Partes de esta serie: «Hablemos más de los musulmanes y menos del Islam» ·
Salmo 146 (145) OMA, domingo, 18 septiembre 2005 (ZENIT.org).- El sacerdote australiano Daniel Madigan S.I. es uno de los nuevos consultores para las relaciones con los musulmanes del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso que acaba de nombrar Benedicto XVI.
Zenit ha hablado con este especialista en Islam sobre la actitud del Papa y las posibilidades de encuentro con los musulmanes.
El padre Daniel Madigan es el presidente del Instituto para las Culturas y las Religiones de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma.
--¿El Papa Benedicto sigue la senda de Juan Pablo II con los musulmanes, o según usted recorre un camino distinto?
--Madigan: Es demasiado pronto para resumir la aproximación global del nuevo pontífice hacia los musulmanes y compararlo con los largos años de trabajo en este campo realizados por Juan Pablo II.
Para mí, algunos puntos de su conversación con los representantes musulmanes en Colonia muestran algo de su estilo. El Santo Padre llama varias veces a sus interlocutores «queridos y estimados amigos musulmanes» y yo entiendo que la repetición de estas palabras --que no estaban en el texto que se dio a los periodistas-- reflejan su pensamiento espontáneo.
Este es, en mi opinión, un signo importante del tono que desea que tenga la Iglesia. No es nuevo, pero tenemos que subrayarlo en estos tiempos en los que las posiciones se han polarizado mucho.
Es más, ha reafirmado el documento del Concilio Vaticano «Nostra Aetate», diciendo que es la carta magna del diálogo. Esto para mí es significativo en un momento en el que algunas personas están intentando cuestionar la autoridad de las posiciones que el Concilio expresó en aquel documento.
El Santo Padre en ese discurso no habla nunca de «Islam», aunque dos veces habla de la fe islámica. Esto es importante porque tendemos a pensar en el Islam como si fuera una sola cosa. Estamos saturados de ello, porque nos parece demasiado grande.
Y sin embargo el Papa Benedicto insiste repetidamente, como hizo ya el Concilio, en hablar de personas, no de sistemas, de musulmanes, ni de Islam. La gente a veces es escéptica sobre la posibilidad del diálogo; y hay un motivo: han perdido de vista a los creyentes actuales, sus vecinos y colegas de trabajo, los ciudadanos, y se imaginan que el diálogo tiene que ver con antiguos textos y doctrinas históricas. Sólo la gente puede dialogar.
El encuentro en Colonia enseñó otra faceta importante de este diálogo y el Santo Padre no dudó ni un momento en hablar honestamente sobre sus serias preocupaciones. No evitó la verdad obvia de la situación deteriorada de nuestro mundo, pero no culpó de ello a sus «estimados amigos». Propuso más bien trabajar juntos para encontrar la manera de salir de esto. Los tomó seriamente como creyentes --es más, subrayó que «todos nosotros, cristianos y musulmanes, somos creyentes»-- y les habló honestamente desde su propia fe y recurria la suya.
--El Papa no habla nunca de choque sino de encuentro o alianza de civilizaciones. ¿Los musulmanes con que dialoga piensan de la misma manera?
--Madigan: Hay que notar la ausencia del lenguaje de combate, lucha, discordia y guerra en su discurso. No es simplemente un optimista, sino que parece que se da cuenta de que hablar de un choque de civilizaciones puede convertirse en una profecía autorrealizable. «Civilización» es otra de esas palabras abstractas que tiende a obscurecer a las personas reales con las que dialogamos. La gente habla de civilización islámica, pero de la manera como la describen casi ninguno de los musulmanes que conozco pertenece a ella. Trato con muchos musulmanes de diversos países, y son personas muy diferentes.
Soy muy afortunado por tener un contacto diario con un maravilloso grupo de estudiantes musulmanes que han venido a Roma a estudiar el cristianismo en estos últimos cinco años para promover el diálogo y la comprensión.
Ciertamente no han perdido la esperanza en el diálogo. Una parte importante de su experiencia es ir más allá del concepto de «occidente» y de «cristiandad» y vivir y trabajar junto a cristianos. Una vez más, es la gente la clave, no los sistemas.
--Usted es especialista en Islam y conoce muy bien los textos y las personas. ¿Dónde ve las mayores posibilidades de diálogo, y dónde están los puntos de desacuerdo más graves?
--Madigan: Disfruto mucho con el diálogo teológico que tenemos aquí, en la Universidad, sin embargo, no creo que nuestras diferencias surjan de cuestiones teológicas.
Con paciencia y trabajo duro podemos llegar a clarificar la comprensión de cada uno en su distinta manera de creer en el único Dios.
Lo que es más difícil es llegar a la raíz de la rabia, del resentimiento y del sentido de alienación que muchos musulmanes (y no sólo musulmanes) experimentan y que son explotados de manera creciente para incrementar reacciones violentas.
Hay muchos elementos que hacen que nuestro mundo sea como es: política, economía, nacionalismo, globalización, deuda, tribalismo? sólo por citar algunos. Estos elementos se tienen que entender si esperamos cambiar nuestro mundo.
Veo grandes posibilidades para el diálogo experiencias humanas profundas en las que encontramos un deseo de construir un mundo mejor.
Ahí es donde realmente nos encontramos los unos con los otros: en el momento en el que nuestro deseo de un mundo más justo y de una vida más plena para todos se encuentra con el Espíritu de Dios que «busca renovar la faz de la tierra». Esto puede sonar muy grandilocuente y tal vez como algo utópico, pero sabemos por las parábolas de Jesús que el Reino de Dios es como una pequeña semilla o como un tierno retoño.
Es en estos encuentros se manifiestan los caminos de Dios: en la sonrisa, en un gesto de bienvenida, en la mano que ayuda, en una palabra amable, en el servicio sencillo. Esto es algo común para todos nosotros, y por lo tanto todos nosotros tenemos un papel en este diálogo.
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Salmo 146 (145)