Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola
Política de cookies +
El Testigo Fiel
rápido, gratis y seguro
conservar sesión
  • Por sobre todo, los miembros registrados dan forma y sentido a este sitio, para que no sea solamente un portal de servicios sino una verdadera comunidad de formación, reflexión y amistad en la Fe.
  • Además tienes ventajas concretas en cuanto al funcionamiento:
    • Tienes reserva del nombre, de modo que ningún invitado puede quedarse con tu identidad.
    • En los foros, puedes variar diversas opciones de presentación (color de fondo, cantidad de mensajes por página, etc.), así como recibir mail avisándote cuando respondan a cuestiones de tu interés.
    • También puedes llevar un control sobre los mensajes que leíste y los que no, o marcarlos para releer.
    • Puedes utilizar todas las funciones de la Concordancia Bíblica on-line.
registrarme
«Mira que estoy a la puerta y llamo,
si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo...»
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
Documentación: San Agustín: Confesiones
Libro XI
«Meditación sobre la Escritura: In principio fecit Deus (Gn 1,1)»

Partes de esta serie: Introducción · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X · Libro XI · Libro XII · Libro XIII

Libro Undécimo: Meditación sobre la Escritura: «IN PRINCIPIO FECIT DEUS... (Gn 1,1)»

CONTENIDO
I. Por qué de estas confesiones, aunque Dios lo sabe todo
II. Las Escrituras nuevo objeto de las confesiones. Oración
III. Cómo entender el primer versículo del génesis
IV. El universo proclama que ha sido creado
V. Producción humana y creación de la nada
VI. Palabra humana y Verbo creador
VII. Coeternidad del Verbo con el padre
VIII. Eternidad del Verbo creador y temporalidad de lo creado
IX. El Verbo creador y el espíritu humano
X. Una objeción
XI. El espíritu anclado en el tiempo no puede concebir lo eterno
XII. Dios no hacía nada antes de crear el universo
XIII. No se puede concebir un tiempo anterior a la existencia del mundo. Trascendencia de la eternidad divina
XIV. Dificultad de definir el tiempo
XV. El ser y la medida del pasado, del futuro y del presente
XVI. Solo el presente puede ser medido
XVII. Dificultad del problema
XVIII. El pasado y el futuro están presentes en las representaciones de nuestra mente
XIX. Carácter misterioso del conocimiento profético
XX. Crítica del lenguaje corriente sobre el tiempo
XXI. Otra vez la dificultad de medir el tiempo
XXII. Pide a Dios que le dé la solución
XXIII. El tiempo no es el movimiento
XXIV. El tiempo mide la duración del movimiento
XXV. Plegaria
XXVI. El tiempo es una distensión del alma
XXVII. Medimos el pasado en nuestro espíritu por el recuerdo
XXVIII. Memoria, atención, espera
XXIX. Intención y distensión. Necesidad de un mediador
XXX. Última respuesta a una objeción
XXXI. Conocimiento humano y conocimiento divino de los tiempos
Notas al Libro XI

CAPÍTULO I

POR QUÉ DE ESTAS CONFESIONES, AUNQUE DIOS LO SABE TODO

1. ¿Puedes, Señor, siendo tuya la eternidad, ignorar lo que digo o ver según el tiempo lo que pasa en el tiempo? ¿Por qué, entonces, te relato tantos acontecimientos?

De seguro que no es para que los conozcas por mí. Mas excito hacia ti mi amor y el de aquellos que me leen, para que digamos todos: ¡Grande es el Señor y muy digno de ser alabado! 1

Ya lo he dicho 2 y lo vuelvo a repetir: por amor de tu amor hago estas confesiones. Pues también rezamos, no obstante que dice la Verdad: Sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad, antes de que le pidáis.

Son, pues, nuestros sentimientos hacia ti los que manifestamos, confesándote nuestras miserias y tus misericordias para con nosotros, para que acabes de librarnos, ya que has comenzado; para que dejemos de ser miserables en nosotros mismos y seamos bienaventurados en ti, pues que nos has llamado; para que seamos de los pobres de espíritu y de los mansos y de los que lloran y de los que tienen hambre y sed de justicia y de los misericordiosos y de los limpios de corazón y de los pacíficos.

Ves que te he contado muchas cosas, las que he podido y he querido, porque primero quisiste que te confesara a ti, Señor, Dios mío, que eres bueno, que es eterna tu misericordia.

CAPÍTULO II

LAS ESCRITURAS NUEVO OBJETO DE LAS CONFESIONES. ORACIÓN

2. Mas ¿cuándo voy a ser capaz de enunciar, con el lenguaje de mi pluma, todas las exhortaciones y todos los terrores procedentes de ti, los consuelos y las direcciones con que me has llevado a predicar la palabra y a dispensar tu sacramento a tu pueblo? 3 Y, aunque fuera capaz de enunciarlo punto por punto, caras me cuestan las gotas de tiempo.

Hace ya mucho que ardo en deseos de meditar tu ley y de confesarte lo que acerca de ella conozco e ignoro, lo que has empezado a iluminar v lo que aún me queda de tinieblas, hasta que la fortaleza devore a la debilidad. No quiero que discurran en otra ocupación las horas que hallo libres de las necesidades que entrañan la reparación del cuerpo y el esfuerzo del espíritu y el servicio que debemos a las personas y el que no debemos y, sin embargo, prestamos.

3. Señor, Dios mío, atiende a mi oración y que tu misericordia escuche mi deseo, que no quiere arder para mí solo, sino que quiere ser útil a la caridad fraterna.4 Y ves en mi corazón que así es.

Permíteme ofrecerte en sacrificio el servicio de mi mente y de mi lengua, y dame lo que he de ofrecerte, porque soy pobre e indigente y tú rico para todos cuantos te invocan; tú, que, sin cuidados, cuidas de nosotros.

Cercena toda temeridad, toda mentira dentro, fuera y alrededor de mis labios. Constituyan mis delicias tus Escrituras, sin que me engañe en ellas ni engañe con ellas.

Señor, atiende y ten compasión, Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles, así como luz de los que ven y fortaleza de los fuertes. Atiende a mi alma y óyela clamar desde lo profundo. Porque, si tus oídos no están también en lo profundo, ¿hacia dónde iremos? ¿Hacia quién clamaremos?

Tuyo es el día y tuya es la noche; a tu voluntad vuelan los instantes. Concédenos largos espacios de ese tiempo para nuestras meditaciones sobre los secretos de tu ley y no cierres la puerta a los que llaman. Pues no has querido que se escribiesen en vano tantas páginas de oscuros secretos. O ¿no van a tener esos bosques sus ciervos5 que vengan a recogerse en ellas y a restablecerse, a pasear y a pastar, a recostarse y a rumiar?

¡ Oh Señor, perfeccióname 6 y revélame esas páginas! Mira que tu voz es mi gozo. Sí, tu voz, mucho más que la abundancia de los deleites. Dame lo que amo; porque amo y eres tú el que me ha dado ese amor. No abandones tus dones ni desdeñes tu planta dejándola sedienta.

Pueda yo confesarte todo cuanto hallare en rus libros, y oír la voz de tu alabanza y beberte y considerar la maravilla de tu ley, desde el principio en que creaste el cielo y la tierra hasta el reino eterno contigo en tu ciudad santa.

4. Señor, ten piedad de mí y escucha mi deseo. Pues considero que no es deseo de la tierra, ni de oro y plata y piedras preciosas, ni de hermosos vestidos, ni de honores, cargos o placeres de la carne, ni siquiera de cosas necesarias al cuerpo y a esta vida de peregrinos que es la nuestra, cosas todas que se nos dan por añadidura a quienes buscamos tu reino y tu justicia.

Ve, Dios mío, de dónde proviene mi deseo. Me han hablado de delicias los impíos, pero en nada son comparadas con tu ley, Señor. He aquí de dónde proviene mi deseo. Ve, Padre, mira y ve y aprueba y sea grato a los pjos de tu misericordia que halle yo gracia ante ti, para que, al llamar, se me abran las interioridades de tus palabras.

Conjúrote por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el hombre que está a tu diestra, el Hijo del hombre que has confirmado cerca de ti como mediador entre ti y nosotros, por quien nos has buscado sin que te buscásemos, pero nos has buscado para que te buscásemos; tu Verbo, por quien has hecho todas las cosas, y también a mí entre ellas; tu Hijo único, por quien has llamado a tu adopción al pueblo de los creyentes, y también a mí entre ellos.

Conjúrote por aquél que está sentado a tu derecha y te interpela por nosotros, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Precisamente los que busco en tus libros. Moisés escribió de él: esto dice él, esto dice la verdad.

CAPÍTULO III

CÓMO ENTENDER EL PRIMER VERSÍCULO DEL GÉNESIS

5. Oiga yo y comprenda 7 cómo en el principio hiciste el cielo y la tierra. Esto escribió Moisés. Lo escribió y se fue. Partió de aquí, pasando de ti a ti, y ahora no está delante de mí. Que si estuviese le retendría y le rogaría y en tu nombre le suplicaría que me abriese el sentido de estas palabras. Y presentaría los oídos de mi cuerpo a los sonidos que brotasen de su boca. Si me hablase en lengua hebrea, en vano llamaría a la puerta de mis sentidos: nada de eso tocaría mi inteligencia. Pero si me hablase en latín, entendería lo que dijese.

Mas ¿cómo sabría yo si decía verdad? Y, aunque lo supiese, ¿lo sabría por él? Es dentro de mí, sí, dentro, en la morada del pensamiento, donde la Verdad, que no es ni hebrea, ni griega, ni latina, ni bárbara, sin servirse de boca ni de lengua, sin ruido de sílabas, me diría: "Dice verdad". Y yo, lleno al instante de certidumbre, diría confiado a ese hombre tuyo: "Dices verdad".

Pero como no le puedo preguntar a él, a ti te ruego, oh Verdad, de quien él estaba lleno cuando dijo verdad, a ti, Dios mío, te ruego: perdona mis pecados, y tú que concediste a aquel tu siervo decir estas cosas, concédeme también a mí el comprenderlas.

CAPÍTULO IV

EL UNIVERSO PROCLAMA QUE HA SIDO CREADO

6. He aquí que existen el cielo y la tierra. Gritan que han sido hechos, porque cambian y varían. Y todo lo que no ha sido hecho y, sin embargo, existe, no tiene nada en sí que antes no tuviera: que eso es cambiar y variar.

Gritan también que no se han hecho a sí mismos: "Si existimos, es porque hemos sido hechos; no existíamos, antes de ser, para poder hacernos a nosotros mismos". Y la voz de esos seres que hablan es la evidencia misma.

Tú, Señor, los has hecho, tú, que eres hermoso, puesto que ellos son hermosos; tú, que eres bueno, puesto que ellos son buenos; tú, que existes, puesto que existen ellos. Y no son hermosos, ni buenos, ni existen, de la misma manera que tú, su Creador. Comparados contigo, no son hermosos, ni buenos, ni existen.

Sabemos estas cosas; gracias te sean dadas. Y nuestra ciencia, comparada con tu ciencia, no es más que ignorancia.

CAPÍTULO V

PRODUCCIÓN HUMANA Y CREACIÓN DE LA NADA

7. Mas ¿cómo hiciste el cielo y la tierra y qué máquina empleaste para una obra tan grandiosa? Porque no ha sido como el hombre artesano, que forma un cuerpo de otro cuerpo al arbitrio de su alma, capaz de imponer, hasta cierto punto, la forma que percibe dentro de sí misma, con la vista interior —y ¿de dónde sería capaz de hacerlo, sino porque las has hecho tú?—, e impone una forma a una cosa que ya existe y que posee lo que hace falta para ser, por ejemplo, a la tierra, a la piedra, a la madera, al oro, o a cualquier otra materia de este género. Y, ¿de dónde tendrían su ser estas cosas, si no las hubieses creado tú?

Tú hiciste al artesano el cuerpo, tú el espíritu que ordena a los miembros, til la materia de que hace alguna cosa, tú el talento con que capta su arte y contempla dentro lo que va a realizar fuera, tú los sentidos corporales, por medio de los cuales hace pasar de su espíritu a la materia lo que realiza y da cuenta al espíritu de lo que ha realizado, para que éste consulte dentro a la verdad que le preside si está bien realizado.

A ti es a quien alaban todas estas cosas, como creador de todas las cosas. Pero, ¿cómo las haces tú? ¿Cómo hiciste, oh Dios, el cielo y la tierra? Ciertamente ni en el cielo ni en la tierra hiciste el cielo y la tierra; ni en el aire, ni en las aguas, ya que también estas cosas pertenecen al cielo y a la tierra. Ni en el universo hiciste el universo, ya que no había lugar donde pudiese ser hecho, antes de que fuese hecho para que existiera.

Ni tenías nada en la mano para hacer el cielo y la tierra. Porque, ¿de dónde te habría venido ese elemento, que tú no habrías hecho, para hacer algo de él? ¿Qué es lo que existe por otra razón que porque existes tú? Pues hablaste y fueron hechas las cosas y en tu Verbo las hiciste.

CAPÍTULO VI

PALABRA HUMANA Y VERBO CREADOR

8. Pero ¿cómo hablaste? ¿Sería a la manera como se hizo oír desde la nube la voz cuando dijo: Éste es mi Hijo amado? Aquella voz fue emitida y transmitida, comenzó y se acabó. Sonaron las sílabas y pasaron, la segunda después de la primera, la tercera después de la segunda y así, por su orden, hasta la última después de las demás y hasta el silencio después de la última. Por lo que es claro y man-fiesto que fue el movimiento de una creatura el que expresó aquella voz, sirviendo a tu voluntad eterna, aunque él era temporal.

Y estas palabras, tus palabras, formadas por un tiempo, fue el oído exterior eí que las transmitió a la mente vigilante, cuyo oído interior está a la escucha de tu Verbo eterno. Mas la mente comparó estas palabras, que resonaban en el tiempo, con tu Verbo eterno en el silenció y dijo: "Es algo muy distinto; muy distinto es. Estas palabras están muy por debajo de mí, y ni siquiera están, puesto que huyen y pasan. En cambio, el Verbo de mi Dios, por encima de mí permanece eternamente".

Si, pues, con palabras que suenan y pasan dijiste que fueran hechos el cielo y la tierra, si fue así como hiciste el‘ cielo y la tierra, había ya una creatura corporal antes del cielo y de la tierra, una creatura que pudiese, con sus movimientos temporales, propagar temporalmente aquella voz. Mas ningún cuerpo existía antes del cielo y de la tierra y, si existía uno, lo habías tú formado, sin duda, sin servirte de una voz pasajera, para formar de él una voz pasajera, que te serviría para decir que se hiciesen el cielo y la tierra.

Cualquiera que fuese el cuerpo del qu¿ se formase una tal voz, si no hubiera sido formado por ti, en modo alguno existiría. Para formar, pues, ese cuerpo del que se formarían esas palabras, ¿qué palabra has dicho tú?

CAPÍTULO VII

COETERNIDAD DEL VERBO CON EL PADRE

9. De manera que nos llamas a comprender al Verbo, Dios junto a ti, que eres Dios, el cual es dicho eternamente y por quien eternamente se dicen todas las cosas. Porque no se acaba lo que se decía, y se dice después otra cosa, de suerte que puedan ser dichas todas; sino que simultánea y eternamente se dice todo. De otra suerte, esto sería ya el tiempo y el cambio, y no la verdadera eternidad ni la verdadera inmortalidad.

Esto lo sé, Dios mío, y te doy gracias. Lo sé, te lo confieso, Señor, y conmigo lo sabe y te bendice todo el que no es ingrato para con la verdad cierta. Sabemos, Señor, sabemos, que, en la medida en que no es lo que era, y es lo que no era, muere y nace todo ser. No hay, pues, en tu Verbo, nada que ceda el lugar y nada que suceda, ya que es verdaderamente inmortal y eterno. Así, por el Verbo, coeterno contigo, simultánea y eternamente dices todo lo que dices y se hace todo lo que dices que se haga. Y no lo haces de otro modo que di-ciéndolo; y, no obstante, no se hacen al mismo tiempo y por toda la eternidad todas las cosas que tú, diciéndolas, haces.

CAPÍTULO VIII

ETERNIDAD DEL VERBO CREADOR Y TEMPORALIDAD DE LO CREADO

10. ¿Por qué eso, te ruego, Señor, Dios mío? En cierta medida lo veo, mas no sé cómo expresarlo, como no sea así: que toda cosa que comienza a ser o termina de ser, comienza a ser precisamente y precisamente termina de ser cuando el hecho de que debió comenzar o terminar es conocido en la razón eterna, donde nada comienza ni termina. Esa razón es tu Verbo, que es también el principio, porque también nos habla. Así lo dijo en el Evangelio por su ser de carne y lo ha hecho resonar exteriormente en los oídos de los hombres, para ser creído y buscado interiormente y encontrado en la verdad eterna, donde, maestro bueno y único, instruye a todos sus discípulos.8

Allí oigo tu voz, Señor; me dices que aquél nos habla que nos instruye y que el que no nos instruye, aunque hable, no nos habla. Y ¿quién, en definitiva, nos instruye sino la verdad inmutable? Porque aun cuando recibamos una advertencia por medio de una criatura mudable, es a la Verdad inmutable adonde somos conducidos. Allí aprendemos verdaderamente, cuando permanecemos inmóviles, y le oímos, y exultamos de alegría por la voz del Esposo, y nos restituimos a aquél de quien tenemos el ser. Por eso es él el principio, porque si no permaneciese mientras andamos errantes, no habría para nosotros lugar adonde volver. Mas cuando volvemos del error, volvemos por el conocimiento. Pues para que tengamos conocimiento nos enseña; porque él es el Principio y nos habla.

CAPÍTULO IX

EL VERBO CREADOR Y EL ESPÍRITU HUMANO

11. En este Principio, oh Dios, hiciste el cielo y la tierra, en tu Verbo, en tu Hijo, en tu Virtud, en tu Sabiduría, en tu Verdad. Diciendo de una manera admirable y de una manera admirable obrando.

¿Quién comprenderá? ¿Quién lo explicará? ¿Qué es aquello que brilla en mí y golpea mi corazón sin herirle? Estoy, a la vez, lleno de horror y lleno de ardor; lleno de horror en ía medida en que le soy desemejante; lleno de ardor en la medida en que soy semejante a él. Es la sabiduría, la sabiduría misma la que brilla en mí, rasgando mi cielo nublado, que de nuevo me cubre cuando desfallezco lejos de ella bajo las tinieblas y el cúmulo de mis castigos. Porque de tal suerte se debilitó en la indigencia mi vigor, que no puedo soportar mi propio bien, hasta que tú, Señor, que te volviste indulgente con todas mis iniquidades, cures también todas mis dolencias.

Porque además rescatarás mi vida de la corrupción, y me coronarás con la piedad y misericordia, y hartarás de bienes mi deseo, pues se renovará mi juventud como la del águila. Porque hemos sido salvados en la esperanza y lo que nos has prometido lo esperamos en la paciencia.

Óigate conversar interiormente el que puede. Yo, confiando en tu oráculo, clamaré: ¡Qué magníficas son tus obras, Señor; todas las hiciste en la sabiduría. Ella es el Principio, y en este Principio hiciste el cielo y la tierra.

CAPÍTULO X

UNA OBJECIÓN

12. ¿No veis que están llenos de su vetustez9 los que nos dicen: 10 "¿Qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la tierra?" "Si estaba desocupado, dicen, y no hacía ningún trabajo, ¿por qué no se abstuvo de trabajar -siempre después, como se abstuvo siempre antes?

Porque si se ha levantado en Dios algún movimiento nuevo, alguna voluntad nueva con vistas a producir una criatura que jamás antes había producido, ¿cómo podría haber ya verdadera eternidad, donde nace una voluntad que antes no había? Porque la voluntad de Dios no es una criatura, sino que es anterior a toda criatura, ya que nada se crearía si no precediese la voluntad del Creador. Es, pues, a la sustancia misma de Dios a la que pertenece ¿u voluntad. Y si ha nacido en la sustancia de Dios alguna cosa que antes no existía, no es verdad decir que es eterna esa sustancia. Mas si Dios tenía una voluntad eterna de que existiese la criatura, ¿por qué la criatura no es eterna también ella?"

CAPÍTULO XI

EL ESPÍRITU ANCLADO EN EL TIEMPO NO PUEDE CONCEBIR LO ETERNO

13. No te comprenden aun los que esto dicen, oh Sabiduría de Dios, luz de las inteligencias. No comprenden todavía de qué manera se hacen las cosas, que es por ti y en ti como se hacen. Esfuérzanse por gustar lo eterno, pero su corazón revolotea todavía en las realidades movibles del pasado y del futuro y todavía en vano.

¿Quién lo retendrá y lo fijará para que adquiera un poco de estabilidad y llegue a percibir un poco el esplendor de la eternidad siempre estable, y pueda compararla con los tiempos que nunca son estables y ver que no hay comparación posible? Y vea que un tiempo largo, si no estuviera hecho de múltiples movimientos que pasan y no se pueden extender simultáneamente, no sería largo, y que en lo eterno, por el contrario, nada pasa, sino que todo está presente todo entero, mientras que ningún tiempo está presente todo entero; y vea que todo pasado viene empujado por un futuro y que todo futuro viene detrás de un pasado, y que todo pasado y todo futuro son creados y fluyen por aquello que siempre está presente.

¿Quién retendrá el corazón del hombre para que adquiera estabilidad y vea cómo la eternidad estable compone los tiempos futuros y los tiempos pasados, sin ser ella futura ni pasada? ¿Acaso tiene este poder mi mano? ¿O puede la mano de mi boca, con palabras, hacer una cosa tan grande?

CAPÍTULO XII

DIOS NO HACÍA NADA ANTES DE CREAR EL UNIVERSO

14. He aquí mi respuesta al que dice: "¿Qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la tierra?". Mi respuesta no es la respuesta que dicen que dio uno para eludir jocosamente la virulencia de la pregunta: "Preparaba infiernos, dijo, para los que escrutan estas cosas tan sublimes". Una cosa es ver, otra reír.

No es esa mi respuesta. Preferiría responder: "No sé lo que no sé", antes que una salida como aquélla, con la que queda en ridículo el que preguntó cosas profundas y se aplaude al que dio respuesta falsa.

Yo digo que tú, Dios mío, eres el creador de toda criatura. Y si, con el nombre de cielo y de tierra, entiéndese toda criatura, atrevidamente afirmo: antes de hacer el cielo y la tierra, no hacía Dios nada. Porque si hacía alguna cosa, ¿qué hacía sino una criatura? Y ojalá pudiese yo saber todo lo que provechosamente deseo saber, como sé que no se hacía ninguna criatura, antes de que se hiciese alguna criatura.

CAPÍTULO XIII

NO SE PUEDE CONCEBIR UN TIEMPO ANTERIOR A LA EXISTENCIA DEL MUNDO. TRASCENDENCIA DE LA ETERNIDAD DIVINA

15. Pero si la fantasía voladora de alguno divaga a través de las imágenes de los tiempos pasados y se admira de que tú, oh Dios todopoderoso, que lo has creado todo y todo lo conservas, artífice del cielo y de la tierra, te abstuviste de una obra tan grande durante innumerables siglos, antes de hacerla, despierte y advierta que se admira de cosas falsas.

Pues ¿cómo habrían podido transcurrir innumerables siglos, sin que tú mismo los hubieras hecho, siendo, como eres, el autor y el creador de todos los siglos? O ¿qué tiempos habrían podido existir, sin haber sido creados por ti? O ¿cómo habrían transcurrido, si no hubiesen existido nunca?

De modo que, como tú eres el operario de todos los tiempos, si hubo algún tiempo, antes de que hicieses el cielo y la tierra, ¿por qué se dice que te abstuviste de toda obra? Porque ese mismo tiempo lo habrías hecho tú, y no han podido transcurrir los tiempos antes de que tú hicieses los tiempos. Mas si antes del cielo y de la tierra no había ningún tiempo, ¿por qué se pregunta qué hacías entonces? Porque no había "entonces", cuando no había tiempo.

16. Por lo demás, no es en el tiempo en lo que tú precedes a los tiempos; de otra suerte no precederías a todos los tiempos. Pero precedes a todos los tiempos pasados, según la altura de tu eternidad siempre presente.11 Y sobrepasas a todos los tiempos futuros, porque son futuros, y, una vez venidos, serán pasados; mientras que tú eres idéntico a ti mismo y tus años no se desvanecerán.

Ni van ni vienen tus años; los nuestros van y vienen para que puedan venir todos. Tus años subsisten todos simultáneamente, porque subsisten; no van, excluidos por los que vienen, porque no pasan. Los nuestros, en cambio, existirán todos, cuando todos dejen de existir. Tus años son un solo día, y tu día no es el día cotidiano, sino el "hoy", porque tu "hoy" no cede el lugar a un "mañana", ni sucede a un "ayer".

Tu "hoy" es la eternidad.12 Por eso engendraste, coeterno a ti, a Aquél a quien dijiste: Yo te he engendrado hoy. Todos los tiempos los hiciste tú y antes de todos los tiempos eres tú;'ni hubo tiempo alguno en que no hubiera tiempo.

CAPÍTULO XIV

DIFICULTAD DE DEFINIR EL TIEMPO

17. No hubo, pues, tiempo alguno en que no hubieras hecho alguna cosa, puesto que el tiempo mismo lo habías hecho tú. Y no hay tiempos que te sean coeternos, porque tú eres permanente. Y si ellos fueran permanentes, ya no serían tiempos.

¿Qué es, en efecto, el tiempo? ¿Quién sería capaz de explicarlo sencilla y brevemente? ¿Quién podría, para formularlo con palabras, aprehenderlo siquiera con el pensamiento? Y, no obstante, ¿qué evocamos a! hablar, que nos resulte más familiar y más conocido que el tiempo? Y entendemos, por cierto, cuando de él hablamos y entendemos también cuando oímos a otro hablar de él.

¿Qué es, entonces, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Sin embargo, con toda seguridad afirmo saber que, si nada pasase, no habría tiempo pasado, y que si nada sobreviniese, no habría tiempo futuro, y que si nada hubiese, no habría tiempo presente.

Aquellos dos tiempos, pues, el pasado y el futuro, ¿cómo son, puesto que el pasado ya no es, y el futuro no es aún? En cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, al presente, lo que le hace que sea tiempo es que va a dar al pasado, ¿cómo decimos también que él es, si la razón por la que es, es que no será, de modo que, en realidad, no podemos decir en verdad que el tiempo es, sino porque tiende a no ser?

CAPÍTULO XV

EL SER Y LA MEDIDA DEL PASADO, DEL FUTURO Y DEL PRESENTE

18. Y, con todo, decimos "un tiempo largo", "un tiempo breve", y no lo decimos sino del pasado y del futuro. En el pasado al tiempo le llamamos largo, por ejemplo, cuando hablamos de "hace cien años"; en el futuro, del mismo modo, es largo "de aquí a cien años". Es breve en el pasado si decimos, supongamos "hace diez días", y es breve en el futuro "dentro de diez días".

Mas, ¿con qué título puede ser largo o breve lo que no es? Porque el pasado ya no es, y el futuro no es todavía. No digamos, por ende; "es largo", sino digamos del pasado: "fue largo" y del futuro: "será largo".

Señor mío, luz mía, ¿no se burlará, también aquí, del hombre tu verdad? Porque el tiempo pasado que fue largo, ¿fue largo cuando ya había pasado, o cuando aún era presente? Entonces, en efecto, podía ser largo, cuando era algo que podía ser largo; ya que, una vez pasado, no existía, por lo que mal podía ser largo lo que ni siquiera existía.

No digamos, por tanto; "largo fue el tiempo pasado", porque no encontraremos lo que ha podido ser largo, ya que, desde que ha pasado, no existe. Digamos, más bien; "largo fue aquel tiempo presente", porque, cuando estaba presente era largo. Es que todavía no había pasado para no ser y por eso era algo que podía ser largo. Pero, una vez que hubo pasado, dejó al mismo tiempo de ser largo lo que dejó de ser.

19. Veamos, pues, oh alma humana, si el tiempo presente puede ser largo, puesto que se te ha dado percibir la lentitud del tiempo y medirla. ¿Qué me vas a contestar?

Cien años presentes, ¿son, quizá, un tiempo largo? Mira primero si pueden estar presentes cien años. Si es el primero de esos años el que está en curso, ése es el que está presente, pero los otros noventa y nueve son futuros, y, por lo tanto, todavía no son.

Si es el segundo año el que está en curso, uno es ya pasado, el segundo está presente, los restantes son futuros. Y así cualquiera que sea el año que pongamos como presente de entre los intermedios de ese número cien, antes de él habrá años pasados y después de él, futuros. Por consiguiente, cien años no podrán estar presentes.

Mira, al menos, si el único año que está en curso, está presente él. Si es su primer mes el que está en curso, todos los restantes son futuros; si es el segundo, el primero ya pasó y los otros aún no existen. De manera que ni siquiera el año en curso está presente todo entero, y si no está presente todo, no es un año lo que está presente. El año comprende doce meses, y, fuere el que fuere el mes en curso, solo él está presente; los demás son o pasados o futuros. Más aún, ni siquiera el mes en curso está presente, sino solamente un día; si es el primero, los restantes son futuros; si es el último, todos los otros son pasados; si es un día cualquiera intermedio, está entre los días pasados y los días futuros.

20. De manera que el tiempo presente, el único que encontrábamos que debía llamarse largo, se reduce, apenas, al espacio de un solo día. Mas examinémosle de cerca también a él, porque ni siquiera un solo día está presente todo entero. Día y noche forman un conjunto completo de veinticuatro horas; para la primera todas las restantes son futuras; para la última, pasadas; para una cualquiera de las intermedias, las anteriores son pasadas, las posteriores, futuras. Y esa misma hora única corre en partículas fugitivas; todo lo que de ella voló, es pasado; todo lo que le queda, es futuro.

Si se concibe un elemento de tiempo que no pueda dividirse ya en partes de instantes, por pequeñísimas que sean, eso es lo único que puede llamarse presente. Sin embargo, tan rápidamente vuela del futuro al pasado, que no tiene la menor extensión de duración; porque si se extiende, se divide en pasado y futuro, que el presente no tiene espacio alguno.

¿Dónde hay, pues, un tiempo, que podamos llamar largo? ¿Será el futuro? Es obvio que no decimos: "es largo", porque todavía no hay nada que pueda ser largo, sino que decimos: "será largo". Y ¿cuándo lo será? En realidad, si entonces es futuro todavía, no será largo, porque no es aún nada que pueda ser largo. Pero si es entonces largo, cuando, de futuro, que todavía no es, haya comenzado a ser y se haya convertido en presente, para poder ser algo que sea largo, entonces, con las razones arriba expuestas clama el tiempo presente que él no puede ser largo.

CAPÍTULO XVI

SOLO EL PRESENTE PUEDE SER MEDIDO

21. Y, no obstante, Señor, percibimos los intervalos de tiempo y los comparamos entre sí y decimos que unos son más largos y otros más cortos. Medimos, asimismo, cuánto tal tiempo es más largo o más corto que tal otro, y respondemos que éste es doble o triple y aquél simple, o que el uno es igual que el otro.

Pero es en el momento en que pasan cuando medimos los tiempos, cuando los medimos al percibirlos. Que los tiempos pasados, que ya no son, y los tiempos futuros, que todavía no son ¿quién los puede medir? A menos que, acaso, tenga alguno la audacia de decir que se puede medir lo que no existe. En el momento, pues, en que pasa el tiempo, puede ser percibido y medido, que, cuando ya ha pasado, como ya no existe, no puede serlo.

CAPÍTULO XVII

DIFICULTAD DEL PROBLEMA

22. Busco, Padre, no afirmo; Dios mío, protégeme y dirígeme.

¿Quién me dirá que no hay tres tiempos, como aprendimos siendo niños y se lo enseñamos a los niños, el pasado, el presente y el futuro, sino solamente el presente, porque no existen los otros dos? O ¿será que también ellos existen, pero el presente sale de un lugar oculto cuando de futuro se convierte en presente, y se retira a un lugar oculto. cuando de presente se convierte en pasado? Porque ¿dónde han visto las cosas futuras quienes las han vaticinado, si no existen aún? No se puede ver lo que no existe. Y los que narran cosas pasadas, no narrarían, por supuesto, la verdad, si no las discerniesen con el espíritu. Y si no existieran, no podrían ser de ningún modo discernidas. Existen, pues, cosas futuras y cosas pasadas.

CAPÍTULO XVIII

EL PASADO Y EL FUTURO ESTÁN PRESENTES EN LAS REPRESENTACIONES DE NUESTRA MENTE

23. Permíteme, Señor, seguir investigando, esperanza mía; que no se perturbe mi atención. Si en verdad existen las cosas futuras y las cosas pasadas, quiero saber dónde están. Y si todavía no lo puedo, sé, sin embargo, que, estén donde estén, no están allí como futuras o pasadas, sino como presentes. Porque si están allí también como futuras, todavía no están allí, y si están allí como pasadas, ya no están allí. De manera que, dondequiera que estén, todas las cosas que existen, no están más que como presentes.

Por lo demás, cuando se cuentan cosas verdaderas como pasadas, sá-canse de la memoria, no las cosas mismas que pasaron, sino las palabras concebidas partiendo de las imágenes que ellas grabaron en el espíritu, como huellas, al pasar por los sentidos. Así, mi infancia, que ya no existe, está en el tiempo pasado, que ya no existe; pero su imagen, cuando la evoco y la cuento, la contemplo en el tiempo presente, porque está todavía en mi memoria.

¿Existe también una explicación semejante para las predicciones del futuro, de suerte que las cosas que aún no son, sean presentidas en sus imágenes ya existentes? Confieso, Dios mío, que no lo sé.

Sé esto, al menos: generalmente premeditamos nuestras acciones futuras, y esta premeditación está presente, pero no existe todavía la acción que premeditamos, porque es futura. Cuando la hayamos emprendido, cuando lo que premeditamos haya recibido de nosotros un comienzo de realización, entonces existirá esa acción, porque entonces no será futura sino presente.

24. De manera que de cualquier modo que se produzca el misterioso presentimiento de las cosas futuras, no puede ser visto sino lo que es. Y lo que ya es, no es futuro sino presente. Así que, cuando se dice que se ven las cosas futuras, no se ven las cosas mismas, que todavía no existen, puesto que son futuras, sino, tal vez, sus causas o sus signos, que yá existen. Y no son futuros, sino ya presentes a quienes los ven, lo que permite predecir las cosas futuras así concebidas en el espíritu. Y esas concepciones, a su vez, existen ya, y como presentes las contemplan en sí mismos los que realizan esas predicciones.

Dejemos hablar en un ejemplo a tan gran multitud de cosas. Contemplo la aurora: predigo que va a salir el sol. Lo que contemplo es presente; lo que anuncio, futuro. No es futuro el sol, que ya existe, sino su salida, que no existe aún. Con todo, su misma salida, si no la imaginase en espíritu, como ahora cuando lo estoy diciendo, no podría predecirla. Mas, ni esa aurora que en el cielo veo es la salida del sol, aunque le preceda, ni tampoco lo es esa imaginación que tengo en, mi espíritu. Ambas cosas son percibidas como presentes para que pueda ser predicha esa salida futura.

De suerte que las cosas futuras no existen todavía y si no existen todavía, no son; y si no son, no pueden ser vistas en absoluto. Pero pueden predecirse por medio de otras presentes que ya existen y se ven.

CAPÍTULO XIX

CARÁCTER MISTERIOSO DEL CONOCIMIENTO PROFÉTICO

25. Así, pues, Soberano de tu creación, ¿cuál es la manera con que enseñas a las almas las cosas futuras? Porque has enseñado a los profetas. ¿Cuál es esa manera con que enseñas las cosas futuras tú, para quien nada hay futuro? O ¿es que enseñas más bien cosas presentes concernientes a las futuras? Porque lo que no existe tampoco puede ser enseñado en modo alguno. Muy lejos está de la penetración de mi vista esta manera. Es más fuerte que yo; no podré alcanzarla.13 Mas lo podré por ti, cuando tú me lo hayas concedido, dulce luz de mis ojos ocultos.

CAPÍTULO XX

CRÍTICA DEL LENGUAJE CORRIENTE SOBRE EL TIEMPO

26. Lo que ahora resulta meridianamente claro es que ni las cosas futuras ni las pasadas existen, ni se dice con propiedad: hay tres tiempos, pasado, presente y futuro. Quizá fuese más propio decir: hay tres tiempos, presente de lo pasado, presente del presente y presente del futuro. Existen, en efecto, en el alma, en cierta manera, estos tres modos de tiempos y no los veo en otra parte: el presente del pasado, es la memoria; el presente del presente, es la visión; el presente del futuro, es la espera. Si se nos permite hablar así, yo veo tres tiempos. Sí, lo confieso, hay tres tiempos.

Que se diga también: los tiempos son tres, pasado, presente y futuro, es un uso abusivo, pero que se diga. No me preocupo por ello, ni me opongo, ni lo censuro, con tal de que se comprenda lo que se dice y no se pretenda que lo que es futuro sea ahora, ni lo que es pasado. Rara vez hablamos con propiedad de las cosas, muchas impropiamente, pero se entiende lo que queremos decir.

CAPÍTULO XXI

OTRA VEZ LA DIFICULTAD DE MEDIR EL TIEMPO

27. He dicho un poco antes que medimos los tiempos cuando pasan, de suerte que podemos decir que ese tiempo es doble con respecto a aquél que es sencillo, o que éste es igual a aquél, y todas las demás relaciones entre las partes del tiempo que podemos enunciar midiéndolas. De manera que, como decía, medimos los tiempos cuando pasan. Y si me dice alguno: "¿Cómo lo sabes?", responderé: "Lo sé porque los medimos y no podemos medir las cosas que no existen, y no existen ni las cosas pasadas ni las futuras."

Mas ¿cómo medimos el tiempo presente, si no tiene espacio? Se le mide precisamente cuando está pasando, que, una vez pasado, ya no se le mide, porque ya no habrá nada que medir.

Mas ¿dónde y por dónde y hacia dónde pasa cuando se le mide? ¿De dónde más que del futuro? ¿Por dónde más que por el presente? ¿Hacía dónde más que hacia el pasado? Pasa, por consiguiente, de lo que todavía no es, por lo que carece de espacio, a lo que ya no es. Y ¿qué es lo que medimos sino un tiempo de un espacio determinado? Porque no hablamos de tiempos sencillos, dobles, triples, iguales y de otras relaciones de este género, más que a propósito de espacios de tiempo.

¿En qué espacio medimos, pues, el tiempo, cuando pasa? ¿Será en el futuro, de donde sale para pasar? Mas lo que aún no es, no lo medimos. ¿Acaso en el presente, por donde pasa? Pero lo que no tiene espacio, no lo medimos. ¿Tal vez en el pasado, hacia el cuál pasa? Pero lo que ya no es, no lo medimos.

CAPÍTULO XXII

PIDE A DIOS QUE LE DÉ LA SOLUCIÓN

28. Mi espíritu arde en deseos de conocer este enigma tan complicado. No cierres, Señor, Dios mío, Padre de bondad, por Cristo te conjuro, no cierres a mi deseo estas nociones, a la vez vulgares y abstrusas. No le impidas penetrar en ellas y que se esclarezcan con las claridades de tu misericordia, Señor. ¿A quién preguntaré acerca de ellas? ¿A quién confesaré con más fruto mi ignorancia, que a ti, que no encuentras importunas las vivas llamas de mi celo por tus Escrituras?

Dame lo que amo; sí, yo amo y eres tú quien me lo ha dado. Da, oh Padre, que verdaderamente sabes dar dones excelentes a tus hijos. Da, que me he propuesto conocerlo y es trabajoso para mí, hasta que tú abras. Por Cristo imploro; en nombre de Él, el Santo de los santos, que nadie me haga ruidosa obstrucción. También yo he creído y por eso hablo. Ésta es mi esperanza, para ella vivo: para contemplar las delicias del Señor. He aquí que has hecho mis días sujetos a envejecimiento; pasan y no sé cómo.

Y decimos: "El tiempo y el tiempo", "los tiempos y los tiempos", "¿desde cuánto tiempo ha dicho aquél esto?", "¿desde cuánto tiempo ha hecho aquél lo otro?" y "¡cuán largo tiempo hace que no he visto aquello!", y "esta sílaba tiene doble tiempo que aquella otra sencilla breve". Esto es lo que decimos y esto es lo que oímos, y nos entienden y entendemos. Nada más evidente y nada más vulgar; sin embargo, tales nociones están muy ocultas y su descubrimiento es una cosa nueva.

CAPÍTULO XXIII

EL TIEMPO NO ES EL MOVIMIENTO

29. Oí decir a un hombre instruido 14 que eran los movimientos del sol, de la luna y de las estrellas lo que constituían los tiempos mismos, y no estuve de acuerdo.

¿Por qué no serían, más bien, los movimientos de todos los cuerpos, lo que constituyen los tiempos? ¿Es que si se parasen las luminarias del cielo y siguiese dando vueltas la rueda del alfarero, no habría tiempo que nos permitiese medir esas vueltas y decir, o que son de la misma duración, o, si unas veces gira más lentamente la rueda y otras más de prisa, que son unas más largas y otras menos? Y, al decir esto, ¿no hablaríamos también nosotros en el tiempo? Y ¿no habría en nuestras palabras sílabas, que serían unas largas y otras breves, solo porque aquéllas habrían resonado un tiempo más largo y éstas uno más breve?

¡Oh Dios! Concede a los hombres que vean, en una cosa pequeña, los conceptos comunes15 tanto de las cosas pequeñas como de las grandes. Hay estrellas y luminarias en el cielo como signos que marcan los tiempos, los días y los años. Las hay, es cierto. Pero ni yo podría asegurar que una vuelta de la pequeña rueda de madera del alfarero es un día, ni aquel hombre instruido podría decir tampoco, por eso, que aquella vuelta no es tiempo.

30. Deseo conocer el valor y la naturaleza del tiempo, que nos permite medir los movimientos de los cuerpos y decir que aquel movimiento, por ejemplo, dura dos veces más que éste. Porque busco saber una cosa: puesto que se llama día, no solo el tiempo que está el sol sobre la tierra, y, en ese aspecto, una cosa es el día y otra la noche, sino también el tiempo que tarda en dar la vuelta completa de Oriente a Oriente, y, en ese aspecto, decimos: "han pasado tantos días" —y se quiere decir tantos días con sus noches, porque el tiempo de las noches no se cuenta aparte—; puesto que el día se completa con el movimiento del sol y con su recorrido de Oriente a Oriente, busco saber si el día es el movimiento mismo o si es la duración durante la cual se completa o si es una y otra cosa.

Si el día fuese lo primero, habría día aun cuando el sol completase su curso en un espacio de tiempo equivalente al de una sola hora. Si fuese lo segundo, no habría día, si, desde una salida del sol hasta otra, fuese la duración tan breve como la de una sola hora, pero el sol tendría que dar veinticuatro vueltas para completar un día. Si el día fuese, a la vez, el movimiento y la duración, ni siquiera podría hablarse de día, si, en el espacio de una hora, hiciese todo su recorrido el sol, ni, si parándose, transcurriese tanto tiempo cuanto suele emplear para efectuar una vuelta entera de mañana a mañana.

No buscaría, pues, ahora, qué es eso que se llama día, sino qué es el tiempo, con el que podríamos medir el circuito del sol y decir que ha sido recorrido en menos de la mitad de tiempo de lo que suele, si hubiese sido recorrido en un tiempo equivalente a doce horas. Luego, comparando los dos tiempos, diríamos que éste es sencillo con relación a aquél, que es doble, aunque emplease el sol unas veces el tiempo sencillo y otras el tiempo doble, para hacer su recorrido de Oriente a Oriente.

Que nadie me venga, pues, diciendo que es el movimiento de los cuerpos celestes lo que constituye el tiempo; porque también cuando, por deseo de un hombre, se detuvo el sol para que terminase aquél el combate victorioso, el sol estaba parado, pero el tiempo corría. Y, en verdad, en su propio espacio de tiempo, que le era suficiente, se libró y acabó aquella batalla.

Veo, pues, que el tiempo es una cierta distensión. Pero ¿lo veo o creo ver que lo veo? Tú me lo mostrarás, oh Luz, oh Verdad.

CAPÍTULO XXIV

EL TIEMPO MIDE LA DURACIÓN DEL MOVIMIENTO

31. ¿Me ordenas que esté de acuerdo si dice alguno que el tiempo es el movimiento de un cuerpo? No lo ordenas. Oigo que un cuerpo no se mueve más que en el tiempo: lo dices tú. Pero que el movimiento mismo del cuerpo sea el tiempo, eso no lo oigo: no lo dices tú.

En efecto, cuando un cuerpo se mueve, mido por el tiempo cuánto dura su movimiento, desde que empezó a moverse hasta que se para. Si no he visto cuándo empezó y si continúa moviéndose sin que vea cuándo termina, no lo puedo medir, como no sea desde el momento en que comencé a verlo hasta que acaba. Si lo veo largo rato, declaro únicamente que el tiempo es largo, pero sin decir cuánto; porque cuando decimos también cuánto, lo decimos por comparación, verbi gratia: "Esto es tan grande como aquello", o "Esto es el doble de aquello", y así en toda relación de este tipo.

Pero si hemos podido notar el lugar dé donde parte y adonde llega el cuerpo en movimiento —o bien sus partes, si se mueve como en un tomo—, podemos decir cuánto tiempo tardó en efectuarse el movimiento del cuerpo, o de sus partes, desde tal punto hasta tal otro.

De manera que una cosa es el movimiento de un cuerpo y otra lo que nos sirve para medir su duración; y, siendo esto así, ¿quién no advierte cuál de las dos habrá de llamarse, con más justicia, tiempo?

Supongamos que un cuerpo cambia, y unas veces se mueve y otras se detiene; pues no solo su movimiento sino hasta su detención medimos por el tiempo, y decimos: "Tanto tiempo ha estado parado como moviéndose", o "estuvo parado el doble o el triple de lo que se movió", y cualquier otra relación que hayamos medido, sea precisándola, sea estimándola, como suele decirse, sobre poco más o menos.

El tiempo no es, pues, el movimiento de un cuerpo.

CAPÍTULO XXV

PLEGARIA

32. Y confiésote, Señor, que ignoro todavía lo que es tiempo; y, en cambio, te confieso, Señor, que sé que digo estas cosas en el tiempo, y que ya hace mucho que estoy hablando del tiempo y que ese mismo "hace mucho" no es "hace mucho" mas que por la duración del tiempo.

¿Cómo es, pues, que lo sé, si no sé lo que es el tiempo? ¿Acaso es que no sé cómo expresar lo que sé? ¡Ay de mí, que ni siquiera sé qué es lo que no sé! Heme aquí, Dios mío, delante de ti, que no miento; como hablo, así es mi corazón.

Tú iluminarás mi lámpara, Señor, Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas.

CAPÍTULO XXVI

EL TIEMPO ES UNA DISTENSIÓN DEL ALMA

33. ¿Acaso la confesión que te hace mi alma no es una confesión de verdad, cuando dice que mide el tiempo? Sí, Dios mío, lo mido y no sé qué es lo que mido. Mido el movimiento de un cuerpo por el tiempo, ¿no mido también el tiempo mismo? ¿Podría medir yo el movimiento de un cuerpo, cuánto dura y cuánto tarda en llegar de aquí a allá, si no pudiese medir el tiempo en que ese movimiento se realiza?

Mido, pues, el tiempo mismo, mas ¿con qué? ¿Acaso medimos con un tiempo más corto otro más largo, como por la extensión de un codo la extensión de una viga? Porque así es como se nos ve, por la extensión de una sílaba breve medir la extensión de una sílaba larga y decir que ésta es el doble. Así es como medimos la extensión de los poemas por la extensión de los versos; la extensión de los versos por la extensión de los pies; la extensión de los pies por la extensión de las sílabas; la extensión de las largas por la extensión de las breves. Y esto no en las páginas —ya que de ese modo mediríamos los espacios de lugar, no los de tiempo—, sino en la pronunciación, en el instante de pasar las palabras, cuando decimos: "Es un poema largo, porque se compone de tantos versos; versos largos, porque constan de tantos pies; pies largos, porque se extienden sobre tantas sílabas; es una sílaba larga, porque es el doble de una breve".

Mas ni aun así se determina una medida fija de tiempo, ya que puede acontecer, que suene más largo espacio de tiempo un verso más corto, si se pronuncia con más lentitud, que otro más largo, si se recita con mayor rapidez. Dígase lo mismo de un poema, de un pie, de una sílaba.

Por eso me ha parecido a mí que el tiempo no es otra cosa que una distensión. Pero ¿de qué? No lo sé. Y sería sorprendente que no fuese del espíritu mismo.

¿Qué es, en efecto, lo que mido, ruégote, Dios mío, cuando digo, sea de una manera imprecisa: "Este tiempo es más largo que aquél", sea de una precisa: "Éste es el doble que aquél"? Es el tiempo lo que mido, ya lo sé, pero no mido el futuro, porque todavía no existe, ni mido el presente, porque no se extiende por espacio alguno, ni mido el pasado, porque no existe ya. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Acaso los tiempos que pasan, no los pasados? Así lo tengo dicho.

CAPÍTULO XXVII

MEDIMOS EL PASADO EN NUESTRO ESPÍRITU POR EL RECUERDO

34. Insiste, espíritu mío, y despliega tus fuerzas; Dios es nuestro ayudador; él es el que nos ha hecho y no nosotros. Despliégalas hacia donde alborea la verdad.

Supongamos una voz que viene de un cuerpo. Empieza a sonar, suena, sigue sonando y, por fin, cesa. Hay ya silencio, ha pasado aquella voz, ya no hay voz. Era futura antes de sonar, y no podía ser medida, porque aún no existía; ahora no puede serlo, porque ya no existe. Podía haberlo sido cuando sonaba, porque entonces había algo que podía ser medido. Pero aun entonces no se estaba quieta; íbase y pasaba. ¿Es que podía ser medida mejor por eso? Porque mientras pasaba se extendía por una suerte de espacio temporal, gracias al cual podría ser medida, ya que el presente no tiene espacio alguno.

Si, pues, entonces podía ser medida, supongamos que empieza a sonar otra vez y sigue sonando con un tono prolongado y sin interrupción alguna. Midámosla mientras suena, porque cuando haya dejado de sonar habrá pasado y ya no existirá nada que pueda ser medido. Midámosla exactamente y digamos cuánto dura. Pero suena todavía y no se la puede medir más que desde su comienzo, cuando empezó a sonar, hasta su fin, cuando cese. En realidad, es el intervalo precisamente lo que medimos, desde un principio determinado hasta un determinado fin. Por tanto, una voz que no ha acabado todavía, no puede ser medida para decir qué larga o qué breve sea; no se puede decir ni que sea igual a otra, ni que sea simple o doble o algo semejante respecto de otra. Pero una vez acabada, ya no existirá ¿Cómo, pues, podrá ser medida?

Y, no obstante, medimos los tiempos. No aquéllos que todavía no son, ni aquéllos que ya no son, ni aquéllos que no se extienden sobre duración alguna, ni aquéllos que no han alcanzado su término. No medimos, pues, ni los tiempos futuros, ni los pasados, ni los presentes, ni los que están pasando. Y, no obstante, medimos los tiempos.

35. Deus creator omnium (Dios creador de todas las cosas). En este verso de ocho sílabas alternan sílabas breves y sílabas largas. Así las cuatro breves —primera, tercera, quinta, séptima— son simples con relación a las cuatro largas —segunda, cuarta, sexta, octava—. Cada una de éstas, con relación a cada una de aquéllas, tiene un tiempo doble. Declamo y proclamo,16 y así es, por cuanto se siente por una sensación manifiesta.

Por cuanto la sensación es manifiesta, con la sílaba breve mido la larga y siento que vale dos veces tanto. Mas cuando suena una después de otra, si la breve viene antes y la larga después, ¿cómo retendré la breve, cómo la aplicaré a la larga para medirla y hallar que ésta vale dos veces tanto, siendo que la larga no comienza a sonar, hasta que haya dejado de sonar la breve? La misma larga, ¿cómo la mido cuando está presente, si no la mido más que acabada? Y cuando ha acabado, ya ha pasado.

¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Dónde está la breve que me sirve de medida? ¿Dónde está la larga que mido? Ambas sonaron, volaron, pasaron; ya no existen. Y yo mido, y respondo con confianza, en cuanto se puede fiar uno de un sentido ejercitado, que la una es sencilla y la otra doble, en espacio de tiempo, por supuesto. No mido, pues, las sílabas mismas, que ya no existen, sino algo en mi memoria, que allí permanece fijo.

36. En ti, espíritu mío, es donde mido los tiempos. No me obstruyas lo que es; no te obstruyas con el tropel de tus impresiones. En ti, repito, es donde mido los tiempos. La impresión que las cosas, al pasar, marcan en ti, permanece ahí cuando han pasado y ésa es la que mido mientras está presente, no las cosas que pasaron para producirla. Ésa es la que mido cuando mido los tiempos. Por consiguiente, o eso son los tiempos o no mido los tiempos.

¿Qué? Cuando medimos los silencios y decimos que aquel silencio duró tanto tiempo como duró aquella voz, ¿no extendemos el pensamiento hacia la medida de la voz como si sonase, a fin de poder proclamar alguna cosa en espacio de tiempo sobre los intervalos de silencio? De hecho sin que intervengan la voz ni la boca, recitamos mentalmente poemas, versos y toda clase de discursos; y proclamamos no importa qué medida de sus movimientos y los espacios de tiempo, con relaciones del uno al otro, no de otra suerte que si los pronunciáramos en voz alta.

Supongamos que alguien haya querido emitir una voz un tanto prolongada y haya determinado, premeditadamente, cuál ha de ser su duración. Ese hombre, evidentemente, ha recorrido el espacio de tiempo en silencio y, confiándolo después a su memoria, ha comenzado a emitir esa voz que suena hasta llegar al término propuesto. O, mejor dicho, esa voz ha sonado y sonará, porque lo que de ella es ya acabado, ha sonado ciertamente, y lo que queda, sonará, y así se va acabando, mientras la intención presente hace pasar el futuro al pasado, acrecentando el pasado con la disminución del futuro, hasta que con el agotamiento del futuro se haya convertido todo en pasado.

CAPÍTULO XXVIII

MEMORIA, ATENCIÓN, ESPERA

37. Pero ¿cómo disminuye o se agota ese futuro, que todavía no es? O ¿cómo se acrecienta ese pasado, que ya no es, sino porque en el espíritu, que realiza esa acción, hay tres actos? Porque el espíritu espera, atiende y recuerda; de suerte que lo que espera, pasando por lo que atiende, pasa & lo que recuerda.

¿Quién hay que niegue que no existen aún los futuros? Sin embargo, ya existe en el alma espera de cosas futuras. Y ¿quién hay que niegue que las cosas pasadas ya no existen? Sin embargo, existe todavía en el alma la memoria de cosas pasadas. Y ¡quién hay que niegue que carece de espacio el tiempo presente, ya que pasa en un instante? Y, sin embargo, perdura la atención por donde pasa hacia la ausencia lo que será presente.

De manera que no es largo ese futuro que no es, sino que un futuro largo es una larga espera del futuro. No es largo tampoco ese pasado que no es, sino que un largo pasado es una larga memoria del pasado.

38. Voy a cantar una canción que conozco. Antes de empezar extiéndese hacia todo el conjunto de esa canción mi espera, pero una vez que he comenzado, a medida que los elementos extraídos de mi espera se convierten en pasado, mi memoria se extiende hacia ellos a su vez; y las fuerzas vivas de mi actividad se distienden, hacia la memoria por lo que ya he recitado, hacia la espera por lo que voy a recitar. No obstante, mi atención está ahí presente; por ella pasa a hacerse pasado lo que era futuro. Cuanto más avanza y avanza esta acción, más disminuye la espera y crece la memoria, hasta que se agota del todo la espera, cuando la acción termina por completo y pasa a la memoria.

Y lo que acontece en la canción entera, acontece en cada una de sus partes y en cada una de sus sílabas. Eso mismo acontece en una acción más larga, de la que, tal vez, no sea más que una pequeña parte esa canción. Eso mismo en la vida entera del hombre, de la cual son partes las acciones todas del hombre. Eso mismo en la existencia entera de los hijos de los hombres, de la cual son parte todas las vidas de los hombres.

CAPÍTULO XXIX

INTENCIÓN Y DISTENSIÓN NECESIDAD DE UN MEDIADOR

39. Pero, puesto que tu misericordia es mejor que las vidas, he aquí que mi vida es una distensión, y que tu diestra me ha recogido en mi Señor, el Hijo del hombre, Mediador entre ti, que eres uno, y nosotros, que vivimos múltiples en lo múltiple a través de lo múltiple, a fin de que por Él alcance aquello en lo cual yo he sido, a mi vez, alcanzado, y, abandonando los días del hombre viejo, me concentre en seguir al Uno.

Así, olvidando el pasado, vuelto, no hacia las cosas futuras y transitorias, sino hacia las que están delante y hacia las cuales estoy, no distendido sino extendido, prosigo, en un esfuerzo no de distensión sino de intención, mi camino en pos de la palma a la que he sido llamado de lo alto, para oír allí la voz de la alabanza y contemplar tus delicias, que no vienen ni se van.

Ahora, empero, transcurren mis años en gemidos, y tú eres mi consolación, Señor, tú eres mi Padre eterno. Yo, en cambio, me he desparramado en tiempos, cuyo orden desconozco, y las tumultuosas variaciones desgarran mis pensamientos, las íntimas entrañas de mi alma, hasta que llegue a confluir en ti, purificado, derretido con el fuego de tu amor.

CAPÍTULO XXX

ÚLTIMA RESPUESTA A UNA OBJECIÓN

40. Entonces permaneceré estable y consolidado en ti, en mi auténtica forma, tu Verdad. Y no tendré que aguantar más las preguntas de los hombres, que, por castigo, sufren la enfermedad de tener más sed que capacidad de beber, y que dicen: "¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra?" O "¿cómo le vino a la mente hacer algo, si antes no había hecho cosa alguna?"

Concédeles, Señor, que puedan pensar bien lo que dicen, y que descubran que no se puede decir "nunca" donde no hay tiempo. Porque decir de alguno que "nunca hizo", ¿qué es más que decir que "no hizo en ningún tiempo?" Consideren, pues, que no puede existir tiempo alguno ausente la criatura y dejen de emplear ese lenguaje vano.

Extiéndanse también ellos hacia las cosas que están delante. Comprendan que eres, antes de todos los tiempos, el eterno Creador de todos los tiempos y que ningún tiempo te es coeterno, ni ninguna criatura, aunque alguna esté por encima de los tiempos.

CAPÍTULO XXXI

CONOCIMIENTO HUMANO Y CONOCIMIENTO DIVINO DE LOS TIEMPOS

41. Señor, Dios mío, ¡qué grandes son los repliegues de tu profundo misterio! Y ¡qué lejos de él me han arrojado las consecuencias de mis faltas! Cura mis ojos y haz que participe de la alegría de tu luz.

En verdad, si hay un espíritu dotado de tan vasta ciencia y presciencia, que le sean tan bien conocidas todas las cosas pasadas y futuras como lo es para mí una canción muy conocida, ese espíritu provoca un exceso de admiración y un estupor que llega hasta el horror sagrado, puesto que no se le oculta nada de cuanto ha sucedido ni de cuanto ha de suceder en los siglos venideros, como tampoco a mí se me oculta, cuando canto esa canción, qué y cuánto ha pasado de ella desde el principio, qué y cuánto falta hasta el final.

Mas lejos de mi pensar que tú, el Creador del universo, el Creador de las almas y de los cuerpos, lejos de mi pensar que conoces así todas las cosas futuras y pasadas. Tú las conoces mucho, mucho más maravillosamente, mucho más misteriosamente. Sí, no es como el que canta o escucha una canción conocida, que, con la espera de los sonidos que van a venir y con el recuerdo de los que han pasado, varían sus impresiones y se mantienen alerta sus sentidos. No es así como acontecen en ti las cosas, inmutablemente eterno, es decir, verdaderamente eterno, creador de las inteligencias. Porque así como conoces en el principio el cielo y la tierra sin variación de tu conocimiento, así hiciste en el principio el cielo y la tierra, sin distinción de tu acción.

Confiésete el que esto comprende. Confiésete también el que no lo comprende. ¡Oh, cuán excelso eres! Y son los humildes de corazón tu casa. Porque levantas a los caídos y no caen aquellos cuya elevación eres tú.

Notas al Libro XI:

1 El argumento de los tres últimos libros de las Confesiones está indicado así en las Retractaciones, II, 6, 1: "De Scripturis sanctis ab eo quod scriptum est: in principio fecit Deus caelum et terram, usque ad sabbati requiem" (Sobre las Sagradas Escrituras, desde 'en el principio hizo Dios', hasta el descanso sabático). No poseen carácter autobiográfico sino exegético y teológico. El XI tiene, además, interés filosófico por un extenso excursus sobre el tiempo.

2 Con idénticos términos en el libro II, 1, 1.

3 Las Confesiones no contienen todo lo que Agustín hubiera deseado confesar. Deja entrever aquí que le hubiera gustado ensalzar al Señor por la gracia de su vocación al sacerdocio y al episcopado. Mas el precio del tiempo inclina su meditación hacia la exposición mística de las Sagradas Escrituras. Será en algunos Sermones (339 y 340) o en comentarios a los Salmos (In Ps., 106, VII, 12) donde dará gracias a Dios por su pontificado.

4 En dos pasajes del libro X (3, 3-4 y 4, 5-6) preséntanse paladinamente las Confesiones como una obra eclesial, como un testimonio fraternal que debe servir a todos.

5 Evidente alusión al versículo 9 del Salmo 28. El comentario del Santo al mismo en la Enarración correspondiente es como sigue: "Voz del Señor que perfecciona a los siervos: pues la voz del Señor primeramente perfecciona a los vencedores y rechazadores de las lenguas envenenadas. Y dará a conocer los bosques: y entonces les manifestará la oscuridad de los libros divinos y la opacidad de los misterios, en donde serán alimentados a sus anchas. Y en su templo cada uno anuncia su gloria: y en su Iglesia, todo el que ha de ser reengendrado en esperanza eterna, alaba a Dios, cada uno según el don que del Espíritu Santo recibiera". (In Ps. 28, 9).

6 "Vox Domini perficientis ceruos" lee Agustín, mientras que la Vulgata trae "praeparantis ceruos". Ambos sentidos puede tener el vocablo griego de los Setenta: katartizomenou.

7 "Audiam et intelligam quomodo in principio fecisti caelum et terram." Los dos primeros vocablos de esta frase indican el propósito de Agustín: no se trata solo de recibir en la fe la enseñanza de la Escritura sobre la creación, sino que hay que ahondar en esa enseñanza por la inteligencia bajo la luz de la fe. Los libros XI-XIII pueden ser considerados con todo derecho como una aplicación del célebre "crede ut intelligas".

8 Tal es el argumento de su diálogo De magistro.

9 Es la "vetustez" de quienes, rehusando la ayuda del Mediador " permanecen incapaces de dominar el tiempo, conciben todas las cosas según las categorías del tiempo y se representan antropomórficamente ía acción de Dios. Véase lo que dice más adelante, en el capítulo 29, y en la Enarr. In Ps. 66, 10: "Tú se tal que pueda ser renovada tu juventud como la del águila. Debes saber que no podrás renovarla si no se hubiere pulverizado en la piedra tu vetustez; es decir, que sih el auxilio de la piedra, sin la ayuda de Cristo, no podrás renovarte". Por otra parte, ve también Agustín en la vetustez la figura del hombre del Antiguo Testamento, que todavía no conoce a Cristo. Cfr. Serm. 247, II, 2.

10 Sigue teniendo presentes, a la vez, a los maniqueos y a los neoplatónicos.

11 La trascendencia de la eternidad divina con relación al tiempo no es según el modo de la anterioridad, sino según el modo de la excelencia: es la trascendenciéi de un presente sin comienzo ni término con relación a un tiempo en que el presente se desvanece en pasado sin contener el futuro.

12 No se trata de una eternidad abstracta, de la inmutabilidad de un principio, sino del eterno presente de un Sujeto puro, de un soy.

13 En el De consensu Euangelistarum (I, 24, 37), escrito poco después del 400, propone nuestro autor dos hipótesis: o bien los ángeles son enviados a los profetas para manifestarles, por medio de figuras asequibles a los sentidos, los conocimientos divinos a los que todo está sometido; o bien los espíritus de los profetas son de tal manera sublimados que pueden ver lo que ven los ángeles mismos.

14 Las más varias hipótesis se han vertido acerca de la identidad de este homo doctus, de este conocedor de las "disciplinas liberales", a las que se ha venido a sumar recientemente la de J. F. Callaghan, según la cual Agustín apuntaría hacia el obispo arriano Eunomio de Cícico, de quien habría tenido conocimiento por el Aduersus Eunomium de Basilio de Cesárea. Pero los paralelos propuestos por este autor entre emAduersus Eunomium, I, 21 y Confesiones, XI, 23, son demasiado poco precisos para ser convincentes. La opinión de este sabio parece, más bien, reflejar el sincretismo filosófico de la época: esta idea del tiempo no es más que una mezcla de platonismo, de aristotelismo y de estoicismo.

15 Término técnico de la lógica estoica. Los koinai ennoiai son las ideas generales que el espíritu individual elabora naturalmente por la experiencia y la educación y que reciben un valor crítico por su confrontación con las ideas de todos.

16 Declamo el verso y, al hacerlo, proclamo cuál es la cantidad de la sílaba.

 

Partes de esta serie: Introducción · Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X · Libro XI · Libro XII · Libro XIII
© El Testigo Fiel - 2003-2024 - www.eltestigofiel.org - puede reproducirse libremente, mencionando la fuente.
Sitio realizado por Abel Della Costa - Versión de PHP: 7.2.34