aticano, 20/10/06 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha hecho público este viernes el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, cuyo presidente es el cardenal Paul Poupard, con motivo del final del Ramadán sobre el tema «Cristianos y musulmanes: en diálogo confiado para afrontar juntos los desafíos de nuestro mundo».
Queridos amigos musulmanes:
1. Para mí es motivo de gran alegría dirigiros este mensaje por primera vez como presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, y presentaros la más sentida felicitación por parte de este Consejo con motivo de la fiesta que concluye el mes de ayuno del Ramadán. Os deseo paz, tranquilidad y alegría en vuestros corazones, en vuestras casas y en vuestros respectivos países. Estas felicitaciones hacen eco a las que Su Santidad el Papa Benedicto XVI formuló personalmente al inicio del Ramadán a los diplomáticos de países de mayoría musulmana acreditados ante la Santa Sede y a otros países miembros y observadores de la Organización de la Conferencia Islámica y a representantes de las comunidades musulmanas de Italia.
2. Es bello poder compartir con vosotros este momento significativo en el marco de nuestras relaciones de diálogo. Las circunstancias particulares que acabamos de atravesar juntos muestran también que, si el camino de un diálogo auténtico en ocasiones puede ser arduo, es más necesario que nunca.
3. El mes de Ramadán, que acabáis de vivir, ha sido, sin lugar a dudas, un tiempo de oración y de reflexión sobre la difícil situación que atraviesa el mundo. Constatando lo que es bueno, y dando gracias a Dios, no podemos dejar de constatar los graves problemas que se presentan ante nuestra época: la injusticia, la pobreza, las tensiones y los conflictos dentro de los países, pero también entre ellos. La violencia y el terrorismo son una plaga particularmente dolorosa. Cuántas vidas humanas destruidas, mujeres que se han convertido en viudas, niños que pierden a sus padres y quedan en la orfandad… Cuántas personas quedan heridas en sus cuerpos y en sus corazones, minusválidas… ¡Cuánta destrucción en unos instantes de lo que ha sido construido en ocasiones durante años, con el precio de numerosos sacrificios y gastos enormes!
4. Como cristianos y musulmanes, ¿no estamos llamados en primer lugar a ofrecer nuestra aportación específica a la solución de esta grave situación y de estos problemas tan complejos? Está en juego, sin duda, la credibilidad de las religiones, pero también la de los líderes religiosos y la de todos los creyentes. Si no nos comportamos como creyentes, muchos se interrogarán sobre la utilidad de las religiones y sobre nuestra coherencia como hombres y mujeres que se postran ante Dios.
Nuestras dos religiones dan mucha importancia y espacio al amor, la compasión y la solidaridad. Desde esta perspectiva, deseo compartir con vosotros el mensaje de la primera encíclica de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, «Deus caritas est»: «Dios es amor», que se hace eco de la «definición» más característica de Dios en la Sagrada Escritura de los Cristianos: «Dios es amor» (Primera carta de Juan 4, 8). El amor auténtico por Dios es inseparable del amor a los demás. «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (Primera carta Juan 4, 20). Recordando esto, la encíclica subraya la importancia de la caridad fraterna en la misión de la Iglesia: el amor para ser creíble tiene que ser concreto. Es necesario que salga en ayuda de todos, comenzando por los más desprotegidos. El auténtico amor debe ponerse al servicio de la vida cotidiana, pero también debe buscar soluciones justas y pacíficas a los graves problemas que aquejan al mundo.
5. Los creyentes que se comprometen en la ayuda a las personas necesitadas y en la búsqueda de soluciones a estos problemas lo hacen ante todo por amor a Dios, al «rostro de Dios». El salmo 27 (26) recuerda: «Sí, Señor, tu rostro busco: no me ocultes tu rostro… » (versículos 8b-9a). El ayuno que habéis vivido durante este mes no sólo os ha hecho más atentos a la oración, sino también más sensibles a las necesidades de los demás, sobre todo de aquellos que tienen hambre, favoreciendo una generosidad aún más grande con las personas necesitadas.
6. Las preocupaciones cotidianas y los graves problemas del mundo llaman nuestra atención y requieren nuestra acción. Pidamos a Dios, en la oración, que nos ayude a afrontarlos con valentía y determinación. Allí donde podamos trabajar juntos, no lo hagamos separados. El mundo, y nosotros con él, tiene necesidad de cristianos y musulmanes que se respeten, se estimen y ofrezcan el testimonio de amarse y de actuar juntos por la gloria de Dios y el bien de todos los seres humanos.
7. Con estos sentimientos de sincera amistad os saludo y confío estos pensamientos a vuestra reflexión. Le pido a Dios Todopoderoso que contribuyan a promover, por doquier, relaciones de una mayor comprensión y colaboración entre cristianos y musulmanes, que ayudarán decisivamente al restablecimiento y al afianzamiento de la paz en el seno de las naciones y entre los pueblos, según el profundo deseo de todos los creyentes y de todos los hombres de buena voluntad.
Cardenal Paul Poupard
Presidente
Arzobispo Pier Luigi Celata
Secretario