¡Queridos hermanos y hermanas!
En este tiempo de Adviento, se invita a la comunidad eclesial, mientras se prepara a celebrar el gran misterio de la Encarnación, a redescubrir y profundizar en su relación personal con Dios. La palabra latina «adventus», se refiere a la venida de Cristo y pone en primer plano el movimiento de Dios hacia la humanidad, al que cada uno está llamado a responder con apertura, espera, búsqueda, y adhesión. Y así como Dios es soberanamente libre a la hora de revelarse y entregarse, pues sólo le mueve el amor, así también la persona humana es libre al dar el su asenso, aunque sea algo debido: Dios espera una respuesta de amor. En estos días, la liturgia nos presenta como modelo perfecto de esta respuesta a la Virgen María, a quien contemplaremos el próximo jueves, 8 de diciembre, en el misterio de la Inmaculada Concepción.
La Virgen está a la escucha, dispuesta en todo momento a cumplir la voluntad del Señor, y es ejemplo para el creyente que vive en la búsqueda de Dios. A este tema, al igual que a la relación entre verdad y libertad, el Concilio Vaticano II dedicó una reflexión atenta. En particular, los padres conciliares aprobaron, precisamente hace cuarenta años, una declaración sobre la cuestión de la libertad religiosa, es decir, el derecho de las personas y de las comunidades a poder buscar la verdad y profesar libremente su fe. Las primeras palabras que constituyen el título de ese documento, son «dignitatis humanae»: la libertad religiosa deriva de la singular dignidad del hombre que, entre todas las criaturas de esta tierra, es la única capaz de establecer una relación libre y consciente con su Creador.
«Todos los hombres --dice el Concilio--, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre…, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión» (DH, 2).
De este modo, el Vaticano II reafirma la doctrina tradicional católica, según la cual, el hombre, en cuanto criatura espiritual, puede conocer la verdad y, por tanto, tiene el deber y el derecho de buscarla (Cf. ibídem, 3). Con este fundamento, el Concilio insiste ampliamente en la libertad religiosa, que debe ser garantizada tanto a los individuos como a las comunidades, en el respeto de las legítimas exigencias del orden público. Y esta enseñanza conciliar, después de cuarenta años, sigue siendo de gran actualidad. De hecho la libertad religiosa está lejos de ser garantizada en todas partes: en algunos casos se niega por motivos religiosos o ideológicos; otras veces, aún siendo reconocida de forma escrita, es obstaculizada en la práctica por el poder político o, de forma más solapada, por el predominio cultural del agnosticismo y del relativismo.
Recemos para que todo ser humano pueda realizar plenamente la vocación religiosa que lleva inscrita en su propio ser. Que María nos ayude a reconocer en el rostro del Niño de Belén, concebido en su seno virginal, al divino Redentor, venido al mundo para revelarnos el auténtico rostro de Dios.