IUDAD DEL VATICANO, viernes, 28 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a los participantes en la sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, cuya presidenta es la profesora Mary Ann Glendon.
A la profesora Mary Ann Glendon,
presidenta de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales
Al celebrarse la duodécima sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, le hago llegar mi saludo a usted y a todos los miembros, y les garantizo mis oraciones para que la investigación y la discusión de este encuentro anual no sólo contribuya al avance del conocimiento en vuestros respectivos campos, sino que también ayude a la Iglesia en su misión de testimoniar un auténtico humanismo, arraigado en la verdad y guiado por la luz del Evangelio.
Vuestra sesión está dedicada al actual tema: «¿Juventud que desaparece? Solidaridad con los niños y los jóvenes en una época turbulenta». Algunos indicadores demográficos han mostrado claramente la urgente necesidad de una reflexión crítica en este área. Mientras las estadísticas del crecimiento demográfico quedan abiertas a diferentes interpretaciones, generalmente se concuerda en que estamos asistiendo a nivel planetario, y particularmente en los países desarrollados, a dos tendencias significativas e interrelacionadas: por un lado, un aumento de la esperanza de vida y, por otro, una disminución de los índices de natalidad. Ante el envejecimiento de la sociedad, muchas naciones o grupos de naciones carecen de un número suficiente de jóvenes para renovar sus poblaciones.
sta situación es el resultado de múltiples y complejas causas --a menudo de carácter económico, social y cultural--, que os habéis propuesto estudiar. Pero puede verse que sus razones últimas son morales y espirituales; están relacionadas con una preocupante pérdida de fe, de esperanza y de amor. Traer niños al mundo exige que el «eros» centrado en uno mismo se llene con un «ágape» creativo, arraigado en la generosidad y caracterizado por la confianza y la esperanza en el futuro. Por su naturaleza, el amor tiende a la eternidad (Cf. «Deus Caritas Est», 6). Quizá la falta de un amor creativo y abierto a la esperanza es el motivo por el que muchas parejas no se casan, o explica porqué fracasan tantos matrimonios y porqué los índices de natalidad han disminuido notablemente.
Con frecuencia los niños y jóvenes son los primeros en experimentar las consecuencias de este eclipse del amor y de la esperanza. Con frecuencia, en vez de sentir cariño y amor, son simplemente tolerados. En una «época de turbulencia», con frecuencia no encuentran guías morales adecuados en el mundo de los adultos, en detrimento serio de su desarrollo intelectual y espiritual. Muchos niños crecen ahora en una sociedad que se olvida de Dios y de la dignidad innata de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. En un mundo caracterizado por acelerados procesos de globalización, están expuestos únicamente a una visión materialista del universo, de la vida y de la realización humana.
Y, sin embargo, los niños y los jóvenes son por naturaleza receptivos, generosos, idealistas y abiertos a lo trascendente. Ante todo necesitan estar rodeados de amor y crecer en una sana ecología humana, en la que pueden comprender que no han llegado a este mundo por casualidad, sino como un don que forma parte del plan divino de amor. Los padres, los educadores y los responsables de la sociedad, si son fieles a su propia vocación, no pueden renunciar a su responsabilidad de inculcar en los niños y en los jóvenes el deber de elegir un proyecto de vida dirigido a la felicidad auténtica, capaz de distinguir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el mundo real y el mundo de la «realidad virtual».
Al afrontar científicamente los diferentes temas de esta sesión, os aliento a considerar estas cuestiones, en particular, la de la libertad humana, con sus amplias implicaciones para una profunda visión de la persona y para lograr una madurez afectiva en la comunidad. La libertad interior es, de hecho, la condición para un auténtico crecimiento humano. Donde falta esta libertad o es puesta en peligro, los jóvenes experimentan frustración y son incapaces de luchar con generosidad por los ideales que plasman sus vidas como individuos y miembros de la sociedad. Como resultado, se sienten desalentados o se hacen rebeldes, y su inmenso potencial humano deja de afrontar los apasionantes desafíos de la vida.
Los cristianos, que creen que el Evangelio ilumina cada uno de los aspectos de la vida individual y social, no dejarán de ver las dimensiones filosóficas y teológicas de estas cuestiones, y la necesidad de considerar la oposición fundamental entre el pecado y la gracia que está presente en todos los conflictos que inquietan al corazón humano: el conflicto entre el error y la verdad, entre el vicio y la virtud, la rebelión y la cooperación, guerra y paz. Deben convencerse de que la fe, vivida en la plenitud de la caridad y transmitida a las nuevas generaciones, es un elemento esencial para construir un futuro mejor y salvaguardar la solidaridad intergeneracional, en la medida en que fundamenta todo esfuerzo humano por construir una civilización del amor sobre la revelación de Dios creador, la creación de hombres y mujeres a su imagen, y la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte.
Queridos amigos, al expresaros mi gratitud y apoyo por vuestra importante investigación, perseguida en acuerdo con los métodos propios de vuestras ciencias respectivas, os aliento a no perder nunca de vista la inspiración y la ayuda que vuestros estudios pueden ofrecer a los jóvenes de nuestro tiempo en sus esfuerzos por vivir vidas fecundas y realizadas. Sobre vosotros y vuestras familias, y sobre todas las personas asociadas al trabajo de la Academia Pontificia de las Ciencias, invoco las bendiciones divinas de sabiduría, fuerza y paz.
Vaticano, 27 de abril de 2006
BENEDICTUS PP. XVI