ONTE CASINO (ITALIA), martes, 21 marzo 2006 (ZENIT.org).- El cardenal Paul Poupard, presidente de los Consejos Pontificios de la Cultura y para el Diálogo Interreligioso, transmitió este martes el saludo de Benedicto XVI a los monjes benedictinos de Monte Casino (90 kilómetros al sur de Roma), que en este día celebraban a su fundador, San Benito, de quien ha tomado su nombre como obispo de Roma.
El Santo Padre «me ha encargado que os manifieste a todos su cercanía en la oración, su participación espiritual en esta celebración y su profundo y continuo interés por la suerte de Europa y de los pueblos que la componen», afirmó el purpurado francés en la celebración eucarística.
San Benito (c. 480-543) fue proclamado por Pablo VI Patrono de Europa en 1964. En latín y en otras lenguas Benito y Benedicto constituyen la misma palabra.
Si bien la Iglesia celebra el 11 de julio a San Benito, la Orden que él fundó celebra su «nacimiento» al cielo en el primer día de la primavera.
Padre de la vida monástica en occidente, San Benito escribió en la Abadía de Monte Casino, por él fundada, la «Regla» monástica, todavía hoy en vida, uno de los instrumentos fundamentales para la evangelización y la construcción de la civilización cristiana en Europa.
En su homilía, el cardenal Poupard recordó que el santo hizo realidad «la ley nueva de Cristo, acogida con espíritu auténticamente cristiano», es decir «la ley del amor, que toca el corazón del hombre para hacerlo verdaderamente grande y digno de la amistad de su Creador».
El purpurado reconoció que el «secreto» del santo se resume en esta expresión de la «Regla»: «No anteponer nada al amor de Cristo» --una de las frases más citadas por Benedicto XVI en su primer año de pontificado--.
Esta frase, aseguró el purpurado, «debe tocar el corazón de cada uno, de todo cristiano, y diría, de todo ciudadano de Europa».
No es casualidad que el Santo Padre eligiera el amor de Dios como tema de su primera encíclica, observó el purpurado, subrayando que «sólo poniendo en primer lugar el amor, y el amor que tiene su medida plena y perfecta en Cristo, se puede sincera y eficazmente promover la paz, la armonía y el diálogo entre pueblos y culturas».
Desde esta perspectiva, aseguró, se entiende «la colaboración y la solidaridad entre países más avanzados económicamente y los que necesitan todavía lo esencial para la supervivencia».
Poner el amor de Cristo en primer lugar, añadió, significa que «el hombre, cada hombre, es acogido y amado con los ojos y la caridad del mismo Cristo, el verdadero buen samaritano que se hace prójimo de cada criatura fatigada en su diario cotidiano, u olvidada en los difíciles caminos de la vida».
«Quiere decir saber poner en segundo lugar intereses, proyectos e intenciones personales, frecuentemente marcados por el egoísmo y el orgullo, para dejar espacio al Amor, fuente de vida, que da al hombre su más auténtica dignidad, su valor intangible, su plena libertad», concluyó.