IUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 marzo 2006 (ZENIT.org-Veritas).- El cardenal Paul Poupard, es presidente del Consejo Pontificio para la Cultura desde 1982 y presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso desde el 11 de marzo de 2006.
Es el presidente de un Consejo vaticano más veterano. Colaborador de cuatro Papas, comenzó en su juventud prestando sus servicios a Juan XXIII desde la Secretaría de Estado. Responsable de la sección francesa de Secretaría de Estado con Pablo VI, fue uno de los cardenales creados por Juan Pablo II, quien primero le nombró presidente del Secretariado para los No-creyentes y después del recién nacido Consejo Pontificio para la Cultura en 1982.
En esta entrevista concedida a la agencia Veritas ilustra los desafíos que le esperan en este nuevo encargo que le ha confiado Benedicto XVI.
--El Santo Padre acaba de hacer público (sábado 11 de marzo de 2006) su nombramiento como Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. El nombramiento responde, según la nota de la Sala de Prensa, al deseo «de favorecer un dialogo más intenso entre los hombres de cultura y los miembros destacados de las diferentes religiones». Eminencia, ¿nos podría explicar la relación entre el diálogo interreligioso y el diálogo intercultural?
--Cardenal Paul Poupard: «El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad vital para el mundo de hoy». Lo dijo el Papa en Colonia, recibiendo a los representantes de la comunidad musulmana, en el marco de la JMJ. Para quien conozca en profundidad el pensamiento de Benedicto XVI esta elección es lógica.
En realidad, cuando se habla de diálogo interreligioso, se piensa muchas veces en una reflexión de tipo doctrinal acerca de temas religiosos comunes, como la idea de Dios, el pecado, la salvación, etc. Sin embargo, este diálogo doctrinal exige que haya alguna base común, y esto no siempre se da con las otras religiones. Para un budista, por ejemplo, Dios no es persona; para otros, la salvación, consiste en la disolución del yo, mientras que para un cristiano es siempre la salvación de su propia persona. Así es muy difícil el diálogo. Este diálogo doctrinal tiene sentido entre cristianos de diversas confesiones, con quienes compartimos la fe en Jesucristo.
En cambio, con los creyentes de otras religiones siempre es posible el diálogo sobre la base de la cultura. Esta es la intuición que está en la base del Consejo Pontificio de la Cultura: que la cultura es un terreno común en el que pueden dialogar creyentes y no creyentes, o creyentes de diferentes religiones. El tema común que nos une, decía Juan Pablo II en la UNESCO, es el hombre, y acerca de él sí que podemos dialogar.
El Papa Benedicto, por tanto, quiere llevar el diálogo con los creyentes de otras religiones al terreno de la cultura y de las relaciones entre culturas. La cultura del Pueblo de Dios, que supera los límites nacionales, lingüísticos, regionales, etc., entra en diálogo con otras culturas, impregnadas vitalmente por otras religiones. En este diálogo se produce un enriquecimiento mutuo, y el Evangelio, encarnado en una cultura concreta, puede sanar, y fecundar y nuevas expresiones culturales.
--A tenor de lo explicado anteriormente, ¿Cuáles son las respuestas que puede dar el cristianismo sobre este tema?
--Cardenal Paul Poupard: Jesucristo es la respuesta a los grandes interrogantes del hombre, la respuesta definitiva. El Concilio lo dice con palabras muy hermosas: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado», («Gaudium et spes», 22).
Ahora bien, este mensaje no cae directamente del cielo: llega a través de hombres y mujeres muy concretos, con una historia concreta y una cultura concreta, que entran en comunicación con creyentes de otras religiones. En la manera de vivir el cristianismo hay elementos esenciales y elementos accesorios. Los primeros son inmutables, mientras que los segundos son contingentes.
Entre estos elementos esenciales, que han encontrado su expresión filosófica y teológica, está el concepto de persona, a imagen de la Trinidad, la noción de comunión, de sujeto, el principio de libertad y responsabilidad, la pervivencia del yo después de la muerte, la solidaridad entre los hombres, la común dignidad, etc. Estos son valores que se pueden, que se deben compartir con creyentes de otras religiones en la medida en que se pueda. De los creyentes de otras religiones, también podemos recibir mucho. No en cuanto a los contenidos de la fe, naturalmente, pues en Jesucristo se halla la plenitud de la revelación, sino en cuanto al modo de vivirla.
--El volumen que escribió en 1993: «Diccionario para las Religiones» constituye un texto de obligado estudio en Historia de las Religiones, ¿Cree que puede serle de ayuda para su nuevo cargo?
--Cardenal Paul Poupard: ¡Ya lo creo! Dirigir la elaboración de este diccionario fue una gran aventura intelectual y una empresa editorial. Como coordinador, tuve que leer todos los artículos que me iban enviando los autores de las distintas voces, entre los que estaban los mejores especialistas. Todo ello me proporcionó una panorámica general sobre las religiones en el mundo y además, una comprensión más profunda del hecho religioso en el hombre. Algo de eso he dejado escrito en otro librito, «Les religions», publicado en la famosa colección «Que sais-je?», traducido a más de diez lenguas, entre las cuales, el ruso, el turco, el vietnamita y últimamente el chino, publicado por una editorial de Pekín.
En el corazón de cada cultura se halla el acercamiento al misterio de Dios y del hombre. No hay cultura que no sea esencialmente religiosa. La única excepción a esta regla universal parece ser la cultura occidental actual, como señala con frecuencia el Papa Benedicto y, ya antes, el Cardenal Ratzinger.
-Usted vivió en 1983 un proceso similar al actual cuando el entonces Papa Juan Pablo II fusionó el Pontificio Consejo para la Cultura y el Secretariado para los No-Creyentes, ¿cual es la diferencia en esta ocasión?
Cardenal Paul Poupard: Efectivamente, hay semejanzas, pero también diferencias.
Como usted sabe, fue Juan Pablo II quien me llamó a presidir el Secretariado para los no Creyentes en junio de 1980, con la intención de estudiar la creación del Consejo Pontificio de la Cultura, que tuvo lugar en 1982, y del cual me nombró también Presidente. Desde 1982 hasta 1993, fui Presidente de los dos dicasterios, que conservaban, sin embargo, su respectiva autonomía, tal y como sucede ahora.
En 1993, tras la caída del muro de Berlín y la desaparición en Europa de los regímenes comunistas, no pareció que tuviera sentido mantener el Secretariado para los no Creyentes, – que mientras tanto se había transformado en el Consejo
Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes – y así, el 25 de marzo de 1993, el Papa decidió fundir en uno sólo los dos dicasterios, manteniendo las competencias de ambos.
--¿Cree usted que con este paso el Papa pretende dejar en uno solo dos dicasterios del Vaticano?
Cardenal Paul Poupard: Eso no lo sabemos. Lo importante, en cualquier caso, no son las estructuras, sino el espíritu que las anima. Las estructuras de la Curia Romana son sólo medios para ayudar al Papa a desempeñar su misión como Pastor Universal. Lo que está claro es que tendrá que haber una mayor colaboración entre los dos Dicasterios que el Papa me ha pedido presidir «por ahora».
--Tenemos reciente el aniversario de los atentados en Madrid del 11-M. España es una nación con raíces católicas que alberga casi un millón de musulmanes. Hoy se habla más que nunca de diálogo y talante. Sabiendo que la Iglesia tiene como misión la evangelización y el diálogo es sólo un medio ¿cómo ve usted la situación española respecto al dialogo interreligioso y cultural? Y, ¿cómo deben responder los católicos?
--Cardenal Paul Poupard: Con respecto al diálogo hay muchos equívocos. En primer lugar, el diálogo verdadero se establece entre religiosos, no entre religiones. Los creyentes sinceros de toda religión, no tienen dificultad para comprenderse, pues se encuentran en esa dimensión religiosa fundamental que es común a la humanidad.
Los problemas suelen venir cuando entran en contacto dos comunidades o grupos religiosos, que se manifiestan precisamente en el terreno de la cultura. Esto es lo que provoca dificultades para la convivencia, que hay que resolver con mucha delicadeza. En el reciente caso de las viñetas sobre el Profeta, ha habido claramente una ofensa religiosa, que los musulmanes han percibido como una blasfemia. Pero después, la violencia que se ha desencadenado en muchos países musulmanes, no ha sido una reacción religiosa, sino cultural, descaradamente manipulada por oscuros intereses.
En segundo lugar, mucho piensan que el diálogo sea un sustituto de la misión. Y no es así. Jesucristo no dijo «Id y dialogad», sino «Id y anunciad el Evangelio a toda criatura». Ese mandato sigue urgiendo a todos los cristianos. El diálogo es sólo el medio con el que se anuncia el Evangelio, un medio más adaptado a nuestro tiempo, que privilegia el respeto a la persona y a las convicciones personales.
Cuando se habla de diálogo con los creyentes de otras religiones, hablamos de una actitud interior que me lleva a tomar seriamente la persona con la que hablo y su situación, y a respetar el ritmo de la verdad, que no se impone sino por sí misma y no admite presiones externas. Pero eso no puede significar un cambalache de doctrinas, o bien, un falso respeto que se acaba traduciendo necesariamente en indiferencia respecto a la verdad, y por tanto, en relativismo.
Por eso el problema principal, problema hoy, para los españoles y en general para Europa, es el de la Verdad. Los españoles, como sus vecinos europeos, parecen haberse cansado de la verdad, como si les pareciera imposible de alcanzar. Y, consecuentemente, desconfían de las identidades claras y fuertes, abandonándose a un vagabundeo existencial y metafísico. El mundo musulmán, en cambio, colectivamente, no tiene problemas de identidad alguna.
En estas condiciones, no puede haber un verdadero diálogo: por un lado, una sociedad que renuncia a su propia identidad nacional e histórica; y por otro lado, una inmigración musulmana que crece, entre la que se infiltran elementos fundamentalistas que rechazan todo aquello que no sea el Islam. Pero esto no es diálogo, sino un suicidio cultural. Como decía Romano Guardini en el trágico período de la Alemania de entre guerras, la tarea más urgente es educar a la verdad y esa me sigue pareciendo una prioridad hoy día.