IUDAD DEL VATICANO, miércoles, 30 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Quien busca la paz con rectitud de conciencia y se compromete con el bien de la comunidad, manteniendo la chispa del deseo de la trascendencia, aunque no tenga la fe bíblica, se salvará, afirmó Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles.
Al hacer esta afirmación, el Papa no sólo estaba recordando la enseñanza del Concilio Vaticano II, sino que comentaba una meditación escrita ya por san Agustín (354-430), el autor al que Joseph Ratzinger dedicó su tesis doctoral.
En una mañana de lluvia la meditación del pontífice dirigida a más de 23 mil peregrinos, congregados al aire libre en la plaza de San Pedro, se concentró en el sufrimiento del pueblo judío en el exilio de Babilonia, expresado dramáticamente por el Salmo 136, enmarcado «Junto a los ríos de Babilonia».
El Papa se ayudó de un comentario del obispo de Hipona y doctor de la iglesia dedicado esta composición del pueblo judío pues, como él mismo reconoció, «introduce un elemento sorprendente y de gran actualidad».
«Sabe que también entre los habitantes de Babilonia hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de que no conocen la esperanza de la Ciudad eterna a la que nosotros aspiramos», indicó.
«Ellos tienen una chispa de deseo de lo desconocido, de lo más grande, del trascendente, de una auténtica redención», explicó el Papa, citando a san Agustín, posiblemente su autor preferido.
«Y dice que entre los perseguidores, entre los no creyentes, hay personas con esta chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida en que les es posible en las circunstancias en las que viven», explicó.
«Con esta fe en una realidad desconocida, están realmente en camino hacia la auténtica Jerusalén, hacia Cristo», aclaró.
El sucesor de Pedro, citando al gran doctor de la Iglesia, añadió que «Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al haberles predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén: a condición, sin embargo, de que viviendo en Babilonia, no busquen la soberbia, los fastos caducos y la arrogancia...».
El obispo de Roma concluyó invitando a todos los presentes a pedir al Señor «que en todos nosotros despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que también los que no conocen a Cristo puedan quedar tocados por su amor, de manera que todos juntos peregrinemos hacia la Ciudad definitiva y la luz de esta Ciudad pueda brillar también en nuestro tiempo y en nuestro mundo».