lfa & Omega, 24/06/03 (España) - El Santo Padre acaba de hacer público su nombramiento como Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.
¿Podría explicar la relación entre el diálogo interreligioso y el diálogo intercultural?
«El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad vital para el mundo de hoy».
Lo dijo el Papa en Colonia, recibiendo a los representantes de la comunidad musulmana, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud. Para quien conozca en profundidad el pensamiento de Benedicto XVI, esta elección es lógica. En realidad, cuando se habla de diálogo interreligioso, se piensa muchas veces en una reflexión de tipo doctrinal acerca de temas religiosos comunes, como la idea de Dios, el pecado, la salvación, etc.
Sin embargo, este diálogo doctrinal exige que haya alguna base común, y esto no siempre se da con las otras religiones. Para un budista, por ejemplo, Dios no es persona; para otros, la salvación consiste en la disolución del yo, mientras que para un cristiano es siempre la salvación de su propia persona. Así es muy difícil el diálogo. Este diálogo doctrinal tiene sentido entre cristianos de diversas confesiones, con quienes compartimos la fe en Jesucristo.
En cambio, con los creyentes de otras religiones siempre es posible el diálogo sobre la base de la cultura. Ésta es la intuición que está en la base del Consejo Pontificio de la Cultura: que la cultura es un terreno común en el que pueden dialogar creyentes y no creyentes, o creyentes de diferentes religiones.
La cultura del pueblo de Dios, que supera los límites nacionales, lingüísticos, regionales etc., entra en diálogo con otras culturas, impregnadas vitalmente por otras religiones. En este diálogo se produce un enriquecimiento mutuo, y el Evangelio, encarnado en una cultura concreta, puede sanar, y fecundar nuevas expresiones culturales.
¿Cuáles son las respuestas que puede dar el cristianismo sobre este tema?
Jesucristo es la respuesta a los grandes interrogantes del hombre, la respuesta definitiva. El Concilio lo dice con palabras muy hermosas: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». En la manera de vivir el cristianismo hay elementos esenciales y elementos accesorios.
Los primeros son inmutables, mientras que los segundos son contingentes. Entre estos elementos esenciales, que han encontrado su expresión filosófica y teológica, está el concepto de persona, a imagen de la Trinidad, la noción de comunión, de sujeto, el principio de libertad y de responsabilidad, la pervivencia del yo después de la muerte, la solidaridad entre los hombres, la común dignidad, etc.
Estos son valores que se pueden, que se deben compartir con creyentes de otras religiones, en la medida en que se pueda. De los creyentes de otras religiones, también podemos recibir mucho. No en cuanto a los contenidos de la fe, naturalmente, pues en Jesucristo se halla la plenitud de la Revelación, sino en cuanto al modo de vivirla.
¿Cómo ve la situación española respecto al diálogo interreligioso y cultural? Y ¿cómo deben responder los católicos?
Con respecto al diálogo hay muchos equívocos. En primer lugar, el diálogo verdadero se establece entre religiosos, no entre religiones. Los creyentes sinceros de toda religión no tienen dificultad para comprenderse, pues se encuentran en esa dimensión religiosa fundamental que es común a la Humanidad.
Los problemas suelen venir cuando entran en contacto dos comunidades o grupos religiosos, que se manifiestan precisamente en el terreno de la cultura. Esto es lo que provoca dificultades para la convivencia, que hay que resolver con mucha delicadeza.
En el reciente caso de las viñetas sobre el Profeta, ha habido claramente una ofensa religiosa, que los musulmanes han percibido como una blasfemia. Pero, después, la violencia que se ha desencadenado en muchos países musulmanes, no ha sido una reacción religiosa, sino cultural, descaradamente manipulada por oscuros intereses.
En segundo lugar, muchos piensan que el diálogo sea un sustituto de la misión. Y no es así. Jesucristo no dijo Id y dialogad, sino Id y anunciad el Evangelio a toda criatura. Este mandato sigue urgiendo a todos los cristianos. El diálogo es sólo el medio con el que se anuncia el Evangelio, un medio más adaptado a nuestro tiempo, que privilegia el respeto a otras religiones; hablamos de una actitud interior que me lleva a tomar en serio a la persona con la que hablo y su situación, y a respetar el ritmo de la verdad, que no se impone sino por sí misma y no admite presiones externas.
Pero eso no puede significar un cambalache de doctrinas, o bien, un falso respeto que se acaba traduciendo necesariamente en indiferencia respecto a la verdad, y, por tanto, en relativismo.
Por eso, el problema principal, problema hoy, para los españoles y en general para Europa, es el de la verdad.
Los españoles, como sus vecinos europeos, parecen haberse cansado de la verdad, como si les pareciera imposible de alcanzar. Y, consecuentemente, desconfían de las identidades claras y fuertes, abandonándose a un vagabundeo existencial y metafísico. El mundo musulmán, en cambio, colectivamente, no tiene problemas de identidad alguna.
En estas condiciones, no puede haber un verdadero diálogo: por un lado, una sociedad que renuncia a su propia identidad nacional e histórica, y, por otro lado, una inmigración musulmana que crece, entre la que se infiltran elementos fundamentalistas que rechazan todo aquello que no sea el Islam.
Pero esto no es diálogo, sino un suicidio cultural. Como decía Romano Guardini, en el trágico período de la Alemania de entre guerras, la tarea más urgente es educar a la verdad, y ésa me sigue pareciendo una prioridad hoy en día.
Carmen Imbert