OMA, miércoles, 27 octubre 2004 (ZENIT.org).- Prepara para la Eucaristía y prolonga la comunión con el Señor: son algunos de los «beneficios» del Rosario, explica a Zenit un consultor de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe y especialista en estudios marianos, el padre Jesús Castellano Cervera, carmelita descalzo.
Ya Juan Pablo II, en la audiencia general del pasado 6 de octubre, víspera de la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario, exhortó a los presentes: «Haced del Rosario vuestra oración de cada día».
Para profundizar en el sentido e implicaciones de este llamamiento, Zenit ha entrevistado al padre Castellano Cervera, también profesor de Teología Sacramentaria y de Espiritualidad en la Pontificia Facultad Teológica Teresianum.
--¿Por qué el Santo Padre invita a los cristianos a rezar el Rosario cada día?
--P. Castellano Cervera: Por muchas razones. Lo hace sobre todo él y da ejemplo a todos. Me acuerdo que justo al comienzo de su pontificado en octubre de 1978 ya recomendaba a todos esta oración que él definía «mi oración preferida».
Lo propone hoy, tras la Carta Apostólica sobre el Rosario del mes de octubre de 2002 [«Rosarium Virginis Mariae». Ndr], porque ha querido dar un impulso en el modo de rezar el Rosario en comunión con María, contemplando y viviendo los misterios de Jesús, y elevando la oración llamada «vocal» al rango de oración contemplativa.
--¿Qué tiene el Rosario que difiera de otras oraciones y por qué es tan importante dirigir las propias súplicas a María?
--P. Castellano Cervera: El Rosario, como consta de su origen progresivo y organización, es como una oración sencilla e intensa que hace memoria de los misterios de nuestra redención.
El núcleo de la contemplación es ofrecido por la progresiva meditación de los misterios de Cristo y de María: gozosos (Encarnación e infancia), luminosos (vida pública), dolorosos (Pasión y muerte), gloriosos (Resurrección y glorificación de Cristo y de María). Se trata del núcleo esencial de nuestra fe y del misterio de Cristo
La contemplación se lleva a cabo con el apoyo de las oraciones del «Padre Nuestro», «Ave María», «Gloria al Padre».
Todo con un ritmo contemplativo que asimila los misterios para depositarlos en el corazón y revivirlos.
Pero no todas las oraciones son súplicas a María. El «Padre Nuestro» nos pone en contacto con el Padre, por Cristo y en el Espíritu. La primera parte del «Ave María» tiene un carácter invocador y contemplativo del misterio de la Virgen María, Madre del Señor, y concluye con la memoria del nombre y de la persona de Jesús.
Verdadera súplica es sólo la segunda parte del «Ave María», dirigida a la Virgen María, Mare de Dios, por nosotros pecadores y en la perspectiva de la salvación eterna. El «Gloria al Padre» nos vuelve a llevar a la Trinidad, fuente y cumbre de nuestra vida y de nuestra oración.
--Muchos se lamentan del estrés de una vida en la que se dispone de poco tiempo para orar. ¿Cómo rezar el Rosario?
--P. Castellano Cervera: La oración del Rosario es sencilla. No requiere un lugar particular, ni un libro, tampoco una pausa silenciosa. Lo podemos rezar en cualquier sitio, por la calle, en el coche, en el transporte público, paseando. Pide sólo un poco de atención de la mente y del corazón. Sale también al encuentro del estrés, porque es una oración que da paz al corazón y a la mente, y nos permite, añadiendo una intención a cada misterio, como hacía el beato Juan XXIII, entrar en comunión con todos e interceder con María para la salvación de todos.
--Además del Rosario, el Santo Padre está indicando a los creyentes que presten mucha atención a la Eucaristía. ¿Qué vínculo existe entre la oración a María y la Eucaristía?
--P. Castellano Cervera: En la celebración eucarística vivimos todo el misterio de Cristo en el núcleo fundamental que es el memorial de su muerte y resurrección en forma sacramental y eminentemente eclesial.
En el Rosario prolongamos personalmente o en grupo la meditación, la contemplación y la comunión con el Señor a través de cada uno de los misterios de Cristo y de María, desde la Anunciación hasta la Coronación de la Virgen María, pasando por todo el camino evangélico de Cristo y de su Madre. El Rosario nos prepara para la Eucaristía y prolonga en la contemplación la comunión con Cristo y con María.