1. Aunque las discusiones en el libro precedente hayan tenido como referencia el mundo y su ordenación, ahora parece consecuente seguir indagando propiamente unas pocas cuestiones acerca del mundo mismo, esto es, de su principio y de su fin, de las cosas dispuestas por la divina providencia entre el principio y el final; de aquellos acontecimientos que, como se supone, han ocurrido antes de la creación del mundo, o que ocurrirán después del final.
En esta investigación, lo primero que aparece con evidencia es que todo estado del mundo, que es vario y diverso consta no sólo de naturalezas racionales y más divinas y de diversos cuerpos, sino también de animales mudos, a saber: fieras, bestias, ganados y aves, y todos los animales que viven en las aguas; y después de los distintos lugares, a saber: el del cielo o los cielos, el de la tierra o el del agua, y también del que ocupa el lugar intermedio entre éstos, el aire o el que llaman éter; finalmente, de todos los seres que proceden o nacen de la tierra.
Siendo, pues, tan grande la variedad del mundo, y existiendo una diversidad tan grande en los mismos seres racionales, en razón de la cual toda otra variedad y diversidad es supuesto también que ha venido a la existencia, ¿qué otra cosa se ha de considerar como causa de la existencia del mundo, especialmente si consideramos el fin por los medios, por los cuales, como se ha mostrado en el libro precedente, todo será restaurado a su condición original?
Y si esto debería afirmarse lógicamente, ¿qué otra causa, como ya hemos dicho, debemos imaginarnos para tan gran diversidad en el mundo, excepto la diversidad y variedad en los movimientos y las declinaciones de los que se caen de aquella unidad y armonía primitiva en la que fueron creados por Dios al principio, los que, alejados del estado de bondad y dispersados en varias direcciones por la agotadora influencia de diferentes motivos y deseos, que han cambiado, según sus diferentes tendencias, la sola e indivisa bondad de su naturaleza en mentes de varias clases.
2. Pero Dios, por el arte inefable de su sabiduría, al restaurar y transformar todas las cosas que ocurren en algo útil y en provecho común para todas, vuelve a llevar a estas mismas criaturas que distaban tanto de sí mismas por la variedad de sus almas, a un acuerdo único de actuación y propósito a fin de que, aun con distintos movimientos de sus almas, lleven a cabo, sin embargo, la plenitud y perfección de un solo mundo, y la misma variedad de mentes tienda a un solo fin de perfección. En efecto, es una sola la virtud que une y sostiene toda la diversidad del mundo y conduce a una sola obra sus distintos movimientos, para evitar que la obra inmensa del mundo se disuelva por las disensiones de las almas. Y por esto pensamos que Dios, Padre de todas las cosas, lo ha dispuesto todo de tal modo, por el plan inefable de su Verbo y su sabiduría, para la salvación de todas sus criaturas, que todos los espíritus, almas, o cualquiera que sea el nombre que deba darse a las subsistencias racionales, no fuesen forzadas contra la libertad de su arbitrio o a algo ajeno al movimiento de su mente, de suerte que parecieran privadas, por esto, de la facultad del libre albedrío, cambiándose así la cualidad de su misma naturaleza, sino que los diversos movimientos propios de dichas subsistencias racionales se adaptasen acordada y útilmente. Y así unas necesitan ayuda, otras pueden ayudar, otras suscitan combates y luchas a las que progresan para que su diligencia se muestre más digna de alabanza, y se retenga con más seguridad, después de la victoria, el puesto del paso conquistado, logrado a costa de dificultades y esfuerzos.
3. Por consiguiente, aun cuando el mundo esté ordenado en varios oficios, no se ha de entender por eso el estado de todo el mundo como un estado de disonancia y discrepancia respecto de sí mismo, sino que, de la misma manera que nuestro cuerpo, constituido por muchos miembros, es uno sólo y está mantenido por una sola alma, así también el universo mundo, como un animal inmenso y enorme, creo que debe considerarse mantenido por el poder y razón de Dios como por un alma.
A mi juicio, la misma Sagrada Escritura lo indica también en lo que fue dicho por el profeta: "¿No lleno yo los cielos y la tierra? Palabra del Señor" (Jr 23,24), y otra vez: "El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies" (Is 66,1), y lo que dijo el Salvador cuando declaró que no se debía jurar "ni por el cielo, pues es el trono de Dios, ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies" (Mt 3,34), y asimismo, lo que declara Pablo al decir que "en Él vivimos y nos movemos y existimos" (Ac 17,28). Pues, ¿cómo vivimos y nos movemos y existimos en Dios, sino porque une y contiene el mundo con su poder? ¿Y cómo es el cielo el trono de Dios y la tierra el escabel de sus pies, como el mismo Salvador proclama, sino porque tanto en el cielo como en la tierra su poder lo llena todo, como también dice el Señor? No creo, por consiguiente, que nadie tenga dificultad en conceder, de acuerdo con lo que hemos mostrado, que Dios llena y contiene con la plenitud de su virtud el universo mundo
Una vez mostrado, en lo que precede, que los diversos movimientos de las criaturas racionales y sus distintos modos de pensar han sido la causa de la diversidad de este mundo, hemos de ver si acaso conviene a este mundo un fin apropiado a su principio. Porque no hay duda de que su fin debe hallarse también en su mucha diversidad y variedad; variedad que, cogida por sorpresa en el fin de este mundo, dará de nuevo ocasión a la diversidad de otro mundo que existirá después de éste.
4. Llegados a esta conclusión en el orden de nuestra exposición, parece consecuente ahora explicar el carácter de la naturaleza corpórea, ya que la diversidad del mundo no puede subsistir sin cuerpos. La misma realidad demuestra que la naturaleza corpórea es susceptible de cambios diversos y variados, de modo que cualquier cosa puede transformarse en cualquier otra; así, por ejemplo, el leño se convierte en fuego, el fuego en humo, el humo en aire. También el aceite líquido se cambia en fuego. El alimento mismo de los hombres ¿no presenta la misma mutación? Cualquiera que sea, en efecto, el alimento que tomemos, se convierte en la sustancia de nuestro cuerpo. Pero, aun cuando no sería difícil exponer cómo se cambia el agua en tierra o en aire, o el aire en fuego, o el fuego en aire, o el aire en agua, basta aquí tener esto en cuenta para considerar la índole de la sustancia corpórea.
Entendemos por materia aquello que está a la base de los cuerpos, esto es, aquello a lo que los cuerpos deben el subsistir con las cualidades puestas e introducidas en ellos. Las cualidades son cuatro: la cálida, la fría, la seca y la húmeda. Estas cuatro cualidades están implantadas en la materia (porque la materia, en sí misma considerada, existe aparte de dichas cualidades) son causa de las distintas especies de cuerpos. Esta materia, aunque, como hemos dicho, por sí misma no tiene cualidades, no subsiste nunca aparte de la cualidad. Y siendo tan abundante y de tal índole que es suficiente para todos los cuerpos del mundo que Dios quiso que existieran y ayuda y sirve al Creador para realizar todas las formas y especies, recibiendo en sí misma las cualidades que Él quiso imponerle, no comprendo cómo tantos hombres ilustres han podido creerla increada, esto es, no hecha por el mismo Dios, creador de todas las cosas, y decir que su naturaleza y existencia son obra del azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres censuren a los que niegan la creación o la providencia que gobierna este universo, declarando que es impío pensar que la obra tan grande del mundo carece de artífice o de gobernador, cuando ellos también incurren en la misma culpa de impiedad al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios increado. En efecto, si suponemos que no hubiera existido la materia, entonces Dios, en su manera de ver, no hubiera podido tener actividad alguna, pues no hubiera tenido materia con la cual comenzar a operar. Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio divino. A su juicio, lo que se produjo fortuitamente es suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación.
A mí me parece este pensamiento completamente absurdo y propio de hombres que ignoran en absoluto el poder y la inteligencia de la naturaleza increada. Pero, para poder contemplar con más claridad esta cuestión, concédase, por un poco de tiempo, que no había materia, y que Dios, sin que antes existiese nada, hizo que fuese lo que El quiso que fuese: ¿en qué pensaremos que la habría hecho mejor, o mayor, o superior, al sacarla de su poder y su sabiduría de modo que fuese no habiendo sido antes? ¿O pensaremos que la habría hecho inferior y peor? ¿O semejante e igual a la que ellos llaman increada? Creo que la inteligencia descubrirá facilísimamente a todos que si no hubiese sido tal como es, ya hubiera sido mejor, ya inferior, no habría sido susceptible de acoger en sí las formas y especies del mundo que ha acogido, ¿y cómo no ha de parecer impío llamar increado a lo que, si se creyera hecho por Dios, sería, sin duda, idéntico a lo que se llama increado?
5. Pero para que creamos también por la autoridad de las Escrituras que esto es así, considera cómo en los libros de los Macabeos, cuando la madre de los siete mártires exhorta a uno de sus hijos a soportar los tormentos, se confirma esta verdad. Dice ella, en efecto: "Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que de la nada lo hizo todo Dios" (2M 7,28). También en el libro del Pastor, en el primer mandamiento, dice así: "Cree lo primero de todo que Dios es uno, el cual creó y ordenó todas las cosas, e hizo que fuera el universo de lo que no era nada". Quizá puede aplicarse también a esta cuestión lo que está escrito en los Salmos: "Él habló y fueron hechos; Él lo mandó y fueron creados" (Ps 148,5), pues al decir "Él habló y fueron hechos", parece referirse a la sustancia de las cosas que son, y al decir "Él mandó y fueron creados", a las cualidades que informan la misma sustancia.
1. En este punto suelen algunos investigar si, así como el Padre engendra al Hijo eterno, y produce al Espíritu Santo no como no existiendo éstos antes, sino por estar en el Padre el origen y la fuente del Hijo y del Espíritu Santo, y sin que pueda entenderse en ellos algo anterior ni posterior, así también puede entenderse una sociedad o parentesco semejante entre las naturalezas racionales y la materia corporal; y para investigar más plena y atentamente esta cuestión suelen empezar su estudio indagando si esta misma naturaleza corpórea que es soporte de la vida de las mentes espirituales y racionales y contiene sus movimientos, ha de perdurar eternamente con aquellas o morirá y perecerá separada de ellas. Para poder esclarecer esto con la mayor precisión parece que debe investigarse, en primer lugar, si es posible que las naturalezas raciona les permanezcan incorpóreas en absoluto una vez llegadas a la cima de la santidad y la felicidad, cosa que a mí al menos me parece dificilísima y casi imposible, o si es necesario que estén siempre unidas a los cuerpos. Por consiguiente, si se puede presentar una razón que haga posible que las naturalezas racionales carezcan absolutamente de cuerpo, parecerá Consecuente que la naturaleza corpórea creada de la nada y por un intervalo de tiempo, de la misma manera que no siendo fue hecha, deje de existir también una vez pasada la necesidad del objetivo al que sirvió su existencia.
2. Pero si es imposible afirmar en modo alguno que pueda vivir fuera del cuerpo una naturaleza que no sea la del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, la necesidad de razonamiento lógico nos obliga a entender que, si bien las naturalezas racionales han sido creadas en el principio pero que la sustancia material ha sido separada de ellas sólo en el pensamiento y el entendimiento, y parece haber sido formada para ellos, o después de ellos, y que ellos nunca han vivido, ni viven sin ella; y así se pensará rectamente que la vida incorpórea es una prerrogativa de la Trinidad sola.
Por consiguiente, teniendo esa sustancia material del mundo, como hemos dicho antes, una naturaleza que se transforma de cualquier cosa en cualquier cosa cuando recae en seres inferiores recibe la forma de un cuerpo craso y sólido, de modo que da lugar a estas especies visibles y diversas del mundo; pero cuando sirve a seres más perfectos y bienaventurados, resplandece en el fulgor de los cuerpos celestes, y adorna con el ropaje del cuerpo espiritual a los ángeles de Dios, o a los hijos de resurrección, y todos estos seres integran el estado diverso y variado de un solo mundo.
Pero si se quiere discutir estas cosas más plenamente será preciso escudriñar las Escrituras atenta y diligentemente, con todo temor de Dios y reverencia, por si se descubre en ellas algún sentido secreto y oculto sobre tales cuestiones, o puede encontrarse algo en sus palabras recónditas y misteriosas (que el Espíritu Santo manifiesta a aquellos que son dignos) una vez reunidos muchos testimonios de esta misma especie.
1. Después de esto nos falta inquirir si antes de este mundo existió otro mundo; y si existió, si fue como este que existe ahora, o un poco diferente, o inferior, o si no hubo mundo en absoluto, sino algo semejante a aquello que creemos que será después del fin de todas las cosas cuando se entregue el reino a Dios y al Padre, estado que sin embargo, habría sido el fin de otro mundo, a saber, de aquel después del cual tuvo su comienzo el nuestro, por haber provocado a Dios las distintas caídas de las naturalezas intelectuales a establecer esta condición variada y diversa del mundo. También creo que debe inquirirse del mismo modo si después de este mundo habrá alguna cura y enmienda, severa, sin duda, y llena de dolor para aquellos que no quisieron obedecer a la Palabra de Dios, pero mediante una educación e instrucción racional por la cual puedan alcanzar una inteligencia más rica de la verdad como los que en la vida presente se entregaron a estos estudios y, purificados en sus mentes, salieron de aquí ya capaces de la divina sabiduría; y si tras esto vendrá inmediatamente el fin de todas las cosas, y, para la corrección y mejora de los que las necesitan, habrá de nuevo otro mundo semejante al que ahora es, o mejor que este, o mucho peor; y cuánto tiempo existirá el mundo que venga detrás de este, sea como fuere; y si habrá un tiempo en que no exista ningún mundo, o si ha habido un tiempo en que no existió en absoluto ningún mundo; o si han existido varios, o existirán; y si sucede alguna vez que surge un mundo igual y semejante en todo e idéntico a otro.
2. Así, pues, para que aparezca de un modo más manifiesto si la naturaleza corporal subsiste sólo por intervalos y así como no existió antes de ser creada se disolverá de nuevo de suerte que ya no sea, veamos, en primer término, si es posible que algo viva sin cuerpo. Pues si algo puede vivir sin cuerpo, podrán también todas las cosas existir sin cuerpo; todo, en efecto, tiende a un solo fin, como he mostrado en el primer libro. Y si todo puede carecer de cuerpo, no existirá, sin duda, la sustancia corporal, de la que no habrá necesidad alguna. ¿Y cómo entenderemos entonces lo que dice el Apóstol en aquellos pasajes en que discute sobre la resurrección de los muertos, cuando afirma: "Porque es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido sorbida por la victoria. Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley" (1Co 15,50).
Parece, pues, que el apóstol sugiere un sentido semejante al que nosotros sostenemos. En efecto, cuando habla de "este ser corruptible" y "este ser mortal", con el énfasis de quien señala y toca aquello a que se refiere, ¿a qué otra cosa, sino a la materia corporal, pueden aplicarse estos términos? Por consiguiente, esta materia del cuerpo, que ahora es corruptible, se revestirá de incorrupción cuando el alma, perfecta e instruida en las pruebas de incorrupción, comience en ese estado a servirse de ella. Y no lo extrañes si llamamos ropaje del cuerpo al alma perfecta que a causa del Verbo de Dios y de su sabiduría recibe aquí el nombre de incorrupción, sobre todo siendo así que el Señor y creador del alma, Jesucristo, es llamado ropaje de los santos, como dice el apóstol: "Vestios del Señor Jesucristo" (Rm 13,14). Por consiguiente, de la misma manera que Cristo es ropaje del alma así también, por una razón comprensible, se dice que el alma es ropaje del cuerpo, y en efecto, es un ornamento suyo que vela y cubre su naturaleza mortal. Esto es lo que significa "es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción" (1Co 15,53), como si dijera que es necesario que esta naturaleza corruptible del cuerpo reciba un ropaje de incorrupción, un alma que tenga en sí la incorrupción por haberse revestido de Cristo, que es la sabiduría y el Verbo de Dios. Y cuando este cuerpo que alguna vez tendremos glorioso, participe de la vida, entonces accederá a lo que es inmortal, de modo que se hará también incorruptible. Pues si una cosa es mortal, es necesariamente también corruptible; pero no porque una cosa sea corruptible puede ser llamada mortal. Así decimos ciertamente que la piedra y el leño son corruptibles, pero no podemos decir en consecuencia que son mortales.
En cambio, el cuerpo, por participar de la vida, y porque la vida puede separarse de él, y de hecho se separa, es llamado consecuentemente mortal, y también, desde otro punto de vista, corruptible. Con maravillosa razón pues, el santo apóstol considerando la causa general primera de la materia corporal, materia que es siempre el instrumento de un alma, en cualquier cualidad que esté puesta, ya sea en la carnal ya en la más sutil y más pura que recibe el nombre de espiritual, el alma hace el empleo constante, dice: "Es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción". Y en segundo lugar, buscando la causa especial del cuerpo, dice que "este ser mortal se revista de inmortalidad".
Ahora bien, ¿qué puede revestir y adorar el alma aparte de la sabiduría, la palabra y la justicia de Dios? Y de ahí que se diga: "Es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad" (1Co 15,53), porque aunque ahora podamos realizar grandes avances, aun sólo conocemos en parte y en parte profetizamos; vemos como por un cristal, oscuramente, aquellas mismas cosas que parecemos entender; esto corruptible todavía no se ha vestido de incorrupción, ni esto mortal de inmoralidad; y como esta educación en el cuerpo es prolongada indudablemente a un período más largo, hasta el tiempo cuando los mismos cuerpos con los que estamos revestidos, debido a la Palabra de Dios, y su sabiduría y justicia perfecta, ganen la incorruptibilidad y la inmortalidad, por ello se ha dicho: "Es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad".
3. Sin embargo, los que piensan que las criaturas racionales en cualquier momento pueden vivir fuera de los cuerpos, pueden presentar en este punto algunas objeciones de esta naturaleza: si es verdad que este ser corruptible se revestirá de incorrupción y este ser mortal de inmortalidad y que la muerte será sorbida por la victoria, esto no significa otra cosa que la destrucción de la naturaleza material, en la cual la muerte podía operar algo, ya que la agudeza de la mente de los que están en el cuerpo parece ser debilitada por la naturaleza de la materia corporal, y, en cambio, estando fuera del cuerpo escapará totalmente a la molestia de una perturbación de ese género.
Pero como las naturalezas racionales no podrán rehuir todo ropaje corporal súbitamente, debe juzgarse que morarán primero en cuerpos más sutiles y más puros, que no pueden ya ser vencidos por la muerte ni picados por su aguijón, de modo que, finalmente, al desaparecer poco a poco la naturaleza material, la misma muerte sea sorbida y exterminada, y todo aguijón suyo aplastado por la gracia divina, de la cual el alma se habrá hecho capaz, mereciendo así alcanzar la incorrupción y la inmortalidad. Y entonces todos dirán con razón: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado" (1Co 15,55).
Si estas conclusiones, pues, parecen consecuentes, hemos de creer que nuestro estado será en algún tiempo futuro incorpóreo, y si esto se acepta y se dice que todos han de someterse a Cristo, necesariamente esto se aplicará a todos aquellos en que se realice esta sumisión, porque todos los que se han sujetado a Cristo serán sometidos también al fin a Dios Padre, al cual se dice que Cristo entregará el reino, y así parece que entonces también cesará el uso de los cuerpos. Y si cesa, volverá la naturaleza corpórea a la nada, del mismo modo que antes tampoco existía.
Veamos, sin embargo, las consecuencias de esta afirmación. Parece necesario que si se aniquila la naturaleza corpórea tenga que ser restablecida y creada de nuevo, ya que parece posible que las naturalezas racionales, a las que nunca se quita la facultad del libre albedrío, puedan de nuevo hallarse sometidas a algunos movimientos, permitiéndolo el mismo Señor, no sea que, si conservan siempre un estado inmóvil, ignoren que se hallan establecidas en aquel estado final de felicidad por la gracia de Dios y no por su propio mérito. Y a esos movimientos seguirá de nuevo, sin duda, la variedad y diversidad de los cuerpos que adorna siempre el mundo. El mundo no podrá nunca constar sino de diversidad y variedad, lo cual no puede producirse de ningún modo fuera de la materia corporal.
4. En cuanto a los que afirman que se producen a veces mundos semejantes e iguales en todo, no sé en qué pruebas se apoyan. Si creemos que puede surgir un mundo semejante en todo a éste, podrá ocurrir que Adán y Eva vuelvan a hacer lo que hicieron; volverá a haber el mismo diluvio, y el mismo Moisés volverá a sacar de Egipto al pueblo en número de seiscientos mil; Judas entregará también dos veces al Señor; Pablo guardará por segunda vez las ropas de los que apedrearon a Esteban; y habrá que decir que volverán a hacerse todas las cosas que se han hecho en esta vida. Pero no creo que haya razón ninguna para afirmar esto si las almas son conducidas por la libertad de su albedrío y tanto sus progresos como sus caídas dependen del poder de su voluntad.
Porque las almas no son conducidas al cabo de muchos siglos a los mismos círculos en virtud de una revolución determinada, de suerte que tengan que hacer o desear esto o aquello, sino que dirigen el curso de sus hechos allí donde las usa la libertad de su propia naturaleza. Lo que aquellos dicen es igual que si uno afirmara que echando repetidas veces en tierra un modio de trigo puede ocurrir que tengan lugar dos veces las mismas e idénticas caídas de los granos, de modo que cada grano vuelva a caer donde fue echado primero, y en el mismo orden, y que todos queden dispersados en la misma forma en que antes se habían esparcido, probabilidad que, sin duda, es imposible que ocurra con los innumerables granos de un modio, aun cuando se estén echando incesante y continuamente durante la inmensidad de los siglos. Del mismo modo me parece imposible que pueda darse tal mundo en que todo suceda en el mismo orden, y cuyos moradores nazcan, mueran y actúen de la misma manera que en otro. Pero creo que pueden existir diversos mundos con no mínimas variaciones, de suerte que por causas manifiestas el estado de tal mundo sea superior, o inferior, o intermedio respecto a otros. En cuanto al número o medida de estos mundos, confieso que los ignoro; si alguno pudiera mostrármelos yo aprendería con mucho gusto de él.
5. Sin embargo, se dice que este mundo, que también se llama siglo, es el fin de muchos siglos. Enseña, en efecto, el santo apóstol que Cristo no padeció en el siglo que precedió al nuestro, ni tampoco en el anterior, e ignoro si podría yo enumerar cuántos siglos anteriores han existido en los cuales no padeció. Citaré, sin embargo, las palabras de Pablo de las cuales he llegado a esta conclusión. Dice así: "Pero una.sola vez en la plenitud de los siglos se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo" (He 9,26).
Dice, en efecto, que se ha hecho víctima una sola vez, y que se ha manifestado en la plenitud de los siglos pera destruir el pecado. Y que después de este siglo, que se nos dice hecho para consumación o plenitud de otros siglos habrá otros subsiguientes lo aprendemos de modo manifiesto del mismo Pablo cuando dice: "A fin de mostrar en los siglos venideros las excelsas riquezas de su gracia por su bondad hacia nosotros" (Ep 2,7). No dijo "en el siglo venidero", ni "en los dos siglos venideros", y por eso pienso que sus palabras indican muchos siglos.
Pero si hay algo mayor que los siglos, de suerte que los siglos se entiendan como criaturas, pero que se considere como de otra índole aquello que excede y sobrepasa a las criaturas visibles (lo cual quizá tendrá lugar en la restitución de todas las cosas, cuando el universo entero llegue a un fin perfecto), es posible que deba entenderse como algo más que un siglo aquel estado en el cual tendrá lugar la consumación de todas las cosas. Y me mueve en este punto la autoridad de la Sagrada Escritura que dice: "En el siglo y aún"; y lo que llama "aún" indudablemente significa algo más grande que el siglo. Considera también si lo que dice el Salvador: "Quiero que donde yo esté, estén ellos también conmigo... a fin de que sean uno, como nosotros somos uno" (Jn 17,22), no parece indicar algo más que el siglo y los siglos, y quizá aún más que los siglos de los siglos, a saber, aquella condición en que ya no están todas las cosas en el siglo, sino en todas las cosas Dios.
6. Explicadas, en la medida de nuestra capacidad, estas cuestiones sobre el mundo, no parece impertinente indagar qué significa el nombre mismo de mundo, que en las Sagradas Escrituras aparece con diversos sentidos. En efecto, lo que llamamos mundus en latín, se llama en griego kosmos, y significa no sólo mundo, sino ornamento. Así, en Isaías, en el pasaje en que se dirige una imprecación a las principales hijas de Sión, se dice que en lugar del adorno de oro de su cabeza tendrán calvicie a causa de sus obras, y se emplea para "adorno" el mismo nombre que para mundo, a saber, kosmos (Is 3,24). La misma palabra se emplea también en la descripción de las vestiduras del sacerdote, como hallamos en la Sabiduría de Salomón: "Llevaba en su vestido talar el mundo entero" (Sg 18,24).
El mismo término se aplica a este nuestro orbe terrestre con todos sus habitantes cuando dice la Escritura: "El mundo entero está bajo el maligno" (1Jn 5,19). Clemente, el discípulo de los apóstoles, hace mención de aquello que los griegos llamaron antikqones y de otras partes del orbe terrestre a las que no tiene acceso ninguno de nosotros y de las que ningún habitante puede pasar hasta nosotros, y llama mundos a todas estas regiones cuando dice: "El océano es infranqueable para los hombres, así como los mundos que se hallan al otro lado de él, que son gobernados por las mismas disposiciones y dominio de Dios". Se llama también mundo a todo lo que contiene el cielo y la tierra, y así dice Pablo: "La apariencia de este mundo pasa" (1Co 7,31).
Nuestro Señor y Salvador designa también "otro mundo", además de este visible, mundo difícil de describir y caracterizar, cuando dice: "Yo no soy de este mundo" (Jn 17,16). En efecto, dice "no soy de este mundo", como si fuese de algún otro. Ahora bien, de este mundo hemos dicho de antemano, que la explicación es difícil; y es por esta razón, porque hay riesgo de hacer pensar a algunos que afirmamos la existencia de ciertas imágenes que los griegos llaman ideas, cuando es ajeno por completo a nuestra intención hablar de un mundo incorpóreo, consistente en la sola fantasía de la mente o en lo resbaladizo de los pensamientos.
Tampoco veo cómo podría ser de allí el Salvador, ni cómo podrá afirmarse que también los santos irán allá. Sin embargo, no es dudoso que el Salvador indica algo más preclaro y espléndido que el mundo actual y que incita y anima a los creyentes a aspirar a él. Pero si ese mundo que quiere dar a conocer está separado o muy alejado de este por el lugar, la cualidad o la gloria, o si, siendo muy superior al nuestro en cualidad y gloria, está contenido, sin embargo, dentro de la circunscripción de este mundo (lo cual me parece a mí más verosímil), son cuestiones que se ignoran y, a mi entender, no tratadas aún por los pensamientos y las mentes humanas. Sin embargo, según lo que Clemente parece indicar cuando dice que "el Océano es infranqueable para los hombres, así como los mundos que están tras él", al nombrar en plural los mundos que están tras él y decir que son conducidos y regidos por la misma providencia de Dios sumo, parece como esparcir la semilla de una interpretación según la cual se piense que todo el universo de las cosas que son y subsisten, celestes, supra-celestes, terrenas e infernales, reciben en general el nombre de un mundo único y perfecto, dentro del cual, o por el cual, debe creerse que son contenidos los demás en el caso de que existan. Y por eso, sin duda, se llaman mundos, individualmente, el globo de la luna, el del Sol, y los de los demás astros que se llaman planetas. Incluso la misma esfera supereminente que llaman aplanh recibe propiamente el nombre de mundo, y se aduce como testimonio de esta aserción el libro del profeta Baruc, porque allí se alude de modo evidente a los siete mundos o cielos. No obstante, pretenden que sobre la esfera que llaman aplanh hay otra esfera que, del mismo modo que entre nosotros el cielo contiene con su magnitud inmensa y ámbito inefable todo lo que se halla debajo de él, abraza con su contorno grandioso los espacios de todas las esferas, de suerte que todas las cosas están dentro de ella como nuestra tierra está debajo del cielo. Y esa esfera es también la que se cree que es nombrada en las Santas Escrituras "tierra buena" y "tierra de los vivientes", teniendo su propio cielo, que está sobre ella, en el cual dice el Salvador que están o son escritos los nombres de los santos, cielo por el cual está limitada la tierra que el Salvador en el Evangelio prometió a los mansos y humildes (Mt 5,4). Del nombre de esa tierra dicen que recibió el suyo esta nuestra, que antes había sido llamada seca, así como nuestro cielo firmamento recibió su nombre de aquel otro cielo. Pero de estas opiniones trataremos de un modo más completo cuando investiguemos qué son el cielo y la tierra que Dios creó en el principio (Gn 1,1). Porque, en efecto, se da a entender que es otro cielo y otra tierra que el firmamento, del cual se nos dice que fue hecho dos días después, o la seca, que después se llama tierra. Y, ciertamente, lo que algunos dicen de este mundo, a saber, que es corruptible, sin duda porque ha sido hecho, pero, sin embargo, no se corrompe, porque es más fuerte y más poderosa que la corrupción la voluntad de Dios que lo hizo y que lo mantiene para que no se enseñoree de él la corrupción, puede aplicarse más rectamente a ese mundo que hemos llamado esfera aplanh, ya que, por la voluntad de Dios, no está en modo alguno sometido a la corrupción; por no haber recibido tampoco las causas de la corrupción. En efecto, aquel mundo es un mundo de santos y de purificados hasta la transparencia, y no de impíos como este nuestro. Y se ha de considerar si acaso el apóstol no piensa en él cuando dice: "No ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las que no se ven, pues las visibles son temporales; las que no se ven, eternas" (2Co 4,18). "Pues sabemos que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por mano, eterna en los cielos" (2Co 5,1). Y diciendo en otro lugar: "Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos" (Ps 8,3), y afirmando Dios por el profeta respecto de todas las cocas visibles: "Mis manos hicieron todas estas cosas" (Is 66,2), declara que esa casa eterna en los cielos que promete a los santos no está hecha de manos, para mostrar, sin duda, a la criatura, la diferencia entre las cosas que se ven y las que no se ven. Porque no hay que entender en el mismo sentido las cosas que no se ven y las cosas que son invisibles; las cosas que son invisibles no sólo no se ven, sino que tampoco tienen una naturaleza tal que puedan ser vistas, y los griegos las llaman aswmata, esto es, incorpóreas; mientras que las cosas de las cuales dice Pablo "que no se ven" tienen, ciertamente, una naturaleza que les permite ser vistas, pero, como él explica, no son vistas aún por aquellos a quienes son prometidas.
7. Habiendo bosquejado, pues, en la medida en que nuestra inteligencia lo permite, estas tres opiniones en cuanto al final de todas las cosas, y la felicidad suprema, cada lector debe juzgar por sí mismo con toda diligencia y escrupulosidad si alguna de ellas le parece digna de ser aprobada o elegida.
Se ha dicho, en efecto, que o bien debe creerse que puede existir una vida incorpórea después de que todas las cosas hayan sido sometidas a Cristo y por Cristo a Dios Padre, cuando Dios sea todo en todos (1Co 15,24-28); o bien que, concediendo que todas las cosas serán sometidas a Cristo y por Cristo a Dios, con el cual se hacen un solo espíritu en cuanto las naturalezas racionales son espíritu, la misma sustancia corporal resplandecerá también, sin embargo, asociada entonces a los espíritus mejores y más puros y transformada al estado etéreo en razón de la cualidad o los méritos de los que la asumen, según lo que dice el apóstol: "Y nosotros seremos transformados" (1Co 15,52) y brillaremos en adelante en el esplendor; o que, pasado el estado de las cosas que se ven, sacudida y limpiada toda corrupción, y trascendida y superada toda esta condición del mundo en la que se dice que existen las esferas de los planetas, la morada de los piadosos y bienaventurados se coloca encima de aquella esfera que llaman aplanh como en la tierra buena y tierra de los vivientes que los mansos y humildes recibirán en heredad, a la cual pertenece ese cielo que en su contorno magnífico la circunda y contiene, y que se llama, en verdad y de un modo principal cielo.
En este cielo y en esta tierra puede detenerse el fin y perfección de todas las cosas en morada segura y fidelísima; unos merecen habitar esa tierra después de haber soportado la corrección y el castigo para obtener la purgación de sus delitos, una vez cumplidas y pagadas todas las cosas; de otros, en cambio, que fueron obedientes a la Palabra de Dios y, por su docilidad, se mostraron ya aquí capaces de su sabiduría, se dice que merecen el reino de aquel cielo o cielos, y así se cumplirá más dignamente lo que está dicho: "Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos" (Mt 5,5) y también lo que dice en el salmo: "Él te ensalzará para que poseas la tierra" (Ps 37,34). En efecto, de esta tierra nuestra se dice que desciende, pero de aquella que está en lo alto, que se es exaltada. Por tanto, parece como que se abre una especie de camino por los progresos de los santos de aquella tierra a aquellos cielos, de suerte que más bien parecen habitar por algún tiempo en aquella tierra que permanecer en ella, estando destinados a pasar, cuando hayan alcanzado aquel grado también, a la herencia del reino de los cielos.
1. Habiendo ordenado brevemente estos puntos lo mejor que pudimos, se sigue que, conforme a nuestra intención desde el principio, refutemos los que piensan que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un Dios diferente del que dio la ley a Moisés, o comisionó a los profetas, que es el Dios de nuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob. En este artículo de fe, ante todo, debemos permanecer firmemente establecidos. Tenemos que considerar la expresión que se repite con frecuencia en los Evangelios, y unirla a todos los actos de nuestro Señor y Salvador: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta" (Mt 1,22), siendo evidente que los profetas son los profetas del Dios que hizo el mundo. De esto sacamos la siguiente conclusión, que quien envió a los profetas es el mismo que profetizó lo preanunciado sobre Cristo. Y no hay ninguna duda de que el Padre mismo, y no otro diferente a Él, pronunció estas predicciones. La práctica, además, del Salvador o sus apóstoles, citando con frecuencia ilustraciones del Antiguo Testamento, muestra que ellos atribuían autoridad a los antiguos.
La prescripción del Salvador, exhortando a sus discípulos al ejercicio de bondad: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Sed perfectos como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto" (Mt 5,45), sugiere con claridad, hasta para una persona de entendimiento débil, que no propone a la imitación de sus discípulos a ningún otro Dios que el hacedor de cielo y el otorgador de la lluvia. Además, ¿qué otra cosa significa la expresión, que tiene que ser usada por los que oran: "Padre nuestro que estás en el cielo" (Mt 6,9), sino que Dios debe ser buscado en las mejores partes del mundo, esto es, de su creación?
Cristo dejó dicho sobre los juramentos: "No juréis en ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies" (Mt 5,33), lo cual armoniza literalmente con las palabras del profeta: "El cielo es mi solio, y la tierra estrado de mis pies" (Is 66,1).
Y también cuando la expulsión del templo de los vendedores de ovejas, bueyes y palomas, volcando las mesas de los cambistas, y diciendo: "Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado" (Jn 2,16). Jesús indudablemente lo llamó su Padre, a cuyo nombre Salomón había levantado un templo magnífico. Las palabras, además, que dicen: "¿No habéis leído lo que os es dicho por Dios, que dice: Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mt 22,31), nos enseñan con claridad que Él llamó al Dios de los patriarcas (porque eran santos y estaban vivos) el Dios de los vivos, a saber, lo mismo que se dice en los profetas: "Yo soy Dios, y no hay más Dios" (Is 46,9). Porque si el Salvador, sabiendo que está escrito en la ley que el Dios de Abrahán es el mismo Dios que dice, "Yo soy Dios, y no hay más Dios", reconoce que el Padre es ignorante de la existencia de ningún otro Dios encima de Él, como los herejes suponen. Pero si no es por ignorancia, sino por engaño, que dice que no hay más Dios que Él, entonces es una absurdidad mucho más grande confesar que su Padre es culpable de falsedad. De todo esto se deduce que Cristo no conoce de ningún otro Padre que Dios, el fundador y creador de todas las cosas.
2. Sería tedioso recoger de todos los pasajes de los Evangelios las pruebas que muestran que el Dios de la ley y el de los Evangelios son el mismo. Consideremos brevemente los Hechos de los Apóstoles (Ac 7). Donde Esteban y otros apóstoles dirigen sus oraciones al Dios que hizo el cielo y la tierra, que habló por boca de sus santos profetas, llamándolo "el Dios de Abrahán, de Isaac, y de Jacob"; "el Dios" que "los sacó, habiendo hecho prodigios y milagros en la tierra de Egipto" (Ac 7,36); expresiones que sin duda dirigen nuestro entendimiento a la fe en el Creador, e implantan un afecto por Él en los que piadosa y fielmente han aprendido a pensar así de Él; según las palabras del mismo Salvador, quien cuando lo preguntaron cuál era el mandamiento más grande de la ley, contestó: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos manto damientos depende toda la ley y los profetas" (Mt 22,37-40). ¿Cómo es, entonces, que quien instruía y llevaba a sus discípulos a entrar en el oficio del discipulado, les recomendara este mandamiento por encima de todos, por el cual, indudablemente, se enciende el amor hacia el Dios de ley, puesto que así declara según la ley en estas mismas palabras?
Pero, concedamos, no obstante todas estas pruebas tan evidentes, que es de algún otro Dios desconocido de quien el Salvador dice: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, etc." ¿Cómo, en este caso, si la ley y los profetas ; son, como ellos dicen, del Creador, esto es, de otro Dios que Él que Él llama bueno, puede decir lógicamente lo que Él añade, a saber, que "de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas"? ¿Porque lo que es extraño y ajeno a Dios cómo va a depender de Él?
Y cuando Pablo dice: "Doy gracias a Dios, al cual sirvo i desde mis mayores con limpia conciencia" (2Tm 1,3), muestra claramente que él vino no a un nuevo Dios, sino :o a Cristo. ¿Porque, a qué otros antepasados de Pablo pueden referirse, sino a los que él dice: "¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son simiente de Abrahán? también yo" (2Co 11,22). En el prefacio mis-n, mo de su Epístola a los Romanos muestra claramente la misma cosa a los que saben entender las cartas de Pablo, a a saber, ¿qué Dios predica? Porque sus palabras son: "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había antes prometido por sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo, (que fue hecho de la simiente de David según la carne; el cual fue declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos), de Jesucristo Señor nuestro" (Rm 1,1-4).
Además, dice lo siguiente: "Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes? ¿O lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros está escrito; porque con esperanza ha de arar el que ara; y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto" (1Co 9,9-10). Aquí muestra evidentemente que Dios dio la ley por causa nuestra, esto es, debido a los apóstoles: "No pondrás bozal al buey que trilla", cuyo cuidado no fue por los bueyes, sino por los apóstoles, que predicaban el Evangelio de Cristo.
En otros pasajes también, Pablo, abarcando las promesas de la ley, dice: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra" (Ep 6,2-3). Aquí se da a entender sin duda que él se complace en la ley y en el Dios de la ley y sus promesas.
3. Pero como los que mantienen esta herejía acostumbran a engañar a veces los corazones de los simples mediante ciertos sofismas engañosos, no considero impropio presentar las aserciones que tienen por costumbre hacer y re- futar su engaño y falsedad.
La siguiente es una de sus declaraciones. Está escrito que "a Dios nadie le vio jamás" (Jn 1,18). Pero el Dios que Moisés predicó fue visto por él y por sus padres antes de él; mientras que el que es anunciado por el Salvador nunca ha sido visto por nadie. Les preguntamos a ellos, y a nosotros mismos, si mantienen que a quien ellos reconocen por Dios, y alegan que es un Dios diferente del Creador, es visible o invisible. Y si dicen que es visible, además de probarse que va contra la declaración de la Escritura, que dice del Salvador: "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación" (Col 1,15); caerán también en la absurdidad de afirmar que Dios es corpóreo. Ya que nada puede ser visto excepto con la ayuda de forma, tamaño y color, que son las propiedades especiales de cuerpos. Y si se declara que Dios es un cuerpo, entonces se encontrará que es un ser material, ya que todo cuerpo es compuesto de materia. ¡Pero si está compuesto de materia, y la materia es indudablemente corruptible, entonces, según ellos, Dios es susceptible de corrupción!
Les haremos una segunda pregunta. ¿La materia hecha o increado, es decir, no hecha? ¿Y si ellos contestaran que no es hecha, es decir, increada, les preguntaremos si una parte de la materia es Dios, y si la otra parte el mundo.
Pero si ellos dijeran que la materia ha sido hecha, se seguirá, indudablemente, que ellos confiesan que a quien declaran ser Dios ha sido hecho, un resultado que seguramente ni su razón ni la nuestra pueden admitir.
Pero ellos dirán, Dios es invisible. ¿Y qué harás tú? Si dices que es invisible en naturaleza, entonces ni siquiera es visible para el Salvador. Mientras que, al contrario, si Dios, el Padre de Cristo, es visto como se dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9), esto seguramente nos presionaría con mucha fuerza, si la expresión no fuera entendida por nosotros más correctamente como referida al entendimiento y no a la vista. Porque quien comprende al Hijo comprenderá también al Padre. De este modo hay que suponer que también Moisés vio a Dios, no contemplándolo con los ojos corporales, sino entendiéndolo con la visión del corazón y la percepción de la mente, y esto sólo en cierto grado. Porque es manifiesto que Dios le dijo a Moisés: "No podrás ver mi rostro... verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro" (Ex 33,20). Estas palabras tienen que entenderse, desde luego, en aquel sentido místico que conviene a palabras divinas, rechazando y despreciando "las fábulas profanas y de viejas" (1Tm 4,7), que son inventadas por personas ignorantes respecto a las partes anteriores y posteriores de Dios.
Que nadie suponga que nos hemos complacido en ningún sentimiento de impiedad al decir que ni para el Salvador es visible el Padre. Antes bien, considere la distinción que usamos al tratar con los herejes. Porque hemos explicado que una cosa es ver y ser visto, y otra conocer y ser conocido, o entender y ser entendido. Ver y ser visto es una propiedad de los cuerpos, que ciertamente no se puede aplicar al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, en sus relaciones mutuas. La naturaleza de la Trinidad sobrepasa la medida de visión concedida a los que están en el cuerpo, esto es, a todas las demás criaturas, cuya propiedad de visión se refiere una a la otra. Pero a una naturaleza que es incorpórea y principalmente intelectual, ningún otro atributo es apropiado salvo el de conocer y ser conocido, como el Salvador mismo declara: "Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar" (Mt 11,27). Está claro, pues, que Él no dijo: "Nadie ha visto al Padre, sino el Hijo", sino "nadie conoció al Padre, sino el Hijo".
4. Ahora, si, debido a aquellas expresiones que ocurren en el Antiguo Testamento, como cuando se dice que Dios se enfada o arrepiente, o cuando se le aplica cualquier otro afecto humano o pasión, nuestros opositores piensan que tienen buenas razones para refutarnos, ya que nosotros mantenemos que Dios es totalmente impasible y debe considerarse totalmente libre de emociones de esa clase.
Tenemos que mostrarles que declaraciones similares aparecen en las parábolas del Evangelio; como cuando se dice, que un hombre plantó un viñedo y lo arrendó a los campesinos, que mataron a los criados que les fueron enviados, y por fin mataron hasta al hijo del propietario; se dice entonces que, en su cólera, les quitó el viñedo y los entregó a la destrucción, después de haber dado el viñedo a otros, que dieran fruto a su tiempo. Y también cuando el hombre noble partió a una provincia lejos, para tomar para sí un reino, y volver, mas llamados diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: "Negociad entre tanto que vengo". Pero sus ciudadanos le aborrecían, y enviaron tras de él una embajada, diciendo: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lc 19,14). Pero aconteció que, vuelto él, habiendo tomado el reino, mandó llamar a sí sus siervos y lleno de cólera mandó que mataran al que no había producido nada y quemaran su ciudad con fuego.
Pero cuando leemos en el Antiguo o en el Nuevo Testamento de la ira o cólera de Dios, no debemos tomar literalmente tales expresiones, sino buscar en ellas un significado espiritual, de modo que podamos pensar en Dios como Él merece ser pensado. Y sobre estos puntos, al exponer el verso del Salmo 2: "Entonces hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira" (Ps 2,5), mostramos, con lo mejor de nuestra pobre capacidad, cómo deben entenderse tales expresiones.
1. Los herejes de quienes estamos hablando han establecido una especie de división por la que declaran que la justicia es una cosa y la bondad otra. Han aplicado esta división incluso a las cosas divinas, manteniendo que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es de verdad un Dios bueno, pero no justo; mientras que el Dios de la ley y los profetas justo, pero no bueno. Por eso pienso que es necesario volver a considerar estos asuntos con tanto énfasis como brevedad nos sea posible.
Estas personas consideran la bondad como alguna clase de afecto que conferiría ventajas a todos los que se les confiera, aunque el recipiente de ellos sea indigno e inmerecedor de cualquier bondad; pero aquí, en mi opinión, no han aplicado correctamente su definición, puesto que ellos piensan que ningún beneficio es conferido sobre él que es visitado por cualquier sufrimiento o calamidad.
La justicia, por otra parte, la ven como aquella cualidad que recompensa a cada uno según sus méritos. Pero aquí, otra vez, no interpretan correctamente el significado de su propia definición, ya que ellos piensan que es justo enviar desgracias a malvados y beneficios a los buenos; es decir, que en su opinión, el Dios justo no parece desear bien a los malos, sino estar animado por una especie de odio contra ellos.
Para sustentar su doctrina han reunido algunos ejemplos de esto. En cualquier parte de las Escrituras del Antiguo Testamento donde encuentran una historia relacionada con el castigo, el diluvio, por ejemplo, y el destino de los que perecieron en él; o la destrucción de Sodoma y Gomorra por una lluvia de fuego y azufre; o la muerte del pueblo en el desierto debido a sus pecados, de modo que ninguno de los que salieron de Egipto entró en la tierra prometida, a excepción de Josué y Caleb.
Mientras que del Nuevo Testamento recogen las palabras de compasión y de piedad, por la que los discípulos son enseñados por el Salvador, y las que dicen que nadie es bueno salvo Dios Padre; por este medio han aventurado a designar al Padre del Salvador Jesucristo como Dios bueno, y dicen que el Dios del mundo es diferente a quienes les gusta de considerar a Dios justo, pero no bueno.
2. Pienso que, en primer lugar, se les debe exigir que muestren, si pueden hacerlo conforme a su propia definición, que el Creador es injusto al castigar según su merecido a los que fallecieron en el momento del diluvio, o a los habitantes de Sodoma, o los que salieron de Egipto, siendo que nosotros a veces vemos cometer crímenes más malvados y detestables que los de las personas mencionadas que fueron destruidos, mientras que nosotros no hacemos que cada pecador pague la pena de sus fechorías. ¿Dirán que el Dios que fue justo durante un tiempo se ha hecho bueno? ¿O creerán que Él es todavía justo, pero que pacientemente soporta las ofensas humanas, mientras que aquel no fue justo entonces, puesto que exterminó a niños inocentes y lactantes juntamente con gigantes crueles e impíos?
Tales son sus opiniones, porque no saben cómo entender nada más allá de la letra; si no ellos mostrarían cómo es que la justicia literal por los pecados visita a los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y sobre los hijos de los hijos después de ellos (Ex 20,5). Pero nosotros, sin embargo, no entendemos estas cosas literalmente, sino que, como Ezequiel lo ha enseñado al relatar su parábola (Ez 18,3-20) nosotros inquirimos sobre el significado interior contenido en la parábola.
Además, ellos deberían explicar también, cómo es justo y recompensa a cada uno según sus méritos, que castiga a las personas mundanas y al diablo, viendo que no han hecho nada digno de castigo (cum nihil dignum poena commiserint). Ya que estos no podrían hacer ningún bien si, según ellos, fueran de una naturaleza mala y arruinada. Ya que como ellos le califican de juez, parece ser a un juez tanto de acciones como de naturalezas; y si una naturaleza mala no puede hacer lo bueno, ninguna buena puede hacer el mal.
La bondad y la justicia en Dios
Entonces, en segundo lugar, si al que llaman bueno es bueno para todos, también es indudablemente bueno para los que están destinados a perecer. ¿Y por qué no los salva? Si no quiere, ya no será bueno; si quiere y no puede, ya no será omnipotente. ¿Por qué atienden que en los Evangelios el Padre de nuestro Señor Jesucristo está preparando fuego para el diablo y sus ángeles? ¿Y cómo tal proceder, tan penal como triste, parecerá en su opinión obra del Dios bueno? Hasta el Salvador mismo, el Hijo del Dios bueno, protesta en los Evangelios y declara, hablando de Corazin y de Betsaida, al recordar a Tiro y Sidón, que si "hubieran sido hechas las maravillas que se han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido" (Lc 10,13). Y cuando pasó cerca de aquellas ciudades, y entró en su territorio, ¿por qué evitó entrar en aquellas ciudades, y hacer abundancia de signos y maravillas, si fuera cierto que ellos se habrían arrepentido en saco y cenizas, después de que se hubieran realizado? Pero como no lo hizo, indudablemente abandonó a la destrucción a quienes, en el lenguaje del Evangelio, muestra no haber sido de una naturaleza mala o minada, puesto que declara que eran capaces de arrepentimiento.
Otra vez, en cierta parábola del Evangelio, donde el rey entra a ver a los invitados que se reclinan en el banquete, contempló a cierto individuo sin el vestido de boda, y le dijo: "Amigo, ¿cómo entraste aquí no teniendo vestido de boda? Mas él cerró la boca. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mt 22,12). Que nos digan quién es ese rey que entró a ver a los invitados y ordenó a sus siervos que ataran y arrojaran en lo profundo de las tinieblas a quien llevaba un vestido sucio. ¿Es el mismo que ellos llaman justo? ¿Cómo, entonces, había mandado que fueran invitados buenos y malos igualmente, sin indicar a sus siervos que inquirieran sobre los méritos? Con tal procedimiento se indicada, no el carácter de un Dios justo que recompensa según los méritos de los hombres, como ellos afirman, sino de uno que despliega una bondad indiscriminada hacia todos. Ahora, si esto debe entenderse necesariamente del Dios bueno, o sea de Cristo o del Padre de Cristo, ¿qué otra objeción pueden traer contra la justicia del juicio de Dios? ¿Qué injusticia más hay de que acusar al Dios de la ley en lo que ordenó a quien había sido invitado por sus siervos, que habían sido enviados a llamar igualmente a buenos y malos, de ser atado de pies y manos y lanzado en la oscuridad, porque no tenía el vestido apropiado?
3. Lo que hemos extraído de la autoridad de la Escritura debería ser suficiente para refutar los argumentos de los herejes. Sin embargo no parecerá impropio si hablamos brevemente de este tema con ellos sobre la base de la razón. Les preguntamos, entonces, si saben qué se considera entre los hombres como la base de la virtud y de la maldad, y si se sigue de esto que podemos hablar de virtudes en Dios, o, como ellos piensan, en los dos dioses. Dejemos que nos den también una respuesta a la pregunta, si consideran que la bondad es una virtud, como indudablemente lo admiten, ¿qué dirán de la injusticia? Creo que nunca, en mi opinión, van a ser tan tontos de negar que la justicia es una virtud.
En consecuencia, si la virtud es una bendición, y la justicia una virtud, entonces la justicia es sin duda bondad. Pero si dicen que la justicia no es una bendición, debe ser un mal o cosa indiferente. Pienso que es una locura ofrecer ninguna respuesta a los que dicen que la justicia es un mal, ya que tendré el aspecto de contestar a palabras insensatas, o a hombres fuera de sí. ¿Cómo puede parecer un mal lo que es capaz de recompensar al bueno con bendiciones, como ellos mismos también admiten? Pero si dicen que esto es una cosa de indiferencia, se sigue que ya que la justicia es así, también la moderación, y la prudencia, y el resto de las virtudes. ¿Y cuál será nuestra respuesta a lo que Pablo dice: "Si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí" (FU. 4,8, 9)?
Dejemos que aprendan, por tanto, escudriñando las Santas Escrituras, qué son las virtudes individuales, y no se engañen a sí mismos diciendo que el Dios que premia a cada uno según sus méritos, recompensa al malo con el mal -por aborrecimiento del mal-, y no porque quienes han pecado necesitan ser tratados con remedios más severos, y porque les aplica aquellas medidas que, con la perspectiva de mejora, parecen producir, sin embargo y de momento, un sentimiento de dolor. No leen que que está escrito sobre la esperanza de los que fueron destruidos en el diluvio; esperanza a la que Pedro se refiere en su primera Epístola: "Porque también Cristo padeció una vez por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados; los cuales en otro tiempo fueron desobedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, cuando se aparejaba el arca; en la cual pocas, a saber, ocho personas fueron salvas por agua. A la figura de la cual el bautismo que ahora corresponde nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como demanda de una buena conciencia delante de Dios) por la resurrección de Jesucristo" (1P 3,18-21).
Con respecto a Sodoma y Gomorra, dejemos que nos digan si ellos creen que las palabras proféticas son las de Dios Creador, a quien se relaciona con la lluvia de fuego y azufre. ¿Qué dice el profeta Ezequiel de ellos? "Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaría con sus hijas, volverán a su primer estado" (Ez 16,55).
Identidad de la justicia y la bondad
Pero, ¿por qué al afligir a los que merecen castigo, no los aflige para su bien? Dice a los caldeos: "He aquí que serán como tamo; fuego los quemará, no salvarán sus vidas del poder de la llama" (Is 47,14). Y sobre los que perecieron en el desierto, dejemos que oigan lo que se dice en el Salmo 78, que lleva la subscripción de Asaph: "Si los mataba, entonces buscaban a Dios" (Ps 78,34). No se dice que alguno buscaba a Dios después que otros habían muerto, sino que la destrucción de los que habían sido matados era de tal naturaleza que, cuando conducidos a la muerte, buscaron a Dios. Por todo esto queda establecido que el Dios de la ley y el Dios de los Evangelios es el mismo, un Dios justo y bueno, que confiere beneficios justamente, y castiga con bondad; ya que ni bondad sin justicia, ni justicia sin bondad, pueden expresar la dignidad real de la naturaleza divina.
Añadiremos los siguientes comentarios, a que nos conducen sus sutilezas. Si la justicia es una cosa diferente de la bondad, entonces, ya que el mal es lo opuesto del bien, y la injusticia de justicia, la injusticia indudablemente será algo más que un mal; y como, en su opinión, el hombre justo no es bueno, entonces tampoco el hombre injusto será malo; y así, como el hombre bueno no es justo, entonces el hombre malo tampoco será injusto. Pero quién no ve la absurdidad, que a un Dios bueno sea opuesto uno malo; ¡mientras a un Dios justo, que ellos alegan que es inferior al bueno, ninguno debería oponérsele! Porque no hay ninguno que pueda llamarse injusto, como hay un Satán que es llamado el maligno. ¿Qué debemos hacer, entonces? Que acepten la posición que defendemos, ya que ellos no serán capaces de mantener que un hombre malo no es también injusto, y uno injusto malo. Y si estas cualidades están indisolublemente inherentes en estas contraposiciones, a saber, la injusticia en la maldad, o la maldad en la injusticia, entonces, incuestionablemente, el hombre bueno será inseparable del hombre justo, y el justo del bueno; así que, como nosotros hablamos de una misma maldad en la milicia y en la injusticia, también podemos sostener que la virtud de la bondad y la justicia son una y la misma.
4. Ellos, una vez más, nos recuerdan las palabras de la Escritura, al traernos la celebrada cuestión, afirmando que está escrito: "No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos" (Mt 7,18). ¿Cuál es, pues, su posición? ¿Qué clase de árbol es la ley, cómo se muestra por sus frutos, esto es, por el lenguaje de sus preceptos? Ya que si la ley es hallada bueno, entonces, indudablemente, quien la dio tiene que creerse que es un Dios bueno. Pero si es justo antes que bueno, entonces Dios también será considerado un legislador justo. El apóstol Pablo no emplea ningún circunloquio cuando dice: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Rm 7,12).
Es evidente que Pablo no había aprendido el lenguaje de los que separan la justicia de la bondad, sino que fue instruido por aquel Dios, e iluminado por su Espíritu, que es al mismo tiempo santo, bueno y justo. Hablando de ese Espíritu declaró que el mandamiento de la ley era santo, justo y bueno. Y para que pudiera mostrar más claramente que la bondad estaba en el mandamiento en un grado más grande que la justicia y la santidad, repitiendo sus palabras, usó, en vez de estos tres epítetos, el de bondad sola, diciendo: "¿Luego lo que es bueno, a mí me es hecho muerte?" (Rm 7,13).
Como él sabía que la bondad era el género de las virtudes, y que la justicia y la santidad eran especies pertenecientes a ese género, y habiendo llamado, en los versos anteriores, el género y la especie juntos, él retrocede, repitiendo sus palabras sobre el género solamente. Pero en lo que sigue dice: "el pecado, para mostrarse pecado, por lo bueno me obró la muerte" (Rm 7,13), donde resume genéricamente lo que había explicado de antemano específicamente. Y de este mismo modo debe entenderse también la declaración: "El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas" (Mt 12,35). Porque aquí también él asumió que había un género de lo bueno y de lo malo, señalando incuestionablemente que en un hombre bueno había justicia, moderación, prudencia, y piedad, y todo lo que pueda entenderse o considerarse bueno. De manera semejante también dijo que era malo el hombre que fuera injusto, impuro, impío, y todo lo que separadamente hace a un hombre malo. Ya que nadie considera malo a un hombre que carezca de estas marcas de maldad (ni en verdad puede hacerse), así también es cierto que sin aquellas virtudes nadie puede considerarse bueno.
A pesar de todo, para ellos todavía queda por explicar lo que el Señor dice en el Evangelio, que ellos lo toman de una manera especial, a modo de escudo, a saber: "Ninguno es bueno sino uno: Dios" (Mt 19,17). Ellos declaran que esta palabra es peculiar al Padre de Cristo, que, sin embargo, es diferente del Dios Creador de todas las cosas, al cual no se le da ninguna atribución de bondad.
Veamos ahora si, en el Antiguo Testamento, el Dios de los profetas y el Creador y Legislador de la palabra no es llamado bueno. ¿Cuáles son las expresiones que aparecen en los Salmos? "Ciertamente bueno es Dios a Israel, a los limpios de corazón" (Ps 73,1). Y: "Diga ahora Israel: Que para siempre es su misericordia" (Ps 118,2). El lenguaje en las Lamentaciones de Jeremías: "Bueno es el Señor a los que en Él esperan, al alma que le buscare" (Lm 3,25). Como por tanto Dios es llamado bueno con frecuencia en el Antiguo Testamento, también el Padre de nuestro Señor Jesucristo es calificado de justo en los Evangelios. Finalmente, en el Evangelio según Juan, nuestro Señor mismo, orando al Padre, dice: "Padre justo, el mundo no te ha conocido" (Jn 17,25). Y a menos, quizás, que ellos dijeran que al haber asumido carne humana Él llamó al Creador del mundo "Padre" y calificado de "justo", quedan excluidos de semejante refugio por las palabras que inmediatamente sigue: "El mundo no te ha conocido". Pero, según ellos, el mundo sólo es ignorante del Dios bueno. Claramente, entonces, el que ellos consideran Dios bueno es llamado justo en los Evangelios
Alguien que disfrute de tiempo libre puede reunir un gran número de pruebas, consistentes de aquellos pasajes donde en el Nuevo Testamento el Padre de nuestro Señor Jesucristo es llamado justo, y en el Viejo también, donde el Creador del cielo y de la tierra es llamado bueno; de modo que los herejes, siendo convictos por testimonios numerosos, puedan, quizás, por algún tiempo ser puestos en vergüenza.
1. Ahora es el tiempo, después de la nota superficial de estos puntos, de reasumir nuestra investigación sobre la encarnación de nuestro Señor y Salvador, a saber: cómo o por qué se hizo hombre. Habiendo, por tanto, con lo mejor de nuestra débil capacidad, considerado su naturaleza divina de la contemplación de sus propias obras más bien que de nuestros propios sentimientos, y habiendo, sin embargo, contemplado (con el ojo) su creación visible mientras que la creación invisible es vista por la fe, porque la debilidad humana no puede ver todas las cosas con el ojo corporal, ni comprenderlas con la razón, sabiendo que los hombres somos más débiles y frágiles que cualquier otro ser racional (porque los que están en el cielo, o como se supone, existen encima del cielo, son superiores). Queda buscar un ser intermedio entre todas las cosas creadas y Dios, esto es, un Mediador, a quien el apóstol Pablo llama "el primogénito de toda creación" (Col 1,15).
Viendo, además, aquellas declaraciones tocantes a Su majestad contenidas en la Escritura santa, que lo llaman "la imagen del Dios invisible, y el primogénito de toda criatura", y que "por Él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y por Él todas las cosas subsisten" (Col 1,16). Que es la cabeza de todas las cosas, Él teniendo sólo al Padre por cabeza; ya que está escrito: "Y Dios la cabeza de Cristo" (1Co 11,3).
Viendo claramente también que está escrito: "Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo" (Mt 11,27). ¿Porque quién puede saber qué es la sabiduría, salvo quien la llamó a ser? ¿O quién puede entender claramente qué es la verdad, sino el Padre de verdad? ¿Quién puede investigar con certeza la naturaleza universal del Verbo, y de Dios mismo, cuya naturaleza procede de Dios, sino sólo Dios, con quien el Verbo era; nosotros deberíamos considerar tan cierto que este Verbo, o Razón (si así debe ser llamado), esta Sabiduría, esta Verdad, a ningún otro es conocida más que sólo al Padre; y de Él está escrito: "ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir" (Jn 21,25), respecto a la gloria y majestad del Hijo de Dios, porque es imposible de poner por escrito todos los detalles que pertenecen a la gloria del Salvador.
Después de la consideración de preguntas de tal importancia acerca del ser del Hijo de Dios, nosotros nos perdemos en el asombro más profundo de tal naturaleza, preeminente sobre todas, que se haya desvestido de su condición de majestad y hecho el hombre, y habitado entre los hombres, como la gracia derramada por sus labios declara, y como su Padre divino dio testimonio, y como confesó por los varios signos, maravillas y milagros que realizó.
Quien antes de aparecer manifestado en cuerpo, envió a los profetas como los precursores y mensajeros de su advenimiento; y después de su ascensión al cielo, hizo a sus santos apóstoles, hombres ignorantes y sin letras, tomados de las filas de los recaudadores y pescadores, pero que fueron llenos del poder de su divinidad, que marchasen por todo el mundo, para que pudieran recoger de cada pueblo y nación una multitud de creyentes devotos de Él.
2. Pero de todos los actos maravillosos y poderosos relacionados con Él, sobrepasa totalmente la admiración humana, y está fuera del poder de la fragilidad mortal, entender o sentir, cómo aquel poder de divina majestad, la misma Palabra del Padre, y la misma sabiduría de Dios, en quien han sido creadas todas las cosas, visibles e invisibles, cómo puede creerse que haya existido dentro de los límites de aquel hombre que apareció en Judea; ¡que la Sabiduría de Dios entrara en la matriz de una mujer y naciera infante, llorando como lloran los niños pequeños! Y que después de todo esto se diga que fue enormemente angustiado en la muerte, diciendo, como Él mismo declara: "Mi alma está muy triste hasta la muerte" (Mt 26,38). Y que al final fue conducido a aquella muerte que es considerada la más vergonzosa entre hombres, aunque Él se levantara de nuevo al tercer día.
El misterio de dos naturalezas en un mismo ser
Ya que vemos en Él algunas cosas tan humanas que no parecen diferenciarse en ningún aspecto de la debilidad común de los mortales, y algunas otras tan divinas que sólo pueden pertenecer apropiadamente nada más que a la naturaleza primera e inefable de la Deidad, la estrechez del entendimiento humano no puede encontrar ninguna salida; pero, vencido con el asombro de una admiración poderosa, no sabe dónde retirarse, o qué camino tomar, o hacia dónde girar.
Si se piensa de un Dios, aparece un mortal; si se piensa de un hombre, lo contempla volviendo de la tumba, después del derrocamiento del imperio de la muerte, cargado de expolios. Por lo tanto el espectáculo debe ser contemplado con temor y reverencia, para que se vea que ambas naturalezas existen en un mismo ser; para que nada indigno o impropio pueda percibirse en aquella sustancia divina e inefable, ni aún aquellas cosas que se supone haber sido hechas en apariencia ilusoria e imaginaria.
Pronunciar estas cosas en oídos humanos, y explicarlas con palabras, sobrepasa los poderes de nuestro rango y de nuestro intelecto y palabra. Pienso que sobrepasaba hasta el poder de los santos apóstoles. La explicación de este misterio puede que esté, quizás, más allá del alcance de la creación entera de los poderes celestes.
En cuanto a Él, entonces, declararemos, con las menos palabras posibles, el contenido de nuestro credo más bien que las aserciones que la razón humana acostumbre avanzar; y esto por ningún espíritu de imprudencia, sino como exigido por la naturaleza de nuestro estudio, poniendo ante vosotros lo que puede llamarse nuestras sospechas, antes que afirmaciones claras.
3. El Unigénito de Dios, por lo tanto, por quien, como el curso anterior de la discusión ha mostrado, todas las cosas han sido hechas, visibles e invisible, según la concepción de la Escritura, y ama lo que ha hecho. Porque ya que Él es la imagen visible del Dios invisible, Él otorgó invisiblemente una participación de Él a todas sus criaturas racionales, para que cada una obtuviera una parte de Él, exactamente proporcionada al afecto con el que Él la consideró. Pero ya que, de acuerdo a la facultad del libre albedrío, la variedad y la diversidad caracterizan a las almas individuales, de manera que una es más afectada que otra en su amor al Autor de su ser, y otra con una consideración menor y más débil, esa alma (anima) de quien Jesús dijo: "Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo" (Jn 10,18). inherente desde el principio de la creación, y después inseparable e indisolublemente en Él, como Sabiduría y Verbo de Dios, y Verdad y Luz verdadera; recibiéndole totalmente, y pasando a su luz y esplendor, fue hecha con Él un solo espíritu en un grado preeminente (principaliter), según la promesa del apóstol a los que debían imitarle: "el que se junta con el Señor, un espíritu es" (1Co 6,17).
El alma de Cristo hace como de vínculo de unión entre Dios y la carne, ya que no sería posible que la naturaleza divina se mezclara directamente con la carne; y entonces nace el "Dios-hombre". Como hemos dicho, el alma es como una sustancia intermedia, y no es contra su naturaleza el asumir un cuerpo, y, por otra parte, siendo una sustancia racional, tampoco es contra su naturaleza el recibir a Dios al que ya tendía toda ella como al Verbo, a la Sabiduría y a la Verdad. Y entonces, con toda razón, estando toda ella en el Hijo de Dios, y conteniendo en sí todo el Hijo de Dios, ella misma, juntamente con la carne que había tomado, se llama Hijo de Dios, y Poder de Dios, Cristo y Sabiduría de Dios; y a su vez, el Hijo de Dios "por el que fueron hechas todas las cosas" (Col 1,16), se llama Jesucristo e Hijo del Hombre.
Entonces, se dice que el Hijo de Dios murió, a saber, con respecto a aquella naturaleza que podía padecer la muerte, y se proclama que el Hijo del Hombre "vendrá en la gloria de Dios Padre juntamente con los santos ángeles" (Mt 16,27). Por esta razón, en toda la Escritura divina se atribuyen a la divina naturaleza cualidades humanas, y la naturaleza humana recibe el honor de las cualidades divinas. Porque lo que está escrito: "Serán dos en una sola carne, y ya no serán dos, sino una única carne" (Gn 2,24), puede aplicarse a esta unión con más propiedad que a ninguna otra, ya que hay que creer que el Verbo de Dios forma con la carne una unidad más íntima que la que hay entre el marido y la mujer. ¿Y de quién se hace más un espíritu con Dios que esta alma que se ha unido a Dios por amor, para que se diga justamente que es un espíritu con Él?
4. Que la perfección de su amor y la sinceridad de su afecto merecido, formaron por ello esta unión inseparable con Dios, para que la asunción de esta alma no fuera accidental, o el resultado de una preferencia personal, sino que fue conferida como la recompensa de sus virtudes, escuchemos al profeta que se dirige a ella diciendo: "Amaste la justicia y aborreciste la maldad: Por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (Ps 45,7). Como una recompensa por su amor, entonces, es ungido con el óleo de alegría; esto es, el alma de Cristo juntamente con el Verbo de Dios es hecha Cristo. Porque ser ungido con el óleo de gozo no significa nada más que estar lleno del Espíritu Santo. Y cuando se dice: "sobre tus compañeros", significa que la gracia del Espíritu no le fue dada como a los profetas, sino que la plenitud esencial de la Palabra de Dios mismo estaba en ella, según el dicho del apóstol: "En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9).
Finalmente, en base a esto, no sólo se dice: "Amaste la justicia", sino que agrega: "Aborreciste la maldad". Para haber aborrecido la maldad dice la Escritura de Él, que: "Nunca hizo Él maldad, ni hubo engaño en su boca" (Is 53,9). Y: "Tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He 4,15). Hasta el mismo Señor dijo: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Jn 8,46). Y otra vez con referencia a su persona: "Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí" (Jn 14,30).
Todos estos pasajes muestran que en Él no hubo ningún sentido de pecado; y para que el profeta pudiera mostrar más claramente que ningún sentido de pecado entró alguna vez en Él, dice: "Porque antes que el niño sepa decir, padre mío, y madre mía, sabrá desechar lo malo y escoger lo bueno" (Is 8,4 Is 7,16).
5. Ahora, si haber mostrado que Cristo poseyó un alma racional es causa de dificultad a alguien, sabiendo que hemos demostrado con frecuencia en todas partes de nuestras discusiones que la naturaleza de las almas es capaz tanto del bien como del mal, la dificultad será explicada de manera siguiente.
No se puede dudar de que el alma de Jesús era de naturaleza semejante a la de las demás almas; de otra manera no podría ser llamada alma si no lo fuera realmente. Pero mientras que todas las almas tienen la facultad de poder escoger el bien o el mal, el alma de Cristo había optado por el amor de la justicia de manera que, debido a la infinitud de su amor por ella, se adhería a la justicia, destruyendo toda susceptibilidad (sensum) de mutación o cambio. De esta forma, lo que era efecto de su libre opción se había hecho en Él una "segunda naturaleza". Hemos de creer, pues, que había en Cristo un alma racional humana, pero hemos de concebirla en tal forma que era para ella imposible cualquier sentimiento o posibilidad de pecado.
6. Para explicar mejor esta unión, sería conveniente recurrir a una comparación, aunque en realidad, en una cuestión tan difícil, no hay comparación adecuada. Sin embargo, si podemos hablar sin ofensa, el hierro puede estar frío o caliente, de forma que si una masa de hierro es puesta al fuego es capaz de recibir el ardor de éste en todos sus poros y venas, convirtiéndose el hierro en fuego siempre que no se saque de él. ¿Podremos decir que aquella masa, que por naturaleza era hierro, mientras esté en el fuego que arde sin cesar, es algo que puede ser frío? Más bien diremos, porque es compatible con la verdad, según vemos cómo acontece en los hornos, que el hierro se ha convertido totalmente en fuego, ya que no podemos observar en él nada más que fuego.Y si alguien intenta tocarlo o manejarlo, experimentará no la acción del hierro, sino la del fuego. De igual modo esa alma (de Jesús) que está incesantemente en el Logos, en la Sabiduría y en Dios (semper in verbo, semper in sapientia, semper in Deo) de la misma manera que el hierro está en el fuego, es Dios en todo lo que hace, siente o conoce, y por tanto no puede llamarse convertible, ni mutable, puesto que, siendo sin cesar calentado, posee la inmutabilidad de su unión con el Logos de Dios.
A todos los santos, finalmente, pasó algún calor del Verbc de Dios, como debe suponerse; y en esta alma descansó el fuego divino, como se debe creer, del cual algún calor pudiera pasar a otros. Finalmente, la expresión: "Por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (Ps 45,7), muestra que esa alma fue ungida de un modo con óleo de gozo, esto es, con la palabra de Dios y la sabiduría; y de otro sus compañeros, esto es, los santos profetas y apóstoles. Ya que ellos, como se dice, "se recrean en el olor de sus ungüentos". Y esa alma fue el vaso que contuvo el mismo ungüento de cuya fragancia todos los profetas y apóstoles dignos han sido hechos participantes.
Como la sustancia de un ungüento es una cosa y su olor otra, así también, Cristo es una cosa y sus compañeros otra. Y como el vaso mismo, que contiene la sustancia del ungüento, en ningún caso puede admitir ningún olor repugnante; es posible que los que disfrutan de su olor, si se apartan un poco de su fragancia, puedan recibir cualquier olor apestoso que venga sobre ellos. Así, de la misma manera, era imposible que Cristo, siendo como era el vaso mismo, en el que estaba la sustancia del ungüento, recibiera un olor de clase opuesta, mientras ellos, sus compañeros, serían participantes y receptores de su olor en proporción a su proximidad al vaso.
7. Pienso, de verdad, que también el profeta Jeremías, entendiendo cuál era la naturaleza de la sabiduría de Dios en Él, que era la mismo también que Él había asumido para la salvación del mundo, dijo: "El resuello de nuestras narices, el ungido de Jehová, de quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las gentes" (Lm 4,20). Y puesto que la sombra de nuestro cuerpo es inseparable del cuerpo, e inevitablemente realiza y repite sus movimientos y gestos, pienso que el profeta, deseando indicar la obra del alma de Cristo, y los movimientos que inseparablemente le pertenecen, y que logró todo según sus movimientos y voluntad, llamó a esta la sombra de Cristo el Señor, bajo el cual debíamos vivir entre las naciones. Porque en el misterio de esta asunción, las naciones viven, que, imitándolo por la fe, viene a la salvación. También David me parece indicar lo mismo cuando dice: "Señor, acuérdate del oprobio de tus siervos; oprobio que llevo yo en mi seno de muchos pueblos. Porque tus enemigos han deshonrado los pasos de tu ungido" (Ps 89,50-51).
Y ¿qué otra cosa quiere decir Pablo cuando dice: "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Y de nuevo en otro lugar: "Buscáis una prueba de Cristo que habla en mí" (2Co 13,3). Y ahora dice que Cristo estaba escondido en Dios. El significado de esta expresión excede, quizás, la aprehensión de la mente humana, a menos que se demuestre que es algo similar a lo que hemos indicado más arriba con las palabras del profeta "la sombra de Cristo".
Pero vemos también que hay muchas otras declaraciones en la Escritura respecto al significado de la palabra "sombra", como la bien conocida del Evangelio según Lucas, donde Gabriel dice a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra" (Lc 1,35). Y el apóstol dice con referencia a la ley, que quienes tienen la circuncisión en la carne, "sirven de bosquejo y sombra de las cosas celestiales" (He 8,5). Y en otro sitio: "Nuestros días sobre la tierra como sombra" (Jb 8,9).
Si, entonces, no sólo la ley que está en la tierra es una sombra, sino también toda nuestra vida en la tierra es lo mismo, y vivimos entre las naciones bajo la sombra de Cristo, debemos ver si la verdad de todas estas sombras no puede llegar a conocerse mediante aquella revelación, cuando ya no veremos más por un cristal, y misteriosamente, sino cara a cara, todos los santos merecerán contemplar la gloria de Dios y las causas y la verdad de las cosas. Y la promesa de esta verdad ya está siendo recibida por el Espíritu Santo. El apóstol dijo: "De manera que nosotros de aquí adelante a nadie conocemos según la carne: y aun si a Cristo conocimos según la carne; empero ahora ya no le conocemos" (2Co 5,16).
Estos pensamientos se nos han ocurrido mientras tratábamos de doctrinas de tal dificultad como la encarnación y la deidad de Cristo. Si hay alguien que, de verdad, llega descubrir algo mejor y puede establecer sus proposiciones por pruebas más claras de la Sagrada Escritura, dejemos que su opinión sea recibida antes que la mía.
1. Después de aquellas primeras discusiones que, según las exigencias del caso, sostuvimos en el principio en cuanto al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, parece lógico que retrocedamos sobre nuestros pasos y mostremos que el mismo Dios creador y fundador del mundo es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, esto es, que el Dios de la ley y de los profetas y del Evangelio son uno y el mismo. Y en segundo lugar, debería mostrarse, con respecto a Cristo, en qué manera Él, que es el Logos o Palabra y Sabiduría de Dios, se ha hecho hombre; ahora volvamos con la brevedad posible al tema del Espíritu Santo.
Es el tiempo, pues, de decir unas palabras, con lo mejor de nuestra capacidad, sobre el Espíritu Santo, a quien nuestro Señor y Salvador en el Evangelio según Juan ha llamado el Paráclito. Porque como es el mismo Dios, y el mismo Cristo, así también es el mismo Espíritu Santo que estaba en los profetas y apóstoles, esto es, o en los que creyeron en Dios antes del advenimiento de Cristo, o sea, en los que mediante Cristo han buscado refugio en Dios.
Hemos oído que determinados herejes se han atrevido a decir que hay dos Dioses y dos Cristos, pero nunca hemos sabido que la doctrina de dos Espíritus Santos sea predicada por alguien. Porque, ¿cómo podrían mantener esto desde la Escritura, o qué distinción podrían trazar entre el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, si en verdad se puede descubrir una definición o descripción del Espíritu Santo?
Porque aunque concedamos a Marción o a Valentino que es posible trazar distinciones en la cuestión de la deidad, y describir la naturaleza del Dios bueno como uno, y del Dios como otro, ¿qué inventará, o qué descubrirá que le permita introducir una distinción en el Espíritu Santo? Considero, entonces, que son incapaces de descubrir nada que pueda indicar ninguna distinción de cualquier clase en absoluto.
2. Somos de la opinión que cada criatura racional, sin ninguna distinción, recibe una parte de Él de la misma manera que de la Sabiduría y del Logos de Dios. Pero observo que la principal venida del Espíritu Santo a los hombres se manifiesta después de la ascensión de Cristo más particularmente que antes de su venida. En efecto, antes el don del Espíritu Santo se concedía a unos pocos profetas; tal vez cuando alguno llegaba a alcanzar méritos especiales entre el pueblo. Pero tras la venida del Salvador está escrito que se cumplió lo que había sido dicho por el profeta Joel, que "en los últimos días derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán" (Jl 2,28 Ac 2,17); lo cual efectivamente concuerda con aquello: "Todas las gentes le servirán" (Ps 72,11). Así pues, por esta donación del Espíritu Santo, como por otras muchísimas señales, se hace patente aquello tan extraordinario, a saber, que lo que es- taba escrito en los profetas o en la ley de Moisés entonces lo comprendían pocos, es decir los mismos profetas, y ape- ñas alguno del pueblo podía ir más allá del sentido literal y adquirir una comprensión más profunda, penetrando el sentido espiritual de la ley y los profetas. Pero ahora son innumerables las multitudes de los que creen, y, aunque no puedan siempre de forma ordenada y clara explicar la razón del sentido espiritual, sin embargo casi todos están perfectamente convencidos de que ni la circuncisión ha de entenderse en un sentido corporal, ni el descanso del sábado, ni el derramamiento de sangre de los animales, ni las respuestas que Dios daba a Moisés sobre estas cosas; y no hay duda de que esta comprensión se debe a que el Espíritu Santo con su poder inspira a todos.
3. Y así como hay muchas maneras de aprehender a Cristo, que, aunque es sabiduría, no obra el poder de su sabiduría en todos los hombres, sino sólo en los que se entregan al estudio de sabiduría en Él; quien, aunque llamado médico, no opera en todos, sino sólo en los que entienden su condición débil y enferma, y acuden a su compasión para poder obtener la salud; así, también, pienso que ocurre con el Espíritu Santo, en quien se contienen toda clase de dones, porque a unos se concede por el Espíritu palabra de sabiduría, y a otros la palabra de conocimiento, y a otros fe; y así a cada individuo que es capaz de recibirle, es el Espíritu mismo hecho esa cualidad, o se entiende que es lo necesario para el individuo que ha merecido participar.
Estas divisiones y diferencias, que no son percibidas por los que oyen llamarle Paráclito en el Evangelio, y no consideran debidamente la consecuencia del trabajo o actos por los que Él es llamado Paráclito, le han comparado a algún espíritu común; y de esta manera han tratado de turbar las iglesias de Cristo y de excitar disensiones en grado no pequeño entre hermanos; mientras que el Evangelio lo presenta con tal poder y majestad, que se dice que los apóstoles no podían recibir aquellas cosas que el Salvador deseaba enseñarles hasta el advenimiento del Espíritu Santo, quien, derramándose en sus almas, podría ilustrarlos en cuanto a la naturaleza y la fe de la Trinidad.
Pero estas personas, debido a la ignorancia de su entendimiento, no sólo son incapaces de exponer lógicamente la verdad, sino que hasta no pueden prestar atención a lo que nosotros ya hemos avanzado. Mantienen ideas indignas de su divinidad, habiéndose entregado a errores y engaños, siendo depravados por un espíritu de error, que instruidos por la enseñanza del Espíritu Santo, según la declaración del apóstol: "El Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos alguno apostatarán de la fe escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios; que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia" (1Tm 4,1-2).
4. Por lo tanto también debemos saber que el Paráclito es el Espíritu Santo, que enseña las verdades que no pueden ser pronunciadas con palabras humanas, que son, por así decirlo, impronunciables, "palabras secretas que el hombre no puede decir" (2Co 12,4), esto es, que no puede decirse con el lenguaje de la lengua humana. La frase "no es posible" es usada por el apóstol, según pensamos, como también en el pasaje donde dice: "Todo me es lícito, mas no todo conviene; todo me es lícito, mas no todo edifica" (1Co 10,23). Porque aquellas cosas que están en nuestro poder, porque podemos tenerlas, él dice que son lícitas para nosotros. Pero el Paráclito, que es llamado Espíritu Santo, es así llamado por su obra de consolación, griego para clesis, en latín consolatio. Porque si alguien ha merecido participar en Espíritu Santo por el conocimiento de sus misterios inefables, indudablemente obtiene gozo y alegría de corazón. Porque ya que adquiere el conocimiento de todas las cosas que ocurren -cómo y por qué ocurren-, su alma no puede en ningún sentido estar preocupada, o admitir sentimientos de dolor; tampoco es alarmado por nada, ya que al unirse al Verbo de Dios y su sabiduría, le llama Señor por el Espíritu Santo.
Y ya que hemos hecho mención del Paráclito, y hemos explicado, en la medida que fuimos capaces, qué sentimientos deberían mantenerse respecto a Él; y ya que nuestro Salvador también es llamado Paráclito en la Epístola de Juan, cuando él dice: "Si alguno hubiere pecado, abogado (paráclito) tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo; y Él es la propiciación por nuestros pecados" (1Jn 2,1), consideremos si el término Paráclito tiene un significado cuando se aplica al Salvador y otro cuando se aplica al Espíritu Santo. Ahora, Paráclito, cuando se habla del Salvador, parece significar "intercesor" (abogado), porque en griego, Paracleto tiene ambos significados: intercesor y consolador. En base a esto, la frase que sigue: "y Él es la propiciación por nuestros pecados", el nombre Paráclito parece que debe entenderse, en el caso de nuestro Salvador, con el significado de intercesor; ya que Él, como se dice, intercede ante el Padre debido a nuestros pecados. En el caso del Espíritu Santo, Paráclito debe entenderse en el sentido de consolador, ya que otorga consuelo a las almas a las que abiertamente revela la comprensión del conocimiento espiritual.
1. El orden de nuestro estudio requiere ahora, después de la discusión de los temas precedentes, instituir una pregunta general en cuanto al alma (anima), comenzando con los puntos de importancia inferior, para ascender a los que son más grandes.
Que hay almas (animae) en todos los seres vivos, hasta en los que viven en las aguas, supongo que no es dudado por nadie. Esta es la opinión general que todos los hombres mantienen; a la que se añade la confirmación de la autoridad de la Santa Escritura, cuando se dice que "Dios creó las grandes ballenas, y toda cosa viva (animam animantium) que anda arrastrando, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie" (Gn 1,21). Esto se confirma también por la inteligencia común de la razón, por los que han dejado una definición en palabras del alma.
El alma es definida así: una sustancia fantastikh y ormhtikh, que puede traducirse en latín, aunque no de forma muy apropiada: sensibilis et mobilis. Esto se puede decir con propiedad de todas las criaturas vivas, hasta de las que viven en las aguas; y también de las criaturas aladas. Esta definición del anima puede considerarse correcta.
El alma y la sangre de todos los seres vivientes
La Escritura también ha dado su autoridad a una segunda proposición, cuando dice: "No comerás la sangre, porque el alma de toda carne, su vida (animam), está en su sangre, y no comerás su vida con la carne" (Lv 17,14). Aquí se enseña claramente que la sangre de todo animal es su vida. Y si ahora alguien preguntara cómo se puede decir esto respecto a las abejas, avispas y hormigas, y esas otras cosas que están en las aguas, ostras y berberechos, y todo lo demás que son sin la sangre, y se ve claramente que son seres vivos, y que "la vida de toda la carne es su sangre", debemos contestar que en los seres vivos de aquella clase la fuerza que es ejercida en otros animales por el poder de sangre roja es ejercida en ellos por aquel líquido que está dentro de ellos, aunque sea de un color diferente; porque el color es una cosa sin importancia, a condición de que la sustancia esté dotada de vida (vüalis).
Que las bestias de carga o el ganado de menor tamaño están dotadas con almas (animantiá) es una cuestión sobre la que todos están de acuerdo. La opinión de la Santa Escritura, por su parte, es evidente cuando Dios dice: "Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie" (Gn 1,24).
Alma humana, angélica y divina
Y ahora, en lo que concierne al hombre, aunque nadie albergue ninguna duda, ni necesite informarse, la Santa Escritura declara que Dios "alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre un alma viviente" (Gn 2,7). Resta que preguntemos sobre si el orden angélico también tiene alma, o son almas; y también respecto de otros poderes divinos y celestes, así como los de la clase opuesta.
En ninguna parte de la Escritura encontramos autoridad para afirmar que los ángeles, o cualquier otro espíritu divino que son ministros de Dios, poseen almas o se les llame almas, y sin embargo son sentidos por muchas personas como seres dotados de vida.
Pero, respecto a Dios, encontramos que está escrito: "Yo pondré mi alma contra la persona que comiere sangre y le cortaré de entre su pueblo" (Lv 17,10). Y también en otro lugar: "Luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir; son iniquidad vuestras solemnidades. Vuestras lunas nuevas y vuestras solemnidades las tiene aborrecidas mi alma" (Is 1,13-14).
Y en el Salmos 22, en cuanto a Cristo -porque es seguro, como el Evangelio atestigua, que este Salmo se refiere a Él- aparecen las palabras siguiente: "Mas tú, Señor, no te alejes; fortaleza mía, apresúrate para mi ayuda. Libra de la espada mi alma" (Ps 22,19-20), aunque también hay muchos otros testimonios respecto al alma de Cristo cuando moró en la carne.
2. Pero la naturaleza de la encarnación hace innecesaria cualquier inquisición sobre el alma de Cristo. Porque así como realmente poseyó la carne, también poseyó realmente un alma. Es difícil sentir y afirmar cómo debe entenderse lo que es llamado en la Escritura alma de Dios; ya que reconocemos que su naturaleza es simple, y sin ninguna mezcla o adición. De cualquier modo, sin embargo, debe entenderse lo que es llamado alma de Dios; mientras que en cuanto a Cristo no hay duda.
Por lo tanto no me parece absurdo entender o afirmar algo parecido respecto a los ángeles santos y otros poderes divinos, ya que la definición de alma les es aplicable a ellos también. ¿Porque quién puede negar racionalmente que ellos son "sensibles y móviles"? Pero si esta definición es correcta, según la cual se dice que el alma es una sustancia racionalmente "sensible y móvil", la misma definición sería aplicable a los ángeles también. ¿Porque qué hay en ellos además de sentimiento racional y movimiento? Ahora bien, aquellos seres comprendidos bajo la misma definición tienen indudablemente la misma sustancia.
Pablo, en verdad, insinúa que hay una especie de hombre animal (animalem) que no puede recibir las cosas del Espíritu de Dios, sino, según declara, la doctrina del Espíritu Santo le parece locura y no puede entender que debe discernirse espiritualmente (1Co 2,14). En otro lugar dice que se siembra cuerpo de animal, y resucitará cuerpo espiritual (1Co 15,44), indicando que en la resurrección de los justos no habrá nada de la naturaleza de animal.
Por lo tanto, nos preguntamos si ocurre que hay alguna sustancia que, respecto a su ser animal, es imperfecta. Porque si es imperfecta porque cae de la perfección, o porque no fue creada así por Dios, formará el tema de nuestra averiguación, cuando cada punto individual sea discutido en orden. Ya que si el hombre animal no recibe las cosas del Espíritu de Dios, y porque es animal, es incapaz de admitir un mejor entendimiento, a saber, de una naturaleza divina, es por esta razón, quizás, que Pablo, deseando enseñarnos con más claridad lo que es para que seamos capaces de comprender las cosas del Espíritu, a saber, las cosas espirituales, une y asocia con el Espíritu Santo el entendimiento (mens), más bien que el alma (anima). Pienso que esto es lo que indica cuando dice: "Oraré con el espíritu, mas oraré también con entendimiento; cantaré con el espíritu, mas cantaré también con entendimiento" (1Co 14,15). Y él no dice que "oraré con el alma", sino con el espíritu y el entendimiento. Tampoco él dice, "cantaré con el alma", sino con el espíritu y el entendimiento.
3. Pero, quizás, se pueda hacer esta pregunta. Si el entendimiento con el cual se ora y se canta en el espíritu, es el mismo por el que recibe perfección y salvación, ¿cómo es que Pedro dice: "Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas" () ¿Si el alma ni ora, ni canta con el espíritu, cómo puede esperar la salvación? O, cuando alcance la felicidad eterna, ¿ya no será más un alma?
Veamos si quizás se pueda dar una respuesta de este modo: Como el Salvador vino para salvar lo que se había perdido, lo que antes se decía perdido ya no está perdido cuando se salva; así también, quizás, esto que es salvado es llamado alma, y cuando es colocada en un estado de salvación recibirá un nombre por el Verbo que denote su condición más perfecta. Pero parece a algunos que también se puede añadir que así como la cosa que estaba perdida indudablemente existió antes de haberse perdido, en cuyo tiempo fue algo más que destrucción, así también será el caso cuando ya no esté más en una condición arruinada. De manera parecida también, el alma que se dice que ha perecido parece que ha sido algo en un tiempo, cuando aún no había perecido, y por esta razón llamarse alma y estar libre de nueva destrucción, puede convertirse por segunda vez en lo que era antes de perecer y ser llamada alma.
La condición caliente y fría del alma
Pero, por el mismo significado del nombre alma, cuya palabra griega conlleva, ha parecido a unos investigadores curiosos que se puede sugerir un significado de no pequeña importancia. Porque en el lenguaje sagrado, Dios es llamado fuego, como cuando la Escritura dice: "Nuestro Dios es un fuego consumidor" (Dt 4,24). Respecto a la sustancia de los ángeles también se habla así: "El que hace a sus ángeles espíritus, sus ministros al fuego flameante" (Ps 104,4). Y en otro lugar: "Y se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego en medio de una zarza" (Ex 3,2). Además hemos, recibido el mandamiento de ser "ardientes en espíritu" (Rm 12,11), por cuya expresión indudablemente el Verbo de Dios se muestra consumidor y ardientes. El profeta Jeremías también escuchó de El estas palabras: "He aquí he puesto mis palabras en tu boca como fuego" (Jr 1,9).
Así como Dios es fuego, los ángeles una llama de fuego, y todos los santos son ardientes en espíritu, los que han abandonado el amor de Dios son, por el contrario, fríos en su afecto por Él, tal como está escrito. Porque el Señor dice: "Y por haberse multiplicado la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). Todas las cosas, cualesquiera que sean, que en la Escritura santa son comparadas con los poderes hostiles, el diablo, por ejemplo, se dice que permanentemente está encontrando frío; ¿y qué se puede encontrar más frío que él? También se dice que en el mar reina el dragón. El profeta insinúa la serpiente y el dragón, que seguramente se refiere a uno de los malos espíritus, que está también en el mar. Y en otro sitio el profeta dice: "Visitará con su espada dura, grande y fuerte, sobre leviatán, serpiente rolliza, y sobre le-viatán serpiente retuerta; y matará al dragón que está en la mar" (Is 27,1). Y otra vez dice: "Y si se escondieren en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los tomaré; y aunque se escondieren de delante de mis ojos en lo profundo de la mar, allí mandaré a la culebra, y los morderá" (Am 9,3). En el libro de Job también se dice que la serpiente es al rey de todas las cosas en las aguas (Jb 41,34). El profeta amenaza que los males serán encendidos por el viento norte sobre todos los que habitan la tierra (Jr 1,14). Ahora bien, el viento del norte está descrito en la santa Escritura como frío, según la declaración en el libro de Sabiduría: "Aquel frío viento del norte" (Sg 43,20), lo que se debe entender, indudablemente, del diablo.
Entonces, si las cosas santas son llamadas fuego, y luz, y ardor, mientras que las de naturaleza opuesta, son, como se dice, frías; y si el amor de muchos se enfriará; tenemos que inquirir si quizás el nombre alma, que en griego es llamada yukh, es así llamada por el creciente frío nacido de una condición mejor y más divina, y ser de ahí derivada, porque parece haberse enfriado de su natural y divino calor, y por lo tanto ha sido colocada en su posición presente, y llamada por su nombre presente.
Finalmente, considera si puedes encontrar un lugar en la Escritura santa donde el alma sea propiamente mencionada en término de alabanza; con frecuencia suele ocurrir lo contrario, acompañada con expresiones de censura, como en este pasaje: "Un alma mala arruina a quien la posee" (Sg 6,4). Y, "el alma que pecare, esa morirá" (Ez 18,4). Porque después de decirse: "He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía" (Ez 18,4), es lógico que dijera: "El alma que siga la justicia se salvará, y el alma que pecare se perderá".
Pero ya que hemos visto que Dios ha asociado al alma lo que es censurable, y ha guardado silencio en cuanto a lo que merecía alabanza, tenemos que ver si, por casualidad, es declarada por el nombre mismo llamado yukh, esto es, anima, porque se ha enfriado del ardor de las cosas justas, y de la participación del fuego divino, y aun así no ha perdido el poder de restaurarse a esa condición de fervor en la que estaba al principio. De ahí que el profeta también parece indicar tal estado de cosas con las palabras: "Vuelve, oh alma mía, a tu reposo; porque el Señor te ha hecho bien" (Ps 116,7)
De todo esto parece destacarse que el entendimiento, habiendo caído de su estado y dignidad, ha sido hecho o llamado alma; y esto, si se repara y corrige, vuelve a la condición de entendimiento.
4. Ahora, si este es el caso, me parece que esta descomposición y caída del entendimiento no es la misma en todos, sino que esta conversión en alma es llevada a un grado mayor o menor en casos diferentes, y que ciertos entendimientos hasta conservan algo de su vigor anterior y otros, por el contrario, nada o muy poco. De aquí que se encuentre que algunos desde el mismo comienzo de sus vidas sean de un intelecto más activo, mientras que otros tienen un hábito mental más lento, y otros nacen totalmente obtusos, y totalmente incapaces de instrucción.
Nuestra declaración, sin embargo, de que el entendimiento se convierte en alma, o en algo que parezca tener tal significado, tiene que considerarla el lector con cuidado y solucionarla por sí mismo, ya que estas concepciones no son propuestas de un modo dogmático, sino simplemente como opiniones, tratadas al estilo de una investigación y discusión. Que el lector también tome esto en consideración, de que lo que se observa respecto al alma del Salvador, que aquellas cosas que están escritas en el Evangelio, algunas le son atribuidas bajo el nombre de alma, y otras bajo el de espíritu. Ya que cuando se desea indicar cualquier sufrimiento o perturbación que le afecta, se indica bajo el nombre de alma; como cuando dice: "Ahora está turbada mi alma" (Jn 12,27). Y: "Mi alma está muy triste hasta la muerte" (Mt 26,38). Y: "Nadie me quita mi alma (animam), mas yo la pongo de mí mismo" (Jn 10,18). En las manos de su Padre encomienda no su alma, sino su espíritu; y cuando dice que la carne es débil (Mt 26,41), no dice que el alma está dispuesta, sino el espíritu; de donde parece que el alma es algo intermedio entre la carne débil y el espíritu dispuesto.
5. ¿Pero quizás alguno pueda salimos al paso con una de aquellas objeciones que nosotros mismos hemos denunciado en nuestras declaraciones, y decirnos: ¿Cómo es que se dice que hay también un alma de Dios? A lo que contestamos así: Todo lo que se dice corporalmente respecto a Dios, como dedos, manos, brazos, ojos, o pies, o boca decimos que no deben entenderse como miembros humanos, sino que ciertos poderes divinos son indicados con estos nombres de los miembros del cuerpo; así también debemos suponer que es algo más que lo que se señala por el nombre "alma de Dios". Y si nos es permitido aventurar o decir algo más sobre este tema, el alma de Dios quizás puede entenderse que significa el Hijo unigénito de Dios. Porque como el alma, cuando se implanta en el cuerpo, mueve todas las cosas en él y ejerce su fuerza sobre todo lo que opera, así también, el Hijo unigénito de Dios, quien es su Palabra y Sabiduría, abarca y se extiende a todo poder de Dios, al ser implantado en Él, y quizás para indicar así este misterio Dios es llamado o descrito en la Escritura como un cuerpo.
En verdad, debemos tener en cuenta si no es quizás por esto que el alma de Dios puede entenderse como señalando a su Hijo unigénito, porque Él mismo vino a este mundo de aflicción, y descendió a este valle de lágrimas, y a este lugar de nuestra humillación; como Él dice en el Salmo, "cuando nos quebrantaste en lugar de chacales, y nos cubriste con sombra de muerte" (Ps 44,19).
Finalmente, soy consciente de que ciertos críticos, al explicar las palabras usadas por el Salvador en el Evangelio: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte", las han interpretado de los apóstoles, a quienes Él llamó su alma, por ser mejores que el resto de su cuerpo. Porque así como la multitud de creyentes es llamada su cuerpo, ellos dicen que los apóstoles, al ser mejores que el resto del cuerpo, deberían ser entendidos como su alma.
Hemos presentado lo mejor que pudimos estos puntos respecto al alma racional, como temas de discusión para nuestros lectores, antes que como proposiciones dogmáticas y proposiciones bien definidas. En lo que concierne a las almas de los animales y de otras criaturas mudas, sea suficiente lo que hemos declarado arriba en términos generales.
1. Volvamos ahora el orden de nuestra discusión propuesta, y contemplemos el comienzo de creación, hasta donde el entendimiento puede contemplar el principio de la creación de Dios. Debemos suponer que en aquel comienzo Dios creó un gran número de criaturas racionales o intelectuales (o como quiera que se llamen), que nosotros llamamos anteriormente entendimientos, tantas como El previo que serían suficientes. Es cierto que las hizo según algún número definido, predeterminado por Él mismo, pero no debe imaginarse, como algunos han hecho, que las criaturas no tienen límite, porque donde no hay límite tampoco hay comprensión ni limitación. Ahora, si este fuera el caso, ciertamente las cosas creadas no podrían ser refrenadas ni administradas por Dios. Porque, naturalmente, todo lo que es infinito es también incomprehensible. Más aún, la Escritura dice: "Dios ha dispuesto todo con número, peso y medida" (Sg 11,20). Por lo tanto, un número será correctamente aplicado a las criaturas racionales o entendimientos, tan numeroso como para admitir ser dispuestos, gobernados y controladas por Dios.
Pero la medida se aplica apropiadamente al cuerpo material, y esta medida, según creemos, fue creada por Dios tal como Él sabía que sería suficiente para adornar el mundo. Estas cosas son, pues, las que hemos de creer que fueron creadas por Dios al principio, es decir, antes de todas las cosas. Y creemos que esto se indica incluso en el comienzo de la introducción de Moisés en términos algo ambiguos, cuando dice: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gn 1,1), porque es seguro que no se habla del firmamento, ni de la tierra seca, sino del cielo y de la tierra de los cuales el presente cielo y tierra que ahora vemos tomaron sus nombres.
2. Pero ya que las naturalezas racionales, las que hemos dicho arriba, fueron hechas en un principio, fueron creadas cuando no existían previamente, y por el hecho de que no existían y luego pasaron a existir, son necesariamente mudables e inestables, ya que cualquier virtud que haya en su ser no está en él por su propia naturaleza, sino por la bondad del Creador. Su ser no es algo suyo propio, ni eterno, sino don de Dios, ya que no existió desde siempre; y todo lo que es dado puede también ser quitado o perdido. Ahora bien, habrá una causa de que las naturalezas racionales pierdan (los dones que recibieron), si el impulso de las almas no está dirigido con rectitud de la manera adecuada. Porque el creador concedió a las inteligencias que había creado el poder optar libre y voluntariamente, a fin de que el bien que hicieran fuera suyo propio, alcanzado por su propia voluntad. Pero la desidia y el cansancio en el esfuerzo que requiere la custodia del bien, y el olvido y descuido de las cosas mejores, dieron origen a que se apartaran del bien; y el apartarse del bien es lo mismo que entregarse al mal, ya que éste no es más que la carencia de bien. Y es seguro que la carencia de bien es maldad.
Por eso ocurre que, en proporción a su caída del bien se envuelven en el mal. Con ello, cada una de las inteligencias, según descuidaba más o menos el bien siguiendo sus impulsos, era más o menos arrastrada a su contrario, que es el mal. Aquí parece que es donde hay que buscar las causas de la variedad y multiplicidad de los seres; el creador de todas las cosas aceptó crear un mundo diverso y múltiple, de acuerdo con la diversidad de condición de las criaturas racionales, cuya diversidad tiene que suponerse concebida por la causa arriba mencionada. Y lo que entendemos por diversidad y variedad es lo que ahora deseamos explicar.
3. Llamamos mundo a todo lo que está encima del cielo, o en el cielo, o sobre la tierra, o en aquellos sitios que llaman las regiones inferiores, o cualquier lugar que exista, juntamente con sus habitantes. Este todo es llamado mundo. En este mundo ciertos seres son supercelestes, esto es, colocados en moradas más felices y vestidos con cuerpos celestes y resplandecientes; y el apóstol muestra que existen estas muchas distinciones: "Y cuerpos hay celestiales, y cuerpos terrestres; mas ciertamente una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrestres" (1Co 15,41). Ciertos seres son terrenales, y entre ellos, es decir, entre los hombres, no hay pequeñas diferencias; porque muchos de ellos son bárbaros, otros* griegos; y de los bárbaros unos son salvajes y feroces, y otros de una disposición más suave. Algunos viven bajo las leyes que han sido escasamente aprobadas; otros, bajo leyes de una clase más común o severa; (vilioribus et asperioribus), mientras que otros poseen costumbres de un carácter inhumano y salvaje, más bien que leyes.
Muchos de ellos, desde la hora de su nacimiento, son reducidos a humillación y sometimiento, y criados como esclavos, puestos bajo el dominio, sea de amos, príncipes o tiranos. Otros, a su vez, son criados en una manera más consonante con la libertad y la razón; unos con cuerpos sanos, otros con cuerpos enfermo desde sus primeros años; algunos con visión defectuosa, otros en oído y el habla; algunos nacidos en buena condición, otros, privados del uso de sus sentidos inmediatamente después del nacimiento, o al menos sufriendo de tal desgracia que difícilmente alcanzan la vida adulta. ¿Y por qué debería repetir y enumerar todos los horrores de la miseria humana, de la que unos han sido libres y otros implicados, cuando cada uno puede sopesarlos y considerarlos por sí mismo?
Hay también ciertos poderes invisibles a los que le han sido confiadas para su administración cosas terrenales; y entre ellos hay que asumir que no es pequeña diferencia que les distingue, igual que se encuentra entre hombres. El apóstol Pablo nos da a entender que hay ciertos poderes inferiores, (inferna), esto entre ellos, de manera parecida, debe buscarse un indudable fundamento de la diversidad.
En cuanto a animales mudos y pájaros, y aquellas criaturas que viven en las aguas, parece superfluo insistir, ya que es seguro que no deben considerarse de un rango primario, sino subordinado.
4. Viendo, entonces, que todas las cosas que han sido creadas por Cristo y en Cristo, como el apóstol Pablo indica con claridad cuando dice: "En Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, o dominios, o principados, o potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él" (Col 1,16). Y como en su Evangelio Juan indica lo mismo, diciendo: " En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios. Este era el principio con Dios, todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1,1-2). También está escrito en los Salmos: "Hiciste todas ellas con sabiduría" (Ps 104,24). Viendo, entonces, que Cristo es, como fue, la Palabra y la Sabiduría, y también la Justicia, indudablemente se seguirá que aquellas cosas que han sido creadas en la Palabra y la Sabiduría, son creadas también en la Justicia que es Cristo; para que en las cosas creadas no aparezca nada injusto o accidental, sino que todas las cosas puedan mostrar que son conforme a la ley de equidad y justicia.
¿Cómo, entonces, puede entenderse que es totalmente justo y recto tan grande variedad de cosas y de tan grande diversidad? Estoy seguro que ningún poder humano ni lenguaje lo pueden explicar, a no ser que como suplicantes postrados oremos a la Palabra, a la Sabiduría, y a la Justicia, que es el Hijo unigénito de Dios, y que, derramándose por su gracia en nuestros sentidos, puede dignarse a iluminar lo que es oscuro, abrir lo que está cerrado, y revelar lo que es secreto; si, de verdad, somos hallados buscando, o llamando con la dignidad suficiente para merecer recibir lo que pedimos o buscamos. No confiando en nuestros propios poderes, sino en la ayuda de la Sabiduría que hizo todas las cosas, y de la Justicia que creemos que está en todas sus criaturas, aunque de momento somos incapaces de declarar, pero, confiando en su misericordia, procuraremos examinar y preguntar cómo la gran variedad y diversidad en el mundo puede aparecer compatible con la honradez y razón. Quiero decir, desde luego, simplemente la razón en general; porque sería una señal de ignorancia, o de locura, buscar y dar una razón especial de cada caso individual.
5. Ahora, cuando decimos que este mundo fue establecido en la variedad en que arriba hemos explicado que fue creado por Dios, y cuando decimos que este Dios es bueno, y justo -el más justo-, hay numerosos individuos, sobre todo los que proceden de la escuela de Marción, y Valentino, y Basílides, que han oído que hay almas de naturalezas diferentes, quienes objetan que no puede ser consistente con la justicia de Dios la creación del mundo que asigna a algunas de sus criaturas una morada en el cielo, y no sólo que les da una mejor vivienda, sino que también les concede una posición más alta y más honorable; favorece a otros con la concesión de principados; otorga poder a algunos, dominios a otros; y a otros los tronos más honorables en los tribunales celestes; permite a unos brillar con una gloria más resplandeciente y con un esplendor estrellado; da a unos la gloria del sol, a otros la gloria de la luna, a otros la gloria de las estrellas; y hace que una estrella se diferencie de otra estrella en gloria. Y brevemente, para hablar de una vez por todas, si Dios Creador no quiere ni la voluntad que emprenda, ni el poder que complete una obra buena y perfecta, ¿qué razón puede haber en la creación de naturalezas racionales, esto es, de seres de cuya existencia Él mismo es la causa, para que algunos sean de rango elevado, otros de segundo y tercero y otros de muchos grados menores e inferiores?
En segundo lugar, nos objetan, respecto a los seres terrestres, ¿cómo que desde el nacimiento a unos se les otorgue un lote más feliz que a otros, cómo un hombre, por ejemplo, engendrado de Abrahán, y nacido de la promesa; y otro también, de Isaac y Rebeca, quien, mientras estaba todavía en la matriz, suplanta a su hermano, y como se dice, es aceptado por Dios antes de nacer. Esta misma circunstancia, sobre todo que un hombre nazca entre los hebreos, entre los que encuentra instrucción en la ley divina; otro entre los griegos, hombres sabios y de no poco estudio; y luego otro entre los etíopes, quienes acostumbran alimentarse de carne humana; o entre los escitas, entre quienes el parricidio es un acto sancionado por la ley; o entre la gente de Tauro, donde los forasteros son ofrecidos en sacrificio, es fundamento de una fuerte objeción.
Su argumento en consecuencia es el siguiente: Si hay esta gran diversidad de circunstancias, y esta diversa condición por nacimiento, en las que la facultad del libre albedrío no tiene ningún alcance (pues nadie escoge para sí dónde, o con quién, o en qué condición nacer); si, entonces, esto no es causado por la diferencia en la naturaleza de las almas, es decir, que un alma de naturaleza mala sea destinada a una mala nación, y un alma buena para una nación justa, ¿qué otra conclusión queda, sino que hay que suponer que las cosas están reguladas por accidente y casualidad?
Y si esto es admitido, entonces, ya no se creerá que el mundo ha sido hecho por Dios, o administrado por su providencia; y, como consecuencia, no debe esperarse el juicio de Dios sobre los hechos de cada individuo. En este asunto, en verdad, lo que es propiamente la verdad de las cosas es el privilegio sólo de aquel que sabe y conoce todas las cosas, incluso lo profundo de Dios.
6. Sin embargo, para que nuestro silencio no sirva de alimento a la audacia de los herejes, responderemos según la medida de nuestras fuerzas a las objeciones que suelen ponernos. Hemos dicho ya muchas veces, apoyándolo con las afirmaciones que hemos podido hallar en las Escrituras, que el Dios creador de todas las cosas es bueno, justo y omnipotente. Cuando Él en un principio creó todo lo que deseó crear, a saber, las criaturas racionales, no tuvo otro motivo para crear fuera de sí mismo, es decir, de su bondad. Ahora bien, siendo Él mismo la única causa de las cosas que habían de ser creadas, y no habiendo en Él diversidad alguna, ni mutación, ni imposibilidad, creó a todas las criaturas iguales e idénticas, pues no había en Él mismo ninguna causa de variedad o diversidad. Sin embargo, habiendo sido otorgada a las criaturas racionales, como hemos mostrado muchas veces, la facultad del libre albedrío, fue esta libertad de su voluntad lo que arrastró a cada una -de las criaturas racionales-, bien a mejorarse con la imitación de Dios, bien a deteriorarse por negligencia. Ésta fue la causa de la diversidad que hay entre las criaturas racionales, la cual proviene, no de la voluntad o intención del Creador, sino del uso de la propia libertad. Pero Dios, que había dispuesto dar a sus criaturas según sus méritos, hizo con la diversidad de los seres intelectuales un solo mundo armónico, el cual, como una casa en la que ha de haber no solo "vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro, unos para usos nobles, y otros para los más bajos" (2Tm 2,20), está provisto con los diversos vasos que son las almas. En mi opinión éstas son las razones por las que se da la diversidad en este mundo, pues la divina providencia da a cada uno lo que corresponde según son sus distintos impulsos y las opciones de las almas. Con esta explicación aparece que el creador no es injusto, pues otorga a cada uno lo que previamente ha merecido; ni nos vemos forzados a pensar que la felicidad o infelicidad de cada uno se debe a un azar de nacimiento o a otra cualquier causa accidental; ni hemos de creer que hay varios creadores o varios orígenes de las almas.
7. Pero, hasta la santa Escritura no me parece que guarde silencio total sobre la naturaleza de este secreto, como cuando el apóstol Pablo, en la discusión del caso de Jacob y Esaú, dice: "Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección, no por las obras, sino por el que llama, permaneciese, le fue dicho que el mayor serviría al menor" (Rm 9,11-12). Y después de esto, se pregunta a sí mismo: "¿Qué diremos entonces? ¿Que hay injusticia en Dios?" (v. 14). Y para poder ofrecernos una oportunidad de investigar estos asuntos, y de averiguar cómo estas cosas no pasan sin una razón, responde: "En ninguna manera".
Porque la misma pregunta, como me parece a mí, que surge sobre Jacob y Esaú, puede plantearse respecto a todas las criaturas celestes y terrestres, y hasta las del mundo inferior también. Y de manera semejante, me parece a mí, que se dice: "Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal", se pudiera decir de otros, "no siendo aún creados, ni habiendo hecho ni bien ni mal", sino "para que el propósito de Dios conforme a la elección, no por las obras, sino por el que llama, permaneciese".
Que algunas cosas (como de cierto se piensa) han sido creadas celestes, por un lado, y por otro, terrenales, y otras debajo de la tierra, "no por obras" (como ellos piensan), "sino por el que llama", ¿qué diremos entonces, si estas cosas son así? ¿Hay injusticia en Dios? De ninguna manera. Así, por tanto, cuando las Escrituras son examinadas cuidadosamente en cuanto a Jacob y Esaú, no se encuentra ninguna injusticia en Dios, tal que se pudiera decir que "antes de que nacieran", o hubieran hecho nada en esta vida, "el mayor servirá al menor". Y como no se considera injusto que incluso en el vientre de su madre Jacob suplantara a su hermano, si sentimos que fue dignamente amado por Dios, según los méritos de su vida previa, como para merecer ser preferido a su hermano; así también ocurre respecto a las criaturas celestes, si notamos que la diversidad no era la condición original de la criatura, sino que debido a las causas que existían previamente, el Creador preparó un oficio diferente para cada uno en proporción al grado de su mérito, sobre este fundamento, en verdad, que cada uno ha sido creado por Dios un entendimiento o un espíritu racional, tiene ganado para sí, según los movimientos de su mente y los sentimientos de su alma, una mayor o menor porción de mérito, y se ha hecho objeto del amor a Dios, o de su rechazo; mientras que algunos que poseen mayor mérito son ordenados, sin embargo, para sufrir con otros para el ornamento del estado del mundo, y para imponer el deber a las criaturas de un grado inferior, para que de este modo ellos mismos puedan ser partícipes de la paciencia del Creador, según las palabras del apóstol: "Porque las criaturas fueron sujetas a vanidad, no de grado, mas por causa del que las sujetó con esperanza" (Rm 8,20). Teniendo en mente, entonces, el sentimiento expresado por el apóstol, cuando, hablando del nacimiento de Esaú y Jacob, dice: "¿Hay injusticia en Dios? De ninguna manera", pienso que este mismo sentimiento debería ser aplicado cuidadosamente al caso de las otras criaturas, porque, como antes comentamos, la justicia del Creador debe aparecer en todo. Y esto, me parece a mí, será visto con más claridad al final, si cada uno de los seres celestes o terrestres o infernales, tienen las causas de su diversidad en ellos, y anterior a su nacimiento corporal. Porque todas las cosas fueron creadas por la Palabra de Dios, y por su Sabiduría, y puestas en orden por su Justicia. Y por la gracia de su compasión Él provee para todos los hombres, y los anima a que empleen cualquier remedio que pueda conducirles a su cura, y los incita a la salvación.
8. Así, pues, no hay duda de que en el día del juicio los buenos serán separado de los malos, y los justos de los injustos, y por la sentencia de Dios todos serán distribuidos según sus méritos en todos aquellos sitios para los cuales son dignos; tal estado de cosas fue anteriormente el caso, según opino y como mostraré en lo que sigue, si Dios lo permite. Porque debe creerse que Dios hace y ordena todas las cosas en todo tiempo según su juicio. Las palabras que el apóstol usa cuando dice: "En una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y asimismo unos para honra, y otros para deshonra" (2Tm 2,20), y lo que añade al decir: "Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra" (2Tm 2,21), señala indudablemente que quien se limpia en esta vida, estará preparado para todo buen trabajo en la vida por venir; mientras que quien no se limpia será, según la cantidad de su impureza, un vaso de deshonra, esto es, indigno.
Es, por tanto, posible entender que anteriormente hubo también vasos racionales, limpios o no, esto es, que se limpiaron a sí mismos o no lo hicieron, y que por consiguiente cada vaso, según la medida de su pureza o impureza, recibió un lugar, o región, o condición de nacimiento, u oficio a desempeñar en este mundo.
Todo lo cual Dios provee y distingue por el poder de su visión hasta el más humilde, arreglando todas las cosas según su juicio director, de acuerdo a la retribución más imparcial, hasta donde cada uno deba ser asistido o cuidado conforme a sus méritos. En el que ciertamente cada principio de equidad se muestra, mientras que la desigualdad de circunstancias preserva la justicia de una retribución según el mérito. Pero el fundamento de los méritos de cada caso individual sólo es reconocido verdadera y claramente por Dios mismo, junto con su Verbo unigénito y su Sabiduría y con el Espíritu Santo.
1. Ya que el discurso nos ha recordado los sujetos de un juicio futuro, de su retribución y de los castigos de los pecadores, según las advertencias de la santa Escritura y el contenido de la enseñanza de la Iglesia, a saber, la venida del juicio futuro, el fuego eterno, las tinieblas de fuera, la prisión, el lago de fuego y otros castigos de semejante naturaleza preparados para los pecadores, veamos cuáles deberían ser nuestras opiniones sobre estos. Para que estos temas puedan exponerse en un orden apropiado, me parece que primero deberíamos considerar la naturaleza de la resurrección, qué podemos saber del cuerpo que vendrá, para castigo o para reposo y felicidad; cuestiones que hemos compuesto en otros tratados sobre la resurrección, en los cuales hemos hablado con gran extensión y mostrado el carácter de nuestras opiniones.
Pero ahora, por causa del orden lógico en nuestro escrito, no será nada absurdo repetir unos pocos puntos de tales obras, sobre todo ya que algunos se ofenden del credo de la Iglesia, como si nuestra creencia en la resurrección fuera necia y totalmente desprovista de sentido; estos son principalmente herejes, a quienes, pienso, hay que responder de la siguiente manera. Si ellos también admiten que hay una resurrección de los muertos, dejemos que nos contesten a esto: ¿Qué es lo que murió? ¿No fue el cuerpo? Si es el cuerpo, entonces habrá resurrección.
Dejemos después que nos digan si piensan que haremos uso del cuerpo o no. Pienso que cuando el apóstol Pablo dice: "Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual" (1Co 15,44), ellos no pueden negar este cuerpo que resucita, o que en la resurrección tendremos cuerpos.
¿Qué entonces? Si es cierto que tendremos cuerpos, y si los cuerpos que cayeron van a levantarse, según se declara (porque solamente de lo que antes ha caído se puede decir con propiedad que se levantará de nuevo) no puede dudarse de que todos se levantarán para ser vestidos por segunda vez en la resurrección. Una cosa está unida a la otra. Pues si los cuerpos se levantan, se levantan sin duda para cubrirnos a nosotros, y si nos es necesario estar revestidos de cuerpos, como de cierto lo es, entonces no debemos revestirnos de ningún otro cuerpo que del nuestro.
Y si es cierto que se levantan de nuevo, y que son cuerpos "espirituales", entonces no hay duda de que sea dicho que se levantan de los muertos, después de haber dejado a un lado la corrupción y la mortalidad, de otro modo, parecería vano y superfluo para cualquiera resucitar de los muertos para volver a morir por segunda vez.
Finalmente, esto se puede comprender con claridad si uno considera cuidadosamente cuáles son las cualidades del cuerpo animal, el cual, una vez sembrado en la tierra, recupera la cualidad de un cuerpo espiritual. Porque es de nuestro cuerpo animal que el poder y la gracia de la resurrección saca un cuerpo espiritual, cuando se transmuta de una condición de indignidad a otra de gloria.
2. Sin embargo, ya que los herejes se creen personas de gran conocimiento y sabiduría, les preguntaremos si cada cuerpo tiene una forma de alguna clase, esto es, formado según algún modelo. Y si dicen que un cuerpo es lo que está formado según ninguna forma, se mostrarán como los más necios e ignorantes de la humanidad. Ya que nadie negará esto, salvo quien es del todo inculto. Pero si, como un asunto de hecho, dicen que ciertamente cada cuerpo es formado según alguna forma definida, les preguntaremos si pueden indicarnos y describirnos la forma de un cuerpo espiritual; lo cual de ningún modo pueden hacer.
Les preguntaremos, además, sobre las diferencias de los que se levantarán. ¿Cómo mostrarán que es cierta la declaración que dice: "Una carne es la de los hombres, y otra carne la de los animales, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrestres; mas ciertamente una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrestres. Otra es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, porque una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción se levantará en incorrupción" (1Co 15,39-42)?
Según esta gradación que existe entre los cuerpos celestes, dejemos que nos muestren las diferencias en la gloria de los que se levantarán; y si ellos han procurado por todos los medios idear un principio que pueda estar de acuerdo con las diferencias de los cuerpos celestes, les pediremos que asignen las diferencias en la resurrección mediante la comparación de los cuerpos terrenales.
Nuestro entendimiento del pasaje es que el apóstol, deseando describir la gran diferencia entre los que se levantan en gloria, esto es, los santos, tomó prestada una comparación de los cuerpos celestes, diciendo, "una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas". Y deseando de nuevo enseñarnos las diferencias que se producirán en la resurrección, sin haberse limpiado en esta vida, esto es, los pecadores, tomó prestado una ilustración de las cosas terrenales, diciendo, "una carne es la de los animales, otra la de los peces, y otra la de las aves". Porque las cosas divinas son dignamente comparadas a los santos, y las cosas terrenales a los pecadores. Estas declaraciones se hacen en respuesta a los que niegan la resurrección de los muertos, esto es, la resurrección de los cuerpos.
3. Ahora dirigiremos la atención a algunos de los nuestros, quienes por debilidad del intelecto o ausencia de instrucción apropiada, adoptan una visión muy baja y abyecta de la resurrección del cuerpo. Preguntamos a estas personas en qué manera entienden que el cuerpo animal cambiará por la gracia de la resurrección, y se hará espiritual, Y, cómo lo que que es sembrado en debilidad surgirá en poder; cómo lo que es plantado en deshonra, surgirá en gloria; y lo que es sembrado en corrupción, será transformado en incorrupción. Porque si ellos creen al apóstol, el cuerpo que se levanta en gloria, poder, e inco-rruptibilidad, ya se ha hecho espiritual. Si esto les aparece absurdo y contrariamente a su significado dicen que puede volver a ser enredado con las pasiones de la carne y la sangre, sabiendo que el apóstol evidentemente declara que "ni la carne y la sangre heredarán el reino de Dios, ni tampoco la corrupción heredará incorrupción" (1Co 15,50), ¿cómo entienden la declaración del apóstol, "todos seremos transformados" (v. 51)?
Esta transformación debe buscarse en el orden que hemos enseñado arriba, y que, sin duda, se convierte para nosotros en esperanza de algo digno de la gracia divina. Y esto será en el orden descrito por el apóstol, semejante a la siembra de un grano de trigo o de cualquier otro producto, al que Dios da el cuerpo que a Él le agrada, tan pronto como el grano de trigo muere. Del mismo modo, también nuestros cuerpos deben caer en tierra como un grano (el germen implantado en él contiene la sustancia corporal), aunque los cuerpos mueran y se corrompan y se esparzan sus miembros, aun así, por la Palabra de Dios, ese mismo germen que siempre está seguro en la sustancia del cuerpo, se levanta de la tierra, restaura y repara los cuerpos, como el poder que está en el grano de trigo, que después de su corrupción y muerte repara y restaura el grano en un cuerpo con tallo y espiga.
Así también, a los que merezcan obtener una herencia en el reino del cielo, aquel germen de la restauración del cuerpo, que hemos mencionado antes, restaurará por mandato divino el cuerpo terrenal y de animal en uno espiritual, capaz de habitar el cielo; mientras que a los que sean de mérito inferior, o de condición más abyecta, o hasta los más bajos en la escala, y totalmente arrojados a un rincón, aun así se les dará una dignidad y gloria de cuerpo en proporción a la dignidad de su vida y su alma; de tal modo, sin embargo, que hasta el cuerpo resurrecto de los que son destinados al fuego eterno o a castigos severos, es por el cambio mismo de la resurrección tan incorruptible, que no puede corromperse ni disolverse ni por castigos más severos. Si, entonces, son tales las cualidades del cuerpo que resucitará de los muertos, veamos ahora cuál es el significado de las amenazas del fuego eterno.
4. En el profeta Isaías encontramos que el fuego con el que cada cual es castigado es descrito como suyo, ya que dice: "Andad a la luz de vuestro fuego, y a las centellas que encendisteis" (Is 1,11). Por estas palabras parece indicarnos que cada pecador enciende por sí mismo la llama de su propio fuego, y no es arrojado en algún fuego que haya sido encendido por otro, o que existía antes de él mismo. El combustible y el alimento de este fuego son nuestros pecados, que son llamados por el apóstol Pablo, "madera, heno y hojarasca" (1Co 3,12).
Y pienso que, como la abundancia de alimentos y provisiones de una clase opuesta a la salud, produce fiebres en el cuerpo, y fiebres de clases diferentes y duración, según la proporción en que el veneno recolectado suministra material y combustible a la enfermedad (la calidad de ese material, recogido de venenos diferentes, provee las causas de que la enfermedad sea más aguda o más persistente); así, cuando el alma ha recogido una multitud de malas obras, y una abundancia de pecados contra sí, en el tiempo fijado todos los males que ha reunido hierven para su castigo y el alma es prendida fuego para su dolor; cuando la mente misma, o la conciencia, que recibe por el poder divino la memoria de todas aquellas cosas en las que había dejado estampados ciertos signos y formas del momento del pecado, verá expuesta delante de sus ojos como una especie de historia de todos sus hechos necios, vergonzosos e impíos.
Entonces, es la conciencia misma acosada y aguijoneada por sus propias acometidas, que se convierte en acusador y testigo contra sí misma. Y pienso que esta era la opinión del mismo apóstol Pablo al decir: "Dando testimonio juntamente sus conciencias, y acusándose y también excusándose sus pensamientos unos con otros; en el día que juzgará el Señor lo encubierto de los hombres, conforme a mi evangelio, por Jesucristo" (Rm 2,15-16). De esto se deduce que en la sustancia del alma se producen ciertas torturas por los mismos efectos hirientes de los pecados.
5. Para que la comprensión de este asunto no resulte muy difícil, podemos sacar algunas consideraciones de los malos efectos producidos por las pasiones en algunas almas, como cuando un alma es encendida por el fuego de amor, o consumida por el celo o la envidia, o cuando se enciende la pasión de la cólera, o cuando uno es consumido por la grandeza de su locura o su dolor, en cuyas ocasiones algunos, encontrando insoportable el exceso de estos males, consideran más tolerable rendirse a la muerte que aguantar permanentemente una tortura de tal clase.
Me preguntarás, sin duda, si en el caso de los que han sido atrapados por los males que provienen de aquellos vicios encima enumerados han sido incapaces, mientras existían en esta vida, de procurar alguna mejora para sí mismos y dejado este mundo en esa condición, será suficiente en el modo de castigo ser torturados por lo que resta en ellos de esos efectos hirientes, esto es, de la cólera, o de la furia, o de la locura, o del dolor, cuyo veneno fatal no estaba en esta vida disminuido por ninguna medicina curativa; o si, esos efectos, al cambiar, serán sometidos a los dolores de un castigo general.
Soy de la opinión que puede entenderse que existe otra especie de castigo, porque, así como sentimos que cuando los miembros del cuerpo son aflojados y arrancados de sus apoyos mutuos, se produce un dolor de la clase más insoportable, así, cuando se encuentre que el alma está más allá del orden, conexión y armonía en la que fue creada por Dios con el propósito de realizar actos buenos y útiles, y no armonice consigo misma en la conexión de sus movimientos racionales, esto se debe considerar como el castigo y la tortura de su propia disensión, y sentir los castigos de su propia condición desordenada. Y cuando esta disolución y desgarro del alma sea probada por el fuego, tendrá lugar una solidificación indudable en una estructura más firme, y una restauración tendrá efecto.
6. Hay también muchas otras cosas que escapan a nuestro conocimiento, y son sabidas sólo por quien es el médico de nuestras almas. Porque si, debido a los malos efectos que traemos sobre nosotros al comer y beber, consideramos necesario para la salud del cuerpo tomar alguna medicina desagradable y dolorosa; a veces incluso, si la naturaleza de nuestra enfermedad lo demanda, requiere el proceso severo de la amputación con un cuchillo; y si la virulencia de la enfermedad trasciende estos remedios, el mal tiene que ser quemado por el fuego; ¡cuánto más no debe entenderse que Dios nuestro Médico, deseando quitar los defectos de nuestras almas, contraídos por pecados y crímenes diferentes, deba emplear medidas penales de esta clase, y aplique, además, el castigo de fuego a los que han perdido la cordura de su mente!
Imágenes de este método de proceder se encuentran igualmente en las santas Escrituras. En el libro de Deute-ronomio, la palabra divina amenaza a pecadores con los castigos de fiebres, y fríos, y la ictericia, y con dolores de debilidad de visión, y enajenación mental y parálisis, y ceguera, y debilidad de los ríñones (Dt 28). Si alguien, entonces, en su tiempo libre, recoge de la totalidad de la Escritura todas las enumeraciones de los males que en las advertencias dirigidas a los pecadores reciben el nombre de enfermedades corporales, encontrará que los vicios del alma, o sus castigos, son indicados en sentido figurado.
Para entender ahora que, de la misma manera que los médicos aplican remedios al enfermo para que recupere la salud por un tratamiento cuidadoso, Dios también trata igualmente a los que han caído en el pecado; se demuestra por esto, la copa de la ira de Dios, ofrecida por medio del profeta Jeremías a todas las naciones, para que beban en ella, y tiemblen y enloquezcan. Al hacer esto, Él les amenaza diciendo que si alguno rechaza beber, no será limpio. Por lo que seguramente tiene que la ira de la venganza de Dios es provechosa para la purgación de las almas. Que el castigo que se aplica por el fuego, también debe entenderse que tiene por objetivo la curación, tal como enseña Isaías, quien habla así de Israel: "Cuando el Señor lavare las inmundicias de las hijas de Sion, y limpiare las sangres de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de ardimiento" (Is 4,4). De los caldeos dice: "Fuego los quemará, no salvarán sus vidas del poder de la llama... Así te serán aquellos con quienes te fatigaste" (Is 47,14-15). Y en otros pasajes dice: "Su Santo por llama que abrase y consuma" (Is 10,17). Y en las profecías de Malaquías dice: "Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata" ().
7. Pero el destino que también es mencionado en los Evangelios de los administradores infieles (Mt 25,14-30), de quienes se dice que fueron divididos, siendo una parte de ellos colocada con los incrédulos, como si la parte que no era suya fuera enviada a otro sitio, indudablemente indica, en mi parecer, algún castigo sobre aquellos cuyo espíritu manifiesta estar separado de su alma. Porque si el Espíritu es de naturaleza divina, se entiende el Espíritu Santo, entenderemos que esto se dice del don del Espíritu Santo; cuando por el bautismo o por la gracia del Espíritu, la palabra de sabiduría, o la de conocimiento, o la de cualquier otro don, ha sido concedido al hombre, y no administrado correctamente, esto es, enterrado en la tierra o atado en un pañuelo; entonces el don del Espíritu será retirado de su alma, y a la otra parte que permanece, es decir la sustancia del alma, se le asignará un lugar entre incrédulos, siendo dividido y separado de aquel Espíritu con quien, al unirse al Señor, tendría que haber sido un espíritu.
Ahora bien, si esto no debe entenderse del Espíritu de Dios, sino de la naturaleza del alma misma, lo que se llama su mejor parte es la que ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios; mientras que la otra parte, la que después de su caída por el ejercicio del libre albedrío, fue asumida contrariamente a la naturaleza de su condición original de pureza -dicha parte, al ser amiga y amante de la materia-, es castigada con el destino de los incrédulos.
Hay también un tercer sentido en el que aquella separación puede ser entendida, a saber, que así como cada creyente, aunque sea el más humilde en la Iglesia, es asistido por un ángel, que, como declara el Salvador, siempre contempla el rostro de Dios Padre (Mt 18,10), y como este ángel era seguramente uno con el objeto de su tutela, así, si éste es hallado indigno por su falta de obediencia, se dice que el ángel de Dios es quitado de él y de su parte -la parte que pertenece a su naturaleza humana-, siendo separada de la parte divina y puesta en un lugar con los incrédulos, porque no observó fielmente las advertencias del ángel asignado a él por Dios.
8. Pero las "tinieblas de afuera" (v. 30) en este juicio, deben entenderse no tanto como alguna atmósfera oscura sin ninguna luz, como aquellas personas que, al estar sumergidas en las tinieblas de la profunda ignorancia, han sido colocadas más allá del alcance de cualquier luz del entendimiento.
También debemos ver, a menos que quizás sea este el significado de la expresión, que así como los santos recibirán los cuerpos en los que han vivido en santidad y pureza en las moradas de esta vida, brillantes y gloriosos después de la resurrección, los malos que en esta vida han gustado las tinieblas del error y la noche de la ignorancia, también serán revestidos con cuerpos tenebrosos y oscuros después de la resurrección, para que la misma niebla de ignorancia que en esta vida había tomado posesión de sus mentes dentro de ellos, pueda aparecer en el futuro como la cubierta externa de su cuerpo. Algo similar es la opinión que puede tenerse de la prisión. Dejemos que estos comentarios, hechos lo más breve posible, sean suficientes para la presente ocasión, para que mientras tanto se mantenga el orden de nuestro discurso.
1. Veamos ahora brevemente qué ideas podemos formarnos acerca de las promesas. Es seguro que no hay ninguna cosa viviente que esté totalmente inactiva y quieta, sino que se deleita en el movimiento de cualquier tipo que sea, en una actividad y volición perpetua; y pienso que este carácter es evidente en todas las cosas vivas. Mucho más, entonces, en un animal racional, es decir, en la naturaleza del hombre, que está en perpetuo movimiento y actividad.
Si el hombre es olvidadizo de sí mismo, e ignorante de en qué se convierte, todos sus esfuerzos se dirigen a servir y usar el cuerpo, y en todos sus movimientos se ocupa de sus propios placeres y lujurias corporales; pero si es uno que estudia cómo cuidar y proveer para el bien general, entonces, consultando sobre el beneficio del estado o la obediencia a los magistrados, se obliga a todo lo que es, o puede parecer que promueve con seguridad el bienestar público.
Y si ahora uno es de tal naturaleza como para entender que hay algo mejor que aquellas cosas que parecen ser corpóreas, y así dedica su trabajo a la sabiduría y a la ciencia, entonces, indudablemente, dirigirá toda su atención a la búsqueda de aquellas disciplinas, para poder, mediante la investigación de la verdad, averiguar las causas y la razón de las cosas.
Por tanto, en esta vida un hombre considera que el mejor bien que puede disfrutar son los placeres corporales; otro, procurar el bien de la comunidad; un tercero, dedicar su atención al estudio y el aprendizaje; investiguemos, pues, si en la vida que es la verdadera (que, como se dice, está escondida con Cristo en Dios, esto es, la vida eterna), se encuentra para nosotros algún orden y condición de existencia.
2. Ciertas personas, rechazando el trabajo de pensar, y adoptando una visión superficial de la letra de la ley, y cediendo en buena medida a las indulgencias de sus propios deseos y lujurias, siendo discípulos sólo de la letra, son de la opinión de que el cumplimiento de las promesas futuras debe buscarse en el placer corporal y el lujo; por lo tanto, desean volver a tener todo, después de la resurrección, tales estructuras corporales que nunca puedan estar sin el poder de comer y beber, y sin realizar todas las funciones de la carne y la sangre, no siguen la opinión del apóstol Pablo en cuanto a la resurrección del cuerpo espiritual. Y, por consiguiente, dicen, después de la resurrección habrá matrimonios y concepción de niños, imaginándose que la ciudad terrenal de Jerusalén será reconstruida, sus fundaciones montadas sobre piedras preciosas, y sus paredes construidas de jaspe, y sus almenas de cristal; que tendrá un muro compuesto de muchas piedras preciosas, como jaspe, zafiro, ágata, esmeralda, sardónica, ónice, crisólito, crisopraso, berilio, jacinto y amatista.
Piensan, además, que los nativos de otras naciones les serán dados como ministros de sus placeres, que emplearán en el cultivo del campo o en la construcción de las murallas, por quienes su ciudad arruinada y caída debe ser levantada de nuevo. Y piensan que han de recibir la riqueza de las naciones y que ellos tendrán el control de la riqueza; esto y hasta que los camellos de Media y Kedar vendrán, y les traerán oro, incienso y piedras preciosas. Creen que pueden fundamentar estas teorías sobre la autoridad de los profetas, respecto a lo que está escrito en cuanto a Jerusalén; y sobre aquellos pasajes donde se dice que los que sirven al Señor comerán y beberán, pero los pecadores tendrán hambre y sed; que el justo estará alegre, pero que dolor poseerá el impío. Y también del Nuevo Testamento el dicho del Salvador, donde promete a sus discípulos acerca de la alegría del vino, diciendo: "Desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre" (Mt 26,29).
Añaden, además, la declaración en la que el Salvador llama bienaventurados a los que ahora tienen hambre y sed (Mt 5,6), prometiéndoles que serán saciados; y aducen muchas otras ilustraciones bíblicas, el significado de las cuales no perciben que se debe tomar en sentido figurado.
Entonces, otra vez, de acuerdo a la forma de cosas de esta vida, y según las gradaciones de las dignidades o rangos de este mundo, o la grandeza de sus poderes, piensan que ellos deben ser reyes y príncipes, como aquellos monarcas terrenales que ahora existen; principalmente como aparece en aquella expresión del Evangelio: "Reina sobre cinco ciudades" (Lc 19,19). Dicho con pocas palabras, ellos desean que se cumplan todas las cosas conforme a la manera de ser de esta vida, es decir, que lo que es ahora vuelva a existir entonces. Tales son las opiniones de los que, creyendo en Cristo, entienden las Escrituras divinas en una especie de sentido judío, extrayendo de ellas nada digno de las promesas divinas.
3. Aquellos que reciben las representaciones de la Escritura según el entendimiento de los apóstoles, albergan la esperanza de que los santos comerán, ciertamente, pero será el pan de vida que puede alimentar el alma con el alimento de la verdad y la sabiduría, e iluminar la mente, y beber de la copa de la sabiduría divina, según la declaración de la santa Escritura: "La sabiduría puso su mesa. Envió sus criadas; sobre lo más alto de la ciudad clamó: Cualquiera simple, venga acá. A los faltos de cordura dijo: Venid, comed mi pan, y bebed del vino que yo he templado" (Pr 9,1-5). Por este alimento de sabiduría, el entendimiento, siendo cuidado hasta una condición entera y perfecta como la que tuvo el hombre al principio, es restaurado a la imagen y la semejanza de Dios; para que, aunque un individuo pueda haber abandonado esta vida con una instrucción menos perfecta, pero que ha hecho obras que son aprobadas (opera probabilia), será capaz de recibir más instrucción en aquella Jerusalén, la ciudad de los santos, esto es, será educado, moldeado y hecho una piedra viviente, piedra elegida y preciosa, porque ha sufrido con firmeza y constancia las luchas de la vida y las pruebas de la piedad; y allí llegará a un conocimiento más verdadero y más claro del que aquí ya se había predicho, a saber, "que el hombre no vivirá sólo de pan, mas de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8,3). Y también tiene que entenderse que serán príncipes y señores, que gobernarán sobre los de rango inferior y los instruirán y enseñarán, entrenándolos en las cosas divinas.
4. Pero si estas concepciones no llenan las mentes de los que esperan tales resultados con un deseo apropiado para ellos, volvamos un poco atrás e, independientemente del deseo natural e innato de la mente por la cosa misma, investiguemos de modo que podamos ser capaces de describir al menos las misma formas del pan de vida, y la calidad de aquel vino, y la peculiar naturaleza de los principados, todos conforme a la visión espiritual de las cosas.
En las artes que por lo general se realizan mediante el trabajo manual, la razón por la que se hace una cosa, o por qué es de una calidad especial, o con un propósito especial, es objeto de investigación para la mente (versatur in sensu), mientras que el trabajo real se despliega ante la vista por la agencia de las manos; así, en aquellas obras de Dios que han sido creadas por El, debe observarse que la razón y el entendimiento de aquellas cosas que vemos hechas por Él permanecen restos sin revelar. Y así, cuando nuestro ojo contempla los productos del trabajo de un artista, la mente al percibir algo de excelencia artística insólita, de inmediato arde en deseos de conocer cuál es su naturaleza, cómo fue formada, o con qué propósito se le dio forma; así, en un grado mucho mayor, y más allá de toda comparación, la mente arde con un deseo inexplicable de conocer la razón de lo que vemos hecho por Dios.
Este deseo, este anhelo, creemos que está incuestionablemente implantado por Dios dentro de nosotros; y como el ojo busca naturalmente la luz y la visión, y nuestro cuerpo desea naturalmente el alimento y la bebida, nuestra mente es poseída por un deseo apropiado y natural de enterarse de la verdad de Dios y de las causas de las cosas. Hemos recibido ese deseo de Dios no para que nunca sea satisfecho o capaz de recibir satisfacción; de otro modo, parecería que el amor a la verdad ha sido implantado por Dios en nuestras mentes sin propósito, como si nunca llegara a tener una oportunidad de satisfacción.
El bosquejo presente de la imagen perfecta
De aquí también, incluso en esta vida, los que se dedican a sí mismos con gran trabajo al logro de la piedad y de la religión, aunque obteniendo sólo algunos fragmentos pequeños de los numerosos e inmensos tesoros del conocimiento divino, aun así, por el mismo hecho de que su mente y alma están comprometidas en esa búsqueda, y que en la impaciencia de su deseo se exceden a sí mismos, sacan mucho provecho; y, porque sus mentes se dirigen al estudio y al amor de la investigación de la verdad, se preparan para recibir la instrucción que ha de venir; como si, cuando uno quiere pintar una imagen, primero traza con un lápiz ligero los contornos de la imagen en concreto, y prepara las señales que reciban los rasgos que deben añadirse después; este bosquejo preliminar del contorno se hace para preparar el modo en que se han de plasmar los verdaderos colores de la imagen; así, en cierta medida, un contorno y un bosquejo pueden ser trazados sobre las tablas de nuestro corazón por el lápiz del Señor Jesucristo. Y quizás por esto se dice: "A cualquiera que tuviere, le será dado" (Lc 19,26). Por esto queda establecido que a ios que en esta vida poseen una especie de contorno de verdad y conocimiento, se les agregará en el futuro la belleza de una imagen perfecta.
5. Un deseo semejante creo que fue indicado por quien dijo: "Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor" (Ph 1,23). Sabiendo que cuando estuviera con Cristo, conocería con más claridad las razones de todas las cosas que se hacen sobre la tierra, sea respecto al hombre, o al alma del hombre, o la mente; o a cualquier otro asunto, como, por ejemplo, qué es el Espíritu que opera; también, qué es el espíritu vital, o qué es la gracia del Espíritu Santo que se da a los creyentes. Entonces también sabría qué es lo que parece ser Israel, o qué se quiere indicar por la diversidad de naciones; o qué significan las doce tribus de Israel, y qué los individuos de cada tribu. Entonces también entenderá la razón de los sacerdotes y levitas, y de las diferentes órdenes sacerdotales, el tipo de las cuales estaba en Moisés, y también cuál es el verdadero significado de los jubileos, y los motivos para los días de fiesta, y días santos, y para todos los sacrificios y purificaciones.
También percibirá la razón de la limpieza de la lepra, y qué son las diferentes clases de lepra, y la razón de la impureza de los que pierden su semilla. Llegará a saber, además, qué son las influencias buenas (virtutes), su grandeza y sus calidades; y también aquellas que son de una clase contraria, y cuál la afección de las primeras, y qué la emulación de los conflictos de las últimas hacia los hombres. Contemplará también la naturaleza del alma y la diversidad de los animales (de los que viven en el agua, en el aire y de bestias salvajes), y por qué cada uno de los géneros es subdividido en tantas especies; y cuál la intención del Creador, o qué propósito de su sabiduría se ocultaba en cada cosa individual.
Se familiarizará, también, con la razón de por qué se encuentran asociadas ciertas propiedades con ciertas raíces o hierbas, y por qué, de otra parte, los malos efectos son contrarrestados por otras hierbas y raíces. Sabrá, además, la naturaleza de los ángeles falsos, y la razón por la que tienen el poder de adular en algunas cosas a los que no los desprecian con el poder total de la fe, y por qué existen con el objetivo de engañar y pervertir a los hombres. Aprenderá, también, el juicio de la Providencia divina sobre cada cosa individual; y de todos los sucesos que acontecen a los hombres, que ninguno ocurre por casualidad o por accidente, sino conforme a un plan cuidadosamente considerado, y tan estupendo, que no pasa por alto ni el número del cabello de la cabeza, no sólo de los santos, sino quizás de todos los seres humanos, y el plan que el gobierno providencial amplía hasta preocuparse por la venta de dos gorriones por un denario, tanto si los gorriones se entienden en sentido figurado como literal. Ahora, ciertamente, este gobierno providencial es todavía un tema de investigación, pero entonces se manifestará totalmente.
De todo ello debemos suponer que no ha de pasar poco tiempo hasta conocer la razón de aquellas cosas terrenales que merecen ser recordadas después de abandonar esta vida. Entonces, aquella atmósfera situada entre el cielo y la tierra no está desprovista de habitantes, y de una clase racional, como el apóstol dice: "En otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia" (Ep 2,2). Y otra vez dice: "Seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1Th 4,17).
6. Debemos suponer, por lo tanto, que los santos permanecerán allí hasta que reconozcan el doble modo de gobierno de aquellas cosas que son realizadas en el aire. Y cuando digo "el doble modo" quiero decir esto: Cuando estábamos sobre la tierra, veíamos animales o árboles, y contemplamos las diferencias entre ellos, y también la gran diversidad entre hombres; pero aunque vimos estas cosas, no entendimos la razón de ellas; y esto se nos sugirió únicamente por la diversidad visible, para que examináramos e investigáramos por qué principio han sido creadas o diversamente ordenadas.
El celo o deseo de conocimiento que concebimos en la tierra, recibirá plena satisfacción de pleno entendimiento y comprensión que nos serán concedidos después de la muerte. Entonces, cumplidos los anhelos del ansia de verdad, entenderemos de una manera doble lo que vimos sobre la tierra. Algo parecido debemos sostener en cuanto a esta morada en el aire. Pienso que todos los santos que se marchan de esta vida permanecerán en algún lugar situado sobre la tierra, el que la santa Escritura llamaba el paraíso, como un lugar de instrucción y, por así decir, clase o escuela de almas, donde los santos serán instruidos en cuanto a todas las cosas que hayan visto sobre la tierra, y también recibirán alguna información sobre las cosas que seguirán en el futuro, como las que en esta vida habían obtenido en algunas indicaciones sobre acontecimientos futuros, aunque como "por un cristal misteriosamente", todo lo cual será revelado distinta y claramente a los santos en el tiempo y lugar apropiados.
Si alguien de verdad es puro de corazón, santo de mente y experimentado en la percepción, hará progresos más rápidos, ascendiendo con prontitud a un lugar en el aire hasta alcanzar el reino del cielo, por medio de aquellas mansiones en los distintos lugares que los griegos han llamado esferas, esto es, globos, pero que la santa Escritura ha llamado cielos; en cada uno de los cuales primero verá claramente lo que se hace ahí, y en segundo lugar, descubrirá la razón por la que son hechas las cosas; y así irá pasando en orden por todas las gradaciones, siguiendo a aquel que ha traspasado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, quien dijo: "Que donde yo estoy, ellos estén también conmigo" (Jn 17,24).
De esta diversidad de sitios nos habla, cuando dice: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay" (Jn 14,2). Él mismo está en todas partes, y pasa rápidamente por todas las cosas; entonces no le entenderemos más como existiendo en los estrechos confines en que se limitó por nuestro bien, es decir, no circunscrito a aquel cuerpo que tuvo sobre la tierra, morando entre hombres, según el cual podría considerarse como recluido en un lugar.
7. Cuando los santos alcancen las moradas celestiales verán claro la naturaleza de las estrellas una por una, y entenderán si están dotadas de vida, o cuál es su condición.
Comprenderán también las demás razones para las obras de Dios, que Él mismo les revelará. Porque Dios les mostrará, como a niños, las causas de todas las cosas y el poder de su creación, y les explicará por qué esa estrella fue colocada en su lugar particular en el cielo, y por qué fue separada de otra por un espacio intermedio tan grande; cuál, por ejemplo, hubiera sido la consecuencia de haber estado más cerca o más lejos, o cómo, si esa estrella hubiera sido más grande que esta, la totalidad de las cosas no hubiera permanecido igual, sin que todo hubiera sido transformado en una condición diferente de ser. Y así, cuando hayan terminado todos los asuntos relacionados con las estrellas y con las revoluciones celestiales, vendrán a las cosas que no se ven, o a aquellas de quienes sólo han oído su nombre, y a cosas que son invisibles, que el apóstol Pablo nos informa que son numerosas, aunque lo que son y las diferencias que existen entre ellas, no podamos conjeturarlo con nuestro débil intelecto.
Y así, la naturaleza racional, creciendo por cada peldaño individual, no como creció en esta vida en la carne, en el cuerpo y en el alma, sino aumentada en entendimiento y en poder de percepción, se levanta como una mente perfecta hacia un conocimiento perfecto, sin los impedimentos de los sentidos carnales, sino acrecentada en crecimiento intelectual, y siempre contemplando puramente, por así decirlo, cara a cara, las causas de las cosas, logra su perfección, primero por la que asciende a la verdad, y segundo, por la que mora en ella, teniendo los problemas y el entendimiento de las cosas y las causas de los eventos como alimento que festejar.
Porque si en esta vida nuestros cuerpos crecían físicamente hacia lo que son, gracias a la suficiencia de comida en la infancia, supliendo los medios de crecimiento; después de alcanzar el peso debido, ya no ustilizamos la comida para crecer, sino para vivir y así perseverar en esta vida. Pienso que así también, la mente, cuando ya ha alcanzado su perfección, se alimenta de comida adecuada y apropiada en tal grado que nada es deficiente o superfluo.
En todas las cosas esta comida debe entenderse como la contemplación y entendimiento de Dios, el cual es la medida apropiada y adecuada para esta naturaleza, que fue hecha y creada. Esta medida debe observarse y ser la propia de cada uno de los que comienzan a ver a Dios, es decir, a entenderle mediante la pureza del corazón.