IUDAD DEL VATICANO, domingo, 8 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo, el Evangelio nos presenta las palabras de Jesús sobre el matrimonio. A quien le preguntaba si es lícito al marido repudiar a su mujer, como estaba previsto por un precepto de la ley mosaica (Cf. Deutoronomio 24, 1), respondió que se trataba de una concesión de Moisés a causa de la «dureza del corazón», mientras que la verdad sobre el matrimonio se remontaba «al comienzo de la creación», cuando, como está escrito en el Génesis, Dios «los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne» (Marcos 10, 6-7; Cf. Génesis 1, 27; 2,24). Y Jesús añadió: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Marcos 10, 8-9). Este es el proyecto originario de Dios, como ha recordado también el Concilio Vaticano II en la constitución «Gaudium et spes»: «Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges… Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio» (n. 48).
Mi pensamiento se dirige a todos los esposos cristianos: doy las gracias con ellos al Señor por el don del Sacramento del matrimonio, y les exhorto a mantenerse fieles a su vocación en cada una de las estaciones de la vida, «en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad», como prometieron en el rito sacramental. Que los esposos cristianos, conscientes de la gracia recibida, construyan una familia abierta a la vida y capaz de afrontar unida los numerosos y complicados desafíos de nuestro tiempo. Hoy particularmente es necesario su testimonio. Hacen falta familias que no se dejen arrastrar por las modernas corrientes culturales inspiradas en el hedonismo y en el relativismo, y que estén dispuestas a realizar con generosa dedicación a su misión en la Iglesia y en la sociedad.
En la exhortación apostólica «Familiaris consortio», el siervo de Dios Juan Pablo II escribió que el sacramento del matrimonio «constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo “hasta los últimos confines de la tierra”, como auténticos “misioneros” del amor y de la vida» (Cf. número 54). Esta misión se orienta tanto hacia la vida interna de la familia --especialmente en el servicio recíproco y en la educación de los hijos-- como hacia el exterior: la comunidad doméstica, de hecho, está llamada a ser signo del amor de Dios hacia todos. La familia sólo puede cumplir esta misión si está apoyada por la gracia divina. Por este motivo, es necesario rezar sin cansarse nunca y perseverar en el esfuerzo cotidiano por mantener los compromisos asumidos en el día del matrimonio.
Invoco la maternal protección de la Virgen y de su esposo José sobre todas las familias, especialmente, sobre aquellas que atraviesan dificultades. ¡María, Reina de la familia, reza por nosotros!
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final del Angelus, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los feligreses de la Basílica de Nuestra Señora de las Angustias, de Granada. Reitero la invitación a rezar el Santo Rosario también en familia, para que la intercesión maternal de la Virgen María ayude a los esposos a vivir fielmente su compromiso matrimonial y a fortalecer la unidad en todos los hogares. ¡Feliz domingo!