ALENCIA, viernes, 7 julio 2006 (ZENIT.org).- El Congreso Teológico-Pastoral sobre la Familia clausurado este viernes en Valencia, en el que han participado al menos 10.000 personas, se ha convertido en una demostración de la preocupación común de los cristianos de las diferentes confesiones por la familia.
La mañana de este miércoles estuvo dedicada en primer lugar al tema de «Ecumenismo y familia», con un panel, presidido por el cardenal Nicolás López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo, en el que participaron representantes de las iglesias cristianas orientales y occidentales.
El panel fue coordinado por monseñor Vincenzo Paglia, obispo de Terni, Italia, y presidente de la Comisión episcopal para el ecumenismo de su país Es la primera vez que se trata este tema en un congreso de la familia.
Monseñor Kirill, arzobispo de Yaroslav y Rostov, representante del Patriarcado de Moscú, destacó lo difícil que es hoy vivir en una familia cristiana ya que «ninguna ley puede obligar al ser humano a que sea bueno y sensato».
Denunció que los cambios de las leyes europeas, dando cabida a diversos modos de entender la familia, suponen «un cambio del concepto mismo de la familia y violan el derecho de las familias tradicionales», lo que lleva «a una decadencia física y espiritual de toda la humanidad».
Por su parte, Marie Panayotopoulos, madre de nueve hijos, ortodoxa griega y diputada europea, subrayó la necesidad de ayudar a la supervivencia de la familia.
Afirmó que la familia deber ser «baluarte y luz de la sociedad», pero asistimos «a un quebrantamiento de la institución del matrimonio» y «a una fragilización de las relaciones familiares».
Thomas Römer, casado y con cinco hijos, evangélico alemán, presentó sus experiencias en la formación de jóvenes para el matrimonio y destacó la familia como lugar «donde se aprende a similar los éxitos y los fracasos y se aprende a pedir perdón».
Constantin Preda, ortodoxo rumano, representante del patriarca Teoctist, indicó que vivimos en «la primera sociedad postradicional en la que se ha interrumpido la transmisión de la fe. Todo esto es particularmente grave para la vida de la Iglesia que se nutre de tradición».
«Sin las familias cristianas, la Iglesia no puede sobrevivir en el tiempo», concluyó.