ASTEL GANDOLFO, domingo, 3 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención pronunciada este domingo a mediodía por Benedicto XVI con motivo de la oración mariana del Ángelus, que presidió en la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
Queridos hermanos y hermanas:
El calendario romano recuerda hoy, 3 de septiembre, a san Gregorio Magno, Papa y doctor de la Iglesia (en torno al año 540-604). Su singular figura, diría casi única, es un ejemplo que hay que presentar tanto a los pastores de la Iglesia como a los administradores públicos: de hecho, primero fue prefecto y después obispo de Roma.
Como funcionario imperial se distinguió por su capacidad administrativa y por su integridad moral, hasta el punto de que, con sólo 30 años, desempeñó el máximo cargo civil de «prefecto de la urbe» «Praefectus Urbis».
Mientras tanto, en su interior, maduraba la vocación a la vida monástica, que abrazó en el año 574, cuando falleció su padre. La Regla benedictina se convirtió a partir de entonces en el fundamento de su existencia. Incluso cuando fue enviado por el Papa como su representante ante el emperador de Oriente, mantuvo un estilo de vida monástico, sencillo y pobre.
Al ser llamado de nuevo a Roma, si bien vivía en el monasterio, fue cercano colaborador del Papa Pelagio II y, cuando murió éste, víctima de una epidemia de peste, Gregorio fue aclamado por todos como su sucesor.
Trató con todos los medios de evitar el nombramiento, pero al final tuvo que rendirse y, dejando a su pesar el claustro, se dedicó a la comunidad, consciente de que estaba desempeñando un deber y de que era un simple «siervo de los siervos de Dios».
«No es verdaderamente humilde --escribe-- quien comprende que tiene que ser guía de los demás por decreto de la voluntad divina y, sin embargo, desprecia esta preeminencia. Si por el contrario se somete a las divinas disposiciones y no tiene el vicio de la obstinación y está preparado con esos dones con los que puede beneficiar a los demás, cuando se le impone la máxima dignidad del gobierno de las almas, con el corazón tiene que huir de ella, pero contra su querer, tiene que obedecer» («Regla pastoral, I, 6).
Estas palabras son como un diálogo consigo mismo. Con profética amplitud de miras, Gregorio intuyó que estaba naciendo una nueva civilización con el encuentro entre la herencia romana y los pueblos llamados «bárbaros», gracias a la fuerza de cohesión y de elevación moral del cristianismo. El monaquismo se convertía en una riqueza no sólo para la Iglesia, sino para toda la sociedad.
De salud frágil, pero de fuerte talla moral, san Gregorio Magno desempeñó una intensa acción pastoral y civil. Dejó un amplísimo epistolario, admirables homilías, un famoso comentario al Libro de Job y los escritos sobre la vida de san Benito, así como numerosos textos litúrgicos, célebres a causa de la reforma del canto, que por su nombre fue llamado «gregoriano».
Pero su obra más famosa es, sin duda, la «Regla pastoral», que tuvo para el clero la misma importancia que tuvo la Regla de san Benito para los monjes de la Edad Media. La vida del pastor de almas tiene que ser una síntesis equilibrada entre contemplación y acción, animada por el amor que «alcanza cumbres elevadísimas cuando se inclina con misericordia ante los males profundos de los demás. La capacidad de inclinarse ante la miseria de los demás es la medida de la fuerza de la entrega a los demás» (II, 5). En esta enseñanza, siempre actual, se inspiraron los padres del Concilio Vaticano para describir la imagen del pastor de nuestros tiempos.
Pidamos a la Virgen María que el ejemplo y la enseñanza de san Gregorio Magno sean seguidos por los pastores de la Iglesia y también por los responsables de las instituciones civiles.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó en varios idiomas los peregrinos. En español, dijo: ]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española aquí presentes. Saludo también a quienes participan en esta oración mariana a través de la radio o la televisión. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a descubrir siempre la sabiduría y la bondad contenidas en los mandamientos divinos, para cumplir como Ella en todo momento la amorosa voluntad de Dios. ¡Feliz Domingo!