1. Ya que en la predicación de la Iglesia se incluye la doctrina del juicio justo de Dios, que, cuando se cree que es verdadero, incita a los que lo oyen a vivir virtuosamen te y evitar el pecado cueste lo que cueste, puesto que se reconoce evidentemente que las cosas dignas de alabanza o de condenación están dentro de nuestro propio poder, consideremos unos cuantos puntos respecto a la libertad de la voluntad, una de las cuestiones más necesarias de todas. Y para que podamos entender qué es la libertad de la voluntad es necesario estudiar y declarar con precisión el concepto y sujeto que tenemos delante de nosotros.
2. De las cosas que se mueven, unas tienen dentro la causa de su movimiento; otras sólo son movidas desde fuera. Ahora, sólo las cosas portátiles son movidas desde fuera, como trozos de madera, piedras, y toda materia que se mantiene unida según su sola constitución. Quitemos de nuestra consideración lo que se llama el flujo de la moción de los cuerpos, ya que no es necesario para nuestro objetivo presente.
Pero los animales y las plantas tienen la causa de su moción dentro de ellos, y en general todo es mantenido unido por la naturaleza y un alma, a cuya clase, dicen algunos, también pertenecen los metales. Además de estos, el fuego también es automovido, y quizás también las fuentes de agua. Ahora, de aquellas cosas que tienen la causa de su moción dentro de ellas, algunas, se dice, son movidas desde fuera, otras desde ellos; las cosas sin vida, desde fuera de ellas; las cosas animadas, desde sí mismas. Porque las cosas animadas son movidas por ellas, una fantasía brota en ellas que las incita al esfuerzo. En ciertos animales las fantasías se forman para provocar el esfuerzo, la naturaleza de la fantasía provoca el esfuerzo de una manera ordenada, como en la araña se forma la fantasía de tejido, a la que sigue la tentativa de tejerlo, la naturaleza de su fantasía incita al insecto de una manera ordenada sólo a esto. Y además de su naturaleza "fantasial", se cree que nada más pertenece al insecto. En la abeja se forma la fantasía de producir cera.
3. El animal racional, sin embargo, tiene además ra zón, en adición a su naturaleza "fantasial", por la que juzga las fantasías y desaprueba unas y acepta otras, para que el animal pueda conducirse según ellas. Por lo tanto, ya que en la naturaleza de la razón hay ayudas para con templar la virtud y el vicio, nosotros seleccionamos uno y evitamos otro, mereciendo alabanzas cuando nos entre gamos a la práctica de la virtud, y censuras cuando hace mos lo opuesto.
Sin embargo, no debemos ignorar que la mayor parte de la naturaleza asignada a todas las cosas varía en cantidad entre animales, en mayor y menor grado; para que el instinto en los perros de caza y en caballos de guerra se aproximen, por así decirlo, en alguna medida a la facultad de la razón. Ahora, caer bajo algunas de esas causas externas que mueven dentro de nosotros esta fantasía u otra, son cosas que no dependen de nosotros; pero determinar que usaremos la ocurrencia de este u otro modo diferente, es la prerrogativa nada menos que de la razón dentro dé nosotros, la cual, cuando se presenta la ocasión, despierta esfuerzos que nos incitan a lo que es virtuoso, o a desviarnos hacia su opuesto.
4. Pero si alguien mantiene que esta causa externa es de tal naturaleza que es imposible resistirse cuando así viene, dejemos que dirija su atención a sus propios sen timientos y movimientos, y vea si no hay aprobación, y asentimiento, e inclinación del principio de control hacia algún objeto debido a algunos argumentos engañosos. Por ejemplo, por poner un caso, si una mujer aparece ante un hombre que ha determinado ser casto y abstenerse de la cópula carnal, y lo incita a actuar contrariamente a su propósito, no es la causa absoluta o completa para anular su determinación. Porque, estando totalmente contento con la atracción del placer y no deseando ofrecerle resistencia o mantener su propósito, comete un acto licencioso. Otro hombre, por su parte, cuando le ocurre lo mismo, pero ha recibido más instrucción, y se ha autodisciplina-do, también se topa con encantos y tentaciones; pero su razón, como reforzada hasta su punto más alto, y entrenada cuidadosamente y confirmada en sus ideas sobre el curso virtuoso a seguir, rechaza la incitación y extingue el deseo.
5. Siendo este el caso, decir que somos movidos desde fuera, y quitar la responsabilidad de nosotros, declarando que somos como un trozo de madera o una piedra que son arrastrados por aquellas causas que actúan sobre ellos desde fuera, no es ni verdadero, ni conforme a la razón, sino que es la declaración de uno que desea destruir la concepción del libre albedrío. Ya que si nosotros le preguntamos qué es la libre voluntad, él diría que consiste en esto: que intentando hacer alguna cosa, ninguna causa externa interviene para incitar a lo opuesto.
Culpar a la mera constitución del cuerpo es absurdo; porque la razón disciplinaria, cuando toma a los que son los más inmoderados y salvajes (si siguen su exhortación), efectúa una transformación, que la alteración y el cambio para mejor es extensivo; los hombres más licenciosos con frecuencia se hacen mejor que los que antes no parecieron ser tal por naturaleza; y los más salvajes pasa responsabilidad usarlos de un modo u otro, habiendo recibido la razón como un juez e investigador de la manera en que deberíamos enfrentar los acontecimientos que nos vienen de fuera.
6. Ahora, ya que nuestra tarea es vivir virtuosamente, y que Dios lo pide de nosotros, no dependemos de Él, ni de ningún otro, ni, como algunos piensan, del destino, sino de nuestro propio obrar, como muestra el profeta Miqueas cuando dice: "Oh hombre, Él te ha declarado qué sea lo bueno, y qué pide de ti el Señor: solamente hacer juicio, y amar misericordia, y humillarte para andar con tu Dios" (Mi 6,8). Y Moisés: "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; Porque yo te mando hoy que ames al Señor tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos y sus estatutos y sus derechos, para que vivas y seas multiplicado" (Dt 30,15-16). Isaías también: "Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho" (Is 1,19-20). Y en los Salmos: "¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un nada habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano sobre sus adversarios" (Ps 81,13-14), mostrando que estaba en el poder de su pueblo oír y andar en los caminos de Dios.
El Salvador también, cuando ordena: "Mas yo os digo: No resistáis al mal" (Mt 5,39). Y: "Cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio" (Mt 5,22). Y: "Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28). Y así, por cualquier otro mandamiento que da, declara que depende de nosotros observar lo que nos ha impuesto, y que seremos culpables de condenación si lo transgredimos.
Dice además: "Cualquiera que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña". "Pero cualquiera que me oye estas palabras, y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena" (Mt 7,24-26). Y cuando dice a los que están en su mano derecha: "Venid, benditos de mi Padre", etc.; "ya que yo era quien tenía hambre, y vosotros me disteis de comer; yo era el sediento, y vosotros me disteis de beber" (Mt 25,34). Esto es sumamente manifiesto cuando hace esta promesa a los que eran dignos de alabanza. Pero, por el contrario, a otros, al ser culpables de censura en comparación con los otros, les dice: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,41).
Observemos que también Pablo nos trata como quienes están dotados de libre voluntad, y responsables de la causa de nuestra ruina o de nuestra salvación. Dice así: "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Mas por tu dureza, y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios; el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: A los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, la vida eterna. Mas a los que son contenciosos, y no obedecen a la verdad, antes obedecen a la injusticia, enojo e ira; tribulación y angustia sobre toda persona humana que obra lo malo, el judío primeramente, y también el griego. Mas gloria y honra y paz a cualquiera que obra el bien, al judío primeramente, y también al griego" (Rm 2,4-10). Hay, en verdad, innumerables textos de las Escrituras que establecen con sobrada claridad la existencia de la libre voluntad.
7. Pero, ya que ciertas declaraciones del Antiguo Testamento y del Nuevo llevan a la conclusión opuesta, a saber, que no depende de nosotros guardar los mandamientos y ser salvos, o transgredirlos y perdernos, veá-moslas una por una, y consideremos la explicación de ellas, de modo que mediante aquello que aducimos, cualquiera pueda elegir los pasajes que parecen negar la libre voluntad y considere lo que se ha dicho de ellos por vía de explicación.
Las declaraciones sobre el Faraón han preocupado a muchos, pues Dios declara varias veces: "Endureceré el corazón del Faraón" (Ex 4,21 Ex 7,3). Porque si es endurecido por Dios y comete pecado a consecuencia del endurecimiento, no es él la causa de pecado; y si es así, entonces el Faraón no posee libre albedrío.
Alguien dirá que, de un modo semejante, los que se pierden no tienen libre albedrío, y no se pierden por sí mismos. La declaración, también, de Ezequiel: "Les daré un corazón, y espíritu nuevo daré en sus entrañas; y quitaré el corazón de piedra de su carne, y les daré corazón de carne; para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis juicios y los cumplan" (Ez 11,19-20). Esto podría llevar a pensar que es Dios quien da el poder de andar en sus mandamientos, y guardar sus preceptos, al retirar el obstáculo, es decir, el corazón de piedra, e implantar un corazón mejor, es decir, de carne.
Miremos también el pasaje del Evangelio, donde el Salvador responde a los que preguntaron por qué se dirigía a la multitud con parábolas. Sus palabras son: "Para que viendo, vean y no echen de ver; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados" (Mc 4,12). También el texto de Pablo: "Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Rm 9,16). Las declaraciones en otros sitios que dicen: "Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Ph 2,13). "De manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece. Me dirás pues: ¿Por qué, pues, se enoja? Porque ¿quién resistirá a su voluntad?" (Rm 9,18-19). "Esta persuasión no es de aquel que os llama" (Ga 5,8). "Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al qufe le labró: ¿Por qué me has hecho tal? ¿O no tiene potestad el alfarero para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para vergüenza?" (Rm 9,20). Estos pasajes son suficientes para preocupar a la multitud, como si el hombre no poseyera libre albedrío, y como si fuera Dios quien salva o destruye a quien Él quiere.
8. Comencemos, pues, con las palabras que se dijeron del Faraón, que fue endurecido por Dios para que no dejara salir a su pueblo, junto a las cuales también examinaremos la declaración del apóstol: "De manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece" (Rm 9,18). Y tan cierto es que los que sostienen opiniones diferentes emplean mal estos pasajes, es que también destruyen el libre albedrío al introducir naturalezas arruinadas incapaces de salvación, y otras que son salvadas sin posibilidad de perderse. El Faraón, dicen, al ser de una naturaleza perdida, fue lógicamente endurecido por Dios, quien tiene compasión de lo espiritual, pero endurece lo terrenal. Veamos lo que quieren dar a entender.
Les preguntaremos si ellos piensan que el Faraón fue una naturaleza terrenal; y, cuando contesten, les diremos que quien es de naturaleza terrenal es totalmente desobediente a Dios: Pero si desobediente, ¿qué necesidad hay de endurecer su corazón, y no una sola vez, sino varias? A no ser, quizás, que le fuera posible obedecer (en cuyo caso seguramente habría obedecido, al no ser terrenal cuando le presionaron con fuerza los signos y maravillas), y Dios necesitara que fuera desobediente en un grado superior para que pudiera manifestar sus hechos poderosos para la salvación de la multitud y, por lo tanto, endurecer su corazón. Esta será nuestra respuesta, en primer lugar, en orden a derribar su suposición de que el Faraón era de naturaleza perdida. La misma respuesta debe darse en lo que concierne a la declaración del apóstol. Porque, ¿a quiénes endurece Dios? A los que perecen, como si pudieran obedecer a menos que sean endurecidos; o, manifiestamente, a los que serían salvos ya que no son de naturaleza perdida. ¿Y de quiénes tiene misericordia? ¿Es de los que deben salvarse? ¿Y cómo es que hay necesidad de una segunda misericordia para los que ya han sido preparados para la salvación, quienes serán bienaventurados de todos modos debido a su naturaleza? A no ser, quizás, que sean capaces de incurrir en perdición, si no reciben misericordia; obtendrán misericordia para que puedan no incurrir en la destrucción de la que son capaces, sino que pueden estar en la condición de los que son salvos. Y esta es nuestra respuesta a tales personas.
9. Pero a los que piensan que ellos entienden el término "endurecer" debemos dirigir la siguiente pregunta: ¿Qué quieren decir al afirmar que Dios, por su obra, endurece el corazón y con qué propósito lo hace? Pero permitamos que observen la concepción de un Dios que es en realidad justo y bueno; pero si no nos permiten esto, dejemos que se les conceda de momento que Dios es justo; y que nos muestren ellos cómo el Dios bueno y justo, o el Dios sólo justo, aparece justo al endurecer el corazón que perece debido a su endurecimiento; y cómo este Dios justo se convierte en causa de destrucción y desobediencia, cuando los hombres son castigados por Él debido a su dureza y desobediencia.
Y por qué encuentra una falta en Faraón, cuando dice: "¿Todavía te ensalzas tú contra mi pueblo, para no dejarlos ir?... He aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito" (Ex 9,17 Ex 4,23). "Heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así en los hombres como en las bestias" (Ex 12,12), y todo lo que se registra como hablado por Dios al Faraón mediante la intervención de Moisés. Porque quien cree que las Escrituras son verdaderas, y que Dios es justo, necesariamente debe procurar, si es honesto, hacer ver que Dios, al utilizar tales expresiones, puede entenderse claramente como justo. Pero si alguien se levantara, declarando con la cabeza descubierta, que el Creador del mundo estaba inclinado a la maldad, nosotros no necesitaríamos más palabras para contestarle.
10. Pero ya que ellos dicen que consideran a Dios justo, nosotros como justo y al mismo tiempo bueno, veamos cómo el Dios bueno y justo podría endurecer el corazón de Faraón.
Considera, entonces, si mediante una ilustración usada por el apóstol en la Epístola a los Hebreos, somos capaces de demostrar que por una operación (energeia) Dios tiene compasión de un hombre mientras que endurece a otro, aunque sin intención de endurecerlo, sino teniendo un buen propósito, el endurecimiento sigue como consecuencia de un principio de inherente maldad en tales personas, y así se dice que "a quien quiere endurecer endurece".
"Porque la tierra -dice- que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición; cuyo fin será el ser abrasada" (He 6,7-8). Respecto a la lluvia hay una operación; y al ser una operación de la lluvia, la tierra que es cultivada produce frutos, mientras que la que es descuidada y abandonada produce espinos. Ahora bien, podría parecer profano para quien hace llover, que dijera: "Yo produzco los frutos, y los espinos son de la tierra" y aun así, aunque profano, es verdadero.
Porque si la lluvia no cayera no habría ni frutos ni espinos, pero habiendo caído, a su debido tiempo y con moderación, produce ambos. La tierra, por su parte, que bebe de la lluvia que cae sobre ella y aun así produce cardos y espinos, es rechazada y casi maldecida. La bendición, pues, de la lluvia descendió incluso hasta la tierra inferior, pero al estar descuidada e incultivada, produce espinos y abrojos. Del mismo modo, las obras maravillosas de Dios se realizan también como si fueran lluvia, mientras que los diferentes propósitos son, como si dijéramos, la tierra cultivada y la tierra abandonada, pero sin olvidar que la naturaleza de la tierra es la misma."
11. Y si el sol, como emitiendo una palabra, dijera "licúo y seco", siendo cosas opuestas la licuación y el secamiento, no hablaría falsamente en cuanto al punto en cuestión; la cera se derrite y el fango se seca por el mismo calor; entonces la misma operación, que fue realizada mediante la instrumentalidad de Moisés, probó la dureza de Faraón, por una parte, el resultado de su maldad, y, por otra, su permisión al dejar marchar a la multitud mixta de egipcios que salieron con los hebreos.
La breve declaración de que el corazón de Faraón se ablandó cuando dijo: "Yo os dejaré ir para que sacrifiquéis al Señor vuestro Dios en el desierto, con tal que no vayáis más lejos... camino de tres días" (Ex 8,28), dejando a sus esposas y ganados, cediendo poco a poco antes de los signos, prueba que las maravillas hicieron alguna impresión hasta en él, aunque no consiguieron todo lo que podrían haber logrado.
Aun así, esto no hubiera pasado, si lo que es supuesto por muchos -el endurecimiento del corazón del Faraón-, hubiera sido producido por Dios mismo. Y no es absurdo ablandar tales expresiones de acuerdo al uso común; porque los buenos señores a menudo dicen a sus siervos, cuando se echan a perder por su bondad y paciencia: "Te he hecho daño, y no soy culpable de ofensas de tal enormidad". Porque debemos atender al carácter y la fuerza de la frase, y no discutir sofísticamente, desatendiendo el significado de la expresión.
Pablo, por fin, que ha examinado estos puntos claramente, dice al pecador: "¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Mas por tu dureza, y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios" (Rm 2,4). Ahora dejemos que lo que el apóstol dice al pecador se aplique al Faraón, y veamos que las advertencias que se le hicieron, se le hicieron con propiedad, ya que, según su dureza y su corazón impenitente, atesoraba ira para el día de la ira; puesto que su dureza nunca habría sido demostrada, ni puesta de manifiesto a menos que se hubieran realizado los signos y milagros en número tan grande y tal magnificencia.
12. Pero ya que estas narraciones son lentas para asegurar el asentimiento, y se consideran como forzadas, consideremos también las declaraciones proféticas, y veamos lo que los profetas declaran en cuanto a los que aunque al principio experimentaron la gran bondad de Dios, no la vivieron virtuosamente, sino que cayeron en pecado. "¿Por qué, oh Señor, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor? Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad. Por poco tiempo lo poseyó el pueblo de tu santidad; nuestros enemigos han hollado tu santuario" (Is 63,17). Y en Jeremías: "Me alucinaste, oh Señor, y me hallo frustrado: más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido; cada cual se burla de mí" (Jr 20,7). Porque la expresión, "¿Por qué, oh Señor, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?" pronunciada por los que piden misericordia, tomada en sentido figurado y moral viene a decir: "¿Por qué nos has dejado tanto tiempo y no nos has visitado por causa de nuestros pecados, sino que nos abandonas hasta que nuestras transgresiones lleguen a su límite?"
A menos que un caballo sienta continuamente la espuela de su jinete y tenga su boca frenada por el bocado (frenis ferratis), se endurece. Un niño que no sea disciplinado con el castigo, crecerá hasta ser un joven insolente, listo para caer de cabeza en el vicio. Por eso Dios abandona y olvida a quienes ha juzgado indignos de castigo. "Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo" (He 12,6). De aquí debemos suponer que quienes han sido admitidos en la familia y en el afecto filial son los que han merecido ser castigados y azotados por el Señor, de manera que, soportando las pruebas, puedan decir: "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o cuchillo? (Rm 8,35). Porque por todas estas cosas se manifiesta la resolución de cada cual y la firmeza de su perseverancia, no tanto respecto a Dios, que conoce todas las cosas antes de que ocurran, como respecto a las virtudes celestes y racionales (rationabilibus coelestibusque virtutibus), que han obtenido una parte en la obra de procurar la salvación humana, siendo una especie de asistencia y ministros de Dios.
Dios deja la mayor parte de la humanidad sin castigo, para que los hábitos de cada uno puedan examinarse hasta donde depende de nosotros, y que el virtuoso pueda manifestarse como consecuencia de la prueba aplicada; mientras que los otros, que no escapan a la noticia de Dios -porque Él sabe todas las cosas antes de que existan-, sino que de la creación racional y de ellos mismos, pueden obtener después el medio de cura, viendo que no habrían conocido el beneficio de no haber sido condenados.
Por otra parte, aquellos que todavía no se ofrecen a Dios con constancia y afecto, no están preparados para entrar en su servicio y para preparar sus almas para la prueba, de ellos se dice que están abandonados por Dios, es decir, no instruidos; ya que ellos no se han preparado para recibir la instrucción, su entrenamiento o cuidado es indudablemente pospuesto para un tiempo posterior. Ciertamente estos no saben qué obtendrán de Dios, a no ser que primero tengan el deseo de ser probados, que será finalmente su caso. Si un hombre se conoce primero a sí mismo y siente sus defectos, entiende de quién puede o debe buscar remedio. Porque quien no conoce de antemano su debilidad o su enfermedad, no puede buscar al médico; o al menos, después de recuperar su salud, ese hombre no estará agradecido al médico que no le hizo saber primero la gravedad de su dolencia. A menos que uno sea consciente de los defectos de su vida y de la mala naturaleza de sus pecados, dados a conocer por la confesión de sus propios labios, no puede ser limpio ni absuelto.
Es una ventaja para cada persona percibir su propia naturaleza peculiar y la gracia de Dios. Porque quien no percibe su propia debilidad y el favor divino, aunque reciba un beneficio, no habiéndose probado a sí mismo, se imagina que el beneficio conferido sobre él por la gracia del Cielo es su propio logro. Y esta imaginación, produciendo también vanidad, será la causa de una caída; caída que nosotros concebimos fue el caso del diablo, quien se atribuyó a sí mismo la preeminencia que poseía cuando estaba libre de pecado. "Porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado" (Lc 14,11).
Y observa que por esta razón las cosas divinas han sido ocultadas del sabio y del prudente, para que como dice el apóstol, "ninguna carne se gloríe en la presencia de Dios" (1Co 1,29), y han sido reveladas a los niños, a los que después de la infancia han vuelto a la humildad y simplicidad de los niños, y luego avanzan hacia la perfección y recuerdan que esto no es tanto por su propio esfuerzo, como por la indecible bondad de Dios, que han alcanzado el mayor grado posible de felicidad.
13. No es sin razón, pues, que quien es abandonado, es abandonado al juicio divino, y que Dios es paciente con ciertos pecadores; pero, ya que será para su ventaja, en lo que respecta a la inmortalidad del alma y el mundo interminable, que no sea rápidamente traído al estado de salvación, será conducido a él más despacio, después de haber experimentado muchos males. Porque así como los médicos, que son capaces de curar rápidamente a un hombre, cuando sospechan algún veneno oculto en el cuerpo, hacen lo contrario en casos normales de curación, sabiendo que es más saludable retrasar el tratamiento en los casos de inflamación, dejando fluir los humores malignos para que el paciente pueda recuperar su saludad más seguramente, antes que realizar una cura rápida, y después causar una recaída en la enfermedad y en la destrucción de la misma vida, pues la cura precipitada dura sólo un rato.
De la misma manera, Dios, que sabe las cosas secretas del corazón, y prevé acontecimientos futuros, en su longanimidad, permite que ocurran ciertos acontecimientos, para que viniendo de fuera sobre el hombre, le ponga delante de la vista sus pasiones y vicios ocultos, que por su medio puede limpiar y curar su mal oculto, que por descuido y negligencia ha recibido las semillas de pecado, para que cuando sean llevadas a la superficie, pueda vomitarlas. Y aunque haya estado profundamente implicado en el mal, pueda obtener después la curación de su maldad, y ser renovado. Porque Dios no gobierna almas con referencia, dejadme decir, a cincuenta años de la vida presente, sino con referencia a una edad ilimitable, porque Él hizo el principio pensante () inmortal en su naturaleza, y semejante a Él; y por tanto, el alma, que es inmortal, no está excluida por la brevedad de la vida presente de los remedios divinos y curas.
14. Vamos ahora a usar la siguiente imagen del Evangelio. Hay cierto suelo rocoso, con poca tierra, en el cual, si cae la semilla, brota rápidamente, pero tan pronto como aparece se agosta, ya que no tiene raíces y el sol la seca y la quema. Bien, ese suelo rocoso es el alma humana, endurecida debido a su negligencia, y convertida en una piedra debido a su maldad, porque nadie recibe de Dios un corazón creado de piedra, sino que se hace tal a consecuencia de la maldad.
Si alguien encuentra culpable al labrador por no haber sembrado más pronto en el terreno rocoso, cuando vio que otro suelo rocoso había recibido la semilla rápidamente, el labrador podría responder: "Voy a sembrar este terreno lentamente, echando las semillas que sean capaces de arraigar; este método más lento es mejor para el terreno y más seguro que el que recibe la semilla de un modo rápido, más sobre la superficie". El objetor encontraría la respuesta del sembrador como dada con buena razón, y que ha obrado con habilidad. Así también, el gran Labrador de toda la naturaleza pospone los beneficios que pudieran parecer prematuros, para que no sean superficiales. Pero es probable que hay algún propósito en esto. ¿Por qué algunas semillas caen sobre la tierra superficial, siendo el alma algo así como una roca?
Debemos decir, en respuesta a esto, que es mejor para este alma, que deseaba precipitadamente mejores cosas, y no por el camino que conduce a ellas, no obtener su deseo, para que condenándose a sí misma, pueda, después de un largo período de tiempo, recibir la labranza que es conforme a su naturaleza. Porque las almas son, como algunos dicen, innumerables, así como sus hábitos y sus propósitos y sus apetencias y sus esfuerzos, de los cuales sólo hay un administrador admirable, que conoce las sazones y las ayudas idóneas, las avenidas y los caminos, es decir, Dios Padre de todas las cosas, que conoce incluso cómo va a comportarse el Faraón ante eventos tan grandes, y que será tragado por el mar, con cuyo último acontecimiento no va a cesar la labor del superintendente del Faraón. Porque no fue aniquilado cuando se ahogó, ya que "en la mano de Dios estamos nosotros y nuestras palabras, también nuestro conocimiento y nuestra obra" (Sg 7,16). Esta es nuestra moderada defensa del dicho "Dios endureció el corazón del Faraón", "De manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece" (Rm 9,18).
15. Miremos también la declaración en Ezequiel, que dice: "Les quitaré el corazón de piedra de su carne, y les daré corazón de carne; para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis juicios y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios" (Ez 11,19-20). Porque si Dios, cuando El quiere, quita los corazones pedregosos, e implanta corazones de carne para que obedezcan sus preceptos y observen sus mandamientos, no está en nuestro poder quitar la maldad. Porque quitar los corazones de piedra no es otra cosa que quitar la maldad, por la cual uno es endurecido. El acto de quitar el corazón de piedra y de implantar un corazón de carne en quien El quiere, para que guarde sus preceptos y ande en sus mandamientos, ¿qué otra cosa es, sino volverse dócil y no resistente a la verdad, siendo capaz de practicar sus virtudes?
Y si Dios promete hacer esto, y si antes quita los corazones de piedra, es evidente que no depende de nosotros librarnos de la maldad. Y si no somos nosotros quienes hacemos algo para implantar un corazón de carne, sino que es una obra divina, no será nuestro propio acto vivir conforme a la virtud, sino el resultado total de la gracia divina. Tal sería el argumento de quien, por las meras palabras de la Escritura, quisiera eliminar el libre albedrío.
Pero contestaremos, diciendo, que nosotros deberíamos entender este pasaje así: Por ejemplo, un hombre que resulta ser ignorante e inculto, en percibiendo sus propios defectos, a consecuencia de la exhortación de su maestro, o de algún otro modo, espontáneamente se entregaría a quien él considera capaz de introducirle en la educación y la virtud; y así, al confiarse a sí mismo, su instructor le promete que eliminará su ignorancia y le implantará la instrucción, no como si él no vaya a contribuir en nada a su educación y eliminación de la ignorancia, para cuya cura se entregó, sino porque el instructor prometió mejorar a quien deseó la mejora; así, de la misma manera, la Palabra de Dios promete quitar la maldad, que es llamada "corazón de piedra", de aquellos que acuden a Dios. No sería así si estuvieran indispuestos, sino sólo porque se someten al Médico de los enfermos, como en los Evangelios los enfermos acudían al Salvador, y preguntando para pedir y obtener la curación.
Y, dejadme decir, la recuperación de la vista del hombre ciego es, hasta donde llega su petición, el acto de los que creen que son capaces de curarse; pero respecto a la restauración de la vista, es obra de nuestro Salvador. Así, pues, la Palabra de Dios promete implantar el conocimiento en los que lo buscan, quitando el corazón duro y difícil, que es la maldad, para que uno pueda andar en los mandamientos divinos y guardar sus preceptos.
16. Encontramos en el Evangelio, después del pasaje sobre el sembrador, que el Salvador habló en parábolas a los de fuera por esta razón: "Para que viendo, vean y no echen de ver; y oyendo, oigan y no entiendan; porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados" (Mc 4,12). Ahora, nuestro oponente dirá: "Si algunas personas son sin duda convertidas por las palabras que escuchan con gran claridad, para que sean dignos de la remisión de pecados, y si no depende de ellos oír estas palabras con claridad, sino del que las enseña, y él, por esta razón, no las anuncia más claramente, no sea que otros vean y entiendan, no está en el poder de ellos ser salvos; y si es así, entonces no poseemos libre albedrío en cuanto a la salvación y la condenación".
Eficaz, de verdad, sería la respuesta a tales argumentos, si no fuera por la adición: "porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados" (Mc 4,12), a saber, el Salvador no deseó que los que no iban a hacerse buenos y virtuosos entendieran las partes más místicas de su enseñanza, y por esta razón habló en parábolas; pero ahora, debido a las palabras: "porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados", la defensa es más difícil.
En primer lugar, pues, debemos notar el pasaje en su aceptación por los herejes, quienes buscan las partes del Antiguo Testamento donde se expone, como ellos mismos afirman atrevidamente, la crueldad del Creador del mundo y su objetivo de venganza y castigo del impío; o por cualquier otro nombre que deseen designar tal sentimiento, hablando así para decir solamente que no existe bondad en el Creador. Porque no juzgan los Evangelios con la misma mente y sentimientos, y no observan si declaraciones de este tipo se encuentran en el Evangelio, las cuales condenan y censuran cuando aparecen en el Antiguo Testamento.
Porque es evidente, y según el Evangelio, se muestra al Salvador, como ellos mismos admiten, no hablando claramente, y por una razón: para que los hombres no puedan convertirse y, convertidos, recibir la remisión de pecados. Ahora, si estas palabras se entienden según la letra simplemente, nada menos, ciertamente, se encontrará en ellas que lo que se contiene en aquellos pasajes les ponen reparos en el Antiguo Testamento.
Y si buscan defender el Evangelio de semejantes expresiones, debemos preguntarles si no están actuando de una manera culpable, al tratar de manera diferente las mismas cuestiones, y, mientras no se escandalizan con el Nuevo Testamento, sino que buscan defenderlo, ellos, sin embargo, presentan una acusación con el Antiguo en puntos similares, donde ellos deberían ofrecer una defensa en la misma línea que hacen con los pasajes del Nuevo.
Por lo tanto les obligaremos, debido a las semejanzas, a que consideren todo como las Escrituras del único Dios.
Vamos, pues, con lo mejor de nuestra capacidad, a ofrecer una respuesta a la pregunta que se nos ha hecho.
17. Afirmamos antes, hablando del caso del Faraón, que a veces una cura rápida no es una ventaja para los que han de ser curados, sobre todo si la enfermedad está en las partes interiores del cuerpo. Despreciar el mal porque parece de cura fácil, y no permanecer en guardia contra un segundo asalto, es ser presa del mismo otra vez. Por tanto, en el caso de tales personas, Dios, que conoce todas las cosas antes de que existan, en conformidad con su bondad retrasa su asistencia urgente, y, por así decir, les ayuda no ayudándoles, con vistas a su bien.
Es probable, entonces, que aquellos "que están fuera" (Mc 4,11), de quien hablamos, habiendo sido preconocidos por el Salvador, según nuestra suposición, que serían llevados a una conversión rápida, de haber recibido con más claridad las palabras que se les decían, en la que no perseverarían, fueron tratados por el Señor como si no escucharan con entendimiento las cosas profundas de su enseñanza, no fuera que, después de una conversión rápida y de haber sido sanados, obteniendo la remisión de pecados, despreciaran las heridas de su maldad, como si se tratara de algo leve y de fácil curación, y recayeran en ella con facilidad. Y quizás, también, sufrieran el castigo por sus transgresiones anteriores contra la virtud, que habían cometido cuando la olvidaron, y aún no habían completado su tiempo; para que, abandonados por la dirección divina, y siendo llenos hasta el máximo de los propios males que ellos habían sembrado, pudiera llamarlos después a un arrepentimiento más estable; y así no ser rápidamente enredados otra vez en aquellos males en los que antes habían estado implicados cuando trataron con insolencia las exigencias de virtud y se dedicaron a cosas peores.
Aquellos, pues, de quien se dice "que están fuera" (Mc 4,11) -evidentemente en relación a los "de dentro"-, no estando muy lejos de los "de dentro" -que oían claramente-, oyeron encubiertamente, porque se les habla en parábolas; pero, sin embargo, oyeron.
Otros/ de nuevo, "que están fuera", llamados tirios, aunque se conocía desde hacía mucho tiempo que se hubieran arrepentido en saco y ceniza, si el Salvador hubiera llegado cerca de sus fronteras, ni siquiera oyeron las palabras escuchadas por los "que están fuera". Por esta razón, creo que la maldad fue más grave y peor en unos que en otros, pues los "que están fuera", oyeron la palabra, aunque en parábolas; y, quizás, su cura se retrasó para que en otro tiempo, después de ser más tolerable para ellos que para los que no recibieron la palabra (entre quienes también mencionó a los tirios), pudieran, al oír la palabra en un tiempo más apropiado, obtener un arrepentimiento más duradero.
Pero obsérvese si, además de nuestro deseo de investigar la verdad, nos esforzamos en mantener una actitud de piedad en todo lo concerniente a Dios y su Cristo, viendo que tratamos de probar por todos los medios que, en asuntos tan grandes y peculiares respecto a la múltiple providencia de Dios, Él supervisa el alma inmortal. Si alguien preguntara sobre aquellas cosas que se nos objetan, ¿por qué aquellos que vieron las maravillas y oyeron las palabras divinas no se beneficiaron, mientras que los habitantes de Tiro se hubieran arrepentido, y por qué el Salvador hizo y dijo tales cosas a aquellas personas, para su propio daño, considerando su falta más grave todavía?, nosotros debemos decir que quien entiende las disposiciones de los que encuentran faltas en su providencia, alegando que no creyeron porque no se les permitió ver lo que otros vieron, ni oír lo que otros oyeron, para demostrar que su defensa no se funda sobre la razón, Dios concede esas ventajas que los que culpan su administración piden; para que, después de obtenerlas, puedan no obstante ser convictos de la impiedad más grande al no haber ni siquiera cedido al beneficio, y puedan cesar en tal audacia y siendo libres respecto a este punto, puedan aprender que Dios a veces, al conferir beneficios a ciertas personas, retrasa y aplaza conferir el favor de la visión y el entendimiento de aquellas cosas que, vistas y oídas, cuando se ven y se oyen, hubieran hecho el pecado de los incrédulos, después de maravillas tan grandes y peculiares, mucho más grave y serio.
18. Miremos ahora el siguiente pasaje: "No es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Rm 9,16), ya que quienes encuentran reparos dicen: "Si no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia", la salvación no depende de nosotros, sino del arreglo hecho por aquel que nos hizo tal como somos, o al menos proviene de la decisión suya de mostrarse misericordioso con quienes le parezca. Ahora, nosotros tenemos que hacer a esas personas las siguientes preguntas: ¿Si es bueno o vicioso desear lo que es bueno? O, ¿si el deseo de correr hacia la meta en el logro de lo que es bueno es digno de alabanza o de censura? Si responden que es digno de censura, ofrecerán una respuesta absurda, ya que los santos desean correr y, manifiestamente, al hacerlo así no hacen nada indigno. Pero si dicen que es virtuoso desear el bien y correr tras él, les preguntaremos cómo una naturaleza perdida desea cosas mejores, porque sería como si un árbol malo produjera frutos buenos, ya que es una acto virtuoso desear cosas mejores.
Quizás ofrezcan una tercera respuesta, que el deseo de correr tras lo que es bueno es una de las cosas que son indiferentes, ni buenas ni malas. A esto debemos decir que si el deseo de correr tras lo que es bueno es una cosa indiferente, entonces lo opuesto también es una cosa indiferente, a saber, desear el mal y correr tras él. Pero desear el mal y correr tras él no es una cosa indiferente. Por tanto, desear el bien y perseguirlo, tampoco es una cosa indiferente. Tal es, pues, la defensa que yo pienso que podemos ofrecer sobre la afirmación: "No es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Rm 9,16).
"Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican"
Salomón dice en el libro de los Salmos: "Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican" (Ps 127,1). La intención de estas palabras no es de apartarnos del esfuerzo por edificar, o de conseguir abandonar toda vigilancia y cuidado de la ciudad que es nuestra alma. Estaremos en lo correcto si decimos que un edificio es la obra de Dios más que del constructor, y que la salvaguardia de la ciudad ante un ataque enemigo es más obra de Dios que de los guardas.
Pero cuando hablamos así, damos por supuesto que el hombre tiene su parte en lo que se lleva a cabo, aunque lo atribuimos agradecidos a Dios que es quien nos da el éxito. De manera semejante, el hombre no es capaz de alcanzar por sí mismo su fin. Este sólo puede conseguirse con la ayuda de Dios, y así resulta ser verdadero, "que no es del que quiere ni del que corre". De la misma manera nosotros debíamos decir lo que se dice de la agricultura, según está escrito: "Yo planté, Apolos regó; mas Dios ha dado el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, que da el crecimiento" (1Co 3,6-7). Cuando un campo produce cosechas buenas y ricas hasta su madurez, nadie afirmará piadosa y lógicamente que el granjero produjo los frutos, sino que reconocerá que han sido producidos por Dios; así también nuestra obra de perfección no madura por nuestro estar inactivos y ociosos, y, sin embargo, no conseguiremos la perfección por nuestra propia actividad. Dios es el agente principal para llevarla a cabo. Podemos explicarlo con un ejemplo tomado de la navegación. En una navegación feliz, la parte que depende de la pericia del piloto es muy pequeña comparada con los influjos de los vientos, del tiempo, de la visibilidad de las estrellas, etc. Los mismos pilotos de ordinario no se atreven a atribuir a su propia diligencia la seguridad del barco, sino que lo atribuyen todo a Dios. Esto no quiere decir que no hayan hecho su contribución; pero la providencia juega un papel infinitamente mayor que la pericia humana. Algo semejante sucede con nuestra salvación, donde lo que Dios hace es infinitamente más grande que lo que hacemos nosotros y, pienso, que por eso se dijo: "No depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia". Porque en la manera que ellos tienen de explicarlo, los mandamientos son superfluos y en vano Pablo culpa a los que se apartan de la verdad y alaba a los que permanecen en la fe, ni hay ningún propósito en dar ciertos preceptos e instrucciones a las iglesias si fuera vano desear y luchar por el bien. Pero es cierto que estas cosas no se hacen en vano y también que los apóstoles no dieron instrucciones en vano, ni el Señor leyes sin razón.
De aquí se sigue, pues, que declaremos que en vano hablan mal los herejes de estas buenas declaraciones.
19. Además de éstos, tenemos el pasaje que dice: "Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Ph 2,13). Si esto es así, dicen algunos, Dios es el responsable de nuestra mala voluntad, y nosotros no tenemos verdadera libertad; y, por otra parte, dicen, no hay mérito alguno en nuestra buena voluntad y nuestras buenas obras, ya que lo que nos parece nuestro es ilusión, siendo en realidad imposición de la voluntad de Dios, sin que nosotros tengamos verdadera libertad.
A esto se puede responder observando que el apóstol no dice que el querer el bien o el querer el mal proceden de Dios, sino simplemente que el querer en general procede de Dios. Así como nuestra existencia como animales o como hombres procede de Dios, así también nuestra facultad de querer en general, o nuestra facultad de movernos. Como animales, tenemos la facultad de mover nuestras manos o nuestros pies, pero no sería exacto decir que cualquier movimiento particular, por ejemplo de matar, de destruir, o de robar, procede de Dios. La facultad de movernos nos viene de Él, pero nosotros podemos emplearla para fines buenos o malos. Así también, nos viene de Dios el querer y la capacidad de llevar a cabo, pero podemos emplearla para fines buenos o malos.
20. De todos modos, la declaración del apóstol parece arrastrarnos a la conclusión de que no poseemos libertad de voluntad, al objetarse a sí mismo: "De manera que del que quiere tiene misericordia; y al que quiere, endurece. Me dirás pues: ¿Por qué, pues, se enoja?, porque ¿quién resistirá a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al que le labró: ¿Por qué me has hecho tal? ¿O no tiene potestad el alfarero para hacer de la misma masa un vaso para honra, y otro para deshonra?" (Rm 9,18-21).
Si el alfarero del mismo barro hace algunos vasos de honra y otros de deshonra, y así Dios forma algunos hombres para la salvación y otros para la perdición, entonces la salvación, o la perdición, no dependen de nosotros, ni poseemos libre albedrío.
Ahora debemos preguntar a quien interpreta así estos pasajes, sí es posible concebir que el apóstol se contradiga a sí mismo. Supongo que nadie se atreverá a decirlo. Si, entonces, el apóstol no se contradice, cómo puede censurar lógicamente -según quien lo entiende de esta manera-ai individuo de Corinto que cometió fornicación, o a los que no se habían arrepentido de su impureza y comportamiento licencioso. Y cómo puede bendecir a los que alaba por haber hecho el bien, como hace con la casa de Onesíforo en estas palabras: "Dé el Señor misericordia a la casa de Onesíforo; así que muchas veces me refrigeró, y no se avergonzó de mi cadena: Antes, estando él en Roma, me buscó solícitamente, y me halló. Déle el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día" (2Tm 1,16-18).
No es consistente para el mismo apóstol culpar, por un lado, al pecador como digno de reproche y alabar al que ha hecho bien como merecedor de aprobación, y por otro, decir, como si nada dependiese de nosotros, que la causa es el Creador, que ha formado un vaso para honra, y otro para deshonra. Y cómo puede ser correcta esta declaración: "Porque es menester que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, ora sea bueno o malo" (2Co 5,10), ya que quienes han hecho el mal han avanzado a ese abismo de maldad porque fueron creados vasos de deshonra, mientras que los que han vivido virtuosamente han hecho lo bueno porque han sido creados desde el principio por esta razón, como vasos de honor.
Y otra vez, ¿cómo no puede estar en desacuerdo la afirmación hecha en otra lugar con la opinión que esas personas extraen de las palabras citadas (que es culpa del Creador que un vaso sea de honor y otro de deshonor), es decir: "Mas en una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y asimismo unos para honra, y otros para deshonra. Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra" (2Tm 2,20-21), porque si quien se limpia a sí mismo se hace un vaso de honra, y quien se permite a sí mismo permanecer sucio se hace un vaso de deshonra, entonces, en lo que a éstos se refiere, el Creador no es culpable de nada.
Porque el Creador no hace vasos de honra y vasos de deshonra desde el principio según su conocimiento previo, ya que El no condena ni justifica de antemano, sino que hace vasos de honor a quienes se limpian, y vasos de deshonra a quienes se permiten permanecer impuros; así que es el resultado de causas antiguas que operan en la formación de vasos de honra y deshonra.
Pero una vez que admitimos que había ciertas causas antiguas operando en la formación de un vaso de honra o de deshonra, ¿qué hay de absurdo en regresar al tema del alma y suponer que había una causa más antigua para que Jacob fuera amado y Esaú aborrecido, anterior a la asunción de un cuerpo por parte de Jacob y antes de que Esaú fuera concebido en el seno de Rebeca?
21. Y al mismo tiempo, se dice claramente que, en lo que respecta a la naturaleza subyacente, hay un pedazo de arcilla en las manos del alfarero, de cuya masa se hacen los vasos de honra y deshonra; así la naturaleza de cada alma está en las manos de Dios y, por así decirlo, su ser es una masa de seres razonables, y ciertas causas de tiempo anterior llevan a algunos seres a ser creados como vasos de honra y otros de deshonra.
Pero si el lenguaje del apóstol supone una censura cuando dice: "¿Quién eres tú, para que alterques con Dios?" (Rm 9,19), nos enseña que quien tiene confianza en Dios, y es fiel, y ha vivido virtuosamente, no oirá las palabras: "¿Quién eres tú, para que alterques con Dios?", sino que, como con Moisés, por ejemplo: "Moisés hablaba, y Dios le respondía en voz" (Ex 19,19), así Dios contesta a los santos también. Pero a quien no posee esta confianza, porque la ha perdido, o porque investiga estos asuntos no por amor al conocimiento, sino por un deseo de encontrar faltas, se le dice: "¿Quién eres tú, para buscar faltas a Dios?" ¿Porque, quién resistió su voluntad?", el tal se habrá merecido el lenguaje de la censura que dice: "¿Quién eres tú, para que alterques con Dios?"
A quienes introducen naturalezas diferentes, y utilizan la declaración del apóstol para apoyar sus opiniones, se les debe dar la siguiente respuesta. Si mantienen que los que se pierden y los que se salvan son formados de la misma masa, y que el Creador de los que se salvan es también el Creador de los que se pierden, y si está bien que cree no sólo naturalezas espirituales, sino también terrenales (pues esto se deduce de su doctrina), es, sin embargo, posible que quien, como consecuencia de ciertos actos anteriores de justicia, sea hecho ahora un vaso de honor, pero quien (después) no actuó de manera similar, ni hizo cosas convenientes a un vaso de honor, fue convertido en otro mundo en un vaso de deshonor.
Por otra parte, es posible que quien, debido a causas más antiguas que las de la vida presente, sea aquí un vaso de deshonra, pueda, después de reformarse, convertirse en la nueva creación en un "vaso de honra, santificado y apto para el uso del Señor, preparado para toda buena obra".
Y quizás los que ahora son israelitas, no habiendo vivido con la dignidad de sus antecesores, serán privados de su rango y cambiados, por decirlo así, de vasos de honra en vasos de deshonra; y muchos de los egipcios presentes e idumeos, que se acercan a Israel, cuando den fruto en abundancia, entrarán en la Iglesia del Señor, no siendo jamás considerados egipcios o idumeos, sino israelitas. Así, de acuerdo a esta visión, es debido a varios propósitos que algunos avancen de una condición mejor a otra peor, y otros de una peor a otra mejor, mientras que otros perseveran en su curso virtuoso, o ascienden de lo bueno a lo mejor; y otros, al contrario, permanecen en un curso de mal, o de malo se hace peor, según fluya su maldad.
22. Pero ya que en cierto lugar el apóstol no toma en cuenta lo que toca a Dios respecto a que resulten vasos de honra y de deshonra, sino que todo lo atribuye a nosotros diciendo: "Si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor, y preparado para toda buena obra" (2Tm 2,21), y en cambio en otro lugar no toma en cuenta lo que se refiere a nosotros, sino que todo parece atribuirlo a Dios diciendo: "¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra, y otro para deshonra?" (Rm 9,21).
No puede haber contradicción entre estas expresiones del mismo apóstol, sino que hay que conciliarias y hay que llegar con ellas a una interpretación que tenga pleno sentido.
Ni lo que está en nuestro poder lo está sin el conocimiento de Dios, ni el conocimiento de Dios nos fuerza a avanzar si por nuestra parte no contribuimos en nada hacia el bien; ni nadie se hace digno de honor o de deshonor por sí mismo sin el conocimiento de Dios y sin haber agotado aquellos medios que están en nuestra mano, ni nadie se convierte en digno de honor o de deshonor por obra de Dios solo, si no es porque ofrece como base de tal diferenciación el propósito de la voluntad que se inclina hacia el bien o hacia el mal. Que estas observaciones sean suficientes sobre el tema del libre albedrío.
1. Tenemos que considerar, de acuerdo a las declaraciones de la Escritura, cómo las potencias adversas, o el diablo mismo, compiten con el ser humano; una carrera en la que incitan e instigan a los hombres a pecar.
En primer lugar, en el libro de Génesis, la serpiente es descrita como habiendo seducido a Eva. En la obra titulada La Ascensióit de Moisés (un pequeño tratado que el apóstol Judas menciona en su epístola), el arcángel Miguel, en la disputa con el diablo sobre el cuerpo de Moisés, dice que la serpiente, inspirada por el diablo, fue la causa de la transgresión de Adán y Eva.
Algunos también han convertido en materia de su investigación el texto donde se dice que un ángel habló a Abraham desde el cielo. "Entonces el ángel del Señor le dio voces del cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único" (Gn 22,11-12). ¿Quién era este ángel? Evidentemente un ángel que sabía que Abraham temía a Dios y que no había rehusado a su querido hijo, aunque no dice que fue por causa de Dios que Abraham había hecho esto, sino por causa del que habla: "no me rehusaste tu hijo" (v. 12).
También debemos averiguar quién es del que se dice en el libro de Éxodo que deseó matar a Moisés: "Y aconteció en el camino, que en una posada le salió al encuentro Jehová, y quiso matarlo" (Ex 4,24), al que después se llama ángel destructor (o exterminador): "Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios" (Ex 12,23).
Y el ángel que en el libro de Levítico se llama en griego Apopompaeus, esto es, el Quitador, de quien la Escritura dice: "Una suerte por Jehová, y la otra suerte por Azazel (gr. Apopompaeus)" (Lv 16,8).
En el primer libro de Reyes también se dice que un espíritu malo estrangulaba a Saúl: "Otro día aconteció que el espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl, y se mostraba en su casa con trasportes de profeta" (1R 18,10), y en el tercer libro, el profeta Miqueas dice: "Yo vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a Él, a su diestra y a su siniestra. Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía de una manera; y otro decía de otra. Y salió un espíritu, y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera?" Y él dijo: Yo saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y Él dijo: hle inducirás, y aun saldrás con ello; sal pues, y hazlo así. Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos estos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti" (1R 22,19-23). Esta cita muestra claramente que cierto espíritu, por su propia voluntad y opción, eligió engañar a Acab, y decir una mentira, para que el Señor pudiera llevar al rey a la muerte que merecía tener.
En el primer libro de Crónicas también se dice: "Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que contase a Israel" (). En los Salmos, además, se dice que un ángel del mal acosa a ciertas personas. En el libro de Eclesiastés, también, Salomón dice: "Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la lenidad hará cesar grandes ofensas" (Ez 10,4). En Zacarías leemos que el diablo estaba en la mano derecha de Josué y le resistía (Za 3,1). Isaías dice que la espada del Señor se alza contra el dragón, la serpiente retorcida (Is 27,1).m ¿Y qué diré de Ezequiel, quien en su segunda visión profetiza sin lugar a error sobre el príncipe de Tiro en cuanto a una potencia adversa, y dice también que el dragón habita en ríos de Egipto? (Ez 28,12).
¿De quién se ocupa la obra entera escrita sobre Job, sino del diablo, que solicita permiso y poder sobre todo lo que Job posee: hijos, hogar y hasta su misma persona? Y aun así el diablo es vencido por la paciencia de Job. En este libro el Señor ha impartido mucha información con sus respuestas sobre el poder del dragón que nos combate.
Estas son las afirmaciones que se hacen en el Antiguo Testamento, hasta donde alcanzamos a recordar, sobre el tema de los poderes hostiles que se citan en la Escritura, o de los que se dice que se oponen a la raza humana, sujetos a un castigo posterior.
El diablo en el Nuevo Testamento
Miremos ahora al Nuevo Testamento, donde Satán se acerca al Salvador para tentarle, donde también se dice que hay espíritus malos y demonios impuros, que habían tomado posesión de muchos y fueron expulsados por el Salvador de los cuerpos de las víctimas, a las que Cristo liberó.
Incluso Judas,, cuando el diablo puso en su corazón traicionar al Maestro, le recibió después totalmente, según está escrito: "Y tras el bocado Satanás entró en él" (Jn 13,27). El apóstol Pablo nos enseña que nosotros no deberíamos dar lugar al diablo; sino "tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo" (Ep 6,13), señalando que los santos "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo: gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ep 6,12). Llega a decir que el Salvador fue crucificado por los príncipes de este mundo, que, sin embargo, se deshacen (1Co 2,6).
Mediante todo esto, la Escritura nos enseña que hay ciertos enemigos invisibles que luchan contra nosotros, y contra quien se nos ordena armarnos. De dónde, también, el más simple entre los creyentes en el Señor Cristo opina que todos los pecados que los hombres han cometido son causados por los esfuerzos persistentes de estos poderes adversos ejercidos sobre la mente de los pecadores, porque en esta lucha invisible esos están en una posición de superioridad respecto al hombre. Porque si, por ejemplo, no hubiera diablo, ningún ser humano sería extraviado.
2. Nosotros, sin embargo, que vemos la razón de las cosas más claramente, no apoyamos esta opinión, teniendo en cuenta aquellos pecados que evidentemente provienen como consecuencia necesaria de nuestra constitución corporal.
¿De verdad debemos suponer que el diablo es la causa de nuestro sentimiento de hambre o de sed? Nadie, pienso, se atrevería a mantener esto. Si, entonces, él no es la causa del sentimiento de hambre o sed, ¿en dónde reside la diferencia entre el individuo que ha alcanzado la edad de la pubertad y ese período que han provocado los incentivos del calor natural? Se seguirá, indudablemente, que así como el diablo no es la causa de nuestro sentimiento de hambre o sed, tampoco es la causa de esa apetencia que naturalmente surge en el momento de la madurez, a saber, el deseo de la relación sexual. Es seguro que esta causa no siempre es puesta en movimiento por el diablo, de manera que estuviéramos obligados a suponer que nuestros cuerpos no poseerían ese deseo de relación sexual si no existiera el diablo.
Consideremos, en segundo lugar, si la comida es deseada por los seres humanos, no por sugerencias del diablo, como ya hemos mostrado, sino por una especie de instinto natural, de no haber ningún diablo, ¿sería posible para la experiencia humana exhibir tal contención a la hora de comer como para no exceder los límites apropiados; esto es, no tomar más de lo requerido en el momento o de lo que dicte la razón, cuyo resultado sería que, debido a la mesura y moderación en la comida, nunca se equivocaría? No creo, realmente, que los hombres puedan observar una moderación tan grande (aunque no hubiera instigación del diablo incitando a la gula), ni que ningún individuo, al participar del alimento, no vaya más allá de los límites previstos, a menos que antes haya aprendido a contenerse gracias a la costumbre y la experiencia.
¿Cuál es, entonces, el estado del caso? En el tema de comer y de beber, es posible que nos excedamos, incluso sin ninguna incitación del diablo, si ocurre que somos menos moderados o menos cuidadosos de lo que se supone que deberíamos ser. Entonces, en nuestro apetito por las relaciones sexuales, o en la restricción de nuestros deseos naturales, ¿no es nuestra condición algo similar?
Opino que la misma línea de razonamiento debe aplicarse a otros movimientos naturales como la codicia, la cólera, el dolor, o todos aquellos que, generalmente por el vicio de la intemperancia, exceden los límites naturales de la moderación.
Las semillas del pecado y la ocasión de los demonios
Hay, por lo tanto, razones manifiestas para sostener la opinión que así como en las cosas buenas la voluntad (propositum) humana es por sí misma débil para realizar ninguna cosa buena (porque es por la ayuda divina que se logra la perfección en todo); así también, en las cosas de una naturaleza opuesta recibimos ciertos elementos iniciales, como si fueran semillas de pecado, de aquellas cosas que usamos conforme a la naturaleza; pero cuando nos complacemos más allá de lo que es apropiado, y no resistimos los primeros movimientos de la intemperancia, entonces el poder hostil, tomando ocasión de esta primera transgresión, nos incita y presiona con fuerza por todos lados, buscando extender nuestros pecados sobre un campo más amplio, equipándonos, a nosotros seres humanos, con ocasiones y comienzos de pecados, que estos poderes hostiles extienden a lo largo y ancho, y, si es posible, más allá de todo límite.
Así, cuando los hombres al principio desean un poco de dinero, la codicia comienza a crecer tanto como la pasión aumenta, y, finalmente, tiene lugar la caída en la avaricia. Tras esto, cuando la ceguera de la mente ha sucedido a la pasión, y los poderes hostiles, por su sugerencia, apresuran la mente, ya no es deseado el dinero, sino robado y tomado por la fuerza, o incluso mediante derramamiento de sangre humana.
Finalmente, una evidencia probatoria del hecho de que los vicios de tal enormidad proceden de los demonios, se puede ver fácilmente en esto, que los individuos que son oprimidos por amor inmoderado, o por cólera incontrolable, o dolor excesivo, no sufren menos que los que son físicamente oprimidos por el diablo.
Se registra en ciertas historias, que algunos han caído de un estado de amor a uno de locura, otros de un estado de cólera, no pocos de un estado de dolor, e incluso de una alegría excesiva. De esto resulta, según pienso, que aquelLos poderes adversos, esto es, los demonios que han ganado un sitio en las mentes que les han sido abiertas por la intemperancia, y toman posesión completa de su naturaleza sensible, sobre todo cuando ningún sentimiento de la gloria de la virtud les ha opuesto resistencia.
3. Que hay ciertos pecados, sin embargo, que no provienen de los poderes adversos, si no que toman sus principios de los movimientos naturales del cuerpo, es manifiestamente declarado por el apóstol Pablo: "La carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis" (Ga 5,17). Si, entonces, la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne, a veces tenemos que luchar contra la carne y la sangre, esto es, como hombres que viven y actúan según la carne, cuyas tentaciones no son más grandes que las tentaciones humanas; ya que se nos dice: "No os ha tomado tentación, sino humana; mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar" (1Co 10,13).
Porque así como los presidentes de los juegos públicos no permiten a los competidores entrar en listas sin criterio o por casualidad, sino después de un examen cuidadoso, emparejándolos con la consideración más imparcial por tamaño o edad, este individuo con aquel otro, por ejemplo, jóvenes con jóvenes, hombres con hombres, que están casi relacionados uno con el otro por edad o fuerza; así también tenemos nosotros que entender el procedimiento de la Providencia divina, que ordena según los principios más imparciales todo lo que desciende en la lucha de esta vida humana, según la naturaleza del poder de cada uno, que sólo es conocido a quien pesa los corazones de los hombres, de modo que cada uno pueda luchar contra la tentaciones que puede soportar. A este tienta la carne, a aquel la indulgencia, a uno la ira, a otro la pereza. Uno es expuesto largo tiempo a sus enemigos, otro es retirado pronto de la batalla. En todo podemos observar la verdad del dicho del apóstol: "Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar" (1Co 10,13). Esto es, cada uno es tentado en proporción a su fuerza o poder de resistencia.
Tentación y victoria
Ahora, aunque hayamos dicho que esto es por el justo juicio de Dios que cada uno es tentado conforme a su fuerza o resistencia, no debemos suponer, sin embargo, que quien es tentado debería salir victorioso del conflicto.
De manera parecida a quien compite en los juegos, aunque emparejado con su adversario sobre un principio justo de confrontación, no por eso será necesariamente el triunfador. Pero, a menos que la fuerza de los combatientes sea igual, el premio del vencedor no será ganado justamente; ni tampoco se echará la culpa con justicia al vencido. En el caso de Dios, Él no permite que seamos tentados "más allá de lo que somos capaces", sino en proporción a nuestras fuerzas. Y está escrito que juntamente con la tentación nos dará la salida para que podamos resistir. Pero depende de nosotros usar el poder que nos ha dado con energía o debilidad.
No hay duda de que en cada tentación tenemos un poder de resistencia, si empleamos correctamente la fuerza que se nos concede. Pero no es lo mismo poseer el poder de conquistar que salir victoriosos, como el apóstol mismo nos ha mostrado en lenguaje cauteloso diciendo: "Dios dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar (1Co 10,13), no que lo hagamos realmente, ya que muchos entran en tentación y son vencidos por ella.
Ahora bien, Dios no nos capacita para no entrar en tentación, pues entonces no habría lucha, sino que nos otorga el poder de resistirla.
Este poder que nos es dado para poder vencer puede ser usado, conforme a nuestra facultad de libre albedrío, de una manera diligente, y entonces resultar victorioso; o de una manera perezosa y terminar derrotados. Porque si se nos diera el poder total de vencer a pesar de todo, y nunca ser derrotados, ¿qué razón hay para permanecer en una lucha en la que no se puede ser vencido? ¿O qué mérito resulta de una victoria donde se quita el poder de la resistencia? Pero si la posibilidad de conquistar es igualmente conferida a todos, y si está en nuestro propio poder cómo usar esta posibilidad, a saber, con diligencia o negligencia, entonces el derrotado será justamente censura-> do y el vencedor merecidamente alabado.
De estos puntos que estamos hablando, como mejor podemos, pienso que es claramente evidente que hay ciertas transgresiones que en ningún caso cometemos bajo la presión de los poderes malignos; mientras que hay otras a las que somos incitados por instigación de su parte por nuestra indulgencia excesiva e inmoderada. De donde se sigue que hemos de informarnos acerca de cómo los poderes adversos producen estas incitaciones dentro de nosotros.
4. En lo que concierne a los pensamientos que provienen de nuestro corazón, o el recuerdo de las cosas que hemos hecho, o la contemplación de cualquier cosa o causa, encontramos que a veces proceden de nosotros, y a veces son originados por los poderes adversos; no pocas veces también son sugeridos por Dios o por los ángeles santos.
Tal declaración puede parecer increíble (fabulosum), a menos que sea confirmada por el testimonio de la santa Escritura; que los pensamientos surgen de nosotros, lo declara David en los Salmos diciendo: "El pensamiento del hombre te confesará, y el resto de su pensamiento observará tus fiestas" (Ps 76,10). Que también lo causan los poderes adversos, lo muestra Salomón en el libro de Eclesiastés, de la manera siguiente: "Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la lenidad hará cesar grandes ofensas" (Ez 10,4).
También el apóstol Pablo llevará el testimonio al mismo punto en las palabras: "Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia, de Cristo (2Co 10,5). Que esto es un efecto debido a Dios es declarado por David, cuando dice en los Salmos: "Bienaventurado el hombre que tiene su fortaleza en ti; en cuyo corazón están tus caminos" (Ps 84,5). Y el apóstol dice que "Dios puso en el corazón de Tito" (2Co 8,16).
Que ciertos pensamientos son sugeridos a los corazones de los hombres por ángeles buenos y malos, se muestra, en ambos casos, por el ángel que acompañó a Tobías (Tobías, caps. 5, 6), y por el texto del profeta, donde dice: "Y me dijo el ángel que hablaba conmigo" (Za 1,14). El libro del Pastor declara lo mismo, diciendo que cada individuo es atendido por dos ángeles, que siempre que surgen buenos pensamientos en nuestros corazones, se debe al ángel bueno; pero cuando surgen de una clase opuesta, se debe a la instigación del ángel malo (Hermas, 6,2). Lo mismo declara Bernabé en su Epístola, donde dice hay dos caminos, uno de luz y otro de tinieblas, en los que él afirma que ciertos ángeles son colocados: los ángeles de Dios en el camino de luz, los ángeles de Satán en el camino de oscuridad.
No vayamos, sin embargo, a imaginarnos que cualquier otro resultado sigue de lo que es sugerido a nuestro corazón, sea bueno o malo, salvo una conmoción mental solamente, y una incitación que nos inclina al bien o al mal. Porque está dentro de nuestro alcance, cuando un poder maligno ha comenzado a incitarnos al mal, echar lejos de nosotros las malas sugerencias, y oponernos a los estímulos viles, y no hacer nada que sea merecedor de culpa. Y, por otra parte, es posible, cuando un poder divino nos llama a mejores cosas, no obedecer la llamada; siendo nuestra libertad preservada en ambos casos.
En las páginas precedentes dijimos que ciertos recuerdos de acciones buenas o malas nos fueron sugeridos por un acto de la providencia divina o por los poderes adversos, como se muestra en el libro de Ester, cuando Artajerjes no recordó los servicios de aquel hombre justo Mardo-queo, pero, cuando cansado de sus noches de vigilia, Dios puso en su mente que pidiera que se leyesen los anales donde estaban registrados los grandes hechos por los cuales recordó los beneficios recibidos de Mardoqueo, y ordenó que su enemigo Aman fuera ahorcado, y él recibiera honores espléndidos, así como la impunidad del peligro que le amenazaba, concedido a toda la nación santa.
Por otra parte, sin embargo, debemos suponer que por la influencia hostil del diablo fue introducida en las mentes del sumo sacerdote y los escribas la sugerencia que hicieron a Pilato, cuando vinieron a él y dijeron: "Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré" (Mt 27,63). También el designio de Judas, respecto a la traición de nuestro Señor y Salvador, no provino de la maldad de su mente sola, ya que la Escritura declara que "el diablo ya le había puesto en su corazón el traicionarlo" (Jn 13,2). Por eso Salomón ordena correctamente: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón" (Pr 4,23). Y el Apóstol Pablo nos advierte: "Por tanto, es menester que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que no nos escurramos" (He 2,1). Y cuando dice" No deis lugar al diablo" (Ep 4,27), muestra por esta prescripción que es por ciertos actos, o una especie de pereza mental, que se da lugar al diablo, de modo que, si entra una vez en nuestro corazón, tomará posesión de nosotros, o al menos contaminará el alma, si no ha obtenido el dominio entero sobre ella, arrrojando sobre nosotros sus dardos ardientes; por los cuales somos a veces profundamente heridos, y a veces sólo nos prenden fuego. Raramente, en verdad, y sólo en muy pocos casos, son apagados estos dardos ardientes como para no encontrar un lugar donde puedan herir, excepto cuando uno se cubre con el escudo fuerte y poderoso de la fe.
La declaración en la Epístola a los Efesios: "No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ep 6,12), debe ser entendida como si el "nosotros" significara, "yo-Pablo, y vosotros-efesios", y todos los que luchan no contra la carne y la sangre; ya que hemos de luchar contra principados y potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, no como los corintios, cuya lucha era todavía contra la carne y la sangre, a quienes no había sobrevenido ninguna tentación sino la que es común al hombre.
5. No supongamos, sin embargo, que cada individuo tiene que contender contra todos estos adversarios. Porque es imposible para cualquier hombre, aunque fuera un santo, mantener batalla contra todos ellos al mismo tiempo. Si este de verdad fuera el caso de algún modo, lo cual es ciertamente imposible, la naturaleza humana no podría soportarlo sin ser destruida totalmente. Pero, por ejemplo, si a cincuenta soldados se les ordenase enfrentarse a otros cincuenta, no entenderían que esta orden significara que uno de ellos había de contender solo contra los cincuenta, sino que cada uno diría correctamente "nuestra guerra es contra los cincuenta", todos contra todos; así también tiene que entenderse el significado del apóstol Pablo, que todos los atletas y soldados de Cristo tienen que pelear y luchar contra todos los adversarios enumerados, la lucha, desde luego, mantenida contra todos, pero por individuos solos con poderes individuales, o al menos en tal manera que sea determinado por Dios, que es el presidente justo del combate.
Porque soy de la opinión de que hay un cierto límite en los poderes de la naturaleza humana, aunque puedan ser los de Pablo, de quien se dice: "Instrumento escogido me es éste" (Ac 9,15); o de Pedro, contra quien las puertas del infierno no prevalecen (Mt 16,18); o de Moisés, el amigo de Dios; aun así, ninguno de ellos podría sostener el asalto simultáneo de los poderes adversos sin su destrucción, a no ser que obrara en ellos la sola fuerza de quien dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Por lo tanto, Pablo exclama confiadamente: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Ph 4,13). Y otra vez: "He trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo" (1Co 15,10).
En base a este poder, cuya operación ciertamente no es de origen humano, Pablo podía decir: "Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39).
Pienso que la naturaleza humana sola no puede mantener una contienda con ángeles y con los poderes excelsos y profundos y con cualquier otra criatura; sino que cuando siente la presencia del Señor que mora dentro de él, la confianza en la ayuda divina le lleva a decir: "El Señor es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se allegaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron. Aunque se asiente campo contra mí, no temerá mi corazón: Aunque contra mí se levante guerra, yo en esto confío" (Ps 27,1-3). De lo que deduzco que un hombre quizás nunca sea capaz de vencer a un poder adverso a menos que cuente con el socorro de la asistencia divina. De ahí, también, que se diga que el ángel luchó con Jacob. Aquí, sin embargo, entiendo que el escritor da a entender que no es lo mismo para un ángel luchar contra Jacob y haber luchado contra él; sino que el ángel que lucha con él es quien estuvo presente con él para asegurar su seguridad, quien, después de conocer también su progreso moral, le dio además el nombre de Israel (Gn 32,28), esto es, el que lucha con Dios o Dios lucha, y le asiste en la contienda; viendo que allí hubo indudablemente otro ángel con quien él contendió, y contra quien él tuvo que continuar su pelea. Finalmente, Pablo no ha dicho que luchamos con príncipes, o con poderes, sino contra principados y potestades. Y de ahí, aunque Jacob luchó, fue incuestionablemente contra alguno de esos poderes que resisten a la raza humana y a todos los santos, según declara Pablo. Por lo tanto, por fin, dice la Escritura que "luchó con el ángel, y tenía el poder de Dios", así que la lucha es apoyada por la ayuda del ángel, pero el premio del éxito conduce al conquistador a Dios.
6. En verdad, no debemos suponer que las luchas de esta clase se sostienen por el ejercicio de fuerza corporal y de las artes de lucha, sino que el espíritu contiende con el espíritu, según la declaración de Pablo, que nuestra lucha es contra principados y potestades, contra señores de las tinieblas de este mundo. Más bien, lo siguiente debe entenderse como la naturaleza de la lucha; cuando, por ejemplo, pérdidas y peligros caen sobre nosotros; o se nos hacen calumnias y falsas acusaciones, el objeto de los poderes hostiles no es que nosotros debamos sufrir estas pruebas solamente, sino que por medio de ellas seamos llevados al exceso de ira o al dolor, o al último hoyo de la desesperación; o al menos, lo que es un pecado más grande, ser forzados a quejarnos contra Dios, cuando fatigados y vencidos por cualquier molestia, como si no administrara justa y equitativamente la vida humana; cuya consecuencia puede ser la debilidad de la fe, la decepción de nuestra esperanza, o el abandono de la verdad de nuestras opiniones, o albergar sentimientos irreligiosos en cuanto a Dios.
A tal efecto se han escrito ciertas cosas sobre Job, después que el diablo solicitó de Dios el poder de quitarle todos los bienes que tenía. Por lo cual también se nos enseña que no es por ningún ataque accidental que somos asaltados, cuando sea que suframos alguna pérdida de propiedad; ni se debe a la casualidad que uno sea tomado prisionero, o cuando el edificio de aquellos que nos son queridos se hunde y los aplasta, causándoles la muerte; para que en todas estas ocurrencias cada creyente pueda decir: "Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba" (Jn 19,11).
Observa que la casa de Job no cayó sobre sus hijos hasta que el diablo no recibió primero el poder sobre ellos; tampoco los jinetes hubieran hecho irrupción en tres escuadrones, llevarse sus camellos o sus bueyes, y su ganado, a no ser que se hubieran entregado primeramente como siervos de su voluntad al espíritu que los instigaba.
Tampoco ese fuego o rayo, como parece ser, hubiera caído sobre las ovejas del patriarca, si antes el diablo no hubiera dicho a Dios: "¿No le has cercado tú a él, y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto su hacienda ha crecido sobre la tierra. Mas extiende ahora tu mano, y toca a todo lo que tiene, y verás si no te blasfema en tu rostro" (Jb 1,10).
7. El resultado de todos los comentarios precedentes es mostrar que todos los acontecimientos del mundo que se consideran de una clase intermedia, tanto si son desafortunados como afortunados, no son causados por Dios, ciertamente, y tampoco sin Él. Por otra parte, Dios no sólo no impide los poderes malos y adversos que están deseando traer desgracias sobre nosotros para lograr su objetivo, sino que permite su libre actuación, aunque sólo en ciertas ocasiones y en casos muy particulares, como en Job, por ejemplo, que durante un tiempo cayó bajo el poder de otros y tuvo su casa atrapada por personas injustas.
La santa Escritura, por tanto, nos enseña a recibir todo lo que pasa como enviado por Dios, sabiendo que sin El nada ocurre. ¿Cómo podemos nosotros dudar que tal sea el caso, es decir, que nada pasa al hombre sin la voluntad de Dios, cuando nuestro Señor y Salvador declara: "¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre" (Mt 10,29)?
La necesidad del caso nos ha alejado en una extensa digresión del tema de la lucha emprendida por los poderes hostiles contra el hombre, y de aquellos tristes acontecimientos que sobrevienen a la vida humana, esto es, las tentaciones, según a la declaración de Job: "¿No es la vida entera del hombre sobre la tierra una tentación?" (Jb 7,1), para que en el modo en que ocurren y el espíritu en que las enfrentamos, puedan manifestarse claramente.
Notemos a continuación cómo cae el hombre en el pecado del falso conocimiento, o con qué objeto los poderes adversos persiguen implicarnos en ese conflicto.
1. El santo apóstol, deseando enseñarnos alguna verdad grande y oculta respecto a la ciencia y la sabiduría, dice en la primera epístola a los corintios: "Hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria" (1Co 2,6-8). En este pasaje, deseando describir las clases diferentes de sabiduría, el apóstol indica que hay una sabiduría de este mundo, y una sabiduría de los príncipes de este siglo, y otra sabiduría de Dios. Pero cuando usa la expresión "sabiduría de los príncipes de este siglo", no pienso que signifique una sabiduría común a todos los príncipes de este mundo, sino más bien una que es peculiar a algunos individuos entre ellos. Así que cuando dice: "Hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria" (1Co 2), debemos preguntarnos cuál sea su significado, si es la misma sabiduría de Dios que estuvo oculta en otros tiempos y otras generaciones, sin ser dada a conocer a los hijos de los hombres como ahora ha sido revelada a los santos apóstoles y profetas, y que fue también la sabiduría de Dios antes del advenimiento del Salvador, mediante la que Salomón obtuvo su sabiduría, y en referencia a la cual el lenguaje del Salvador mismo declara que Él enseñó más que Salomón: "He aquí más que Salomón en este lugar" (Mt 12,42), palabras que muestran, que los que han sido instruidos por el Salvador han sido instruidos en algo más elevado que el conocimiento de Salomón. Ya que si alguien afirmara que el Salvador, en verdad, poseyó mayor conocimiento que Salomón, pero que no lo comunicó a otros más de lo que hizo Salomón, ¿cómo va a ponerse de acuerdo con la declaración que sigue: "La reina de Saba se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y he aquí más que Salomón en este lugar" (Mt 12,42).
Hay, por lo tanto una sabiduría de este siglo, y también, probablemente, una sabiduría que pertenece a cada príncipe individual de este siglo. Pero en lo que concierne a la sabiduría de Dios solo, percibimos que esto es indicado, que actuó en un grado menor en otros tiempos anteriores y más antiguos, y que después se reveló y manifestó más plenamente por medio de Cristo. Sin embargo, examinaremos la sabiduría de Dios en el lugar apropiado.
2. Ahora, ya que estamos tratando la manera en que los poderes adversos fomentan disputas, mediante las cuales introducen el falso conocimiento en la mente de los hombres y extravían sus almas, mientras que ellos se imaginan que han descubierto la sabiduría, pienso que es necesario distinguir la sabiduría de este mundo, y de los príncipes de este mundo, para que así podamos descubrir quiénes son los padres de esta sabiduría, o mejor, de estas clases de sabiduría. Soy de la opinión, por tanto, como he declarado arriba, que hay otra sabiduría de este mundo al lado de las diferentes clases de sabiduría que pertenece a los príncipes de este mundo, por cuya sabiduría parecen entenderse y comprenderse las cosas que pertenecen a este mundo.
Esta sabiduría, sin embargo, no posee en sí misma ninguna propiedad para formarse ninguna opinión sobre cosas divinas o el plan del gobierno del mundo, o cualquier otro tema de importancia para una vida buena y feliz; sino que es tal que trata del arte y de la poesía, por ejemplo, la gramática, o la retórica, o la geometría, o la música, en la que también, quizás, la medicina debería ser clasificada. En todos estos temas debemos suponer que se incluye la sabiduría de este mundo.
Por sabiduría de los príncipes de este mundo entendemos la que se presenta como la filosofía secreta y oculta, como ellos la llaman, de los egipcios, y la astrología de los caldeos y de los indios, que profesan tener el conocimiento de cosas elevadas y también la múltiple variedad de opiniones que prevalece entre los griegos en cuanto a las cosas divinas. En consecuencia, en las santas Escrituras encontramos que hay príncipes sobre naciones particulares; como leemos en Daniel, donde se habla de un príncipe del reino de Persia, y otro príncipe del reino de Grecia, que claramente se muestras, por la naturaleza del pasaje, que no son seres humanos, sino ciertos poderes (cap. 10). En las profecías de Ezequiel, el príncipe de Tiro es mostrado sin lugar a dudas como una especie de poder espiritual (cap. 26). Cuando estos y otros de la misma clase, poseyendo cada uno su propia sabiduría, y aumentando sus propias opiniones y sentimientos, contemplaron a nuestro Señor y Salvador, profesando y declarando que Él había venido a este mundo con el propósito de destruir todas las opiniones de la ciencia, falsamente así llamada, ellos, no sabiendo lo que había sido oculto en Él, inmediatamente le pusieron una trampa: "Estarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra el Señor, y contra su Ungido" (Ps 2,2). Pero sus trampas fueron descubiertas y los planes que se habían propuesto se manifestaron al crucificar al Señor de gloria; por eso el apóstol dice: "Hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria" (1Co 2,6-8).
3. Ciertamente debemos procurar averiguar si aquella sabiduría de los príncipes de este mundo, que ellos procuran imbuir en los hombres, es introducida en sus mentes por los poderes adversos, con el propósito de atraparles y perjudicarles, o sólo con el propósito de engañarles, esto es, sin el propósito de hacerles ningún mal; pero, como los príncipes de este mundo consideran que tales opiniones son verdaderas, desean impartir a otros lo que ellos mismos creen que es la verdad; esta es la opinión que me inclino a adoptar. Porque, por poner un ejemplo, ciertos autores griegos, o dirigentes de algunas sectas heréticas,
después de haber inculcado un error en la doctrina en vez de la verdad, y habiendo llegado a la conclusión en sus propias mentes que tal es la verdad, proceden, a continuación, a intentar convencer a otros de lo correcto de sus opiniones. Así, de la misma manera, hemos de suponer que proceden los espíritus de este mundo, en el que se han asignado ciertas naciones a determinadas potencias espirituales, que por ello son llamados "príncipes de este mundo".
Además de estos príncipes, hay ciertas energías especiales de este mundo, es decir, poderes espirituales que causan ciertos efectos, que ellos mismos escogen producir, en virtud de su libre voluntad. A estos pertenecen aquellos príncipes que practican la sabiduría de este mundo; siendo, por ejemplo, una energía y un poder peculiar, que es el inspirador de la poesía; otro, de la geometría; y así un poder separado, para recordarnos cada una de las artes y las profesiones de esta clase.
Finalmente, muchos escritores griegos han opinado que el arte de la poesía no puede existir sin la locura; por ello se narra varias veces en sus historias, que aquellos que llaman poetas vates), fueron repentinamente acometidos por una especie de espíritu de locura. ¿Y qué diremos de los que elos qosiciones poéticas que son la admiración y el asombro de todos.
Debemos suponer que todos estos efectos son causados de la siguiente manera: Así como las almas santas e inmaculadas, después de dedicarse por completo a Dios en afecto y pureza, y después de mantenerse libres de todo contagio de espíritus malos y de ser purificados por una larga abstinencia, llenos de una educación santa y religiosa, asumen por este medio una porción de la divinidad y adquieren la gracia de la profecía y otros dones divinos, así también debemos suponer que los que se ponen en el camino de los poderes adversos, a quienes deliberadamente admiran y adoptan su manera de vida y hábitos, reciben su inspiración, y se hacen partícipes de su sabiduría y doctrina. El resultado de esto es que son poseídos con el poder de esos espíritus a cuyo servicio se han sometido.
4. Respecto a los que enseñan de una manera diferente a lo que la regla de la Escritura permite en lo que concierne a Cristo, no es tarea ociosa averiguar si es con un propósito traidor que los poderes adversos, en su lucha por impedir la creencia en Cristo, han inventado ciertas doctrinas fabulosas e impías; o si, al oír la palabra de Cristo, y no ser capaces de echarlo del secreto de su conciencia, y menos retenerla pura y santa, tienen, por medio de instrumentos convenientes para su uso, e introducen errores mediante sus profetas, por así llamarlos, contrarios a la regla de la verdad cristiana.
Antes bien, debemos suponer que el apóstata y los poderes del refugiado, que se han apartado de Dios por la maldad misma de su mente y voluntad, o por envidia de los que están preparados para recibir la verdad y ascender al rango que ellos tuvieron antes de caer, inventan todos esos errores e ilusiones de la falsa doctrina, con el fin de impedir cualquier progreso en dirección a la verdad.
Está claramente establecido por muchas pruebas, que mientras el alma del hombre exista en este cuerpo, puede admitir energías diferentes, esto es, operaciones de una diversidad de espíritus buenos o malos. Ahora bien, los espíritus malos tienen un doble modo de proceder, a saber, cuando toman posesión completa y total de la mente, sin permitir a sus cautivos el poder de comprender o sentir, como es el caso, por ejemplo, de los comúnmente llamados posesos (energúmenos), a quienes vemos privados de razón y locos -como los que el Señor curó, según relata el Evangelio-; o cuando por sus malas sugerencias depravan un alma sensible e inteligente con pensamientos de varias clases, persuadiéndola al mal, de lo que Judas es una ilustración, pues fue inducido por la sugerencia de un diablo a cometer el crimen de traición, según declara la Escritura: "el diablo ya había metido en el corazón de Judas, traicionarle" (Jn 13,2).
Pero un hombre recibe la energía, esto es, el poder de obrar, de un espíritu bueno, cuando está animado e incitado por el bien y se inspira en cosas celestiales o divinas, como los santos ángeles. Dios mismo obró en los profetas, despertando y exhortándolos por sus santas sugerencias hacia un mejor curso de vida, aun así, ciertamente, permaneció en la voluntad y juicio de los individuos estar dispuestos o indispuestos a seguir la llamada divina y las cosas celestiales.
De esta distinción manifiesta se ve cómo el alma es movida por la presencia de un espíritu mejor, a saber, si no encuentra ninguna perturbación o enajenación mental de la inspiración inminente, ni pierde el libe control de su voluntad; como, por ejemplo, es el caso de todos, sean profetas o apóstoles, que ministraron las respuestas divinas sin ninguna perturbación de mente. Más aún, por la sugestión de un buen espíritu la memoria del hombre se despierta al recuerdo de cosas mejores cosas, como ya mostramos en los ejemplos anteriores, cuando mencionamos los casos de Mardoqueo y Artajerjes.
5. Pienso que después deberíamos investigar cuáles son las razones por las que un alma humana es trabajada a veces por un espíritu bueno y otras por un espíritu malo, cuyo fundamento sospecho que es anterior al nacimiento corporal del individuo, como Juan el Bautista mostró por su salto y regocijo estando en la matriz de su madre, cuando la voz del saludo de María alcanzó los oídos de su madre Elisabet; y cómo Jeremías el profeta declara, que fue conocido por Dios antes de haber sido formado en la matriz de su madre, y santificado antes de nacer, y mientras aún era muchacho recibió la gracia de la profecía.
Por otro lado, se ha mostrado más allá de toda duda, que algunos han sido poseídos por espíritus hostiles desde el principio de sus vidas; esto es, algunos nacieron con un espíritu malo, y otros, según historias creíbles, han practicado la adivinación desde la niñez. Otros han estado bajo la influencia del demonio llamado Pitón, es decir, el espíritu ventriloquial, desde el comienzo de su existencia.
Para los que mantienen que todo en el mundo está bajo la administración de la Divina Providencia (como es también nuestra propia creencia), todos estos casos, me parece mí, pueden no tener ninguna respuesta, así que para mostrar que ninguna sombra de injusticia se cierne sobre el gobierno divino, hay que sostener que hay ciertas causas de existencia previa, a consecuencia de las cuales las almas, antes de su nacimiento en el cuerpo, contrajeron una cierta cantidad de culpa en su naturaleza sensitiva, o en sus movimientos, en razón a la cual han sido juzgadas dignas por la Providencia Divina de estar colocadas en esta condición. Porque un alma siempre está en posesión de libre albedrío, tanto cuando está en el cuerpo como fuera de él; y la libertad de la voluntad siempre se dirige al bien o al mal.
Ningún ser racional y sentiente, esto es, la mente o el alma, puede existir sin algún movimiento, sea bueno o malo. Y es probable que esos movimientos provean razones para el mérito incluso antes de hacer nada en este mundo; de manera que en base a esos méritos son, inmediatamente en su nacimiento, e incluso antes, por así decir, clasificados por la Divina Providencia para resistir el bien o el mal.
Dejemos, entonces, que estas sean nuestras opiniones sobre esos lotes que caen sobre los hombres, sea inmediatamente después del nacimiento, o incluso antes de entrar en la luz. Pero en cuanto a las sugerencias que se hacen al alma, es decir, a la facultad de pensamiento humano, por espíritus diferentes, que despiertan en los hombres ganas de realizar actos buenos o malos, incluso en tal caso debemos suponer que a veces allí existían ciertas causas anteriores al nacimiento corporal.
Porque ocasionalmente la mente, cuando vigilante, y echando lejos de sí lo que es malo, pide de sí ayuda para lo bueno; o si por el contrario, fuera negligente y perezosa, esto deja lugar, por insuficiente precaución, para esos espíritus que, aguardando en secreto como ladrones, buscan la forma de precipitarse en las mentes de hombres cuando ven una residencia preparada para ellos por la pereza; como dice el apóstol Pedro: "Vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1P 5,8). En base a esto, nuestro corazón ha de ser guardado con todo esmero, de día y de noche, sin dar ningún lugar al diablo. Pero debemos hacer todo esfuerzo posible para que los ministros de Dios -los espíritus que son enviados a ministrar a los herederos de salvación- puedan encontrar un lugar en nosotros, y entrar encantados en la habitación de invitados de nuestra alma. Y así, morando con nosotros, puedan guiarnos con sus consejos; si, de verdad, ellos encontraran la vivienda de nuestro corazón adornada por la práctica de virtud y la santidad. Pero sea suficiente lo que ya hemos dicho, como mejor pudimos, sobre aquellos poderes que son hostiles a la raza humana.
1. En mi opinión, el tema de las tentaciones humanas no debe ser pasado por alto, ni mantenido en silencio en este contexto. La tentación surge a veces de la sangre y la carne, o de la sabiduría de la carne y la sangre, que, como se dice, es hostil a Dios. Y si es verdadera la declaración que algunos alegan, a saber, que cada individuo tiene como si fuera dos almas, lo determinaremos después de explicar la naturaleza de las tentaciones, que, como se dice, son más poderosas que nada de origen humano, esto es, las que sostenemos "contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ep 6,12); o a las que somos sometidos por espíritus impuros y demonios de maldad.
En la investigación de este tema, pienso que debemos inquirir según un método lógico si hay en nosotros, seres humanos, que estamos compuestos de alma y cuerpo y espíritu vital, algún otro elemento que posea una incitación propia, y que evoque un movimiento hacia el mal. Porque una cuestión de esta clase algunos acostumbran discutirla de este modo: si, según se dice, dos almas coexisten dentro de nosotros, la una es más divina y celestial y la otra inferior; o si, por el hecho mismo de estar insertos en una estructura corporal, que según su propia naturaleza está muerta, y totalmente desprovistos de vida -viendo por nosotros que el cuerpo material deriva su vida de nuestra alma, y que es contrario y hostil al espíritu-, somos llevados y atraídos a la práctica de los espíritus malos que se conforman al cuerpo; o si, en tercer lugar -que fue la opinión de algunos filósofos griegos-, aunque nuestra alma es una en sustancia, consiste, sin embargo, en varios elementos, una parte llamada racional y otra irracional, y la que es llamada parte irracional se separa a su vez en dos afectos: los de codicia y pasión. Estas tres opiniones, entonces, en cuanto al alma que hemos establecido arriba, las hemos encontrado sostenidas por alguien, pero la que hemos mencionado como propia de los filósofos griegos, a saber, que el alma es tripartita, no veo que se encuentre grandemente confirmada por la autoridad de la santa Escritura; mientras que respecto a las dos restantes, se encuentra un número considerable de pasajes de las santas Escrituras que puede aplicárseles.
2. De estas opiniones discutamos primero la que algunos mantienen, que hay en nosotros un alma buena y celestial y otra terrenal e inferior, que el alma mejor es implantada en nosotros desde el cielo, tal como fue el caso de Jacob mientras estaba en el vientre de su madre, que le dio el premio de la victoria al suplantar a su hermano Esaú; y el caso de Jeremías, que fue santificado desde su nacimiento; y el de Juan, que fue lleno del Espíritu Santo desde la matriz.
Por contra, la que llaman alma inferior alegan que es producida juntamente con la semilla del cuerpo mismo, de donde dicen que no puede vivir o subsistir sin el cuerpo, por cuya razón dicen también que es llamada frecuentemente carne. Porque la expresión "la carne codicia contra el Espíritu" (Ga 5,17), ellos la toman no para ser aplicada a la carne, sino a este alma, que es propiamente el alma de la carne. Por estas palabras, además, procuran hacer buena la declaración de Levítico: "El alma de toda carne, su vida, está en su sangre" (Lv 17,14). Porque, de la circunstancia que es la difusión de la sangre en todas partes de la carne la que produce la vida en la carne, ellos afirman que este alma, de la que se dice que es la vida de toda la carne, está contenida en la sangre.
Además, la afirmación "la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne"; y la restante, "el alma de toda carne, su vida, está en su sangre", están, según estos escritores, simplemente llamando a la sabiduría de la carne por otro nombre, porque es una especie de espíritu material, que no está sujeto a la ley de Dios, ni puede estar, porque tiene deseos terrenales y corporales. Y es respecto a esto que ellos piensan que el apóstol pronunció las palabras: "Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (Rm 7,23). Pero, y si alguien les objetara que estas palabras se refieren a la naturaleza del cuerpo, que de acuerdo a la particularidad de su naturaleza está muerto, pero tiene sensibilidad, o sabiduría, que es hostil a Dios, o que lucha contra el espíritu. O si uno les dijera que, en cierto grado, la carne misma fue poseída por una voz, que gritara contra el padecimiento del hambre, o la sed, o el frío, o cualquier incomodidad que surge de la abundancia o de la pobreza, ellos procurarían debilitar y contrarrestar la fuerza de tales argumentos mostrando que hay muchas otras perturbaciones mentales que no derivan su origen en ningún aspecto de la carne, y aun así el espíritu lucha contra ellas, como la ambición, la avaricia, la emulación, la envidia, el orgullo, y cosas semejantes; y viendo que la mente humana o el espíritu mantiene contra ellos una especie de competición, ellos asentarían como causa de todos estos males nada más que el alma corporal de la que venimos hablado, y que es generada de la semilla por un proceso de traducianismo.
También acostumbran aducir en apoyo de su aserción, la declaración del apóstol: "Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banquetes, y cosas semejantes a éstas" (Ga 5,19-21), afirmando que todas ellas no derivan su origen de los hábitos o placeres de la carne de manera que deban considerarse tales movimientos como inherente a esa sustancia que no tiene un alma, esto es, el alma.
La declaración, además: "Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles" (1Co 1,26), parecería requerir para ser entendida la existencia de una clase de sabiduría carnal y material, y de otra según el espíritu. La primera no puede en realidad llamarse sabiduría, a menos que haya un alma de la carne, que es sabia respecto a lo que se llama sabiduría carnal. En añadidura a estos pasajes, aducen el siguiente: "Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis" (Ga 5,17). ¿Qué son esas cosas de las que dice, "para que no hagáis lo que quisiereis"? Es cierto, contestan, que el espíritu no es entendido aquí; porque la voluntad del espíritu no sufre ningún obstáculo. Pero tampoco puede referirse a la carne, porque si no tiene alma propia, tampoco puede poseer voluntad.
Queda, pues, que la voluntad de este alma se entiende que es capaz de tener una voluntad de suyo propio, que ciertamente se opone a la voluntad del espíritu. Y si este es el caso, queda establecido que la voluntad del alma es algo intermedio entre la carne y el espíritu, indudablemente obedeciendo y sirviendo a uno de dos que haya elegido obedecer. Y si cede a los placeres de la carne, esto hace a los hombres carnales; pero cuando se une con el Espíritu, produce hombres del Espíritu, que, por esta razón, son llamados espirituales. Y este parece ser el significado de las palabras del apóstol: "Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros" (Rm 8,9).
Conforme a esto tenemos que averiguar qué es esta voluntad intermedia entre la carne y el espíritu, además de la voluntad que se dice pertenecer a la carne o el espíritu. Porque se mantiene como cierto que cualquier cosa que se diga operada por el espíritu es producto de la voluntad del espíritu, y todo lo que se llama obra de la carne procede de la voluntad de la carne. ¿Qué es, entonces, la voluntad del alma, además de esto, que recibe un nombre separado, cuya voluntad opone el apóstol a "nuestra ejecución", "para que no hagáis lo que quisiereis". Por esto parecería entenderse que no debería adherirse a ninguno de los dos, esto es, ni a la carne ni al espíritu. Pero alguien dirá, que es mejor para el alma ejecutar su propia voluntad que la de la carne; por otra parte, es mejor hacer la voluntad del espíritu que la propia voluntad. ¿Cómo, entonces, dice el apóstol: "para que no hagáis lo que quisiereis"? Porque en esta competición que es sostenida entre la carne y el espíritu, el espíritu en ningún caso está seguro de la victoria, siendo manifiesto que en muchos individuos la carne tiene el dominio.
3. Pero ya que el tema de discusión en que hemos entrado es de gran profundidad, es necesario considerarlo en todos sus sentidos. Veamos si algún punto como el siguiente no puede ser determinado; así como es mejor para el alma seguir al espíritu cuando éste ha vencido la carne, también, si parece un curso peor para el alma seguir la carne en sus luchas contra el espíritu, cuando éste recordara al alma su influencia, sin embargo, puede parecer un procedimiento más ventajoso para el alma estar bajo el dominio de la carne que permanecer bajo el poder de su propia voluntad. Porque, ya que se dice que no es ni caliente, ni fría, sino que está en una especie de condición tibia, encontrará la conversión una empresa lenta y algo difícil. Si en verdad se uniera a la carne, entonces, saciada en extremo, y llena de aquellos males que sufre de los vicios de la carne, y como cansada de las pesadas cargas del lujo y la lujuria, pudiera convertirse con facilidad y mayor rapidez de la inmundicia de materia al deseo de las cosas divinas, y al gusto de las gracias espirituales.
Debe suponerse que el apóstol dijo: "El Espíritu contiende contra la carne, y la carne contra el Espíritu, para que no podamos hacer las cosas que quisiéramos, se entiende las cosas que se designan como estando más allá de la voluntad del espíritu y de la carne, dando a entender, como si lo expresáramos en otras palabras, que es mejor para un hombre estar en un estado de virtud o de malicia, que en ninguno de ellos, porque el alma, antes de su conversión al espíritu y su unión con él, aparece durante su unión al cuerpo y su meditación en cosas carnales, en no una buena condición, ni tampoco manifiestamente mala, sino que se parece, por así decirlo, a un animal.
Sin embargo, es mejor para ella, si es posible, hacerse espiritual por la adhesión al espíritu; pero si no puede hacerlo, es más oportuno que siga la maldad de la carne, que, colocada bajo la influencia de su propia voluntad, conservar la posición de un animal irracional.
Estos puntos los acabamos de discutir con mayor extensión de la querida, en nuestro deseo de considerar cada opinión individual, de modo que no vaya a suponerse que han escapado a nuestra atención y que son generalmente presentados por los que inquieren si hay dentro de nosotros otra alma distinta a la celestial y racional, que se llama carne, o sabiduría de la carne, o alma de la carne.
4. Veamos ahora la respuesta que generalmente se da a las afirmaciones de quienes mantienen que hay en nosotros un movimiento y una vida, procedentes de una y la misma alma, cuya salvación o destrucción se atribuye al resultado de sus propias acciones.
En primer lugar, veamos de qué naturaleza son las conmociones del alma que sufrimos, cuando nos sentimos interiormente arrastrados en direcciones diferentes, y comienza una especie de competición de pensamientos en nuestros corazones; ciertas probabilidades nos son sugeridas, de acuerdo a las cuales nos inclinamos ahora a este lado, luego al otro; a veces somos convencidos de error, y otras aprobamos lo que hacemos. No es nada notable, sin embargo, decir de los espíritus malos, que tienen un juicio variable y conflictivo, sin armonía consigo mismo, ya que este es el caso que hallamos en todos los hombres siempre que al deliberar sobre un acontecimiento incierto, piden consejo y consideran y consultan cuál es el curso a seguir mejor y más útil. No es por lo tanto sorprendente que, si dos probabilidades se presentan, y sugieren opiniones enfrentadas, la mente sea arrastrada en direcciones contrarias. Por ejemplo, si un hombre es conducido por la reflexión para creer y temer a Dios, entonces no puede decirse que la carne codicia contra el Espíritu; pero entre la incertidumbre de qué pueda ser lo verdadero y lo ventajoso, la mente es arrastrada en direcciones opuestas.
Así también, cuando se supone que la carne provoca a la indulgencia de la lujuria, pero que mejores consejos hacen que se oponga a la atracción de esa clase, no debemos suponer que es una vida resistiendo a otra, sino que es la tendencia de la naturaleza del cuerpo, que está impaciente por vaciar y limpiar los sitios llenos de la humedad seminal; como, de forma parecida, no debe suponerse que es algún poder adverso, o la vida de otra alma, lo que excita en nosotros el apetito de la sed, y nos impele a beber, o que hace que sintamos hambre y nos lleve a satisfacerla. Pero así como es por el movimiento natural del cuerpo que la comida y la bebida es deseada o rechazada, así también la semilla natural, reunida en el curso del tiempo en los múltiples vasos, tiene un deseo impaciente de ser expulsada y arrojada, y está muy lejos de no ser removida jamás, excepto por el impulso de alguna causa excitante, y a veces es emitida espontáneamente.
Por tanto, cuando se dice que "la carne codicia contra el Espíritu" (Ga 5,17), esas personas entienden que esta expresión significa que el hábito o necesidad, o el placer de la carne mueven al hombre y le apartan de las cosas divinas y espirituales. Pues, debido a la necesidad del cuerpo de ser arrastrado, no nos está permitido tener tiempo de ocio para las cosas divinas, que son beneficiosas para toda la eternidad. Así que del alma, dedicándose al logro de cosas divinas y espirituales, y estando unida al espíritu, se dice que lucha contra la carne, no permitiendo que se relaje por indulgencia, y se haga inestable por la influencia de los placeres por lo que siente un deleite natural.
De esta manera ellos también dicen entender las palabras "la sabiduría de la carne es enemistad contra Dios" (Rm 8,7). No que la carne tenga realmente un alma, o sabiduría propia. Pero como acostumbramos decir, por un abuso del lenguaje, que la tierra tiene sed, y desea beber agua, el empleo de la palabra "deseo" no es propio, sino parabólico, como cuando decimos que una casa quiere o busca ser reconstruida, y muchas otras expresiones similares; así también hay que entender la expresión "sabiduría de la carne", o "la carne codicia contra el Espíritu".
Generalmente ellos relacionan esta expresión con esta otra: "La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra" (Gn 4,10). Pero lo que clama al Señor no es propiamente la sangre derramada, sino que se dice impropia, parabólicamente que la sangre pide venganza de quien la ha derramado.
Asimismo, la declaración del apóstol: "Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu" (Rm 7,23), ellos la entienden como si hubiera dicho, que quien desea dedicarse a la palabra de Dios es, debido a sus hábitos y necesidades corporales, que como una especie de ley está establecido en el cuerpo, distraído, dividido e impedido, a no ser que, dedicándose enérgicamente al estudio de la sabiduría, es capacitado para contemplar los misterios divinos.
5. Con respecto a la siguiente clasificación de las obras de la carne, a saber, herejías, envidias, contiendas, y otras, ellos entienden que la mente, al hacerse más grosera debido a su concesión a las pasiones del cuerpo, y siendo oprimida por la masa de sus vicios, y no teniendo sentimientos refinados o espirituales, se dice que se hace carne, y deriva su nombre de aquello en lo que exhibe más vigor y fuerza de voluntad.
También se plantean la siguiente pregunta: "¿Quién será hallado, o de quién se dirá que es el creador de este sentido malo, llamado el sentido de la carne?" Porque ellos defienden la opinión de que no hay ningún otro creador del alma y la carne que Dios. Y si nosotros afirmáramos que el Dios bueno creó todo lo que es hostil en su propia creación, pare que es un absurdo manifiesto. Entonces, si está escrito: "la sabiduría carnal es enemistad contra Dios" (Rm 8,7) y se declara que es resultado de la creación, Dios
1. Ahora, ya que es uno de los artículos de la Iglesia sostenido principalmente a consecuencia de nuestra creencia en la verdad de nuestra historia sagrada, a saber, que este mundo ha sido creado y tomó su principio en un cierto tiempo, y en conformidad al ciclo del tiempo decretado para todas las cosas será destruido debido a su corrupción, no es nada absurdo discutir unos pocos puntos relacionados con este tema. Y hasta donde alcanza la credibilidad de la Escritura, sus declaraciones sobre este tema son prueba suficiente. Hasta los herejes, aunque abiertamente opuestos a muchas otras cosas, en este punto parecen uno solo, cediendo a la autoridad de la Escritura.
Respecto a la creación del mundo, ¿puede la Escritura darnos más información que la que Moisés nos ha transmitido sobre su origen? Aunque comprende materias de significado más profundo que la mera narración histórica parece indicar y contiene muchas cosas que tienen que entenderse espiritualmente; emplea la letra como una clase de velo al tratar temas profundos y místicos. No obstante, el lenguaje del narrador muestra que todas las cosas visibles fueron creadas en un cierto tiempo.
Pero tocante a la consumación del mundo, Jacob es el primero en dirigir a sus hijos estas palabras: "Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los postreros días" (Gn 49,1), o días últimos. Si, entonces, hay "últimos días" o un período de "días últimos", los días que tuvieron un principio necesariamente deben venir a un final. David, también declara: "Los cielos perecerán, y tú permanecerás; y todos ellos como un vestido se envejecerán; como una ropa de vestir los mudarás, y serán mudados: Mas tú eres el mismo, y tus años no se acabarán" (Ps 102,26-27).
Nuestro Señor y Salvador, al decir "el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo" (Mt 19,4), atestigua que el mundo fue creado; y otra vez, cuando dice: "El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán" (Mt 24,35), señala que son perecederos, y han de venir a un final. El apóstol, además, al declarar que "las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de grado, mas por causa del que las sujetó con esperanza, luego también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8,20-21), evidentemente anuncia el final del mundo; como también hace cuando dice: "La apariencia de este mundo se pasa" (1Co 7,31).
Ahora bien, mediante la expresión utilizada: "las criaturas fueron sujetas a vanidad", muestra que hubo un principio de este mundo; ya que si la criatura fue sujeta a vanidad debido a alguna esperanza, esto seguramente se hizo por una causa; y viendo que fue por una causa, necesariamente debió tener un principio; porque sin algún principio la criatura no podría ser sujeta a vanidad, ni tampoco podría esperar ser liberada de la esclavitud de corrupción, que no hubo comenzado a servir. Pero quien decida buscar a su placer, encontrará numerosos pasajes en la santa Escritura en los que se dice que el mundo tiene un principio y espera un final.
2. Pero si hay alguien aquí que opone a la autoridad o a la credibilidad de nuestras Escrituras, le preguntaría si él afirma que Dios puede o no puede abarcar todas las cosas. Afirmar que no puede sería un acto evidente de impiedad. Si entonces contesta, como debe ser, que Dios abarca todas las cosas, se sigue del hecho mismo de su capacidad de abarcar, que hay que entender que todo tiene un principio y un final, sabiendo que lo que es totalmente sin principio no puede ser abarcado en absoluto. Porque por mucho que pueda extenderse el entendimiento, la facultad de comprehender sin límites desaparece cuando se afirma que no hay principio.
3. A esto ellos presentan generalmente la siguiente objeción: "Si el mundo tuvo su principio en el tiempo, qué hacía Dios antes de que el mundo comenzara? Es, de inmediato, impío y absurdo decir que la naturaleza de Dios es inactiva e inmovible o suponer que la bondad no hizo bien en un tiempo, o que la omnipotencia no ejerció su poder en un tiempo". Tal es la objeción que acostumbran hacer a nuestra declaración de que este mundo tuvo su principio en un cierto tiempo, y que, de acuerdo a nuestra creencia en la Escritura, podemos calcular los años de su duración pasada.
Considero que ningún hereje puede responder fácilmente a estas proposiciones que esté en conformidad con la naturaleza de sus opiniones. Pero nosotros podemos dar una respuesta lógica conforme a la regla de la piedad (regulam pietatis), cuando decimos que no fue entonces por primera vez que Dios comenzó a obrar al hacer este mundo visible; sino que así como después de su destrucción habrá otro mundo, creemos que también existieron otros anteriores al presente. Ambas posiciones serán confirmadas por la autoridad de la santa Escritura.
Que habrá otro mundo después de este lo enseña Isaías cuando dice: "Como los cielos nuevos y la nueva tierra, que yo hago, permanecen delante de mí" (Is 66,22), y que han existido otros mundos a éste, se dice en Eclesiastés, con las palabras: "¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido" (Ez 1,9-10). De acuerdo con estos testimonios queda establecido que hubo edades (saecula) antes de las nuestras, y que habrá otras después.
Sin embargo no hay que suponer que los múltiples mundos existieron inmediatamente, sino que, después del final de este mundo presente, otros tomarán su principio; respecto a lo cual es innecesario repetir cada declaración particular, viendo que ya lo hemos hecho así en las páginas precedentes.
4. Este punto, en verdad, no debe ser ociosamente pasado por alto, que las santas Escrituras han llamado la creación del mundo por un nombre nuevo y peculiar, llamándolo katabolé, que ha sido traducido muy incorrectamente al latín como constitutio; porque en griego katabolé significa más bien dejicere, esto es, "descenso"; una palabra que ha sido incorrectamente traducida al latín, como ya hemos comentado, por la frase constitutio mundi, como en el Evangelio según Juan, donde el Salvador dice: "Habrá entonces grande aflicción, cual no fue desde el principio del mundo" (Mt 24,21), en cuyo pasaje katabolé es traducido por principio (constitutio), que debe entenderse como hemos explicado arriba.
También el apóstol, en la Epístola a los Efesios, emplea el mismo lenguaje diciendo: "Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo" (Ep 1,4), a esta fundación él la llama katabolé, entendida en el mismo sentido que antes. Parece que vale la pena, entonces, preguntar qué se propone por este término nuevo; y opino en verdad que ya que la consumación final de los santos será en el reino "de lo invisible y lo eterno" (2Co 4,18), tenemos que concluir, como frecuentemente hemos señalado en las páginas precedentes, que las criaturas racionales tuvieron un momento inicial semejante a lo que será aquel momento final, y que si su comienzo fue semejante al fin que les espera, en su condición inicial existieron en el reino "de lo invisible y lo eterno". Si esto es así, hay que pensar que no sólo descendieron de una condición superior a otra inferior las almas que merecieron tal tránsito a causa de la diversidad de sus impulsos, sino también otras que aun contra su voluntad fueron trasladadas de aquel mundo superior e invisible a este inferior y visible para beneficio de todo el mundo. Porque, en efecto, "la criatura ha sido sometida a la vanidad contra su voluntad, por causa de aquel que la sometió en esperanza" (Rm 8,20). De esta suerte, el sol, la luna, las estrellas o los ángeles de Dios, pueden cumplir un servicio en el mundo, y este mundo visible ha sido hecho para estas almas que por los muchos defectos de su disposición racional tenían necesidad de estos cuerpos más burdos y sólidos.
La palabra katabolé (que significa descenso, y es usada en la Escritura con referencia a la constitución del mundo), parece indicar este "descenso" de las realidades superiores a lo inferior. Es verdad, sin embargo, que toda la creación lleva consigo una esperanza de libertad, para ser liberada de la servidumbre de la corrupción, cuando sean reducidos a unidad los hijos de Dios que cayeron o fueron dispersados, cuando hayan cumplido en este mundo aquellas funciones que sólo conoce Dios, artífice de todo. Y hay que pensar que el mundo ha sido hecho de tal naturaleza y magnitud que puedan ejercitarse en él todas las almas que Dios ha determinado, así como también todas aquellas virtudes que están dispuestas para asistir y servir a aquellas. Pero que todas las criaturas racionales son de la misma naturaleza es algo que puede probarse con muchos argumentos; sólo así puede quedar a salvo la justicia de Dios en todas sus disposiciones, a saber, poniendo en cada una de ellas la causa por la que ha sido colocada en tal orden determinado de vivientes o en tal otro.
5. Algunos no han sabido comprender esta disposición de Dios por no haberse dado cuenta de que Dios dispuso la variedad que vemos a causa de las opciones libres -de las naturalezas racionales-, y que, ya desde el origen del mundo, previendo Dios la disposición de aquellos que habían de merecer tener cuerpo a causa de un defecto en su actitud racional, así como la de aquellos que habían de ser seducidos por el deseo de las cosas visibles, y la de aquellos que, voluntaria o involuntariamente, tenían que prestar un servicio a los que habían caído en tal estado, eran forzados a su condición mundana por aquel que "los sometía en esperanza" (Rm 8,20). Entonces se busca como explicación la acción del azar, o se dice que todo lo que hay en este mundo sucede por necesidad y que no tenemos libertad alguna. Con esto es imposible dejar de culpar a la providencia.
6. Pero como hemos dicho que todas las almas que vivieron en este mundo tuvieron necesidad de muchos ministros, o gobiernos, o ayudantes; así, en los últimos tiempos, cuando el final del mundo es ya inminente y cercano, y toda la raza humana está al borde de la última destrucción, y cuando no sólo los que han sido gobernados por otros han sido reducidos a debilidad, sino también aquellos a quien ha sido encomendado el cuidado y gobierno, ya no será necesaria tal ayuda, ni tales defensores, sino que será requerida la ayuda del Autor y el Creador para restaurar en uno la disciplina de la obediencia, que había sido corrompida y profanada, y en otro la disciplina de gobernar.
De ahí que el Hijo unigénito de Dios, que fue la Palabra y la Sabiduría del Padre, cuando estaba en posesión de la gloria con el Padre, que tenía antes de que el mundo fuese (Jn 17,5), se despojó a sí mismo de ella y tomando la forma de siervo, "hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Ph 2,8), "y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen" (He 5,8). Él también restauró las leyes de dominio y gobierno que habían sido corrompidas, al someter a todos sus enemigos bajo sus pies, para por este medio -"porque es necesario que Él reine, hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies y destruya al último enemigo, la muerte" (1Co 15,25)- poder enseñar moderación en su gobierno a los mismos gobernadores.
Como vino, pues, a restaurar no la disciplina de gobierno solamente, sino la obediencia, como hemos dicho, realizando primeramente Él lo que deseaba que otros realizaran; por eso fue obediente al Padre, no sólo hasta la muerte en la cruz, sino también hasta el fin del mundo, abrazando en Él a todos los que sujeta al Padre, que por Él alcanzan la salvación; Él mismo, juntamente con ellos y en ellos, se sujetará al Padre (1Co 15,28); todas las cosas subsisten en Él, y Él es la cabeza de todas las cosas (Col 1,17-18), en quien está la salvación y la plenitud de los que obtienen la salvación. Por eso el apóstol dice consecuentemente: "Mas luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos" (1Co 15,28).
7. No sé cómo los herejes, al no entender el significado del apóstol en esas palabras, consideran el término "sujeción" como algo degradante aplicado al Hijo; porque si es puesta en cuestión la propiedad del título, se puede averiguar fácilmente al hacer una suposición contraria. Porque si no está bien estar en sujeción, entonces se sigue que los contrario será bueno, a saber, no estar sujeto. Ahora bien, el lenguaje del apóstol, según opinan, parece indicar que por estas palabras, "y cuando todas las cosas le sean sometidas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas" (1Co 15,28); Él, que ahora no está sujeto al Padre, se le sujetará cuando el Padre le haya sometido primero todas las cosas.
Me asombra cómo puede concebirse que este sea el significado; que quien no está en sujeción hasta que todas las cosas estén sujetadas, se suponga que, en el momento que todo haya sido sujetado a Él y cuando se haya convertido en rey de todos los hombres, sea entonces sujetado, viendo que Él nunca estuvo anteriormente en sujeción, porque los tales no entienden que la sujeción de Cristo al Padre indica que nuestra felicidad ha alcanzado su perfección, y que la obra por Él emprendida ha sido llevada a su término victorioso, sabiendo que no sólo ha purificado el poder del gobierno supremo sobre toda la creación, sino que presenta al Padre los principios de la obediencia y la sujeción de la raza humana en una condición corregida y mejorada.
Por tanto, si mantenemos que esta sujeción del Hijo al Padre es buena y saludable, es una inferencia sumamente lógica y racional deducir que la sujeción de los enemigos, que como se dice han de someterse al Hijo de Dios, debería entenderse también como siendo saludable y beneficiosa; como si, cuando se dice que el Hijo se sujetará al Padre, estuviera significada la restauración perfecta de la creación en su totalidad. Así también, cuando se dice que los enemigos son sujetos al Hijo de Dios, hay que comprender que la salvación consiste en la salvación de los conquistados y en la restauración de los perdidos.
8. Esta sujeción, sin embargo, se realizará de cierta manera, y después de cierta educación y en cierto tiempo; porque no hay que imaginar que el sometimiento va a ser causado por la presión de la necesidad -menos que el mundo entero sea entonces sometido a Dios por la fuerza-, sino por la palabra, la razón, y la doctrina; por una llamada a un curso mejor de cosas, mediante los mejores sistemas de educación, por el empleo también de amenazas convenientes y apropiadas, que se cernerán sobre los que desprecien cualquier cuidado o atención por su salvación y utilidad. En una palabra, en la educación de nuestros siervos o hijos, nosotros, hombres, también los refrenamos mediante amenazas y el miedo mientras son, en razón de su tierna edad, incapaces de usar su razón; pero cuando comienzan a entender lo que es bueno, útil y honorable, termina el miedo al castigo y consienten en todo lo que es bueno por la presión moral de las palabras y la razón.
Pero cómo debería regularse cada uno consistentemente con la preservación del libre albedrío en todas las criaturas racionales; quiénes son los que la Palabra de Dios encuentra y educa, como si ya estuvieran preparados y capacitados para ello; quiénes son los que son dejados para un tiempo posterior; de dónde son quienes están totalmente ocultos; quién está situado tan lejos para no oír; quiénes son los que desprecian la Palabra de Dios cuando les es conocida y predicada, y quién es llevado a la salvación por una especie de corrupción y castigo, cuya conversión es en cierto grado exigida y reclamada. Quiénes son aquellos a los que se les conceden ciertas oportunidades de salvación de manera que, siendo su fe demostrada por una respuesta sólo, obtienen incuestionablemente su salvación; de qué causa o en qué ocasiones tuvieron lugar esos resultados; o qué ve la sabiduría divina dentro de ellos, o qué movimientos de su voluntad lleva a Dios a arreglar así las cosas; todo esto y mucho más sólo es conocido por Dios, por su Hijo unigénito, por medio del cual todas las cosas creadas son restauradas, y por el Espíritu Santo, por quien todas las cosas son santificadas, que procede del Padre, a quien se la gloria por siempre. Amén.
1. Respecto al fin del mundo y la consumación de todas las cosas, hemos dicho en las páginas precedentes, con lo mejor de nuestra capacidad, hasta donde la autoridad de la santa Escritura nos permite, lo que consideramos suficiente para el propósito de instrucción; aquí sólo añadiremos unos comentarios admonitorios, ya que el orden de nuestra investigación nos ha devuelto al tema.
El mejor bien, pues, cuyo fin perseguían todas las naturalezas racionales, que también es llamado el fin de toda bendición, es definido por muchos filósofos como sigue: El mayor bien, dicen, es hacerse tan semejante a Dios como sea posible. Pero considero que esta definición no es tanto un descubrimiento suyo como nuestro, derivado de la santa Escritura. Porque mucho antes que los filósofos, cuando Moisés sobre la primera creación del hombre, dice estas significativas palabras: "Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gn 1,26), y entonces añade: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios" (Gn 1,27-28). La expresión, "creó Dios al hombre a su imagen (imago), a imagen de Dios lo creó" sin citar para nada la palabra "semejanza" (similitudo), no tiene otro significado que esto, que el hombre recibió la dignidad de la imagen del Dios en su primera creación; pero que la perfección de su semejanza ha sido reservada para la consumación, a saber, que pudiera adquirirla por el ejercicio de su propia diligencia en la imitación de Dios, cuya posibilidad de alcanzar la perfección se le concede desde el principio por la dignidad de imagen divina, y cuya realización perfecta de la semejanza divina será alcanzada al final por el cumplimiento de las obras necesarias.
Que este es el caso, el apóstol Juan lo enseña más claramente y sin lugar a dudas, cuando hace la siguiente declaración: "Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él apareciere, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es" (1Jn 3,2). Mediante esta expresión muestra con extrema certeza que no es sólo el fin de todas las cosas lo que espera, que dice serle desconocido, sino también la semejanza con Dios, que será concedida en proporción a la perfección de nuestros hechos. El mismo Señor no sólo declara en el Evangelio que estos mismos resultados son futuros, sino que serán alcanzados por su propia intercesión. Él mismo ora para obtenerlos del Padre para sus discípulos, diciendo: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo" (Jn 17,24). Si podemos expresarnos así, la semejanza divina parece avanzar de una mera similitud a una misma semejanza, porque indudablemente en la consumación o en el fin Dios es "todo en todos" (1Co 15,28).
Con la referencia a esto algunos se preguntan si la naturaleza de la materia corporal, aunque limpiada y purificada y hecha totalmente espiritual, no representará un obstáculo para conseguir la dignidad de la semejanza divina, o para el logro de la unidad, porque una naturaleza corporal no parece ser capaz de ninguna semejanza con la naturaleza divina, que es ciertamente incorpórea, tampoco puede designarse cierta y merecidamente una con ella, en especial desde que la verdad de nuestra religión nos enseña que sólo lo que es uno, a saber, el Padre con el Hijo, puede referirse a la particularidad de la naturaleza divina.
2. Ya que se promete que en el final Dios será todo y en todos, no debemos suponer que los animales, ovejas u otro ganado, se incluyan en ese final, no vaya a implicar que Dios habitó hasta en los animales, o incluso en pedazos de madera o piedras, como si Dios hubiera estado en ellos también.
Del mismo modo, nada que sea injusto debe suponerse que alcance ese final, porque aunque se dice que Dios está en todas las cosas, no se puede decir que también está en un vaso de injusticia. Porque si nosotros afirmamos que Dios está en todas partes y en todas las cosas, en base a que nada puede estar vacío de Dios, nosotros decimos, sin embargo, que Él no es "todas las cosas" en las que está. Así que debemos considerar con mucho cuidado qué es lo que denota la perfección de la bienaventuranza y el fin de las cosas, que no sólo se dice de que Dios está en todas las cosas, sino que "será todo en todas las cosas". Vayamos, pues, a inquirir qué son esas cosas en las que Dios será todo.
3. Soy de la opinión de que la expresión, por la que se dice de Dios que será "todas las cosas en todos", significa que Él es "todo" en cada persona individual. Ahora, Él será "todo" en cada individuo de este modo: Cuando todo entendimiento racional, limpiado de las heces de todo tipo de vicio y barrido completamente de toda clase de nube de maldad, pueda sentir o entender o pensar, será totalmente Dios, y cuando no pueda mantener o retener nada más que Dios, y Dios sea la medida y modelo de todos sus movimientos, entonces Dios será "todo", porque entonces no habrá distinción entre el bien y el mal, viendo que el mal ya no existirá en ninguna parte, porque Dios es todas las cosas en todos, y no hay mal cerca de Él. Tampoco habrá ya más deseo de comer del árbol del fruto del conocimiento del bien y del mal de parte de quien siempre está en posesión del bien y para quien Dios es todo.
Así, entonces, cuando el fin haya restaurado el principio, y la terminación de las cosas sea comparable a su comienzo, la condición en la que la naturaleza racional fue colocada será restablecida, cuando no haya necesidad de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; y así, cuando todo sentimiento de malicia sea quitado, y el individuo purificado y limpiado, aquel que sólo es el buen Dios será "todo" para él, y esto no en el caso de unos pocos individuos, sino de un número considerable.
Cuando la muerte no exista en ningún lugar, ni el aguijón de la muerte, ni ningún mal en absoluto, entonces ciertamente Dios "será todas las cosas en todos". Pero algunos opinan que la perfección y bienaventuranza de las naturalezas o criaturas racionales, sólo pueden permanecer en esa condición si no impiden esa unión con una naturaleza corporal. De otro modo, piensan, la gloria de la bienaventuranza más excelsa es impedida por mezcla de sustancia material. Pero este tema ya lo hemos discutido de manera extensa, como puede verse por las páginas precedentes.
4. Y ahora, como encontramos al apóstol haciendo mención de un cuerpo espiritual (1Co 15,44), consideremos, con lo mejor de nuestra capacidad, qué idea debemos formarnos de tal cosa. Hasta aquí, en tanto nuestro entendimiento puede comprender, pensamos que el cuerpo espiritual debe ser de tal naturaleza como es propio de ser habitado no sólo por las almas santas y perfectas, sino también por todas aquellas criaturas que serán liberadas de la esclavitud de corrupción. "Tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos" (2Co 5,1), dice el apóstol refiriéndose a las mansiones de los bienaventurados. De esta declaración podemos formarnos una conjetura sobre cuan puras, cuan refinadas, y cuan gloriosas serán las calidades de aquel cuerpo, si lo comparamos con los que, aunque cuerpos celestes, y de refulgente esplendor, sin embargo fueron hechos de manos y son visibles a nuestra vista. Pero de aquel cuerpo se dice que es una casa no hecha de manos, sino eterna en el cielo.
"Porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas" (2Co 4,18); todos los cuerpos que vemos, sea en la tierra o en el cielo, visibles y hechos de manos, no son eternos, y están muy lejos de superar en gloria lo que no es visible, ni hecho de manos, sino eterno. De esta comparación puede concebirse lo grande que puede ser el atractivo, el esplendor y la lucidez del cuerpo espiritual; y cuan verdad es: "Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman" (1Co 2,9). Sin embargo nosotros no deberíamos dudar que la naturaleza de este cuerpo presente nuestro puede, por voluntad de Dios que lo hizo, ser elevado a esas cualidades de refinamiento, pureza y de esplendor que caracteriza el cuerpo espiritual, según lo requiera la condición de las cosas y lo demande el merecido de nuestra naturaleza racional.
Finalmente, cuando el mundo requirió variedad y diversidad, la materia se ofreció con toda docilidad al Creador en todas las diversas apariencias y especies de cosas que su Señor y hacedor pudiera sacar de sus varias formas seres celestes y terrestres. Pero cuando las cosas han comenzado a apresurarse a aquella consumación en que pueden ser una, como el Padre es uno con el Hijo, puede entenderse como una inferencia racional, que donde todos son uno, no habrá más ninguna diversidad.
5. Además, el último enemigo que es llamado muerte será destruido (1Co 6,26), que no quede nada de una clase triste cuando la muerte no exista, ni nada adverso cuando no haya enemigo. Por la destrucción del último enemigo no hay que entender que su sustancia, que fue creada por Dios, haya de desaparecer; lo que desaparecerá será su mala intención y su actitud hostil, que son cosas que no tienen su origen en Dios, sino en sí mismo. Su destrucción significa, pues, no que dejará de existir, sino que dejará de ser enemigo y de ser muerte. Nada es imposible a la omnipotencia divina; nada hay que no pueda ser sanado por su Creador. El Creador hizo todas las cosas para que existieran, y si las cosas fueron hechas para que existieran, no pueden dejar de existir.
Por esta razón también habrá cambio y variedad, para ser colocadas según sus méritos, sea en una posición mejor o peor; pero ninguna destrucción de sustancia puede acontecer a aquellas cosas que fueron creadas por Dios para que permaneciesen. Sobre aquellas cosas que según cree la opinión común perecerán, la naturaleza de nuestra fe o de nuestra verdad no nos permite suponer que serán destruidas.
Finalmente, algunos hombres ignorantes e incrédulos suponen que nuestra carne se destruye después de la muerte en tal grado que no conserva ningún resto de su sustancia anterior. Nosotros, sin embargo, que creemos en su resurrección, entendemos que en la muerte sólo se produce su corrupción, pero su sustancia permanece ciertamente; y por la voluntad de su Creador, y en el tiempo designado, será restaurada a la vida; y por segunda vez tendrá lugar un cambio, de manera que lo que primero fue carne formada del polvo de la tierra y después disuelta por la muerte y reducida de nuevo a polvo y ceniza -"Polvo eres, y en polvo te convertirás" (Gn 3,19)-, se levantará de la tierra, y después de esto, según los méritos del alma que la habitaba, avanzará a la gloria de un cuerpo espiritual.
6. En esta condición, pues, debemos suponer que toda nuestra sustancia corporal será recuperada, cuando todas las cosas sean restablecidas en un estado de unidad y Dios sea todo en todos. El restablecimiento final de esta unidad no ha de concebirse como algo que ha de suceder de repente, sino que más bien se irá haciendo por estadios sucesivos, gradualmente, a lo largo de un tiempo innumerable. La corrección y la purificación se hará poco a poco en cada uno de los individuos. Unos irán delante, y se remontarán primero a las alturas con un rápido progreso; otros les seguirán de cerca; otros a una gran distancia. De esta suerte multitudes de individuos e innumerables seres irán avanzando y reconciliándose con Dios, del que habían sido antes enemigos. Finalmente le llegará el turno al último enemigo, llamado muerte, que será destruido para dejar ya de ser un enemigo.
Entonces, cuando todos los seres racionales hayan sido restaurados, la naturaleza de este nuestro cuerpo será transmutada en la gloria del cuerpo espiritual, Así como las almas que han sido pecadoras son reconciliadas con Dios y entran en un estado de felicidad después de su conversión, debemos considerar que nuestro cuerpo, del que ahora hacemos uso en un estado de miseria, corrupción y debilidad, no será diferente del que poseeremos en un estado de incorrupción, poder y gloria, sino que será el mismo cuerpo, que habrá arrojado lejos las enfermedades que ahora le aquejan, será transmutado en una condición de gloria, convertido en espiritual, para que un vaso de deshonra, siendo limpiado, sea un vaso de honor y una morada de felicidad.
Debemos creer también que por la voluntad del Creador, nuestro cuerpo permanecerá para siempre sin cambio en esta condición, como se confirma por la declaración del apóstol, que dice: "Tenemos una casa eterna en el cielo, no hecha de manos". Porque la fe de la Iglesia no admite la opinión de ciertos filósofos griegos, que además del cuerpo, compuesto de cuatro elementos, hay otro quinto cuerpo, que es diferente en todas sus partes, y diverso de este nuestro cuerpo presente; ya que nadie puede deducir de la sagrada Escritura ni el más mínimo atisbo de esa creencia, ni tampoco ninguna inferencia racional de las cosas permite la aceptación de esa idea, en especial cuando el santo apóstol declara manifiestamente, que no es un cuerpo nuevo lo que se da a los que resucitan de los muertos, sino que reciben el mismo e idéntico cuerpo que poseyeron en vida, transformado de una condición peor a otra mejor. Porque sus palabras son: "Se siembra en corrupción se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con gloria" (1Co 15,42-43).
Como, por lo tanto, hay una especie de avance en el hombre, que de ser primero un animal, sin entender lo que pertenece al Espíritu de Dios, alcance mediante la instrucción la etapa de convertirse en un ser espiritual, y de juzgar todas las cosas, mientras que él no es juzgado por nadie; así también será respecto al estado del cuerpo, manteniendo que este mismo cuerpo que ahora, en base al servicio que presta al alma, es considerado cuerpo animal, alcanzará, por medio de un cierto progreso, cuando el alma, unida a Dios se haga un espíritu con Él, una cualidad y condición espiritual, especialmente desde que la naturaleza del cuerpo fue formada por el Creador para pasar fácilmente en cualquier condición que desee o demande el caso. Entonces, hasta el cuerpo ministrará al espíritu delante de Dios.
7. Todo este razonamiento se reduce a lo siguiente: Dios creó dos naturalezas generales, una visible, esto es, la naturaleza corpórea; y otra invisible, que es incorpórea. Estas dos naturalezas admiten dos permutaciones diferentes. La naturaleza invisible y racional se cambia en mente y propósito, porque está dotada de libre voluntad, y es sobre este fundamento que a veces se ocupa de la práctica de lo bueno, y otras de lo malo. Pero la naturaleza corpórea admite un cambio de sustancia; de dónde también Dios, que arregla todas las cosas, tiene el servicio de esta materia a su disposición al moldear, fabricar o retocar cualquier forma o especie que desee, según demande el merecido de cada cosa. El profeta contempla esto con claridad cuando dice: "He aquí que yo hago cosa nueva" (Is 43,19).
8. Ahora nuestro punto de investigación es si, cuando Dios sea todo en todos, la naturaleza corporal, en la consumación de todas las cosas, consistirá de una especie, y la sola cualidad de cuerpo será la que brille en la gloria indescriptible que debe considerarse como la posesión futura del cuerpo espiritual. Ya que si entendemos correctamente la cuestión, cuando Moisés dice en el principio de su libro: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1), este es el comienzo de toda la creación; a este comienzo debe referirse el fin y la consumación de todas las cosas, a saber, que el cielo y la tierra puedan ser el hogar y la última morada de descanso del justo; de modo que todos los santos y mansos puedan heredar la tierra, ya que esta es la enseñanza de la ley, de los profetas y del Evangelio. En cuya tierra creo que existen las formas verdaderas y vivas de aquella adoración que Moisés transmitió bajo la sombra de la ley; de la que se dice: "Los cuales sirven de bosquejo y sombra de las cosas celestiales" (He 8,5). Al mismo Moisés también le fue dada la siguiente prescripción: "Mira, y hazlos conforme a su modelo, que te ha sido mostrado en el monte" (Ex 25,40). Por lo que a mí me parece que en esta tierra la ley fue una especie de maestro para los que iban a ser llevados a Cristo, de modo que siendo instruidos y ejercitados por ella, pudieran recibir después con mucha más facilidad los principios más perfectos de Cristo; así también, la tierra receptora de todos los santos, puede primero inculcarles y moldearles mediante las instituciones de la ley verdadera y eterna, para que puedan toman una más fácil posesión de las perfectas instituciones del cielo, a las que nada se puede añadir. Allí estará, ciertamente, el Evangelio que se llama eterno, y aquel Testamento, siempre nuevo y nunca viejo.
9. Consecuentemente, debemos suponer que en la consumación y la restauración de todas las cosas, quienes logran un avance gradual, y quienes ascienden la escala de la perfección, llegarán en la medida prevista y ordenada a aquella tierra y a aquella educación que representa, donde puedan ser preparados para mejores instituciones a las que ninguna adición puede ser hecha. Porque, después de sus agentes y siervos, el Señor Cristo, que es Rey de todos, asumirá el reino; es decir, después de la instrucción en las virtudes santas Él mismo instruirá a los que son capaces de recibirle a El, respecto a su ser sabiduría, reinando en ellos hasta que los haya sujetado al Padre, que ha sometido todas las cosas a Él, esto es, que cuando ellos sean hechos aptos para recibir a Dios, Dios podrá ser todas las cosas en todos.
Entonces, como una consecuencia necesaria, la naturaleza corporal obtendrá su más alta condición, a la que ya nada más podrá añadírsele. Habiendo considerado la cualidad de la naturaleza corporal o cuerpo espiritual hasta este punto, dejamos a la elección del lector determinar lo que él considera mejor. Y aquí podemos concluir el tercer libro.