IUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 octubre 2005 (ZENIT.org).- Al delegar la presidencia de los ritos de beatificación en un cardenal, Benedicto XVI quiere subrayar la diferencia radical entre este pronunciamiento y el de la canonización, que implica a su Magisterio infalible, aclara el cardenal José Saraiva Martins.
El prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos ha explicado las razones teológicas de los cambios introducidos por el nuevo Papa en una entrevista concedida al mensual 30 Giorni, respondiendo también a posiciones contrarias de algunos teólogos.
Este sábado el mismo cardenal presidirá por encargo del Papa las beatificaciones de ocho mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar durante la guerra civil española en 1936. Este domingo, el Santo Padre proclamó a los primeros cinco santos de su pontificado.
La decisión de volver a delegar las beatificaciones, como se hacía hasta antes de Pablo VI, aclara el cardenal portugués, se debe a la diferencia de carácter de este acto pontificio.
«Si bien ambos son actos pontificios --esto siempre hay que recordarlo-- con las beatificaciones el Papa concede que localmente o en determinadas familias religiosas se pueda rendir culto público a un siervo de Dios; mientras que con las canonizaciones el beato es declarado santo y el culto se convierte en obligatorio para toda la Iglesia», afirma.
En las canonizaciones, añade, «la Iglesia actúa con un pronunciamiento que tiene el carácter de decreto, definitivo, y preceptivo para toda la Iglesia, comprometiendo el magisterio solemne del romano pontífice. Mientras que en el caso de las beatificaciones esto no sucede».
El cardenal desmiente los rumores, según los cuales, el nuevo Papa no querría proclamar tantos santos o beatos como Juan Pablo II.
«Hasta ahora no hay señales en este sentido», revela. «Nuestra Congregación tiene unas dos mil causas en lista de espera y ya están listos 400 informes --la así llamada "positio"-- para ser examinados. El trabajo avanza regularmente, como en los últimos años».
Por lo que se refiere al proceso de Juan Pablo II, explica que «ha comenzado su fase diocesana y procede como todas las demás», aclarando que no es una causa de martirio.
«Sólo pueden considerarse mártires aquellos que han derramado voluntariamente su sangre, los que han sido asesinados "in odium fidei" --por odio a la fe--. No me cabe la menor duda de que el siervo de Dios Juan Pablo II, si se hubiera encontrado en estas condiciones, hubiera afrontado con valentía la prueba del martirio. Pero, según los hechos, no creo que estas condiciones se hayan verificado», aclara.
Algunas personas consideraban que su sangre derramada en la plaza de San Pedro del Vaticano con motivo del atentado ya justificaba el que fuera un mártir.
Por lo que se refiere a la causa de Pío XII, el cardenal indica que el informe sobre sus virtudes --«la Positio super virtutibus»-- ya ha concluido. «Se espera el juicio de los teólogos y el de los cardenales reunidos en congregación ordinaria. Se espera que puedan intervenir en este próximo año».
Por último, revela que la causa del arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado mientras celebraba la Eucaristía, todavía no ha superado las reservas expresadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe, motivo por el cual el proceso no sigue su curso ordinario en la Congregación para los Santos.