IUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 septiembre 2006 (ZENIT.org).- El padre Zdzislaw J. Kijas, decano de la Facultad Pontificia Teológica San Buenaventura («Seraphicum») de Roma, acaba de escribir un libro sobre el cielo en el que invita a tener una visión «positiva y creativa» de uno de los misterios centrales de la fe.
«El cielo, lugar del deseo de Dios» («Il cielo, luogo del desiderio di Dio»), ha salido en las librerías italianas por iniciativa de la editorial «Città Nuova».
Zenit ha hablado con el padre Kijas, religiosos franciscano conventual, polaco, quien ha sido profesor de Teología sistemática y ecuménica en la Academia Pontificia de Teología de Cracovia, para comprender cómo aparece el cielo hoy a los ojos del creyente.
--Empecemos con la pregunta central: ¿qué es el cielo?
--P. Kijas: Antes que nada, existe el cielo visto con los ojos de la fe, una unión con Dios, una unión que debe leerse en la óptica de los textos sagrados, en concreto con el auxilio del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Pero el cielo es algo más profundo que esta unión. Sus características se pueden deducir de los datos bíblicos y también de nuestra experiencia, de los momentos especiales de la vida, en los que experimentamos tranquilidad, serenidad, ausencia de deseos malos y de temor.
El cielo no es un lugar material o geográfico, es más que un estado de ánimo, es nuestra interioridad, nuestro ánimo que permanece sereno consigo mismo, es experimentar la paz auténtica, vivir la alegría de la riqueza de la vida con la paz del corazón.
--¿Está diciendo que cada uno tiene su cielo?
--P. Kijas: Cada hombre tiene su cielo personal porque es como un microcosmos, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Jesús ha muerto y resucitado por cada hombre, cada hombre tiene su propia riqueza, sus propios deseos.
Los creyentes deben tender al enriquecimiento personal, en la búsqueda del cumplimiento de la propia vida, de los proyectos que son esenciales en la vida de cada uno, de cada pareja, de los consagrados y de las comunidades.
Basándose en los datos bíblicos y en la propia vocación, en la llamada universal a la santidad, con la ayuda de Dios y de su gracia, cada uno está llamado al estado óptimo de la propia vida, una unión más perfecta, personal con Dios. He aquí el propio cielo: santidad de Dios personalizada, encarnada en la propia vida. Una unión personal que conduce al desarrollo pleno de la semejanza con Él.
Cada época tiene desafíos, llamadas. El arte, la música, la literatura son expresión del propio estado de vida, reflejan en un lenguaje visible y figurativo el propio estado de ánimo y las características de la propia unión con Dios. El modo de expresarse, de hacer arte se convierte así en espejo de la relación entre artista y Dios.
--¿Cómo responder a este «deseo» del cielo?
--P. Kijas: En mi libro hablo de responder al deseo del cielo, de revivirlo no limitándose a buscar el cielo en la tierra en las relaciones, aunque sean fundamentales que vivimos en el mundo.
Estas relaciones son importantes, como es importante esforzarse por leer los gérmenes del estado paradisíaco ya aquí en esta tierra, pero lo que cuenta es comprender que aquí en la tierra sólo hay pálidos reflejos de aquéllos a lo que estamos llamados realmente.
La fuerza de cambiar lo cotidiano, el valor de afrontar los problemas, el deseo de vivir más profundamente nuestra vocación humana, nuestro trabajo, las relaciones humanas, nos viene sólo de la frescura del deseo de la unión con Dios que para nosotros, los creyentes, es el cielo.
He aquí la creatividad cotidiana en relación con el paraíso. Sin separarse de la realidad terrena, hay que intentar cambiar todo con la fuerza del deseo del cielo, formar nuestra realidad cotidiana con vistas al paraíso, transformando la tierra con el deseo del cielo.
--¿Qué idea tiene del cielo?
P. Kijas: El cielo no es algo estático, la misma imaginación nuestra no lo capta como algo estático. Es un continuo acontecer, un crecimiento que avanza con nuestra llamada, nuestros deseos, nuestras mismas deficiencias.
La idea que yo tengo, común a muchos, es la de una reciprocidad hecha de diálogo, nunca un estar bien solos sino en diálogo, un reflejo de la vida de la Trinidad, comunión de personas que se aman y se donan en abundancia. Este es el estado paradisíaco, nunca poseer, sino estar abierto a las necesidades del otro, a su bien, una respuesta de amor a la petición de amor ajena.
Cielo y paraíso son como sinónimos, un estar bien juntos, consecuencia del estar bien con Dios, convencidos de que sólo Él hace que nosotros estemos bien en comunidad. El cielo es comunión de amigos, nunca una realidad aburrida, una riqueza enriquecida por los otros. La Iglesia nos invita a abrirnos a este diálogo que nos hace pregustar sobre la tierra el sabor de la alegría del cielo.