IUDAD DEL VATICANO, lunes, 6 febrero, 2006 (ZENIT.org).- Tras el asesinato de un sacerdote católico en Turquía, según los primeros indicios en el contexto de la protesta por la publicación de viñetas sobre Mahoma, el diario de la Santa Sede propone un examen de conciencia sobre la libertad de expresión y la libertad a la ofensa de los sentimientos religiosos.
Este análisis, afirma «L'Osservatore Romano», debería abarcar a todos los medios de comunicación y todos los países, citando explícitamente el caso de España, donde un espectáculo teatral ridiculiza al Papa, amenaza a los católicos, e incita a la apostasía, o donde un programa de televisión explicó «Cómo cocinar un crucifijo».
«¿Es lícito, en nombre de la libertad de pensamiento, herir el sentimiento religioso de quienes pertenecen una determinada confesión? ¿Dónde comienza el derecho de expresión y dónde comienza la ofensa a las convicciones interiores de los demás?», pregunta Francesco M. Valiante en la edición italiana del 6-7 de febrero del diario.
«¿Cuál es la frontera entre sátira y escarnio, entre ingenio y ultraje, entre ironía y blasfemia?», sigue preguntando el autor como parte de este examen de conciencia.
Se trata de un debate, reconoce, entre quienes «invocan el derecho a caricaturizar a Dios» y quienes consideran las viñetas como «un error», «una provocación», «una difamación», «un acto blasfemo».
«En la cuestión se mezclan y en ocasiones confunden niveles diferentes: el jurídico y el cultural, el ético y el deontológico», constata.
«No hay duda de que el derecho a manifestar el propio pensamiento y el derecho a profesar libremente una religión forman parte a pleno título de los derechos humanos fundamentales e irrenunciables universalmente reconocidos» desde hace 60 años por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Al mismo tiempo, añade, «es indudable que toda genuina expresión del primero de estos derechos encuentra en la plena e integral realización del segundo un límite, por llamarlo de algún modo, natural».
«La tan enarbolada "laicidad" de la sociedad moderna, ¿no debería encontrar uno de los puntos cardinales de referencia precisamente en la comprensión y en el respeto de las convicciones del "otro", aunque sean diferentes y antitéticas a las propias?», se pregunta el autor del artículo.
«¿Qué progreso social, qué meta civil supone el colgar de la picota los símbolos de la fe de un creyente, independientemente de la religión a la que pertenezca?».
«No estamos hablando, como es obvio, de la crítica legítima, la polémica argumentada, el disenso expresado incluso de manera radical --aclara el texto--. Ninguna Iglesia o confesión puede pretender privilegios e inmunidad».
«Pero puede, es más, debe exigir respeto cuando están en juego la verdad y la dignidad de una experiencia como la religiosa, que pertenece a la dimensión más íntima y fundamental de la persona humana», citando después otras, como la familiar.
El artículo define la función pedagógica y moral de la sátira con el antiguo adagio latino «castigat ridendo mores» (castiga las costumbres riendo).
El texto alaba la sátira, por ejemplo, «cuando ha fustigado las malas costumbres y ha denunciado las injusticias de toda época, desenmascarando la idolatría de los "poderosos", desnudándola de ese halo sacro y artificioso que con frecuencia escondía los vicios y la corrupción».
Pero esto, añade, no tiene nada que ver con las «bajas veleidades "sacrílegas". Cuando tiene por blanco los valores y los símbolos de lo religioso, de lo que es sagrado en sentido absoluto e indefectible, pierde inevitablemente su naturaleza y su función».
«Al quedar privada de toda finalidad crítica o educativa, se convierte en mero ensañamiento. Se transforma en vulgaridad gratuita», denuncia.
Y en el caso de las viñetas de Mahoma o las blasfemias contra el crucifijo en España, según el diario, no queda claro «el valor artístico y cultural, o simplemente "satírico"».
«Resulta oscura incluso su pretensión de ser una expresión de libertad o de "laicidad". Pero, en este caso, por desgracia, el sentido común tiene poco que ver. Ante la vulgaridad, ante el insulto y la blasfemia, la inteligencia de la razón se ve obligada a claudicar».
El artículo concluye constatando que lo sucedido en España no parece «que haya suscitado particular desdén en la opinión pública. Sin embargo, entre los excesos del ruido mediático y el silencio condescendiente --reconoce--, queda la dignidad ofendida, la conciencia herida».
«En esa Cruz --signo por excelencia del Amor universal-- profanada por una repugnante mezcla de miseria y obscenidad, queda agraviada y clavada toda la humanidad», asegura.