REISING, jueves, 14 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Al encontrarse este jueves con los sacerdotes y diáconos de Baviera, Benedicto XVI manifestó una de sus mayores preocupaciones para la vida de la Iglesia: la falta de vocaciones.
En el encuentro, que tuvo lugar en la mañana en la catedral de Freising, antes de dirigirse al aeropuerto de Munich para regresar a Roma, el Papa sorprendió a los presentes dejando a un lado el discurso que había preparado y ofreciendo una reflexión espontánea.
«He traído un texto largo, pero no lo leeré, ya lo tenéis impreso, podéis leerlo cuando me haya ido», les dijo.
En esa catedral, Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951 y en el encuentro se encontraban algunos presbíteros que en aquel mismo día fueron ordenados con él.
«La mies es mucha, pero los obreros son pocos, reconoció el Papa, recordando la invitación de Jesús a «rezar al Dueño de la mies» para que envíe obreros.
Jesús «no pidió ir a llamar voluntarios o a organizar campañas de gestión de empresas para encontrar nuevos reclutas», explicó.
«Tenemos que rezar a Dios, pedirle: “vamos, despierta el corazón de los hombres”. Tenemos que pedir al Dueño de la mies que suscite un profundo sí en el corazón de los hombres».
También la eficacia de la acción pastoral del sacerdote de pende la oración, pues de lo contrario «el ministerio se convierte en activismo», añadió.
A continuación dejó sus consejos más personales a los sacerdotes que le escuchaban, en particular celo por las almas, pero al mismo tiempo la humildad que lleva a reconocer los propios límites.
Esto también es válido para el Papa, dijo con una sonrisa: «Yo también querría hacer muchas cosas, pero tengo pocas fuerzas. Todo lo demás tengo que dejárselo a Dios».
En ese momento Benedicto XVI compuso una espontánea oración dirigida a Dios: «Tú lo sabes, la Iglesia es tuya. Tú nos regalarás a los colaboradores para tu obra. Allí donde nosotros no llegamos, estás Tú».
«Sólo así podemos comprendemos que celebrar la misa no es una profesión, sino que exige íntima participación interior. Sólo así comprendemos que la Eucaristía no es una obligación, es alimento espiritual», concluyó.