza esencial, ni de su ser creados, sino que han obtenido estos grados en el mal en proporción a su conducta y al progreso que hicieron en la maldad. Y este es un segundo orden de criaturas racionales, que se han dedicado a la maldad en un curso tan precipitado que están indispuestos, más bien que incapaces, de recordarse a sí mismas; la sed por el mal es ya una pasión, que les imparte placer.

El tercer orden de criaturas racionales es el de los que Dios juzga aptos para multiplicar la raza humana, o sea, las almas de los hombres, asumidos a consecuencia de su progreso moral en el orden de los ángeles; de quienes vemos que algunos son asumidos en el número; o sea, aquellos que han sido hechos hijos de Dios, o los hijos de la resurrección, o los que han abandonado las tinieblas y gustado la luz han sido hechos hijos de la luz; o los que, triunfando en cada lucha, y hechos hombres de paz, han sido hijos de paz e hijos de Dios; o los que, mortificando sus miembros en la tierra se elevan por encima no solamente de su naturaleza corpórea, sino hasta los inciertos y frágiles movimientos del alma y se unen al Señor, siendo hechos totalmente espirituales; de modo que puedan ser para siempre un espíritu con Él; discerniendo con Él cada cosa individual, hasta que lleguen a la condición de espiritualidad perfecta y disciernan todas las cosas por su iluminación perfecta en toda santidad de palabra y sabiduría divinas, y sean totalmente indistinguibles por alguien.

Pensamos que en ningún caso deben admitirse aquellas ideas que algunos quieren avanzar y mantener innecesariamente, a saber, que las almas descienden a tal abismo de degradación que se olvidan de su naturaleza racional y dignidad, y caen en la condición de animales irracionales, sean grandes o pequeños. En apoyo de estas aserciones generalmente citan algunas pretendidas declaraciones de la Escritura, como que una bestia, que ha sido antinaturalmente prostituida por una mujer, debe considerarse igualmente culpable que la mujer, y condenada a morir apedreada; o como el toro que golpea con su cuerno debe ser matado de la misma manera. Incluso citan el caso del habla de la burra de Balaam, cuando Dios abrió su boca, y la bestia muda de carga contestó con voz humana reprobando la locura del profeta (Nb 22,21-30).

No sólo no recibimos estas ideas, sino que las rechazamos y refutamos como contrarias a nuestra creencia. Después de la refutación y el rechazo de opiniones tan perversas mostraremos, en el tiempo y lugar apropiado, cómo deben citarse y entenderse los citados pasajes de las Sagradas Escrituras.

 

Partes de esta serie: Prólogo · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV
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