ONTSERRAT, domingo, 8 octubre 2006 (ZENIT.org).- La música es mucho más que un simple ornamento para la liturgia. Es la conclusión más evidente de la tesis doctoral que acaba de defender Jordi-Agustí Piqué Collado, o.s.b., nacido en Lérida (Es¬paña) en 1963.
Tras realizar los estudios superiores de música en Bar¬celona, obteniendo el «Premio de Honor» de fin de carrera en la especia¬lidad de Órgano, en el año 1990 ingresó como monje en la Abadía de Montserrat.
Licen¬ciado en Teología por la Uni¬ver¬sidad Gregoriana, en 2005 culmina el doctorado en Teología en dicha Univer¬sidad, bajo la dirección del profesor Elmar Salmann, osb.
Ha publicado diversos artí¬cu¬los de investigación teológica, algunas de sus compo¬si¬ciones musicales y varios discos.
En esta entrevista concedida a Zenit explica cómo el lenguaje de la música puede abrir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a la experiencia de Dios.
--Teología y música, ¿han dialogado desde siempre, o usted ha encontrado un momento concreto en el que estas dos disciplinas se unen?
--Piqué: La música ha estado siempre presente en la celebración del culto cristiano. El canto, como uno de los elementos fundamentales, como base de toda la plegaria litúrgica, aporta algo más que un simple ornamento o solemnidad a la celebración, como bien señaló Pío X en su Motu Proprio «Tra le solecitudini» (1903) sobre la música sacra.
Aquí se encuentra una posible explicación de este diálogo: si la teología pretende decir una palabra, algo comprensible sobre el Misterio inefable de Dios y la música ayuda a comprender, a celebrar, a participar de este Misterio, especialmente cuando se une a la Palabra, no me parece osado afirmar que se puede analizar un diálogo profundo sobre la comprensión de la experiencia del Misterio de Dios.
Todas las épocas del pensamiento se relacionan con una música concreta. Pienso que tanto la teología como la música pueden ser lenguajes de Trascendencia.
--Alude al «drama de la incomunicabilidad de la experiencia de Dios». ¿Por qué es un drama esta dificultad de «decir Dios»?
--Piqué: Porque creo, como señalan algunos fenomenólogos, que el problema de nuestra época es, esencialmente, un problema de lenguaje.
Creo sinceramente que la pregunta sobre la existencia de Dios está hoy ya superada, es decir, no es el centro de la reflexión de muchos hombres y mujeres que en el fondo siguen buscando a Dios, pero lo buscan experiencialmente, no les sirve una fórmula o una definición.
El lenguaje de la teología, hoy, no ayuda a esta búsqueda. De ahí que sea dramático el ver cómo muchos abandonan su relación con Dios y con la práctica religiosa porque no encuentran un lenguaje para comunicar su experiencia; asimismo los lenguajes para comprender o vivir la fe, los lenguajes con los que se les habla de Dios, no son, al menos para ellos, relevantes. Pienso que en nuestro momento contemporáneo, como cristianos, yo como teólogo, tengo la obligación de «decir Dios» de comunicar mi experiencia, de hacerla empática, participativa, comprensiva.
Es el drama del Moisés en la ópera de Schönberg que analizo en mi tesis: tiene experiencia de Dios, con el que habla, pero no puede encontrar la palabra justa, bella, emocionante para transmitir a su pueblo la grandeza de esa experiencia, y su pueblo prefiere adorar a un dios de metal, el becerro de oro, porque al menos puede verlo y percibirlo.
Este creo que es el drama de nuestro tiempo. Es el paradigma de la conversión de san Agustín, uno de los teólogos analizados, que a través del canto de la Iglesia, reunida, siente ante ese canto una conmoción que le lleva a las lágrimas y esas lágrimas, dice él, le hacían bien.
--Propone una «palabra de Dios que emocione». ¿Esta palabra es la música?
Piqué: La música es un lenguaje que puede llevar a la percepción, a comprender algo del Misterio de Dios, y en ese sentido es, también, teología.
La iglesia siempre la ha adoptado como elemento fundamental de su liturgia. Pero hoy creo que, incluso fuera de la liturgia, puede ser una clave de apertura a la trascendencia.
Podría citar los ejemplos de Taizé, o el fenómeno del canto gregoriano: son dos experiencias estéticas que abren a una experiencia de trascendencia.
Pero, tal como expongo en mi tesis, la experiencia que pasa por la percepción sensible no siempre es unívoca: la música distorsionada de una discoteca puede llevar a la alienación; la música de una publicidad puede llevar a un consumo compulsivo.
Pero, creo que, una experiencia estética puede abrir caminos a la comprensión de la trascendencia y de Misterio de Dios.
La experiencia estética, quizás hoy en que los discursos y las palabras están tan devaluados, puede ser la clave para abrir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a la experiencia de Dios.
Naturalmente esta experiencia tendrá que seguirse de una catequesis y de una formación, pero al menos se supera la indiferencia que parece adormecer a nuestro mundo occidental.
--Cita al teólogo Joseph Ratzinger varias veces: ¿qué aportación ha hecho al campo de la música y de la liturgia?
--Piqué: En mi tesis analizo algunos teólogos que, en diversas épocas, han tratado la música como problema teológico. San Agustín, Hans Urs von Balthasar, Pierangelo Sequeri, son los principales. Pero en los escritos del teólogo Ratzinger, como se sabe también un buen músico, aparece un tema para mí clave: el fundamento bíblico de la razón teológica de la música dentro de la liturgia.
El Papa ha sabido sentar las bases de esa comprensión a partir de una lectura basada en los salmos, el libro de la música por excelencia de la Biblia, y en la lectura de santo Tomás. A partir de aquí expone cómo el canto y la música, dentro de la liturgia, son elementos que llevan a una comprensión de Dios.
Yo, en mi trabajo, he ampliado esta visión con el análisis de algunos músicos compositores que en sus obras han afrontado algunos problemas teológicos: Tomás Luis de Victoria, Arnold Schönberg y Olivier Messiaen.